Letra núm. 737, 3 de octubre de 2021

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EL HÁBITO DE LA LECTURA

BÍBLICA

COMPENDIO MANUAL DE LA BIBLIA.Henry H. Halley.- Editorial Moody Traducción de C. P. Denyer Moody. Buenos Aires. 1955.

Ultima parte La Lectura Bíblica Congregacional y el Predicador I No me extraña que los llamados predicadores “modernistas”, con el punto de vista que tienen acerca de la Biblia, no muestren interés en que sus congregaciones se hagan lectoras de ella. Más bien, a modo de quintacolumnistas, socavando la fe cristiana desde adentro, parecen deleitarse en rayar y tachar las Escrituras. Estas palabras no se les dirigen a ellos. Pero lo que sí me deja perplejo es que nuestros predicadores “conservadores”, que proclaman con vehemencia militante su fe en la Biblia como la Palabra de Dios, y agotan su vocabulario en exaltar y glorificar a la Biblia, se preocupen tan poco de que sus oyentes lean la Biblia para sí mismos. Eso sí me extraña. Los predicadores predican sus sermones, los maestros enseñan sus lecciones, los profesores de seminarios diligentemente preparan a los nuevos miembros en cómo desarrollar un bosquejo de sermón con su sonoro “en primer lugar, segundo y tercero” –y desde luego, todo sacado de la Biblia. Pero ¿en dónde están las iglesias, los ministros, maestros o profesores de seminario, que –salvo alguna exhortación de tiempo en tiempo- se esfuercen por establecer el hábito de la lectura de la Biblia entre aquellos que están bajo su cuidado pastoral? El plan y la técnica de toda organización y actividad de la iglesia moderna parecieran estar dedicados por entero a

dar la impresión de que todo depende de los sermones. Por cierto que la predicación es ordenada por Dios; es decir, la predicación novotestamentaria. Quizás sea una distorsión de la palabra novotestamentaria “predicar”, el aplicarla al prevalente tipo moderno de oratoria ministerial. Ciertamente el Nuevo Testamento jamás tenía la intención de que la predicación fuera tan totalmente jamás tenía la intención de que la predicación fuera tan totalmente desprovista de enseñanzas en la Palabra como lo son la generalidad de los sermones textuales que los asistentes a las iglesias escuchan hoy día. Pero sea esto como sea, la predicación, aun en el sentido más verdadero y de la mejor calidad, nunca fue propuesta por Dios como sustituto completo y suficiente de la lectura de la Palabra de Dios por el pueblo mismo y para sí mismo. Todo cristiano debiera ser lector de la Biblia. Es el hábito único que más que ningún otro hecho en el espíritu debido, hará de un cristiano lo que él debiera ser en todo otro sentido. Si alguna iglesia pudiera lograr que su comunidad entera se hiciera devota lectora de la Biblia, esto revolucionaría a la iglesia. Si las iglesias de alguna ciudad, en conjunto, pudieran lograr que su comunidad entera se hiciera lectora regular de la Biblia, no solamente revolucionaría a las iglesias, sino que purificaría y cambiaría a la ciudad entera tal como ninguna otra cosa puede hacerlo. Tómese el ejemplo de los siglos de oscurantismo de la Edad Media. Durante aquella era la Iglesia, o más bien aquello que se hacía llamar la Iglesia, bajo la dominación papal, durante los 500 años del siglo décimo al decimoquinto, rigió al mundo con una mano tan despótica como jamás haya sido la de cualquier imperio terrenal. ¿Cosa extraña, no, que la supremacía de la Iglesia y los siglos de las tinieblas fueron coetáneos? La Iglesia, la “luz” del mundo, trajo sobre el mundo las tinieblas de media noche. ¿Por qué? Porque el Papado suprimió toda libertad, prohibió la circulación de la Biblia entre el pueblo, y aun mataba a quien la leyera; y en su engreimiento sin límites, sustituyó los decretos papales en lugar de la Palabra de Dios. Esto es lo que trajo la Edad Oscura –la diabólica impudicia del hombre, que se exaltaba a sí mismo por encima de la Palabra de Dios. Si la Iglesia se hubiese sometido a la Palabra de Dios y la hubiese enseñado al pueblo, aquello podría haber sido el milenio en lugar de la Edad Oscura. Ahora el ejemplo de la Reforma. Fue el descubrimiento de la Biblia por Martín Lutero, y su liberación para el pueblo, respaldada por la indómita alma inigualable de Lutero mismo, que trajo la Reforma Protestante y


proclamó la libertad al mundo moderno –el paso más grande hacia adelante que el progreso humano jamás haya conocido. Quienes leen la historia bien saben cuan directamente debemos a la Biblia nuestra libertad y todo cuanto nos es más querido. O el ejemplo de la Inglaterra de Isabel I. En la “Historia Breve del Pueblo Inglés”, de Green, se afirma que “ningún cambio moral jamás sobrevino a una nación, mayor que aquel que vino a Inglaterra en la última parte del reinado de la reina Isabel. Inglaterra vino a ser el pueblo de un solo Libro, y aquel Libro era la Biblia. La leía el público de toda clase, y el efecto fue sorprendente. Cambió la atmósfera moral de la nación entera”.

La Lectura Bíblica Congregacional y el Predicador II Y ahora, hoy día. El plan único y mejor que la Iglesia pudiera adoptar, sería dedicarse a entronizar la Palabra de Dios en las vidas de sus miembros. Lo demás vendría luego. Esa sola cosa, por sí misma, iría más lejos en resolver todo problema individual, social y nacional, que cualquier otra cosa que la Iglesia pudiera hacer. La Palabra de Dios es la mejor arma que la Iglesia tiene. ¿Es tal cosa posible, o práctica? ¿Podría una congregación, como conjunto, hacerse lectora de la Biblia? Es más que seguro que sí, y dentro de un plazo bien corto. Lo único necesario para ello es un pastor que crea en el plan y que ponga en él todo su empeño. No bastará predicar sermones acerca de la lectura de la Biblia, por más a menudo que esto se haga. Algunos responderían a ellos. Pero si un pastor quiere reclutar a su congregación entera, el mejor medio de hacerlo es formular algún plan de lectura de la Biblia que razonablemente valga la pena, ponerlo delante de sus oyentes y darles a entender que él espera que lo hagan parte de su vida eclesiástica; que les guíe en él, les sostenga dentro de él, y de domingo en domingo de una manera u otra lo mantenga delante de ellos como quien está realmente en serio; y durante todo el tiempo, hacer del plan la base de sus sermones. En cuanto a sermones: solamente escoger un texto de la porción de la Escritura que la congregación ha leído, y luego divagar en un típico sermón textual desprovisto de toda apariencia de verdadera enseñanza –esto no es estímulo alguno para la lectura bíblica de los oyentes.

Más bien el sermón debe ser un estudio de, o en, la porción leída o alguna parte importante de ella, que llame la atención a algunos de sus rasgos mejores y sus hechos más interesantes, tal como si estuviese enseñando a una clase bíblica. No cabe la menor duda de que cualquier congregación media correspondería gustosamente y de todo corazón a tal esfuerzo de parte de su pastor. Pero, dice alguien, hacer del servicio dominical de la iglesia una clase bíblica sería del todo demasiado prosaico y carente de interés. ¿Un estudio bíblico menos interesante que el tipo prevalente de sermón textual? ¿Hemos de creer que la congregación media de miembros de una iglesia tiene tan poca inteligencia como para no desear alguna instrucción sólida de su pastor o de la Palabra de Dios? Por el contrario, estamos seguros de que la congregación media se enamoraría de tal plan. Jamás se cansaría de él; nunca, jamás. Y amaría y honraría a su pastor por haberles así conducido, estimulado y ayudado en la formación de un hábito que ellos mismos saben que deben seguir. Y ¡qué maravillas produciría! En lealtad a la iglesia; en una iglesia rebosante; en interés en el sermón, inteligencia acerca de la Palabra de Dios, crecimiento cristiano, poder espiritual, religión en la familia, y unidad de la familia. ¿Qué mejor medicina para miembros fríos, indiferentes, amantes de los placeres mundanos, o de la iglesia? ¿Qué otra cosa podría hacer un pastor, que tanto valiera la pena? Y ¿qué técnica evangelizadora es mejor? ¿Qué método hay más fácil, seguro y lógico de llevar a una persona a Cristo, que por medio de la Palabra de Cristo mismo? ¿Qué camino hay más efectivo para alcanzar a los que no son salvos? ¿Qué mejor cimiento para un avivamiento? ¿A qué mejor tarea podría dedicarse una iglesia, que la de hacer de su comunidad una comunidad lectora de la Biblia? Supongamos que tal iglesia tuviese un plan combinado de lectura bíblica congregacional y de predicación dominical tal como aquí se sugiere; y supongamos también que la iglesia promoviera la lectura bíblica, no solamente entre sus propios miembros sino entre el público general, distribuyendo periódicamente entre la comunidad folletos explicativos de su plan de lectura bíblica y de invitación a los servicios de la iglesia -¿qué mejor método de evangelización podría tener una iglesia? Si esto no es trabajo de la Iglesia, ¿de quién es? Si no es responsabilidad del predicador, entonces ¿cuál es exactamente la responsabilidad del predicador?


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