Sermones 2015

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Š Leopoldo Cervantes-Ortiz, 2016

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Contenido Enero “Levantémonos y edifiquemos…”: con la mirada hacia adelante, 5 1. Con la mirada hacia adelante 2. Con la confianza plena en el Señor 3. Con una misión ineludible Febrero “Si Jehová no edifica la casa…”: la iglesia como proyecto divino, 11 1. La iglesia, vanguardia de Dios en la historia 2. Una iglesia al servicio continuo del Reino de Dios Marzo “Amplía el espacio de tu tienda…”: crecer como iglesia en todos los sentidos, 15 1. El crecimiento de la iglesia 2. Crecer en la gracia y en el conocimiento siempre 3. Crecer a contracorriente en un mundo adverso Marzo-abril Un Cordero inmolado: la pasión según Apocalipsis, 21 1. 2. 3. 4. 5.

El Cordero que vino de Dios Un Cordero que sumió el sufrimiento El Cordero cumple el plan divino y llama a la comunión El Cordero derrotó en la cruz a los poderes criminales La vida del Cordero y la victoria definitiva de Dios

Abril “Teme a Dios: eso es El todo del ser humano”: fidelidad y testimonio, 32 Fidelidad y testimonio Mayo “Levántate, resplandece…”: preparados/as para el encuentro con Dios, 35 1. 2. 3. 4.

Hacia el encuentro con Dios Dios se encuentra con su pueblo en la historia Cada encuentro con Dios genera bendición La iglesia resplandece luego de su encuentro con Dios

Junio “Esfuérzate… y cobra ánimo”: el presente y el futuro de la iglesia están en las manos de Dios, 42 1. 2. 3. 4.

La iglesia en las manos de Dios El pueblo de Dios mira siempre hacia adelante Esforzarse y avanzar en el nombre de Dios Presente y futuro de la iglesia ante las promesas de Dios

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Julio “La fe…certeza de lo que se espera”: el amor de Dios nos atrae y nos conduce, 50 1. La certeza de la fe 2. La fe que se requiere para caminar hacia adelante 3. La fe constante y el amor de Dios en las personas y en la iglesia Agosto “Escudriñen las Escrituras”: la Biblia, alimento espiritual insustituible, 55 1. La exhortación de Jesús 2. Propósitos de la Palabra revelada 3. Tenemos la palabra profética más segura 4. Una Palabra que lo penetra y lo revela todo Septiembre “La justicia engrandece a una nación”: ciudadanos/as del Reino y del mundo, 63 1. Lectura político-espiritual de los Proverbios 2. Etapas del N.T. en la comprensión de la doble ciudadanía cristiana 3. La responsabilidad cristiana ante la nación y el Estado Octubre “Castillo fuerte es nuestro Dios”: la fe de la Reforma, 70 1. Un cántico de resistencia y esperanza 2. Una visión realista de las reformas religiosas 3. Realizar las reforma en todas las áreas de la vida 4. Unirse a las reformas divinas de la vida humana Noviembre “Benditos… los que mueren en el señor”: la vida de Dios, vida del mundo, 78 1. La visión apocalíptica 2. La vida humana y la esperanza final 3. Vida y resurrección en las manos de Dios 4. La vida de Dios se impondrá en el mundo Diciembre “Y vimos su gloria… como la del Unigénito del Padre”: Dios se encarnó en Jesús para salvar al mundo, 87 1. Dios se encarnó en Jesús para redimir al mundo 2. Juan el Bautista, precursor de la encarnación divina en el mundo 3. La encarnación de Dios en marcha 4. Dios se hizo una criatura para salvarnos 31 de diciembre de 2015 Dios puso eternidad en su corazón, 95

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Enero “LEVANTÉMONOS Y EDIFIQUEMOS…”

1. CON LA MIRADA HACIA ADELANTE Ellos, por su parte, animándose mutuamente para una tarea tan hermosa, respondieron: —¡Manos a la obra y comencemos la reconstrucción! NEHEMÍAS 2.18b, La Palabra (Hispanoamérica)

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a historia del regreso de algunos exiliados judíos (ya podía llamárseles así) de Babilonia y de la reconstrucción de Jerusalén ha servido muchas veces como símbolo o metáfora de los esfuerzos por reconstruir o volver a levantar proyectos eclesiásticos en dificultades. El periodo posexílico, caracterizado por los intentos de un nuevo inicio en la vida del pueblo de Dios, representó la posibilidad de que, en diversos aspectos, se llevara a cabo la reconstrucción de la vida, fe e identidad de los restos del antiguo Israel que, en su forma monárquica, había pasado a la historia. De este modo, se puede hablar de que, los líderes todos, aún con una visión teocrática, pero con énfasis bien diferenciados, contribuyeron en áreas específicas. Nehemías se encargaría de la parte política y social; el escriba Esdras, de un nuevo acercamiento a la Ley y a la palabra divina, además de la recomposición social (el problema de los llamados “matrimonios mixtos” y la xenofobia inherente); y finalmente, Zorobabel y Hageo, de la reedificación del templo. Cada aspecto era fundamental, pues únicamente al complementar las tareas podía ser posible lograr el propósito común. Cuando se trazan los puentes con las comunidades eclesiales de la actualidad, surge la gran tentación de equiparar o comparar los esfuerzos de estos dirigentes con las necesidades del momento, lo cual no siempre coincide con lo que se narra en los libros bíblicos correspondientes. Los libros de Esdras y Nehemías, redactados como una unidad textual, forman un conjunto. Ante las nuevas condiciones creadas por el ascenso de la hegemonía persa que permitió el regreso de algunos exiliados, el contexto histórico de ambos libros se mueve entre las esperanzas de los dirigentes que encabezar el proyecto de reconstrucción, y la resistencia de los pesimistas, esto es, los antagonistas de diversos signos que se oponían al mismo. Apreciar la estructura de los textos puede resultar útil para comprender mejor el espíritu de la época y el mensaje de los dos libros:  Esdras 1-6: A partir del decreto de Ciro, los utensilios sagrados del templo son llevados de vuelta por Sasabassar (1) y un grupo de exiliados regresa bajo Zorobabel y Josué (2). Se construyó el altar y se dio inicio a la construcción del templo (3), la construcción fue interrumpida a causa de la oposición de los samaritanos (4), pero fue retomada y concluida (5-6).  Esdras 7-10: Esdras viaja a Jerusalén (1-2) e impone la disolución de los matrimonios mixtos (9-10).  Nehemías 1-7: Nehemías es comisionado y viaja a Jerusalén (1-2), inicia la construcción de los muros de la ciudad, a pesar de la resistencia de los samaritanos (3-4), realiza una reforma social (5), concluye las murallas (6) y repuebla la ciudad de Jerusalén (7).  Nehemías 8-10: Esdras lee la Ley frente al pueblo (8), realiza una ceremonia de expiación, por causa de los matrimonios mixtos (9)y exige del pueblo el compromiso de cumplir las exigencias de la Ley (10).  Nehemías 11-13: La ciudad de Jerusalén es repoblada (11.1-3), la población fue inventariada en diversas listas, con resalte para el clero (11.4-12.26), se procedió a la dedicación de las murallas de Jerusalén (12.27-43) y se presentó un resumen de toda la época de Esdras y Nehemías (12.44-13.3), mencionándose todavía las realizaciones de la segunda misión de Nehemías (13.4-31).1

Nelson Kipp, “Esdras y Nehemías”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 52, www.claiweb.org/ribla/ribla52/esdras%20y%20nehemias.html. 1

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Esta visión panorámica permite valorar, mediante una posterior lectura completa, si los resultados de los esfuerzos de los dirigentes alcanzaron el gran propósito final o si solamente se quedaron como un empeño loable por reconfigurar al pueblo de Dios en medio de una historia muy diferente a la que vivieron sus antepasados. El paquete textual es muy explícito en la presentación de los pros y contras de la reconstrucción, como sucede en todo proceso similar. Cada suceso tuvo sus propios conflictos y la esperanza que albergaron personajes como Nehemías, atravesó por diversos periodos también. “En tiempos pos-exílicos la desventaja político-económica de los judaítas de la tierra, delante del contexto de dominación de Persia, era muy grande. Las ideas de un nuevo éxodo, entendidas por la golah [la comunidad judía de la diáspora] como el trampolín para una restauración de la gloria salomónica del reino de Israel, se fue perdiendo en la medida en que los deportados eran confrontados con la dura realidad de la región de Judá”.2 La importancia de la clásica exhortación: “Levantémonos y edifiquemos…” de Neh 2.18b radica en que es un resumen de los sentimientos y las esperanzas de una fracción del pueblo que volvió al territorio perdido para iniciar una nueva etapa en la historia del pueblo, que seguía considerándose a sí mismo, a pesar de todo, elegido por Yahvé para dar testimonio a las demás naciones del mundo. Fue un llamado a realizar el proyecto como una “obra de fe”, más allá de las reales posibilidades de éxito y a enfrentar la oposición de todos los signos que tendrían en medio de su trabajo. La revisión de los lugares concretos adonde lo llevarían a cabo muestra que el liderazgo de Nehemías se complementó con la formación de una sólida red de relaciones de todo tipo a fin de convencer progresivamente a los diversos sectores para su realización: “La acción enérgica de Nehemías (2.18b) tropezó con las más vivas oposiciones. Oposición interna por una parte de los notables que tenían que colaborar con él (cf. Neh 3.5) y de algunos judíos (falta de Betel y de Belén en la lista de Neh 3). Pero, sobre todo, oposición de Sambalat, de Tobías y de Guesen (2,19)…”.3 En pocas palabras, había que enfrentar y derrotar a la oposición “interna” y “externa”, exactamente igual que hoy, con las proporciones bien guardadas, pero también mediante una sana identificación de los problemas y de la apertura de pistas posibles de solución.

Lília Dias Marianno, “Los/as extranjeros/as dicen: ‘Yahweh no nos excluirá de su pueblo!’. Manifiestos contra el imperialismo en la teología de reconstrucción”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 48, www.claiweb.org/ribla/ribla48/los%20estranjeros%20dicen.html. 3 Philippe Abadie, El libro de Esdras y de Nehemías. Estella, Verbo Divino, 1998 (Cuadernos bíblicos, 95), p. 52. 2

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2. CON LA CONFIANZA PLENA EN EL SEÑOR Conocen ustedes, además, el momento especial en que vivimos: que ya es hora de despertar [levantarnos] (egerthenai) del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando empezamos a creer. ROMANOS 13.11, La Palabra (Hispanoamérica)

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n el capítulo más famoso de San Pablo referido al origen de los poderes terrenales, el apóstol incorpora una reflexión y una exhortación sobre el momento especial (kairós) que vivían los creyentes de su época en la capital del imperio. Con ello estaba planteando que cada circunstancia o etapa que vive una comunidad de fe se ubica dentro del tiempo divino como parte de un proyecto superior que se desdobla en la existencia concreta de la misma. La comprensión de los tiempos divinos para que, sobre la marcha, se experimenten y se actúe en consecuencia, es uno de los grandes desafíos de las iglesias, lo cual, en primerísimo lugar, obligaría a practicar constantemente, entre otras cosas, la más sincera autocrítica, ¿pues cuántas veces en la vida estaremos a la altura de tamañas exigencias? En la sección abordada, a partir del v. 7, las exigencias vienen también desde fuera, porque el creyente, como parte de un sistema social, además de ser confrontado por los poderes políticos establecidos por su Dios (vv. 1-6) debe cumplir una serie de requerimientos que el apóstol resume muy bien: “Den a cada uno lo que le corresponda, lo mismo si se trata de impuestos que de contribuciones, de respeto que de honores”. Tales compromisos son ineludibles puesto que, al estar en el mundo, nadie está exento de ellos. Es la vertiente sociopolítica de la fe, podría decirse, ante la cual no valen excusas ni pretextos: o se es o no se es, plantea el texto. Las realidades terrenales son inevitables y han de experimentarse en su plena dimensión: los recursos económicos necesarios para mantener la vida social, en primer lugar, que en la forma de tributo entonces, han llegado hasta nuestra época en la forma de los impuestos. Karl Barth habla sobre la dimensión espiritual de esta práctica: “Los poderosos, las autoridades, los representantes oficiales de lo existente, ¿sacerdotes de Dios? Sí, precisamente ellos: toda su existencia, todo su poder, todo su singular estar justificados ante vosotros anuncia a voz en grito una cosa: la injusticia del hombre y, como meta, el mundo de Dios. ¿Cómo habríais de querer romper vosotros este orden que habla con tanta claridad de otro orden completamente distinto? No”.4 Las otras deudas, anticipa el v. 7, son de honor, y luego vienen las de amor, las “deudas éticas”, genuinamente humanas, porque a los creyentes no se les debe juzgar por su falta de amor al prójimo, subraya el v. 8, pues así se cumplirá la ley y los ciudadanos/as del Reino quedan exonerados de desobediencia legal: “Si con alguno tienen ustedes deudas, que sean de amor, pues quien ama al prójimo ha cumplido la ley”. Por ello, la práctica consistente del amor nunca dañará a nadie, subraya. La totalidad de la ley está contenida en el gran mandamiento del amor al prójimo (vv. 9-10). El amor es la plenitud de la ley. Resueltos los aspecto socio-políticos y éticos, complicados a más no poder, viene el momento de situarse y participar en los tiempos de Dios, en el kairós que continuamente se manifiesta en la iglesia. A sabiendas de que se vive como parte de él, es preciso “levantarse”, verbo activo y estimulante, y “despertar del sueño” porque la salvación definitiva está cada vez más cerca que cuando se creyó en el Evangelio por primera vez (v. 11). Dice Barth. “Sólo conociendo el instante eterno hace el amor lo que hace. Por eso, el amor es el obrar propiamente revolucionario”.5 La alusión al “sueño” puede ser objeto de múltiples lecturas: visto positivamente, es el momento del despertar, de levantarse para dar inicio a la novedad, a la novedad radical que nos ofrece el Señor, que

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K. Barth, Carta a los romanos. Trad. de A. Martínez de la Pera, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1998, p. 565. Ibid., p. 571. 7


siempre nos llama a ella. Es la forma natural del inicio, de la posibilidad de acceder a algo que no conocemos y que nos está esperando. El tiempo del sueño es un tiempo de inconsciencia, de desconocimiento, de sometimiento al imperio de un tiempo que aún no ha sido invadido por la superioridad y grandeza de miras del tiempo divino. Es como estar atrapados en el tiempo humano, circular, cerrado, sin rupturas posibles. Pero visto negativamente, quizá pueda significar también que nos hemos “dormido en nuestros laureles”, que ha dependido de nosotros la capacidad de sobreponernos al descanso, a la comodidad, a la repetición fácil y mecánica de las cosas que hemos hecho durante años. Como comenta Barth, “subirnos” al tiempo de Dios es entrar a una esfera de nuevas y grandes realizaciones, que rebasan siempre nuestras expectativas: “Por tanto, el tiempo debe llegar a ser primero tiempo cualificado, tiempo de cambio y de avance, tiempo de las posibilidades éticamente negativas y éticamente positivas. Y, en este sentido, frente a ese instante eterno igual de extraño a todos los tiempos hay distinciones de tiempos, tiempos de la cercanía y tiempos de la lejanía, tiempos de la noche y tiempos de la mañana que despunta, tiempos de dormir y tiempos de despertar”.6 Despertar, en ese sentido, sería salir de nosotros mismos, de nuestra complacencia y aceptar ser tomados por planes de vida mayores, supremos, los planes divinos. El horizonte escatológico paulino salta a la vista: el Señor viene y vendrá de nuevo, y nos debe encontrar despiertos, es decir, actuando en su nombre y al servicio de su Reino:

¿Quién nos manda convertir la espera del final, de aquel instante en el que los vivos transformados y los muertos resucitados están juntos ante Dios (1 Cor 15.51-52) en la espera de un espectáculo tosco, brutal, teatral y, si éste «se demora» con razón, echarnos de nuevo a dormir a pierna suelta, y poner al final de la dogmática un inocuo capitulito “escatológico” como recuerdo de que debemos y queremos acordarnos? Lo que se “demora” no es la parusía, sino nuestro despertar.7

En Efesios 5.14 (“Despierta tú que estás dormido,/ levántate de la muerte,/ y te iluminará Cristo”), el apóstol recurre otra vez a esa imagen para insistir en la necesidad de salir del sueño para ser alumbrados por la luz de Cristo. La contraposición con la presencia de la noche (12a) es un juego visual mediante el cual el apóstol exhorta a la movilización, a la creatividad, a salir del anquilosamiento y, diríamos hoy, del conservadurismo en muchas de sus formas. Dejar de incurrir en las “prácticas nocturnas” que aún nos acechan (12b), permitirá atisbar el impacto de la luz de Dios en nuestras vidas (12c), sumarnos al proyecto mayor que viene de lo Alto. Ello permitirá estar por encima de las acciones nocivas que prevalecen en mundo (v. 13) y garantizar el revestimiento en la persona de Jesucristo, Jefe y Cabeza de la iglesia (v. 14).

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Ibid., pp. 572-573. Ibid., p. 574. Énfasis agregado. 8


3. CON UNA MISIÓN INELUDIBLE

Tengan, por tanto, en cuenta a quien soportó una oposición tan fuerte de parte de los pecadores. Si lo hacen así, el desaliento no se apoderará de ustedes. […] Así pues, ármense de valor y no se dejen vencer por el cansancio… HEBREOS 12.3, 12, La Palabra (Hispanoamérica)

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odo el ímpetu demostrado por Nehemías y los demás líderes judíos que encabezaron la reconstrucción de las murallas de Jerusalén y del templo, ejemplifican y simbolizan el ánimo que debe prevalecer en cualquier esfuerzo comunitario que se realice en nombre de Dios. Su época demandaba no solamente entusiasmo sino una disciplina y un convencimiento indomables para llevar a cabo esa tarea titánica. El ambiente no era lo suficientemente propicio y había que luchar, como casi siempre, contra la oposición interna y externa. Acaso uno de los aspectos más complejos de este proyecto sería la reconstrucción de la identidad, como parte de un paquete histórico y teológico más amplio, enorme en su concepción y en su ejecución por parte de aquellos que regresaron del exilio en diversas etapas. Para hacerse una idea de las dimensiones de la empresa y de su duración en el tiempo (estamos hablando de alrededor de 20 años), es útil citar a Neftalí Vélez:

Unos 42 000 exiliados (golàh) de Babilonia regresaron a Jerusalén, acogiéndose al edicto promulgado por Ciro (538 a .C.) en el amanecer del imperio de los persas, nuevos dueños del mundo conocido. Los primeros dirigentes o “comisarios” nombrados por Ciro (539-530 a.C.), no consiguieron, en los primeros años, llevar a cabo la reconstrucción del templo de Jerusalén (Esd 4.24). La labor solamente se realizó después de la caída de Cambises (530-522 a.C.), entre los años 520-515 a.C., cuando ya estaba en el poder Darío (522-486 a.C.).8

Los dirigentes y el pueblo mismo tuvieron que reconstruirse a sí mismos a la luz del pacto de Dios había hecho con ellos. Tenían que preguntarse en qué consistía realmente su identidad, si solamente en aspectos religiosos, culturales o políticos, etcétera. Otro cuestionamiento era muy acuciante: ¿cómo construir o reconstruirse sin desconocer su pasado con todas sus cosas positivas y sus contradicciones? El periodo posexílico puso en juego diversas opciones de reconstrucción y había que trabajar en ellas sobre la marcha, asumiendo o desechando aquellas propuestas que contribuyeran de manera clara a la misión ineludible: colocar de nuevo en la historia al pueblo de Dios, con un gobierno sólido y una estabilidad social (y espiritual) mínima. No era poca cosa enfrentar la devastación, el desaliento y la oposición. Ante estructuras vitales inexistentes, un ánimo inconstante en muchos grupos y sectores y, finalmente, la necesidad de una capacidad política firme para enfrentar los obstáculos, la misión se agigantaba y parecía imposible de realizar. De la misma manera, hoy las iglesias tienen que reconstruirse continuamente a la luz del pacto eterno de Dios con su pueblo. El autor de la carta a los Hebreos advirtió la necesidad de estimular, de alentar a los creyentes para no desmayar ante una situación similar. Su argumentación en el capítulo 12 es eminentemente histórica, como continuidad con el capítulo 11, y después cristológica, para fundamentar todos los esfuerzos N. Vélez Chaverra, “Reconstrucción e identidad: la www.claiweb.org/ribla/ribla9/reconstruccion%20e%20identidad.htm. 8

alternativa

de

Esdras”,

en

RIBLA,

núm.

9, 9


individuales y comunitarios en la persona misma del Salvador y Señor, dueño de la iglesia, cabeza y conductor de la misma. Si él había peleado la gran batalla de la fe, eso mismo debería ser el motor para una actitud incansable que no se debía someter a los vaivenes del ánimo. En ese sentido, son tres los aspectos morales, espirituales y hasta psicológicos que maneja el texto (vv. 3 y 12): a) no permitir que aumente el desaliento; b) armarse de valor; y c) no dejarse vencer por el cansancio. Ante los embates de la realidad y, en la actualidad, de las estadísticas negativas, ser dominados por el desaliento es una alternativa poco fiable y hasta incompatible con los propósitos divinos. Por definición, el Espíritu Santo anima, levanta y empuja a las comunidades a realizar su misión aun cuando los signos visibles no sean los más adecuados para realizarla. Él impulsa, alienta, ofrece ánimo y espíritu para levantarse cada vez y retomar las tareas encomendadas. Específicamente, ser iglesia en la historia con una misión ineludible, obliga a replantearse continuamente el grado de ánimo y disposición que se tiene para encarnar al pueblo de Dios en el mundo, pero siempre con una visión clara de la razón por la que se ha formado una comunidad. En segundo lugar, el antiguo lugar común de “armarse de valor” para enfrentar la misión encomendada reaparece en el lenguaje del Nuevo Testamento para armar a la comunidad con un elemento que debía caracterizar a todos los creyentes, como personas y grupos, para ser representantes efectivos de los planes divinos. “Ser valientes” no es una mera actitud voluntarista y, por ello, transitoria, sino un ánimo permanente, no altivo, de respeto a los proyectos divinos y de fe en que se realizarán a través de los esfuerzos de la representación humana en el mundo. Finalmente, el cansancio es otro de los obstáculos a vencer en esta carrera en medio del tiempo, propicio o no, para avanzar en el servicio. No desmayar, retomar fuerzas, animarse mutuamente, sustituirse y apoyarse, entre tantas posibilidades, todo ello debe contribuir a mantenerse frescos y atentos en la consecución de la misión propuesta, la gran carrera de la que habla el Nuevo Testamento en varios lugares. Por ello, no debe perderse de vista que la misión recibida debe ser asumida de diversas maneras según los tiempos y lugares que experimente la iglesia.

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Febrero “SI JEHOVÁ NO EDIFICA LA CASA…”: LA IGLESIA COMO PROYECTO DIVINO 1. LA IGLESIA, VANGUARDIA DE DIOS EN LA HISTORIA Todo lo ha puesto Dios bajo el dominio de Cristo, constituyéndolo cabeza suprema de la Iglesia que es el cuerpo de Cristo, y, como tal, plenitud del que llena totalmente el universo EFESIOS 1.22-23, La Palabra (Hispanoamérica)

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a carta a los efesios bien podría ser considerada un auténtico “resumen y manifiesto eclesiológico”, pues la conciencias comunitaria que promueve y la clara visión sobre el proyecto de Dios en la historia adquiere dimensiones extraordinarias. Así se aprecia en el inicio mismo de la epístola, en donde, luego de una amplia introducción con un tono celebratorio y hasta lírico, el apóstol Pablo afirma la existencia de la iglesia como una suerte de “vanguardia de Dios en la historia”, es decir, la punta de lanza del proyecto divino de salvación para la humanidad y la creación entera. La grandeza de la visión paulina consiste en que, al escribir a la comunidad cristiana de Éfeso, es capaz de trascender el aspecto local y de proyectarse hasta la comprensión de los planes de Dios. Luego del saludo y una doxología exaltada que bien hacen las más recientes traducciones en colocar en verso, en la que el apóstol invita a la alabanza de Dios (1.1-3), se introduce progresivamente el tipo de conocimiento al que los elegidos/as en Cristo (1.4-6, notable el giro del v. 6, en el que se afirma que la bondad de Dios “se convierte en himno/ de alabanza a su gloria”) tienen ahora acceso. La muerte de Jesús libera y perdona pecados (7) y ese “derroche de gracia” (8a) llena de sabiduría e inteligencia a los/as creyentes (8b) para comprender “sus designios más secretos” (9a), los que “benévolamente/ había decidido realizar/ por medio de Cristo” (9b) al llevar a la historia “a su punto culminante” y lograr que “todas las cosas,/ las del cielo y las de la tierra,/ recuperen en Cristo su unidad” (10). Semejante conocimiento, agrega en los vv. 11 y 12, permite que los integrantes de la comunidad participen “de la herencia/ a la que hemos sido designados de antemano” (11b) y ellos y ellas, en un acto de alquimia divina de salvación se convertirán, también, “en himno [poema]/ de alabanza a su gloria” (12b). Todo lo cual se acompaña del maravilloso “sello del Espíritu prometido” (13). A partir del v. 13 hace su aparición la intensa “conciencia eclesiológica”, individual y comunitaria, que el apóstol desea promover en sus lectores/as y oyentes y en el v. 14 subraya que los integrantes de la comunidad son parte del “pueblo adquirido por Dios” y nuevamente destaca la acción poética divina de convertir a todo el conjunto de redimidos “en himno de alabanza a su gloria”. Ésa es la percepción que alcanza paulatinamente el apóstol, la de que Dios está construyendo en el mundo una presencia suya mediante la comunidad de redimidos/as en Cristo que vendrán a constituirse en vanguardia del Reino de Dios en el mundo, llevando sobre sí la conciencia y la experiencia de que Dios está transformándolo para su gloria, a pesar de que los signos visibles vayan incluso en un radical sentido contrario. El v. 15 (ya en prosa, para mostrar el cambio de tono del discurso) da fe del testimonio del que ya se tiene noticia de la comunidad de Éfeso, y el 16 de la manera en que el apóstol ora por ella. El 17 expresa el contenido de la misma: que ella sea capaz de tener a su disposición “un espíritu de sabiduría y de revelación” que les haga conocer muy bien a su Dios. Y que sus ojos se llenen de luz “para que conozcan [: a)] cuál es la esperanza a la que los llama, [b)] qué inmensa es la gloria que ofrece en herencia a su pueblo y [c)] qué formidable la potencia que despliega en favor de nosotros los creyentes, manifestada en la eficacia de su fuerza poderosa” (18-19). Ser vanguardia de Dios en la historia es poseer todo esto: fe, sabiduría, esperanza y confianza en que los planes de Dios han de realizarse plenamente gracias a su poder desplegado en medio de los conflictos históricos, que se manifestará inevitablemente sobre “todo principado, potestad, autoridad y dominio, y por 11


encima de cualquier otro título que se precie de tal, no sólo en este mundo presente, sino también en el futuro” (21), después de haber resucitado a Jesús y de colocarlo en el cielo al lado suyo. Así, la comunidad cristiana en medio del mundo, con Jesucristo como su cabeza indiscutible (22), consciente de toda esta superioridad cósmica, histórica y espiritual, estará en condiciones de actuar en consonancia con los grandes proyectos de su Señor y Salvador (23). Tal como resume Mariano Ávila Arteaga: Dios nos ha incorporado a ser parte vital de su proyecto que consiste en ser artesanos de la paz-shalom en un mundo desarticulado, alienado y deshecho socialmente. Por la obra e intervención del Espíritu Santo en nuestra vida, somos ahora parte del plan eterno de Dios por medio de Jesús el Mesías, nuestro libertador y Señor. Los proyectos globalizadores de los poderes que operan en nuestro mundo y en nuestras sociedades, también nos convocan a vivir de acuerdo con sus valores y metas para organizar la vida humana son proyectos que prometen la armonía y bienestar sociales. Nosotros tenemos otro Señor y otro proyecto para construir, junto con el crucificado, un proyecto alternativo de genuina paz y armonía en toda la creación.9

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M. Ávila Arteaga, Carta a los efesios. Miami, Sociedades Bíblicas Unidas, 2008, pp. 55-56. 12


2. UNA IGLESIA AL SERVICIO CONTINUO DEL REINO DE DIOS El reino de Dios no consiste en lo que se come o en lo que se bebe; consiste en una vida recta (dikaiosúne), alegre (xarà) y pacífica (eirene) que procede del Espíritu Santo. Quien sirve así a Cristo, agrada a Dios y se granjea la estima humana. ROMANOS 14.17-18, La Palabra (Hispanoamérica)

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n 1984 apareció un libro titulado Conversión de la iglesia al Reino de Dios, del profesor vasco-salvadoreño Ignacio Ellacuría. El subtítulo, Para anunciarlo y realizarlo en la historia, era todo un manifiesto para la vida y misión de la cristiandad en todas partes. Allí, se plantea la urgente necesidad de que las comunidades cristianas opten efectivamente por un servicio ineludible e inexcusable a favor del crecimiento de la presencia del Reino de Dios en el mundo. Lejos quedaba la idea añeja consistente en identificar ambas realidades , como si fueran sinónimas: la iglesia, en realidad, es apenas un signo más de la amplia acción de Dios para establecer su Reino en medio de los conflictos y contradicciones humanos. Cinco años después, Ellacuría caería abatido por las balas de los sicarios que acabaron con las vidas de varias personas en la Universidad Centroamericana de San Salvador, de la que Ellacuría era nada menos que el rector.10 Lamentablemente, compartió el mismo destino martirial del arzobispo Óscar Arnulfo Romero. A 25 años de su muerte, refulge con enorme claridad la manera en que abordó esta temática desde las primeras páginas:

Una y otra vez hay que volver a recuperar la Iglesia de sus lacras históricas para que realmente se ponga al servicio del Reino de Dios que predicó Jesús. […] Porque si el Reino de Dios no puede concebirse adecuadamente al margen de la iglesia que ayuda a realizarlo, mucho menos puede concebirse la Iglesia cristiana al margen del Reino de Dios. Podrá ser difícil encontrar el equilibrio adecuado entre las cosas del Reino y las cosas de la Iglesia, pero ese equilibrio no podrá encontrarse si, ante todo, no se da prioridad al Reino sobre la Iglesia…11

Y agrega. “La Iglesia debe tener un centro fuera de sí misma, un horizonte más allá de sus fronteras institucionales, para orientar su misión y aun para dirigir su configuración estructural. Y este centro y horizonte no pueden ser otros que los que tuvo la evangelización de Jesús: el Reino de Dios”.12 En efecto, la Iglesia solamente puede tener un eje gravitacional que esté fuera de ellña misma, es decir, el mensaje central de Jesús de Nazaret: la venida inevitable del Reino de Dios para hacerse una realidad plena en todos los espacios de lo humano y de la creación. Ante un panorama así, es necesario preguntarse qué tipo de vinculación y de articulación entre la iglesia y el Reino de Dios estableció el Nuevo Testamento luego de los énfasis nacionalistas que se perciben en los evangelios y que debieron ser superados en la experiencia de las comunidades seguidoras de Jesús de Nazaret (quien le otorgó mayor universalidad a la comprensión de los alcances del Reino de Dios) y el resto de los documentos neo-testamentarios. Una posible respuesta la aporta San Pablo al dirigirse a la comunidad de Roma: es preciso superar también la identidad del Reino con las prácticas, prohibiciones o rituales domésticos que se presentan como vías de acceso a su enorme complejidad y exigencia de compromiso. Pocas veces se refiere este apóstol al Reino de Dios (apenas unas 7 u 8), pero cuando lo hace muestra que ha podido ir más allá del esquema nacionalista judío y, aun cuando su horizonte escatológico no deja de Juan José Tamayo-Acosta, “Ellacuría vive”, en Babelia, supl. de El País, 14 noviembre de 2014, http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/12/babelia/1415808080_942077.html 11 I. Ellacuría, Conversión de la iglesia al Reino de Dios. Para anunciarlo y realizarlo en la historia. Santander, Sal Terrae, 1984 (Presencia teológica, 18), p. 7. 12 Ibid., pp. 13-14. Énfasis agregado. 10

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aparecer, percibe consistentemente al Reino de Dios como la gran realidad que Dios ha querido instaurar en la historia, a contracorriente de la dinámica humana, material y política prevaleciente. Como explica Ellacuría, en San Pablo aparece una comprensión de que el Reino “no es un concepto espacial ni un concepto estático, sino una realidad dinámica: no es un reino, sino un reinado, una acción permanente sobre la realidad histórica”.13 Precisamente en esa línea se mueve el apóstol, cuando subraya lo que no es el Reino, en Romanos 14.17 y en I Corintios 4.20, cuando ataca la creencia, primero, de que el Reino puede ser definido en términos de prácticas rituales o prohibiciones, o en segundo lugar, al momento de negar que consista únicamente en palabras sino en poder o eficacia, es decir, una actitud meramente teórica o discursiva que sólo pretenda expresar creencias o ideas sin apuntalarse efectivamente en las acciones: “El contexto de este pasaje está en la disputa de Pablo frente a los que perturban la fe de la comunidad de Corinto. Pablo les señala a estos supuestos privilegiados que el Reino es eficaz no por la belleza de las palabras, que serían el arma de este grupo, sino por el poder divino manifestado en Cristo Jesús a través de la Cruz. Por eso, San Pablo les señala los sufrimientos por los que debe pasar el verdadero apóstol de Cristo”.14 La parte positiva de las afirmaciones paulinas sobre el Reino de Dios apuntan más bien hacia lo que Dios espera de los integrantes de su iglesia y de ésta como un conjunto visible y actuante en el mundo: en Ro 14.1718 se destacan algunos aspectos fundamentales para evidenciar la presencia del Reino de Dios en la actuación y conciencia de la iglesia: la rectitud (justicia), la alegría y el pacifismo producido por el Espíritu Santo, un auténtico programa de acción para regir y conducir el comportamiento, la organización y la proyección de la iglesia en el mundo, esto es, zonas de la praxis que con demasiada frecuencia son dejadas de lado por las vertientes institucionales del cristianismo en su afán por cumplir planes y programas que, sin separarse totalmente de los postulados esenciales de la existencia de la iglesia, tienen a veces a reproducir modelos de misión similares a los de otras instituciones o ideologías. Si la iglesia quiere servir adecuadamente a Dios en el horizonte de su Reino, deberá adaptar siempre su mensaje, pensamiento y acción a esos planteamientos paulinos que resumen la manera en que una sana comprensión y vivencia del Reino orientan todo lo que la iglesia quiera hacer en el mundo para no alejarse de la naturaleza, alcances y límites que Dios quiere para ella. En términos de la rectitud e integridad, nada de lo que haga o piense deberá realizarse sin apego a la justicia como factor definitorio de la salvación; de la alegría, como una actitud predominante para vivir y actuar; ni de la paz, como muestra indiscutible de la búsqueda del bienestar total para la humanidad.

Ibid., p. 16. Énfasis agregado. Carlos Rosell de Almeida, “Reino de Dios en San Pablo”, http://ec.aciprensa.com/wiki/Reino_de_Dios_en_San_Pablo#El_Reino_de_Dios_en_la_predicaci.C3.B3n_de_Pablo. 13 14

en 14


Marzo “AMPLÍA EL ESPACIO DE TU TIENDA…”: CRECER COMO IGLESIA EN TODOS LOS SENTIDOS 1. EL CRECIMIENTO DE LA IGLESIA Amplía el espacio de tu tienda, despliega sin reparo tus lonas; alarga tus cuerdas, afianza tus clavijas, pues vas a extenderte a derecha e izquierda… ISAÍAS 54.2-3a, La Palabra (Hispanoamérica)

I

saías 54 forma parte de la segunda parte del gran libro profético, la que ha sido vista “como el mensaje de un profeta ‘misionero’ que convoca a los ‘paganos’ a convertirse a Yavé” o “como una propuesta hacia adentro, al propio Israel. En el primer caso, el profeta habla desde la superioridad de una fe que los otros no tienen; en el segundo, lo hace desde la nada, desde el sufrimiento”.15 En nuestro medio, se ha leído, ya sea en una fuerte clave individualista o con énfasis en la existencia y misión de la iglesia, sin considerar que el contexto, en efecto, puede equipararse al de las comunidades de fe que forman parte del pueblo de Dios que, en determinados momentos se encuentran en procesos de reconstrucción, como era el caso de quienes estarían por volver del destierro de Babilonia. Quienes estaban por experimentar semejante cambio histórico necesitaban un fuerte aliento que les permitiera retomar el camino y el contacto con el Dios de sus padres. El profeta que escribe es un “reconstructor de la utopía” que busca contribuir a sacar de Israel “de en medio de las naciones, donde vive desmembrado y sin identidad”.16 Salir del desencanto para asumir nuevamente los planes de Dios era el enorme desafío que tenían todos, tanto el pueblo como sus líderes sociales y espirituales. Ante ese trasfondo hay que situarse en la actualidad al momento de tomar las hermosas palabras de los vv. 2 y 3, en el sentido de que se propone una expansión, un crecimiento necesario que remita a la aceptación de un destino ligado a los inmensos, pero a veces incomprensibles planes de Dios. El pueblo y la ciudad, en particular, son una mujer a la cual se dirige el Señor después del gran cántico del Siervo del capítulo anterior y la metáfora conyugal aparece como una alegoría que especifica la manera en que se volverá a relacionar Yahvé con su pueblo como una esposa reencontrada y con quien las cosas volverán a estar bien para superar los dolores y traumas pasados: “Alégrate estéril, que no concebías;/ grita de júbilo, tú que no parías,/ pues tiene más hijos la abandonada/ que la casada, dice el Señor” (v. 1). Israel necesita estar consciente de la expansión que el Señor espera de él y la figura de la cabaña o la tienda en crecimiento funciona también como una imagen de la reconstrucción y la mejoría en todos los sentidos que deberá vivir el pueblo en su conjunto. La soltería y la viudez (v. 4) son imágenes relacionadas con el aparente alejamiento de Dios. Dios vuelve a ser el esposo del pueblo y la visión de universalidad de esa relación recuperada es magnífica: “Pues tu esposo será tu Creador,/ su nombre es Señor del universo;/ tu redentor será el Santo de Israel,/ llamado Dios de toda la tierra” (v. 5). Lo sucedido con anterioridad, una serie de experiencias sumamente dolorosas asociadas al castigo, el exilio y el sufrimiento, quedará en el pasado: “Como a esposa abandonada y afligida/ te volverá a llamar el Señor,/ pues no podrá ser repudiada/ la esposa de la juventud,/ — dice tu Dios —“ (v. 6). La promesa nueva está llena de afecto y ternura. “Como a esposa abandonada y afligida/ te volverá a llamar el Señor,/ pues no podrá ser repudiada/ la esposa de la juventud,/ — dice tu Dios —” (vv. 7-8). En la segunda parte del cap. (vv. 11-17) domina la imagen de la ciudad:

José S. Croatto, “El Déutero-Isaías, profeta de la utopía”, en Revista de Interpretación Bíblica Lationoamericana, núm. 24, www.claiweb.org/ribla/ribla24/el%20deutero%20isaias.html. 16 Idem. 15

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En el orden físico la ciudad ha de ser reconstruida, es lo primero. Ahora bien, la ciudad ha de tener un destino, una función que justifique su existencia. La ciudad ha de ser centro de convivencia justa y pacífica (Sal 122). La ciudad está amenazada por un peligro interno y otro externo, vinculados entre sí. […] La justificación del castigo a manos del enemigo es la injusticia interna (Jr 34) Eso pasó, y el futuro inaugura una nueva era que resuelva dichos peligros: primero, la ciudad, será reconstruida […]; segundo, volverá a ser morada de justicia (Is 1.21); tercero, el enemigo no podrá acusarla y condenarla […] El Señor garantiza con su acción las tres cosas.17

Como Jerusalén y el pueblo, la iglesia de todos los tiempos está llamada a crecer en todos los sentidos, a “ampliar el espacio de su tienda”, si es que quiere participar consistentemente en los planes y proyectos de Dios. Al trasladar las visiones proféticas antiguas al terreno de la cristiandad, una gran tentación consiste en igualar todos los sucesos y hacerlos equivalentes, como si no hubiera diferencias efectivas e importantes, y vaya que las hay. Por ejemplo, la visión de universalidad de la iglesia supera cualquier reduccionismo nacionalista anterior. Una iglesia puede crecer, básicamente, cuando adquiere conciencia de su papel en los planes divinos y cuando se sitúa ante ellos con humildad para participar en ellos al esperar la manera en que la creatividad del Espíritu se manifieste en medio de ella. Únicamente podrá crecer en la medida en que sus condiciones de fe y servicio manifiesten los alcances de la gracia de Dios en su seno. De ahí que el “éxito” de una iglesia no dependa de su capacidad económica o aglutinante sino de su disposición para ser un vehículo efectivo de esa gracia que siempre querrá manifestarse para salvar a quienes, como dice el texto clásico de Hechos 2.47, el señor desee agregar a la comunidad: “Por su parte, el Señor aumentaba cada día el grupo de los que estaban en camino de salvación”.

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L.A. Schökel y J.L. Sicre Díaz, Profetas. Comentario. I. Madrid, Cristiandad, 1980, p. 337. 16


2. CRECER EN LA GRACIA Y EN EL CONOCIMIENTO SIEMPRE Y crezcan [auxánete] en gracia [xáriti] y en conocimiento [gnósei] de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él la gloria ahora y por siempre. Amén. II PEDRO 3.18, La Palabra (Hispanoamérica)

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l apóstol Pedro —sí, el antiguo pescador de Galilea llamado por Jesús a seguirlo—, explicó con notable claridad el propósito de sus cartas las comunidades a las que se dirigió: “En ambas pretendo despertar mediante recuerdos su sincera conciencia, para que rememoren el mensaje anunciado en otro tiempo por los santos profetas, y el mandamiento del Señor y Salvador que les transmitieron sus apóstoles” (II P 3.1-2). Lo primero, “despertar mediante recuerdos sincera conciencia” es un ejercicio de anamnesis, “lucha contra el olvido” que permita a la comunidad adentrarse en el pasado con una mirada nueva a fin de que, en segundo lugar se “rememore el mensaje” anunciado desde antiguo por los profetas y todo se enlace con los mandamientos del Señor Jesucristo transmitidos por sus apóstoles. El contexto del mensaje de Pedro es una “crisis de esperanza”, puesto que el Señor había anunciado su retorno próximo y éste no había acontecido aún: A la situación de presión social a la que hacía alusión de I Pedro, se había venido a sumar el conflicto que representó para los cristianos la caída de Jerusalén sin que se cumpliera la promesa de la segunda venida del Maestro. Esta situación que sin duda representó un factor de confusión o al menos de desánimo interno para algunos miembros de la comunidad se agravó cuando los oponentes al proyecto de vida cristiana, a quienes Pedro llama “gente que vive de acuerdo a sus propios malos deseos”, comenzó a burlarse de la esperanza que se alimentaba en la predicación de los apóstoles y en la promesa del Señor.18

En sí, el problema no era la credibilidad que merecía la promesa del Señor a cerca de su regreso sino la capacidad de las comunidades para renovar su esperanza ante cada acometida de la realidad en su dureza. La respuesta de las comunidades del N.T. había sido un tanto ambigua, pero exigente: “Una primera interpretación fanática provocó cierta tensión, de la que nos habla Pablo 1 y 2 Tes. Ahora, la comunidad tenía necesidad de que se avanzara un poco más en la larga y compleja evolución de la esperanza escatológica, para que la atención se dirigiese a una esperanza más profunda, digamos ‘cualitativa’. Nuestra carta es la expresión más clara de una fase aguda de este cambio de conciencia”.19 En medio de todo ello, el apóstol Pedro quiere garantizar y establecer sólidamente en la conciencia que no se puede dudar de los anuncios del Señor, para luego pasar a otro plano de exhortación, es decir, al terreno de los hechos cotidianos, donde el deseo y la voluntad de Dios era “crecer en gracia y en conocimiento”. Para ello, se advierte de la presencia de “charlatanes” que se burlarán de la promesa de Jesús (vv. 3-5) Ello, dice la carta, no comprenden los tiempos de Dios ni las enseñanzas de la historia de salvación (v. 6, 8). El siguiente punto es una lección de perspectiva escatológico-ecológico-cósmica, se diría hoy, acerca del destino de todas las cosas: “En cuanto a los cielos y la tierra actuales, la misma palabra divina los tiene reservados para el fuego, conservándolos hasta el día del juicio y de la destrucción de los impíos” (v. 7). La paciencia de Dios es la razón de semejante “tardanza” (v. 9) y el “factor sorpresa” sigue siendo la clave del retorno del Señor, cuando todo será colocado en su justa proporción y en el lugar que le corresponde (v. 10) como parte de una visión inevitablemente apocalíptica.

Raúl Humberto Lugo Rodríguez “‘Esperen el día de la llegada de Dios y hagan lo posible por apresurarla…’ (2 Pe. 3,12): las cartas no paulinas como literatura de resistencia”, en RIBLA, núm. 13, www.claiweb.org/ribla/ribla13/esperen%20el%20dia.html 19 Idem. 18

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A la luz de esas realidades futuras, el desafío es, en el presente, vivir una vida “entregada a Dios” y extremadamente “fiel” (11b), para así esperar de manera militante y “acelerar la venida del día de Dios” (12a). “El autor, para animar la resistencia de la comunidad ante el peligro de una pérdida de esperanza, no pone el acento en la segunda venida de Cristo, sino que muestra una verdad de fondo que los adversarios parecen no tener presente: Dios es el que conduce la historia; él la ha iniciado, la sostiene con su palabra y la llevará a un fin seguro”.20 La “proyección cósmica” de la esperanza se remite hasta la tercera parte del profeta Isaías: “Nosotros, sin embargo, confiados en la promesa de Dios, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva que sean morada de rectitud” (13). Allí entronca la exhortación para esforzarse “en vivir en paz con Dios, limpios e intachables” (14) y a considerar que “la paciencia de nuestro Señor es para nosotros salvación” (15). La advertencia apostólica, no sólo de su parte (15b-16), está hecha para vivir de esa manera. Por lo tanto, lo que procede es “montar guardia” (17a) estar siempre atentos para no caer en las garras del error ni se desmorone la firmeza actual (17b). La insistencia en crecer (18a) resulta consecuente con la cierta desesperación mostrada por el apóstol al referirse a anhelar ya la “leche espiritual” (to logikón ádolon gála, I P 2.2) para crecer (similar a lo expresado en Hebreos 5.12: “Después de tanto tiempo, deberían ser ya maestros consumados. Pero no, aún tienen necesidad de que se les enseñe cuáles son los rudimentos del mensaje divino. La situación de ustedes es tal, que en lugar de alimento sólido, necesitan leche todavía”), nuevamente con ese énfasis, y profundizar en la salvación. Crecer en la gracia consistiría en obtener un máximo de credibilidad y de confianza en el mundo para ser dignos no solamente de aceptación social sino de impacto profético a través de una práctica consolidada de las enseñanzas del Maestro que efectivamente impacten al resto de la sociedad. Crecer en el conocimiento del Señor Jesucristo s un inevitable avance teológico que permita discernir lo que sucede y tomar las determinaciones en consecuencia más efectivas para situarse adecuadamente en el horizonte del propio Señor. “La capacidad de contemplar la problemática que nos rodea y dejarnos cuestionar por ella, no debe hacernos perder la visión contemplativa del que sabe que Dios actúa en lo pequeño y en los pequeños, y que la historia, a fin de cuentas, no la escriben los poderosos, sino el sencillo pueblo de los pobres”.21 Que Él nos permita transitar sólidamente por ese camino.

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Idem. Idem. 18


3. CRECER A CONTRACORRIENTE EN UN MUNDO ADVERSO Por entonces, al crecer extraordinariamente el número de los discípulos, surgió un conflicto entre los creyentes de procedencia griega y los de origen hebreo. Aquellos se quejaban de que estos últimos no atendían debidamente a las viudas de su grupo cuando distribuían el sustento diario. […] El mensaje de Dios se extendía y el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén. Incluso fueron muchos los sacerdotes que abrazaron la fe. HECHOS 6.1, 7, La Palabra (Hispanoamérica)

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oda comunidad cristiana es un “laboratorio de eclesiología” y, como tal, reproduce, en su tiempo y circunstancia, los pasos de las primeras comunidades del Nuevo Testamento, socialmente y en el esquema cristológico de vida-muerte-resurrección. La “eclesiogénesis” es un proceso de formación, reproducción e inserción de las formas comunitarias cristianas en medio de las diversas sociedades históricas, las cuales no siempre reaccionan favorablemente a dicho proceso. La eclesiogénesis es “hacer nacer a la Iglesia”, un “recomenzar de la Iglesia”. En palabras de Leonardo Boff: “No se trata de la expansión del sistema eclesiástico vigente, asentado sobre el eje sacramental y clerical, sino de la emergencia de una forma distinta de ser Iglesia, basada sobre el eje de la Palabra y del seglar [laico/a]. Es previsible que de este movimiento que se está adueñando de la Iglesia universal surja un nuevo tipo de presencia institucional del cristianismo en el mundo”.22 Como protestantes, con frecuencia olvidamos que en el ámbito hispano-católico venimos de una muy prolongada era (la llamada Cristiandad) en la que ser creyente o no nunca fue una opción real para las personas Fue necesario que esa forma de ser creyentes en comunidad corporativa, autoritaria e impuesta por la fuerza de la costumbre y hasta de las armas, literalmente muriera para dar paso, entonces, al “nacimiento de la iglesias”. Así lo planteó desde los años 70 una magnífica obra del pensador chileno Pablo Richard. La muerte de la Cristiandad significó, por tanto, que la iglesia tenía, por fin, la posibilidad de desenvolverse en el mundo con sus propias armas y recursos y ya no depender de las imposiciones derivadas de su maridaje con los poderes políticos y económicos del momento. Así se lo preguntaba muchos años después: “¿Cómo nosotros, desde los pobres y sin poder alguno, podremos superar un modelo de cristiandad que tiene tanta estructura y poder? Ése es el reto. Aunque desde ya podemos decir, para trabajar con esperanza, que el modelo de cristiandad tridentino tiene mucha estructura y poder, pero poco Espíritu y Teología”.23 Habiendo discutido ya los dilemas del crecimiento numérico de la iglesia y esbozado los problemas que plantea la necesidad actual, y a veces hasta obsesiva, por tal crecimiento, es necesario confrontarse con los elementos escriturales y la historia misma de la iglesia para observar, analizar y preguntarle a los textos sagrados en qué momento surgió esa necesidad y si responde efectivamente a la dinámica planteada por ellos en algún momento. Precisamente Richard se ha ocupado de buscar en el libro de los Hechos el transcurrir del movimiento de Jesús antes de convertirse en iglesia institucional y encuentra que el énfasis no se encuentra, aunque se consigna (6.1, 7) en el crecimiento numérico de la comunidad sino en la manera en que estaba construyéndose a sí misma sobre la base de sus nuevas características raciales, sociales y culturales, como es el caso del conflicto entre las familias griegas y hebreas, conflicto obligado podría decirse, en un contexto intercultural. Richard lo comenta así: “No es, por tanto, un problema práctico de falta de servidores a las mesas, sino un problema profundo de

L. Boff, Eclesiogénesis. Las comunidades de base reinventan la iglesia. 4ª ed. Santander, Sal Terrae, 1984 (Presencia teológica, 2), p. 10. 23 P. Richard, “40 años de Teología de la Liberación en América Latina y El Caribe (1962–2002)”, en Rebilac, http://ar.geocities.com/rebilac_coordcont/richardtdl. 22

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discriminación de los Helenistas. […] La solución al problema de la discriminación de los Helenistas no es, por ende, aumentar el número de los servidores de las mesas, sino legitimar y organizar el grupo de los Helenistas”.24 La comunidad crece, en todos los sentidos, cuando está bien alimentada por la Palabra y la presencia del Espíritu. En Hechos 6 aparece claramente la voluntad incluyente de la comunidad al abrir sus puertas, no sin dificultades, a los que cada vez eran más diferentes a ellos. El cosmopolitismo de los helenistas desafiaba a los de origen judío a seguir en el camino de la inclusión motivada e instalada por el Espíritu, de modo que el crecimiento numérico de las comunidades, ayer y hoy, no necesariamente es un criterio para establecer juicios de valor sobre la calidad o la intensidad con que se viva la fe. Decir esto no es “curarse en salud” ante la realidad de las comunidades pequeñas sino, más bien,. Marcar una sana distancia con los énfasis triunfalistas y tratar de asumir el crecimiento integral, tal como aparece en las Escrituras. Al mundo a veces no le conviene que las iglesias crezcan, en otras no le importa en lo más mínimo, pero de cualquier manera los conflictos aflorarán tarde o temprano según se logre el ideal de este “crecimiento integral” al que somos llamados.

P. Richard, El movimiento de Jesús antes de la iglesia. Interpretación liberadora de los Hechos de los Apóstoles. Santander, Sal Terrae, 1998 (Presencia teológica, 105), pp. 76-77. 24

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Marzo-abril UN CORDERO INMOLADO: LA PASIÓN SEGÚN APOCALIPSIS 1. EL CORDERO QUE VINO DE DIOS Al día siguiente, Juan vio a Jesús que se acercaba a él, y dijo: —Ahí tienen ustedes al Cordero de Dios [jo ámnos tou theou] que quita el pecado del mundo. JUAN 1.29, La Palabra (Hispanoamérica) Así que una multitud, impresionada por el relato del milagro, salió en masa al encuentro de Jesús. En vista de ello, los fariseos comentaban entre sí: —Ya ven que no conseguimos nada; todo el mundo lo sigue. JUAN 12.18-19

A

cercarse una vez más a la última semana de vida de Jesús en los evangelios representa la oportunidad renovada de releer la manera en que los autores del texto sagrado consignaron su visión teológica de los acontecimientos ligados a las acciones salvíficas realizadas en la cruz y confirmadas por la resurrección del maestro galileo. “En el Nuevo Testamento Jesús es presentado como cordero en un triple aspecto, a) Hch 8.32 hace resaltar su paciencia en el sufrimiento; b) 1 Pe 1.19 con las expresiones ‘sin defecto y sin mancha’ pone de relieve la impecabilidad y perfección del sacrificio de Jesús; c) Jn 1.29, 36 señala la fuerza expiatoria de la muerte de Jesús, que quita, es decir, borra el pecado del mundo”.25 La figura del Cordero de Dios, tal como aparece en la tradición del Cuarto Evangelio y el Apocalipsis es un ejemplo de profundidad simbólica y de una sólida interpretación cristológica del Antiguo Testamento, particularmente del profeta Isaías, aplicada a la persona de Jesús como redentor del mundo. Como parte de ese proyecto, desde el inicio mismo del evangelio aparece en labios de Juan el bautista la afirmación central, al momento de “presentarlo” ante sus propios discípulos y ante quienes serían los testigos de sus actividades. Podría decirse que, luego de la presentación teológica, que se remite hasta la eternidad del Logos (1.1-14), a partir del v. 15 el texto deslinda la figura de Juan para preparar el escenario específico que ocupará Jesús. “La expresión ‘cordero de Dios’ significa el cordero escogido y predestinado por Dios. Las palabras ‘que quita el pecado del mundo’ (de todos los hombres, sin distinción de religión, raza o nacionalidad) señala a Jesús como a aquel que expía los pecados del género humano y trae la salvación esperada para los últimos tiempos”.26 Juan, quien ya había dado testimonio de Jesús diciendo que era superior a él (v. 15), y de explicar quién era él a una comisión del Sanedrín con base en Isaías 40.3 (vv. 19-28), al día siguiente pronuncia las solemnes y escuetas palabras de presentación : “Al día siguiente, Juan vio a Jesús que se acercaba a él, y dijo: —Ahí tienen ustedes al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (vv. 29, 36). Con ellas, aludió al valor expiatorio de la muerte de Cristo, el “cordero del sacrificio”, imagen tomada directamente del Antiguo Testamento, aunque se discute si tal imagen alude al cordero pascual o a los dos corderos que diariamente se sacrificaban en el templo o, más bien, al siervo sufriente de Dios, a quien se compara también con un cordero “que carga con las culpas de todos nosotros” (Is 53.7).27 Juan interpretó Isaías 53 a contracorriente de lo que el judaísmo de la época veía en ese texto: su frase “significa que Jesús borra el pecado del mundo ofreciendo su vida en sacrificio, como nuevo cordero pascual

J. Gess, “Oveja”, en L. Coenen et al., eds., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. III. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1993 (Biblioteca de estudios bíblicos, 26), pp. 231-232. 26 Alfred Wikenhauser, El evangelio según san Juan. Trad. Florencio Galindo. Barcelona, Herder, 1967 (Biblioteca Herder, sección de Sagrada Escritura, 95), p. 97. 27 Idem. 25

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dado por Dios para remisión de los pecados del género humano”.28 Dios entrega al Cordero como sacrificio definitivo y absoluto capaz de abolir todos los demás sacrificios. “Si se sustituye la palabra cordero por ‘sacrificio’, entonces se vuelve comprensible lo descomunal de la afirmación del Bautista. Todos los sacrificios de los hombres no consiguen eliminar el pecado del mundo. él entregó a su único Hijo y no lo escatimó (cf. Rom 8.3132: probable alusión a Gn 22)”.29 Esta presentación teológica de Juan marcará todo el ministerio de Jesús tal como es narrado en el Cuarto Evangelio instalando en la mente y la memoria de los discípulos de manera indeleble la huella de la profecía antigua: “…el evangelista dio a las palabras del precursor una forma correspondiente a la idea que de la obra redentora se hacía la conciencia de los primeros cristianos, quienes consideraban a Jesús como el cordero pascual y, al mismo tiempo, hacía alusión a Is 53 (donde el siervo de Dios sufriente es comparado con un cordero llevado a la muerte), como a la profecía fundamental de la muerte de Cristo”.30 En la llamada “entrada triunfal” a Jerusalén, el nuevo Cordero de Dios hace una nueva presentación ya en camino directo y mortal hacia la cruz. Se avecinaba la confrontación directa del amor de Dios, expresado en sus palabras y acciones, con los poderes materiales concretados en la fuerza militar romana y la institucionalidad religiosa judía. Cuando los evangelios presentan la llegada de Jesús a la capital de su nación, queda al desnudo la verdadera naturaleza de dichos poderes: son una caricatura degradante del Reino de Dios que está por venir, el cual es anunciado mediante ese gesto profético tan elocuente. El verdadero rey, cuyo poder no consiste de exhibiciones prepotentes, entra a la ciudad en medio de vítores por parte de la gente más pobre, de los marginales del sistema, y se hunde en las entrañas del mismo para ser masacrado impunemente: “Y la gente que estaba con él cuando resucitó a Lázaro y mandó que saliera del sepulcro, contaba también lo que había visto. Así que una multitud, impresionada por el relato del milagro, salió en masa al encuentro de Jesús” (Jn 12.17-28). Allí será sacrificado el mismo día y a la misma hora que los corderos pascuales. “Jesús acepta sin reparos el homenaje de la multitud que lo sigue entre gritos de júbilo, pero la sencillez misma de la escena se encarga de corregir tácitamente sus falsas esperanzas. […] …no es un guerrero a caballo, sino príncipe de la paz, que pone fin a toda guerra y funda un reino pacífico”.31 Inmediatamente después de la “entrada”, Jesús recuerda y vuelve a anunciar que será “glorificado” (12.23-26), eufemismo juanino para referirse al sacrificio de que será objeto.

Ibid., p. 98. J. Gess, op. cit., p. 231. 30 A. Wikenhauser, op. cit., p. 101. 31 Ibid., pp. 345-346. 28 29

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2. UN CORDERO QUE ASUMIÓ EL SUFRIMIENTO Deben saber que han sido liberados de la estéril situación heredada de los mayores, no con bienes caducos como son el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin mancha y sin tacha que, existiendo desde antes de la creación del mundo, se ha manifestado al final de los tiempos para el bien de ustedes. I PEDRO 1.18-20, La Palabra (Hispanoamérica)

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. La figura de un cordero indefenso, tomada de Isaías 53 preside toda la imaginería con que los autores del Nuevo Testamento describen la actitud de Jesús de cara al martirio que lo llevó a la cruz para cargar sobre sí los pecados del mundo.

2. Los apóstoles desarrollaron esa imagen y la aplicaron a todos los aspectos de la obra redentora del Señor, considerando que su actitud de entrega y sacrificio marcaría para siempre la fe y el destino de las comunidades.

3. Ninguna actitud triunfalista preside la reflexión de las comunidades a la hora de percibir, con los ojos de la fe, la manera en que el Señor asumió la necesidad de entregarse a una muerte ignominiosa y ofensiva que ganaría la salvación para su pueblo.

4. El apóstol Pedro recuerda con especial intensidad los momentos terribles de la cruz en donde su Señor fue asesinado pero, gracias al milagro de la resurrección, transfigura esa terrible experiencia en una enseñanza profunda sobre el gran regalo que entregó a su pueblo mediante su entrega a la muerte.

5. Los “bienes caducos” a los que se refiere enfatizan la forma en que los creyentes deben relativizar su vida histórica a la luz de los acontecimientos de salvación que los han beneficiado directamente.

6. El “cordero sin mancha” que ha entregado su sangre preciosa, Jesucristo, fue predestinado para llevar sobre sí la tragedia humana y así superarla mediante el amor y el poder de Dios manifestados en su existencia histórica y en su triunfo sobre la muerte.

7. La visión de futuro que preside esta reflexión propone un horizonte de esperanza para todos quienes hacen suyo el impacto del sacrificio del Cordero de Dios en la cruz y su resurrección.

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3. EL CORDERO CUMPLE EL PLAN DIVINO Y LLAMA A LA COMUNIÓN Y oí en el cielo una voz poderosa que decía: […] Han sido ellos quienes lo vencieron/ por medio de la sangre del Cordero/ y por medio del mensaje con que testificaron,/ sin que su amor a la vida/ les hiciera rehuir la muerte. APOCALIPSIS 12.10a, 11, La Palabra (Hispanoamérica)

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n la visión apocalíptica, el conflicto entre lo que representa la acción salvadora de Jesucristo, el Cordero de Dios, se percibe mediante una intensa oposición entre dos personajes simbólicos, la mujer y el dragón, es decir, entre el pueblo de Dios y los enemigos del proyecto redentor. En Ap 12, tal conflicto alcanza una dimensión encarnizada, aunque ciertamente la disparidad entre aparente fuerza de ambos parece muy clara: la mujer está embarazada (vv. 1-2) y el dragón esplende con todo su vigor para tratar de acabar con su hijo apenas naciese (vv. 3-4). Ella da a luz al hombre que gobernará el mundo (v. 5), el cual es protegido por el propio Dios (v. 6). “Con el nacimiento del Mesías […] se da comienzo a la batalla decisiva entre Dios y Satán por el dominio del mundo; con él comienzan, en cierta manera, los últimos tiempos, y por eso es en sí mismo un suceso escatológico”.32 Se trata de una escena sobrecogedora que concentra maravillosamente la lucha radical entre el plan del Creador de todas las cosas y la resistencia profunda en su contra. “La descripción es muy realista y todos sus lamentos [de la mujer] están tomados de diversos pasajes del Antiguo Testamento, que presentan la llegada del tiempo mesiánico bajo la imagen de una mujer en trance de dar a luz; la mujer es Israel (Is 66.7s; Miq 4.9s). El paralelo más exacto lo encontramos en Is 26.17: ‘Como mujer encinta cuando llega el parto, se retuerce y grita en sus colores’”.33 La mujer es el “arquetipo ideal” del pueblo de Dios que, desde el punto de vista divino, que “está presente en él desde un principio en el cielo”.34 El dragón es un animal mitológico y representa las fuerzas malignas enemigas de Dios. Su apariencia (siete cabezas y diez cuernos) proviene del libro de Daniel (7.7, 24), lo mismo que su actuación al “arrastrar un tercio de las estrellas del cielo” y arrojarlas sobre la tierra (8.10). A continuación, la batalla con los ángeles de Dios es encarnizada: las huestes satánicas son derrotadas y expulsadas del cielo (Ap 12.7-8; cf. Dn 2.35; Jn 12.31b: “…ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”), con lo que el dragón es lanzado a la tierra (v. 9). Una gran voz anuncia, entonces, que ha llegado la plenitud de la salvación y el Reino de Dios, y que ha sido vencido el “acusador” continuo de la humanidad y de los redimidos (v. 10). “Era espía envidioso, mirando, vigilando, acusando... Era signo de todos los espías terrestres que rodean a la comunidad de Juan, acusando a sus fieles ante las autoridades del Imperio. Satán, el Diablo antiguo, es en la iglesia el signo frontal de la denuncia, división y muerte. Pues bien, ya ha sido expulsado de los cielos. No puede buscar allí su aval o protección”.35 Los acompañantes del Cordero han vencido, juntamente con él, toda la oposición violenta en contra de los planes de Dios. Las armas con que han obtenido esta victoria son, primero, la sangre del cordero degollado (v. 11.a) y la palabra de su testimonio (11b): si el conflicto eminentemente espiritual entre Dios y sus enemigos se lleva a cabo en el cielo, la tierra “es el campo de batalla de los testigos, de su muerte heroica y de su victoria final. Los testigos pudieron ser fieles porque a causa de la muerte de Jesús

Alfred Wikenhauser, El evangelio según san Juan. Trad. Florencio Galindo. Barcelona, Herder, 1967 (Biblioteca Herder, sección de Sagrada Escritura, 95), p. 158. 33 Ibid., p. 153. 34 Ibid., p. 154. 35 X. Pikaza Ibarrondo, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1997 (Guías de lectura del Nuevo Testamento), p. 146. 32

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habían recibido la fuerza para serlo”.36 Los mártires cristianos son todos los que ofrendarán su vida por la fe en el periodo de gran prueba que está por venir. “No cantan los humanos la victoria de los ángeles sino, al contrario, los ángeles la victoria de los humanos. Lo que antes era reino o triunfo de Miguel (batalla celeste) es ahora expresión de triunfo humano. Los cristianos vencen a Satán por los dos medios ya evocados al principio del Apocalipsis (cf. 1,2): por la sangre del Cordero (entrega de Jesús) y la palabra de su testimonio, por el martirio hecho palabra de vida”.37 La voz celebra esta victoria y exhorta a los cielos a alegrarse, aun cuando el dragón, ya en la tierra, no deja de hacer la guerra a la mujer (v. 13), pero ella es protegida (v. 14) y puede resistir esos embates ayudada por la tierra (vv. 15-16). El dragón no deja de pelear contra los fieles seguidores del Cordero (v. 17). La derrota del dragón fue efecto de la muerte de Jesús en la cruz, por lo que, haga lo que haga, visiblemente en la historia, no podrá recuperarse de su derrota definitiva aun cuando siga asesinando creyentes y masacrando comunidades. La certeza de que ellos y ellas acompañarán al Cordero en sus bodas (19.7, 9), en el acto supremo de comunión, compañerismo y salvación, es el horizonte de fe que les espera como destino final.

Alegrémonos y gocémonos y ensalcemos su grandeza, porque ha llegado el momento de las bodas del Cordero. ¡Está su esposa engalanada, vestida de lino finísimo y deslumbrante de blancura! El lino que representa las buenas acciones de los consagrados a Dios. (19.7-8)

Allí verán cara a cara a su Señor y verificarán que lo vivido por causa de su nombre valía ése y todos los esfuerzos y sufrimientos. Allí su llanto será enjugado definitivamente (21.4), por su Señor mismo. Ahora mismo el Señor llama a su pueblo a anticipar ese acto crucial y extraordinario en la mesa que precede, cada vez que se realiza, la consumación de la comunión plena de Dios con su pueblo.

Johannes Beutler, “El mensaje del Apocalipsis frente a las interpretaciones fundamentalistas”, en Armando J. Bravo, ed., Apocalipsis: ¿fin de la historia o utopía cristiana? Memorias del V Simposio Internacional de Teología. México, Universidad Iberoamericana, 1999, p. 21. 37 X. Pikaza, op. cit., p. 146. 36

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4. EL CORDERO DERROTÓ EN LA CRUZ A LOS PODERES CRIMINALES Ellos harán la guerra al Cordero; pero el Cordero, que es Rey de reyes y Señor de señores, los derrotará, y en su triunfo participarán los llamados, los elegidos y los creyentes. APOCALIPSIS 17.14, La Palabra (Hispanoamérica)

El horizonte espiritual e ideológico de la visión apocalíptica del Cordero degollado

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a manera tan peculiar con que el Apocalipsis relee los sucesos del Calvario está fundamentada en su horizonte simbólico y teológico de altos vuelos. La figura misma del Cordero de Dios procede, como se aprecia desde el Cuarto Evangelio, de la profecía mesiánica de Isaías 53: “El Siervo es, según san Juan, un personaje complejo, en el que se pueden reconocer los diferentes aspectos de Jesucristo, y en el que convergen todas las demás figuras del Antiguo Testamento que hallan su realización en Cristo”.38 Cuando se escribe el Apocalipsis, agrega José Comblin, existía un intenso conflicto “entre la más grande potencia del mundo […], y Cristo, representado por la Iglesia”.39 En otras palabras, los/as seguidores de Jesús de Nazaret habían comenzado a compartir el destino humano trágico de su Señor y Salvador. “Aunque los profetas y los testigos cristianos estén escatológicamente protegidos y no se les pueda prohibir llevar a cabo su misión, tendrán que padecer la muerte lo mismo que su Señor. De igual modo que el Cordero volvió a la vida, también a ellos se les promete la resurrección y la exaltación”.40 No había marcha atrás para los testigos del Evangelio en el mundo de entonces, pues la fidelidad jurada a Jesucristo era totalmente incompatible con las exigencias del imperio: “Juan llama a las iglesias de Asia a resistir las asechanzas de Satanás y ser fieles para lograr su premio (Ap 2 y 3). Se indigna por la suerte de los que fueron degollados por causa de la palabra (Ap 6.9-11). Y califica al imperio como una bestia con diez cuernos y siete cabezas que tiraniza a los santos, y también como la Gran Ramera que se sienta sobre siete colinas (Ap 13 y 17, respectivamente)”.41 En este sentido, Pixley añade: “Si es que las persecuciones fueron selectivas, como sospechamos, fueron un factor para suprimir entre los cristianos a los elementos más radicales y favorecer la victoria de las tendencias conservadoras de los obispos de las grandes ciudades, especialmente Roma, Corinto y Alejandría (Las sedes de las urbes más periféricas, Antioquía, Cesarea, Edesa, y Jerusalén, fueron más rebeldes, expresado esto en las tendencias que Roma y las iglesias dominantes calificaron de heréticas.)”.42 Los grandes pares de figuras míticas, en este caso, la gran ramera (Roma-Babilonia) y la esposa del Cordero, la Iglesia, concentran la mirada en los aspectos principales de la fe que estaba estrujando la vida de las comunidades cristianas en medio del imperio. “De esta forma, si en 17,1-19,10 Juan ve a la prostituta Babilonia y su ruina, en 21,9-22,9 ve a la novia, la esposa del Cordero, la nueva Jerusalén que viene del cielo. El libro alcanza su clímax con la presentación de la destrucción de Babilonia y su sustitución por la nueva Jerusalén”.43 La radicalidad con que se anuncia el destino de Roma es una toma de posición que las colocó en la más profunda oposición a ese sistema político, económico y militar que estableció la rapiña mediante la forma de la José Comblin, Cristo en el Apocalipsis. Trad. de A.E. Lator Ros. Barcelona, Herder, 1969 (Biblioteca Herder, sección de Sagrada Escritura, 108), p. 39. 39 Ibid., p. 40. 40 Elisabeth Schüssler Fiorenza, Apocalipsis: visión de un mundo justo. Trad. de V. Morla Asensio. Estella, Verbo Divino, 1997 (Ágora, 3), p. 114. 41 Jorge Pixley, “Las persecuciones: el conflicto de algunos creyentes con el Imperio”, en RIBLA, núm. 7, www.claiweb.org/ribla/ribla7/las%20persecuciones.htm. 42 Idem. 43 José Adriano Filho, “El Apocalipsis de Juan como relato de una experiencia visionaria. Anotaciones sobre la estructura del libro”, en RIBLA, núm. 34, www.claiweb.org/ribla/ribla34/el%20apocalipsis%20de%20juan.html. 38

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pax romana. En el medio apocalíptico cristiano, la respuesta a todo ello fue una auténtica “cristología del Siervo” de Isaías, desdoblada en la forma de la visión del Cordero, capaz de enfrentar desde su absoluta fragilidad e indefensión, a los poderes criminales del momento, una misteriosa y progresiva revelación, pues el Cordero evoluciona “a la vez en el Reino de Dios, […] y en el escenario de este mundo como testigo y juez. La dualidad de planos la sugiere Isaías y sus poemas del Siervo”.44 “Como un cordero llevado al matadero…”, ése es el Siervo sufriente de Isaías 53.7, raíz y motivo profético que origina la figura del Cordero en Apocalipsis. La cristología apocalíptica se nutrió así de la visión de un animal real y simbólico que permitió construir el mensaje cristiano y presentar la muerte de Jesucristo a través de él.

La sangre del Cordero y la cristología de Apocalipsis A la parodia de juicio al que fue sometido Jesús le correspondió el vendaval de persecuciones en contra de sus seguidores en el imperio. El Cordero aparece, así, como el depositario del sufrimiento humano en todas sus manifestaciones y su sangre es el vehículo de la salvación: “Del mismo modo que la sangre del cordero pascual significaba la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, la muerte de Cristo hizo posible la liberación de los cristianos de su esclavitud universal”.45 Jesús es el Cordero escatológico cuya sangre tiene virtud propiciatoria y expía los pecados. Más allá de lo desarrollado por la carta a los Hebreos, en donde es el sacerdote por excelencia, que se entrega a sí mismo también por los pecados de su pueblo, Apocalipsis profundiza la intuición y personifica en él al Cordero pascual, cuya sangre obtiene los beneficios prometidos por Dios desde la antigüedad. La primera pascua es sustituida por la nueva, que en el panorama apocalíptico es vista como la consecución absoluta de las promesas divinas. Al referirse a su propia sangre en la cena pascual de despedida, Jesús afirma su efecto propiciatorio. La imagen de Ap 7.14, en la que los redimidos/as han “lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero”, intensifica la relación que los creyentes tienen con su redentor, y subraya la manera en que la visión reinterpreta la capacidad del nuevo y definitivo cordero pascual para incluirlos en el conjunto de adoradores fieles: “La paradójica imagen de ‘lavar sus ropas en la sangre del Cordero’ puede referirse al bautismo de la gran multitud. Podría aludir también a su actual experiencia de sufrimiento y violencia a manos de los poderes antihumanos y antidivinos responsables también de la muerte violenta de Cristo. Sin embargo, su número no se limita necesariamente a los cristianos, sino que podría incluir a los que han sufrido la violencia de la gran tribulación: guerra, hambre, peste, muerte y persecución”.46 Ya no experimentarán dolor ni sufrimiento y el Cordero es su pastor (el Buen Pastor de la tradición juanina, Jn 10.11-18) y se encarga de enjugar sus lágrimas (7.16-17). En Ap 15, el cántico de los redimidos (vv. 3-4) se sobrepone al de Moisés y, en el contexto de las aspiraciones del imperio romano, cuestiona de raíz su legitimidad espiritualidad, sobre todo, para afirmar quién gobierna verdaderamente el mundo: “En el Apocalipsis, el Cántico de Moisés se ha convertido en el Cántico del Cordero, en el ‘cántico nuevo’. Ambos cantos alaban la actividad redentora de Dios desplegada en la liberación de su pueblo. Por otra parte, el himno funciona también como respuesta positiva al evangelio eterno, pues anuncia que la justicia de Dios hará que las naciones de la tierra vengan a dar culto a Dios. Lo mismo que César, Dios es llamado aquí rey de las naciones”.47 Esta nueva canción celebra la verdadera realidad, no visible para los súbditos del César, acerca del control del destino del mundo. Al liberar Dios a su pueblo de manera plena, se J. Comblin, op. cit., pp. 42-43. Elisabeth Schüssler Fiorenza, op. cit., p. 92. 46 Ibid., p. 100. 47 Ibid., p. 130. 44 45

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celebra el amor y la justicia de Dios como la única posibilidad de libertad para los seres humanos. Los seguidores/as del Cordero, por definición, se negarán a someterse a los designios de la bestia (13.8) y confirmarán su fidelidad hasta la muerte, de ser necesario. “Los verdaderos seguidores del Cordero son felicitados por no haber bebido ‘el vino de su fornicación’ [18.3]. Son miembros de la comunidad del Cordero”.48

Historia, sufrimiento y salvación Pasmosamente, como en un ralenti cinematográfico, en los evangelios desfilan los protagonistas de la historia de la pasión de Jesús. Allí aún importan los detalles. Jesús se asume como una persona entregada al poder desatado de sus enemigos, que creerán poder acabar con él: “…el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley que lo condenarán a muerte y lo pondrán en manos de extranjeros que se burlarán de él, lo escupirán, lo golpearán y lo matarán” (Mr 10.33b-34a). Según el Cuarto Evangelio, a Jesús no se le quiebran las piernas “para observar el precepto de ley que prohíbe quebrar los huesos del cordero (Jn 19.36, Éx 12.46)”.49 En el Apocalipsis ya no importan los detalles, pues ni siquiera se utiliza la palabra cruz alguna vez, y la fórmula para describir lo sucedido, mediante la figura del Cordero, es sumamente escueta: su sangre ha saciado y derrotado, al mismo tiempo a los poderes criminales. Vaya fórmula contradictoria y paradójica: el sistema asesino bebe la sangre de sus súbditos en una región marginal del imperio, para posteriormente proseguir en ese sendero de muerte, y finalmente ser “vencido”, operativamente, por la fe en el verdadero Señor de la historia universal. “Con la aceptación por Constantino de la bandera de la cruz para su ejército el imperio concede que solamente puede sobrevivir asumiendo como ideología la religión cristiana, y como un apoyo político la institución episcopal”.50 A los acontecimientos minuciosamente registrados por los evangelios le corresponde ahora una interpretación extremadamente simbólica que traslada dichos sucesos al plano de la fe que, con el tiempo, se ha desarrollado y probado ante las pruebas más crueles. Las circunstancias ligadas al secuestro, la tortura y el asesinato de que fue objeto Jesús fueron realidades innegables que se irían sustituyendo por una comprensión más honda del trasfondo que les dio lugar: la lucha espiritual contra el pecado y el mal alcanzó dimensiones concretas que las primeras comunidades cristianas debieron procesar guiada por el Espíritu prometido. En el cap. 17 aparece el panorama del juicio divino contra la oposición a su Reino y como parte de esto la iglesia participa denodadamente del lado de su Señor. La guerra contra ella por parte de la bestia del mar se recrudece pero en la derrota que les infringe el Cordero, “Rey de reyes y Señor de señores” (v. 14b) participan también “los llamados, los elegidos y los creyentes” (v. 14c). “El esplendor y la riqueza de Babilonia asombran incluso a Juan (17,6-7). Babilonia lleva algo escrito en su frente, lo mismo que los seguidores del Cordero. La expresión ‘nombre misterioso’ puede aludir a la gran Diosa Madre. Babilonia sostiene en sus manos una copa de oro llena de idolatría y de cosas detestables. El contenido de la copa es explícitamente interpretado como la sangre de los cristianos asesinados, con la que se ha emborrachado la gran ciudad”.51 Jesús formó parte de esa cadena de crímenes contra personas inocentes, pero que resistieron el poder imperial, de modo que todo lo que rodeó su muerte vendría a repetirse, una y otra vez, en la vida de sus seguidores y creyentes. Pero el destino de Roma ya estaba anunciado y los verdaderos vencedores serían otros, a pesar de todo. “El texto describe a Roma emborrachada con la sangre no sólo de los santos, sino de todos los

Ibid., p. 126. J. Comblin, op. cit., p. 52. 50 J. Pixley, op. cit. 51 E. Schüssler Fiorenza, op. cit., p. 136. 48 49

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degollados en la tierra. Roma ostenta enormes riquezas y detenta un poder universal. Sus decretos son aplicados en las provincias que dan cobijo a la idolatría romana e incitan a la persecución de los cristianos”.52 La luz de la eternidad vislumbrada por el Apocalipsis lo ilumina todo, desde el triunfo aparente, pero imposible del mal, hasta el sufrimiento inexplicable de los justos e inocentes, pasando por el triunfo irremisible del amor de Dios. Ahora se espera de los lectores una respuesta de fe que sea capaz de ofrecer recursos para la resistencia espiritual en nombre del verdadero Dios, el de la vida, no el de la muerte ni la crueldad. Barbara Andrade describió la reacción más adecuada con singular precisión: “El Espíritu Santo concreta este mensaje nuclear de la fe: en cuanto Espíritu del Hijo crea en los creyentes —en los que están ‘llenos del Espíritu Santo’— el servicio incondicional de Jesús por el ‘Reino’ de su Padre; y en cuanto Espíritu del Padre nos capacita para hacer lo que hace el Padre: desclavar a los crucificados y así transformar nuestra sociedad en una sociedad en la que ‘habita’ Dios”.53 Sólo así se dejará de usar el nombre de Dios de manera idolátrica para seguir crucificando personas y asesinando con el pretexto de que se sirve a propósitos nobles. Como escribió Martin Buber, acerca de la profanación de la palabra Dios y de la realidad a la que alude: “Si eligiera el concepto más puro y resplandeciente de la recóndita cámara de los tesoros de los filósofos, sólo podría recoger en él una imagen conceptual sin compromisos, pero no la presencia de aquél a quien las generaciones humanas han venerado o humillado con sus pavorosas vidas y muertes… Aquél a quien aluden las generaciones de los hombres que con tormentos infernales golpean las puertas del cielo… dibujan caricaturas y escriben debajo “Dios”. Se asesinan unos a otros y dicen: ‘En nombre de Dios’”.54

Ibid., p. 138. Barbara Andrade, “Algunas reflexiones sobre la ‘creación’ y el sufrimiento”, en Staurós. Teología de la Cruz, núm. 40, p. 18, www.pasionistas.net/documentos/stauros/Stauros%2040.doc. 54 M. Buber, Eclipse de Dios. Estudios sobre las relaciones entre religión y filosofía. Trad. de L.M. Arroyo y J.M. Hernández. Salamanca, Sígueme, 2003, pp. 13-14. 52 53

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5. LA VIDA DEL CORDERO Y LA VICTORIA DEFINITIVA DE DIOS Ellos harán la guerra al Cordero; pero el Cordero, que es Rey de reyes y Señor de señores, los derrotará, y en su triunfo participarán los llamados, los elegidos y los creyentes. APOCALIPSIS 21.14, La Palabra (Hispanoamérica) Pero no vi templo alguno en la ciudad, porque el Señor Dios, dueño de todo, y el Cordero son su Templo. Tampoco necesita sol ni luna que la alumbren; la ilumina la gloria de Dios, y su antorcha es el Cordero. […] Y nada manchado entrará en ella: ningún depravado, ningún embaucador; tan sólo los inscritos en el libro de la vida del Cordero. APOCALIPSIS 21.22-23, 27, La Palabra (Hispanoamérica) François Bovon, “Le Christ de l’Apocalypse”, en Revue de Théologie et de Philosophie, núm. 21, 1972, pp. 65-80. En español: “El Cristo del Apocalipsis”, en Selecciones de Teología, vol. 13, núm. 49, enero-marzo de 1974, www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol13/49/049_bovon.pdf.

El Cordero degollado triunfa en la resurrección a manera tan peculiar con que el Apocalipsis relee los sucesos del Calvario está fundamentada en En el capítulo 5, el vidente, elevado al cielo, asiste a la entronización del Cordero, crucificado y resucitado. En el 12, nos describe el nacimiento del hijo de la mujer coronada y después su elevación a los cielos, bajo la amenaza del dragón. El 22, finalmente, evoca las bodas del Cordero con su Iglesia. También en los textos litúrgicos que jalonan la obra aparece la riqueza cristológica. En 1,4-6, la fórmula litúrgica culmina en una descripción de la obra redentora. La referencia litúrgica a Cristo nos acompaña a lo largo de toda la obra hasta el último verso donde la doxología se cambia en intercesión (22,20-21). Finalmente, la profusión cristológica estalla en un tercer nivel: los títulos y figuras. En primer lugar, el título de Cordero que predomina, de forma inédita en el NT, para designar al Cristo victorioso de la muerte, conductor de su pueblo, árbitro del universo y asociado a Dios. Seguidamente la presencia discreta de los títulos tradicionales: Hijo de Dios, Señor, Hijo del hombre, Cristo comprendido de manera arcaica o arcaizante, como el Mesías de las profecías antiguas. Finalmente una multitud de expresiones, muchas de ellas propias del Apocalipsis: el príncipe de los reyes de la tierra, el primer nacido de entre los muertos, el señor de los señores, el rey de reyes, la palabra de Dios, el verdadero, el santo, el fiel, el amén, el vástago de David, la estrella brillante de la mañana, aquel que sondea las entrañas y los corazones, el que tiene la llave de David, el que sostiene las siete estrellas en su derecha, el primero y el último, el alfa y el omega, el comienzo y el fin, el principio de la creación de Dios y, sobre todo, el viviente y el testigo fiel. […]

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El Cordero triunfante, el Siervo de Isaías y el Mesías Jesús de Nazaret Según Comblin es necesario subrayar la influencia preponderante del Deutero-Isaías, su figura del Siervo y la idea de un proceso divino contra las naciones. Así el Cordero del Apocalipsis representa al Siervo de Isaías, sufriente y luego glorificado, cuya función es salvar a Israel y testimoniar, es decir, iluminar y juzgar a las naciones. Testimonia contra las naciones en el juicio escatológico que Dios envía contra ellas. En la figura del Siervo inserta Comblin los otros dos componentes cristológicos que descubre: el Hijo del hombre de Daniel y el Mesías de los profetas, quedando así transformados los dos títulos y sus funciones. […] Juan subraya la continuidad entre el Resucitado y Jesús de Nazaret por medio de la utilización del nombre propio de Jesús. Para él, Jesús se caracteriza por el don que ha hecho de su vida. Él es el Cordero que ha ofrecido su sangre para que los rescatados puedan blanquear sus vestidos (7,14). Y este don se reencuentra en el otro extremo de la historia: el Hijo del hombre promete los bienes escatológicos a los creyentes fieles. Es 30


importante subrayar la naturaleza relacional de este acto oblativo: el gesto tiene sentido si la comunidad lo acepta y lo proclama. […] El Resucitado es testigo Así el Resucitado es testigo ante Dios y el mundo, a lo largo del proceso que se desarrolla entre los hombres y su creador. Frente a las naciones anuncia ahora el exclusivismo de la fe (3,7). Frente a Dios presenta las inculpaciones que tiene contra los hombres. Una ambigüedad parecida, Cristo inactivo y activo a la vez frente a las naciones, caracteriza el período último de la historia. Así aparece en los capítulos: 14; 18;20, 11- 15. El Cordero parece reservar todos sus cuidados para su esposa que se prepara para las bodas. La visión del capítulo 19 describe un Cristo singularmente activo en la Parusía. Identificado con la Palabra de Dios se presenta como el adversario de toda oposición a Dios. […] Juan atribuye al Cordero la mayor parte de los títulos de Dios: el Señor, el Santo, el Alfa y Omega. En lugar de decir, como el resto del NT, que se sienta a la derecha de Dios, se atreve a proclamar que se sienta con Dios en el mismo trono. Con todo, la identificación no es completa. Cada persona guarda su identidad propia: Dios es el Padre, Jesús es su Hijo. El Espíritu no obtiene, según parece, un rango tan elevado como el Hijo en la jerarquía celeste: tiene un lugar delante del trono de Dios, está junto a la Iglesia. Presente en la tierra, para reagrupar a Israel, une su voz a la de la Iglesia: "El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!" (22, 17). Aparece más como la relación misma que une al Cordero con su Iglesia, que como una criatura enviada de parte de Cristo. […] El Cristo del Apocalipsis es a la vez escondido y conocido. Limitado por su cruz, es ilimitado por su futuro. Lo terminó todo en el Gólgota y, con todo, le queda por hacer. Lo que debe hacer parece al mismo tiempo mínimo y decisivo. Mínimo pues el movimiento fue dado en Pascua, decisivo pues aún se debe operar el paso de lo invisible a lo visible (1.7). A diferencia de diversas corrientes del cristianismo primitivo, Juan, el profeta, orienta resueltamente el Cristo de la fe hacia el futuro. […] El Cordero prepara a la iglesia para la vida El Cristo del Apocalipsis prepara a sus comunidades para afrontar el mundo de los hombres cuya dureza no oculta. Ataca con violencia el mesianismo político. Enseña cómo la tenencia del poder, favorecida por una ideología religiosa, aliena o puede alienar a los hombres. En una visión última, cuenta con el derrocamiento del poder opresivo y la liberación del hombre (Cfr 20,4-6; 21,6-7). El Cordero, en cuanto testigo, dice al mundo la Palabra de Dios y anuncia a Dios lo que reprocha a los hombres. Esta palabra es eficaz, es acción. La escena del jinete con la espada en la boca (19,2 ss), es suficiente para mostrarlo. Esta palabra eficaz no olvida su referencia a Dios que le da su poder y su verdad. Palabra verdadera, descubre las maquinaciones de la tiranía: percibe justamente, describe con precisión, critica inexorablemente. […] El testigo implacable, su inexorable crítica, sólo permite una violencia: la que se hace a él. La suerte del testigo verdadero ha desembocado en la muerte. No porque se levante como el campeón de una teología del más allá y de una ética masoquista, sino porque reivindica la creación de Dios y practica la ética de la vida. Para establecer y transmitir esta vida, debe luchar con la palabra y soportar aparentes derrotas. En esta dialéctica de la intención política y los medios no violentos se explica el título que domina la cristología del Apocalipsis: el Cordero. No el dulce cordero de la iconografía piadosa; sino el Cordero triunfador, viril, de pie, llevando en su cuerpo la señal de su muerte. Una muerte que ha proclamado nuestra vida y la comunica.

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“TEME A DIOS… ESO ES EL TODO DEL SER HUMANO” FIDELIDAD Y TESTIMONIO Conclusión del discurso: todo está dicho. Respeta a Dios y guarda sus mandamientos, pues en eso consiste ser persona. Porque Dios juzgará toda acción, incluso las ocultas, sean buenas o malas. ECLESIASTÉS 12.13-14, La Palabra (Hispanoamérica)

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olver a abordar el Eclesiastés resulta tan desafiante como estimulante para la vida de fe, pues el esfuerzo espiritual, cognoscitivo y hasta filosófico del Predicador (Cohélet), leído en una época tan similar a la que lo produjo constituye un ejercicio de pensamiento y espiritualidad que logra ir más allá de los lugares comunes religiosos, muchos de los cuales todavía hoy prevalecen, especialmente los relacionados con el “éxito de los devotos a toda costa”, pero que a lo largo de todo el libro son puestos en tela de juicio. El género literario de los “Escritos”, que hoy catalogaríamos como ensayo, viene hasta nosotros con una enorme y consistente carga de crítica, análisis y observación, que nunca deja de lado la presencia de Dios, quien en su afán de justicia y equidad, envía lo mismo para todos/as: bienes, males, dudas, riqueza, pobreza, en medio de circunstancias comunes a los seres humanos, como comunes son sus necesidades, afanes y esperanzas, aun cuando cada uno/a está llamado a diversificar la existencia con su propio carácter, temperamento, vocación y aficiones particulares. El tema del “temor de Dios”, en otras manos, habría resultado en una cadena de exhortaciones previsibles de principio a fin, pero en su pluma privilegiada encontró un expositor de primer orden que consigue remontarse en el tiempo y el espacio para traducir el sentimiento y la situación de su momento para producir un texto que ha resistido el paso de los siglos con singular donaire y exigencia para quienes se acerquen a él. Su insistencia permanente en el “vacío” (hebel, “vanidad”) de la vida parecería que busca arrastrar a quien lo sigue en una espiral de decadencia y sinsentido. No obstante, el Predicador no se deja engañar y encuentra que la vida de los piadosos, que lo rodeaban sin duda como una mayoría aplastante, no siempre encontraba concordancia con algunos sinsabores o pruebas que se viven en el camino. El problema de una vida difícil no se resolvía, según dijo, con la incertidumbre que produce la muerte, pues ésta es una realidad biológica inevitable, con todo y que la ética o la moral religiosas sean una necesidad u obligación para quienes se decían conocedores del Dios de Israel. Al no mencionar el pacto de Dios con su pueblo, el libro se coloca en una situación existencial (o existencialista) en la que lo primordial es resolver pragmáticamente los grandes dilemas de la existencia, pero no necesariamente mediante el uso de los manuales de turno, que hoy son una auténtica plaga. Muestra de un buen acercamiento es lo que escribe Lidia Ladeira Veras: “Como norma de comportamiento, Qohélet aconseja ‘no ser demasiado justo, ni mostrarse excesivamente sabio’ (7.17), pero, por otro lado, afirma que ‘los justos y los sabios, con sus obras, están en las manos de Dios’ (9.1)”.55 Siendo el capítulo 12 tan conocido, desgastado y muchas veces, tan malinterpretado, cuesta trabajo situarlo nuevamente en el horizonte casi “cínico” en el que lo coloca su autor, pues no siempre estamos a la altura de la pluralidad y riqueza de lecturas que demanda. Nuestra lectura del pasaje ha estado dominado por la mentalidad adulta que desea conducir a los jóvenes por el sendero del bien y de la piedad sin caminos alternativos. El rumbo de la duda y el juicio crítico modifica la experiencia que se intenta transmitir, puesto que el “Un primer contacto con el libro del Eclesiastés o libro de Qohélet”, en RIBLA, núm. 52, p. 1, www.claiweb.org/ribla/ribla52/un%20primer%20contacto.pdf. 55

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libro continuamente insiste en que, desde la voz de la primera persona, quien habla atravesó diversos estados de ánimo y de fe para, después de un tiempo razonable, asumir sus errores, su falta de visión y de perspectiva. Ciertamente desea advertir a los más jóvenes que se pueden “ahorrar” ese camino de vacilaciones, pero no les oculta el hecho de que los sabios tuvieron la razón al hablar del temor de Dios como fundamento de la vida individual y colectiva. No es que no tengan razón, afirma, pero les falta un toque de escepticismo y claridad. Entregarse al designio y a los juicios de Dios es la consigna de alguien que, si dejar de creer, es capaz de observar radicalmente lo que sucede a su alrededor y no quedarse con la primera impresión. Temer a Dios, para él, es asumir frente a la existencia un realismo de fe suficiente para sobrevivir y estar por encima de las penurias y mezquindades que, invariablemente, se le presentarán. Así resume Elsa Tamez la enseñanza del libro sobre este asunto: El significado del término temor a Dios no corresponde a tenerle miedo. Aquí en Qohélet significa más bien reconocer la distancia que separa a Dios del ser humano. Reconocer su aspecto numinoso y extraordinario que sobrecoge a los humanos porque es inescrutable, impredecible, un enigma indescifrable. Dios es misterio. Marca los límites del potencial humano. Como un espejo o una fuente clara le hace ver a sus criaturas su condición de humanos. En este sentido, el reconocimiento de Dios como Dios da inicio a la realización humana. Se puede vivir y planear vivir porque pase lo que pase se tiene la fe de que Dios está allí. Así pues, paradójicamente, el temor de Dios significa “no temas”; invita al sosiego en la práctica afanosa. El temor de Dios va relacionado con el comportamiento del ser humano y con su actitud hacia la vida. Por eso implica un fuerte acento de confianza. Reconociendo los límites humanos, la conciencia se despliega dentro de los márgenes de la posibilidad; pues de lo imposible Dios se encargará, incluso por medio de los sujetos. Todo queda delante de Dios, sin penetrar en el misterio (9.1).56

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E. Tamez, “La razón utópica de Qohélet”, en www.mercaba.org. 33


Mayo “LEVÁNTATE, RESPLANDECE…”: PREPARADOS/AS PARA EL ENCUENTRO CON DIOS 1. HACIA EL ENCUENTRO CON DIOS ¡Álzate radiante, que llega tu luz, la gloria del Señor clarea sobre ti! […] Ya no será el sol tu luz durante el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, pues será el Señor tu luz para siempre, tu Dios te servirá de resplandor; tu sol ya no se pondrá/ y tu luna no menguará, pues será el Señor tu luz para siempre y se habrá cumplido tu tiempo de luto. ISAÍAS 60.1, 19-20, La Palabra (Hispanoamérica)

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a gran realidad del origen divino de la luz, como primera creación de Dios, reaparece en Isaías 60 para reflejar y concentrar los nuevos rumbos que tomaría la esperanza en el pueblo que ya se encontraba disperso. La tercera parte del libro confronta al resto del pueblo con un futuro claro y preciso en medio de la incertidumbre del destierro y del regreso a la tierra antigua. De esta parte del libro procede la sección leída por Jesús en la sinagoga de Nazaret en Lucas 4 (Is 61.1-2a). El impulso que mueve al profeta a la exhortación tan diferente de ese capítulo transforma las cosas, las situaciones y los actores del precedente; ahora: “Aparece solamente una mujer, que es interpelada solemnemente por una voz no identificada, voz que uno imagina como viniendo de arriba”.57 Esa mujer no puede ser otra que la ciudad de Jerusalén, cuya figura y simbolismo concentra el mensaje que se espera reciba el pueblo que ha de ver modificada su condición. La luz divina es un motivo constante en todas las Escrituras, desde el Génesis hasta el Apocalipsis: “La rica simbólica de la luz entrecruza de principio a fin la historia de la salvación. La luz está presente desde, inserta al final del trabajo, el primer día de la creación (Gn 1.3-5) hasta la consumación escatológica (Ap 21.1-2, 23; 22.3, 5). Mediante la simbólica de la luz, la narración bíblica nos provee una manera de nombrar el Misterio de Dios. […] El símbolo de la luz destaca la continua manifestación del amor-ternura y gracia-fidelidad de Dios hacia toda su creación: naturaleza 3 y sociedad.58 Ya la primera parte del libro, “retomando el símbolo de la luz-salvación, en un contexto de promesa de liberación, nos dice bellamente: ‘El pueblo que caminaba en oscuridad, vio una Luz intensa. los que habitaban en un país de sombras se inundaron de Luz’ (Is 9.1; cf. Mt 4.16)”.59 Los vv. 1-3 muestran una ciudad iluminada que recibe la exhortación a estar radiante, a resplandecer, pues la gloria de Dios clarea sobre ella. El primer verbo: “¡Álzate radiante…!”, “levántate…”, en contraste con 47.1, invierte las situaciones y de destinos para superar la postración ocasionada por el duelo o por haber bebido la copa de vértigo (51.17). El motivo de la luz domina los dos extremos del texto mientras que el de la oscuridad queda en el centro. “Se produce así un efecto-de-sentido especial: todo el mundo está en tinieblas, y la única cosa iluminada es Jerusalén. Esto hace que todos los pueblos necesariamente miren hacia esa ciudad, y sean impulsados a ponerse en marcha hacia ella”:60 “Marcharán naciones a tu luz,/ y reyes al resplandor de tu brillo” (v. 3). La gloria de Dios (kabod) enlaza el poder benéfico de la luz con la energía, la densidad, la carga divinas. Enlaza también con la acción salvadora de Dios en medio de una historia que ahora es aciaga. Todo queda interpretado como luz, como una experiencia luminosa en medio de la oscuridad, tal como sucedió en el Génesis J.S: Croatto, Imaginar el futuro. Estructura retórica y querigma del Tercer Isaías: Isaías 56-66. Buenos Aires-México, Lumen, 2001, p. 197. 58 Victorio Araya, “La utopía de la luz”, en Pasos, segunda época, núm. 56, noviembre-diciembre de 1994, pp. 34-35. 59 Ibid., p. 35. 60 J.S. Croatto, op. cit., p. 202. 57

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en los instantes creadores, porque como se verá cerca del final del libro, el simbolismo tiene que ver con una nueva creación. Debido a que el pueblo se encontraba en un nuevo proceso de reconstrucción, como tantas veces, Yahvé se manifiesta como una luz re-creadora, re-iniciadora de todas las cosas. “En la simbólica universal la secuencia ‘tinieblas/luz’ expresa el cambio, la creación, lo nuevo, la salvación”.61 Cada vez que el pueblo requiriera del poder regenerador de Dios, él podría reiniciar todas las cosas e Israel podrá ser un punto de referencia y de claridad para el mundo, como signo de la presencia bienhechora de Dios. Por eso se llama a la ciudad, al pueblo mismo, porque sus propios hijos regresan a ella: “4 Alza en torno tus ojos y mira,/ todos vienen y se unen a ti; tus hijos llegan de lejos,/ a tus hijas las traen en brazos”. La promesa es que el pueblo volverá a estar radiante, pletórico de luz, lleno de bonanza por todas partes. Todo ello por obra del Señor: “5 Entonces lo verás radiante,/ tu corazón se ensanchará maravillado,/ pues volcarán sobre ti las riquezas del mar,/ te traerán el patrimonio de los pueblos./ 6 Te cubrirá una multitud de camellos,/ de dromedarios de Madián y de Efá./ Llegan todos de Sabá,/ trayendo oro e incienso,/ proclamando las gestas del Señor”. El culto se restablecerá y las cosas recuperarán su curso normal en el plan original de Dios con un toque inquietante de universalidad: “7 Traerán para ti rebaños de Quedar,/ te regalarán carneros de Nebayot;/ aceptaré que los inmolen sobre mi altar,/ y así engrandeceré mi glorioso Templo”. De muy lejos llegarán a rendir pleitesía a Yahvé y traer de regreso a los exiliados: “8 ¿Quiénes son esos que vuelan como nubes,/ que se dirigen como palomas a su palomar?/ 9 Navíos de las islas acuden a mí,/ en primer lugar las naves de Tarsis,/ para traer a tus hijos de lejos,/ cargados con su plata y con su oro,/ para glorificar al Señor, tu Dios,/ al Santo de Israel que te honra./ 10 Extranjeros levantarán tus muros,/ sus reyes estarán a tu servicio;/ cierto que te herí en mi cólera,/ pero ahora te quiero complacido”. Dios anuncia su intención de reconstruir siempre a su pueblo para reorientar sus caminos en función de sus planes mayores y así hacer sentir su presencia entre todas las naciones. Israel, el pueblo de Dios, y ahora su iglesia, se unen en ese mismo destino común de testimonio fortalecido por la manera en que Él vuelve a moldear a su pueblo mediante la intensidad de su luz suprema, luz de vida, de esperanza y de paz. Sólo así podrá realizarse el tan ansiado encuentro al que Dios nos llama como parte de su comunidad., aquí y ahora.

61

Ibid., p. 203. 35


2. DIOS SE ENCUENTRA CON SU PUEBLO EN LA HISTORIA Jacob llamó a aquel lugar Penuel, porque dijo: “He visto a Dios cara a cara y sigo vivo”. Salía ya el sol cuando Jacob atravesaba Penuel; y caminaba cojeando de la cadera. GÉNESIS 32.31-32, La Palabra (Hispanoamérica)

T

arde o temprano es necesario abordar de nuevo un pasaje tan clásico como controversial, pero sumamente estimulante. El encuentro cara a cara con Dios por parte de Jacob, en un instante de grandes definiciones, coloca este relato en el centro mismo de la historia de la salvación debido a sus antecedentes, su conflicto concreto y sus enormes consecuencias para la vida del pueblo de Dios de todas las épocas. Las incontables interpretaciones que ha sufrido este episodio no agotan su riqueza y han contribuido al debate sobre las implicaciones efectivas de la interacción entre lo divino y lo humano. Ya el simple hecho de referirse a una “lucha con el ángel” abre las puertas para visualizar de antemano las dificultades de una lectura positiva (o positivista) de dicha interacción o encuentro, enmarcado como lo está en la sección del Génesis que reconstruye la existencia de Jacob, fundador de la nación israelita. El contexto nada amable de sus relaciones familiares y la decisión de enviar por delante a su familia para preparar el reencuentro con su hermano hacen de la historia una secuencia más de la extensa trama que resume la vida del pionero de un pueblo que habría de encontrarse en diversas ocasiones con Yahvé, el Dios que empecinadamente quiso hacer un pacto con él. Leído como parte de un proceso de reconstrucción y afirmación de la masculinidad de Jacob, el relato contiene una serie de propuestas temáticas que se despliegan sólidamente como un esquema de nuevo relacionamiento con la divinidad, pero únicamente a condición de haber saneado sus relaciones previas, más directas, en el tiempo y en el espacio. Comenta Roland Barthes: “…si Jacob está solo, no es ya para preparar y realizar el paso, es para marcarse mediante la soledad (es el conocido apartamiento del elegido de Dios). […] Se trata […], de volver a casa, de entrar en la tierra de Canaán”,62 como un Odiseo bíblico que regresa, 20 años después, de la guerra de Troya a Ítaca, pero con una Penélope muy distinta que lo está esperando, ¡nada menos que Yahvé! El “primer Jacob”, que traía “en sus lomos” (Éx 1.5) nada menos que a todo el pueblo tiene que ser sustituido por el “nuevo Jacob” quien, con otros ojos, verá de una manera diferente al Dios que lo llama a hacer un pacto. En Jacob, encontrarse con Dios en la historia no es solamente un acto de religiosidad tradicional sino un auténtica lucha consigo mismo y con la divinidad: es un auténtico “viaje a la semilla”, en la vida misma del fundador del pueblo. Así lo explica Hugo Cáceres desde un enfoque más actual:

La plenitud de la vida masculina es percibida por los varones como la cúspide de sus logros. Aún en un nivel puramente literario, los exegetas reconocen que esta es la parte central de la narración del ciclo de Jacob que utiliza deliberadamente modelos concéntricos. Nuestro personaje continúa su viaje de regreso cargado de riquezas y de responsabilidad por su clan. En realidad no espera de Dios ni más caudal, ni prole, sólo anhela volver a casa. La lucha con otros machos ha terminado. Este viaje de encuentro definitivo consigo mismo se caracteriza por encuentros humanos y divinos, todos con el signo de resolución de antiguos conflictos. 63

En su primer encuentro, Jacob se topa con los ángeles de Mahanaim (Gn 32.1-2), “una visión espiritual del lugar de la anhelada comunión que todos los varones deseamos y que está tan lejos de nuestra naturaleza R. Barthes, “La lucha con el ángel: análisis textual de Génesis 32.23-33”, en La aventura semiológica. 2ª ed. Buenos Aires, Paidós, 1993, p. 313. 63 H. Cáceres Guinet, “Algunos elementos de la espiritualidad masculina vistos a través de la narración bíblica de Jacob”, en RIBLA, núm. 56, www.claiweb.org/ribla/ribla56/guinet.html. 62

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independiente”.64 El segundo encuentro, con su hermano Esaú, se pospone, puesto que “la reconciliación […] no tendrá lugar hasta que experimente más profundamente a Dios”.65 El temor que le causa saber que Esaú viene acompañado por 400 hombres hace que ruegue a Yahvé: “Sálvame, por favor, de la mano de mi hermano… pues le temo, no sea que venga a mí y hiera a la madre con los hijos…” [32.10-13]. Reconoce que es Yahvé quien le ordena regresar a su tierra natal: “Convertido en un jefe de tribu, Jacob ora por la supervivencia de la estirpe, función por excelencia del varón”.66 Ya con esta nueva responsabilidad, Jacob asume una nueva perspectiva de la vida en el horizonte que Yahvé le está trazando sobre la marcha: no es que comprenda completamente las cosas, pero se encuentra en el camino de la iluminación espiritual y salvífica. Barthes sugiere algo aún más inquietante: “Sea lo que fuere, en este universo, marca a los hermanos menores, obra contra natura, su función (estructural) es constituir un contramarcador”.67 La historia y la geografía lo rodean y le van marcando la ruta de su reconstrucción como persona y como el pueblo que surgirá de sus entrañas. Se acercaba el encuentro más trascendental de su vida: Después de asegurarse de colocar a sus cuatro esposas y once hijos del otro lado del torrente, es decir de preservar la vida como una opción esencial, Jacob se queda solo, la noche oscura se inicia, lo que provoca el encuentro con el ser misterioso – aún la Biblia es ambigua, primero un hombre (32.25), después Dios (32.29) —por medio de lo único que Jacob sabe hacer: luchar. En la penumbra y los horrores nocturnos, Jacob libra su última reyerta no con un individuo sino con todos los hombres con quienes ha peleado y a quienes ha engañado: su hermano Esaú, su padre Isaac, su suegro Labán. Esta es la noche espiritual masculina, su naturaleza se aferra, lucha, exige, pregunta por el nombre de su contrincante. Pero es noche del alma y no hay respuesta a su pregunta, está por nacer otro hombre, el hombre transformado por la superación de las experiencias de enfrentamiento y frustraciones y dar paso a la experiencia auténtica de paternidad: no esperar nada excepto la salvación de la prole. 68

La condición para encontrarse con Dios y contribuir a que el pueblo que vendrá a partir de él se encuentre en una relación de pacto con Él es que Jacob sea una persona renovada, capacitada por ello para contemplar el rostro de Dios, quien está más allá de las mezquindades y querellas de género, de intereses, de resentimientos. Dios lo reconstruye por completo y le entrega una nueva humanidad para encarnar sus designios en la historia. En la oscuridad ve el rostro de Dios y éste le revela un nuevo nombre, Israel el que lucha con Dios, (séarita = “has luchado”) nombre de una nación (Gn 32.24). Jacob ha tenido la experiencia de los místicos que reconocen que nada se parece más a Dios que la oscuridad. De allí puede regresar a reconciliarse a fondo con su hermano, a convertirse en verdadero padre y esposo, el varón liberado de oposición y temor. Pero esa noche deja su huella, Jacob sale herido a buscar a su hermano y cojeará el resto de su vida. Está herido en la articulación del muslo (ya’rak), una zona bíblicamente vinculada a la masculinidad. El camino de regreso a casa implica el doloroso reconocimiento de su humanidad y no volver a caminar erguido como el joven autosuficiente que partió sino como el hombre completo que vive plenamente su virilidad en el reconocimiento de sus miedos y limitaciones, sin embargo suficientemente dispuesto a vivir para los demás.69

Idem. Idem. Segundo énfasis, agregado. 66 Idem. Énfasis original. 67 R. Barthes, op. cit., p. 317. 68 Idem. Énfasis original. 69 Idem. Énfasis original. 64 65

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3. CADA ENCUENTRO CON DIOS GENERA BENDICIÓN Le concedes lo que su corazón desea, no le niegas lo que sus labios piden; con las mejores bendiciones te acercas a él, ciñes a su cabeza una corona de oro fino. SALMO 21.3-4, La Palabra (Hispanoamérica)

E

n el camino y la experiencia de la fe cristiana, la expresión “encontrarse con Dios” no es una bella metáfora ni un eufemismo para enmascarar ciertas inclinaciones religiosas individuales o colectivas. La frase encierra un conjunto de realidades a las que se ha tenido acceso mediante la mirada que el Espíritu Santo, esa persona que siempre está viniendo al corazón de cada seguidor/a de Jesucristo, refuerza y consolida con el paso del tiempo. Por ello, cada vez que un/afirma que se ha encontrado con Dios entra a un espacio de gracia en donde su intimidad y familiaridad con Él se vuelve motivo y motor de la esperanza que alberga para continuar adelante y participar de los designios de su Señor y Salvador. No otro era el horizonte que indagó, en un esfuerzo espiritual y humano, tan loable como necesario, la ya fallecida teóloga germano-mexicana Bárbara Andrade (1934-2014), quien enfatizó el encuentro con Dios (en la historia, título de su tesis doctoral) como un “don creador”, como una comunión efectiva y regalo de vida. Estamos hablando de lo que ella preguntó en un momento dado: “¿Cuál es tu experiencia de Dios?”, que puede acontecer en momentos exaltados o espectaculares, para algunos, pero para otros en la intimidad más silenciosa y menos ostensibles. Para ella, la fe: “Tiene rasgos utópicos también, en cuanto que se basa en experiencias vividas, experiencias de encuentro, místicas, de acompañamiento en la fe y de experiencia en la comunidad, pero es sobre todo experiencia de perdón, perdón incondicional que es el punto de toque de lo que llamamos la gracia de Dios, o experiencia de Dios”.70 Los casos bíblicos de encuentro con Dios que generaron bendición son múltiples pues van desde la más profunda intimidad (como en el caso de Abraham al ser llamado a salir de Ur de los caldeos o Elías mediante el silbo apacible y tierno) hasta la manifestación teofánica más aparatosa (como el mismo Elías al derrotar a los sacerdotes de Baal o Josué al detener el sol en medio de una batalla). Pero esas realidades históricas de fe no pueden aplicarse automática o mecánicamente a otras personas en nuevos tiempos o circunstancias, pues Dios trata con cada uno de maneras muy diferentes: “Nadie fue ayer,/ ni va hoy,/ ni irá mañana/ hacia Dios/ por este mismo camino/ que yo voy./ Para cada hombre guarda/ un rayo nuevo de luz el sol.../ y un camino virgen/ Dios”. (León Felipe). O como dijo Vicente Leñero: “Jamás he tenido […] una experiencia espiritual como la que narran ustedes y los místicos. A mí Dios nunca me ha hablado. Me dan mucha envidia”.71 Pero aun así, nunca dejó de creer ni dejó de estar “sediento de Dios”,72 porque acaso a la inmensa mayoría nunca le sucederá lo que a Saulo de Tarso en las afueras de Damasco, pero eso no implica que Dios no salga a nuestro encuentro siempre: en las páginas de su palabra, en el amor vivido de manera auténtica, en la amistad verdadera, en los laberintos de la vida… En el salmo 21, estamos ante la experiencia de fe del monarca, nada menos, que necesitaba, de verdad, experimentar frecuentes encuentros con Dios para gobernar con sabiduría a su pueblo. Sólo de un Dios que le saliese al encuentro podía proceder la sabiduría necesaria para conducir los destinos de una nación, especialmente al momento en que los propios súbditos ruegan por él. De ese modo, el poder entregado al rey Gregorio H. Chávez y Rafael Espino, “Teología de la esperanza. Entrevista a la teóloga Bárbara Andrade”, en Vida Pastoral, www.vidapastoral.com/index.php?option=com_k2&view=item&id=316. 71 Javier Sicilia, “Vicente leñero, mi amigo”, en El Diario de Coahuila, 7 de diciembre de 2014, www.eldiariodecoahuila.com.mx/notas/2014/12/7/vicente-lenero-amigo-470876.asp. 72 Eduardo Garza Cuéllar, “Vicente Leñero, sediento de Dios”, en Este País, 1 de febrero de 2015, http://estepais.com/site/2015/vicente-lenero-sediento-de-dios/ 70

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podrá desdoblarse en formas de servicio de beneficio directo para el pueblo. El encuentro con Dios, descrito al inicio del salmo (“con las mejores bendiciones te acercas a él”, v. 4), abre las puertas para un comportamiento personal y político marcado por el temor de Dios (“Porque el rey confía en el Señor,/ por el amor del Altísimo no sucumbirá”, v. 8). La cadena de bendiciones descritas a continuación, todas de utilidad para la población gobernada, no está exenta de conflictos que se deben afrontar con energía, pero nunca separándose de los designios divinos (“Tu mano golpeará a tus enemigos,/ tu diestra golpeará a tus adversarios”, v. 9). Después de todo, en el rey verá la mano poderosa de Dios actuando en su favor (“Álzate, Señor, con tu poder;/ nosotros cantaremos y alabaremos tu bravura”, v. 10) Cada encuentro con Dios genera bendiciones, las cuales deben ser evaluadas mesuradamente y con el paso del tiempo, con todo y la premura con que el carácter humano desea, casi siempre, aplicar los resultados de dichos encuentros. Encontrarse con Dios plantea, como se puede apreciar en tantas situaciones, que las prioridades o criterios aplicados para interpretar lo acontecido no sean los adecuados y se requiera tomar otro rumbo, como sucedió con tantos personajes de la Biblia. Esa ruta del encuentro de Dios es, en verdad, inabarcable en sus dimensiones de conexión con lo eterno, pero al mismo tiempo es una forma de redención de la cotidianidad, que es justamente donde Dios sale al encuentro para otorgar bendición, siempre y cuando exista también una disposición para que ese encuentro se proyecte en todas las áreas de la vida de quien es objeto de esa visita.

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4. LA IGLESIA RESPLANDECE LUEGO DEL ENCUENTRO CON SU DIOS Al bajar Moisés del monte Sinaí, traía consigo las dos losas del testimonio y no se dio cuenta de que su rostro irradiaba luminosidad porque había hablado con el Señor. […] Los israelitas contemplaban cómo el rostro de Moisés irradiaba luminosidad; luego Moisés volvía a ponerse el velo en el rostro y se lo dejaba puesto hasta que entraba de nuevo a hablar con el Señor. ÉXODO 34.29, 35, La Palabra (Hispanoamérica)

I

nevitablemente es preciso cerrar esta temática con el tema de la luz divina que resplandece, o trata de resplandecer en su iglesia. A semejanza de Moisés, quien al descender del encuentro con Yahvé luego de recibir las tablas de la ley, tenía un rostro resplandeciente, el pueblo de Dios de todas las épocas enfrenta el grandioso desafío de reflejar la luminosidad de su Señor para encarnar su misión de servicio en el mundo. Ser “poseído por la luz” fue para Moisés una experiencia en el límite del conocimiento y de la comprensión de la voluntad de Dios que encarnó con su propia persona, puesto que al elevarse, física y espiritualmente, sobre sus hermanos/as y así palpar de manera inmediata la cercanía de lo sagrado, toda su realidad se colocaba al servicio de la luminosidad del Creador y Redentor. La reposición de las tablas legales conteniendo los diez mandamientos propuesta por Yahvé implicaba que la reglamentación sagrada de la vida del pueblo abarcaría la totalidad de su existencia, sin resquicio alguno que fuera olvidado o dejado fuera por la sabiduría divina. Las palabras de Yahvé eran claras en el sentido de que se encontraría únicamente con Moisés, como intermediario del pueblo: “Prepárate para mañana, pues al amanecer subirás al monte Sinaí, y allí, en la cima del monte, me esperarás. Que nadie suba contigo. No dejes que nadie esté por los alrededores del monte; ni siquiera ovejas o vacas pastando por las cercanías” (Éx 34.2-3). Invadido por una auténtica teofanía, es decir, una presencia física y visible de lo sagrado, Moisés es introducido al ámbito de lo divino para participar de su plenitud y recibir directamente los designios de Dios (vv. 5-7). Su reacción ante tamaña realidad es la obligada, la adoración y la oración sobrecogida: “Señor, si de verdad gozo de tu favor, ven con nosotros, aunque seamos un pueblo testarudo. Perdónanos nuestras desobediencias y pecados, y acéptanos como propiedad tuya” (vv. 8-9). A continuación, Yahvé reafirma su voluntad de avanzar en el pacto exclusivo con el pueblo (vv. 10-16) y renueva los mandamientos relacionados con las fiestas anuales y la afirmación del jubileo, el descanso y la entrega de ofrendas sinceras como componente principal de la vida social (vv. 18-27). El v. 28 destaca los 40 días y 40 noches en que Moisés permanece en un estado místico, casi beatífico, de contacto con la divinidad. Su descenso para reencontrarse con la vida histórica del pueblo estaba marcado por la manera en que reaparecía y cómo era visto por sus hermanos/as: Su rostro era consecuencia directa del encuentro, señal poderosa de la presencia de Dios: manifestación. Su rostro iluminado hacía patente el quiebre entre lo sobrenatural y lo humano, entre lo sagrado y lo profano. La luz que enceguecía al pueblo de Israel y que los llenó de temor marcaba la ruptura propia de quien se hace consciente de la propia finitud y daba lugar a la emergencia de un temor santo, aquel del que cae en la cuenta de su insignificancia frente a la inmensidad del universo y, dentro del mismo temor santo, de la necesidad de que esa luz cegadora ilumine la vida y de que ese Dios todopoderoso salve.73

Ahora estaba en condiciones de comunicar la voluntad divina, al momento de estar dominado, traspasado por esa luz inimaginable. Como hijos e hijas de Dios que integramos su pueblo y que articulamos el edificio de la fe, nuestras vidas son como cuentas de vidrio o como vitrales que, al dejarse traspasar por la luz, la reflejan y la 73

Raúl Zegarra, “Comentario de Ex 34, 29-35: Su rostro resplandecía por el encuentro”, en https://sagradaanarquia.wordpress.com/2011/07/30/comentario-de-ex-34-29-35-su-rostro-resplandecia-por-el-encuentro/. 40


proyectan hacia el mundo para hacer sentir la presencia de lo divino en términos de bendición, de paz y de justicia. Como escribió Rubem Alves: Hermann Hesse escribió un libro llamado El juego de los abalorios, que es la historia de una orden monástica en la que sus miembros, en vez de gastar su tempo con ejercicios religiosos, se dedicaban a un juego con cuentas de vidrio coloridas. Ellos sabían que los dioses prefieren la belleza a las monótonas repeticiones sin sentido. El libro no describe los detalles del juego. Pero sé de qué se trataba. Al escribir, escucho la Sonata núm. 27, op. 90, de Beethoven. Es hermosa. Las cuentas de vidrio coloridas de Beethoven, en esa sonata, son las notas del piano. Los vitrales también son juegos de cuentas de vidrio. Fue en la poesía de una amiga, ex-alumna, Maria Antônia de Oliveira, en su libro Cerigüela, que por primera vez vi la vida como un vitral. La vida se retrata en el tiempo formando un vitral, de diseño siempre incompleto de colores variados, brillantes, cuando pasa el sol. Acontecen pedradas al azar que parten en pedazos y dejan agujeros, irreversibles. Los fragmentos se pierden por ahí. A veces encuentro añicos de vida que fueron míos, que estuvieron vivos. Los examino atentamente tratando de recordar de qué totalidad formaron parte. Ya encontré uno amarillo y pequeñito que resucitó de mentira, un viejo amigo. Encontré otro, puntiagudo y azul, que reunió en las nubes un viejo beso. Había un pedazo rojo que me hizo llorar mucho, sin que pudiera recordar dónde me perteneció Esos pedazos de vitral, esas cuentas de vidrio coloridas aman mi cuerpo y mi alma, para siempre. El amor no se conforma con el veredicto del tiempo — los añicos de cristal perdiéndose dentro del mar, las cuentas de vidrio colorido hundiéndose para siempre en el río del tiempo. Quiero que todo lo que amé y perdí me sea devuelto. Todas esas cosas viven en ese inmenso agujero adolorido de mi alma que se llama nostalgia. Para eso necesito a Dios, para que me cure de la nostalgia. Dicen que el remedio está en el olvido. Pero eso es lo que menos desea alguien que ama. Se cuenta de un hombre que amaba apasionadamente a una mujer que se llevó la muerte. Desesperado, recurrió a los dioses pidiendo que le devolvieran a la mujer que tanto amaba. Compadecidos, le dijeron que no podían devolverle a su amada. No tenían poder sobre la muerte. Pero que podrían curar su sufrimiento logrando que se olvidara de ella. Él respondió: “Todo, menos eso. ¡Pues el sufrimiento el único poder que la mantiene viva a mi lado!”. Tampoco quiero que los dioses me curen mediante el olvido. Más bien quiero que me devuelvan mis cuentas de vidrio. Así imagino a Dios: como un fino hilo de nylon, invisible, que busca mis cuentas de vidrio en el fondo del río y me las devuelve como un collar. No por él mismo (sobre quien nada sé), sino por aquello que él hace con mis cuentas… Quiero a Dios como un artista que busca los pedazos de mi vitral, roto por las pedradas del azar, y los coloca de nuevo en la ventana de la catedral, para que los rayos de Sol pasen nuevamente a través de él. Lo que quiero es un Dios que juegue el juego de las cuentas de vidrio, siendo yo una de las cuentas coloridas de su juego…74

R. Alves, “Os olhos de Camila”, en https://rubemalvesdois.wordpress.com/category/uncategorized/, 16 de febrero de 2013. Versión de LC-O. 74

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Junio “ESFUÉRZATE… Y COBRA ÁNIMO”: EL PRESENTE Y EL FUTURO DE LA IGLESIA ESTÁN EN LAS MANOS DE DIOS 1. LA IGLESIA EN LAS MANOS DE DIOS Sin embargo, anímate Zorobabel —oráculo del Señor—, anímate sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac, y que se anime toda la gente del país —oráculo del Señor—. Pongan manos a la obra porque yo estoy con ustedes, dice el Señor del universo. HAGEO 2.4, La Palabra (Hispanoamérica)

E

l libro de Hageo (en hebreo Jaggai: “Alegre”, Hilario) manifiesta claramente una preocupación comunitaria por el templo como “un elemento clave en el mundo simbólico de la religiosidad popular”.75 El profeta seguramente perteneció al llamado “pueblo de la tierra” (am ha aretz), los campesinos de Judá que ocuparon la tierra en Palestina después de la caída de Jerusalén. Alicia Winters explica así el contexto de lo acaecido en esa época para situar el mensaje de Hageo sobre la reconstrucción del templo: Con la caída de Jerusalén y la deportación de los principales ciudadanos a Babilonia, quedaron en la tierra los pobres “que no tenían nada” (Jr 39.10). Durante el conflicto con Babilonia, muchos habitantes de Judá se habían refugiado en Moab, Amón, Edom y otras regiones, pero Jr 40.7ss indica que muchos de estos desplazados volvieron y se establecieron alrededor de Godolías en Mispá “y recogieron vino y abundantes frutos”. Ezequiel hace pensar que al principio vivían entre las ruinas, en los campos o escondidos en rocas y cavernas (Ez 33.27), pero también sabemos que los babilonios repartieron tierras y viñedos entre los más pobres (2 R 25.10-12).76

Y agrega, en torno a la mentalidad prevaleciente al momento de afrontar la posibilidad de dar inicio a dicha reconstrucción: “El proyecto de reconstrucción despertaría interés no solamente entre los exiliados, sino también en la comunidad que ya ocupaba la tierra en Palestina, debido la importancia que las ruinas ya habían adquirido a sus ojos. El mensaje de Ageo se da en este contexto. Ya se conocía la promesa de reconstrucción, la esperanza de reconstrucción, pero había vacilación y demoras para dar comienzo al proyecto de parte de aquellos que vinieron de lejos”. Había una vacilación de fondo, una tardanza ocasionada por motivos de comodidad económica y de incomprensión de los tiempos divinos, en una especie de confrontación divinahumana. “El profeta no estaba proponiendo la reconstrucción del templo como una idea nueva. Ya se venía hablando del proyecto”. Su inquietud era que nada se hacía. Los compiladores del libro anotaron con precisión la fecha del día en que Ageo abordó formalmente a los altos funcionarios del grupo de los repatriados [segundo año del rey Darío de Persia, 520 a.C.] para expresar las inquietudes de los campesinos, que constituían, para él y para los compiladores, ‘el resto del pueblo’, o ‘el pueblo de la tierra’”. De ahí la importancia de la observación: “Este pueblo dice: ‘No ha llegado aún el tiempo en que la casa de Yavé sea reedificada’” (1.2). Pero ante la emergencia de los grupos populares como responsables de la vida y espiritualidad de la nueva época, el eventual nuevo templo ya no significaría lo mismo que para las generaciones anteriores. De las cuatro veces (todas fechadas rigurosamente) que el profeta recibe la palabra divina, en la primera (1.12-14) hay una reacción muy favorable por parte de los responsables político y religioso: Zorobabel, nieto del rey Jeconías, y Josué, nieto del sacerdote Seraías. En la segunda proclamación (2.1-9), la exhortación consiste en animar a ambos líderes, además del resto del pueblo (un avance considerable en relación con la antigüedad), para seguir adelante en el proyecto de reconstrucción, considerando seriamente la promesa que hace Yahvé para conducir el proceso. Hay una crítica directa al templo de Salomón y a las prácticas que generó: “¿Quién queda entre ustedes Alicia Winters, “El templo 36/el%20templo%20de%20ageo.html. 76 Idem. 75

de

Ageo”,

en

RIBLA,

núm.

35-36,

www.claiweb.org/ribla/ribla35-

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que haya conocido este Templo en su esplendor inicial? ¿Cómo lo ven ahora? ¿No les salta a la vista su insignificancia?” (2.3). Ahora el templo será un lugar de reunión de dimensión internacional (2.7), por lo que llama también la atención la denominación de Dios como “Señor del universo”, resultado de una proyección universal que permitió superar el exclusivismo etnocentrista de Israel. Y no está ausente la reminiscencia de la fidelidad de Yahvé desde el acontecimiento del Éxodo: “Este es el compromiso que pacté con ustedes cuando salieron de Egipto: mi espíritu estará en medio de ustedes; por tanto, no teman” (2.5). Winters destaca cinco funciones o dimensiones simbólicas del templo en el pensamiento de Hageo y la comunidad campesina de Judá que dominaba en ese momento, luego del fin de la monarquía israelita:

1.El templo proporcionaba continuidad con el pasado frente a los grandes cambios en la vida política del país. El templo no era simplemente un lugar de culto. Era símbolo de la acción de Dios en medio de su pueblo. […] 2.El templo simbolizaba la relación continua del pueblo con la tierra. […] La continuidad con el pasado queda reforzada al señalarse la continuidad con la tierra como lugar sagrado. […] 3.El templo articulaba la identidad del pueblo y canalizaba su resistencia frente a la creciente penetración de las costumbres y exigencias de los conquistadores extranjeros. […] Además, en la medida en que ensalza a Zorobabel como sucesor de las promesas davídicas, Hageo lanza una protesta contra las pretensiones persas a la sucesión de la monarquía. […] 4.El templo creaba comunidad, proporcionando organización y estabilidad frente a la incertidumbre que prevalecía en todas partes. El templo formaba parte de la realidad que vivía el pueblo: campesinos y campesinas que sufrían hambre, sentían frío, etcétera. […] 5.El templo hablaba de la presencia de Dios con su pueblo y así brindaba esperanza para el futuro. “Porque yo estoy con vosotros” [2.4b] es la razón detrás de todo en el libro de Hageo. […] El templo es un proyecto y plantea una utopía, una esperanza: “Desde el día que se echó el cimiento del templo de Yavé: meditad... Ni la vid, ni la higuera, ni el granado, ni el árbol de olivo han florecido todavía; mas desde este día os bendeciré” [2.19].77

El énfasis crítico de estas afirmaciones sigue vigente actualmente si se analizan las esperanzas que las comunidades depositan en sus lugares de culto y pierden de vista el verdadero fin de los mismos. El tercer oráculo recibido por Hageo tiene que ver con la purificación ritual (2.10-19), lo que demuestra su cercanía con los círculos sacerdotales de la época del exilio, en función de las fechas en que comenzó la reconstrucción del templo. La bendición resultante del esfuerzo por reconstruir será una realidad tangible en términos agrícolas. Finalmente, Zorobabel recibe el anuncio del beneplácito divino, y la exhortación a esforzarse con denuedo para conseguir los propósitos más altos en beneficio del pueblo (2.20-23). De la misma manera, hoy el presente y el futuro de la iglesia están en las manos de Dios y Él la guiará para retomar, cada vez que sea necesario, el rumbo que requiere, pues muchas veces no es capaz de comprender los alcances de los proyectos divinos y con frecuencia requiere correctivos históricos severos como los que atravesó el pueblo antiguo.

77

Idem. 43


2. EL PUEBLO DE DIOS MIRA SIEMPRE HACIA ADELANTE Entonces el Señor dijo a Moisés: —¿A qué vienen esos gritos? Ordena a los israelitas que reanuden la marcha. Y tú levanta tu vara y extiende la mano sobre el mar que se abrirá en dos para que los israelitas lo atraviesen pisando en seco. ÉXODO 14.15-16, La Palabra (Hispanoamérica)

E

l paso del Mar Rojo por parte de los hebreos liberados de la esclavitud en Egipto es uno de los momentos paradigmáticos de toda la historia bíblica. Su carácter anti-épico, pues el tono del relato se halla centrado únicamente en la intervención directa de Dios para permitir que los antiguos esclavos accedieran a la libertad, realza la manera en que se cumplirían progresivamente las promesas que acompañaron todo el proceso. Al escuchar el clamor de las tribus, Dios mismo se levantó, se puso en marcha para conseguir la movilización física y espiritual de su pueblo y así instalarse él mismo en la historia como un Dios ligado a las ansias libertarias de la humanidad. El gran episodio del éxodo simboliza también la forma en que toda acción divina es capaz de transformar el presente y de proyectarlo hacia un futuro nuevo e inimaginable, en el que es posible encontrarse con otras facetas del rostro de Dios y así profundizar permanentemente en la realidad de su amor. Uno de los instantes climáticos de esa gran gesta aconteció cuando el pueblo tuvo que afrontar el inmenso desafío de atravesar, así fuera en su parte más estrecha, el paso del Mar Rojo, a fin de alejarse definitivamente de cualquier contacto con lo que representó para él los años vividos en la sumisión a Egipto. Las tribus no estaban iniciando un viaje turístico ni mucho menos: se encontraban en el umbral del desierto y las famosas palabras proferidas por Yahvé en este contexto son, además de alentadoras, sumamente riesgosas. Mirar hacia adelante, tal como debe ser la actitud continua del pueblo de Dios, puede tener como contraparte que el camino hacia el cual se debe seguir sea el desierto mismo, esto es, un espacio aparentemente desprovisto de vida, de comodidades, pero potencialmente lleno de riquezas espirituales, de diálogo con Dios, de comunión, en este caso, sumamente desafiante al venir de las aparentes “ventajas” de Egipto: comida segura, especialmente, pero en el marco de la esclavitud y la sumisión. La narración del paso del Mar Rojo trae hasta nuestros ojos la incertidumbre, la duda y la vacilación de todo un pueblo concentrado en un solo lugar que deberá tomar una decisión colectiva para asumir plenamente los planes divinos de libertad. Acerca de la orden para marchar hacia adelante (14.15) escribe Xabier Pikaza: Hay un momento en que la decisión resulta inevitable. Es el momento de ruptura. […] Entonces resulta necesaria la decisión y nadie puede asumirla por nosotros: ni los ángeles del cielo, ni los astros, ni siquiera el mismo Dios excelso. Dios nos encamina, nos promete su asistencia, pero luego quiere que nosotros mismos asumamos nuestro riesgo y decidamos […] Sólo cuando empezamos a avanzar envía Dios su viento y seca el agua de los mares. De esa forma muestra que la libertad es don que sobrepasa nuestras fuerzas: nosotros las buscamos y es ella la que viene a nuestro encuentro, destruyendo las murallas y los mares que cerraban el camino.78

Dios no puede relacionarse con un pueblo que no esté dispuesto a la aventura renovadora y creativa en medio de una historia cuyas contradicciones no cesan nunca. Las historias personales, familiares, colectivas, subsidiarias todas de una historia mayor que Él en su soberanía y profundo amor va desplegando ante nosotros, como siempre lo ha hecho con su pueblo, adquirirán nuevas dimensiones al interpretar progresivamente sus acciones concretas. Y podemos confesar que no nos agradan necesariamente los desiertos a los que nos ha X. Pikaza, “Éxodo: libertad, principio de la historia”, en Para leer la historia del pueblo de Dios. Estella, Verbo Divino, 1990, pp. 80-81. 78

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llamado y nos seguirá llamando tantas veces, pues los desiertos donde es posible el encuentro con Dios son espacios de melancolía, ansiedad y precariedad, pero también puede llevarnos por lugares pletóricos de bendiciones materiales y espirituales. “La imagen que el texto da de la vida en el desierto es la de una persona que no lo conoce y vive en la ciudad. El desierto es comprendido como un lugar de grandes peligros y donde el riesgo de no contar con agua o alimentos es la preocupación cotidiana. La muerte ronda en cada jornada y el sentimiento de que allí no hay muchas posibilidades de sobrevivir está presente en cada nueva escena”.79 Fe, sobrevivencia y confianza plena en el amor divino: he ahí la tríada a la que se refieren las profundidades del texto. Yahvé es el estratega de la liberación y de la salida del laberinto geográfico, psicológico y político: “El faraón pensará que los israelitas no saben salir de Egipto y que el desierto les cierra el paso. Y yo haré que el faraón no se dé por vencido y los persiga; y de nuevo mostraré mi gloria a costa de él y de todos sus ejércitos. Así los egipcios tendrán que reconocer que yo soy el Señor” (14.3-4). Dios mostrará su gloria justamente al lado de la multitud llena de pánico ante el peligro inminente de una muerte trágica (14.11-12). Todo dependía de que el pueblo cumpliera las órdenes sistemáticamente al pie de la letra. El obstinado faraón, sin saber a ciencia cierta que estaba librando una guerra desigual contra el Dios de los esclavos, se suma a los planes divinos para dar lustre a la labor de introducirlos, poco a poco, al vergel de una vida plena y auténtica, aunque aún faltaba mucho tiempo para ello. En la experiencia de las tribus hebreas, el desierto se volverá un escenario de múltiples experiencias en donde el cuidado de Dios se hará presente: el agua en la roca, el maná, las codornices… Diversas manifestaciones extraordinarias del amor de un Dios que siempre está atento al porvenir de su pueblo, incluso en instantes límite en los que las fuerzas humanas flaquean al máximo. Los múltiples éxodos que nos son presentados demandan de nosotros hoy una confianza ciega en el amor de Dios que podrá sustentarnos en medio de cualquier circunstancia, pero sin dejar jamás de mirar hacia adelante, pues ésa debe ser la vocación irrenunciable del pueblo de Dios permanentemente. Cuando termina el eco de los cantos, llega la exigencia del camino. El problema no son los opresores, que han quedado atrás, hundidos en el mar o destruidos en su misma prepotencia ciega. El problema son los liberados que ahora deben inventar su propia marcha en actitud de gracia, en solidaridad compartida y valentía. Antes era fácil: bastaba resistir o responder en contra. Ahora es preciso inventar la libertad, aprendiendo a caminar de forma nueva, en el desierto.80

Pablo Andiñach, “El camino del desierto: angustia y experiencia de la protección de Dios”, ponencia presentada en XXXIV Semana de Estudios CEFyT: “La palabra de Dios escuchada y compartida nos libera y humaniza”, www.dropbox.com/s/2vde1kh8azqpe5v/El%20camino%20del%20desierto.docx. 80 X. Pikaza, op. cit., p. 81. 79

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3. ESFORZARSE Y AVANZAR EN EL NOMBRE DE DIOS Te he mandado que seas fuerte y valiente. No tengas, pues, miedo ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas. JOSUÉ 1.9, La Palabra (Hispanoamérica)

J

osué 1 es todo un clásico de todos los tiempos para la reflexión cristiana evangélica, especialmente para aquella que está ligada de por vida a la militancia en el llamado Esfuerzo Cristiano, pues el nombre de esta agrupación deriva directamente de la famosa exhortación del v. 9. No obstante la inmediata asociación de ésta con los ímpetus y los afanes juveniles no necesariamente le hace justicia al espíritu y, sobre todo, al contexto de las palabras del texto, puesto que, ante la desaparición de Moisés como líder casi insustituible de las tribus de Israel, la figura de Josué requería, sobre todo, de lo que podría llamarse una genuina legitimidad moral y espiritual para ocupar el lugar vacante. Se trataba, ante todo, de asumir una postura clara y valiente ante la enorme tarea de conquistar un “territorio prometido” pero cuyos propietarios no lo soltarían fácilmente, por lo que se avecinaba una guerra de invasión a fin de ocuparlo. En los tiempos que corren, toda visión colonizadora representa formas de violencia que una sana interpretación de las Escrituras no puede dejar nunca de lado, motivo por el cual la espiritualización de la exhortación obliga a repensar el sentido que debe guiar la relación entre ella y una vida cristiana desafiada continuamente al esfuerzo, esto es, al gasto continuo de energía, para avanzar en el nombre de Dios hacia los caminos que tiene preparados para los creyentes y la iglesia, y en donde Él siempre nos está esperando, delante de todo lo que podamos creer o imaginar. Para Nancy Cardoso Pereira, hay tres aspectos que hoy deberían ayudar a interpretar la visión del libro de Josué, a fin de lograr una buena comprensión de su mensaje:  La dimensión vital del acceso a la naturaleza, como condición de vida.  La experiencia de Dios, vivida en la experiencia de la espacialidad, como garantía de territorio para todos y todas.  El conflicto presente en la experiencia de los grupos humanos, como ejercicio permanente de deconstrucción de poderes de muerte y construcción de alianzas que garanticen la vida.81

Al momento de ser interpelados por las palabras de Yahvé dirigidas a Josué, uno podrá situarse ante cada uno de ellos para percibir que el Dios que había prometido un espacio nuevo de vida, desarrollo y bienestar para su pueblo no podía, por definición, condenar a la muerte y la desposesión a otros pueblos. Incurrir en el etnocentrismo con base en una doctrina de la elección ajena a la preservación de la vida humana no puede ser una buena plataforma para una lectura espiritual del libro y de la historia misma de la ocupación de la tierra. Prueba de ello es la reacción del propio Josué ante algunas órdenes de arrasamiento: “Pero Israel no prendió fuego a ninguna de las ciudades situadas sobre las colinas; únicamente Jasor fue incendiada por Josué” (11.13). Resulta complicado simpatizar hoy con el exterminio o la “limpieza racial” que se menciona en diversos lugares del libro, con todo y que se explique a partir de una “razonable limpieza espiritual” o religiosa. Además, el propio pueblo también tenía otros componentes raciales: “La verdad, en medio de este pueblo llamado Israel hay quenitas (Nm 10.29-32; Jue 4.11, 17), madianitas (Ex 2.21), cusitas (etíopes, negros, Nm 12.1) y una, no bien identificada, ‘multitud’ que poseía ganado y ovejas (Ex. 12,38)”.82 Además, mediante una atenta lectura se puede apreciar que “la verdadera lucha se dio contra “reyes” y contra “ciudades”, más que contra poblaciones.

N. Cardoso Pereira, “Construcción del ‘cuerpo’ geopolítico y simbólico: Josué 1-12”, en RIBLA, núm. 60, www.claiweb.org/ribla/ribla60/nancy.html. 82 Sandro Gallazzi “Celebramos las justicias de Yavé”, en RIBLA, núm. 2, www.claiweb.org/ribla/ribla2/celebramos%20las%20justicias%20de%20yave.htm. 81

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Fue la lucha de diferentes grupos oprimidos que vivían al margen del sistema imperial tributario, contra sus opresores, contra la ciudad”.83 Josué aparecería entonces, no como un modelo de “conquistador”, sino más bien, por la fuerza de los hechos, como un tipo de creyente que es desafiado por la divinidad y enviado a cumplir una dura misión en medio de pueblos diferentes al suyo, y en la que la fidelidad al proyecto divino es lo más importante. Para ello requiere de cualidades específicas y que debían esperarse de un líder que asumirá el lugar de quien ya no estaba presente: “llenar los zapatos” de Moisés era una tarea honrosa pero demasiado grande para quien, a pesar de haberlo acompañado, necesitaba ahora una imagen y una certidumbre completas para lograr su propósito. Las palabras de Yahvé son aleccionadoras y solemnes: “Moisés, mi siervo, ha muerto. Disponte, pues, a cruzar ese Jordán, con todo este pueblo, hacia la tierra que yo doy a los israelitas” (1.2). La promesa confirmada es clara sobre los territorios a ocupar: “Les entrego a ustedes todo lugar donde pongan el pie, según prometí a Moisés” (1.3). Y la oferta de apoyo era irrestricta: “Nadie te podrá hacer frente mientras vivas: lo mismo que estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré” (1.5) Semejantes garantías debían ser respondidas con una actitud consecuente: “Pórtate, pues, con fortaleza y valentía porque vas a ser tú quien darás a este pueblo la posesión de la tierra que juré dar a sus antepasados” (1.6). La única exigencia era: “…que seas fuerte y valiente y cumplas toda la ley que te dio mi siervo Moisés. No te desvíes de ella ni a la derecha ni a la izquierda; así tendrás éxito en todo lo que emprendas” (1.7). Naturalmente, Josué tenía que ir más allá de lo meramente material (y militar), para considerar la ley divina como la norma de vida, conducta y fe que guiaría todos sus actos. Aquí, el lenguaje del Deuteronomio es intenso y clave: “Medita día y noche el libro de esta ley teniéndolo siempre en tus labios; si obras en todo conforme a lo que se prescribe en él, prosperarás y tendrás éxito en todo cuanto emprendas” (1.8). Es entonces que aparece la consigna vital para realizar el trabajo encomendado: fuerza, valentía y abandono del miedo y la cobardía ante la certeza de la constante compañía divina. Ante empresas gigantescas como la conquista de una tierra ocupada por tantos pueblos, la dirección del Señor es una garantía de que es posible alcanzar las metas trazadas, pero siempre sin llegar a la creencia de que “el fin justifica los medios” o de que “los hijos de Dios tienen derecho a las mejores cosas” y, por tanto, pueden pasar por encima de los demás, indiscriminadamente, como promueven ciertas teologías actuales. Esforzarse y avanzar en el nombre de Dios, en el espíritu de Josué, significa aceptar el anuncio divino de su cercanía y asumir las tareas encomendadas con constancia, determinación y valor.

83

Idem. 47


4. PRESENTE Y FUTURO DE LA IGLESIA ANTE LAS PROMESAS DE DIOS Por eso te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a edificar mi Iglesia, y el poder del abismo no la vencerá. MATEO 16.18, La Palabra (Hispanoamérica)

L

a iglesia, como pueblo de Dios presente en la historia, debe afrontar siempre su presente y su futuro asido a las promesas de su Señor y Salvador. Como continuidad de la comunidad del Antiguo Testamento, la iglesia ha recibido también las que el pueblo de Dios recibió con anterioridad, aunque cuando el propio Señor Jesucristo replanteó la forma que debía adquirir el grupo de sus seguidores/as, también renovó esas promesas y proyectó la presencia de la comunidad en el mundo de una manera diferente. Desde la llamada de Abraham, y a través de todos los episodios históricos, tan bellamente descritos por Hebreos cap. 11, el perfil comunitario del pueblo es una constante que se fue adaptando según el designio divino se fue revelando. Así, al momento de que el pueblo antiguo dejó de vivir bajo una monarquía, la esperanza mesiánica lo fue dotando de una comprensión que debía ir más allá de los usos humanos y políticos para retomar las intenciones originales de formar una auténtica comunidad alternativa a los usos y costumbres de las diversas épocas. Con ello, se podrían superar las inclinaciones hacia un uso del poder, entre otras cosas, que no debían prevalecer en esa nueva comunidad. El famoso episodio de Mateo 16 en el que pregunta a sus discípulos sobre el concepto que tenía el mundo sobre él (“¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”, v. 13), algo que dicho sea de paso ellos debían de saber muy bien, lo cual no deja de ser una gran lección hasta hoy, pues la pregunta sobre la imagen y naturaleza del Señor quienes primero deben hacérsela son sus seguidores a fin de advertir las dimensiones del compromiso para el cual son llamados. Las ideas que circulan en el mundo sobre el Maestro de Nazaret deben ser debatidas y respondidas por los discípulos, para que la doctrina que ellos difundan sobre él clarifique y anuncie adecuadamente su mensaje, tal como lo intentaron los primeros seguidores en los Evangelios. Las diversas imágenes y creencias sobre Jesús, muchas veces contradictorias y falseadas, desde que fue un gran iniciado o hasta un revolucionario insurrecto tienen que ser confrontadas con las que proporciona el Nuevo Testamento para que, luego de un discernimiento espiritual profundo, pueda ofrecerse como parte de la proclamación del Evangelio de amor y justicia de Dios. La variedad de opiniones (v. 14), fruto de una pluralidad ideológica indudable, no debe hacer que la iglesia flaquee en su apreciación central de la persona de Jesucristo, razón de ser de su existencia en el mundo y ante la que es preciso tomar una determinación: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” (v. 15). Si ésta es de aceptación y compromiso, como la de Pedro (“¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!, v. 16b), inmediatamente se da por sentado el acceso a la comunidad de seguidores/as por la mediación directa del Padre (v. 17), aun cuando sea siempre imperfecta en virtud de sus componentes humanos, pero llama la atención que Dios y Jesús mismo sigan confiando en la necesidad de crear esa comunidad, a sabiendas de sus debilidades y flaquezas. El gran malentendido que a veces es la iglesia (en palabras de Emil Brunner), no la desnaturaliza ni le resta dignidad pues, por el contrario, la establece como una realidad dotada de autoridad espiritual en el mundo y ésa es la raíz de las promesas que recibirán los discípulos: “…los vv. 17-19 ofrecen un relato del fundamento de la autoridad pospascual en la Iglesia y del encargo del liderazgo. […] El término ekklesía se encuentra solamente aquí y en 18.17 en los cuatro evangelios. Se refiere a la asamblea del pueblo de Dios”.84

Benedict T. Viviano, “Evangelio de Mateo”; en R.E. Brown et al., eds., Nuevo comentario bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento y artículos temáticos. Estella, Verbo Divino, 2004, p. 111, http://laicos.antropo.es/biblia-y-libros/Nuevocomentario-biblico-San-Jeronimo.Nuevo-Testamento.pdf. 84

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Al edificar sobre la afirmación de Pedro la realidad y fortaleza de la iglesia (v. 18), la promesa fundamental consiste en que “el poder del abismo” (“las puertas del infierno”, RVR, expresión usada en diversos lugares del AT: Is 38.10, Job 38.17, Sal 9.14) no podrá vencerla, pues “Mateo relaciona aquí a la Iglesia con el reino: la Iglesia es una disposición interina que media la salvación en el tiempo entre el ministerio terreno de Jesús y al futura llegada del reino”.85 Atar y desatar en la tierra y en el cielo (v. 19) es la siguiente parte de la promesa que, en 18.18 es entregada a la comunidad como un todo: “Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo”, lo que echa por tierra que únicamente Pedro como apóstol o “papa” tendría esa potestad, relacionada con la toma de decisiones definitivas dentro de la iglesia. La autoridad de la iglesia, por tanto, será de naturaleza colegiada siempre, para terminar con las inclinaciones al abuso de poder espiritual y material al interior de la comunidad naciente. Queda claro que deben leerse paralelamente los caps. 16 y 18 a fin de llegar a conclusiones sanas y correctamente aplicables en estos temas. Por todo ello, estas promesas del Señor para la vida de su pueblo, en el perfil comunitario que se estaba delineando, son claras y reclaman de ella, en primer lugar, la humildad que tanta falta le hizo a Pedro luego de recibir la revelación divina sobre el mesianismo de Jesús, que aún no debía compartirse de manera tan inmediata, pues debía concluir primero la formación de los discípulos y madurar el momento para su manifestación, con todo y que el esquema de Mateo obedece más bien al rechazo del pueblo judío a la persona de Jesús. La garantía de que la iglesia como nuevo pueblo de Dios podría cumplir con su responsabilidad es el sello que debe caracterizar siempre la fuerza con que ella debe asumir su papel en el mundo, pues su presente y futuro no dependen de su capacidad para adaptarse a mejores posiciones sino de su fidelidad al interminable y exigente amor que Dios le manifestará siempre.

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Idem. 49


Julio “LA FE… CERTEZA DE LO QUE SE ESPERA”: EL AMOR DE DIOS NOS ATRAE Y NOS CONDUCE La fe es garantía de las cosas que esperamos y certeza de las realidades que no vemos. HEBREOS 11.1, La Palabra (Hispanoamérica)

1. LA CERTEZA DE LA FE Las traducciones Estin de pístis elpidsoménon jupóstasis, pragmáton elégkos ou blepoménon. [3] es [1] Y [2] la fe [5] siendo esperadas [4] la esencia [7] de las cosas [6] la convicción no siendo vistas (= que se esperan) (= que no se ven).  Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (RVR 1960)  Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos. (Dios habla hoy)  La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. (Biblia de Jerusalén)  Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (Biblia de las Américas)  La fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve. (La Biblia del Peregrino)  Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. (Nueva Versión Internacional)  Confiar en Dios es estar totalmente seguro de que uno va a recibir lo que espera. (Traducción en Lenguaje Actual)

El valor de la fe para la existencia cristiana Como se puede ver, la “definición” de fe que ofrece la carta a los Hebreos es bastante paradójica y utópica. Paradójica, porque depositar en lo no visto la totalidad de la “esencia” o de las “convicciones” es una apuesta demasiado grande para la vida humana. Utópica, porque el horizonte del acontecimiento cristiano se ubica en la esperanza de la manifestación de las cosas no vistas. “Las realidades que no vemos”, “lo que no se ve”: todo ello remite a un conjunto de situaciones y procesos que rebasan lo medible, lo material, lo fáctico. Heb 1 afirma que la fe pertenece al ámbito de lo desconocido, pero profundamente cierto. “La fe nos mantiene firmes en la espera de lo que todavía ‘no se ve’, aludiendo a esa segunda y definitiva venida del Señor. Son los ojos de la fe los que perciben en lontananza al que ha de venir, es más: la fe posee ya, por anticipado, esa realidad del encuentro definitivo con el Señor que se perfila como el horizonte último de la historia y que da sentido al tiempo presente”.86 Esta propuesta de comprensión de lo que es fe sigue inmediatamente a unas palabras sumamente elocuentes: “Nosotros no pereceremos por echarnos atrás, sino que salvaremos nuestra vida por la fe” (10.39; Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma”, RVR 1960). Si “la fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve”,87 se tiende hacia un equilibrio entre la certeza y lo que aún no se ve. La relación compleja se da entre la fe y la esperanza, pues la primera ya se experimenta aquí, mientras que la segunda se proyecta hacia el futuro desconocido: “El La Biblia de Nuestro Pueblo. Biblia del Peregrino. Macau-Bilbao, Misioneros Claretianos-Mensajero, 2008, p. 1956. Jean-Marie Carriére, “¡Resistid!”. Relectura de la carta a los Hebreos. Estella, Verbo Divino, 2011 (Cuadernos bíblicos, 151), p. 49. 86 87

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término griego que establece la relación entre ambas es difícil, es una hipóstasis; literalmente, ‘la ley es una hipóstasis de lo que se espera’; digamos: un fundamento, una base de apoyo, lo que ‘se mantiene por debajo’. La fe es el fundamento de lo que se espera, su base de apoyo: la esperanza es movimiento lanzado hacia..., la fe es la base donde se arraiga y fundamenta este movimiento”.88 Con esta definición se abre la mirada de conjunto sobre la historia de los antepasados del capítulo 11 y la presentación de la comunidad neotestamentaria (12.1-11). Jesucristo aparece aquí como el “pionero y consumador de la fe” (12, 2ss). Él es el consumado por Dios y por eso puede llevar a buen término la lucha por la consumación. El dinamismo de la fe le viene impreso al pueblo de Dios juntamente con la promesa. El mundo futuro es el objetivo que ha sido prometido por la palabra de Dios. La tensión entre el más acá y el más allá, característica de la tradición helenística, adquiere con ello una nueva expresión. 89

Definición de la fe que será seguida de un muestrario demostrativo, con nombres y acciones, de la forma en que ella es capaz de sostener la existencia humana en medio de las peores circunstancias, “porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos” (v. 2). Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob abren ese inventario divino-humano que da testimonio de la fortaleza que proporciona la fe y ofrecen lecciones inmejorables: el primero, “ofreció a Dios un sacrificio más valioso” que el de su hermano y “aunque muerto, sigue hablando todavía” (v. 4); Enoc no pasó por la muerte, pues le “agradó a Dios” (v. 5) y su experiencia sirve al autor para ampliar la importancia de la fe, condición imprescindible para agradar a Dios y porque sin ella es imposible estar bien con Él y creer en sus promesas (v. 6). Noé, a su vez, “tomó en serio la advertencia sobre algo que aún no se veía” y actuó en consecuencia, además de que “puso en evidencia al mundo y logró heredar la salvación” (v. 7). Abraham, el modelo y paradigma de la fe, “obedeció la llamada de Dios y se puso en camino hacia la tierra que había de recibir en herencia. Y partió sin conocer cuál era su destino” (v. 8). Lo mismo hicieron sus herederos que dieron cuerpo a la historia de la salvación en su momento. La fe es el sustento de toda acción histórica que se realiza en el nombre de Jesucristo y también la razón de ser de una comprensión espiritual de todo lo que acontece al conectarnos con el Creador de todas las cosas: “Por la fe comprendemos que el universo ha sido modelado por la palabra de Dios, de modo que lo visible tiene su origen en lo invisible” (v. 3). Gracias a ella es posible situarse en el presente (“ya”) que inevitablemente está ligado al futuro (“todavía no”) y que define el péndulo espiritual en el cual se mueve la iglesia, individual y colectivamente, para recorrer su trayectoria en la certeza de que el amor de Dios se desdoblará en una multitud de procesos y situaciones de bendición, incluso ante los peores horizontes.

Ibid., p. 51. O. Michel, “Fe”, en L. Coenen et al., eds., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. II. Salamanca Sígueme, 2002, p. 184. 88 89

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2. LA FE QUE SE REQUIERE PARA CAMINAR HACIA ADELANTE Tengan siempre embrazado el escudo de la fe, para que en él se apaguen todas las flechas incendiarias del maligno. EFESIOS 6.16, La Palabra (Hispanoamérica)

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a llamada “guerra espiritual” es un concepto popular en muchas iglesias que consiste en redefinir la existencia cristiana, pero especialmente en lo relacionado con las dificultades que recientemente se han detectado para abrir nuevos espacios cristianos en determinados países, regiones y hasta barrios. Se supone que existen “espíritus malignos” opuestos a que se abran dichos espacios o misiones y que debe lucharse contra ellos echando mano de “armas” como las descritas en algunos libros bíblicos como fue el caso de Josué y las trompetas en Jericó. También se llevan a cabo “unciones” con aceite desde helicópteros para obligar a esos espíritus a someterse y así lograr que se extienda la presencia del Evangelio. La Alianza Evangélica Española publicó un análisis crítico de este asunto y señala que se trata de “una nueva concepción de pensamiento que ha dado lugar a todo un movimiento de oración en la actualidad, que plantea la evangelización desde una visión de lucha con realidades invisibles, que se pretenden combatir desde el ámbito de una historia geográfica de la demonología y sus manifestaciones”.90 Esta manera de ver las cosas ha tenido mucho impacto pues deja la impresión de que, en efecto, esa lucha contra las fuerzas oscuras contrarias al Evangelio tiene un “sabor bíblico” que reproduce las “guerras del Señor” contra los pueblos enemigos de Israel en otras épocas, lo que incitaría a los creyentes de hoy a ser unos auténticos “guerreros de la fe”. En términos de la misión y la evangelización de las iglesias, la perspectiva llega a hablar incluso de “territorios” dominados por esos espíritus: Una nueva teología del mundo invisible está transformando la evangelización y las estrategias misioneras en todo el mundo. Su idea básica es la existencia de espíritus territoriales a alto nivel, que ejercen su poder sobre regiones delimitadas geográficamente. Estar dentro de las fronteras de esas zonas implica inmediatamente estar sujeto individualmente a su poder. La presencia de estos poderosos espíritus territoriales explica la tradicional resistencia de algunos países al Evangelio. Así que la estrategia misionera necesita centrarse, según muchos, en una guerra espiritual para atar su poder.91

Si bien es cierto que el lenguaje bélico para referirse a la vida cristiana es una constante en las cartas paulinas, esta interpretación pasa por alto que la fuerza principal de los creyentes es algo intangible pero profundamente real, la fe puesta en práctica en cualquier circunstancia. De ahí que la famosa exhortación de san Pablo en Efesios 6 sigue teniendo enorme vigencia al momento de replantear el papel de la fe en la búsqueda de un presente y un futuro con la mirada puesta en las bases genuinas del Evangelio de Jesucristo. La exhortación comienza con un propósito que debe renovarse siempre en la vida cristiana: mantenerse fuertes “apoyados en el poder irresistible del Señor” (v. 10). Esa fortaleza únicamente puede provenir de un poder superior, de una fuente de seguridad que es el Señor y que, para el caso de los seguidores de Jesús, es insustituible, pero que debe tomar en cuenta los valores éticos y morales del Evangelio que no pueden ser administrados como “recetas infalibles” para toda situación. Cada exigencia personal y comunitaria es diferente y debe pasar por el filtro de la experiencia de fe probada y testificada en las diversas circunstancias, pero sin perder nunca de vista lo afirmado por el apóstol acerca del fortalecimiento continuo de la esperanza cristiana. José de Segovia, Julián Mellado y Esteban Rodemann, Guerra espiritual: una reflexión crítica. Barcelona, Alianza Evangélica Española, 1998, p. 5, www.aeesp.net/pdf/publicaciones/cuadernos/guerraespiritual.pdf. Cf. Martín Ocaña Flores, “Cristología neopentecostal: ¿cristología del mercado total?”, en Signos de Vida, núm. 40, junio de 2006, www.claiweb.org/Signos%20de%20Vida%20-%20Nuevo%20Siglo/SdV40/cristologia%20neopentecostal.htm. 91 J. de Segovia, “Espíritus territoriales”, en J. de Segovia et al., op. cit., p. 23. 90

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Le enumeración de las “armas” proporcionadas por el Señor para la batalla eminentemente espiritual e ideológica abarca un espectro completo de recursos para no sucumbir ante el conflicto (v. 11). Porque si la lucha es indudablemente contra “potencias invisibles” y “fuerzas espirituales” (v. 12), los instrumentos para enfrentarlos también tienen que ser espirituales. Y nuevamente, el objetivo es claro a la hora de acometer este conflicto: “…mantenerse firmes en el momento crítico y superar todas las dificultades sin ceder un palmo de terreno” (v. 13). Las “armas” son: en primer lugar, la verdad y la rectitud (v. 14). A continuación, el celo por anunciar el Evangelio (v. 15). Luego, el escudo de la fe (v. 16), la salvación misma (v. 17). Y, finalmente, la palabra de Dios (v. 17), tal como lo hizo el Señor en el episodio de la tentación. Cada una de ellas apunta hacia áreas muy específicas de respuesta ante los ataques: la transparencia absoluta para ser irreprensibles e indestructibles ante la calumnia y la falsedad; el ímpetu inquebrantable por proclamar las buenas nuevas de Jesús de Nazaret ante la proliferación de ideologías superficiales y destructivas; la fe como garantía indeclinable frente al dominio de actitudes facilistas de superación personal y colectiva; la certeza de la salvación como antídoto de sustitutos insustanciales para dotar de sentido a la vida de las personas; y una firme convicción en el mensaje eterno de la Palabra divina ante la multitud de discursos y ofertas de fe que tergiversan la religiosidad y la encaminan por senderos ya superados. Tal es el camino de fe que debe vislumbrarse en el camino de la fidelidad al Evangelio de Jesucristo.

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3. LA FE CONSTANTE Y EL AMOR DE DIOS EN LAS PERSONAS Y EN LA IGLESIA Nosotros, en cambio, que pertenecemos al día, vivamos sobriamente, armados con la coraza de la fe y del amor y con el casco protector de la esperanza de la salvación. I TESALONICENSES 5.8, La Palabra (Hispanoamérica)

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a primera carta a la comunidad de Tesalónica, ciudad griega de Macedonia, concluye con una exhortación a la fidelidad en la espera continua de la nueva manifestación del Señor Jesucristo, anunciada por él y en la que se basa la esperanza fundamental de las iglesias de todos los tiempos. Semejante fundamento de la fe debía ser para ellos/as el ancla principal de su existencia para sobrevivir en medio de todas las circunstancias porque uno de los puntos esenciales de la carta es la afirmación sobre el contraste que definiría a los creyentes: “Así no estarán tristes como lo están los que carecen de esperanza” (4.13b). Precisamente la esperanza debería caracterizarlos como seguidores de Jesús de Nazaret en el mundo. La gran diferencia entre ellos y sus vecinos y contemporáneos tenía que aflorar en cualquier momento. Esta carta estaba “inspirada por la apocalíptica judaica y por el trasfondo de algunos cultos populares de salvación en Macedonia, y afirmada por la promesa del Crucificado que resucita, levanta su esperanza como espacio de vida frente a las fuerzas de la opresión y la muerte”.92 Las primeras palabras del cap. 5 son elocuentes para advertir que la certeza de la fe en la segunda venida ya está afianzada en sus corazones (vv. 1-2) y que, ante cualquier signo exterior que pudiera poner en crisis su esperanza y fe (paradójicamente, la afirmación de que todo marcha maravillosamente, v. 3), la comunidad cuenta con recursos espirituales sólidos para resistir y sobreponerse. La certeza de lo que Dios ha hecho en términos de salvación en el pasado reciente y hará en el futuro es la garantía de que serán sostenidos como comunidad a partir de ese momento. Efectivamente ¿qué esperanza de sobrevivir, de llegar a imponer su existencia e ideología en el contexto del Imperio Romano tiene este grupo humano —la naciente iglesia cristiana—?, ¿qué sentido tienen esta fe, estas luchas, estos padecimientos y hasta la misma muerte para estos artesanos de Tesalónica y para sus hermanos de otras regiones, que no pasan de ser una minúscula fracción social perdida en la poderosa maquinaria del principado romano y frente a la sólida hegemonía de su clase fundamental?93

Sólo una fe constante y luminosa, “hermana del día”, podría sostener y consolidar esta comunidad que luchaba contra la corriente dominante de las tinieblas (v. 4). Los hijos/as de Dios pertenecen al imperio de la luz (v. 5) y están vigilantes ante cualquier acechanza de las fuerzas oscuras (v. 6). Nada de lo que hacen corresponde a ellas (v. 7) y su ética individual y social debe ser impecable: “…vivamos sobriamente, armados con la coraza de la fe y del amor y con el casco protector de la esperanza de la salvación” (v. 8). Fe y amor consistentes (la coraza), además de una esperanza a toda prueba en la salvación son los pilares de la existencia cristiana. Ése es el origen de la esperanza en alcanzar plenamente la salvación (el casco protector) obtenida por el Señor (v. 9), quien se entregó totalmente para obtenerla y superar los lazos de la muerte para que en cualquier dimensión los creyentes estén con él (v. 10). El ánimo mutuo y la praxis solidaria de fe proceden de todo ello (v. 11) y en ellos basa la iglesia todas sus posibilidades de sobrevivencia.

Néstor Míguez, “Para no quedar sin esperanza. La apocalíptica de Pablo en 1 Ts como lenguaje de esperanza”, en RIBLA, núm. 7, www.claiweb.org/ribla/ribla7/para%20no%20quedar%20sin%20esperanza.htm. 93 Idem. 92

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Agosto “ESCUDRIÑEN LAS ESCRITURAS…”: LA BIBLIA, ALIMENTO ESPIRITUAL INSUSTITUIBLE 1. LA EXHORTACIÓN DE JESÚS Ustedes estudian (eraunãte) las Escrituras pensando que contienen vida eterna; pues bien, precisamente las Escrituras dan testimonio a mi favor. JUAN 5.39, La Palabra (Hispanoamérica)

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a relación entre Jesús de Nazaret y las Sagradas Escrituras, es decir, la Ley mosaica antigua, fue muy profunda, pues incluso en los momentos más álgidos de su vida, como la tentación en el desierto, recurrió a ella para responder de la manera más pertinente a la exigencia específica (Mt 4.4, 6-7, 10). Tres de las frases que pronunció en la cruz procedieron de los Salmos. Su comprensión de las diversas partes de las Escrituras (Ley, Profetas, Escritos o Salmos), como se aprecia en Lc 24.44 y la manera en que las citaba manifiesta una familiaridad que alcanzó gracias al estricto apego a la tradición de su pueblo. En diversas ocasiones retó a los conocedores a aclarar su lectura e interpretación; un ejemplo es el desafío de Lc 10.26: “¿Cómo lees [interpretas]?”. La parte más complicada afloró cuando se aplicó a sí mismo el cumplimiento de las Escrituras, como en la sinagoga de Nazaret después de leer el pasaje de Isaías 61.1-2a y sus paisanos quisieron matarlo (Lc 4.28-29). Los discípulos tardaron mucho en entender el trato del Maestro con las Escrituras antiguas, tal como lo comenta Jn 12.16. “Jesús no es un exégeta de la Escrituras, sino un exégeta de sí mismo; explica su persona y su obra a la luz de las Escrituras. La primitiva comunidad cristiana fue esclareciendo paulatinamente la identidad de Jesús a la luz de la Escrituras. Todo el Nuevo Testamento está escrito en esta perspectiva”.94 En Juan 5 (resultado de una “doctrina cristológica alta”), en medio de un fuerte debate con los judíos sobre el lugar del sábado en la práctica religiosa y ética, por causa de un paralítico que había sanado luego de 38 años enfermo (vv. 1-17), que provocó una áspera reacción de ellos (“Esta afirmación provocó en los judíos un mayor deseo de matarlo, porque no sólo no respetaba el sábado, sino que además decía que Dios era su propio Padre, haciéndose así igual a Dios”: v. 18), Jesús inicia un discurso acerca de la identificación absoluta de intereses entre el Padre y el Hijo (19-24) y la autoridad que recibió para actuar en el nombre del primero y así garantizar la salvación y resurrección de todos los redimidos/as (25-32). Su afirmación es tajante. “Pues lo mismo que el Padre tiene la vida en sí mismo, también le concedió al Hijo el tenerla, y le dio autoridad para juzgar, porque es el Hijo del hombre” (26-27). A continuación, aborda el asunto del testimonio requerido para validar su labor y retoma lo hecho por los fariseos al enviar una comisión para preguntar a Juan sobre su trabajo profético, y destaca la labor de éste (3335). Luego agrega que él no necesitaba ningún testimonio humano para legitimar sus acciones, pues sus acciones (36b) y el mismo Padre (37) son sus testigos. En ese momento les reprocha no haber “acogido su palabra como lo prueba el hecho de que no han creído a su enviado” (38). E inmediatamente después aparece la famosa frase del Señor sobre el esfuerzo de estudio de las Escrituras por parte de los judíos. Una posibilidad de traducción es que Jesús exhorta a estudiar, escudriñar, las Escrituras con atención, y la otra tiene que ver más con una constatación de la práctica judía de la época. El verbo utilizado aquí (eraunãte) representa el término arameo dâraš, “estudiar”, “escrutar”, “indagar”, “investigar”, que designa el estudio atento y sistemático de las Escrituras:95

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Félix García López, “Jesús y las Escrituras”, en www.mercaba.org/DJN/E/escrituras_sagradas.htm. Raymond E. Brown, introd., trad. y notas, El evangelio según Juan. I-XII. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1999, p. 482. 55


En Jn 5.39 y 7.52 ereunáô se refiere a la penetración en el conocimiento de la Escritura, a la investigación por parte de los judíos —según es de suponer— de la ley (acusación de haber violado la ley: v. 16; cf. también el v. 45). Por otra parte, ereunâte no ha de entenderse aquí como imperativo (¡escudriñad!), sino como indicativo: los judíos escudriñan las Escrituras pero se apegan a la letra y piensan asegurarse la vida eterna a través del cumplimiento del sentido literal de la ley. Ahora bien, es justamente esta investigación lo que les vuelve ciegos para comprender la auténtica vida que se manifiesta en los escritos vetero-testamentarios. La actitud y orientación preconcebidas en el estudio de la ley lleva al rechazo de Jesús (7, 52), es decir, al rechazo de la vida misma. En 1 P 1.10, 11 (ex) -ereunáô designa la investigación y meditación profunda de los profetas sobre los conocimientos que les son revelados por el espíritu...96

Ante un trasfondo judío sumamente complejo caracterizado por el legalismo de la lectura de las Escrituras, Jesús sugiere que todo contacto apasionado con las palabras divinas acerca potencialmente a la salvación porque expresa y expone la realidad de la encarnación en su persona. Tenemos aquí “el resultado de una defensa de la Iglesia cristiana contra las objeciones de los judíos a Cristo, una defensa basada en las propias palabras de Jesús […]. Todo el cap. 5 en conjunto encaja perfectamente en la finalidad del evangelio, que insistía en apartar a los judeo-cristianos de la Sinagoga para que profesaran abiertamente su fe en Jesús”.97 Pero los judíos no están dispuestos a creer en la acumulación de testimonios que dan fe del mesianismo de Jesús y él se lo reprocha abiertamente (43-44). El final del pasaje es especialmente provocador, pues allí Jesús afirma sin ambages que Moisés mismo escribió sobre él, como testimonio máximo de la historia, la tradición y la Ley (45-46). “En el pensamiento hebreo, la Ley era la fuente de la vida por excelencia. […] El amor de Dios era la esencia de la Ley (Lc 10.27); cuando Jesús dice a ‘los judíos’ que no lo poseen, es para desembocar en el tema de que han traicionado a Moisés (también 7.19)”.98 Moisés, como sinónimo de la Ley y autor máximo de las Escrituras es el testigo mayor, aunque ni eso satisfaga las expectativas de los judíos respecto al Señor. Apegarse a las Escrituras e investigar diligentemente sobre ellas mediante una lectura de fe dispuesta siempre a aprender es la recomendación fehaciente de Jesús para encontrarse verdaderamente con los designios de Dios.

M. Seitz, “Escrutar”, en L. Coenen et al., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. II. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1990, p. 129. 97 R.E. Brown, op. cit., pp. 486. 98 Ibid., pp. 482, 483. 96

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2. PROPÓSITOS DE LA PALABRA REVELADA Toda Escritura está inspirada por Dios y es provechosa para enseñar, para argumentar, para corregir y para educar en la rectitud, a fin de que el creyente esté perfectamente equipado para hacer toda clase de bien. II TIMOTEO 3.16-17, La Palabra (Hispanoamérica)

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a famosa exhortación de la escuela paulina que aparece en II Timoteo 3.10-17 busca marcar un contraste con los excesos del mundo que se vendrían como signos de advertencia ante los últimos tiempos. Es algo que, como se subraya desde el inicio, “no debe perderse de vista” (3.1a) El lenguaje es casi apocalíptico, pues busca destacar y señalar la diferencia de aquellos/as que desean cumplir los mandamientos divinos en medio de situaciones complejas (3.1b). Se describe un estado de decadencia moral mediante una enumeración casi interminable de males y excesos (3.2-4), que va del egocentrismo hasta el engreimiento total, pasando por la deslealtad, la disolución y la traición, sin olvidar la desobediencia a los padres. Se señalan alrededor de 20 actitudes y pecador. La lista de vicios es similar a la de I Tim 1.9-10. El llamado es categórico: “¡Apártate de esa clase de gente!” (5b) a fin de superar la aparente piedad de quienes fingen tener una espiritualidad que desmienten sus actos. La búsqueda de la verdad se tornará en una farsa plagada de inmoralidades (vv. 6-7). El aspecto ético es resaltado para no dejar lugar a dudas sobre el papel de la fe en Jesucristo como un auténtico revulsivo que efectivamente instala una vida nueva en la sociedad humana. El enfrentamiento con la verdad, tal como lo hicieron los falsos magos del faraón (vv. 8-9), redundará en que la verdadera fe se manifestará como la auténtica forma de experimentar la presencia de Dios en el mundo. “Sin la complicidad de un auditorio más inclinado a las frivolidades que a la doctrina sólida, los herejes no tendrían ningún éxito” (II Tim 4.3-4).99 Ése es el horizonte de las llamadas “cartas pastorales”. Inmediatamente después se afirma que Timoteo y la comunidad han seguido la enseñanza, el estilo de vida y los proyectos paulinos (10a). Esos tres elementos son fundamentales para definir una conducta intachable y fuera de toda acusación: el conocimiento trazado mediante una certeza doctrinal sólida, sostenida y consistente para pasar por encima de las pruebas de este mundo, en lo que juega un papel importantísimo el cultivo de la sabiduría. El estilo de vida, es decir, lo más visible en la cotidianidad también debía aflorar en todos los aspectos. Y la claridad en los proyectos, dominados ahora por la mirada puesta en los valores y horizontes del Reino de Dios. Ninguna otra prioridad debía sustituirlo en la conciencia cristiana de las personas. Asimismo, la imitación (mímesis, “parecerse a…”) de la fe, de la mansedumbre, del amor y de la paciencia del maestro (10b) debía aplicar estos dones del Espíritu a todas las áreas de la vida. Estos son los recursos básicos para superar la superficialidad y la inconstancia que acechaban. Por otra parte, Timoteo había acompañado a Pablo en muchas situaciones de persecución y sufrimiento (11), en la región de su llamado primer viaje misionero; Timoteo era originario de Listra, por lo que conocía bien los lugares y el ambiente hostil. Ése es el trasfondo para plantear, con firmeza y sin ocultar los riesgos que “todos los que aspiren a llevar una vida cristiana auténticamente piadosa, sufrirán persecución” (12). Los demás, “perversos y embaucadores”, “irán de mal en peor, engañando a los demás, pero siendo ellos los engañados” (13). “Hay aquí un juego de palabras: los falsos doctores engañan a otros (5-9), pero son a su vez engañados (por el demonio, 2.26)”.100 Con todo lo dicho, ya puede ahora asentarse la parte positiva de la exhortación: primeramente (v. 14), “Timoteo habrá de mantenerse firme en la doctrina recibida desde su infancia. Sus maestros principales fueron su 99

Edouard Cothenet, Las cartas pastorales. Estella, Verbo Divino, 1991 (Cuadernos bíblicos, 72), p. 16. George A. Denzer, “Cartas pastorales” en Comentario bíblico San Jerónimo. IV. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1972, p. 267.

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propia madre y su abuela (cf. 1.5), además de Pablo (vv. 10-11; cf. 2,2)”.101 Lo que sigue es una expresión corriente entre los judíos de habla griega (Filón, Josefo) para designar los libros sagrados: hiera grammata, “las Sagradas Letras”, “las Escrituras”, que en ese momento no podían ser otras que las contenidas en lo que hoy denominamos Antiguo Testamento. “Los padres judíos estaban obligados a procurar que sus hijos fueran instruidos en la Ley tan pronto como llegaban a la edad de cinco años” [v. 15]. La frase “toda Escritura” (16a) puede significar ‘cada pasaje de la Escritura’ o, preferiblemente, ‘la totalidad de la Escritura’”. 102 “El adjetivo theopneustos (“soplar, insuflar lo divino”, “que respira a Dios”) se usa en el griego helenístico casi únicamente con valor de pasiva: ‘inspirado por Dios’ […]. Este adjetivo podría entenderse en sentido predicativo (‘toda Escritura es inspirada por Dios’) o atributivo (‘toda Escritura, inspirada por Dios, es ciertamente útil...’)”. 103; “la autoridad de la Biblia tiene sus raíces en la de Dios, que, en última instancia, es la causa de que existan estos libros con carácter normativo para la conducta del hombre”.104 Los propósitos de la Escritura revelada son claros: a) enseñar, b) argumentar, c) corregir, d) educar en la rectitud y e) equipar al creyente para hacer el bien en todas sus formas (16-17). La enseñanza “no es puramente teórica, sino que está ordenada a educar al oyente en la justicia y a sostenerlo con sus exhortaciones fervientes”.105 “La Escritura no es menos indispensable para la refutación de los adversarios, como expresan los dos verbos ‘argüir’ y ‘corregir’. Así se dice que la ley es útil, no ya para el justo, sino para reprimir toda clase de vicios (1 Tim 1.8-11)”.106 La Ley es algo excelente cuando se trata de aplicarla a los aspectos completos de la existencia humana. Sólo una familiaridad informada y constante con las Escrituras puede producir, fortalecer y aplicar la “sana doctrina”. “A una lectura semejante es a la que tiene que entregarse Timoteo. Por tanto, siempre queda un progreso por realizar en la inteligencia de los textos para un mejor cumplimiento del ministerio”.107 Pero esto vale para todo fiel cristiano/a que desee experimentar la capacidad renovadora y formativa de la Palabra divina producida por la manera en que obra el Espíritu a través de ella, como se afirma en II Tim 1.14: “Y, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros, guarda la hermosa enseñanza que te ha sido confiada”.

Idem. Idem. 103 Idem. 104 Idem. 105 E. Cothenet, op. cit., p. 28. 106 Idem. 107 Ídem. 101 102

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3. “TENEMOS LA PALABRA PROFÉTICA MÁS SEGURA” Tenemos también la firmísima palabra de los profetas, a la que ustedes harán bien en atender como a lámpara que alumbra en la oscuridad hasta que despunte el día y el astro matinal amanezca en sus corazones. II PEDRO 1.19, La Palabra (Hispanoamérica)

Una sana teología de la Palabra

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ducado por la tradición judía, Jesús de Nazaret y el Espíritu Santo, el antiguo discípulo, luego apóstol y futuro mártir, Simón Pedro, escribió un par de cartas a las comunidades que pastoreó, a fin de consolidar en ellas la fe que había recibido y transmitido de manera tan intensa como desigual. Lejos quedaron sus días de pescador y de creyente anodino e impulsivo, pues en su faceta de escritor y teólogo, se acercó, en las segunda de sus misivas, a uno de los temas fundamentales de la fe cristiana: la presencia de la Palabra en su vertiente profética. Estaba consciente, al parecer, de que la Palabra revelada y escrita se desdobla en, al menos dos variantes: primero, la palabra proferida, expuesta y proclamada en medio de los avatares históricos, y segundo, aquella que se traslada al papel y registra la certeza del mensaje divino en medio de los vaivenes de la vida humana. Ambas, según traslucen las palabras del apóstol, son el vehículo de afirmaciones necesarias e impostergables que deben conocer los seres humanos. Luego de definir su apostolado (vv. 1-2) y de recapitular la obra de Dios en la vida de los fieles (vv. 3-11), san Pedro afirma la necesidad de insistir en lo aprendido y fortalecerlo (vv. 12-15), pues, afirma: “Mientras viva en este mundo, creo que estoy en el deber de mantener despierta la atención de ustedes con mis consejos”. Para ello, recurre a una de las constataciones más firmes del Nuevo Testamento acerca de una teología de la Palabra a partir de Jesucristo, cuya “venida gloriosa y plena de poder” no se ha anunciado “como si se tratara de leyendas fantásticas”, sino desde el testimonio directo “de su grandiosidad” (v. 16). Golpe directo y contundente a la tendencia, siempre presente, de aderezar con mitos (palabra utilizada originalmente por el apóstol) los episodios de la vida y ministerio de Jesús. Incluso el recuerdo de la voz que se escuchó desde el cielo para validar su misión (Mt 3.) es objeto de una especie de desmitificación (vv. 17-18). Inmediatamente después hace ver a sus lectores/as el peso específico de la teología de la Palabra que se requiere siempre que se desea acceder a las profundidades del mensaje divino, sin menoscabo de su origen anclado en el tiempo y sin dudas sobre su capacidad para sacudir corazones, movilizar conciencias y producir acciones efectivas: “Tenemos [la comunidad entera, con los dones y capacidades suscitadas por el Espíritu, en recuerdo permanente de lo sucedido en Núm 11] también la firmísima palabra de los profetas [una revelación pertinente, consecuente, sólidamente dirigida a las condiciones del presente coyuntural, sin temor a las reacciones de los de dentro y los de fuera]”. Una sana teología de la Palabra valora tanto la acción divina como el lenguaje que expresa lo revelado, las exigencias éticas del contenido de la Palabra como la intensidad cultural con que ésta se pronuncie. Y todo eso es parte de un patrimonio inalienable de las comunidades cristinas de todos los tiempos. Ése es el tamaño de su herencia espiritual y teológica, tal como lo ha escrito, desde el judaísmo contemporáneo Jacob Taubes: La hora de la teología ha llegado cuando se derrumba una configuración mítica, y sus símbolos, fosilizados en un canon, entran en conflicto con una nueva etapa de la conciencia humana. Cuando los símbolos, acuñados para expresar el encuentro del hombre con lo divino en un instante particular de su historia, ya no cuadran con su experiencia, la teología intenta interpretar los símbolos originales de tal manera que se adapten a una nueva

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situación: lo que en el mito estaba presente, está sólo “representado” en la interpretación teológica, actualizado en una narración.108

¿El pueblo del Libro? Pasa a entonces a la exhortación inevitable y enérgica: si esa palabra profética es así, es digna de hacerle caso, es necesario comprender los beneficios de atenderla como es debido, “como a lámpara que alumbra en la oscuridad hasta que despunte el día y el astro matinal amanezca en sus corazones” (19b). Aquí, el lenguaje escatológico resplandece con diáfana intensidad para destacar la forma en que la Palabra profética, la que entonces se conocía, antes de cualquier aportación reunida y canonizada de la Iglesia, debía moldear el espíritu, la conciencia, el pensamiento y la acción de las comunidades. Atender la Palabra, valorar su contenido es un esfuerzo espiritual de altos vuelos, pues no solamente se busca consolidar la familiaridad con los textos o los versículos sino con la totalidad de la Escritura, esfuerzo supremo de comprensión y discernimiento cristiano. Y entonces aparece el perfil hermenéutico del apóstol: “Sobre este punto, tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia, ya que ninguna profecía ha tenido su origen en la sola voluntad humana, sino que, impulsados por el Espíritu Santo, hubo quienes hablaron de parte de Dios” (20-21). La claridad en el discernimiento teológico del contenido de la revelación escrita no se consigue de manera inmediata: es preciso sondear, acometer, asaltar, continuamente, los dichos proféticos para “afinar” el ser, la persona, la conciencia y así empezar a “sintonizar” con la clave exacta de los textos para lograr hacerla presente en medio de los tiempos nuevos. La tarea interpretativa fue fundada, indudablemente, por el propio Espíritu, autor y actualizador permanente, de esa Palabra que no sólo ya es eterna, sino que también desea modificar profundamente toda realidad humana. La solidez de la interpretación no descansa en los impulsos aislados de la voluntad humana, pues más bien es un movimiento del propio Dios que desea ser inteligible entre sus criaturas humanas. Entenderlo y practicarlo es obligación de toda comunidad seguidora de Jesús de Nazaret. Sólo así se aspirará a ser, nuevamente, el “pueblo del Libro”.

J. Taubes, “Sobre la particularidad del método teológico: reflexiones sobre los principios metódicos de la teología de Paul Tillich” (1963), en Culto y cultura. Elementos para una crítica de la razón histórica. Buenos Aires-Madrid, Katz, 2007, p. 240. 108

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4. UNA PALABRA QUE LO PENETRA Y LO REVELA TODO En efecto, la palabra de Dios es fuente de vida y de eficacia; es más cortante que espada de dos filos y penetra hasta dividir lo que el ser humano tiene de más íntimo, hasta llegar a lo más profundo de su ser, poniendo al descubierto los más secretos pensamientos e intenciones. HEBREOS 4.12, La Palabra (Hispanoamérica)

Palabra, proclamación y predicación en Jeremías

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l impactante episodio de la quema del rollo profético de Jeremías (609-598 a.C.) por parte del rey Joaquín, hijo nada menos que de Josías (622-609 a.C.), ejemplifica la manera en que los profetas experimentaron la fidelidad a la palabra recibida por mediación del Espíritu. Se puede decir que con el propio Jeremías se funda la conciencia de una auténtica teología de la palabra divina a contracorriente de los vaivenes espirituales e ideológicos propios de los intereses del poder en turno. Porque si algo estaba bien claro en su mente fue precisamente eso: los regímenes van y vienen, se suceden uno tras otro y caducan inevitablemente, pero la Palabra de Yahvé permanece incólume y eterna (Is 40.8). Cada monarca, opuesto o favorable a la exposición del mensaje sagrado, marcaba una relación positiva o negativa con esa palabra que sólo podía venir de Dios para enjuiciar y cuestionar las políticas oficiales pues era éstas eran medidas en relación con las enseñanzas de la Ley y las exigencias proféticas. De ahí que para Jeremías, quien había experimentado una auténtica dislocación de su vida para estar al servicio de la Palabra, la reacción de Joaquín no era más que la previsible respuesta de un rey impactado por la fuerza de la crítica divina a su actuación al frente del pueblo. Así se puede resumir la experiencia de Jeremías en su trato con la dabar divina: En Jeremías el cumplimiento de la misión consiste en la transmisión de la palabra de Dios: “Mira, yo pongo mis palabras en tu boca” (1.9). Para Jeremías la transmisión de la palabra de Dios al profeta no significa que él pueda disponer de la palabra, sino que implica el conocimiento de la libertad de Yahvé, que mantiene al profeta en actitud de espera del acontecimiento de la palabra. Por la transmisión de la palabra de Dios se convierte Jeremías en mandatario de la palabra, y se le establece “sobre pueblos y reyes”, a él, y solo a él, se le da el poder de intervenir en la historia de pueblos y de reyes Aquí no se refleja un delirio de grandeza por el que “la prosperidad o la desgracia de pueblos enteros dependa de la palabra de un jovenzuelo pronunciada en un insignificante país” […], lo que aquí se muestra es el poder de la palabra de Dios que se lanza con toda su fuerza en la historia (cf. Is 9.7). El cometido de la palabra del profeta es doble (1.10): “arrancar y arrasar, edificar y plantar”. Aquí, en la vocación, resalta ya claramente la conciencia del doble aspecto de la palabra de Dios, que es a la vez palabra de juicio (caps. 1-25) y de salvación (caps. 30 a 32).109

Cuando Jeremías decide no predicar más, el irresistible impulso por hacerlo de nuevo reaparece y reubica al profeta en una dimensión religiosa y socio-política que él no imaginó: La decisión del profeta de no proclamar más la palabra de Yahvé (20.9a) tropieza con el empuje irresistible de esta palabra, que interna y externamente se le impone como una magnitud objetiva la palabra de Dios ahogada en el interior del profeta arde como fuego en sus entrañas y amenaza con hacerle estallar, de manera que resultan más soportables la injuria y los malos tratos que la quemazón de esta palabra que le devora. Puesto que Jeremías cuando la palabra de Dios le acomete está del lado de los afectados y, en su calidad de mensajero de la palabra critica, penetra en el dolor de Dios por su pueblo, la destrucción del testigo pertenece a la realización de la palabra de Dios. En ningún otro profeta saltan tan claramente a la vista, como en Jeremías, la fuerza de la palabra de juicio impuesta al profeta, su dolor por la arremetida de la palabra de Dios, el sufrimiento causado por esta palabra

B. Klappert, “Palabra”, en Lothar Coemen, et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. III. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1993, p. 260. 109

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proclamada y aparentemente incumplida, y la conciencia de la ineludibilidad de la misión encomendada por la palabra de Dios.110

El momento de la acción de Joaquín plantea una crisis espiritual sin límites, compatible con los sucesos que condujeron a la monarquía israelita a su total desaparición: “Igual que el martirio de Jeremías, también la historia del libro (= rollo), que se relata en el cap. 36, debe entenderse como historia de la pasión de la palabra del Señor. El hombre se propone quemar la palabra (36,23), pero la palabra de Yahvé se muestra más activa aún que antes (36.32). El hecho de que en Jeremías el sufrimiento constituye una parte integrante del servicio profético desde un punto de vista formal, se expresa muy particularmente por la característica de que, a diferencia de los profetas que le precedieron, en el ya no se puede percibir una delimitación formal entre denuncia profética y lo que es la palabra de juicio propia de Dios”.111

El sujeto de la Palabra revelada en Hebreos La afirmación inicial de esta epístola marca el resto de sus afirmaciones relativas a la Palabra divina y al llegar a 4.12 se afirma sin lugar a dudas una de las características más profundas de la palabra divina: su capacidad para discernir, para cortar, para abrir la realidad hasta sus más rotundas consecuencias para que así, caiga quien caiga, se proclame que la verdad de Dios está absolutamente por encima de las mezquindades y mentiras humanas. Este hablar de Dios en el Hijo como palabra de Dios definitiva y que introduce un giro en el mundo es una exhortación, al mismo tiempo, para que no perdamos el reposo prometido (4.1, 11). En cuanto está orientada a un cumplimiento futuro, esta palabra de promesa es vida y eficaz, tal como lo fue la “palabra de Dios” proclamada en toda su validez como los ángeles en el Sinaí (2.2), pero si se descuida, puede comportar también muerte y juicio, en cuanto es más tajante que una espada de dos filos (4.12). Esta palabra de Dios, que se inició en la palabra de Jesús (2.3), está basada decisivamente en la exaltación de Dios, a la diestra del Padre (1.5ss) y en su situación de sumo sacerdote escatológico (7.1ss).112

La palabra de Dios tiene, entonces, un vigor y una vigencia que no depende de las veleidades de sus propios mensajeros o de la reacción opuesta de sus enemigos, internos o externos, sino de la fuerza espiritual que transmite y que es capaz de desnudar las más aviesas intenciones de los seres humanos, escondidas o enmascaradas detrás de instituciones o estructuras sociales o de poder que pretenden imponerse como la última palabra. Cuando eso sucede, la Palabra divina se levanta como la luz que es capaz de alumbrar incluso las más terribles tinieblas. Ésa es la garantía que ofrece el propio Dios al enviarla al mundo y hacerse presente como crítica de toda forma de injusticia e impiedad (Ro 1.18).

Ibid., p. 261. Idem. 112 Ibid., p. 272. 110 111

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Septiembre “LA JUSTICIA ENGRANDECE A UNA NACIÓN” 1. LECTURA POLÍTICO-ESPIRITUAL DE LOS PROVERBIOS La justicia engrandece a una nación, el pecado cubre a los pueblos de vergüenza. PROVERBIOS 14.34, La Palabra (Hispanoamérica)

¿Cuántas lecturas y relecturas se pueden realizar a un texto bíblico? ¿Y cuántas lecturas de la realidad se pueden hacer a partir de los textos bíblicos? En estos días tan opacos para la nación mexicana, una aproximación político-espiritual al libro de los Proverbios es una buena opción, entre muchas para preguntarse acerca de la gran urgencia de justicia que la aqueja. Y es que la vertiente “social” o “política” de este libro, presente a lo largo y ancho del mismo, consta de pequeñas observaciones o “chispazos” agudos que iluminan diversos aspectos de la problemática del comportamiento de los gobernantes y la exigencia de justicia por parte del pueblo, que casi podría hablarse de una auténtica “teología política” que brota de la articulación mínimamente sistemática de esos fragmentos. Como explica la profesora luterana Mercedes García Bachmann, este libro “está formado por varias colecciones independientes de refranes y de instrucciones, de fecha incierta, a las cuales en el postexilio se les dio un marco (1.1-7 y 31.10-31). Estos materiales diversos abarcan desde instrucciones sobre el comportamiento de los reyes hasta no juntarse con malvados, y desde dichos que reflejan experiencias diarias hasta poemas de la Sabiduría personificada, primogénita de la creación (o preexistente, según se lea el texto)”.113 Si se sigue ordenadamente ese hilo socio-político del texto, se advertirá la enorme preocupación que los sabios de Israel tuvieron acerca de la forma en que debía gobernarse el pueblo. La sabiduría, en su opinión, debía tener una aplicación práctica en la vida de un país porque dicha virtud “valora especialmente todo lo que contribuya a la edificación de la comunidad y no a su destrucción, sean acciones, actitudes o palabras. […] Leídos individualmente, muchos refranes muestran el ambiente de la aldea, con sus autoridades locales, ancianos, sabios, necios, trabajadores, holgazanes, esposas, hijos, extranjeros, prostitutas, alcoholizados, burlones, enemigos y muchos otros personajes, mayormente varones”.114 El refrán (mashal) y la “instrucción” son los recursos utilizados para transmitir los resultados de la observación y tratar de influir en la vida de las personas y de las comunidades, así como la doctrina de la retribución que aparece fuertemente en varias secciones (ej.: 22.8: “Quien siembra injusticia cosecha desgracias,/ la vara de su arrogancia se quebrará”), incluso con un tono más actualizado: “La retribución que cae sobre el malvado no se veía como un castigo que venía directamente de Dios, sino como una consecuencia intrínseca del propio mal que revertía sobre el pecado”. 115 Proverbios es, visto de manera general, “una oferta de sensatez”:

Proverbios nos invita a ser sensatos en este mundo de hoy en donde manda la mentira de los gobernantes (cf 14.15: “El incauto se lo cree todo,/ el prudente medita sus pasos”), donde el mercado totalitario somete con sus reglas a los seres humanos para que se combatan entre sí buscando los primeros lugares —con el miedo permanente de ser M. García Bachmann, “Libro de los Proverbios”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 52, p. 1, www.claiweb.org/ribla/ribla52/libro%20de%20proverbios.pdf. 114 Ibid., p. 4. 115 Inmaculada Rodríguez Torné, El libro de Proverbios: tres textos, tres lecturas: el trasfondo sociocultural de los escritores, traductores, lectores y comunidades receptoras de TM, LXX y Vulgata: el caso de Proverbios. Tesis doctoral. Madrid, Universidad Complutense, 2011, p. 38, http://eprints.ucm.es/12664/1/T32585.pdf. 113

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perdedores— y para que, sin control ni dominio propio, se consuman todos sus productos novedosos. En fin, este libro nos invita a ser sensatos, andar despacio y meditar profundamente, para discernir por dónde va el camino de la vida y el camino de la muerte. Si se acoge la sabiduría y se come como panal dulce, dice 24.13-14: “...hay un mañana, y tu esperanza no será aniquilada”.116

Repartidas en las colecciones de refranes se encuentran muchas sentencias relacionadas con cuestiones políticas, sociales, del pueblo, del gobierno y la justicia. Es una cantidad notable de afirmaciones que van desde la descripción simple del poder político, hasta la crítica directa de actitudes y conductas nocivas para la vida social y colectiva. Más específicamente: “Al estudiar los caps.25-29, también atribuidos a Salomón, notaremos esta misma preocupación teológica y social por recordar a las autoridades (rey, juez, poderosos) que su poder y sus acciones no pasan desapercibidas a Yahvé”.117 De este modo, hasta podría hacerse una clasificación temática de tales sentencias con base en los temas mencionados, con matices precisos y ligados a la cotidianidad: a) el pueblo

Si los justos prosperan, se alegra la ciudad; si los malvados fracasan, se llena de júbilo. (11.10) Cuando hay desgobierno, el pueblo se hunde; muchos consejeros traen la salvación. (11.14)

Cuando gobiernan los justos, el pueblo disfruta; cuando manda el malvado, el pueblo sufre. (29.2) Cuando no hay profecía, el pueblo se desmanda; dichoso el que cumple la ley. (29.18)

León rugiente y oso hambriento, el malvado que explota a un pueblo desvalido. (28.15)

La alegría y prosperidad de la ciudad, de los ciudadanos, depende del triunfo del bien. Si hay “desgobierno”, el pueblo fracasa y padece. Si los malvados se apropian de él, la opresión es inevitable. Un objetivo fundamental se cumple “cuando el pueblo disfruta”, pero si éste sufre, algo no se está haciendo bien desde el gobierno. Y si no hay profecía, anuncio, claridad en el rumbo, el pueblo pierde horizontes y seguridad para el futuro. b) el gobierno

Con paciencia se convence al gobernante, palabra amable quiebra la resistencia. (25.15)

Al gobernante que hace caso de calumnias, todos sus servidores le parecen malvados. (29.12)

Gobernante insensato aumenta la opresión, el que odia la rapiña alargará su vida. (28.16)

Muchos buscan el favor del gobernante, pero sólo el Señor imparte justicia. (29.26)

Cuando gobiernan los justos, el pueblo disfruta; cuando manda el malvado, el pueblo sufre. (29.2)

Los gobernados debían considerar a sus líderes con mesura, a fin de que ellos también respetasen los derechos del pueblo, y así lograr el triunfo de la justicia. Pero se espera una buena actitud del gobernante y que comprenda los límites de sus acciones.

Elsa Tamez, “La teología del éxito en un mundo desigual. Relectura de Proverbios”, en RIBLA, núm. 30, www.claiweb.org/ribla/ribla30/la%20teologia%20del%20exito.html. 117 Ibid., p. 12. 116

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c) los reyes

Gracias a mí reinan los reyes y los soberanos administran la justicia. (8.15)

La mente del rey es una acequia que el Señor dirige a donde quiere. (21.1)

Pueblo numeroso, gloria del rey; escasez de gente, ruina del príncipe. (14.28)

…separa al malvado del rey y la justicia presidirá su reinado. (25.5)

El rey favorece al siervo eficiente y descarga su cólera sobre el inepto. (14.35 Es detestable que los reyes hagan el mal, pues la justicia sustenta su trono. (16.12) Rey sentado en tribunal …el gallo orgulloso, el macho cabrío, descubre con sus ojos todo mal. (20.8)

Un rey justo sostiene a un país, el partidario de sobornos lo arruina. (29.4) Rey que juzga con justicia a los pobres afirma su trono para siempre. (29.14) y el rey al frente de su pueblo. (30.31)

Si “el rey representaba a Yahvé en la tierra, esto significa, por un lado, que Yahvé le había dado el poder de juzgar con justicia... Por otro lado, era responsable ante Yahvé por sus acciones: su trono sólo estaba seguro mientras actuase con justicia”.118

y d) la práctica o ausencia de la justicia

Gracias a mí reinan los reyes y los soberanos administran la justicia. (8.15)

Es detestable que los reyes hagan el mal, pues la justicia sustenta su trono. (16.12)

Si los justos prosperan, se alegra la ciudad; si los malvados fracasan, se llena de júbilo. (11.10)

…separa al malvado del rey y la justicia presidirá su reinado. (25.5)

No quedará impune el malvado, la estirpe de los justos se salvará. (11.21)

Rey que juzga con justicia a los pobres afirma su trono para siempre. (29.14)

La justicia engrandece a una nación, el pecado cubre a los pueblos de vergüenza. (14.34)

Muchos buscan el favor del gobernante, pero sólo el Señor imparte justicia. (29.26)

Como se puede apreciar, en los caps. 28 y 29 muchas sentencias giran alrededor del cambio de gobierno, de la justicia y de reyes que se dejan llevar por informes falsos y favoritismos. Algunos/as biblistas brasileños han observado sobre el contexto socio-político del segundo capítulo que su origen probablemente estuvo antes de la reforma de Josías […] (640-620 a.C.), cuando no sólo había grandes diferencias entre clases sociales, injusticias, inmoralidad e idolatría, sino que además, como lo reflejan numerosos de estos dichos, el rey y sus acólitos no eran instancias confiables a la hora de esperar justicia o verdad y la monarquía no daba garantías de estabilidad para el pueblo de Dios. […] El uso repetido del paralelismo antitético podría indicar la experiencia del pueblo de dos gobiernos, uno bueno seguido de uno malo (Ezequías y Manasés) o viceversa (Acaz y Ezequías o Manasés y Josías). Aunque no se llega a cuestionar la monarquía en sí misma, se evidencia un desencanto con los gobernantes.119

En este mismo capítulo la situación es complicada porque el pueblo tiene miedo por causa de los abusos mencionados: “impiedad del gobierno que arranca gemidos del pueblo (v. 2), impuestos extorsivos (v. 4), Raymond N. Whybray, “Yahweh-sayings and their contexts”, en La Sagesse de l’Ancien Testament, p. 159, cit. por M. García Bachmann, op. cit., p. 12. 119 “Pr 29: Sabedoria do povo ontem e hoje. Uma leitura sociológica”, en Estudos Bíblicos, núm. 13, 1987, p. 68, cit. por M. García Bachmann, op. cit., p. 15. 118

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adulación (v. 5), insensibilidad a la causa de los pobres (v. 7), poder cercado y basado sobre la mentira (v. 12), poder criminal (v. 16) y complicidad criminal (v. 24). Contrapuesta al miedo está la actitud de quien confía radicalmente en el Señor y en él encuentra su verdadera seguridad”.120 Además: “El v.13 comienza con dos opuestos que se encuentran: el pobre y el opresor; el segundo hemistiquio emite un principio fundamental, a saber, Yahvé da la luz a ambos, no hace acepción de personas por su condición socio-económica. Es más, a la luz de los vv. 12 y 14, contrastando mutuamente, Yahvé espera lo mismo del jefe y el rey”.121 ¿Nos suena familiar la actitud del pueblo hacia sus gobernantes? En medio de crisis recurrentes, ante la celebración de fechas importantes del pasado, pero con urgencias tan visibles, los creyentes que ejercen las ciudadanías del Reino de Dios y de este mundo deben asumir el papel que su Señor les ha otorgado, a fin de cumplir con ambas de la mejor manera posible. Sólo así podrá caminarse hacia la justicia que requiere toda nación.

Ibid., p. 15. R.N. Whybray, The Composition of the Book of Proverbs, en JSOTS, núm. 168, Sheffield Academic Press, 1994, pp. 127128, cit. por M. García Bachmann, op. cit., p. 15. 120 121

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2. ETAPAS DEL N.T. EN LA COMPRENSIÓN DE LA “DOBLE CIUDADANÍA” CRISTIANA Pero Pablo dijo a los guardias: —Ellos nos han hecho azotar en público sin juicio previo, y eso que somos ciudadanos romanos. Después nos han metido en la cárcel. ¿Y ahora pretenden que salgamos a hurtadillas? ¡Ni mucho menos! ¡Que vengan ellos a sacarnos! Los guardias transmitieron estas palabras a los magistrados, quienes, alarmados al saber que se trataba de ciudadanos romanos, vinieron a presentarles sus excusas. HECHOS 16.37-39, La Palabra (Hispanoamérica) Nosotros, en cambio, somos ciudadanos de los cielos y esperamos impacientes que de allí nos venga el salvador: Jesucristo, el Señor. FILIPENSES 3.20

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a relación de los seguidores/as de Jesús de Nazaret con los poderes políticos no siempre fue la misma, pues experimentó una evolución que es posible rastrear en los documentos del Nuevo Testamento. Este proceso respondió a la experiencia vivida y a la forma en que los gobernantes de los diversos niveles reaccionaron ante el crecimiento del movimiento de Jesús. Así, la primera etapa de este proceso es la representada por el propio maestro, quien, como explica Oscar Cullmann, estuvo atenazado por la tentación cotidiana de los zelotes, por un lado, y la presencia insoportable de los legionarios romanos, por la otra, de modo que debió llamar la atención a quienes se oponían a dicha presencia: “Jesús debió ejercer una especial atracción sobre esta gente. Entonces comprendemos mucho mejor que tuviese que enfrentarse diariamente, por así decirlo, con la cuestión zelote. Y asimismo entendemos que el ideal zelote era la auténtica tentación para Jesús […] Al hablar de la actitud de de Jesús ante el Estado no debemos limitarnos, como es costumbre, al relato de Mr 12.23ss […], debemos partir más bien de la posición de Jesús ante los zelotes”.122 Como buen judío, Jesús no podía estar de acuerdo con la actuación de los representantes romanos en Palestina, por lo que su actitud hacia Herodes el tetrarca de Galilea y Poncio Pilato fue crítica y cortante, pues hay que recordar la manera en que se refirió al primero (“esa zorra”, Lc 13.32a) y Además, no debe olvidarse nunca que Jesús fue condenado por los romanos “como zelote a morir en la cruz”.123 Una segunda etapa cronológica en el trato con el Estado romano y sus autoridades acontece en el libro de los Hechos, cuando la iglesia comenzó a penetrar en otras regiones del imperio, como parte de un fenómeno de “cosmopolitización” del mensaje judeo-cristiano. Para tal fin, un arma que se menciona en el texto es la posibilidad de que algunos apóstoles poseyeran la ciudadanía romana, con lo que su trabajo misionero adquiriría una dimensión inesperada. Al rechazo inicial de la importancia de los gobernantes humanos le siguió una especie de aceptación de “mal necesario” que podían representar como parte de la estrategia para hacerse presentes en las diversas estructuras del imperio. Es el caso del extenso episodio de 16.16-40, cuando Pablo y Silas fueron encarcelados en Filipos bajo la acusación de promover el desorden y costumbres diferentes por ser judíos. Al ser apresados, Pablo debió recurrir al argumento de su ciudadanía (lo recordará más tarde en 21.39 y, sobre todo, en 22.25-28). Néstor Míguez explica así la estrategia paulina: Pablo conoce el poder del Imperio y de sus protegidos, ya que eventualmente él mismo lo fue […]. Ahora ya no descansa en ese poder, sino que lo ha experimentado como adversario, lo padece. Pablo sabe que el Imperio puede, en tanto poder “del presente siglo malo” fácilmente aplastar una revuelta de esclavos, diezmar una nación, aniquilar a

122 123

O. Cullmann, El Estado en el Nuevo Testamento. Madrid, Taurus, 1966, pp. 31, 32. Ibid., p. 24. 67


sus enemigos, y aún crucificar al Rey de Gloria. El tiempo de manifestar la oposición frontal no ha llegado. Conviene no llamar inútilmente la atención de las autoridades y no justificar la persecución. Pero junto a este elemento de estrategia práctica aparece algo más profundo, la apocalíptica paulina. Sin duda esta dimensión apocalíptica que subyace toda la carta y que se expresa con mayor claridad en el capítulo 15, sostiene su opción. Soportamos por un tiempo este dolor e injusticia porque llegará pronto la reversión de lo existente, lo que hoy nos oprime ya no existirá. Se puede vivir en este mundo anticipando la forma de vida del Reino porque la llegada de Cristo es inminente.124

Más adelante, y en camino hacia una nueva revisión crítica de la función política en el marco de la esperanza en la venida del Reino de Dios anunciado por Jesús, el propio apóstol utiliza el lenguaje político para referirse a los creyentes, precisamente de la ciudad de Filipos, como “ciudadanos de ambos mundos”, aunque con el énfasis muy claro en la ciudadanía (politeía, políteuma) celestial: Politeía se refiere en Hech 22.28 al derecho de ciudadano romano, que poseía Pablo. En Ef 2.12 significa la posición privilegiada de Israel, desde el punto de vista histórico-salvífico, a la que ahora tienen acceso también los étnicocristianos por la fe en Jesucristo. Políteuma se presenta solamente en Flp 3.20: los cristianos pertenecen a una mancomunidad en el cielo; son ‘ciudadanos de derecho público’ del reino de Cristo y de la ciudad celestial. De ahí brota la exhortación a no dejarse seducir por la ciudad terrenal.125

Las dos ciudadanías de los creyentes hacen que pongan un pie en este mundo y otro en el venidero porque participan de ambos. Existe una tensión entre el interés y la preocupación principales de la fe cristiana por acceder a ese mundo venidero que ha de sustituir al presente, pero también una participación en los dolores de parto que han de darlo a luz. Las exigencias del Reino de Dios venidero iluminan con su luz de juicio y esperanza al presente, y anuncian proféticamente que los espacios de paz, justicia, armonía y equidad que eventualmente suceden, han de caracterizar plenamente el estado de cosas que vendrá cuando Dios sea “todo en todos” (I Co 15.28).

N. Míguez, “Pablo, el compromiso de fe. Para una vida de Pablo”, en RIBLA, núm. 20, www.claiweb.org/ribla/ribla20/pablo.html. 125 H. Bietenhard, “Pueblo”, en L. Coenen et al., eds., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. III. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1993, p. 448. 124

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3. LA RESPONSABILIDAD CRISTIANA ANTE LA NACIÓN Y EL ESTADO En atención al Señor, presten acatamiento a toda autoridad humana, ya sea al jefe del Estado en su calidad de soberano, ya a los gobernantes puestos por Dios para castigar a los malhechores y premiar a quienes observan una conducta ejemplar. I PEDRO 2.13-14, La Palabra (Hispanoamérica)

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os apóstoles de Jesucristo asesinados por el Estado imperialista romano, que corrieron la misma suerte de su Señor y Maestro, hablaron, se podría decir, de una manera casi favorable acerca de él en algún momento de su vida. Ambos participaron de la evolución que muestra el Nuevo Testamento en la comprensión de lo político, el gobierno y el Estado, y coinciden en la obligación que tienen los/as seguidores de Jesús de Nazaret de mostrar una conducta intachable ante los gobiernos. Pedro, particularmente, completaría las tres estaciones que lo caracterizaron. Discípulo, apóstol, mártir. Esa cadena de comprensión y acción la encabeza el propio Jesús, la continúan los apóstoles en algunos de sus escritos y la completa el Apocalipsis. El rastro ideológico de las posiciones generadas por ellos va desde el escepticismo apocalíptico del Nazareno, en el límite del anarquismo, hasta el rechazo y la denuncia contundente del Apocalipsis, pasando por la visión apostólica del respeto a las leyes y los gobernantes, tal como lo expusieron San Pedro y San Pablo. Si la posición paulina es la más conocida gracias al capítulo 13 de la carta a los Romanos, la de su contraparte petrina lo es menos, aunque se refiere de manera muy similar a la responsabilidad cristiana como parte de una ciudadanía de cualquier nación, sin olvidar tampoco el énfasis escatológico como base de la visión espiritual sobre cualquier asunto: “Queridos hermanos, ustedes son gente de paso en tierra extraña” (I P 2.11a). “Portarse ejemplarmente” entre los demás conciudadanos es la consigna a fin de desmentir “las calumnias de que eran objeto los creyentes (v. 12). Y por amor al Señor es que debe guardarse “acatamiento [jupotájete] a toda autoridad humana”, agregando una distinción muy clara entre los “jefes del Estado” (13) y los “gobernantes”, pues todos han sido colocados en sus puestos por Dios “para castigar a los malhechores y premiar a quienes observan una conducta ejemplar” (14). Esta percepción punitiva del gobierno, típica de la época, representa la manera en que se apreciaba la “función policiaca” del Estado para responder a la presencia del mal en el mundo. Al hacer el bien, los seguidores de Jesús cerrarán la boca a los que no distinguen adecuadamente las cosas (15) y de esa forma el ejercicio de la libertad cristiana para servir a Dios brillará como la mayor virtud que se espera de la iglesia en el mundo (16). La actitud cristiana predominante es delineada inmediatamente: tratar a todos con deferencia (consideración), amor fraternal, temor a Dios y respeto al jefe del Estado (17). Acatar las órdenes y someterse sin tomar en cuenta la condición moral de quienes mandan (18). Para algunos, estas recomendaciones orientadas aparentemente hacia la sumisión, no son tal, sino que son más bien instrucciones pata mantener una presencia intachable de la iglesia en medio de la sociedad, pues aunque ni la iglesia ni el Estado constituyen una sociedad perfecta, ella debe guiarse, por ser portadora del mensaje divino, por los estatutos que proceden de su fe y convicción, centrada en la presencia actuante y eficaz de los signos del Reino de Dios en el mundo. Tal como resume Oscar Cullmann sobre la función de la iglesia en relación con el Estado en todos los tiempos: a) “Debe dar lealmente al Estado todo lo que sea necesario para su existencia”, b) “Debe cumplir ante el Estado una función vigilante. Es decir: debe permanecer, por principio, crítica ante todo Estado y prevenirle de la transgresión de sus límites”, y c) “Debe negar al Estado que traspase sus límites lo que éste pida de ella en el terreno de la transgresión religioso-ideológica”.126 126

O. Cullmann, op. cit., p. 105. 69


Octubre “CASTILLO FUERTE ES NUESTRO DIOS”: LA FE DE LA REFORMA 1. UN CÁNTICO DE RESISTENCIA Y ESPERANZA Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, Y se traspasen los montes al corazón del mar; SALMO 46.1-2, La Palabra (Hispanoamérica) Ein’ feste Burg ist unser Gott, Castillo fuerte es nuestro Dios, Ein' gute Wehr und Waffen; defensa y buen escudo. Er hilft uns frei aus aller Not, Con su poder nos librará Die uns jetzt hat betroffen. en este trance agudo. M. LUTERO, “Castillo fuerte”, versión de JUAN BAUTISTA CABRERA (1837-1916)127

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s muy difícil concentrar en un texto, sea éste un documento, manifiesto, poema o, en nuestro caso, en un canto, el espíritu de todo un movimiento social. Eso ha sucedido con himnos como La Marsellesa o La Internacional en el ámbito de la lucha social. En el campo de la fe protestante, nada ha encarnado mejor el espíritu de la Reforma que uno de los 37 himnos compuestos por Martín Lutero, aquel que se basa en los salmos 46, 33 y en Efesios 6, pues la fuerza bíblica, teológica y espiritual de la Reforma encontró notable expresión en su capacidad de traducirse musicalmente para impactar emocionalmente a los fieles y confirmarlos en sus convicciones y en su participación. Lutero mismo escribió al respecto. “Me he convencido tan plenamente del valor del canto en el ministerio cristiano que ahora no permitiría que nadie predicara ni enseñara al pueblo de Dios si no reconoce y practica el poder de los cantos sagrados. Creo que el Diablo, el autor de ansiedades pesarosas y turbulentas desgracias, huye ante el sonido de la música sagrada casi tanto como ante la misma Palabra de Dios”.128 La fuerza del salmo original y la cadena de ideas vertidas en cada una de las cuatro estrofas forman un conjunto que atrapa y concentra sólidamente el sentido profundo de la Reforma como un todo coherente. Compuesto en 1529, observa John D. Julian que existen hasta cuatro versiones de su origen: según el poeta Heinrich Heine, fue cantado por Lutero y sus compañeros cuando entraban a Worms el 16 de abril, 1521, para asistir a la dieta; para K.T. Schneider, fue un tributo de Lutero a su amigo Leonard Kaiser, que fue ejecutado el 16 de agosto de 1527; según Jean-Henri Merle d’Aubigné, fue cantado por los príncipes luteranos cuando entraron a Augsburgo antes de la Dieta de 1530 donde se presentó la Confesión de Augsburgo; o fue compuesto para la Dieta de Spira, adonde los príncipes luteranos presentaron una protesta contra el Edicto de Worms, del emperador Carlos V.129 Sea como fuere, el canto alcanzó una aceptación absoluta y se ha utilizado desde entonces de diversas maneras: “En los siglos sucesivos fue adaptado al gusto musical predominante, en particular mediante un ritmo modificado. Bach utilizó la melodía en una cantata homónima (BWV 80) y en el

Cf. Manuel de León, “Juan Bautista Cabrera y los himnos evangélicos”, en Protestante Digital, 9 de abril de 2014, http://protestantedigital.com/blogs/1372/Juan_Bautista_Cabrera_y_los_himnos_evangelicos 128 Cit. en “‘Castillo fuerte es nuestro Dios’, el canto de Lutero”, en Protestante Digital, 31 de octubre de 2012, http://protestantedigital.com/cultura/28286/Castillo_fuerte_es_nuestro_Dios_el_canto_de_Lutero. 129 J.D. Julian, ed., A Dictionary of Hymnology: Setting forth the Origin and History of Christian Hymns of all Ages and Nations. 2ª ed. revisada. 2 vols. [1907] Nueva York, Dover Publications, 1957. 127

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preludio coral para órgano BWV 720. Es más famosa la melodía utilizada en la Sinfonía núm. 5, La Reforma, de Mendelssohn y en la ópera Los hugonotes, de Meyerbeer”.130 Cada estrofa es un manifiesto teológico en sí mismo, pues no le resta un ápice a su fuente bíblica, a la que contextualiza intensamente en la coyuntura que le tocó enfrentar, en los años de prueba sobre la solidez del movimiento que encabezó. Si el salmo enfatiza la manera en que es posible superar el temor ante cataclismos naturales (“Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida,/ y se traspasen los montes al corazón del mar; Aunque bramen y se turben sus aguas,/ Y tiemblen los montes a causa de su braveza” (vv. 2-3), Lutero traslada esa confianza a la requerida para enfrentar la oposición contra la Reforma, sin olvidar su propio enfoque de la misma, con la óptica religiosa del momento: “Con furia y con afán/ acósanos Satán,/ Por armas deja ver/ astucia y gran poder;/ cual él no hay en la tierra”. La fuerte oposición y rechazo que había generado el cambio religioso desde el papado, la Curia romana, el emperador de Alemania y los príncipes, constituía una barrera aparentemente insalvable para mantener la fe, la confianza y la convicción para seguir adelante. Por ello, si “Dios está en medio de ella; no será conmovida./ Dios la ayudará al clarear la mañana” (v. 5). Y Lutero visualizaba el apoyo y sostenimiento divino para que, si el movimiento era algo producido por el propio Dios, se mantendría y se encaminaría para dar los resultados que Él quisiese. De ahí proceden las afirmaciones de la segunda estrofa: “Nuestro valor es nada aquí,/ con él todo es perdido;/ mas por nosotros pugnará/ de Dios, el escogido./ Sabéis quién es Jesús,/ el que venció en la cruz,/ Señor de Sabaoth,/ y pues Él solo es Dios/ Él triunfa en la batalla”. Sabaoth representa la lucha militar frontal, la batalla frente a los enemigos más recalcitrantes. Podríamos hablar aquí ampliamente de la Contrarreforma como un proyecto de respuesta variada y plural al movimiento reformista, pero hay que matizar cualquier observación. La tercera y la cuarta estrofas desglosan la confianza existente para afrontar los más aciagos momentos que acechaban la lucha reformista, pero con un acento tan confiado y exaltado, que ha llegado hasta nuestros días. “Aunque estén demonios mil/ prontos a devorarnos/ no temeremos, porque Dios/ sabrá aún ampararnos./ Que muestre su vigor/ Satán, y su furor;/ dañarnos no podrá,/ pues condenado es ya/ por la Palabra Santa”. Una afirmación de fe consistente con el mensaje bíblico relacionado con la manera en que Dios ha contenido ya la fuerza rebelde de Satán. Y, por último, la obligada referencia a la fuerza de la Palabra divina, principio moral y material de la Reforma en todas sus formas, no deja de subrayar la fe de la Reforma, viva y basada en donde debe basarse siempre, recordando las palabras de Isaías 40.8, con crítica profética de por medio: “Sin destruirla dejarán,/ aun mal de su grado/ esta Palabra del Señor;/ Él lucha a nuestro lado./ Que lleven con furor/ los bienes, vida, honor,/ los hijos, la mujer…/ todo ha de perecer…/ De Dios el Reino queda”. Nada puede valer nada al lado de la Palabra, del Reino del Evangelio de Jesucristo: cualquier bien, vida u honor es nada al lado suyo, la causa suprema de la Reforma. En eso consiste la auténtica fe de la Reforma, que le da sentido a nuestra propia fe, hoy y siempre.

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Nicola Sfredda, La musica nelle chiese della Riforma. Turín, Claudiana, 2010, p. 48. Versión de LC-O. 71


2. UNA VISIÓN REALISTA DE LAS REFORMAS RELIGIOSAS Ahora quiero sellar una alianza con el Señor, Dios de Israel, para que aparte de nosotros su cólera. Por tanto, hijos míos, no se descuiden, porque el Señor los ha elegido para estar con él, para servirlo como ministros y para ofrecerle incienso. II CRÓNICAS 29.10-11, La Palabra (Hispanoamérica)

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as reformas o transformaciones profundas de las instituciones humanas no pasa de ser para, para muchos, más que un infructuoso intento por corregirle la plana a Dios, especialmente cuando se trata de la existencia histórica de su pueblo en el mundo. Las iglesias enfrentan cotidianamente el dilema de ser fieles a su propósito esencial o de servir a intereses particulares que se instalan en medio de ella según el momento, las modas o la orientación predilecta que elijan. De ahí que en numerosas ocasiones se parezcan tanto a otras organizaciones que se niegan a avanzar o a cambiar para adaptarse y así renovar su presencia en la persecución de sus objetivos. La historia del pueblo de Dios en las Escrituras contiene numerosos ejemplos de esta disyuntiva tan grande que se vive no sin sufrimiento por parte de quien es experimentan con tristeza y dolor que se colocan otras orientaciones por encima de la obediencia a la voluntad transformadora de Dios. En reiterados momentos, el antiguo Israel tuvo que afrontar las consecuencias de alejarse de las intenciones divinas y de servir a gustos, preferencias o imposiciones que, sobre todo desde el poder monárquico, suplantaron los ideales de igualdad, justicia y servicio a su Dios. Lo que aquí denominamos “visión realista de las reformas religiosas” tiene como trasfondo y premisa una enseñanza bíblica amplia que no debe olvidarse nunca: solamente si el Espíritu de Dios es quien preside los esfuerzos de renovación o reforma será posible encaminar la esperanza para lograr dichos cambios y observar sus resultados efectivos. De otra manera, aunque parezca que los seres humanos tenemos buenas intenciones, si no existe suficiente conexión con la iniciativa divina para adecuar la naturaleza, la marcha y los propósitos de la comunidad, cualquier empeño en este sentido será únicamente un conjunto vano y hueco de prácticas autocomplacientes y disfrazadas encaminadas a reproducir aquello que suponemos que está funcionando adecuadamente. Esto quiere decir que se estará practicamos el auto-engaño para que las cosas sigan igual. Si miramos con atención a los profetas que acompañaron los procesos de reforma en la época de monarcas como Ezequías y Josías, encontraremos que ellos eran bastante realistas en su percepción de los momentos y que no se hacían demasiadas ilusiones con las medidas que, vistas con suficiente atención, no fueron más que paliativos para situaciones de crisis de las cuales el pueblo no saldría bien librado. Escuchar que los gobernantes, como Ezequías, pusieron manos a la obra para sanear y mejorar la existencia social, política y espiritual de sus gobernados, implicaría que, efectivamente, se dejarían conducir por el movimiento divino que intentaba cambiar las historias de injusticia por otras de auténtica renovación espiritual y religiosa, único sustento válido para caminar en la ruta que deseaba Yahvé, único gobernante absoluto de Israel. El contraste con la versión deuteronomista de los hechos es claro:

En el Segundo Libro de los Reyes hay una pequeña noticia sobre la reforma religiosa en el tiempo de Exequias (2 R 18.4). En la obra del Cronista, se desenvuelve en tres capítulos (29-31), comprendiendo la purificación del templo y de las personas, la celebración solemne de la Pascua y la organización del servicio. Algunos detalles reflejan el contexto socio-religioso del post-exilio, como la unión de cantores y levitas (2 Cr 29.12-15), la consolidación de la ley 72


del puro y del impuro (30.15-20) y el hecho de que los levitas asumieran funciones exclusivas de los sacerdotes, fortaleciendo su posición en el culto (29.29-36; 30.21-27). Y todavía más. El reinado de Ezequías destaca la importancia de la ley, del culto y del templo.131

El texto de II Crónicas 29 es sumamente ilustrativo: a) el nuevo y joven rey, de apenas 25 años de edad, reinaría en Judá durante 27 largos años (v. 1); b) su perspectiva de gobierno era la correcta para los cronistas, pues actuó adecuadamente como David, su predecesor (v. 2); c) primeramente reparó el santuario principal (v. 3); d) y luego convocó a los funcionarios religiosos (v. 4) para advertirles que el proceso de reforma iba en serio con un lenguaje piadoso muy notorio (“purifíquense y purifiquen el Templo …y saquen de allí la impureza”, v. 5); e) e inmediatamente después practicar una fuerte crítica histórica sobre los antepasados desobedientes a Dios (vv. 6-9). Hasta ahí las cosas parece que iban muy bien. Los problemas inician cuando se anuncia el decreto oficial de reforma: “Ahora quiero sellar una alianza con el Señor, Dios de Israel, para que aparte de nosotros su cólera. Por tanto, hijos míos, no se descuiden, porque el Señor los ha elegido para estar con él, para servirlo como ministros y para ofrecerle incienso (vv. 10-11). El lenguaje unipersonal del rey se impone abiertamente por encima de los proyectos divinos y la reforma se convierte en un programa gubernamental más como los que se escuchan a veces en nuestros tiempos contra la corrupción y que terminan en los escritorios u oficinas, eso sí, con fuertes gastos para llevarlos a cabo de manera casi siempre incompleta. En la historia que nos ocupa, queda la impresión que los levitas y demás religioso entendieron que la reforma se lograría únicamente limpiando el Templo “como había ordenado el rey a instancias del Señor” (vv. 15-16). Pero los cronistas son muy agudos, pues Ezequías estaba más preocupado por la ley, del culto y el templo. Y es allí donde nos topamos con los 16 días que duró la purificación del templo, es decir, las medidas externas de reforma (v. 17). El relato incluye con una nota de satisfacción, casi un informe burocrático y administrativo: “Ya hemos limpiado todo el Templo del Señor: el altar del holocausto con todos sus utensilios y la mesa de los panes de la ofrenda con los suyos. También hemos reparado y purificado todos los objetos que profanó el rey Ajaz con sus infidelidades durante su reinado, y los hemos dejado ante el altar del Señor” (vv.18-19). ¿Y los cambios de fondo, podríamos preguntar? La respuesta está en la teología del libro: “El Cronista sitúa al templo en continuidad con la ‘carpa del encuentro’, el antiguo santuario instituido por Dios en el Sinaí (Ex 25; 1Cr 16,37-42). Esta ligazón, tiene la función de legitimar el templo y la ciudad de Jerusalén como el único local de culto. De igual forma, el Cronista da una resonancia central a David, como fundador del templo y del culto en Jerusalén”.132 Entonces, más bien, se trató de legitimar, varios años después, una dinastía y de perpetuar su memoria entre el pueblo que ya no vivió nada de aquel esplendor. La versión de II Reyes 18-20 difiere un poco y habla de la enfermedad que sufrió y de las circunstancias en que terminó el reinado de Ezequías: “Sabiendo de su dolencia, el hijo del rey de Babilonia mandó emisarios con una carta y presentes para Ezequías, quien les mostró todos los tesoros del palacio. Ese comportamiento del rey mereció seria advertencia del profeta Isaías, quien predijo el saqueo de Jerusalén y la deportación de la nobleza, después de la muerte de Ezequías . La buena acogida a la embajada de Babilonia muestra que Ezequías no confiaba solamente en Yahvé, sino también en las alianzas políticas y eso le acarreó la amenaza hecha por Isaías, de la ruina que ocurriría en el futuro, pero que ya había sido anunciada en su reinado (20,12-19)”. Dolorosamente, no bastaron las reformas para evitar la caída de Jerusalén. Acaso eran bastante tardías, no se asumieron como debían o no se contó con el realismo con que debían afrontarse. Es una gran lección para nuestros tiempos. Shigeyuki Nakanose, “Re-escribiendo la historia. Una lectura de los libros de las Crónicas”, en RIBLA, núm. 52, www.claiweb.org/ribla/ribla52/rescribiendo.html. 132 Idem. 131

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3. REALIZAR LA REFORMA EN TODAS LAS ÁREAS DE LA VIDA De esta manera quedó restablecido el culto del Templo del Señor. Ezequías y toda la gente se alegraron de que Dios hubiera animado al pueblo, pues todo se había hecho con rapidez. II CRÓNICAS 29.35-36, La Palabra (Hispanoamérica)

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a segunda etapa de las reformas de Ezequías en el antiguo Judá es una muestra de la forma en que podía profundizarse un auténtico proceso de cambio en una sociedad teocrática como aquella, en la que resulta difícil comprender hoy cómo es que el gobernante es quien ordena llevar a cabo las modificaciones de orden religioso. La profundidad y alcance de dichas reformas sólo podían ser evaluadas con el paso del tiempo y la manera en que las Crónicas presentan lo sucedido es una evidencia de que, aunque se intentó hacer las cosas bien, los intereses creados y las tendencias del momento llevarían a abortar o, cuando menos, a limitar la durabilidad y efectividad de las transformaciones: su hijo Manasés (considerado el peor de los reyes de Judá) “deliberadamente deshizo lo que quedara de la reforma de su padre: volvió a construir los santuarios rurales que Ezequías había destruido, alzó altares para los cultos cananeos, e inauguró nuevos cultos y prácticas paganos” [II Crónicas 33.2-9].133 A la limpieza física del templo y la purificación del mismo y de los sacerdotes le siguió el restablecimiento del culto: acompañado de las autoridades de la ciudad (v. 20), el monarca se dirigió al templo y ordenó la celebración del holocausto (vv. 21-22) con el fin de “expiar los pecados de la monarquía, del santuario y de Judá” y, además por todo Israel (v. 24). Inmediatamente, fueron instalados los levitas (v. 25a) a partir de lo establecido por David, Gad y Natán, pues el texto subraya la atención expresa a las órdenes divinas transmitidas por los profetas (25b), todo acompañado por trompetas y música, con la mención inevitable de David, como músico (2627). El acto de adoración que continuó fue solemne e impresionante (29-30), así como las palabras del rey: “Ahora que han quedado consagrados al Señor, acérquense a traer al Templo sacrificios y ofrendas de acción de gracias” (31). El holocausto mismo fue fastuoso y derrochador (32-35a: seiscientos toros y tres mil corderos). Las palabras con que concluye esta sección del relato son importantes (“De esta manera quedó restablecido el culto del Templo del Señor”, 35b) por lo que representaron en esta etapa del proceso: se trataba de destacar el “gran calado” de las reformas (como tanto se repite en nuestros días) oficiales, con el pueblo como testigo impávido y tremendamente pasivo. Las imposiciones gubernamentales apuntaban a que, mediante la vía del decreto real, las prácticas religiosas fueran modificadas visiblemente en los elementos del culto, del sacrificio y de la conducción sacerdotal (con la observación de que “los levitas se mostraron más predispuestos a purificarse que los sacerdotes”, 34b), pero lo que quedaba pendiente era la reforma de las mentalidades, de las conciencias, que llevaban décadas de recibir el bombardeo de ideologías y acciones de injusticia e idolatría, lo uno por lo otro. Ciertamente, “Ezequías y toda la gente se alegraron de que Dios hubiera animado al pueblo, pues todo se había hecho con rapidez” (36), pero acaso esta rapidez con que se hicieron las transformaciones sería el signo de qué tan hondamente habían llegado, pues anclar semejante proyecto en la memoria histórica de una nación no era algo que pudiera hacerse de la noche a la mañana. Porque el proceso continuó, como lo atestiguan los capítulos siguientes: el 30 narra el restablecimiento de la celebración de la Pascua, a la que invitó al reino del Norte (30.1) con una exhortación digna de recordarse en Alicia Winters, “La sangre derramada por Manasés. Resistencia contra el imperio en la literatura bíblica”, en RIBLA, núm. 11, www.claiweb.org/ribla/ribla11/la%20sangre%20derramada.htm. 133

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sus partes principales: “Israelitas, conviértanse al Señor, Dios de Abraham, Isaac e Israel, y el Señor se reconciliará con el resto de los que han escapado del poder de los reyes de Asiria. No imiten a sus padres y hermanos que, por ser infieles al Señor, Dios de sus antepasados, fueron condenados al horror, como ustedes mismos han podido comprobar. […] Si se convierten al Señor, sus hermanos e hijos hallarán compasión en quienes los han deportado y podrán regresar a este país, pues el Señor es misericordioso y compasivo y no les dará la espalda, si se convierten a él” (30.6-7, 9). Pero la respuesta fue pésima. En el cap. 31 se describe cómo se derribaron los elementos idolátricos (31.1), restableciendo también el orden sacerdotal y cultual, con lo que prácticamente se dio por terminada la reforma. La conclusión tiene un sabor triunfalista: “Ezequías actuó así en todo Judá, obrando con bondad, rectitud y fidelidad ante el Señor su Dios. Y todo cuanto emprendió al servicio del Templo, o referente a la ley y los mandamientos, lo hizo recurriendo a su Dios sinceramente. Y por eso tuvo éxito” (31.20-21). El capítulo siguiente es un resumen de los avatares militares que tuvo que enfrentar en el conflicto con Asiria. Para decirlo en un lenguaje más consecuente (y teológico): la reforma de las almas es algo que únicamente compete al Espíritu divino y que, a través de las instancias que él elija, se lleva a cabo en los niveles más intangibles de la vida y, al mismo tiempo, en zonas visibles que la evidencien. Así, cada vez que es voz interior empuja y promueve cambios importantes, las resistencias humanas se activan también y tratan de impedir sui consecución completa, en medio de una dinámica histórica compleja y siempre exigente. En el antiguo Israel, a los esfuerzos de Josafat, Ezequías y posteriormente Josías, había que contraponer los impulsos y acciones contrarreformistas de otros reyes, que nunca faltaron. Lo mismo sucedió en la época de la Reforma Protestante y tampoco están ausentes en nuestra época. El Espíritu siempre es una fuerza renovadora en la historia y las reacciones ante él son múltiples. A los cambios iniciales de las reformas del siglo XVI, encaminados a eliminar los lastres y prácticas malsanas (como desnudar los templos de imágenes, por ejemplo), tuvieron que seguir las acciones más creativas que consolidaran el cambio en la conciencia y la mentalidad de las diversas sociedades, algo que requiere tiempo, seriedad y compromiso inquebrantable. Reformar todas las áreas de la vida en nombre de Dios es un proyecto interminable pero siempre necesario y hasta urgente.

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4. UNIRSE A LAS REFORMAS DIVINAS DE LA VIDA HUMANA Toda la nación, desde el más joven hasta el más viejo, fue al templo. Allí, el rey les leyó lo que decía el libro del pacto que habían encontrado. Después se puso de pie, junto a una columna, y se comprometió a obedecer siempre todos los mandamientos de Dios, y a cumplir fielmente el pacto que estaba escrito en el libro. II CRÓNICAS 34.35-36, La Palabra (Hispanoamérica)

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zequías, Josías, Lutero, Zwinglio, Müntzer, Bucero, Farel, Calvino y un larguísimo etcétera no son más que algunos nombres en la gesta continua del Espíritu Santo por renovar a su iglesia. Cada vez, incansablemente busca que el pueblo de Dios reaccione, responda y esté a la altura de los proyectos y planes divinos que atraviesan la historia humana. En lo recóndito del corazón de cada persona, así como en los grandes acontecimientos, su labor es un persistente intento por adecuar las circunstancias conflictivas al propósito supremo de hacer visible, en su mayor intensidad, el Reino de Dios en el mundo. En todos los episodios relacionados con esfuerzos claros de renovación y reforma de las actitudes, las mentalidades, las doctrinas y las prácticas, unirse a las intenciones divinas ha implicado enormes riesgos y dificultades, especialmente ante el orden establecido, es decir, precisamente aquellas estructuras que desean continuar vigentes, pero que son las que deben modificarse para dejar paso a nuevas realidades que muestren efectivamente el impacto del Evangelio de Jesucristo. Es por ello que acudimos nuevamente a beber de las grandes lecciones bíblicas e históricas para alimentar nuestra fe y nuestro ánimo por participar verdaderamente del proyecto, siempre inacabado, por hacer visible la eficacia del mensaje cristiano para renovar todas las cosas, tal como lo anunciaron los profetas y los visionarios cuyo testimonio está registrado en las Sagradas Escrituras. Al leer el caso de Josías (640-609 a.C.), en el antiguo Judá, somos testigos de un auténtico rescate de la Palabra histórica de Dios, un primer paso gigantesco para echar a andar una reconstrucción nacional en serio, con varios pasos adelante a los dados por Ezequías (716-687). Ciertamente, los recursos con que contaba el rey iban disminuyendo dramáticamente, pero el contexto de precariedad en muchos sentidos dotó a su empeño de una calidad moral y espiritual que fue capaz de dar origen a una auténtica escuela teológica (la llamada deuteronomista) que dejaría una marca indeleble en la historia del pueblo, pues proporcionó una auténtica relectura de los sucesos y acciones divinas que sigue iluminando hasta hoy la fe y perspectiva de quienes se acercan a ellos. La vinculación entre las reformas y esa tradición espiritual consiste en que el descubrimiento del Libro de la Ley (II Cr 34.14-15) desencadenó un despertar religioso que se centraría en un tema crucial para cualquier proyecto similar: la obediencia irrestricta a la palabra divina. La reacción favorable del monarca a ese descubrimiento fundamental abrió las puertas para emprender una serie de movimientos encaminados a mejorar las políticas y acciones en todos los niveles. Fiel a su época, Josías respondió como creyó adecuado, esto es, buscar una palabra profética fresca y pertinente para su situación, reconociendo la validez de la presencia de hombres y mujeres tocados por el Espíritu para ese propósito: “Vayan a consultar a Dios, para que sepamos qué debemos hacer en cuanto a lo que dice este libro. ¡Dios debe estar furioso con nosotros, pues nuestros antepasados no obedecieron lo que está escrito aquí!” (v. 21). La profetisa Hulda (cercana a un servidor real) apareció entonces en escena y respondió enfáticamente a la solicitud de un mensaje nuevo, solamente que sus palabras fueron duras y directas, sin ánimo de quedar bien con nadie, como parte de la más genuina intransigencia profética: “El rey Josías debe enterarse del desastre que el Dios de Israel va a mandar sobre este lugar y sus habitantes. Así lo dice el libro que le han leído al rey. Dios está muy enojado, pues lo han abandonado para adorar a otros dioses. ¡Ya no los perdonará más!” (vv. 23-25). Para agregar una palabra de reconocimiento: “Pero díganle al rey que Dios ha visto su arrepentimiento y 76


humildad, y que sabe lo preocupado que está por el castigo que se anuncia en el libro. Como el rey ha prestado atención a todo eso, Dios no enviará este castigo por ahora. Dejará que el rey muera en paz y sea enterrado en la tumba de sus antepasados. Luego el pueblo recibirá el castigo que se merece” (vv. 26-28). Se convoca entonces al pueblo y se anuncia la disposición de obedecer los mandatos divinos (vv. 31-33), lo que aconteció de manera oficial. ¿Miel sobre hojuelas? No necesariamente… La lectura integral de los hechos implica mirar cada elemento con ojo crítico, como lo hizo Shigeyuki Nakanose: a) la reforma tuvo varias consecuencias que beneficiaron a unos y perjudicaron a otros: “Todo el pueblo de las pequeñas ciudades del interior es obligado a venir al gran centro, hacer peregrinación, prestar culto, participar de las fiestas. La centralización posibilita arrancar más tributo a los campesinos, aumentar el lucro por el control de las rutas, intensificar el comercio”; b) los que más lucraron con la reforma josiánica fueron la casa real, los sacerdotes sadoquistas de la corte, los comerciantes y el “pueblo de la tierra”; c) el Estado pudo ampliar su dominio y explotación; d) los santuarios de los levitas del interior fueron cerrados y destruidos, y ellos fueron rebajados a una segunda categoría en la organización del culto;134 La reforma “fue un triunfo del yahvismo oficial sobre la religiosidad popular”, casi siempre ambigua y conflictiva. Y, por supuesto, hubo resistencia en los grupos afectados por ellas. Como respuesta, la escuela deuteronomista hizo una revisión de la historia de Israel, desde la conquista de la tierra hasta la reforma religiosa, según los intereses de Josías. “La presentación del ‘libro de la ley’ es una forma eficaz de legitimar la reforma. Otro elemento de justificación de ésta, como en el tiempo de Ezequías, es la teología davídica que proclamaba al rey como ‘hijo de Dios’, ‘padre y defensor de los pobres’”. El gran objetivo de esta historia Deuteronomista es mostrar la sobrevivencia de Judá gracias a la fidelidad de Yahvéh a la alianza con David y sus descendientes, lo que se convertiría en un horizonte utópico y mesiánico con el tiempo, capaz de renovar las esperanzas populares. No obstante, al cabo de tres décadas la historia mostró realidades durísimas: el exilio y la destrucción de la nación, tan bien descrita en las Lamentaciones y en el libro de Jeremías. Los redactores deuteronomistas tendrían mucho trabajo y lo cumplieron fielmente durante el exilio y después de él. El resultado: nada menos que la escritura completa del Pentateuco, un monumento teológico a la revelación y acción de Dios en la historia.

S. Nakanose, “Para entender el libro del Deuteronomio. ¿Una ley a favor de la vida?”, en RIBLA, núm. 23, www.claiweb.org/ribla/ribla23/para%20entender%20el%20libro%20de%20deuteronomio.html. 134

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Noviembre “BENDITOS… LOS QUE MUEREN EN EL SEÑOR”: LA VIDA DE DIOS, VIDA DEL MUNDO 1. LA VISIÓN APOCALÍPTICA Y oí una voz que decía: desde el cielo: —Escribe esto: “Dichosos desde ahora los muertos que mueren en el Señor. El Espíritu mismo les asegura el descanso de sus fatigas, por cuanto sus buenas obras los acompañan”. APOCALIPSIS 14.13, La Palabra (Hispanoamérica)

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a relación vida-muerte-resurrección es una de las grandes aportaciones del Nuevo Testamento al concepto bíblico de salvación. Gracias a la experiencia de Jesús de Nazaret es posible vincularlas como parte de la dinámica divino-humana que expresa sus elementos con toda claridad. En él, esa experiencia se manifestó plenamente para asumir que, en efecto, al ser el representante máximo de la vida de Dios, debía hacerla sentir incluso en los espacios mortíferos, aquellos supuestamente dominados por el poder de la muerte. Ésa es la enseñanza del propio texto bíblico al afirmar que el Señor descendió a las profundidades (Efesios 4.9-10): “Esta expresión: Ascendió, ¿qué significa, sino que Él también había descendido a las profundidades de la tierra? El que descendió es también el mismo que ascendió mucho más arriba de todos los cielos, para poder llenarlo todo”.) y predicó a los muertos (I Pedro 3.18b-19: “…muerto en la carne pero vivificado en el espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados”), de donde procede la afirmación del Credo Apóstólico: “Descendió a los infiernos”, entendiéndola como la proclamación de la victoria de Dios sobre cualquier manifestación de la muerte en cualquier parte del cosmos. Quizá la literatura juanina fue la que mejor captó el espíritu de esa dinámica y la proyectó en los textos que ahora podemos aprovechar. Recurrir al Apocalipsis para hablar del triunfo de la vida de Dios en el mundo sobre los innumerables proyectos de muerte es una necesidad en estos tiempos de angustia e inseguridad. Ese libro no fue escrito sólo como un tratado de escatología realizada, ni para atemorizar a nadie sino más bien para alentar la fe y la esperanza de quienes, sintiéndose duramente amenazados por los poderes perseguidores y sanguinarios encontraron en la fe cristiana una vía de resistencia y esperanza. No de otra manera puede interpretarse la bellísima imagen del río de la vida que rescata los aires edénicos del Paraíso original para asomarse a la hermosa realidad de un Paraíso recobrado (22.1-2), tal como lo soñó el poeta puritano inglés John Milton. El binomio vida-muerte es una constante muy interesante en el Apocalipsis. Sobre la primera hay alrededor de 22 expresiones y sobre la segunda, 21, lo que manifiesta la estrecha relación que guardan al momento de concentrar los aspectos más relevantes de la esperanza que se deseaba transmitir y compartir con las comunidades sometidas y perseguidas por causa de su fe. La liberación de la muerte es uno de los mayores componentes de la salvación (1.5b) porque el Redentor posee las llaves del abismo y de la muerte (1.18). Los vencedores mediante la fe en Cristo comerán “del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios” (2.7) lo mismo que la corona de vida (2.10), además de que sus nombres aparecerán en el libro de la vida (3.5; 13.8; 21.27). El Señor vengará su muerte física (6.10) y a pesar del odio y el crimen del que son objeto, esos mártires recuperarán la vida gloriosamente para afirmar la superioridad del Señor que los ha redimido (20.4). Los sedientos recibirán gratuitamente el agua de la vida (21.6; 22.17), otro símbolo del triunfo de la biofilia divina. El árbol de la vida, el mismo del Génesis (22.2, 14) representa la recuperación total de una existencia mancillada por los proyectos de muerte instalados en las estructuras sociales y políticas que intentan suplantar los beneficios que Dios desea para sus criaturas.

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Los enemigos de la vida, promotores de la muerte, no se quedarán con los brazos cruzados, son los auténticos ecocidas, los adversarios concretos de los proyectos divinos: la muerte y el abismo tienen “poder para aniquilar la cuarta parte de la tierra valiéndose de la espada, el hambre, la peste y los animales salvajes” (6.8), “la tercera parte de los seres vivientes del mar perdió la vida (8.9) y, como parte del juicio, el segundo ángel “derramó su copa sobre el mar, que se convirtió en sangre de cadáver; y todo aliento de vida marina pereció” (16.3). Todos ellos serán derrotados con sus propias armas (9.6). Incluso son capaces de simular acciones reservadas a Dios, para engañar (13.15: la segunda bestia infunde vida a la imagen de la primera). En sus manos, las vidas humanas se convierten en simples mercancías (18.13b) y son quienes falsean el proyecto vital de Dios para transformarlo en todo lo contrario (22.15). Aunque su fin será terrible (18.8). Los espacios naturales, la muerte y el abismo tendrán que devolver a sus muertos para que Dios se haga cargo de ellos (20.13) y ellos mismos serán arrojados a la destrucción final (20.14). Y la bonanza divina se impondrá totalmente, como cumplimiento de sus promesas y acciones de cercanía. La muerte será derrotada completamente: “Enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo ha desaparecido” (21.4). Más allá de controversias sobre simpatizar o no con las celebraciones de la temporada, las afirmaciones del Apocalipsis cobran relevancia porque exponen simbólicamente la victoria de la vida de Dios sobre cualquier manifestación de muerte en el mundo. Ése es el marco del capítulo 14, en donde luego de la serie de sucesos sobrecogedores del capítulo anterior (la presencia de las bestias y del falso profeta), los 144 mil creyentes, representantes de la totalidad de seguidores/as de Jesucristo, cantan un cántico nuevo y encarnan la victoria divina (14.1-5). A continuación, el ángel portador del Evangelio exhorta a temer a Dios y rendirle gloria (6-7); otro ángel anuncia la caída de Babilonia, símbolo mayor de toda oposición a Dios (8), y un tercero advierte sobre quienes se han sometido a los poderes y engaños de la bestia (9-11). La gran lección es lo que señala el versículo siguiente (12), el gran cumplimiento: “¡Ha sonado la hora de poner a prueba la firmeza de los consagrados a Dios, de los que cumplen los mandamientos de Dios y son fieles a Jesús!”. Es el triunfo de la garantía divina, de la perseverancia de los santos, no una doctrina más sino una grandiosa realidad y base absoluta de la gran exclamación proferida por el propio Dios desde el cielo: “Dichosos desde ahora los muertos que mueren en el Señor. El Espíritu mismo les asegura el descanso de sus fatigas, por cuanto sus buenas obras los acompañan” (13). Todo esto es lo que nos mantiene reunidos/as aquí, alrededor de las promesas de la gracia divina, pues como bien se ha advertido, el Apocalipsis, al afirmar que la vida de Dios es la garantía total de la vida del mundo, es un auténtico “tratado de pedagogía de resistencia y esperanza”.135 La vinculación a esa fe es capaz de proponernos una visión nueva de todas las realidades. Como lo expresan estos versos de Samuel Noyola, poeta regiomontano desaparecido desde hace algunos años: Cuando tranquilamente la muerte nos invite a abrir los sellos del sueño de ojos abiertos donde el cuerpo es una casa de vitalicia renta pagada Llegaremos hasta ellas Beberemos sin botella La leche de las estrellas136 Maria Cecilia Leme Garcez, “Apocalipsis: una pedagogía de resistencia y esperanza”, en Siwô, revista de la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión, Universidad Nacional de Costa Rica, núm. 3, 2010, pp. 11-40, www.revistas.una.ac.cr/index.php/siwo/article/download/3665/3520. 136 S. Noyola, “Años-luz o luciérnagas”, en El cuchillo y la luna. Poesía reunida. México, Conarte-El Tucán de Virginia, 2011, http://web.uchile.cl/archivos/uchile/revistas/autor/mexicanos/noyola.html. 135

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2. LA VIDA HUMANA Y LA ESPERANZA FINAL Por eso se alegra mi corazón, mi interior se regocija, todo mi ser descansa tranquilo, pues no me abandonarás en el reino de los muertos [Seol], no permitirás que tu fiel vea la tumba. SALMO 16.9-10, La Palabra (Hispanoamérica)

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a existencia humana tiene un término biológico y físico, lo cual no debería causar mayor problema para su comprensión. Sólo que la fe bíblica confronta esta existencia, primero, con la historia como espacio de trato con el creador, sustentador y redentor, y segundo, con la eternidad a la que lo atrae ese mismo Dios. Las palabras de Eclesiastés son contundentes, acerca de la conciencia humana al respecto: “…todo lo hizo hermoso y a su tiempo, e incluso les hizo reflexionar sobre el sentido del tiempo, sin que el ser humano llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin” (3.11), que también puede traducirse así: “…puso en la mente humana el sentido del tiempo” (NVI). Las ideas populares sobre el lugar a donde iban los muertos no inquietaron del todo a los pensadores antiguos: “Si bien había un concepto popular del lugar de los muertos (seol), la teología oficial de Israel no le prestaba atención”.137 Las expresiones positivas (o eufemismos) para referirse al estado final continuaban la formalización de los lazos sociales y comunitarios: el fallecido se unía a los antepasados (Jue 2:10; I R 2:10) o al pueblo (Gn 25:8; 35:29; 49:29; Dt 32:50). La palabra Seol (el lugar de los muertos, los “infiernos”) se utiliza 65 veces en el Antiguo Testamento, 15 de ellas en los salmos (6:5, 9.17; 16.10; 18.5; 30.3; 31:17; 49:14-15; 55;15; 86:13; 88:3; 89:48; 116:3; 139:8; 141:7), 9 en Job y en Proverbios. Se imagina al sheol como una cárcel, como un lugar subterráneo y obscuro, donde no habrá más que ruinas, destrucción y muerte. Reinan allí las tinieblas, el silencio. Un pasaje elocuente del libro de Job lo describe de esta manera: “región de las tinieblas y de las sombras de muerte, tierra de obscuridad y de caos, donde la misma claridad es noche oscura” (Job 10.21-22). […] El Qohélet afirma: “no hay obra, ni razón, ni ciencia, ni sabiduría en el sheol, adonde vas” (Ecl 9.10). En el sheol los muertos son “aquellos de los que tú (Dios) no te acuerdas y ni los quieres, rechazado con tu manos” (Sal 88.6). Los muertos no tienen ya ninguna relación vital con Dios, no pueden ni adorarlo: “No alaban los muertos al Señor ni los que bajan al silencio” (Sal l15.17). Efectivamente, la muerte significa falta de relación, bien sea con Dios o bien con los demás.138

¿Inframundo?, no; “lugar de descanso”, tampoco; sitio neutral e indiferente, mucho menos. Hades, tradujeron los griegos, pensando en otra forma de destino humano, un inframundo. En Mesoamérica se hablaba del Mictlán.139 Lo cierto es que estamos en un plano eminentemente ontológico y que prácticamente ninguna de nuestras ideas actuales se corresponde con ese espacio de destino final: “El Sheol estaba situado en alguna parte debajo de la tierra. [...] La condición de los muertos no era ni de dolor ni de placer. Tampoco se asociaba Alicia Winters, “La memoria subversiva de una mujer: II Samuel 21.1-14”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 13, www.claiweb.org/ribla/ribla13/la%20memoria%20subversiva.html 138 A. Bonora, “Sheol”, en Vocabulario teológico, www.mercaba.org/VocTEO/S/sheol.htm. 139 Cf. Luis Fernando Núñez y Roberto Martínez González, “Viaje al Mictlán: una revisión crítica sobre el destino de las almas y los ritos funerarios en las fuentes tempranas y los contextos arqueológicos del Posclásico”, en Anales de Antropología, vol. 43, 2009, pp. 51-68, www.revistas.unam.mx/index.php/antropologia/article/viewFile/20342/pdf_481. 137

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con el Sheol la recompensa para los justos ni el castigo para los inicuos. Lo mismo buenos que malos, tiranos que santos, reyes que huérfanos, israelitas que gentiles, todos dormían juntos sin conciencia los unos de los otros”.140 El salmo 16 comienza expresando que “la confianza en Yahvé nace de la salvación concreta que se ha experimentado en una crisis específica”141 y que hay una renuncia total al culto a las demás divinidades (vv. 3-4). El v. 5 es enfático: “Tú diriges mi destino”, con lo que se reconoce la total dependencia de su mano y la paz que eso proporciona (6-8). Según esto, “parece que el orante estima en más la comunión con Dios (v. 8; cf. Sal 23.6; 27.4) que los dones de la vida”.142 En los vv. 9-11 se aprecia que quien ora se halla en peligro de morir, por lo que Quien habla espera “la vida por Dios, con Dios, en Dios el Viviente”, en contraste con la muerte como prueba de la ira de Dios y separación de él, es decir, en una unión vital auténtica. “El salmo 16 no se ocupa de la resurrección ni siquiera de la inmortalidad sino de un agudo peligro de muerte”.143 La época no permitía aún hablar de la resurrección pero comenzaba a abrir las puertas para una reflexión seria y madura sobre el destino suprahistórico de los integrantes del pueblo de Dios: Ser sacado del seol” es una expresión común en los salmos para indicar no tanto la esperanza en una vida dichosa después de la muerte, sino más bien la confianza de que la comunión de vida con el Señor no podrá terminar con la muerte (cf. Sal 49.16: “Dios salvará mi vida; él me arrebatará del poder del sheol”). La idea de un “rapto” por parte de Dios está en función de la esperanza de una unión con el Señor que ni siquiera la muerte física podrá interrumpir. “Aun cuando se consuma mi carne y mi corazón, Dios seguirá siendo para siempre la parte de mi heredad” (Sal 73.26). De esta manera se va abriendo camino paso a paso la fe en la inmortalidad dichosa y en la resurrección, que llega a afirmarse con claridad en 2 Mac 7 14; 12,38-46 y Dan 12.1-3.144

Una respuesta clara sobre cómo fue aprovechado este salmo en el Nuevo Testamento cuando ya se había consolidado la creencia en la resurrección, se encuentra especialmente en el libro de los Hechos (3.25-28; 3.34; 13.33), donde se suma al 2 y al 110 como parte de una evidente cristianización de esos textos ligados al mesianismo y al concepto dinámico del Reino de Dios. La afirmación de la esperanza en la vida de Dios, más allá de las ideas sobre la existencia ultraterrena, es la que gobierna la fe de quien espera todo de su Dios, en la historia y más allá de ella. La esperanza de sobrevivir en el regazo divino es el centro de la fe cuando se confronta con el fin de la vida física, especialmente a la luz de una concepción firme sobre la integridad del ser de la persona: El orante tiene la certeza de que “su carne morará segura” (v. 9b). […] Los poderes de la muerte asaltan al orante. Pero él sabe muy bien por la palabra de Dios: mi vida está protegida, no se halla a merced del poder de la muerte, del Sheol, que domina tan profundamente este mundo, sino que está protegida y abrazada por todos lados (Sal 139.5). La dimensión concreta, que hay que tener en cuenta ante todo y en la que hay que entrar, tiene significación permanente: “En un mundo en el que la superviviencia corre peligro de hacerse cada vez más improbable, la comprensión bíblica del destino del hombre es fundamento para una nueva esperanza de la vida” (H.W. Wolff, Antropología del Antiguo Testamento, p. 293).145

Encyclopaedia Britannica, 1971, vol. 11, p. 276. Hans-Joachim Kraus, “Salmo 16: La suerte dichosa ante la faz de la muerte”, en Los salmos. Salmos 1-59. Salamanca, Sígueme, 1993, pp. 364-365. 142 W. H. Schmidt cit. por H.-J. Kraus, op. cit., p. 365. 143 H.-J. Kraus, op. cit., p. 371. 144 A. Bonora, op. cit. 145 H.-J. Kraus, op. cit., pp. 372, 373. 140 141

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3. VIDA Y RESURRECCIÓN EN LAS MANOS DE DIOS Pero no, Cristo ha resucitado venciendo la muerte y su victoria es anticipo de la de aquellos que han muerto. Pues si por un hombre vino la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. I CORINTIOS 15.20-21, La Palabra (Hispanoamérica)

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ndudablemente I Corintios es el gran tratado neo-testamentario sobre la resurrección de Cristo y de los suyos/as. No obstante, semejante planteamiento doctrinal e ideológico obedeció también a una circunstancia y a un contexto propios que llega hasta nosotros para situar la respuesta que el apóstol Pablo dio a las enormes dudas sobre la fe en la resurrección. Lo que se negaba no era la resurrección de Jesús (15.1, 11, 13-16) sino la de sus seguidores. La reconstrucción del trasfondo del debate es muy útil para acercarse, así sea ligeramente, al ambiente complejo que propició la escritura de este capítulo. El apóstol tuvo que enfrentar en Corinto a algunos “maestros” que negaban la realidad de la resurrección para los creyentes (v. 12). Estamos ante una fuerte confrontación doctrinal ideológica y existencial, puesto que es creencia resultaba fundamental para la comunidad de ese lugar, por lo que es abordada como un auténtico problema pastoral. Según Irene Foulkes, aquellas personas no buscaban una “aclaración sino más bien trataban de poner en ridículo la idea misma de una resurrección de quienes han muerto. En lugar de una esperanza futura, parece que enseñaban que los cristianos deben experimentar en el presente una especie de vida exaltada: ‘reinan’ ya (4.8); se precian de [ser] ‘entendidos’ (8.1), de ‘espirituales’ dotados de carismas espectaculares (12.1-31,14.1-40)”,146 pero en realidad buscaban justificar posturas éticas divididas: algunos optaban por el libertinaje (5.1; 6.12-20), y otros profesaban el ascetismo (7.1, 7.28). Pablo tomó en cuenta estas posturas, pero para argumentar en su contra (15.32b). Polemiza con ellos sobre la incongruencia de la línea que han adoptado, aceptar la resurrección de Cristo y, al mismo tiempo, negar la posibilidad de una resurrección futura de los cristianos (15.13-34).147 Luego del gran resumen de lo que Pablo había recibido como parte de la tradición apostólica (1-7) y de su testimonio de encuentro con Jesucristo (8-11), inmediatamente aborda el problema en cuestión: “si Cristo no ha resucitado, tanto nuestro anuncio como la fe que ustedes tienen carecen de sentido” (14). Y agrega: “Es más, resulta que somos testigos falsos de Dios, por cuanto hemos dado testimonio contra él al afirmar que ha resucitado a Cristo, cosa que no es verdad si se da por supuesto que los muertos no resucitan” (15). La relación dinámica entre una y otra resurrecciones es la base de las afirmaciones paulinas, pues sin resurrección no hay salvación. El principio de Adán, aplicado en el sentido de la muerte, en Cristo se aplica para la vida de los/as creyentes (22). El orden del primer resucitado, en un ámbito trascendental, se seguirá con el impacto de la vida para todos los demás (23). Todas las “potencias enemigas” serán aniquiladas, a fin de que el reino de Jesús se convierta en el del Padre (24). En ese sentido, hay una estrecha relación entre la vida de Dios aplicada a los suyos y la manifestación plena de su Reino. Así se vincula el gran logro de la vida plena y eterna con el triunfo absoluto del poder divino (25). El “último enemigo”, queda claro, es la muerte, el último en ser destruido (26), porque nada puede quedar fuera del sometimiento a Cristo (27), “para que Dios sea soberano de todo” (28b), incluso de la potestad de lo mortífero, el espacio de la anti-vida. “El hecho de que los corintios practicaban el bautismo por los muertos (29) implica que creían en algún tipo de sobrevivencia de las personas aun cuando no fuera corpórea”.148 Las diversas opiniones producían posturas mezcladas, por lo que Pablo tiene que sintetizar irónicamente una de las más I. Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1 Corintios. San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1996, pp. 385-386. 147 Ibid., p. 386. 148 Ibid., pp. 394-395. 146

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extendidas, el epicureísmo latente, cuya máxima es referida en esos términos:: “Si los muertos no resucitan, ¡comamos y bebamos, que mañana moriremos!” (32b). A continuación, el apóstol procede a responder las preguntas más acuciantes: “¿y cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo lo harán?” (35) y retoma la metáfora sobre la semilla que muere para hacerlo (36-38), además de extenderse en consideraciones sobre lo que Foulkes resume muy bien como “vida hoy para los cuerpos que resucitarán mañana” (39-41) y que “Pablo proclama que nuestro cuerpo está involucrado en nuestra salvación”,149 a diferencia de algunas tendencia actuales que quieren pasar por muy “cristianas” y desprecian radicalmente el cuerpo, mediante una nueva forma de dualismo. La fórmula paulina es impecable: “…se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se siembra una cosa despreciable, resucita resplandeciente de gloria; se siembra algo endeble, resucita pleno de vigor; se siembra, en fin, un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual” (42b-44a), con sus referencias a Adán y su proyección en el tiempo posterior (45-49). Lo material requiere ser transformado para poder heredar el Reino de Dios en nuevas estructuras ontológicas, existenciales y espirituales: “…lo que es sólo carne y sangre no puede heredar el reino de Dios; que lo corruptible no heredará lo incorruptible” (50). La grandeza de la vida de Dios transferida por Jesucristo a su pueblo brilla aquí en toda su intensidad (5152) a fin de lograr que “este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y que esta vida mortal se revista de inmortalidad”. Cuando eso suceda, se habrá traspuesto la “barrera metafísica” que hoy obstaculiza todavía la realización plena de la vida (53). De ahí el recuerdo profético (Is 25.8: “La muerte ha sido devorada por la victoria”; 54b) y el cántico por la victoria (55) obtenida por medio del Señor Jesucristo (57), a pesar de los esfuerzos del pecado y la ley (56). La exhortación final, como siempre, es a mantenerse firmes y constantes, colaborando en la tarea cristiana (58), dado que ésta nunca será en vano. Pero, lamentablemente, seguimos rodeados por las fuerzas de la muerte y es necesario asumir una postura de fe que sin ser ingenua o temerosa, afirme la actuación divina en nuestra vida presente. Las palabras de Foulkes resultan muy pertinentes: ¿Dónde operan las fuerzas de la muerte en nuestro entorno? ¿Cómo debemos vivir y qué debemos hacer para resistirlas en nombre de Jesucristo, quien se opuso a ellas hasta la muerte? Los personajes y las circunstancias que colaboraron para tramar la muerte de Jesús demuestran que las potencias mortíferas operan solapadamente a través de instituciones humanas legítimas, como la religión, el gobierno, la economía. Esto debe abrirnos los ojos a la probabilidad de encontrar que hoy también algunos fuerzas anti-vida operan en cada una de estas esferas dentro de nuestra propia sociedad. Sus frutos nefastos las delatan: hambre, miseria, insalubridad, intimidación psicológica, agresión contra la dignidad de las personas. Si la esperanza de la resurrección futura hace que nos despreocupemos por estas realidades, nuestra fe se ha tergiversado, y este artículo del credo cristiano —que debe abrir pasos de vida— se habrá convertido en afirmación de la muerte. […] La resurrección de los muertos exige que pensemos en el cuerpo. Los cuerpos humanos son vulnerables, y si una persona o un grupo dominante quiere someter a otras personas lo puede hacer valiéndose de acciones que ponen en peligro sus cuerpos. […] Nuestra comprensión de la cruz y la resurrección nos debe llevara tomar acciones que afirman la vida en medio de la vulnerabilidad y la mortalidad de los cuerpos. 150

Ella misma cita a Julia Esquivel:

149 150

Ibid., p. 403. Ibid., pp. 403, 404. 83


No tengo miedo a la muerte Ya no tengo miedo a la muerte, conozco muy bien su corredor oscuro y frío que conduce a la vida. Tengo miedo de esa vida que no surge de la muerte, que acalambra las manos y entorpece nuestra marcha. Tengo miedo de mi miedo, y aún más del miedo de los otros, que no saben a dónde van y se siguen aferrando a algo que creen que es la vida y nosotros sabemos que es la muerte! Vivo cada día para matar la muerte, muero cada día para parir la vida, y en está muerte de la muerte, muero mil veces y resucito otras tantas, desde el amor que alimenta de mi Pueblo, la esperanza!151

151

Julia Esquivel, El Padrenuestro desde Guatemala y otros poemas. San José, DEI, 1981, p. 41. 84


4. LA VIDA DE DIOS SE IMPONDRÁ EN EL MUNDO Entonces fueron abiertos los libros y también fue abierto otro libro: el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados conforme a las acciones que tenían consignadas en los libros. Todos fueron juzgados conforme a sus acciones: los muertos devueltos por el mar y los devueltos por la muerte y el abismo. APOCALIPSIS 20.12b-13, La Palabra (Hispanoamérica)

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pocalipsis 1-19 plantea la preparación del juicio divino sobre los adversarios del pueblo de Dios. Su contexto es histórico, ecológico y cósmico a fin de proporcionar esperanza para el presente y el futuro. La vida de Dios, manifestada en los/as seguidores de Jesús impondrá su dominio en el mundo y en el universo El lenguaje apocalíptico sirve para simbolizar la manera en que Dios actúa para lograrlo: “Juan ha recogido en el milenio algunos de los rasgos fundamentales de su visión apocalíptica; allí se cumplen muchos elementos de su esperanza, pero faltan algunos que hallaremos en 21,1-22,5: el cielo nuevo y tierra nueva, la Nueva Jerusalén, las bodas, el agua que brota del Trono de Cristo y del Cordero, el árbol de la vida y, sobre todo, la morada de Dios con los humanos”. 152 Pero existen enormes riesgos al interpretar ese periodo simbólico: “…una visión espiritualista del milenio destruye la recia nervadura social e histórica del Apocalipsis, convirtiendo su palabra en gnosis evasiva, alegoría intimista, separada de la vida. De esa forma, el vigor de la protesta profética se pierde, condenando este mundo a la prepotencia de aquellos que, ahora como siempre, controlan el poder”.153 La vida de Dios, como parte de ese periodo, se coloca como algo ya actuante en el mundo: “Contra el anti-reino de Bestia y Prostituta, Juan promete e inicia desde ahora el reino de Cristo, los mil años de renovación histórica de la humanidad, sin distinción de varones y mujeres [1.6; 5.10]”.154 Primero se cumplen los mil años (20.7a), es decir, se manifiesta parte de la plenitud del Reino de Dios en el mundo mediante la presencia martirial del pueblo de Dios. Inmediatamente después, es desatado Satán e intentará engañar por todas partes (8), tratando también de derrotar a los elegidos rodeando a la ciudad símbolo de la presencia de Dios (9a). No obstante, como claro motivo apocalíptico, el fuego celestial los vencerá (9b), ¡sin ninguna batalla humana!, y el enemigo máximo será arrojado definitivamente a su lugar (10). Y aparece a continuación la revelación plena, el trono de Dios y su presencia (11): [Dios] Ha realizado su obra, puede presentar su verdad, no sólo en el alto del cielo (Ap 4) sino ante todo el mundo. Por eso, el mundo viejo (cielo y tierra) desaparece, no por destrucción sino por elevación. Antes que llegue el cielo nuevo y tierra nueva (cf. 21,1), debe realizarse el juicio de Dios sobre todo lo que existe. No hay escena de terror, no hay destrucción sanguinaria ni venganza. Dios aparece abiertamente divino para todos los humanos: ése es el juicio.155

Y al lado de Dios, todos los muertos, “humildes y poderosos”, a la espera del juicio (12a), ciertamente, pero formando parte de la vida divina, pero no la falsa trinidad (el dragón y las bestias). “Esta resurrección constituye el centro de la fe israelita: los antes dominados por la muerte vienen ante Dios, de todos los lugares donde ella había dominado (del hades, del mar, de la misma corrupción), para ponerse ante el principio de la vida”.156 Se abren los libros y todos los humanos son juzgados conforme a sus obras (12b-13). Se abre también el

X. Pikaza, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1997, p. 230. Ibid., 231. 154 Ibid., p. 232. 155 Ibid., p. 236. 156 Ibid., p. 237. Énfasis original. 152 153

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misterioso Libro de la Vida: “Así, al final del Apocalipsis queda establecida la verdad moral de lo divino. Pero el libro de la Vida del Cordero supera ese nivel de juicio: es don de gracia. Los infinitos libros del juicio no logran dar vida. Al final de los caminos de Dios no está la ‘balanza’ que mide el peso de las obras, la suma del tiene y/o debe en el libro de cuentas, sino la experiencia de gratuidad de la oración de Jesús”.157 Inmediatamente, la propia muerte y el abismo sean arrojados (14) con quienes no aparecen en el Libro de la Vida (15), los que no se dejan salvar por Cristo y, esa muerte, es la definitiva, la segunda muerte, la que puede únicamente puede otorgar el Dios de la vida. La “muerte primera” la “administran” los seres humanos, la “muerte segunda”, única (y paradójicamente) Dios como parte de su proyecto de vida. Condena y salvación se expresan, pues, de un modo cristológico. Se condena para Cristo sólo aquel que no se deja inscribir en el Libro de su Vida. Han perdido su sentido (han acabado en nada) las acciones de soberbia y de violencia humana (obras de la Bestia y Prostituta). La verdad y la vida se expresan, por fin y para siempre, en el Libro de la Vida. No dice Juan si son muchos quienes se condenan, aunque indica de forma sobria que la salvación está abierta para todos los inscritos en el libro del Cordero. Sólo se condena quien no quiere ser escrito en ese Libro, quedando así en el lago del fuego, que es la destrucción definitiva.158

O en palabras de Dylan Thomas: Y la muerte no impondrá su reino. Quienes yacen tendidos Bajo interminables pálpitos del mar No morirán palpitando de terror: Retorciéndose en el potro en tanto el músculo se afloja Y abiertos en canal, su esqueleto ha de resistir; La fe gemirá en sus manos al partirse en dos Y demonios unicornes los penetrarán, Pero aun así, hendidos de principio a fin, no van a crujir Y la muerte no impondrá su reino.159

Es así como se abren las puertas para la plenitud del cielo nuevo, de la tierra nueva y de las Bodas del Cordero (caps. 21-22). Preguntas para la reflexión  ¿La vida de Dios es visible en cada una de nuestras acciones?  ¿Qué signos de la vida de Dios vemos a nuestro alrededor?  ¿Cómo nos sumamos cotidianamente a ellos?

Ibid., p. 238. Idem. 159 D. Thomas, “Y la muerte no impondrá su reino”, en Marco Antonio Montes de Oca, El surco y la brasa. Traductores mexicanos. México, Fondo de Cultura Econónica, 1974, p. 336. 157 158

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Diciembre “Y VIMOS SU GLORIA… COMO LA DEL UNIGÉNITO DEL PADRE”: DIOS SE ENCARNÓ EN JESÚS PARA SALVAR AL MUNDO 1. DIOS SE ENCARNÓ EN JESÚS PARA REDIMIR AL MUNDO Y la Palabra se encarnó y habitó entre nosotros; y vimos su gloria, la que le corresponde como Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. JUAN 1.14, La Palabra (Hispanoamérica)

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na mirada superficial sobre el Cuarto Evangelio afirmaría que a su autor no le interesó la historia del nacimiento de Jesús y que, por ello, no cuenta nada sobre los “sucesos navideños”. Otra, más mesurada, podría sugerir que si, en efecto, este evangelio no narra ninguno de esos acontecimientos es porque tuvo fuertes razones para “ir al grano” sobre las acciones y palabras de quien denomina la Palabra encarnada en el mundo. Alguna más intentaría explicar que, debido a la fuerte doctrina de Cristo que trasluce este documento, relatar los detalles previos al nacimiento de Jesús de Nazaret resultaba un tanto adicional o complementario para exponer el mensaje que él trajo como profeta, mensajero y representante de Dios. Pero lo cierto es que en Juan no encontramos nada al respecto y sí, un poema-prólogo, sumamente teológico y profundo acerca de los entretelones de la presencia de Dios en Jesús y de la forma en que vino al mundo para redimirlo. Para él, el origen divino de Jesús establece una marca contundente en su realidad que va más allá de todas las posibilidades humanas. Por ello se remonta hasta la eternidad misma de Dios y penetra en el interior mismo de la divinidad para encontrar las relaciones entre el Padre y el Hijo eternos, entre lo que la doctrina llamaría después “las personas de la Trinidad” y descubre que existió y existe un diálogo continuo y una extraordinaria identidad entre ellas. No de otra manera pueden interpretarse las famosas palabras con que abre este evangelio y que remiten, inevitablemente, al libro del Génesis al usar sus mismas palabras y a Proverbios 8: “En el principio ya existía la Palabra;/ y la Palabra estaba junto a Dios y era Dios./ Ya en el principio estaba junto a Dios./ Todo fue hecho por medio de ella/ y nada se hizo sin contar con ella” (vv.1-3a). En el génesis de todas las cosas, la sabia palabra divina acompañó y condujo la creación, según el texto sapiencial, y esa misma palabra (el Verbo, el Logos) fue la razón de ser de todo lo existente. Era una Palabra personificada que estaba al lado de Dios y era ella misma, Dios también. El Cuarto Evangelio sitúa a sus lectores mucho antes de la creación de todas las cosas y los/as lleva a contemplar el interior mismo del ser creador desde una perspectiva casi mística. No contento con ello, el texto profundiza en esa mirada mística e informa y reflexiona, al mismo tiempo, sobre las características y consecuencias de la eterna e inaccesible actuación divina: “Cuanto fue hecho era ya vida en ella,/ y esa vida era luz para la humanidad;/ luz que resplandece en las tinieblas/ y que las tinieblas no han podido sofocar” (3b-5). El acto creador consistió, afirma, en instalar la vida en el cosmos para iluminar a la humanidad cuando ésta apareció, colocando a la luz, primera criatura divina, como el factor fundamental que vendría a revelar y a triunfar sobre las tinieblas del caos y el desorden. Referirse a las tinieblas, la oscuridad, opuestas a la luz divina, es ya un juicio teológico de valor sobre lo que acontece en el mundo, pues define la historia y la vida humanas como un conflicto en el que, inexorablemente, la luz de Dios saldrá victoriosa. Y, para probarlo, es que pasa a exponer, ahora sí con detalle, los hechos de la vida de Jesús de Nazaret, el Verbo de Dios encarnado en el mundo. 87


En esa línea, y para recordar lo ambiguas que resultan las celebraciones navideñas a la luz de la encarnación del Hijo de Dios en la historia, Javier Sicilia ha escrito unas palabras muy pertinentes: Diciembre es un mes puntuado por la Navidad. Sobre ese misterio cotidiano y sorprendente —un niño que, a causa del desplazamiento de su familia convocada al censo de Quirinio, nace en un establo de Belén y del que se afirma que es Dios encarnado— se fundó, nos guste o no, Occidente. La burguesía ha rodeado su celebración con la calidez de una buena cena familiar, acompañada de dulces y regalos, que hoy ha adquirido el rostro de un consumismo desmesurado.160

Porque, ciertamente, el horizonte en que se mueven estas celebraciones (se dice cada año) está muy lejos de la plataforma teológica, metafísica y escatológica que permitió el nacimiento del niño de Belén y su desarrollo hasta convertirse en la presencia actuante de la Palabra divina. Deja mucho que desear la manera en que ha sido domesticada y edulcorada esa enorme realidad divino-humana y por eso es preciso puntualizar las afirmaciones juaninas al respecto, incluso a contracorriente lo que hacen y enseñan muchas formas de cristianismo. De ahí que Sicilia agregue lo siguiente: La fiesta, sin embargo, es lo contrario a esa malversación. Ese nacimiento, cuyo rostro es el de la pobreza y el desabrigo, tiene que ver con el amor que, a diferencia de lo que suponemos, no es el de la plenitud del ego, sino el del vacío y la renuncia. La tradición teológica le ha dado un nombre griego: la kenosis de Dios, cuyo significado es vaciarse, anonadarse, despojarse, deshacerse. La Navidad es así la revelación de un Dios que renuncia a todo lo que nosotros asociamos con el poder y sus prerrogativas para volverse impotencia pura en la contingencia. Blondel, un gran filósofo católico, comparaba ese acontecimiento con un suicidio, el suicidio de Dios.161

Sicilia alude, es claro, al clásico pasaje de Filipenses 2.6-7, en el que otro teólogo cristiano de los primeros tiempos, tampoco seducido por las “historias navideñas”, explicó a su modo la aparición del Hijo de Dios en el mundo: “…el cual, siendo de condición divina/ no quiso hacer de ello ostentación,/ sino que se despojó de su grandeza,/ asumió la condición de siervo/ y se hizo semejante a los humanos”. Este vaciamiento, desempoderamiento o suicidio que practicó el Dios eterno representa la gran protesta divina contra los poderes (in)humanos que han intentado apoderarse de la historia y de la existencia. Ser “impotencia pura” en medio de la “contingencia” es la base del gran acto redentor de Dios, pues “renunciar” a la eternidad y sujetarse a los designios impredecibles e incómodos de la historia y la existencia implicó un sacudimiento mayor en el interior mismo de Dios. El gran teólogo Paul Tillich lo sintetizó así: “Este acontecimiento (la encarnación de Jesucristo) no sólo es el centro de la historia de la manifestación del reino de Dios; es también el único acontecimiento en el que se afirma plena y universalmente la dimensión histórica”.162 Quien dio testimonio de todo esto fue el profeta Juan (diferente al autodenominado Discípulo Amado), quien poéticamente es designado como “testigo de la luz” (8), sin serlo él mismo, para que de inmediato surja una fórmula que resume, en su grandiosidad, lo acontecido con la presencia del Logos en el mundo: “La verdadera luz, la que ilumina a toda la humanidad, estaba llegando al mundo” (9b). Porque la Palabra divina hacía tiempo que había “invadido” al mundo y su presencia en Jesús ameritó el fuerte cuestionamiento del texto sobre su recepción: “En el mundo estaba [la Palabra]/ y, aunque el mundo fue hecho por medio de ella,/ el mundo no la reconoció” (10). Ni siquiera los descendientes de Israel fueron capaces de reconocerla: “Vino a los suyos/ y los suyos no la recibieron” (11), en lo que este evangelio coincide claramente con el de Mateo para dar luego dar “el salto de calidad” hacia la predicación recibida por los gentiles, romanos inclusive: “…pero a cuantos la recibieron y creyeron en ella,/ les concedió el llegar a ser hijos de Dios” (12) mediante un lenguaje emparentado J. Sicilia, “Navidad y encarnación”, en La Jornada Semanal, 6 de diciembre de 2015, http://semanal.jornada.com.mx/2015/12/04/casa-sosegada-1743.html. 161 Idem. Énfasis agregado. 162 Cit. por Óscar Cruz Cuevas, Las doctrina del kairós en Paul Tillich. Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 2007, p. 205, http://eprints.ucm.es/7734/1/T30051.pdf. 160

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ostensiblemente con las epístolas de Juan. Eso permite al texto ahondar en la palingenesia, esto es, en la regeneración, en la nueva creación divina (y no por caprichos, vanidades o mezquindades humanas) que permite definir lo que es la redención con palabras doctrinales muy sólidas: “Éstos son los que nacen no por generación natural [jáimaton, “de sangres”163],/ por impulso pasional [thelématos sarkós] o porque el ser humano lo desee [thelématos andrós],/ sino que tienen por Padre a Dios” (13). Todo esto preludia la gran afirmación de la superioridad de la Palabra hecha carne en el mundo para su redención y que constituye el pórtico impecable para todo lo que contiene el Cuarto Evangelio: “Y la Palabra se encarnó/ y habitó entre nosotros;/ y vimos su gloria, la que le corresponde/ como Hijo único del Padre,/ lleno de gracia y de verdad” (14). La Palabra vino y vivió en el mundo, pero sólo algunos fueron capaces (en su incapacidad humana comprensible) de percibir su gloria (con mayor claridad, posteriormente), correspondiente al Padre en su unidad y cercanía desde la eternidad. Acaso por ello impactó tanto a Jorge Luis Borges, quien dedicó al asunto dos poemas memorables titulados con la cita bíblica, como lo hizo varias veces. Las conclusiones de Sicilia apuntan hacia una práctica cristiana más consecuente, derivada del esfuerzo divino por asumir la humanidad con todos sus riesgos, en el sendero de la debilidad y la impotencia, no en el del triunfalismo simbolizado por el regalo compulsivo e irresponsable: La Navidad, por lo mismo, no es algo que debemos celebrar. Es más bien un misterio que en las actuales circunstancias por las que atravesamos debe interpelarnos de manera brutal y profunda en el orden del amor. Amar es vaciarse de sí y de todas nuestras pretensiones. Es, por lo tanto, ir al encuentro del otro, en particular al de los más pobres y desheredados, las víctimas, sin otra cosa que nuestro vacío. Ni el progreso ni el deseo de la abundancia, que nos centran sobre nosotros, pueden escuchar a la víctima ni siquiera al otro, porque todo otro, dice [Emmanuel] Levinas, es rostro, palabra orden, súplica que nos obliga a salir de nosotros, a vaciarnos, para responder. Contra lo que contradictoriamente nos enseñan siempre incluso en el catecismo —Dios como omnipotencia y omnipresencia—, el Dios de la Navidad es debilidad y vacío que acoge; es, incluso, como todo verdadero amor, impotencia…164

Elsa Tamez y Alma Isela Trujillo Tamez, El Nuevo Testamento griego palabra por palabra. Sociedades Bíblicas Unidas, 2012, p. 337. 164 J. Sicilia, op. cit. Énfasis agregado. 163

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2. JUAN EL BAUTISTA, PRECURSOR DE LA ENCARNACIÓN DIVINA EN EL MUNDO Juan dio testimonio de él proclamando: “Éste es aquel de quien yo dije: el que viene después de mí es superior a mí porque existía antes que yo”. JUAN 1.15, La Palabra (Hispanoamérica)

Juan, llamado el Bautista, es un personaje fundamental en los cuatro evangelios: figura enigmática, modelo de profeta independiente y radical, cubre un espacio cronológico previo a la aparición de Jesús de Nazaret en el panorama religioso de su tiempo. Ningún evangelio lo ignora, pero es en el cuarto donde su mensaje adquiere una dimensión muy ligada a los momentos iniciales de la vida y obra de quien introdujo el Reino de Dios en el mundo. Todos coinciden en que fue el precursor de la obra de Jesús y en que su mensaje y acción preludió elocuentemente lo que vendría después, aun cuando su imagen no fue lo suficientemente comprendida. Las palabras de Jesús en Mateo 11.7b-14 lo describen impecablemente: “Cuando ustedes salieron a ver a Juan al desierto, ¿qué esperaban encontrar? ¿Una caña agitada por el viento? ¿O esperaban encontrar un hombre espléndidamente vestido? ¡Los que visten con esplendidez viven en los palacios reales! ¿Qué esperaban entonces encontrar? ¿Un profeta? Pues sí, les aseguro, y más que profeta. Precisamente a él se refieren las Escrituras cuando dicen: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. [Mal 3.1] Les aseguro que no ha nacido nadie mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Desde que vino Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos es objeto de violencia y los violentos pretenden arrebatarlo. Así lo anunciaron todos los profetas y la ley de Moisés hasta que llegó Juan. Pues, en efecto, Juan es Elías, el profeta que tenía que venir”. Semejante reivindicación coloca al propio Jesús en línea directa con la actuación de Juan, aunque sus discípulos no entendieron bien lo que aquel haría. El Cuarto Evangelio, desde el principio, practica también una reivindicación de su persona al presentar su mensaje en función de la persona de Jesús pues lo presenta como un testigo suyo (1.15) y aquel de quien había hablado antes, “porque era primero que yo”. El mensaje de Jesús es infinitamente superior al de Juan a causa de su preexistencia, una enseñanza muy característica del Cuarto Evangelio. Las siguientes palabras retoman el hilo del comienzo del evangelio como parte de una cristología muy sólida: “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (16-18). Plenitud, gracia, ley, verdad: todo engarzado en una argumentación que desemboca en la visión superior de la preexistencia del Logos divino anterior a la encarnación histórica que afirma el traslado de éste desde la eternidad misma del Dios invisible, de cuyo seno (kólpon, “regazo”) ha venido. Jesús es visto, así, como el icono del Padre en el mundo procedente desde su interior más profundo. A continuación, hay un relato del diálogo entablado con los enviados desde Jerusalén para preguntarle sobre su ministerio, en el cual él zanja la discusión al afirmar que no es el Ungido esperado (19-22). Más bien, se sitúa en continuidad con la profecía antigua de Isaías (40.3) para ubicar su actuación de manera enigmática (2224) sin dejarlos satisfechos, pues ellos insistieron en saber la razón de sus acciones, a lo que nuevamente respondió destacando la figura del que vendría detrás de él: “Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Éste es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado” (26-27). Juan limita la importancia de su bautismo para anunciar a

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quien viene tras él y se contrasta a sí mismo con esa figura en términos de un siervo inferior.165 Esas palabras tampoco cumplieron las expectativas de los espías. Pero será el propio evangelio el que desvele el misterio de la relación entre Juan y Jesús cuando, más adelante, cite las palabras del primero, en 1.29-30: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo”. Y en 1.31, hace una afirmación sorprendente: “Ni yo mismo sabía quién era, pero Dios me encomendó bautizar con agua precisamente para que él tenga ocasión de darse a conocer a Israel” (31). Para que luego, en 3.28-30 (mientras Juan y Jesús actúan simultáneamente, sin ningún signo de subordinación por parte del segundo166) reitere que fue el “enviado como precursor” (¡cuya muerte ni siquiera es mencionada en este evangelio!) y en 31-36 se agreguen una serie de observaciones propias del más puro pensamiento doctrinal juanino: a) “El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos” (31). La preexistencia de Jesús, anterior a la encarnación, remite al interior de Dios mismo. Tal es el alcance de esta reflexión. b) “Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio” (32). Alusión al diálogo interno entre el Padre y el Hijo, el llamado “pacto eterno”. Aquí se alude al diálogo entre las personas de la Trinidad del que hablan los Padres de la Iglesia. “¿No afirmamos siempre que las divinas personas son originalmente simultáneas y que coexisten eternamente en comunión e interpenetración (perijóresis)?”.167 Esto significa “que una persona contiene a las otras dos (sentido estático) o que cada una de las personas interpenetra a las otras, y recíprocamente (sentido activo). El adjetivo perijorético designa el carácter de comunión que rige entre las divinas personas”.168 c) “El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz” (33). Quienes responden positivamente tienen acceso a la verdad de Dios. d) “Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida” (34). El Logos encarnado dice las palabras mismas de Dios en el mundo: de ahí su autoridad. e) “El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano” (35). La filiación divina del Logos es la garantía absoluta de confiabilidad para ganar la salvación. f) “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (36). A cambio de la ira para quienes lo rechazan, quienes creen en el Hijo alcanzan la vida eterna. La perspectiva cristológica del Cuarto Evangelio hace ver a Juan como el más genuino precursor del Logos encarnado y acompañante, en la primera etapa del ministerio de Jesús. Primero como testigo, luego como colega y, finalmente, como alguien que cedió su lugar para la manifestación plena del Hijo de Dios en el mundo. Testigo privilegiado de la encarnación divina, fue un profeta intransigente que avizoró las transformaciones radicales que Dios llevaría a cabo en la historia. Robert L. Webb, John the Baptizer and Prophet: a socio-historical study. Eugene, Wipf & Stock, 1991, p. 72. Walter Wink, John the Baptist in the Gospel Tradition. Nueva York-Cambridge, Universidad de Cambridge, 1968, p. 94. 167 L. Boff, “Lo que es la Santísima Trinidad: la comunión de vida y de amor entre los tres divinos”, en La Santísima Trinidad es la mejor comunidad. Madrid, Paulinas, 1990, www.mercaba.org/FICHAS/TRINIDAD/Boff/067-083_cap_05.htm 168 L. Boff, “Palabras técnicas y afines de la reflexión trinitaria”, en op. cit., www.mercaba.org/FICHAS/TRINIDAD/Boff/glosario.htm 165 166

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3. LA ENCARNACIÓN DE DIOS EN MARCHA Ni yo mismo sabía quién era, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y permanece sobre él, ese es quien ha de bautizar con Espíritu Santo”. Y, puesto que yo lo he visto, testifico que este es el Hijo de Dios. JUAN 1.33-34, La Palabra (Hispanoamérica)

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uan el Bautista fue un testigo privilegiado de la encarnación del Hijo de Dios en el mundo. Según el Cuarto Evangelio, la relación personal entre ellos fue bastante distante, aun cuando según el mismo (y en algunos momentos según los demás evangelios) existió una relación de continuidad-discontinuidad. De ahí que el ímpetu narrativo y expositivo de este documento consista en acercar sus intuiciones sobre la enorme realidad de la eternidad de la cual provino el Logos con las situaciones humanas y la historia del momento. Pablo Richard, basándose en los evangelios sinópticos (pues no podía ser de otro modo) ha escrito sobre eso en estos días acerca del contexto de la “Navidad” cristiana: “Nacimiento de Jesús acontece en un contexto de dos reyes crueles y fracasados (Herodes y Arquelao) y tres migraciones forzadas (de Belén a Egipto, de Egipto a Israel, de Israel a Nazaret)”.169 Y agrega: “Vemos así que el nacimiento de Jesús se da en clima violento de dos reyes asesinos y tres migraciones extremadamente dolorosas y peligrosas”. Confrontar esos dos ambientes, el divino y el humano, ponerlos lado a lado, cara, es lo que caracteriza a los relatos del nacimiento de Jesús. Al optar por no incluirlos y por ir directamente a los sucesos en los que el Jesús-Logos ya mayor inicia su labor en el mundo, se ve obligado a enlazar los dos contextos mediante una estrategia genial: exponer la perspectiva propia de la encarnación del Hijo de Dios y sus orígenes proféticos en la persona de Juan. Para el Cuarto Evangelio, entre ellos no hay ninguna forma de consanguinidad, que resulta innecesaria para situar en las afinidades proféticas la continuidad requerida para poner en marcha la actuación del Logos en el mundo. Eso explicaría las enigmáticas palabras del propio Juan sobre su desconocimiento de Jesús (v. 33). Él mismo debía ajustar su pensamiento hacia la nueva orientación dada por Dios para conducir la historia de salvación: él únicamente es testigo de esa orientación… aun cuando no comprenda del todo lo que estaba sucediendo. De ahí que hablar de la relación continua y discontinua entre Juan y Jesús no esté lejos de la verdad. Al ponerse en marcha la encarnación del Hijo de Dios en el mundo, todo debía ajustarse o modificarse para tomar una postura nueva ante las consecuencias de semejante decisión divina. Las esperanzas humanas nunca alcanzaron a imaginar la forma en que Dios se conduciría para introducir su presencia en el mundo de una manera radical. Por ello la relación entre la encarnación del Verbo divino no puede tener con la fiesta y la fecha de la Navidad más que una relación dialéctica, es decir, no debemos quedarnos con el dedo que apunta hacia el sol, sino que debemos intentar seguir hacia el sol. Tal como lo explica Karl Barth: “Si en la Encarnación nos encontramos con la realidad, en la Navidad nos encontramos con el signo de dicha realidad. No se deben confundir ambas cosas. La realidad de la que se trata en la Navidad es verdad en sí y de por sí. Pero se muestra, se desvela, en el milagro de la Navidad”.170 Ésa es la causa y razón de la fiesta en sí, pero su contenido la rebasa y obliga a que la sigamos viendo únicamente como un signo. Por ello es posible afirmar, con el presente continuo propio de un acercamiento respetuoso a la eternidad del Dios Trino y Uno, que el Señor sigue y seguirá naciendo, entre la humanidad y en el mundo, todos los días. Si lo hizo una vez, lo hará siempre a fin de manifestar su gracia, su amor y su justicia. P. Richard, “Verdad histórica y bíblica de Navidad”, en Amerindia en la Red, http://amerindiaenlared.org/noticia/626/verdad-historica-y-biblica-de-navidad--por-pablo-richard. 170 K. Barth, “El misterio y el milagro de la Navidad”, en Bosquejo de dogmática. Santander, Sal Terrae, 2000 (Presencia teológica, 108), pp. 113-114. Énfasis del original. 169

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4. DIOS SE HIZO UNA CRIATURA PARA SALVARNOS Pero, al llegar el momento cumbre de la historia [pléroma tou kronou], Dios envió a su Hijo, nacido [genómenon] de mujer, nacido [genómenon] bajo el régimen de la ley, para liberarnos del yugo de la ley y alcanzarnos la condición de hijos adoptivos de Dios. GÁLATAS 4.4-5, La Palabra (Hispanoamérica) Dios ha tomado carne en él. En sus palabras, sus gestos y su vida entera nos estamos encontrando con Dios. Dios es así, como dice Jesús; mira a las personas como las mira él; acoge, cura, defiende, ama, perdona como lo hace él. Dios se parece a Jesús. Más aún. Jesús es Dios hablándonos desde la vida frágil y vulnerable de este ser humano.171 J.A. PAGOLA

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a afirmación de la realidad de la encarnación del Hijo de Dios en el mundo adquiere, en los escritos de San Pablo, una dimensión situada en el marco de la acción divina para aplicar la filiación de su Hijo a los seres humanos ligados a él. En tres lugares ligados a su tradición escritural aparecen sólidos argumentos para referirse a ella: Gálatas 4, Filipenses 2 y I Tim contienen afirmaciones en las que se destaca la manifestación divina en el Jesús histórico: “I Tim 3.16 dice del modo más bello que el gran misterio de piedad ‘se ha manifestado como hombre’”.172 En Fil 2.5-11, “Pablo une al descenso del Verbo de Dios en la encarnación el anonadamiento del Verbo de Dios en la cruz”.173 La encarnación consiste en que “el Padre se comunica diciendo su Palabra a la humanidad: dando a los hombres esa Palabra. A su vez, la Palabra realiza, en el doble abajamiento y humillación de la encarnación y de la cruz, la obra que le ha encomendado el Padre”. En Gálatas 4, es donde se habla expresamente de la filiación que el Hijo de Dios encarnado en el mundo transfiere a quienes se ligan a la fe en el Cristo resucitado. La paternidad de Dios es aplicada tanto a judíos como gentiles (3.28-29) y es allí donde la metáfora de la herencia representa el acceso a la filiación de hijos e hijas de Dios. Pasar de la categoría de esclavos a hijos (4.1-2) es un salto enorme en el proceso de la salvación ofrecida por Dios. La “minoría de edad” (4.3) hace referencia a una etapa de la historia de salvación en la que aún existieron diferencias raciales, de género y culturales que impedían el acceso universal a la gracia de Dios. Se requería que la historia llegara a un punto culminante para que eso cambiase radicalmente. Ése fue el gran trasfondo necesario para arraigar, por así decirlo, al Hijo de Dios en la historia. La plenitud (pléroma) del tiempo, de la historia, (4.4a) es el punto crucial del devenir humano y cósmico, puesto que “no sólo significa que se ha cumplido un plazo o que se ha llegado a un instante fijado, sino más bien que, en la economía salvífica divina, el tiempo humano ha llegado a su término”.174 De ahí que “en Ef 1.9b-10a [‘Los designios que benévolamente/ había decidido realizar/ por medio de Cristo,/ llevando la historia/ a su punto culminante’], pone Pablo en relación la oikonomía con el pléroma de los tiempos (kairós), es decir, el proyecto que Dios tenía, con la plena realización de la historia humana”.175 A todo ello alude el hecho de que ni las condiciones ni las posibilidades humanas (desgaste social y espiritual, esperanzas mesiánicas acumuladas, manejo materialista y cínico del poder para asesinar inocentes) pudieron producir (o impedir, en su caso) el acontecimiento de Cristo, sino únicamente el designio de Dios (descenso del Espíritu en María; virginidad materna; ninguna intervención paterna y, por ende, patriarcal; José Antonio Pagola, Jesús: aproximación histórica. Madrid, PPC, 2007, pp. 452-453. Énfasis agregado. Josep María Rovira Belloso, “Principio de la encarnación”, Nuevo diccionario de catequética, en www.mercaba.org/Catequetica/E/encarnacion_principio_de_la.htm. Cf. José Antonio Pagola, “Encarnación”, en Nuevo diccionario de catequética, en www.mercaba.org/Catequetica/E/encarnacion.htm. 173 Ídem. 174 R. Schippers, “Plenitud, sobreabundancia”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Vol. III. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1993, p. 375. 175 Ídem. 171 172

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interacción con seres sobrenaturales; victoria real y simbólica sobre los poderes imperialistas): “…la vida de Jesús, desde su Encarnación hasta la donación de su propio Espíritu, es el acontecer de la misma Trinidad comunicada o ‘económica’”.176 San Pablo afirma que, con el nacimiento de Cristo en el mundo, la historia humana dio un salto descomunal para manifestarse abiertamente y de manera universal como una auténtica historia de salvación abierta para todos los seres humanos sin ninguna distinción. La oferta de salvación sería capaz, a partir de entonces, de desbordar las barreras nacionalistas para afianzarse como una llamada general para que cualquier ser humano aprehendiese y se situase en la órbita de la antigua promesa a Abraham: “La bendición de Abraham alcanzará así, por medio de Cristo Jesús, a todas las naciones y nosotros recibiremos, mediante la fe, el Espíritu prometido” (3.14). Hay, pues, una línea directa de salvación que va desde el “padre de la fe” (no olvidar las religiones abrahámicas) hasta Jesús de Nazaret, “nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley” para obtener la libertad de ese yugo y ganar la condición de hijos/as para todos sus seguidores (4.5), manifestación efectiva de la nueva vida en el mundo. El siguiente logro fue la presencia del Espíritu de hijos en cada creyente (4.6). Con ello, se habrá tenido acceso a la herencia plena, con el derecho completo que otorga esa filiación. Ése es el enfoque típicamente paulino, en continuidad directa con la apreciación doctrinal y teológica de la iglesia inicial, que colocó el hecho mismo del nacimiento del verbo divino en el marco mayor de la encarnación divina, un suceso supra-temporal que aterrizó, literalmente, en un momento específico de la historia: Una confesión de Cristo formulada en categorías estáticas puede ayudar a una precisión conceptual, pero puede conducir a ignorar el proceso histórico de la vida de Jesús y la inserción del Hijo de Dios en la historia humana. La encarnación no es una realidad acabada en el seno de María. El Hijo de Dios se va haciendo hombre a lo largo de todo el proceso histórico de la vida de Jesús, que, según testimonio de san Lucas, “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2.52).177

Así como los evangelios cuentan cómo Jesús se fue haciendo un hombre mayor en su vida cronológica, es preciso que el Niño de Belén también crezca y madure en los corazones de quienes dicen seguirlo, pues como escribe Pagola: “No basta confesar que Jesús es la encarnación de Dios si luego no nos preocupa saber cómo era, qué vivía o cómo actuaba ese hombre en el que Dios se ha encarnado”.178 Pues tal como afirma el Cuarto Evangelio, el Logos encarnado y nacido en Belén es el único camino para conocer a Dios como Padre en todas sus manifestaciones a consecuencia de ese esfuerzo encarnacional extraordinario que partió la historia en dos: El esfuerzo por aproximamos históricamente a Jesús nos invita a creyentes y no creyentes, a poco creyentes o malos creyentes, a acercamos con fe más viva y concreta al Misterio de Dios encarnado en la fragilidad de Jesús. Al ver sus gestos y escuchar sus palabras podemos intuirlo mejor. Ahora “sabemos” que los pequeños e indefensos ocupan un lugar privilegiado en su corazón de Padre. A Dios le gusta abrazar a los niños de la calle y envolver con su bendición a los enfermos y desgraciados. A los que lloran los quiere ver riendo, a los que tienen hambre les quiere ver comer. Dios toca a leprosos e indeseables que nosotros tememos tocar. No discrimina ni excluye a nadie de su amor. Acoge como amigo a pecadores, desviados y gentes de vida ambigua. A nadie olvida, a nadie da por perdido. Él tiene sus caminos para buscar y encontrar a quienes las religiones olvidan. Siente compasión al contemplar a los que viven como ovejas sin pastor y llora ante un mundo que no conoce los caminos de la paz. Dios quiere que en la tierra reine su justicia, que los pueblos pongan su mirada en los que sufren, que las religiones siembren compasión. Él ama a sus criaturas hasta el extremo. Identificado en la cruz con todos los derrotados y crucificados de la historia, Dios nos arrastra hacia sí mismo, a una vida liberada del mal en la que ya no habrá muerte, ni penas, ni llanto, ni dolor. Todo esto habrá pasado para siempre. Por toda la eternidad, Dios hará lo mismo que hacía su Hijo por los caminos de Galilea: enjugar las lágrimas de nuestros ojos y llenar nuestro corazón de dicha plena. 179

J.M. Rovira Belloso, Introducción a la teología. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1996 (Manuales de teología, 1), p. 23, en estudiosdeteologia.wordpress.com. 177 J.A. Pagola, “Encarnación”. 178 J.A. Pagola, Jesús…, p. 5. 179 Ibíd., pp. 456-457. Énfasis agregado. 176

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“DIOS PUSO ETERNIDAD EN SU CORAZÓN” 31 de diciembre de 2015 …todo lo hizo hermoso y a su tiempo, e incluso les hizo reflexionar sobre el sentido del tiempo, sin que el ser humano llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin. ECLESIASTÉS 3.11, La Palabra (Hispanoamérica) Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el

corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin. ECLESIASTÉS 3.11, RVR 1960

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na cadena de intentos de aforismos inspirados en la lectura cristiana de Qohélet.

Según el Eclesiastés, la comprensión divina del tiempo fue sembrada por el Creador en la conciencia humana, lo que obliga a ésta a indagar y profundizar en su espíritu y sentido. * Cuando el tiempo avanza, la figura de Dios, que proviene de su eternidad inmutable, se transforma paulatinamente en un ser cercano, siempre invisible, pero susceptible de ser experimentado todos los días. * La hermosura de cada instante del tiempo recibido de la mano de Dios consiste en la forma en que Él mismo se va desdoblando ante nosotros en los momentos significativos, es decir, todos los que conforman nuestra vida. * “La eternidad está enamorada de las obras del tiempo” (William Blake): tal vez por eso Dios se enamoró de la existencia, de la historia, de cada vida humana que transcurre, en su pequeñez, condicionada por los relojes, las horas y los minutos. * Las semillas de eternidad sembradas por Dios en la mente humana se reproducen lentamente en las gotas de tiempo. * La eternidad nos produce vértigo, según Borges, porque su cercanía saca a la luz el riesgo constante de no dotar a nuestra vida de un sentido continuo y permanente. * “Ver un mundo en un grano de arena / y un cielo en una flor silvestre,/ toma el infinito en la palma de la mano / y la eternidad en una hora” (William Blake, “Augurios de inocencia”, 1803, citado invariablemente por Rubem Alves): atisbar la inmensidad en lo más pequeño, la inmensidad en un fragmento de belleza, lo trascendente en lo cotidiano, lo interminable en un tiempo limitado. El milagro de cada día. * 95


Y después de todo: profundizar en las entrañas del tiempo para asomarse a los linderos de la eternidad… sin entender gran cosa, sin ser capaces de dominar el misterio, el futuro que sólo está al lado de Dios. * El tiempo, esa entidad nebulosa, es lo que nos constituye. Ahora es Borges: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho./ El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río;/ es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre;/ es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego./ El mundo, desgraciadamente, es real;/ yo, desgraciadamente, soy Borges” (“Nueva refutación del tiempo”, en Otras inquisiciones, 1952). * Y si todo tiene su tiempo, también el encuentro con la eternidad, en medio de las estrecheces y mezquindades (hebel) de la vida, es una ventana para asomarse al misterio que rebasa todas las cosas. * Para salir del laberinto del tiempo y de la vida vacía, la eternidad sembrada en el corazón humano es la posibilidad cierta de la esperanza al fundamentar toda la existencia en el origen de todas las cosas, las finitas y las eternas. * En esta vida efímera una de las mayores bendiciones cristianas es la capacidad espiritual de percibir a Dios con los brazos abiertos para invitarnos a entrar en su eternidad. Jorge Luis Borges Eclesiastés I, 9* (La cifra, 1981) Lo que fue es lo que será. Lo que se hizo es lo que se hará. Nada hay nuevo bajo el sol. (Qo 1, 9)

Si me paso la mano por la frente, si acaricio los lomos de los libros, si reconozco el Libro de las Noches, si hago girar la terca cerradura, si me demoro en el umbral incierto, si el dolor increíble me anonada, si recuerdo la Máquina del Tiempo, si recuerdo el tapiz del unicornio, si cambio de postura mientras duermo, si la memoria me devuelve un verso, repito lo cumplido innumerables veces en mi camino señalado. No puedo ejecutar un acto nuevo, tejo y torno a tejer la misma fábula, repito un repetido endecasílabo, digo lo que los otros me dijeron, siento las mismas cosas en la misma hora del día o de la abstracta noche. Cada noche la misma pesadilla, cada noche el rigor del laberinto. Soy la fatiga de un espejo inmóvil o el polvo de un museo. Sólo una cosa no gustada espero, 96


una dádiva, un oro de la sombra, esa virgen, la muerte. (El castellano permite esta metáfora).

* En el versículo de referencia algunos han visto una alusión al tiempo circular de los pitagóricos. Creo que tal concepto es del todo ajeno a los hábitos del pensamiento hebreo.

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