Edición 500

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Les recuerdo el evangelio

Por Pbro. Darío Martín Torres Sánchez

del Señor, con la certidumbre de que los esfuerzos que realizan por él no serán vanos (1 Cor 15,58). Estas palabras constituyen, de modo práctico, el motivo general por el que los corintios necesitan recordar el evangelio que los formó como comunidad cristiana y el mismo que los salvará; no sólo necesitan estar firmes, sino progresar en la obra del Señor, invirtiendo también su propio esfuerzo.

1 Hermanos, les recuerdo la Buena Noticia que yo les he predicado, que ustedes han recibido y a la cual permanecen fieles. 2 Por ella son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo contrario, habrán creído en vano. 3 Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. 4 Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. 5 Se apareció a Pedro y después a los Doce. 6 Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. 7 Además, se apareció a Santiago y de nuevo a todos los Apóstoles. 8 Por último, se me apareció también a mí... (1Cor 15, 1-8).

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oy nos alegramos de que la Buena Noticia sobre Jesucristo ha sido transmitida por nuestro SEMANARIO LA RED durante 500 semanas. La dirección de este medio de evangelización ha querido que no pasemos por alto este momento significativo, basados no tanto en la cronología, sino en la “kairología”, es decir, en el tiempo de salvación. Estas 500 semanas de nuestro Semanario han sido camino e incursión misionera en múltiples rincones de la diócesis; por lo mismo, este tiempo lo consideramos un kairós, tiempo e historia de salvación. El texto que leemos más arriba, tomado de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios, es el testimonio escrito más antiguo sobre el núcleo de la buena noticia (evangelio)

de Jesucristo, la buena noticia transmitida verbalmente comenzó a ponerse por escrito en síntesis brevísimas, hasta llegar a abarcar también el ministerio de Jesús, como aparece en los relatos evangélicos. Este fue el evangelio que creó las comunidades cristianas. Es el evangelio que Pablo recibió y el mismo que fue proclamando en sus itinerarios misioneros, ahora lo recuerda a sus evangelizados. ¿Por qué la necesidad de recordarles el evangelio? Si el evangelio no se mantiene actual, si el evangelio se queda en el olvido, no será posible progresar como comunidad cristiana. Recordar el evangelio permitirá lo que se expresa al final de este capítulo: Por eso, queridos hermanos, permanezcan firmes e inconmovibles, progresando constantemente en la obra

Por otro lado, el inicio de la carta nos orienta también al por qué de la necesidad de recordarles a los Corintios el Evangelio predicado en su fundación: Porque Dios es fiel, y él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor. Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y vivan en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y de sentir (1Cor 1,9-10). El único evangelio de Jesucristo es el que permite que la comunidad cristiana no se vea colapsada por las divisiones. Pues la comunión con Cristo, se expresa con la comunión con sus justos líderes y con los demás miembros de la comunidad. Nuestro Semanario la Red nos recuerda constantemente el evangelio que nos salva, desde su primera hasta su última página. Los frutos de su transmisión durante 500 semanas son múltiples, se extienden a todos los rincones de la diócesis y ha hecho de nosotros un pueblo de Dios mejor iluminado en su fe, nos ha hecho mejores discípulos misioneros de Jesucristo, nos ha alentado en la esperanza y nos hace progresar en la caridad. Este medio de evangelización nos ha ayudado a vivir siempre bajo la sorpresa del evangelio, que nos llama a caminar, a no quedarnos sin hacer nada o haciendo siempre lo mismo, sino correr riesgos fiados en la palabra de Jesucristo.

“Dos Coronas”, La apasionante vida de San Maximiliano

L

a película “Dos Coronas” relata la apasionante vida de San Maximiliano Kolbe, un sacerdote polaco que fue asesinado por los nazis en el campo de concentración de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial, cuando ofreció cambiar su vida por la de un padre de familia que iba a ser ejecutado.

Durante la invasión nazi de Polonia, San Maximiliano fue detenido y llevado como prisionero primero a una cárcel en Varsovia y luego a Auschwitz. A finales de julio de 1941 uno de los prisioneros escapó de este campo de concentración. La norma dentro de estos campos dictaba que diez presos deberían morir por cada prisionero que escapara.

En el filme se cuenta cómo dedicó su vida a la evangelización, fundó dos periódicos y organizó una imprenta en Polonia.

Entre los diez elegidos para morir por la fuga se encontraba el sargento polaco Franciszek Gajowniczek, que al oír su nombre dijo en voz baja: “Pobre esposa mía, pobres hijos míos”. San Maximiliano escuchó estas palabras y alzando la voz dijo al coronel de la SS: “Soy sacerdote católico polaco, querría ocupar el puesto de este hombre que tiene esposa e hijos”.

Años después se trasladó temporalmente a Japón para evangelizar y allí editó hasta ocho revistas católicas.

El sacerdote fue obligado, junto con otros nueve presos más, a guardar ayuno hasta la muerte. Después de tres semanas San Maximiliano seguía con vida, por lo que los oficiales de la SS decidie-ron administrarle una inyección letal. En “Dos Coronas” se combina la recreación de los hechos, hasta ahora desconocidos, con las declaraciones de expertos y de personas que le co-nocieron y quedaron impactados por sus palabras y acciones.



Gracias Apóstoles de la Comunicación

H

emos celebrado a nuestros Apóstoles de la Comunicación. Todos ellos venidos de distintas parroquias, han llegado a las instalaciones de la Casa de la Acción Católica para llevar a cabo este emotivo encuentro por novena ocasión. Más de doscientos cincuenta personas partici-paron en este encuentro. Todos ellos estuvieron en diversos momentos organizados por el equipo del Nuestro Semanario La RED. Particularmente fue la Eucaristía en la que todos se sintieron motivados, pues fue don Luis Morales Reyes quien presidió la Santa Misa y demás quien fuera fundador de La RED. Agradecemos a todos los participantes y también a aquellos que nos pudieron estar presentes. Gracias a cada uno de ustedes por su generosidad al ofrecer nuestro Semanario en las puertas de cada uno de nuestros templos. Muchas Gracias por ser parte del Semanario La Red.


Domingo 21 de octubre de 2018

Visita pastoral en la Parroquia de Nuestra Señora del Buen Consejo, Garita de Jalisco, San Luis Potosí

Por: Vicaría de Pastoral

E

s la primer parroquia dentro de la mancha urbana, la visita pastoral sigue; después de concluir el decanato “Santo Cura de Ars” el Señor Arzobispo reanuda la jornada en la parroquia de Nuestra Señora del Buen Consejo, mejor conocida como la Garita de Jalisco. Como un dato espontáneo, la recepción estaba programada para las 16:00 hrs, el obispo llegó más temprano de lo señalado y con mucha sencillez esperó en la esquina de Niño Artillero y M. J. Clouthier; las personas que estaban cerca al verlo aprovecharon para pedirle visitara y bendijera sus locales comerciales o para que pudiera encontrarse con quienes por un impedimento de edad o enfermedad no les sería posible asistir a lo ya programado, la providencia de Dios que siempre favorece a sus hijos. El martes 9 y miércoles 10 estuvieron asistidos por quienes conforman los grupos y movimientos de la comunidad Parroquial, el padre Fernando Ovalle, párroco y canciller diocesano es quien anima estos trabajos pastorales, los asistentes expresaron al Señor Obispo el empeño en lo que realizan, las dificultades que encuentran al interno y externo, la disposición a consolidar de manera más formal la experiencia de la Reestructuración Pastoral y encaminarse en la consolidación de los trabajos por Dimensiones y Comisiones Diocesanas. Damos Gracias a Dios por los beneficios de esta experiencia de comunidad.



Vuelta a casa Domingo 21 de octubre de 2018

Por: Juan Jesús Priego

Cuando hace veintiséis años salí de este lugar, nunca pensé que aquella partida era total, definitiva: el equipaje era demasiado ligero para dar pie a semejante posibilidad y, sin embargo, así fue. Es cierto que he vuelto algunas veces, pero no para quedarme: volvía, pero ya con el billete de regreso en el bolsillo. Ahora estoy aquí otra vez. Y me asombra ver cómo ha cambiado la ciudad. Hace treinta años la calle era nuestra; es más, casi se podría decir que había sido trazada para que en ella jugáramos los niños; hoy ni siquiera puede caminarse a causa de la gente que te va pisando los talones. Oleadas de personas que no sé de dónde salen invaden el espacio y toman posesión de esta pequeña avenida que lo único que ha conservado de aquellos tiempos tranquilos es el nombre. ¿De veras es aquí donde yo jugaba cuando era niño? ¡Veintiséis años ya! ¿Cómo es que ha pasado tanto tiempo? Hombres que yo conocí robustos y en la plenitud de la vida caminan ya apoyados en un bastón o simplemente arrastrando los pies. ¿Qué hacía yo mientras el tiempo pasaba? ¿Es que dormía, puesto que no me di cuenta? Como no tengo nada que hacer, emprendo una breve excursión a la tienda de la esquina –única sobreviviente de aquellas edades jurásicas- y me doy cuenta de que nadie me saluda. El tendero, que apenas ve, no alcanza a reconocerme. ¡Cuántos, cuántos jóvenes pasan a mi lado! ¿Qué edad tienen? ¿Dieciocho? ¿Veinte? Pues bien, ninguno de ellos había nacido aún cuando yo salí de este lugar. ¿Cómo quiero entonces que me reconozcan, que me saluden aunque sea con una inclinación de cabeza? Sí, para estos jóvenes que se protegen de un sol demasiado intenso yo soy sólo un extranjero, es decir, un extraño. De vuelta a casa –a la vieja casa familiar, que aún está allí, con el mismo número de siempre: el 53- me digo a mí mismo que sólo los ancianos podrían saber quién soy, de modo que, al

verlos pasar, los saludo agitando la mano. Ellos me responden con el mismo gesto, y uno hasta se acerca para verme de cerca: “¿Quién eres?”, me pregunta. Se ve que hace un esfuerzo, que se concentra para decir mi nombre, aunque no lo consigue; por último, dice: “¿Verdad que eres Carlos?”. Yo le digo que no, que Carlos es mi hermano, que yo soy Juan. “¡Ah!”, exclama. Y se despide para proseguir su camino con la misma dificultad de antes. Bien, si esto es lo que sucede en sólo veintiséis años, ¿qué no pasará en el doble de tiempo? En el quicio de la puerta trato de imaginármelo. ¿Quién me saludaría entonces? ¡Serían tan pocos! Todos los que me conocieron de niño estarían ya muertos y yo sería para los que queden como un astronauta flotando perdido en el espacio. Mientras pienso en estas cosas, mi miedo a la muerte se atempera; toma, por decir así, proporciones razonables. “Sí –me digo a mí mismo-, morir es hasta cierto punto necesario”. Conforme los años pasan, nuestros conocidos mueren y nos vamos quedando solos. Al cabo de cien años, ¿quién nos conocerá? Seremos para los demás sólo un bulto humano, un enigma viviente que nadie se interesará en desentrañar. “No me mires con rencor. Yo te juro que si no viniera, tú mismo me llamarías”. Quien dice esto es nada menos que la muerte en “La dama del alba”, la hermosa pieza teatral de Alejandro Casona (1903-1965), el dramaturgo español. Si, si ella no viniera, habría que llamarla a gritos. Por otra parte, es la lógica de Jesús: para que el grano de trigo dé mucho fruto, antes tiene que caer en la tierra y morir. Es verdad, yo quisiera tener conmigo y siempre este pequeño grano que es mi vida; quisiera tenerlo en la palma de mi mano, no separarme nunca de él; pero si no abro el puño y dejo caer la semilla al duro suelo, ésta jamás florecerá. Ahora que recuerdo, también León Felipe

(1884-1968) dijo algo acerca de esto en uno de sus Versos y oraciones del caminante; y, si mi memoria no me falla, lo dijo así: ¡Qué pena si esta vida tuviera -esta vida nuestramil años de existencia! ¿Quién nos la haría hasta el fin llevadera? ¿Quién la soportaría toda sin protesta? ¿Quién lee diez siglos de Historia y no la cierra al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?, los mismos hombres, las mismas guerras, los mismos tiranos, las mismas cadenas, los mismos farsantes, las mismas sectas. ¡Y los mismos, los mismos poetas! León Felipe habla de mil años. Pero ya quinientos serían demasiados; ya cien serían más que suficientes. No soportaríamos haber enterrado, uno tras otro, a todos los que amamos. Con todo y su pesimismo, Cioran (Emil Michel Cioran, 1911-1995), el pensador rumano, tenía razón cuando dijo en uno de sus desesperanzados libros: “Si la muerte no fuera una solución, el hombre habría encontrado ya un modo de evitarla” (Desgarradura). Estos pensamientos me serenan. Ver pasar a todo esta gente que ya no me conoce, me serena. Y hasta me hacen decir bajo este sol que no mata todas las preguntas: “Yo no me opondré. Cuando Tú digas y quieras, mi Señor, estaré listo”...

La Virgen velada: otro milagro del mármol transparente A

unque los bustos en mármol de mujeres veladas eran bastante populares en el siglo XIX, la ‘Virgen velada’ de Strazza era considerada “una joya artística perfecta” Quizás no tan famosa como el Cristo velado de Sammartino (1753), la Virgen velada de Strazza es otra escultura excepcional de una figura humana cubierta con un sudario transparente esculpido en el mismísimo bloque de mármol que comparte con el resto de la estatua. La maestría del escultor, capaz de hacer que el velo que cubre la cabeza de la Virgen parezca realmente “transparente”, le valió a esta obra un lugar

bien merecido en la historia de la escultura occidental. Strazza nació en 1818 y esculpió la escultura en mármol de Carrara en Roma en torno al año 1850. Fue enviada a Canadá en 1856, donde el entonces obispo de Terranova, John Thomas Mullock, la recibió diciendo: “Es una joya artística perfecta”. La escultura se conservó en el Palacio Episcopal de la catedral de San Juan en Te-rranova y Labrador, hasta que fue trasladada al vecino convento de las Hermanas de la Presentación en 1862.









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