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Devocional
TRANSFORMACIONES (I) EL ORDEN DE LAS
“Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente”.
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Génesis 2:7
Rev. Luis M. Ortiz
DIOS, en el principio, formó una estatua de barro, y el muñeco de barro le quedó muy bien, pero seguía siendo barro, primero barro tirado y ahora barro modelado, pero siempre barro; si Dios no hubiese hecho, lo que posteriormente realizó, el tiempo hubiese desintegrado al muñeco y volvería a ser barro tirado, y en este caso, un montoncito de barro ya sin forma alguna. Pero Dios hizo algo después de haber creado todo lo que existe, después de haber creado la luz, los astros, las estrellas, el sol, el sistema solar, las galaxias, las constelaciones; todo eso Él lo creó hablando, con Su palabra. “Y dijo Dios: Sea la luz…”, y ¿qué sucedió? “…y fue la luz” (Gn. 1:3). Todo lo creó así. A excepción del hombre que modeló un muñeco de barro, y luego Dios sopló de su espíritu al muñeco de barro, y el muñeco de barro vino a ser “un ser viviente” (Gn. 2:7). Se transformó de barro modelado a un hombre que vive por el aliento del Espíritu de Dios. Y luego, todo ser humano que es engendrado en el vientre de la madre, Dios imparte Su espíritu, sopla de Su espíritu en ese embrión. Por eso es que es un crimen, un horrendo crimen el aborto; porque desde que es fecundado en el vientre de la madre, Dios se hace presente, imparte de Su espíritu en ese embrión; por lo mismo nace un ser humano que tiene ojos y ve, tiene oídos y oye, tiene manos y palpa, tiene pies y camina, tiene corazón y late, tiene estómago y digiere los alimentos; es por el aliento de Dios, es por el Espíritu de Dios. Si Dios no impartiera de Su espíritu en el embrión
nacería un impedido, sin inteligencia, sin conocimiento, sin la capacidad de articular palabras, sin la capacidad de pensar. En nosotros, los seres humanos, lo que ve no son los ojos, el que habla no son las cuerdas vocales en operación, ni los labios ni la lengua articulando palabras, en nosotros no son los tímpanos de los oídos los que nos hacen oír, ni son los pies los que caminan, ni es el corazón el que palpita, ni es el sistema nervioso que manda los mensajes del cerebro a través de ese ramal de nervios; en nosotros lo que habla, lo que piensa, el que articula palabras, es ese soplo de Dios en nosotros, es el espíritu humano cuyo autor es Dios, el gran Creador de todas las cosas. Porque una persona puede tener 20/20 en su vista, tener una vista perfecta, y puede tener unos oídos perfectos para oír, y puede tener unos pies de atleta que pueden caminar y correr una hora y dos horas, y un corazón que palpite sin un solo fallo, y un sistema digestivo a la perfección. Pero esa misma persona muere y —“muerte” significa “separación”—, cuando uno muere el espíritu que está ligado con el alma salen del cuerpo, la persona muere y empieza un proceso de putrefacción; y por más que nosotros queramos a un ser querido no lo podemos dejar en el hogar, ni la ley lo permite, hay que enterrarlo. Porque en nosotros no son los ojos los que ven, es el espíritu; y ya los ojos no ven porque salió el espíritu. En nosotros no son los oídos ni los buenos tímpanos los que oyen, es el espíritu humano impartido por Dios, de procedencia divina, es el que oye; pero como el espíritu salió, los oídos y los tímpanos se quedan, pero no oyen. Y los pies están allí, pero no caminan; y el corazón está allí, pero no palpita; porque quien hace palpitar el corazón es el espíritu que Dios sopló en el muñeco de barro. Entonces la primera transformación fue la de un muñeco de barro modelado por Dios y alentado por Su Espíritu; y el barro se transformó en un ser viviente e inteligente. Y en esa transformación nosotros ganamos, Dios no nos dejó barro, si nos entierran este cuerpo, que es de aquí, que salió del barro de aquí, aquí se queda, pero a ese cuerpo ya hecho tierra, ya hecho polvo, le espera otra transformación. Pero sigamos el orden de las transformaciones…