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El astronauta estadounidense Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna, recibió todos los honores que una persona puede recibir. Pero más allá de las distinciones eran un profundo creyente en Jesucristo, un cristiano de enorme fe. (*)
LA FE
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DE LOS ASTRONAUTAS
EL ASTRONAUTA estadounidense Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna, astronauta fue condecorado en 17 países y es receptor de los honores más importantes que se conceden en EEUU, entre ellos la Medalla Presidencial de la Libertad --la distinción más alta que puede recibir un civil en Estados Unidos--, la Medalla de Honor Espacial del Congreso de Estados Unidos y la Medalla de Oro del Congreso. Por encima de estos honores era un creyente en Jesús, de fe cristiana evangélica. La guerra fría es el contexto del que nace la NASA. Los rusos eran pioneros en el espacio, desde que mandaron el primer satélite artificial en 1957, el Sputnik. Una pobre perrita, Laika, sigue su estela, muriendo de calor en la nave. Otras dos sobrevivirán, antes de mandar al primer hombre, Yuri Gagarin. A él se le atribuye la frase de que no vio allí a Dios. Hoy sabemos que él nunca la dijo –era cristiano ortodoxo–. Fue una ocurrencia de Nikita Khruschev.
La fe de los astronautas
Tras el proyecto Gemini –iniciado en 1964– viene el programa Apolo, que comienza con el desastre de 1967. La primera misión en acercarse a la luna es la del Apolo 8. Su comandante era Frank Borman. Las palabras que transmite al contemplar nuestro planeta, son las que comienzan la Biblia: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Esta frase provocó una demanda de la atea Madalyn Murray O´Hair,diciendo que la cita bíblica violaba la separación Iglesia/Estado. Borman lo justificó diciendo: “tuve el enorme sentimiento de que había un poder mayor que ninguno de nosotros, que había un Dios y desde luego un principio”. El 21 de julio de 1969, el Apolo 11, con aquella histórica tripulación (Neil Armstrong, Edwin “Buzz” Aldrin, Michael Collins), llegó a la órbita de la luna, y cuando el módulo tocó su superficie, Armstrong descendió, dejó su huella y pronunció en directo, para millones de telespectadores, aquella frase: “Un pequeño paso por un hombre, un gran paso para la Humanidad”. Entre los tripulantes del Apolo 11 que llegó a la luna, estaba Buzz Aldrin que pertenecía a una iglesia presbiteriana en Houston–Webster Presbyterian Church. Su pastor Dean Woodruff le sugirió llevar unas pequeñas bolsas de plástico con pan y vino, para celebrar la Santa Cena en la luna, con una copa. Lo hizo leyendo unas palabras del Evangelio, que tenía escritas en una tarjeta. El suceso lo cuenta en la entrevista que publicó la revista Life en agosto del 69, así como en su libro de 1973, Regreso a la Tierra, desarrollado en su obra del año 2009, Desolación magnífica, que tuvo gran repercusión en los medios de comunicación. Neil visitó Jerusalén ese año, y le pidió a Thomas Friedman, un profesor experto en arqueología bíblica que le hizo de guía por la ciudad, que le llevase a un lugar donde pudiese tener la certeza de que había caminado Jesucristo. El profesor llevó a Armstrong a los restos de escaleras del templo construido por Herodes el Grande que aún se conservan. “Estos peldaños constituían la principal entrada al templo”, le dijo: “No hay duda de que Jesús subió por ellos”. Armstrong se concentró entonces profundamente y estuvo orando durante un rato. Al terminar, se volvió a Friedman, y, emocionado, le dijo: “Para mí significa más haber pisado estas escaleras que haber pisado la Luna”.
Sentimiendo y talento
James Irwin (1930-1991) –en el Apolo 15–, que la recorrió por primera vez en un vehículo todoterreno en 1971. Al año siguiente fundó una organización cristiana con un pastor bautista, en Colorado Springs –High Flight–, para hablar de “cómo sintió el poder de Dios como nunca antes”. El texto que más usaba cuando hablaba en iglesias por todo el país, es en el que meditó al recorrer los montes de la luna: “A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda?” (Salmo121). En su magnífico libro sobre los primeros siete astronautas, Tom Wolfe habla de la fe de John Glenn –el segundo en volar al espacio y el primero en orbitar la Tierra–, que recibió el Premio Príncipe de Asturias en 1999 a la cooperación internacional. En una conferencia de prensa que dio en Washington, dijo: “soy presbiteriano, protestante, y tomo mi religión muy en serio, de hecho”. Habló de las escuelas dominicales, donde había enseñado, y los comités de iglesia en los que había servido. Más adelante dijo algo mucho más interesante: “Fui criado creyendo que somos puestos en la Tierra con una propuesta de más o menos el cincuenta por ciento, Y eso es en lo que todavía creo hoy. Somos puestos aquí con ciertos talentos y capacidades, que depende de nosotros usarlos lo mejor que podamos. Pero cuando lo hacemos, pienso que hay un poder mayor que cualquiera de nosotros, que pone las oportunidades en nuestro camino, si usamos nuestro talento adecuadamente, y vivimos el tipo de vida que debemos vivir”.