Na c i o n a l
d e I m p r e n tas
S i st e m a
Cuentos de Los Malabares Samuel Omar Sรกnchez
cojedes Serie Narrativa
c o l e c c i o n LI T E R AT U R A
Cuentos de Los Malabares
Samuel Omar Sรกnchez
Cuentos de Los Malabares
Cuentos de Los Malabares © Samuel Omar Sánchez Portada: Montaje digital a base de fotografías de Luciano Zoto y Eduardo Mariño / 2008 Por la 1ra Edición: © Fundación Editorial el perro y la rana Imprenta Regional Cojedes Edificio Manrique, Primer Piso sede de la Escuela Regional de Teatro San Carlos-Venezuela 2201 Telefs.: 0424-4364577 correo electrónico: imprentaregionalcojedes@gmail.com
ISBN 978-980-14-0200-8 Depósito Legal: LS 40220078003118
El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto editorial impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, a través de la Fundación Editorial El perro y la rana, la participación en corresponsabilidad y cogestión de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Tiene como objetivo fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: El libro. El Sistema Nacional de Imprentas funciona en todo el país y cuenta con tecnología de punta, cada módulo está compuesto por una serie de equipos que facilitan la elaboración rápida y eficaz de textos. Además, cuenta con un Consejo Editorial conformado por el Especialista del Libro y la Lectura del el Gabinete Regional y un representante de la Red Nacional de Escritores de Venezuela Capítulo Estadal.
AGRADECIMIENTOS
Ante todo le doy las gracias a Dios Todopoderoso, por iluminarme a terminar este proyecto. A mi padre Samuel Elías Sánchez, gracias por brindarme amor, y sinceridad, estar conmigo en las malas y en las buenas, por apoyarme y creer en mi, junto a mi madre, me enseñaron los buenos principios del hogar, gracias papá, te quiero mucho viejito, este libro es mi regalo para ti. A mi hermana Petra Susana petita, su hija, mi sobrina la Ingeniero Química, María Carlota Terán, gracias por existir, apoyarme incondicionalmente en este sueño, a pesar de que se encuentran en el Ecuador, siempre están conmigo al igual que mi compadre Félix Pilco, mil bendiciones, los quiero mucho. Un especial agradecimiento a la Técnica Superior en Educación, Dilia Velásquez, por brindarme su amistad, colaborar en este sueño de hacerlo realidad, al leer los escritos, corregirlos y darme las sugerencias para llevar a feliz termino este libro, que el Señor te bendiga a ti y tu familia. Al profesor Pedro Manzanero, gracias por motivarme a seguir adelante con estos relatos, ha sido un amigo y un gran tutor, mil gracias. Al profesor Rafael Acosta, desde mi corazón, gracias por colaborar en este proyecto, tu ayuda ha sido invaluable, a su esposa la profesora Edilia de Acosta, gracias prima por creer en mi, apoyándome a culminar este sueño, a mi tía Rosa Elvira, por sus consejos , a mis primos Rafael Delgado, Francisco Sánchez “pancho” ,la Licenciada en Educación Sara Delgado, Licenciada Astrid Manrique, a la Licenciada Milagro Sánchez de Carpio. Al Profesor Reyes Franco, mi maestro de Educación Física de la Escuela “Iginio Morales”, gracias por sus sabios consejos y motivarme a llevar a cabo este sueño, de colaborar con varios relatos, a mi amiga Licis Castillo, la Licenciada en Educación Lidia “dina” Llovera y especialmente a la periodista Olga Gómez Jara, mil bendiciones.
Al Ingeniero Arquímedes Quintana, Director de Desarrollo Económico de la Gobernación del Estado Cojedes, a la Licenciada Petra Nervo, Directora General Sectorial de Desarrollo Local y Participación Ciudadana, a la Ingeniero Yudannis Natera de Centeno, al Abogado Augusto Rodríguez, Defensor Delegado de la Defensoría del Pueblo de San Carlos Estado Cojedes, a Ricardo Márquez y Wilfredo Vásquez, Presidente y Gerente General de la Televisora Catia TV, mil agradecimientos por apoyarme incondicionalmente y creer en este proyecto. Un agradecimiento especial a un amigo Ángel Telleria “ñongo”, por apórtame tus anécdotas, creer en este proyecto, colaborar en todo, mil bendiciones para ti y toda tu familia. A los poetas Daniel Suárez Hermoso, Ulrike Sánchez, José Baute, Eduardo Mariño, Aurymar Granadillo, Ramón Hernández, gracias por colaborar en este proyecto y llevarlo a su nacimiento, sin ustedes no lo habría logrado, sigan así apoyando a la cultura. Mil agradecimientos a Inversiones Santa Eduvigis-Cyber Café. C.A, de la profesora Eneida Cisneros e hijos, gracias por colaborar en la transcripción y realización de este libro y sus buenos consejos profesora Eneida. Un agradecimiento especial al Presidente Hugo Rafael Chávez, por un Alo Presidencial que lo vi, y donde dijo escriban los relatos de sus comunidades, me atreví y logre este sueño de sacar mi primer libro de Relatos, así me convertí en escritor, mil bendiciones. A todas la personas que colaboraron con sus relatos y a los que no creían también, que el Señor los Bendiga a todos La Posibilidad de Hacer Realidad un Sueño, es lo Que hace la Vida Interesante.
DEDICATORIA
A mi madre, María Carlota Terán de Sànchez, gracias por darme amor, ternura, compartir conmigo tantas cosas bellas, a enseñarme a querer la naturaleza, a creer en los sueños, así es mi viejita... desde el cielo estarás orgullosa de que logre terminar mi primer libro. Dios te bendiga, siempre estás en mi corazón, dame siempre tu bendición. A mis abuelos Teresa Sánchez, Zoila Terán, a mis hermanos Alexandra y Arnaldo, a mis tíos Jorge Terán, Lucinda Terán, Elías Sánchez, Emperatriz Gómez de Sánchez, a mi sobrino y ahijado Félix Pilco , mis padrinos Marco Olivero y María Oviedo, desde el cielo, me darán siempre las bendiciones, gracias por brindarme cariño. A los amigos de la camarilla, ya fallecidos, esto es un homenaje a ustedes.
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AQUELLOS CAZADORES DE PAJAROS
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Recordando las tradiciones que desde muchachos todos jugamos, muchos recuerdos con el paso del tiempo nos llegan a nuestra memoria y nos llevan a volar la imaginación a esos tiempos que nos quedaron como bellas anécdotas que plasmamos en estos escritos para así rescatar las tradiciones y vivencias de nuestras comunidades. Esto pasó más o menos en el año 1.977, en el Barrio Los Malabares. Aún se respiraban los aires de pueblo, abundaban las matas de mango bocado, burrote, piñita, pico e’ loro… las matas de naranja y guayaba. En las tardes que bello era el espectáculo de ver y escuchar las bandadas de pericos encima de las matas de mango o guayaba, oír sus cotorreos… ¡dígame cuando se ponen a pelear que alboroto! o también escuchar el cantar del cristofué, del bengalí, el chirulí o los pico de plata azul o negro. Es como estar en un paraíso perdido… hoy son pocos los sitios en que se ven estas cosas de compartir con la naturaleza, en muchos solares de las casas se veía eso y así empezó lo de los cazadores de pájaros. Muchos teníamos en nuestro hogares varias jaulas con distintas variedades de pájaros que daban una alegría al oírlos
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cantar, uno los alimentaba con alpiste, frutas y su agua limpia. Para esa época había una camarilla de muchachos del barrio que cazábamos pájaros, entre ellos, Roberto Hernández (robertico o chivo arrecho), José Marín (cheo), Ismael Garmendia (bachaco) y Manuel Matute (malu). Otro de los cazadores que tenía una gran cantidad de pájaros de todo tipo, pero cazaba solo y no lo hacía con la camarilla era Ciro Arias Así paso un día que la camarilla de amigos, se pusieron de acuerdo para ir a cazar pájaros. Cada quien pidió permiso a sus padres, y se fueron para ese tiempo al barrio El Carmen, donde hoy está ubicado el Terminal de Pasajeros. Había pocas casas, lo que si abundaba era monte y culebra; parecía una selva, pero había muchos pájaros. La camarilla se había llevado sus mejores pájaros pico e’ plata negro y azul, eran los pitadores que en la jaula llevaban y cuando cantaban se acercaban los demás pájaros y quedaban atrapados en una varilla impregnada con pega, la cual era hecha por uno mismo y era así: al famoso chicle negro o chicle papaupa, se le agregaba leche de pan de palo, lecherito y caucho. Eso quedaba que cualquiera cosa se pegaba. Se fueron a cazar como las 3 de la tarde, se llevaron una cantimplora con agua para cuando les diera sed. También uno panes rellenos con diablito. Cuando llegaron al sitio donde estaba el comedero de los pájaros habían caminado casi 3 kilómetros desde la calle principal, que por cierto era de tierra. Era una especie de montaña rodeada de muchos árboles, había un pequeño riachuelo donde bajaban toda clase de pájaros, era un bello panorama ver la diversidad de pájaros, hasta
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conejos bajaban a tomar agua, lapas y venado, era una selva pequeña en la afuera de la barriada: ¡gua’!, hasta monos y araguatos se veían trepados en los árboles. Prepararon las jaulas con los pájaros al igual que las varillas con la pega. Eran como las 5 de la tarde y cosa rara no habían agarrado ni un pájaro, no se veía ningún animal en el riachuelo ni la bulla de los pájaros, ni un cantar de los grillos. Había un silencio y no le pararon pelota. Decía Mingo “gua muchachos que pasará, no hay pájaros esto parece un cementerio”, y le dice Ismael, que se persigna, “cállate culillú, no digas eso”, y Cheo “estos guaros si son culilluos, ¡ja, ja, ja,!”. En un momento empiezan a llegar una gran variedad de pájaros que nunca habían visto y con un canto que los dejaba embobados… Se pusieron más alegres que gallina comiendo maíz, de repente los monos están aullando como asustados, sienten un brisón que estremece los árboles, oyen un perro latir. Algo estaba mal, un frío les recorrió todo el cuerpo a cada uno de ellos, de la nada aparece una especie de águila y dice Malu “que de pinga...” Vuelve a sentirse un remolino, llega hasta donde esta el águila, ella extiende las alas y se le van agrandando, la cabeza se pone como la de un burro, emite un sonido que les llega hasta los tuétanos, así el miedo los agarró. A Ismael los pelos se le alisaron, por primera vez los tuvo lisos, Malu se puso blanco y eso que es negro, el guaro Cheo quedó como estatua clavado en el sitio, Robertico pego un grito y alcanzó a decir “¿que vaina es esa muchachos?”. Del susto lloraban y como pudieron agarraron las jaulas de los pájaros, y salieron corriendo como estampida de ganado desbocado, los
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panes volaron por los aires, la cantimplora la dejaron y mientras salían de la selva oían a los pájaros como si se estuvieron riendo de ellos y una voz se escuchaba como de ultratumba… vengan a cazar... Así salieron de allí más asustados que ratón en fiesta de gatos, más nunca fueron a cazar a ese sitio y por un tiempo dejó de cazar pájaros esa camarilla de amigos de Los Malabares. Así se supo como los asustaron a ellos y a otros más que fueron a cazar a ese sitio.
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EL AHORCADO DEL CANAL
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Esto le sucedió a un personaje de la barriada Los Malabares. Su nombre era José Domingo Míreles, (cotejo o mingo), el hijo de la señora Aleja de Mireles y Don Jorge Mireles, ambos fallecidos. Quien no conoció al Mingo, tan pintoresco como él no hay, muy servicial con la gente y amigo de los amigos, así era. Como corría… en la barriada nadie le ganaba corriendo los 100 metros planos, él era rematador del equipo de atletismo de la Escuela “Iginio Morales”, y muchas victorias lograron bajo la tutela del entrenador Reyes Franco, El Mingo, era un deportista, le gustaba el atletismo, el fútbol, el béisbol y hasta el ciclismo, después con el paso del tiempo dejó de practicar cualquier deporte. Siempre andaba con sus hermanos: El negro, El baby y El chingo, se iban a tomar a cualquier botiquín y si tenia patio de bolas mejor, porque eran buenos jugadores. Mingo era buen bochador y arrimador, cómo peleaba el carajo… se fajaba a puño limpio con cualquiera y si estaban jodiendo a algún amigo o conocido de la barriada Los Malabares, lo defendía, por eso era amigo de los amigos. En una de esas correrías de Mingo, salió con sus
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hermanos a tomar unas cervezas y divertirse, anduvieron por el 23 de Enero, Las Tejitas, Las Lajitas y remataron en el Aeropuerto. Estaban en el bar “Tu y Yo”. A eso de la 1 de la mañana, dice El chingo: “hermanos vámonos”, le responde El mingo, con su gageo característico, “mire-mi-ji-tos si qui-eren, se van us-te-des, pero yo me quedo aquí un rato más”, y se daba palmadas en los bolsillos, diciendo aquí tengo plata para seguir tomando, los tres hermanos trataron de convencerlo y nada. Se despidieron de él, “Mingo, ten cuidado al llegar los mangos del canal, tu sabes que allí asustan”, responde Mingo, “no mijo, a mí no me asustan esos cuentos”. Se vinieron los hermanos y Mingo se quedó tomando con otras personas que estaban allí. Aproximadamente a la 1 y media de la madrugada, cuando decide venirse para la casa en Los Malabares, venía más prendido que arbolito de navidad. Al llegar a la casa de los Quiñones, Mingo se recordó de lo que le habían dicho sus hermanos, sintió un poco de miedo y más al cruzar, ver los palos de mango que estaban en frente del canal, nada más al pensar que tenía que pasar por el pequeño puente, se le erizaba la piel. En ese instante se oye el ave nocturna que le dicen el “chupa hueso”, que es de mal agüero, dice la creencia anuncia muerte. Ahí Mingo si se asustó, en ese momento la luna se esconde detrás de unas nubes y la noche se puso sombría, metía miedo. Aparece una fuerte brisa que mueve las ramas de las matas de mango, era tan fría que Mingo sintió que se le helaba todo el cuerpo, los pelos del cuerpo se le erizaron, parecía un gallo grifo espelucado y empezó a
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titiritar de frío. En ese momento ve una sombra en una de las ramas que se movía entre los palos, alcanza a ver que era como un enano y el rabo era una cola, era de color negro, era peludo pero en su cabeza resaltaban dos orejas largas puntiaguda, era como un vampiro, y Mingo se asusta al ver ese espanto. Siente el latido de un perro, voltea para todos lados a ver de donde salió y cuando mira ahí si se chorrea del miedo, vio aparecer un hombre colgado de un mecate, que se movía entre las ramas, le alcanza a ver la lengua que le salía como una corbata y le llegaba hasta el suelo. Mingo está como se dice cagado de miedo, tanto fue que hasta se orinó en los pantalones, tartamudeaba diciendo Dio-si-to, sál-vame de-este espan-to, que-estoy muerto de mie-do. Da un mal paso y cae al canal y para buena suerte de Mingo, no cae para el lado de la chorrera, si no para el otro lado. Ahí si la rasca se le quita al pobre Mingo, como pudo salio del canal y aún estaba el ahorcado en el mismo sitio, trató de correr y las piernas no le respondieron, estaba como clavado en el suelo, el aire se impregno de azufre. El miedo lo agarró por completo, ya la rasca no la tenía, intentó rezar pero no pudo, ni siquiera un carro pasaba por ahí, la noche de verdad metía miedo, el enano empezó a reírse, justamente son las 2 de la mañana y se oye el primer canto del gallo: Tres veces cantó. Ahí vuelve a aparecer una fuerte brisa y cuando ve el Mingo, los espantos habían desaparecido, hasta del olor del azufre no quedaba nada. Como pudo se levantó del suelo, se persignó y
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les dio las gracias a Dios y al gallo, porque lo habían salvado de ese espanto, sino quien sabe lo que le hubiera pasado. Entonces le volvió el color a la cara, porque estaba pálido por el miedo y hasta los pelos de la cabeza ya no los tenía, agarró fuerza y pegó una carrera hasta que llegó a su casa. Aún estaba asustado y no podía abrir la puerta de la vivienda, en ese momento se levanta Doña Aleja, le abre la puerta y le pregunta ¿Qué te pasó?, el responde, “Mamá, me acaba de salir el ahorcado del canal”. Así se corrió por toda la barriada Los Malabares, de cómo asustó a Mingo el ahorcado del canal, ese mismo espanto que a más de uno le ha salido.
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EL AHORCADO DEL CLUB DEL CONCEJO MUNICIPAL
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Corría el año de 1.969, en el Barrio Los Malabares; aún eran aquellos tiempos en que las barriadas de San Carlos no contaban con aceras, el alumbrado de los postes de CADAFE, era amarillo como linterna con baterías gastadas. En pocas palabras, ya no alumbraban nada, de ahí el por qué florecieron los cuentos de fantasmas y duendes. En la calle Federación cruce con Mariño, donde hoy funciona el Club del Concejo Municipal de San Carlos, había una casa de bahareque, techo de zinc, piso de tierra, con un gran patio donde abundaban los matas de mango, de acacias, naranjos, aguacates, nísperos, guayabas, tamarindo, matas de cambur y hasta de yuca sembradas. Así vivían el señor Martín Milano y su esposa Silveria. Con el paso del tiempo esta pareja falleció, la casa cayó en abandono, se veía lúgubre de noche. De día la visitaban los muchachos para jugar. Una noche se cayó la cerca de la casa y nadie entraba allí, pues daba miedo el silencio, ni a palo entraban allí. Con el paso de los años en esa casa se empezaron a escuchar ruidos, tanto de día como de noche, se decía de apariciones diabólicas, de un ahorcado que aparecía
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justo en donde estaba la mata de mango pico e’ loro, a la entrada de dicha casa. Igualmente se oía decir de una luz que recorría todo el patio, diciéndose además de un hombre sin cabeza montado en un caballo que lo habían visto, al punto que después de las 12 de la noche, el que tuviera la osadía de pasar por ahí se exponía a un gran susto. Vivian el señor Julio Estelin y su esposa Norberta, donde hoy habita la señora Pascuala Velásquez, con sus nietos e hijos. Don Julio era una persona de carácter fuerte, muchas veces le dio una soberana cueriza con la correa a sus hijos, César el culeta, Julio y Nelson. A culeta le gustaba jugar mucho metras y era bueno en eso al punto de tener varias latas de esas de un 1 kilo llenas de metras que había ganando y que enterraba en el patio. Pero a veces Don Julio las encontraba y le daba por botarlas por lo que culeta agarraba por llorar. El culeta, era de la camarilla de muchachos que jugaba en la barriada de Los Malabares. Para un mes de marzo, Nelson y Julio ya tenían 18 años de edad, ya les habían dado permiso para soltarse los pantalones largos. Dejaron atrás unos chumbos que ellos cargaban y siendo un día lunes, se fueron al cine Tropical, que era de Santiago Moreno y quedaba en la calle Bolívar. Este era el sitio de recreación de la ciudad, tenía 2 turnos de 7 de la noche hasta las 9 de la noche y de 9.30 p.m., hasta las 11.30 p.m. En la primera función pasaban películas de kung-fu, acción, misterio, sin olvidar las famosas películas del oeste, las llamadas vaqueras. Las de la segunda función eran muchas veces las famosas XXX, las llamadas de censura.
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Los lunes, como era de entrada popular siempre estaba lleno en ambas funciones por eso Julio y Nelson, juntaron plata para ir al cine. Al segundo turno se fueron, más alegres que chicharra cantando en temporada de verano, iban con su bluyin azul, su franela blanca, marca Ovejita y unas alpargatas larenses. Se fueron a las 9 de la noche, y cuando llegaron al cine la función no había comenzado. Entraron manteniéndose concentrados y siendo las 10 de la noche empezó a llover con vientos fuertes. Como estaban dentro del cine no se dieron cuenta, cuando terminó la función y salen ven que está lloviendo fuerte y no les quedó otra alternativa que esperar que escampara. Allí estuvieron, eran como las 12 y media cuando dejó de llover. Las calles estaban anegadas porque cayó agua de verdad, se vinieron caminando hacia la Los Malabares y de nuevo empezó a lloviznar, lo que aún no era fuerte, era leve. Por lo que las pobre alpargatas se habían mojado al pasar la calle brincando. El agua corría como un río, tenían las franelas mojadas porque caía una llovizna como se dice “moja pendejo”, que no moja pero emparama. Empezaron a sentir frío, era como la 1 de la madrugada cuando ya estaban llegando a la casa del señor Pedro y la señora María de Farfán. Ven que están casi en frente de la casa lúgubre, la noche se pone más oscura, era como una cueva de lobo, por lo que empiezan a pasar al punto de recordar los cuentos sobre esa casa. El miedo empezó a recorrerles el cuerpo provocándoles sudar, y de pronto sienten una ráfaga de viento que les hiela la piel, los pelos se les ponen de
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punta, las piernas no quieren responderles, el corazón les palpita a millón. Julio y Nelson, presienten que algo anda mal, empiezan a ver fantasmas en todas partes, las mente los está traicionando pero no les falta mucho para llegar a la casa, voltean para todas partes y no ven ni una alma caminando a esa hora, sólo ellos. Dieron unos pasos y llegaron a la esquina, oyen el ladrido de un perro, lo buscan y no lo ven. De golpe pasa volando a poca altura por ahí el pájaro llamado “chupa hueso”, qué según dicen, anuncia muerte en el vecindario. El miedo les penetra más aún por el cuerpo, “estoy cagado de miedo”, dice Nelson, y le responde Julio “no jodas, estoy chorreado también pero ¿qué hacemos? vamos a pasar” en ese momento arremete una fuerte brisa que los envuelve, les da un escalofrío y los pone a titiritar más el frío y llegado a la mata de mango pico e’ loro, ven hacia allá y notan algo que se mueve. De repente un centellazo aparece en el cielo y su luz da de lleno en la mata ahí ven la figura de un hombre guindando de una rama por medio de un mecate. Alcanzan a verle que la lengua que le sale de la boca y le llega al estómago, ahí se ve todo escalofriante. “¡que es eso, mira esa lengua!” dice llorando Nelson. “No jodas” le dice Julio. Ven ese muerto colgado y el viento que lo movía, era cadavérico, de repente los ojos le brillan como dos focos de luz, ahí si el miedo los agarró. Nelson del susto se orinó en los pantalones y cayó de nalgas al suelo. Julio dio un paso y se cayó, quedó todo embarrialado. Se pone de pie rápidamente y el ahorcado suelta una risa… pobre Julio, se orinó también, “¡que vaina tan fea!” fue lo que alcanzó a decir
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y Nelson decía llorando, “no me quiero morir, no vuelvo a llegar de madrugada”. Se levantó como pudo, vuelve a sonar un centellazo, el aire se llena de un olor intenso de azufre. Se le oye decir a Julio “esto es el Diablo ¡coño!” y desde el fondo de la casa se oye una risa y… “soy el Diablo y me los llevaré conmigo”. Nelson decía llorando y gritando “no me lleve”. en ese momento se oye el cantar de un gallo, suena un golpe seco en el árbol y se impregna de un humo espeso. No se veía nada hasta que ¡zuás! una brisa la disipó y ya no estaba el ahorcado. Sólo se oye una voz como de ultratumba diciendo “será otra vez” y se reía burlándose de ellos. Ahí si, como pudieron salen corriendo, iban más sucios que cochinos en chiquero. Le alcanza a decir Nelson, “hermano, hermano ¿que te pasa?” y le contesta Julio “que me hice pupú”. Llegan a la casa y saltan la pared como pueden porque la entrada estaba cerrada con candado. Al oír los gritos se levanta su mamá Norberta, al verlos así tan sucios les pregunta qué les pasó. A lo que responden ellos “nos acaban de asustar en la esquina”. Ella les dice que vayan a bañarse para que se quiten esa mugre de encima y se acuesten. Al día siguiente se supo del ahorcado que asustó a los hermanos Julio y Nelson, en la barriada Los Malabares, se reían de la miada que se echaron en los pantalones, de ahí en adelante no llegaron más de madrugada a la casa, pero si se supo que a más de uno lo asustaron en ese sitio.
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EL BURRO JIPEADOR
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Érase un día del año 1.975, del mes no me recuerdo le paso en el Barrio Los Malabares, a un parroquiano recién llegado al Barrio de nombre Ramón Quintero, recién llegado del campo, de contextura fuerte y de baja estatura, y que siempre cargaba puesto un sombrero de color negro tipo borsalino que le ocultaba una marcada calvicie. Ramón Quintero, por cierto manriqueño de nacimiento, llegó a Los Malabares acompañado de su esposa Hermenegilda, una curtida mujer de campo, hacendosa, incansable, de una agradable sonrisa, de trato único por lo que se hacia querer con sus vecinos. Con Hermenegilda, llegaron también sus hijos Ignacio, Alfredo, Acisclo, Clarisa, Elia, Benigna y Francisco, este último, un nieto que se crió junto a ellos como un hijo. Todos llegaron a vivir en la calle Mariño al lado del Abasto Los Malabares, propiedad de Félix Herrera. Cerca del abasto había una casa mitad de adobe y el resto de bahareque, propiedad de Martín Milano, la cual Ramón Quintero compró. En esta casa, que tenía un solar inmenso viven ahora Jesús María Soto y familia.
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Ramón Quintero era un hombre de campo, que le gustaba trabajar y al poco tiempo de llegado a Los Malabares, puso una bodega típica de esa época con mostradores de madera y vidrio en el medio para exhibir las cosas. Los estantes también eran de madera, ni hablar de la nevera de querosén y el tambor de lata que se utilizaba para la venta de las garrafas de querosén. Dígame cuando uno iba a la bodega y pedía una locha de caramelo, o si no, una puya de caramelo, ¡que cosa de esos tiempos! La casa de Ramón Quintero era amplia, con un solar inmenso que tenía sembrado con matas de mango, naranja, limón, guanábana, parchita, plátano, cambures, topocho… hasta sembraba maíz, para hacer las ricas cachapas de doña Helmenegilda. En el corredor de la casa, hacia donde estaba la cocina, habían hecho un fogón casero con un budare grande, así salían las cachapas grandes, que su toque de campo les daba un sabor divino para comerlas con mantequilla y queso. También en ese budare hacía las tortas de casabe para la venta en la bodega y el consumo familiar. Doña Hermenegilda, era una mujer de gran corazón muy humanitaria que al hacer las cachapas le mandaba varias a sus vecinas, en ese patio grande los hijos lo sabían aprovechar para jugar partidas de trompos a veces hecho por ellos de guayabo o el tradicional que vendían, y que de hablar de las partidas de metras, de pelota de gomas o chapita, o también con carritos hechos de madera o de latas. También en ese patio Doña Hermenegilda, hacía un hervido de gallina criolla que olía tan rico que llegaba a varias cuadras, tenía un don especial para preparar una
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buena comida con pocos aliños. Ramón era un hombre parrandero al que le gustaban las fiestas, era un bailador por excelencia de joropos y jugar puntas, pues sabía manejar el madero con gran habilidad. De vez en cuando hacían tremendas fiestas en la casa, pero también se iba de parranda y se perdía por tres días. Era un amante de las fiestas llaneras, entre tantas cosas, era un hombre de pelo en pecho y tabaco en la vejiga, se dejaba respetar en cualquier parte. Bailando joropo había que quitarse el sombrero ante él. Así pasaba el tiempo, trabajando en la bodega o en el conuco que tenía en el patio junto a sus hijos que lo ayudaban en todo. También tenía una parte del patio cercado, donde hizo un gallinero con patarucas, buenas ponedoras de huevos; pavos, patos, morrocoy, gallos, conejos, ovejas, se puede decir un zoológico, y hasta un chiquero donde tenían varios maracos de cochinos grandes, de esos americanos. En la mayoría de las casas de esa época tenían grandes patios con animales domésticos para el consumo familiar y como el caso de los cochinos, para la venta y la casa, porque no había vigilancia sanitaria. Un día sábado, después de trabajar en la bodega, Ramón Quintero se arregló con un liquiliqui blanco, unas alpargatas, su infaltable sombrero, una vera que la utilizaba para cualquier cosa, un cuchillo terceado en la cintura, una palma bendita, con un escapulario de la virgen de Coromoto y una cajita de chimo, veguero al fin, para protegerse de cualquier espanto. Se despidió de su esposa con un beso, les dio la bendición a sus hijos y se fue para una fiesta en La
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Palma en casa de su comadre ña’ Sergelina. Eran como las 6 y media y cogió rumbo a la fiesta. Así pasaron las hora, Ramón estaba en pleno apogeo de la fiesta, bailando joropo trapeado. Su esposa Hermenegilda, había hecho todos los oficios de la casa, había pilado el maíz para hacer las arepa, también había preparado un rico carato, sus hijos habían recogido 3 sacos de maíz para en la mañana hacer las cachapas, serían las 11 y media cuando se acostó doña Hermenegilda junto a sus hijos, rezó su rosario porque era católica y pidió que viniera con bien su esposo a la casa. Eran como las 4 de la mañana cuando llego Ramón Quintero a su casa, más alegre que niño en chinchorro nuevo y más prendido que arbolito de navidad, lo trajeron unos compadres de farra. Abrió con dificultad la puerta principal de la casa, pasó al comedor, fue directo a la cocina y agarró un pedazo de queso llanero y se lo comió; había traído de la fiesta un buen pedazo de carne asada de ganado al igual que de cochino, un poco de yuca y casabe que le mando su comae ña Sergelina a doña Hermenegilda y sus ahijados. Ramón Quintero dejó todo eso en la nevera y salió al patio a orinar. En ese momento la noche estaba como cueva de oso, oscura, la luna se había ocultado detrás de las nubes y hacía un frío endemoniado. En eso empezaron las gallinas a cacarear, cosa rara, dice el. De golpe siente un silbido en lo profundo del patio que le llegó al oído y le espelucó el cuerpo, tanto así que dejó de orinar, se siente una ráfaga fuerte de viento, se callan las gallinas y se hace un silencio, ni un grillo se oye cantar, el ambiente estaba presagiando algo raro. Ramón da cinco pasos y oye en el medio
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del patio el rebuznar de un burro que decía jipeao, jipeao, se extrañó porque no tenía ningún burro, como hombre vergatario caminó hacia el medio del patio para averiguar y casi llegando a una mata de mango, sale un burro de color negro carbón, con unas orejas largas que parecían dos chancletas, se le nota un rabo más largo que le llegaba al suelo. Ramón vio ese burro y se chorreó del miedo, apenas alcanza a meterse una pella de chimó en la boca, el burro lo ve, los ojos se ven como dos candelorios de fuego y le pela los dientes que son amarrillos como el oro, el burro hace un mueca de reírse, rebuzna diciendo jipeao, jipeao. Del susto Ramón se cayó sentado al suelo, se levantó rápido, peló por su vera para defenderse y el burro vino hacia él y le abrió el hocico. Ramón le lanzó un garrotazo y ahí el burro desapareció, ahí si le tiemblan las piernas. Vuelve escuchar jipeao, jipeao, y aparece el burro encendido en candela. Ramón pegó una carrera para la casa gritando a su mujer. Hermenegilda se levanta y él le dice, ¡me acaba de asustar un burro endemoniado en el patio! Ella no prendió la luz, empezó a rezar un rosario y el se quedó tranquilo y se durmió. Así al día siguiente se despertó después de haber pasado de farra y de milonga, se corrió como pólvora el cuento del burro jipeao, que lo había asustado. Más nunca se oyó hablar del burro que salió en el solar de la casa de Ramón Quintero.
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EL CARRETON DE LOS MALABARES
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Corría el año de 1970, era una noche fría del mes de mayo en San Carlos, en el barrio Los Malabares. Misia Aleja de Míreles, estaba en su vivienda de Malariología al lado del Dispensario, ahí estaba ella como siempre regando las matas de su jardín y sus hijos se preparaban para salir a jugar con los demás amigos del barrio. A Misia Carmen Zapata, pero conocida popularmente como la tuca, se le oía decir “muchacho del zipote ya te vas a jugar con tus amigos, es noche fría y de mayo, cuidado con el carretón los asusta y los pone a jipiar”. Decía su hijo Dayer, el conejo, “no jile mamá, ya nos vas asustar con esos cuentos de caminos, no pasa nada, voy a jugar con mis amigos”, bueno “conejo ya te lo dije después no vengas llorando a la casa”. Era una camarilla de amigos del mismo barrio y hasta compañeros de la Escuela Iginio Morales, después de hacer cada uno las tareas, los mandados a las bodegas (eran esos tiempos en que los dueños de las bodegas, le daban a uno la ñapa que eran unos caramelos por la compra y eso lo hacían en el Abasto Los Malabares, propiedad de Félix Herrera, quien lo atendía con su señora Francisca Ávila, doña Pancha) de ahí nos reuníamos en frente de cualquier casa del barrio
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para jugar metras, trompo, el fusilado, el paralizado, perinola, yoyo o hasta gurrufio. Misia Aleja, conversaba en la casa de su amiga misia Carlota de Sánchez, y se saboreaban un rico cafecito recién colado, con unas galletas recién horneadas, eran vecinas y viejas amigas que les gustaba tener toda clase de matas de rosa. Misia Aleja caminaba casi todo San Carlos, y cuando conseguía una mata de rosa, también pedía para su amiga misia Carlota. Eran hasta compañeras de velorio: al saber que había fallecido algún conocido de ellas, hasta allá iban a dar el pésame, siempre iban acompañadas de sus hijos al velorio. Misia Aleja siempre iba a casa de su amiga Misia Carlota, con sus hijos José Domingo mingo o cotejo. Buena gente era él… y como corría ese mingo, parecía una gacela. En el Barrio nadie le ganaba corriendo. Eran esos tiempos donde las luces de las barriadas no alumbraban, eran amarillas, opacas… como diría el amigo mingo: ¡pija esas luces están para asustar!. ¡Cómo nos reíamos! ah amigo pa’ cobarde. Eran esos tiempos que aún las calles eran de tierra, no tenían aceras, había casas de bahareque, casas de bloques y viviendas de Malariología y las casas tenían era letrinas (o guate o escusados) para hacer las necesidades fisiológicas y el agua aún se sacaba era con bomba de agua el que tenía o si no esperaba que viniera el camión de agua y le llenaban dos tambores. También eran tiempos de los cuentos de aparecidos, de la llorona, el carretón, la bola de fuego, y así de muchachos oíamos esas historias de espantos y aparecidos en la casa de Misia Aleja o María de Castro, o a veces
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los cuentos los decía Don Valentín Castro, hombre que trabajaba en lo que se llama el INOS. Era un fanático de la pesca con anzuelo y atarraya, jugador de dominó, de bolas criollas, con su manera de bochar al estilo uña pa’l diablo, así lo hacia mucho en el Botiquín El Llanero, de Telmo Garmendia, que era una casa de bahareque con techo de zinc y piso de cemento rústico, en la parte de adentro del negocio había dos enfriadores, la infaltable rockola en donde siempre sonaban las canciones de los cantantes llaneros como Antonio Sosa Mejías, El Carrao de Palmarito, Luis Lozada “el cubiro” y tantos más. Había unas mesas de madera donde los parroquianos jugaban sus partidas de dominó al compás de la música llanera. Las sillas eran de madera, el asiento y el respaldar de cuero de ganado, eso hacía recordar al llano puro, el olor a mastranto y bosta de ganado. Esos detalles hacían que mucha gente que venía del campo entrara ahí a tomarse unas cervezas frías. Ni hablar del famoso patio de bolas que tenía el botiquín. Ahí se divertía la gente al compás de un boche clavado, un buen arrime y el perdedor a pagar la cuenta y los ganadores a celebrar ese bueno ganado, tomándose unas bien frías, Zulia o Caraquita. ¡Ah qué recuerdos aquellos de ese patio de bolas! de muchachos jugábamos muchas veces caimaneras de partidas de béisbol con pelotas de goma o de chapita, claro después barríamos el patio y hasta bolas jugábamos y desde la entrada nos veía Misia Adolfa de Garmendia, una mujer de llano que acompañó a su marido Telmo y su hijo Ismael, nuestro compañero de juegos del barrio. Ese Botiquín estaba ubicado en la calle Leonardo Ruiz
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Pineda, diagonal a la casa de Misia Carlota y Samuel Sánchez el morocho. La patota de compañeros de juegos eran José Marín cheo, el hijo de Misia María y un buen Italiano Pascual Varrones, que era más venezolano que la cachapa, mingo y Floreida. Los hijos de Misia Aleja y don Jorge Mireles, un jugador de gallo nato y amante de las cartas, especialmente del juego de ajiley. Ismael bachaco, hijo de Misia Adolfa y Telmo, Orlando pereza, quien fue criado por Francisca Ávila pancha y Félix Herrera, Aníbal Sánchez el ratón, hijo de Misia Celia Sánchez, Dayer Zapata el conejo, hijo de Misia Carmen la tuca y malaguera, Cesar Esterlin el culeta, hijo de Misia Norberta y Don Julio Esterlin, Aníbal Castro el berraco, el hijo de Misia Maria y Don Valentín, Jesús Alcalá chichilo, hijo de Misia María y Don Manuel Alcalá, Matilde mato, hijo de Misia Nicacia y Demetrio Ruiz la piedra y quien esto escribe, Samuel Omar Sánchez, hijo de Misia Carlota de Sánchez y Samuel Sánchez el morocho. Esa era la pandilla de muchachos jugadores de Los Malabares. En la esquina de la calle Leonardo Ruiz Pineda con el callejón Ruiz Pineda, había una especie de montaña que era un montón de tierra acumulada, eso era para nosotros nuestra guarida de juegos. Esa noche de Mayo, nos reunimos como siempre a jugar. Cada quien pidió permiso esa noche, pero se sentía un aire raro en el ambiente. Nosotros no le paramos pelota pero ¡pija! se sentía algo fuera de lo común. Así empezamos a jugar el paralizado y después el escondido, pasaban las horas y nosotros juega que juega,
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nuestros padres nos llamaban a los cuales le respondíamos que ya vamos, se oía decir a Misia Maria, ven Aníbal, el respondía “¡ya va vieja!”. Y a regañadientes se le oía decir cuidado con la bola de fuego o el carretón. Nos daba miedo, pero seguíamos jugando. En el barrio esa noche se puso como ánima sola, nadie había en las calles ni tampoco en el frente de las casas, sólo nosotros jugando, pero serían como las 11 de la noche, de repente se sintió un frio helado que nos dio un escalofrío que estremeció a cada uno de nosotros, se oyó decir a Floreida la vieja, “máquina muchachos ¿qué es esto?”. Cuando la vimos estaba temblando, nos dimos valor y se nos fue pasando el susto, ya eran como las once y media. Y la noche se puso mas oscura, tenebrosa. Las estrellas se escondieron detrás de una nube negra, algo no estaba bien, de repente ese frío helado se nos subía por los huesos. En ese momento oímos gritar a mingo, gagueando, “mu-cha-chos-mu-cha-chos, vean hacia el lado de la tabaquera”, volteamos todos para allá y se vio una especie de bola de fuego. ¿Muchachos que vaina es esa cosa tan fea que se ve allá?, ahí si nos chorreamos del susto, los pelos se nos pusieron parados, en ese instante lloraba la vieja floreida, agarrándose los pelos de la cabeza, que los tenía parados, estaba pálida y decía balbuceando pinga muchachos nos va a quemar esa bola. De verdad estábamos tan asustados que el corazón se nos salía por la boca, así la vimos un rato en la distancia y la bola no se movía, de repente desapareció del sitio. Ahí si el miedo nos invadió y temblorosos echamos todos a correr cada quien para sus casas. Estábamos chorreados del miedo, llegamos como
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gacelas volando a la casa, nuestros corazones palpitaban. Era como sentir cien caballos corriendo en una sabana y aún con los pelos erizados, helados de miedo, pálidos como el papel, llegamos abriendo las puertas de nuestras casas. Nuestras madres al vernos así paliduchos del miedo, nos preguntan qué pasó, que vienen así… ellas como buenas madres nos abrazaron y nos dieron a tomar agua para pasar el susto, ahí dijimos que vimos la bola de fuego. Misia Aleja decía, ahí esta yo se los decía. Floreida la vieja, aun con los pelos erizados decía “no jile mamá, a cosa tan fea para asustar”. Misia Carmen la tuca, oyó llegar a su hijo conejo gimiendo del miedo y le pregunta ¿que te pasó muchacho? el responde, “fue que nos salio la bola de fuego”. Te lo dije que era noche fría y de mayo, pero no hiciste caso, ahí estás gimiendo del miedo. Misia Carlota, le preguntó a su hijo ¿que pasó? Y la respuesta la misma, no mamá , fue que nos salió la bola de fuego y del miedo salimos corriendo asustados. Así paso la noche y sería como la una y media de la madrugada, entre dormidos se oía a lo lejos los perros latiendo como si algo los asustaba y entre la bulla se oía como una carreta que arrastraba centenares de peroles, con las pisadas de los cascos de caballo, era un sonido agudo y feo que estando uno en la cama, el pelo se erizó y un frío empezó a recorrer todo el cuerpo, el miedo invadió a uno. Lo que quedó fue arroparnos desde los pies hasta la cabeza. Al amanecer se oían los comentarios y Misia Aleja le decía a su amiga Misia Carlota, “¿oíste esa bulla? eso era El Carretón, que quería asustar a los muchachos” en ese momento llego misia Maria, diciendo “¡gua! no amigas,
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eso salió porque Aníbal es malcriado; eso fue lo que paso mijas, al oír esa cosa fea que sonaba se nos espelucó el cuerpo. Yo me levante junto a Valentín, fuimos al cuarto de Aníbal, el estaba arropado, llorando y temblando del miedo oyendo esa cosa que sonaba como un tronar de peroles arrastrados por una vieja carreta y los latidos de los perros asustados, de verdad que eso metía miedo, ese sonido se metía a uno por los oídos y llegaba hasta la médula de los huesos, de verdad que cosa tan fea se oía comae. Bueno Aníbal, juraba llorando, no papá no volveré a decir grosería, ni seré malcriado, me portaré bien, en ese instante por obra y gracias de Dios, se silenció la noche, ni los perros ladraban, ni se oía esa perola que sonaba feo de verdad”. En la mañana siguiente, camino a la escuela nos encontramos todos los muchachos, hablando de lo que vimos y escuchamos esa noche, nos reíamos entre nosotros de lo asustados que estábamos y cómo corrimos cada uno para llegar a nuestras casas, sin dejar de mencionar los pelos parados y lo blanco del miedo de Floreida la vieja, ni la parte que gagueaba mingo, y decía “no-mu-cha-chos, no jueguen con eso ya paso”. Nos pusimos todos de acuerdo de jugar hasta las 8 de la noche, y de ahí cada quien para su casa, y no volvimos a escuchar ni ver la bola de fuego, ni el carretón en el barrio Los Malabares.
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EL COCHINO QUE NO ESTABA MUERTO
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Más o menos para el año de 1.964 llegaron Los Malabares el señor Pascual Varrones y su esposa Maria Marín de Varrones. Ella aún tiene su casa en la calle Leonardo Ruiz Pineda, donde habita desde hace más de 40 años. Esta pareja tenia 5 hijos: Isabel Varrones chavela, Marina, Bartola, José Pascual el nene y Jose Marín cheo, que lo crió Don Pascual y lo quiso como su hijo. Don Pascual Varrones llegó desde Nápoles, Italia, acompañado con su hermano el señor Donato Varrones. Don Pascual era hombre trabajador de la construcción ¿cuántos de esos edificios que tiene San Carlos no los construyó él con su empresa, Constructora Varrones? igualmente Jose Marín, cheo, aprendió a trabajar la albañilería. Para nombrar algunos de los edificios que construyó tenemos donde está hoy el Banco de Venezuela, donde está ubicada la Farmacia Las Mercedes, la Contraloría del Estado Cojedes, La Oferta... Don Pascual era una persona alegre, muy servicial con la gente. De contextura fuerte, talla alta, de piel colorada y cuando llevaba sol, se ponía rojito, como el tomate, con su castellano entremezclado con el
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italiano. Se dejaba entender, era un criollito más, tanto que le gustaban mucho las hallacas, las ricas arepas, ni hablar de las cachapas con mantequilla y queso. Hasta le gustaba ir los fines de semana de cacería al monte y muchas veces lo acompañaban su compadre Samuel Elías Sánchez, el morocho y el popular sayón de Manrique, cazaban venados, lapas, conejos y cachicamos los que la señora María de Varrones preparaba y quedaban para chuparse los dedos, tenía un toque para la cocina y para hacer dulce, clase aparte. Muchas fiestas fueron hechas en su casa, ya sea por algún cumpleaños o bautizo de algunos de los hijos, no faltando para nada la comida, los pasapalos, las bien frías cervezas, ni el vino chileno, ni el whisky. Los invitados salían satisfechos de la fiesta, porque así era Don Pascual, no escatimaba gastos para que todo saliera bien. Sucedió para un diciembre que iban hacer un fiesta, la señora María tenía en el patio de la casa un pequeño chiquero y decidió matar un maraco de marrano de unos 100 kilos. La señora María, le encargo ese trabajo de matar y ayudar a componer al cochino a su hijo José Marín, cheo, eso fue para un día sábado. El viernes cheo había cobrado y había amanecido tomando cerveza con su amigo y compadre Aníbal Sánchez, el ratón; la señora María les decía “ya sabes cheo, que tienen que matar el cochino y ayudar a prepararlo”, y el le respondía, “tranquila mamá, yo me acuerdo, yo estoy con el convive el ratón, no se preocupe que lo haremos”. Serían como las 2 de la mañana que cheo y el ratón, venían dispuestos a matar al marrano, la señora María los vio, los regañó a los dos y les dio café y un par de arepas rellenas, “para que agarren mínimo y hagan el trabajo
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bien”. Ya con ese par de tacos en el estomago se van rumbo al chiquero donde esta el marrano, dice el ratón “compadre tengo ganas de orinar”, y le responde cheo, “bueno compadre vaya orine detrás de esa mata de cambures” y así lo hizo. Después se metieron al chiquero y amarraron al marrano, con un mecate por el cuello y lo sacaron a rastras; el animal pegaba unos chillidos que espelucaban. Ya la señora María tenía montada una olla con agua para que hirviera y así echarla al cuerpo del marrano y pelarlo, mientras tanto los muchachos traían al marrano al sitio donde lo iban a sacrificar. Ya el ratón tenía preparado un bate que le había dado cheo para que le diera en la cabeza al marrano y así matarlo. Logran manear al marrano y el ratón, como un bateador de beisbol, le da un soberano batazo en el medio de la frente, y dice “ves compadre que estoy fino, los tragos no me pegan, un solo batazo le di, míralo, adiós luz que te apagaste”. El marrano pegó un chillido lastimero y dio dos pataletas y quedo tendido. Ahí cheo, se reía “compadre usted si es bueno con un palo en la mano”. Como pueden, montan los dos al marrano a una mesa para pelarlo y así empezar a descuartizarlo. En ese momento se mete la señora María para la casa por qué esta haciendo otra cosa y cheo agarra de la olla un poco de agua y se la echan al marrano en una pierna ahí empiezan los dos a quitarle los pelos de la pierna, y cuando están por terminarla, el marrano pega un soberano chillido y se tira de la mesa… salió corriendo hacia el fondo del patio, los dos amigos del susto quedaron sentado de nalga en el piso.
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Estaban pálidos, asustados del miedo, decía el ratón: “¡coño! esto no es normal compadre, yo le di soberano palo en la frente que lo maté”, respondía cheo “esta vaina es cosa del demonio”, y la rasca del susto se les fue. Al escuchar el berrido sale la señora María, le echan el cuento y les dice “ustedes sin son cobardes, eso fue que no le diste un buen astazo en la frente y estaba era desmayado, vayan a buscarlo para que esta vez lo hagan bien”, los dos respondieron al mismo tiempo, “no esa cosa es vaina del demonio, no vamos para allá”. En ese momento sale Don Pascual y le echan el cuento… “estos flojos por andar tomando no hacen bien las cosas, vayan a buscarlo que yo lo mataré” y no querían ir. Ahí el los acompañó y fueron los tres al fondo del solar y lo encuentran detrás de unas matas de cambures, lo amarran de nuevo por el cuello y lo traen a rastras. Ahí mismo Don Pascual le metió soberano batazo en el medio de la frente que el marrano dio tres pataleos y ahí si quedo muerto, después lo montaron en la mesa y lo pelaron completo y terminaron de componer al marrano. Después se oían eran las risas de cómo cheo y el ratón, creyeron que habían matado al marrano y estaba era desmayado, más nunca los buscaron para matar cochinos. Don Pascual lo que hacia era reírse de ellos y les decía, “ustedes no sirven para nada, sólo para tomar y comer”.
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EL DUENDE EN CASA DE VICENTA
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Esto sucedió en la barriada Los Malabares, más o menos entre el año de 1982, a pesar de que ya estamos en una época moderna, pero pasan cosas que muchas veces no tienen explicaciones, de ahí el refrán “de que vuelan, vuelan”. En la barriada se divertían los muchachos jugando fútbol en la calle, entre ellos, César bañao, Pat Kelly, Alex Carmona mandinga, Arquímedes, Danilo Carmona, Pedrito Montero y su hermano Henry, Ángel Telleria ñongo, el guiyo, Víctor Aular papa, Miguel el perico, Lindomar lindo, Héctor Bolívar el búho, Wilfredo Hernández y su hermano Jorge Luis, Uvencio Solórzano, David Rojas, Luís Aular el niño y el negro riquilda. Eso era todas las tardes, jugaban también partidas de chapita, esto lo hacían en el callejón Ruiz Pineda, en frente de la casa de la señora Vicenta Montero, mujer trabajadora, amante de la música llanera. En casa de la señora Vicenta, hacían un sancocho de gallina, muchas veces robadas y lo disfrutaban escuchando música llanera y al vaivén de unas bien frías cervezas, también se ponían a jugar partidas de barajas o dominó. Merly Montes de Oca la coca y su hermana Robersy, ambas hijas de Vicenta, también disfrutaban
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de la parranda que hacían. ¡Dígame en diciembre! En esa casa hacían tremenda fiesta, ahí todos se ponían sus pintas nuevas, parecían los propios pavos reales mostrando sus plumas; mostraban sus mejores estrenos y salían para el centro y la barriada, a visitar sus amistades y para que los vieran y luego amanecían bailando, muchos de ellos muertos de la pea, tanto así que se quedaban dormidos en cualquier silla de la casa, pero en la mañana hacían tremendo sancocho levanta-muerto y seguían la parranda, o si no cada uno se iba rascado para su casa. Así fue pasando el tiempo y de repente en la casa de Vicenta, quien vivía con sus hijos, empezaron a pasar cosas que no tenían explicación. Pasaban tanto de día como de noche: Se caían los cuadros de la pared, los platos y pocillos se caían al suelo, se apagaba la luz, se movían los muebles y hasta la cama. Ya Vicente y sus hijos empezaron a tener miedo de estar ahí, vivían en una zozobra permanente. Una vez pasó que serían como las 9 de la noche y Pat Kelly se estaba levantando porque había amanecido tomando y hasta las 3 de la tarde fue que se acostó. Fue al baño a bañarse y al salir estaba en el patio el ñongo, y se oye un espeluznante ladrido de un perro, pero fue profundo y desgarrador que metía miedo. A Pat Kelly se le pusieron los ojos como un par de huevos fritos, se persignó varias veces, se puso blanco del miedo y se le erizaron los pelos de la piel. Le dice a ñongo, cagado del susto “eso es el diablo que está aquí” y le responde ñongo, “no vale eso es el duende”. Pat Kelly va para la sala, pela por un palo y al llegar allí se empiezan a caer de nuevo los cuadros, le lanzan los
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vasos y sale corriendo al patio mas chorreado que un biberón de leche. Allí estaba ñongo con la coca y Robersy. Al rato se queda todo tranquilo y Pat Kelly se vuelve acostar a pasar la rasca que tenía. Así paso el tiempo y seguían pasando cosas, después averiguaron que eso del duende fue que alguien mal intencionado, se los había mandado a la casa, para fastidiarlos y que ellos se fueran de ahí. Otra cosa que ocurrió fue una noche, serían como las 2 de la mañana y a José el nega, le dieron ganas de orinar y salió al patio. La noche estaba fría, salió en interiores y cuando está orinando siente que le dan un tremendo pellizco en la nalga, tan fuerte fue que dejo de orinar, se voltea a ver quien lo hizo y para sorpresa de él, no había nadie… oye una risa pero era algo como de ultratumba. El nega es negro pero se puso blanco del miedo, tenía culillo, los ojos se le pusieron como dos paraparas que se le salían, los pelos de la cabeza se le pararon, estaba lo que se dice cagado del miedo, al escuchar esa risa, pega una sola carrera y entra asustado. Se levanta Vicenta y le pregunta que te pasó, “que fui a orinar y alguien me pellizcó la nalga, después oí una risa cadavérica”, y le dice la coca, que ese fue el duende. Después, al rato, se fueron acostar y no pasó más nada. También pasó algo un día que estaban jugando una partida de fútbol en frente de la casa de Vicenta, se oye que están tirando los platos y los vasos, los muchachos dejan de jugar, están asustados por lo que estaba pasando, el guiyo” dice “¿qué les pasa? ustedes si son culilludos”, y va a ver que es y para mala suerte de él, cuando se asoma a la puerta, recibe un golpe de un vaso de peltre que se lo pegan en medio de la frente, tan fuerte fue el golpe que
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le hace un maceto de chichón y hasta lo rajó un poco, ahí si el miedo los cogió a todos, no sabían que hacer. Dice Vicenta, “vayan a llamar a mi hermana Paula”, corriendo fue Henry, vino con ella, le cuentan lo que esta pasando y al ver al guiyo, con ese chichón en la frente, dijo “eso es un duende maligno que esta jodiendo la casa, ya lo vamos a arreglar”. Ella era una conocedora de las artes esotéricas y se había ganado una fama de saber. Hizo unos conjuros, regó mucho agua bendita, regó pólvora y la prendió, se oían unos desgarradores gritos y se caían todas las cosas de la casa, al rato se oye como una fuerte explosión y sale de la casa una especie de remolino que se perdió en el aire pero dejando un olor azufren y dice Doña Paula “ya se fue ese duende, ahora va a joder a quien lo mandó”. Su hermana se lo agradece, al igual que todos los muchachos. Al rato entra Vicenta y con sus hijos, y limpian la casa y ordenan todo, desde ese día en adelante más nunca volvió a pasar nada en esa casa y ellos estaban contentos, porque ahora si podían dormir tranquilos y sin temor a que los asusten o les lanzaran algún objeto de la casa de la señora Vicenta.
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EL ESPANTO DE LA TABAQUERA
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Érase una vez del año no me acuerdo, en el barrio Los Malabares. Eran aquellos tiempos en que la mayoría de las barriadas tenían calles de tierra, algunas no tenían ni aceras, ni cloacas y la mayoría de las casas eran de bahareque. Pero así se vivía feliz y habían los cuentos de aparecidos… a más de uno lo asustó la llorona, el carretón, el hombre sin cabeza, el ahorcado y otros más. ¿Quién no se acuerda en Los Malabares de la manga de toros coleados? que al principio era de madera de mora y que buena era… así pasaron muchos años y después la hicieron de hierro, y al cabo de varios años la mudaron a Los Samanes. Qué buenas eran esas tardes de toros coleados que se hacían muchas veces los fines de semana, famosos eran los toros coleados de Los Malabares, ahí colearon los mejores coleadores de Venezuela, entre los recordados están: Joaquín Herrera, Víctor Quiñones, el Negro Heredia y hasta el famoso caballo Furia pasó por esta manga de coleo. Ni hablar de los famosos toros de La Catalda, que eran conocidos por su bravura, a más de un caballo lo mataron esos toros, al igual fueron muchos los hombres que mandaron al hospital corneado. Dígame cuando
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uno de esos toros saltaba la talanquera, ¡carajo como la gente brincaba! o salían corriendo a esconderse detrás de algún carro al ver a ese toro corriendo, hasta que lo enlazaban y lo metían en la jaula ganadera. Entre los que se encargaban de eso o en plena manga cuando el toro se echaba y no quería levantarse y lo hacían parar con la famosa garrocha están los recordados pata e’ garrote y machetón. ¿Quién no recuerda en esas tarde de toros coleados a los vendedores de las ricas cotufas, el raspadero, el heladero, el vendedor de perros calientes, el vendedor de parrilla o el vendedor de cerveza Polar o la cerveza Zulia? Los toberos, así se les llamaba a esa personas que en los tobos llenos de hielo, cargaban las bien frías cervezas que volaban y afuera de la manga estaban instalados los kioscos de las cerveza Zulia y Polar. Uno de los personajes de Los Malabares que siempre tenía un puesto de cerveza Polar, era Rafael Acosta, conocido popularmente como fino fino. Y las famosas frases del narrador, que gritaba: ¡tiempo vencido a ese toro! ¡cacho en la manga! ¡coleada efectiva! y ¡coleadores fuera de la manga”. De esa manga de coleo después quedaron muchas anécdotas y hasta cuentos de aparecidos ahí sucedieron y mucho más, dicha Manga de Coleo, estaba situada donde hoy están la extensión de la Facultad de Medicina de la Universidad de Carabobo y la sede del Comando de la Policía Municipal. Eran tiempos en que estaban en auge los sembradíos de tabaco. De ahí aparecieron en Los Malabares, unos isleños trabajadores del campo, Basilio Brito conocido
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como Don Porfirio, su hijo Kiko, y sus socios y paisanos Don Julián y Juan Castro. Ellos compraron un terreno situado diagonal a la Manga de Coleo y en frente del antiguo Garaje del Estado, al lado quedaba la casa de Don Víctor Alcalá y su esposa Maria de Alcalá. Así fue que hicieron la famosa tabaquera. En temporada de tabaco, cuántos muchachos del barrio trabajaron ahí encujando las hojas del tabaco, que se seleccionaban, se amarraban con pabilo a las varas de guafa y se tendían en un cuarto a secar, después todo se metían en un horno grande a alta temperatura para dejarlas en el punto, para así después hacer los tabacos y con el bagazo que sobraba se elaboraba el chimó. En esos tiempos llegó a trabajar un colombiano llamado Hernán Aguirre, una persona buena gente, trabajador incansable que se ganó el respeto y la confianza de los isleños y se quedó trabajando con ellos, tanto fue que hasta se nacionalizó y se quedó a vivir en Los Malabares. Así pasaron los años y empezó a decaer la siembra de tabaco y la tabaquera dejó de funcionar, se abandonó y la cerraron. Al paso de los años se empezaron a oír cuentos de que escuchaban gritos, que salían unos duendes y pare de contar… la gente de la comunidad le cogió miedo a la tabaquera y casi nadie entraba allí. De ahí un grupo de muchachos de la comunidad agarraron la junta de jugar ahí, como los juegos del escondido, el paralizado, chapitas, y hasta de indios y vaqueros. Ese lugar se veía lúgubre, pero como éramos un grupo grande no le parábamos. Así paso una tardecita de un día cualquiera de juego
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en que toda la pandilla estaba en la tabaquera. Ese día estaba el cielo nublado y de repente empezó a llover con relámpagos, nos asustó un poco pero como estábamos jugando no le paramos, pero si notamos que la tarde se oscureció, se percibía el olor a tierra mojada, a guafa húmeda, pero también se respiraba un aire enrarecido. De repente se oye un trueno que retumbó en toda la tabaquera, vaya que nos dejó aturdidos, ¡eso nos asustó! pero rápido se nos pasó el miedo y seguimos jugando, de repente se oye un grito en uno de los tanques, era Ramón el perico que salió corriendo, el era moreno y salió blanco del miedo. Junto a el venían corriendo cheo Marín y el culeta Esterlin, llorando a moco suelto . Rápidamente todos los muchachos fuimos a ver que les había pasado y nos asustamos al ver al perico así, parecía que el corazón se le salía por la boca, vitico le preguntó que les pasó, “no hombre” decía llorando el culeta, “estábamos escondiéndonos en los tanques cuando de repente se apareció del rincón un enano de color negro, con los ojos que le brillaban como dos pararaparas de fuego y con una joroba en la espalda dio tres paso hacia nosotros y desapareció; por eso grito Ramón, nos chorreamos del susto y salimos corriendo”, al principio nos dio miedo pero dijo Aníbal el berraco, que vaina con estos amigos. Dijo burro negro, “vamos todos a ver si es verdad”, y Ramón, jalándose los pelos de la cabeza “yo no voy”, culeta temblaba como una gelatina. Nos dimos valor y todos entramos al cuarto horno lo revisamos cada rincón no se vio nada, la lluvia arreciaba con fuerza al igual que los truenos retumbaban con ganas, en un momento sonó una centella que nos erizo la piel a cada uno de nosotros, el cuarto se oscureció, el aire se sintió
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pesado y empezó a oler a tabaco quemado mezclado con aserrín. ¡Carajo! ahí si el miedo nos invadió, en un momento grita Raúl el periquito, ¡miren hacia el rincón! vimos todos hacia allá, era una sombra que fue tomando la forma de un hombre negro, solo se le veía las paraparas de sus ojos blancos, tenía un sombrero de cogollo de paja negro que le tapaba las orejas, en su mano tenía un tabaco al cual le dio una bocanada, el miedo nos agarró de cabo a rabo, el aparecido estaba en frente de la puerta, gritó chichilo “no jile está en la entrada ¿cómo salimos?”, y mingo lloraba. En eso saltó Wledy, sobre una guafa a saltar por la ventana, como pudimos subimos hacia la parte de arriba y cuando cheo Marín, estaba a punto de llegar a la ventana, junto con el ratón Aníbal, revienta un trueno acompañado con una ráfaga de viento helado que nos puso los pelos de punta. En frente de la ventana un humo negro apareció de y el salió el mismo espanto, del susto se cayeron sobre unas guafas que estaban apilonadas cheo, el ratón, burro negro, Wledy y los demás bajamos como pudimos, Raúl periquito gritaba y en ese momento tropezó y cayó al suelo, se aporreó la pierna pero no le paro y como pudo se levantó, salió corriendo con los demás muchachos como pudo. Vitico y el verraco, abrieron la puerta y todos salimos corriendo al patio, caía un torrencial aguacero, estábamos todos en el medio del patio de la tabaquera y se oyó una carcajada fantasmagórica que salía del cuarto y se oyó en toda la tabaquera, ahí si en veloz carrera como pudimos subimos la pared de la entrada principal y salimos a la calle, de ahí cada quien a su casa, al día siguiente se corrió la voz como pólvora del susto que nos llevamos
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el grupo que jugábamos en la tabaquera. Raúl del golpe se torció el tobillo, Trecilio cargaba un moretón en el brazo, el berraco un morado en la espalda, el culeta un moretón en el brazo y la espalda y así se oyó por todo el barrio Los Malabares y fuera de él, del espanto de la tabaquera.
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EL GALLO MUERTO
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Esto sucedió un día de estos, el mes se me olvidó y del año no me recuerdo, en la barriada Los Malabares. Eran tiempos que los muchachos disfrutaban los encuentros entre ellos, entre bromas, juegos y tomadera, así se la pasaban en sus momentos de ocio o los fines de semana. Para ese tiempo había llegado de Caracas, de la parte de Charallave, el señor Visitación Acuña, hombre oriental, jugador de trucos, de gallo, parrandero hasta morir, echado pa’ lante para pelear, se dejaba respetar ante quien sea, pero trabajador y buena gente, vino acompañado con sus hijos, Carlos Acuña. Edgar, Martín y Franklin. Llegaron específicamente a Los Malabares, a la calle Leonardo Ruiz Pineda, ellos le compraron a Doña Adolfa de Garmendia el Bar El Llanero, y ella lo había heredado de su esposo Telmo Garmendia. El Botiquín El Llanero, era muy conocido por su famoso patio de bolas. Así pasaron varios años, ellos se fueron compenetrando con la barriada, la vida de Visitación, era atender el Botiquín con sus hijos, jugar bolas, partidas de barajas y los domingos iba a las diferentes galleras
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que habían en San Carlos, casi siempre acompañado con Martín y Carlos, pero este último heredó la afición de su padre por los gallos. En la casa habían acondicionado un sitio donde tenían ya una cuerda de gallos buenos y Carlos los atendía en todo junto a su papá, muchas veces ganaban y otras perdían, pero así son las peleas de gallos. Un día Visitación se regresó para Charallave con la familia y después falleció, sus hijos se encargaron del Botiquín El Llanero, así apareció este grupo de la barriada: Lindomar Velásquez lindo, Alex Carmona mandinga, Víctor Aular papa, Ángel Telleria ñongo y Miguel el perico. Estos personajes se hicieron muy amigos de Carlos y Martín, y siempre tomaban con ellos, cuando se acababa la cerveza, se ponían a tomar en frente de la casa de Martín y hasta a veces se iba esa partida a bañarse al canal o la Boca Toma. Se divertían todos jugando barajas -caída y truco, el juego del zorro y la gallina, y hasta futbolito jugaban en la calle entre ellos. A veces apostaban una caja de cerveza al equipo ganador y vaya que jugaban, se veían jugadas buenas pero también muchas veces caían al suelo, por soberana patada o zancadilla que le daban a cualquiera, ya que ninguno tenía la técnica para jugar, eran las famosas partidas caimaneras de barrio, así es que se juega en las barriadas. Así paso un día que habían pasado todo un sábado tomando y habían amanecido con Carlos Acuña, en frente de su casa tomando cerveza trapeada y hablando más que una cotorra. Serían como las 9 de la mañana y Carlos les
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dice, “bueno parroquia los dejo voy acostarme porque estoy mas prendido que un fogón”, los muchachos se ríen a carcajadas. “Este Caraqueño, no aguanta nada tomando” dice Lindomar, “es pura bulla”, y le responde Carlos, “soy un varón, lo que pasa es que ya me rasqué y voy a dormir un rato” y se metió a la casa trancando la puerta. Los muchachos querían seguir tomando, y dice ñongo “¿qué hacemos?”, y le responde Miguel perico, “vamos a comprar una botella de sangría para seguir la farra”. “¡Que vaina buena esa idea, esta bien vamos hacer una vaca para comprarla!” dice lindo y así lo hicieron, cada quien puso plata y salieron para comprarla, y en el camino dice lindo, “por que no vamos a la Boca Toma”, todos responden, al unísono, “¡buena, vamos para allá!”. Mandinga dice “está bien, pero así sin nada para comer allá nos dará hambre”, y le responde ñongo, “vamos hacer un hervido”, “bueno”, dice papa, “cada quien que vaya a su casa, se traen los chores y también algunas verduras para el hervido”. Así lo hicieron, al rato llega Miguel el perico, con dos garrafones de sangría y algo de verdura, todos van llegando con algo para el sancocho. Dice mandinga, “nosotros somos unos becerros tenemos todo y nos falta lo principal: pura verdura y nada de carne”. Responde lindo, “vamos a robarle un gallo a Carlos y con eso tenemos un buen sancocho”, todos se ríen “está bien vamos a echarle bola”. Lindo, dice “cántenme la zona que yo voy a robarme el gallo” y se monto por la pared del frente, con una agilidad felina, parecía un zorro cazando a su presa, así se tiro para dentro de la casa para agarrar el gallo. Carlos estaba dormido, lindo agarró su presa para el sancocho,
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un gallo que estaba gordo, lo agarró por el pescuezo y saltó la cerca. Afuera estaban los muchachos. Lo ven que traía agarrado por el pescuezo al pobre gallo, que no sabía que serviría para un sancocho, y le dice ñongo, “no lo mataste”, responde lindo, “ya lo hago”, y diciéndolo le dio una vuelta al pescuezo del gallo y lo lanzó al suelo, dio varias vueltas y quedó aparentemente muerto. Ya tenían todo listo para arrancar hacia la Boca Toma, y de repente oyen abrir la puerta y aparece Carlos, con unos chores de color rojo y dice “qué vaina están haciendo”, responden todos al mismo tiempo “nada”, ve a un lado y ve al pobre gallo muerto, dice “¡coño! ¿qué hicieron malditos, mataron a uno de mis gallos? ustedes son unas plastas” y se pone arrecho de verdad. Los muchachos le dicen tranquilo Carlos, lo que pasa es que vamos para la Boca Toma, y decidimos hacer un sancocho y no teníamos una gallina y lindo, propuso robarte un gallo, pero tranquilo Carlos, discúlpanos, nosotros te lo pagaremos. Carlos estaba arrecho, fue a donde estaba el pobre gallo tendido, lo agarró como un bebé en sus brazos, y lloraba diciendo “estás muerto, mataron a mi gallo, ¡ay mi gallo! ¿por qué te hicieron esto?”. Lindo y ñongo, estaban muertos de la risa por la actitud de Carlos. Lindo cagado de la risa casi se orinó, los demás estaban igual. En ese momento se levanta arrecho Carlos, porque se estaban riendo de su gallo muerto, y dice “me las van a pagar” y se mete corriendo para la casa y viene con un machete oxidado, amellado y hasta choreto estaba, los muchachos al verlo se echaron a reír más. “Se van a reír mas cuando les de varios planazos por sus nalgas, por haber
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matado a mi gallo”, ahí si dejan de reírse y están pilas al ver que Carlos se les viene encima, de repente, por arte de magia, escuchan el cantar de un gallo y dice ñongo, “¡carajo muchachos! miren para allá”. Todos voltean, hasta el mismo Carlos, y el gallo que estaba tirado en el suelo muerto, tenía como un espasmo y cantó de repente. El gallo se pone de pie, estira las alas y canta, pero con tanta fuerza cantó, que casi le rompe los tímpanos del oído a los muchachos. Ahí si todos se miran la cara, no pueden creer que ese gallo que estaba muerto ahora estaba más vivo, todos se espelucan del miedo y dice ñongo, “esta vaina que paso no es normal”, ahí si del susto se les quita la rasca a todos y cada quien pega una carrera para llegar a sus casas. Así se supo del gallo muerto que asustó a los muchachos.
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EL HACHADOR DE PALAMBRA DEL DOCTOR
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Palambra del Doctor es un caserío ubicado en la zona alta del municipio San Carlos, estado Cojedes, un bello paraíso perdido. Es un sitio turístico donde la naturaleza está en su esplendor, hay grandes montañas vírgenes, es un complemento que une el ser, todo encaja en una armonía. En la barriada Los Malabares, había unos amigos que les gustaba cazar, aparte de pájaros que agarraban para venderlos, también cazaban venados, conejos, váquiros y todo lo que se les atravesara en su camino. Un día se pusieron de acuerdo para ir a cazar a Palambra del Doctor Adelo Aular, Luis Martínez el caimán, Víctor el negro Mireles, Luis Herrera pico e’ tuza y Argenis Salazar el sapo. Prepararon todos los macundales para ir de cacería. Un sábado a las 6 de la mañana partió esa camarilla, los baquianos eran Adelo y caimán, llevaban cantimploras llenas de agua, panes rellenos con diablito, galletas y otras cosas, se fueron montados cada uno en sus bicicletas. El caimán iba en una de reparto para así cargar los macundales. Iban echando chistes por todo el camino, habían agarrado el camino hacia El Cacao, lo que veían eran casas de bahareque, o las viviendas de Malarialogía.
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Saludaban a la gente y de vez en cuando se detenían un rato para descansar y contemplar el paisaje que veían, pasaron varios riachuelos y sabanas, al pasar por unas matas de mango, se bajaron de sus bicicletas y se pusieron a tumbar los ricos y deliciosos mangos para comer y llevar para el camino. Eran como las 9.30 de la mañana cuando llegaron a la entrada del caserío de Palambra del Doctor, sentían un frío agradable porque esa zona es alta, ahí empezaron a subir por el camino de tierra. Habían pedaleado como media hora y llegaron a la casa de Misia Catalina y Don Gumersindo que vivían en una casa de bahareque humilde, pero tenían unos corazones que no les cabía en el pecho. El piso del rancho era de tierra, en la cocina tenían un budare de leña donde cocinaban. Don Gumersindo era una persona de unos 60 años, curtido por el paso de los años, trabajador de la tierra porque tenía su conuco cerca de la casa. Doña Catalina, igualmente tendría unos 65 años, pero no los aparentaba, era una viejita vigorosa y trabajadora incansable del hogar, pero también se fajaba en las labores del campo y ayudaba a su esposo en el conuco. Ellos eran muy apreciados en el caserío, no sabían ni leer ni escribir, pero conocían la vida más que nadie. Adelo se había hecho amigo de ellos porque había ido varias veces de cacería, y dejaba la bicicleta en la casa de los viejitos. Doña Catalina les pregunto si tenían hambre, respondieron si, ella les calentó café negro y expedía un aroma exquisito, les ofreció unas cachapas con mantequilla, que estaban recién sacadas del budare, los muchachos estaban más contentos que niño estrenando zapatos nuevos, así pasaron un rato
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con ellos. Don Gumersindo se saboreaba una taza de café caliente, en una taza de peltre que ya había perdido el color y hasta desconchado estaba por el paso de los años, y sentado en un taburete de madera les decía a los muchachos que tuvieran cuidado cuando se internasen montaña adentro, porque esos sitios tienen sus misterios y encantos. La viejita Catalina, estaba sentada en una silla ya destartalada y oía con atención los cuentos que su marido les decía a los muchachos, del venado con una carama de 8 cuernos inmensos, que le disparaban y al tratar de agarrarlo se perdía internándose en la montaña, pero la más escalofriante era la de un hachador que aparecía cortando árboles y a más de uno asustó. Así pasaron sentados oyendo lo que decía el viejito Gumersindo, los muchachos les dieron las gracias, en especial a Doña Catalina por ese rico desayuno. Ahí dejaron las bicicletas para cuando vinieran de regreso las buscarían. Los viejitos les dieron unas cachapas y unos jojotos sancochado y un pedazo de queso, “para cuando les de hambre tengan algo para comer”, les dieron la bendición y así partieron vía hacia la montaña. Caminaron varias leguas para llegar al sitio, mientras llegaban se extasiaban con la belleza del paisaje que veían, era una montaña tupida con grandes árboles y un clima agradable. Adelo peló por una cajita de chimó, agarró una pella y se la metió a la boca. Le dio también a caimán. El sitio era como estar en un paraíso perdido, a medida que caminaban escuchaban los gritos de unos monos, el canto de los cristofué, veían la belleza de las guacamayas que estaban sobre unas palmeras de coco, hasta vieron
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una pereza, el verdor de las hojas era llamativo, provocaba estar ahí sentado contemplando la verdadera naturaleza en todo su esplendor. Sería alrededor de las once de la mañana y llegaron a un riachuelo con abundante agua cristalina, a los muchachos les provocó nadar y así lo hicieron, había una piedra alta y desde allí se lanzaban de tirabuzón, pero se reían de Luís pico e’ tuza, porque el se tiraba al río y caía de barrigazo. La pobre barriga estaba más roja que una manzana, pero el no le paraba y seguía bañándose. Después se comieron las cachapas con queso y los jojotos sancochados, se los comieron con gusto porque tenían hambre, después se recostaron debajo de unas matas frondosas de mango para descansar y hacer la digestión, porque estaban más llenos que un saco de yuca. Sería la una y media de la tarde, cuando emprendieron camino a un comedero que Adelo conocía, pero era hacia adentro. Así anduvieron y llegaron a un sitio al que le pasaba un quebrada, estaba rodeada de grandes matas de un inmenso tamaño, los rayos del sol no entraban con facilidad a ese sitio. Veían muchos pescados en el riachuelo y así los muchachos se prepararon para cazar. Se escondieron detrás de unos árboles, serían como las 5 de la tarde y vieron llegar a un par de osos, tomaron agua dieron varios pasos y olfateaban el aire, se acercaron de nuevo al riachuelo y empezaron a dar zarpazos y coger pescado, se los tragaron después de llenarse la panza y se internaron en lo profundo del bosque, al rato vieron bajar al riachuelo unos venados grandes, Adelo y caimán tenían 2 chopos caseros, los cuales utilizaban para cazar. Esperaron
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varios minutos y se fueron acercando para tener así buena puntería, los dos disparan y dos venados cayeron muertos, salieron los muchachos de sus escondites para recogerlos. Estaban gordos y decidieron darle medio venado a Don Gumersindo, por lo generoso que fue con ellos. Al rato llega una manada de cochinos de monte, caimán, le dispara a uno y se encasquilló el chopo, Adelo rápidamente disparó y le pegó un tiro en el medio de la frente, los demás salen espantados, cuando llegan los muchachos, dicho cochino pesaba como 100 kilos, decidieron darle una pierna a Don Gumersindo, también cazaron siete conejos, e igualmente compartieron dos para la pareja de viejitos. Era aproximadamente como las 6 de la tarde cuando empezaron a bajar de la montaña, de repente se oyen a lo lejos unos hachazos como si alguien estuviera tumbando algunos árboles; no le pararon, ya que venían cargados con sus tesoros de la cacería y siguieron oyendo esos hachazos, era un sonido seco, pero ahora se oía más cerca en ese momento que van caminando sienten una ráfaga de viento que los pone a temblar, cosa rara no se oyen ni los canto de los pájaros, algo no andaba bien, entonces dijo Adelo “epale muchachos apuremos el paso esto no es normal”. Apuran el paso y ahí ven a un hombre negro, con un sombrero de paja que le tapaba las oreja, cargaba un mochila terciada al hombre y tenía puestas una especie de alpargatas, pero se le notaban unos pies grandes, entre las manos tenia una hacha de tamaño grande. El hombre agarra el hacha y le da como cinco hachazos a un árbol, que no aguantó la fuerza de cada hachazo y cayó, los muchachos estaban petrificados,
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sudando copiosamente. Pico e’ tuza del miedo se orinó en los pantalones, diciendo “estoy chorreado de miedo”. El hachador da cuatro pasos grandes hacia donde ellos están, lleva el hacha levantada, en ese momento se percibe un olor a azufre. Ahí dice Argenis el sapo, “pinga muchachos este es el diablo” y el hachador se rió y dijo “no soy el diablo, soy el hachador de la montaña de Palambra del Doctor, el guardián de la naturaleza y de todo lo que hay aquí”. La baba pegó un grito aterrador y dijo “¡Ave Maria Purísima. Dios ayúdanos!”. En un momento Adelo dice, “muchachos a correr”, como pudieron agarraron las presas que habían cazado y los macundales y corrieron como pudieron; el pico e’ tuza se tropezó y dio varias vueltas, el cargaba la media pierna de cochino, pero en la caída no la soltó, se levantó como pudo y estaba arañado por las ramas, hasta había caído en un charco de agua sucia, y siguió corriendo. Los muchachos oían al leñador gritar “soy el hachador”, y se reía “los picaré en pedazos si vuelven otra vez a cazar aquí” y sentían los hachazos que daba con una fuerza descomunal que estremecía la tierra. Así llegaron sudados, embarrialados, temblando del susto que les habían echado en la montaña, a casa de Don Gumersindo y Misia Catalina. Les echaron el cuento y dijo Misia Catalina, “¿ves viejo que es verdad de ese bicho que asusta en la montaña?”. Tomaron agua para pasar el susto y después café caliente para que así el cuerpo agarre calor, descansaron un rato hasta recuperarse, le dejaron la parte de la caza que habían apartado para ellos, les dieron las gracias y emprendieron la venida. Así se corrió el cuento en el caserío de Palambra del Doctor y Los Malabares, del hachador que asustó al grupo de cazadores.
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EL HOMBRE SIN CABEZA DE LA MANGA DE COLEO
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Érase una vez del año 1.969, en los tiempos en que el llano era llano, existían las casas de bahareque y los botiquines con sus recordadas rockolas, ni hablar de que las calles eran de tierra, porque ni aceras tenían. Sucedió en el barrio Los Malabares, ya para esa fecha habían mudado la manga de coleo para el barrio Los Samanes. En esa época los muchachos y muchachas jugaban a rienda suelta en la barriada después de hacer las tareas y los oficios de la casa, ahí disfrutaban de los diferentes juegos y entre el grupo de muchachas estaban Luisa Zapata, Floreida Mireles la vieja, su hermana Gladis Mireles y Norma Pérez. Agarraron la ceba de jugar en las tardecitas de las seis hasta las nueve de la noche, en donde antes era la manga de coleo. Era una fija que la vieja Floreida, Gladis y Luisa, salían de sus casas que estaba ubicada en la calle Mariño, cerca del Dispensario. Las tres se iban a buscar a su amiga Norma, quien vivía donde hoy habita el conocido Próspero y su familia… ¿quién no ha conocido los famosos chicharrones, crujientes y con carne, elaborados por Próspero y conocidos en casi todo San Carlos gracias al popular Joselo, quien cargaba siempre dos mochilas de plástico con chicharrones
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vendiéndolos por todo el pueblo?. Ahí vivía Norma. Sus amigas la buscaban a su casa para empezar a jugar con muñecas, a veces saltando la cuerda, el juego de la semana o la E, y habían agarrado la maña de jugar con unos rines de bicicletas haciéndoles rodar con un palo, hacían competencia para ver quien lo hacia mejor, se veían esas cuatro amigas alegres rodando el rin. A veces en plena carrera se caía cualquiera de ellas y se ponían a llorar por el magullón o morado que les salía de la caída, se podría decir como diría el locutor de una tarde de toros coleados “¡allá rodó a lo lejos la vieja Floreida, rodada de platanazo señores!” o “¡se va a caer, se va a caer, se cayó Luisa, de batacazo señores, caída llorona!”. Pero las muchachas eran valientes, se paraban y seguían jugando. Ccuando dejaban de jugar, al llegar a sus casas, estaban más sudadas que olla hirviendo y más sucias que coleto de chiquero, pero así se divertían. La vieja tuca le decía a su hija Luisa “muchacha del carajo mira como vienes como lavandera de esclavo, sucia y oliendo a mono, ve a bañarte y un día de estos las van a asustar, después no se quejen” y le decía Luisa, “no jile mama no asuste que no pasará”. Un día cualquiera de ese año y del mes no me recuerdo, el grupo de amigas volvió con la rutina de juegos, eran aproximadamente como las ocho y veinticinco, la noche se puso profundamente oscura, las estrellas desaparecieron del cielo y se ocultaron en unas nubes, hasta la luna, que estaba radiante se esfumó. La noche se puso como una cumbre borrascosa que metía miedo, en ese momento las muchachas estaban al final de la manga, específicamente donde hoy es la Capilla
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del Doctor José Gregorio Hernández, tomando la curva para dar la vuelta. Luisa, que estaba rodando su rin tropezó con su amiga Floreida la vieja y tremenda caída se dieron las dos. Luisa dio dos volteretas y marranazo de golpe se dio en la rodilla, que se la raspó y le echaba sangre y lloraba como gata enmochilada; la vieja Floreida se dio tremendo golpe en la frente que le salió un maceto de chichón que parecía una ñema. Las otras dos amigas llegaron a ver que les había pasado y se asustaron al ver el chichonzote que se le estaba poniendo a la vieja y la raspada de rodilla que tenía Luisa, como pudieron las ayudaron a pararse del suelo, de repente ¡zuas! sienten un celaje que les pasó al lado de ellas, sienten un frío helado que les recorre cada parte del cuerpo, se les erizan los pelos de la cabeza, parecían cuatro brujas sin escobas en baile de cucarachas, pero muertas de miedo. En ese momento oyen a varios perros latiendo como cuando están asustados y grita Gladis, “¡Mamá! ¿qué vaina es esa muchachas? vean hacia la esquina”, lo hacen y ven una nube de humo, de nuevo sienten el celaje cerca de ellas acompañadas de una ráfaga de viento, ¡zaperoco! de la nube de humo surge un hombre enano sin cabeza, ahí si se pusieron a llorar como niñas cuando las pellizcan, pero esta vez era del maraco de susto que tenían. Quedaron petrificadas viendo a ese aparecido, las piernas no les respondían, no podían dar ni un paso, estaban sembradas en ese sitio de pánico, en un momento ese hombre sin cabeza, va hacia Luisa, que alcanza a hacerse la cruz y emprendieron una loca carrera, se olvidaron de los golpes que se llevaron en la caída. Era una carrera que pegaron como nunca
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habían corrido tan rápido, Luisa y Norma, eran como tortugas lentas pero esta vez corrieron como liebres, dejaron atrás al aparecido ahí si cada quien en plena carrera llegó a su casa, a contar que las había asustado un hombre sin cabeza. Santo remedio… así dejaron la ceba de jugar hasta tarde en la antigua manga de coleo, agarraron miedo. Así se escucho del día que el hombre sin cabeza, espantó al grupo de muchachas en la antigua manga de coleo de Los Malabares.
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EL PERRO ENDEMONIADO
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Corría el año del olvido, del mes cualquiera y un día de esos, que sucedió algo en la barriada Los Malabares, sólo se que fue en esta época de modernismo. Había un duo de muchachos, tendrían como 12 años: Leonardo Zapata leo, hijo de Dayer Zapata conejo y Boris, el nieto del maestro Carlos La Rosa. Estos muchachos estudiaban en la Escuela Iginio Morales, y en las tardes se veían en frente de la casa de la señora Carmen Zapata la tuca, abuela de leo, para jugar con sus amigos en la calle. Andaban toda la barriada, echando broma con todos sus amigos, hasta se iban a jugar al Parque San Carlos, o si no si iban a bañarse al canal y a comer mango. Así se divertían ellos sanamente en la barriada. O si no se iban los dos amigos con el conejo, para la Boca Toma, a bañarse a comer pescado frito o un sancocho de corroncho con toda la familia. Dígame cuando llegaba diciembre… se ponían sus estrenos que los papás, les habían comprado y ellos se compraban paquetes de traqui-traqui, para lanzarlos por toda la barriada. Ellos agarraron una maña de ponerse a jugar desde las 10 de la noche y eran la 1 de la madrugada y ellos
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jugando, a veces fútbol, barajas y hasta ajedrez que estaban aprendiendo. Eso lo hacían en la esquina donde esta ubicada la Universidad de Carabobo, Extensión de Medicina. A pesar de que esa zona está alumbrada, se ve lúgubre, esa esquina tiene su misterio, los abuelos Carlos la Rosa y la tuca, siempre les decían “conchale, dejen de jugar hasta tan tarde allí, los van asustar un día de estos” y le decía leo, “tranquila abuela eso no pasará porque no estamos haciendo nada malo, si no jugar” y les respondía la tuca, “pero se juega es de día no hasta la madrugada, vénganse acostar” y el leo, “ya va abuela ahora es que hay juegos”. Así pasaban el tiempo, y de lunes a domingo, los muchachos seguían jugando, no le hacían caso a los abuelos de que los iban a asustar, se reían más bien de ellos, porque decían, “esos cuentos son de su época, hace mucho tiempo que pasó eso” y se reían. Hasta varios vecinos también les decían eso, “cuidado muchachos si los asustan, mire que ese sitio donde ustedes juegan se ve misterioso, tengan cuidado”. Y un día estaban con su costumbre de jugar fútbol en la esquina y dieron las doce de la noche, la luna que estaba brillante se escondió detrás de unas nubes, la noche se puso oscura, tétrica, hasta las estrellas se escondieron. Nada más tenían la luz de los postes de Cadafe, pero alumbraban era amarillo. De repente se oyen latir varios perros, los muchachos ven a todos lados, no ven a ninguno, ¡zuaas!, aparece de golpe una brisa fría que ahí si los heló, a tal punto que se les pusieron los pelos como un puercoespín, dice leo “¿coño qué pasa?” y le responde Boris “esto no es normal, mira como se puso la
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noche y este aire tan frío”. En ese momento en frente de la casa en donde vive Próspero, aparece un remolino y al irse se ve a un perro negro, de aspecto grande y con los ojos prendidos en candela. Dice Boris “mira es el perro del diablo”, entonces se les acerca y los ojos están echando candela. Ahí si el miedo los agarró de punta a punta, trataron de correr pero no podían, se persignan y justo cuando el perro se les viene encima, sacan fuerzas y echan a correr, tratan de brincar la cerca de la casa del maestro Nicolás Montesdeoca, y no pueden, pegan unos gritos pidiendo auxilio pero nadie sale en ese momento. Por obra y gracias de Dios, el perro desaparece. Los muchachos se miran las caras aún están asustados, tanto fue que hasta se orinaron en los pantalones. De ahí se fueron corriendo cada uno para su casa y al día siguiente se supo de cómo el perro endemoniado los había asustado, más nunca volvieron a jugar ahí de noche, pero si se supo que ese perro a más de uno le ha salido en ese sitio.
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EL ROPA VEJERO
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Érase una vez en un lejano pueblo llamado Sal si Puedes, corría el año no me recuerdo, era un sitio que estaba enclavado en unos páramos de la sierra andina. Eran casas de bahareque con techos de zinc, con su infaltable excusado para hacer las necesidades fisiológicas, su cocina con fogón donde preparaban esos ricos chocolates calientes para el frío. Era ver esos bellos paisajes… ¡cómo alegraban a las personas que vivían allí! era como un paraíso perdido, era bonito ver a los niños con sus ruanas puestas para el frío y sus cachetes rosados como una frambuesa, las abuelas con su delantal y su pequeño sombrero que las hacía ver coquetas y a los abuelos con el rostro curtido por el paso de los años, trabajadores infatigables del campo. Así era la vida en Sal si Puedes. Sus calles eran empedradas, con sus aceras rústicas y un alumbrado con esos bombillos que daban una luz amarilla, que en las noches metían miedo. Eran los días en que se andaba en bicicletas, muy pocos eran los que tenían vehículos y eran rústicos, pero lo que no faltaba para el transporte de los lugareños eran los ya extintos burros, que no faltaban en las casas. Como en la casa de la señora Pascualita Vásquez, una humilde mujer con
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sus 69 años de edad a cuesta pero que no los aparentaba, trabajadora incansable que a las 5 de la mañana estaba parada, con su delantal puesto y frente al fogón haciendo sus ricas arepas y su divino e infaltable café, que como ella nadie lo hacía, al igual que su inseparable cigarro era su costumbre. En la tardecita, después de cenar y de hacer los quehaceres del hogar y los muchachos las tareas, se ponían en el corredor de la sala toda la familia, se tomaban un rico café recién tostado por Misia Pascualita, igualmente iba en la tarde su amiga la viejita Ramona, quien iba con sus hijos Chiche Cuela y Domitila, ellos se ponían a jugar con los demás muchachos en el patio de la casa y había unos camburales y matas de mangos, naranja, así pasaban ellos jugando hasta el cansancio y las vecinas echando cuentos o jugando barajas. Así trascurría la vida en Sal si Puedes, un pueblo lleno de muchos cuentos de aparecidos y leyendas. En el pueblo siempre aparecía un personaje, un hombre de contextura algo desgarbada por los años, era su piel como el café tostado, negro como la noche, y sólo se le oía decir “llegó el ropa vejero, si tiene ropa vieja o coroto malo me los llevo”. Así llegaba al pueblo y la gente le daba si tenía algo que no servía, lo agarraba y desaparecía, nadie sabía de donde venía ni a donde iba, ni su nombre, sólo se le conocía como el ropa vejero, cuando él aparecía los niños se asustaban, porque les decían “si no estudian o se portan mal, se los va a llevar el ropa vejero”. El ropa vejero era algo misterioso con sus tres sacos echados al hombro, un sombrero de cogollo negro metido hasta las orejas, un saco remendado de color
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negro también. Así pasaron los años y cada día misia Pascualita, disfrutaba de la vida del pueblo y ver crecer a sus hijos, su amiga la viejita Ramona, siempre la acompañaba todas las tardes al igual que sus hijos que se ponían a jugar todas las tardes y misia Pascualita les decía “los van asustar en esos camburales, cuidado con el ropa vejero”. Ellos se reían “no mamá, el de noche no aparece” y seguían jugando los diferentes juegos como el paralizado, el escondido, saltando la cuerda. Las muchachas, Dilia, Olivia y Domitila, eran unas vivarachas para esos juegos, los muchachos a veces se ponían bravos con ellas porque casi siempre ellas ganaban, pero se contentaban y seguían jugando. Pero una noche de juego, serian las siete de la noche, de repente se puso un poco mas fría y la luna se fue a esconder en unas nubes, Dilia de repente dice “¡cónchale muchachos que rara está la noche!, la luna se escondió, ¡uy muchachos! y está haciendo frío, provoca tomar una taza de chocolate, terminamos de jugar y vamos a eso”, en ese instante Olivia ve hacia el corredor y nadie estaba a lo mejor las amigas se fueron a sentar a la sala, pero no le pararon y siguieron jugando. En un momento del juego, Dilia ve una sombra al fondo del solar, era como un hombre agachado y de repente se levantó, tenía unos sacos en el hombro, era la sombra del ropa vejero. Dilia se puso morada como una uva, apenas balbuceaba diciendo “muchachos el ropa vejero”, ellos le preguntaron que le pasaba y vieron hacia donde ella señalaba pero nada había allí, ellos se echaron a reír, eso la molestó un poco, porque se burlaban de ella, decían que ella lo que estaba era asustada, y le decían “¡muchacha pa’ cobarde!”.
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Así siguieron jugando y de repente Domitila se esconde detrás de una mata de cambur; con ella estaban Dilia y Chiche Cuela, en cuestión de segundos ven cerca de ellos a un bojote que va agarrando la forma de un hombre agachado con un inmenso sombrero, de repente se sonríe y se le ven los dientes blancos con el marfil, todos los muchachos lo ven y sienten un ráfaga de viento que les hiela la piel, todos se miran con los ojos bien pelados por el miedo que les recorría por el cuerpo. En un despabilar de ojo, ven la sombra ponerse de pie, tenía agarrados en las manos tres sacos que de un solo golpe se los terció a la espalda. Se oyó un perro latir, a Chiche Cuela los pelos de la cabeza se le pararon de punta, Domitila, que es morena se puso blanca como la azúcar, Dilia lloraba de miedo a moco suelto y el corazón parecía que se le salía al ver esa sombra que de pie estaba y dio un paso hacia delante y vieron que era el ropa vejero. Como en estampida de ganado salieron corriendo los muchachos, Dilia del susto en la carrera dejó las sandalias que tenía puesta, Domitila dejó un zapato, Chiche Cuela se cayó y trastabillando se levantó, Olivia cargaba una chamarra amarrada a la cintura y en la carrera al suelo se le cayó. ¡Ah muchachos! estaban de verdad chorreados del miedo y así llegaron gritando al corredor de la casa, al oír los gritos misia Pascualita y la viejita Ramona y misia Encarnación, salen corriendo a ver que le pasa a los muchachos, cual sorpresa al ver a Dilia descalza, pálida como la seda y llorando de miedo, al igual que Olivia, que se apareció con los pelos de punta como el puercoespin y gateando, Domitila llegó sin un zapato,
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con los pelos parados y blanca de miedo, su hermano Chiche Cuela, con el pantalón arañado y sucio de la caída y con los ojos desorbitados y llorando a moco suelto asustado. Misia Pascualita les pregunta que les pasó, que venían así asustados y Dilia, entre balbuceo y llorando dice “mamá, fue que cuando estábamos jugando, de repente en el cambural aparareció la sombra fea del ropa vejero”. Y les dijo Misia Pascualita “yo se los decía que no estén jugando de noche” y decían los muchachos llorando, “no lo haremos más”. Misia Encarnación los regañó y fue al patio a ver lo que decían los muchachos, fue al solar y lo revisó todo y nada vio, traía en las manos las sandalias de Dilia, el zapato de Domitila y la chamarra de Olivia, se los entregó a cada uno y se echó a reír a carcajadas diciendo “ah muchachos cobardes, allí no había nada del ropa vejero”. Y así los regañaron para que hicieran caso y ellos dijeron llorando, no lo haremos más. De ahí en adelante no volvieron a jugar de noche en el solar y por arte de magia tampoco apareció más el ropa vejero.
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LA MONJA
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Corría el año de no me acuerdo en el barrio Los Malabares, eran tiempos de aire decembrino, con el rico olor de las divinas hallacas, el pan de jamón, el ponche crema casero, la famosa leche de burra, el dulce de lechosa, el arroz con coco y la rica torta negra. Era la bella época de alegría en que las barriadas y en todo San Carlos, era de pintar las casas, de colocar el arbolito de navidad de pino, o el tradicional hecho con jabón, y el detalle de cada uno hacer la carta al Niño Jesús, pidiéndole un regalo, ya para el 22 de diciembre, colocaríamos debajo del arbolito de Navidad la carta y que alegría cuando el 25 nos levantábamos para ir directo a ver el árbol de navidad y ver el regalo que nos había traído. A lo mejor no era el que habíamos pedido en la carta, pero lo que hubiera sido para nosotros era una alegría y si por casualidad no había regalo porque no le llegó la Carta al Niño Jesús, ¡ah, seguro que los Tres Reyes Magos, si no los traían! En esos tiempos se escuchaban los cuentos de duendes y aparecidos, se oía de una monja que salía de donde era la Casa Varones del INAM, “Fray Gabriel de San Lúcar”, ubicada en la Avenida Ricaurte, al lado del Parque San Carlos. Caminaba por los alrededores y
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desaparecía, a mas de uno asustó. Las luces para esa época eran como faroles de cocuyos amarillentas, que en vez de alumbrar más bien daban un aspecto fantasmal. Así pasó en ese mes de diciembre, eran los tiempos de las misas de aguinaldo, cuando los muchachos patinaban por los alrededores de la Plaza Bolívar y las otras cosas que los muchachos hacían. Como cuando el lechero, que para esa época dejaba en las puertas de las casas las botellas en envases de 1 litro llenas de leche recién ordeñada y que las familias las dejaban pagas, y entonces los muchachos las agarraban para tomarla con pan, ni hablar de los vendedores que estaban cerca de la Plaza, vendiendo café o chocolate caliente o las divinas arepitas dulce de anís. Para ese Diciembre en Los Malabares, Franklin Zapata, el hijo de Carmen Zapata la tuca y Malaguera, era un muchacho vivaracho que se divertía en la Barriada con sus amigos y estudiaba la primaria en la Escuela Básica Higinio Morales, esto lo completaba con el oficio de monaguillo, así disfrutaba la vida de muchacho entre juegos y rezos, lo que no tenía era pinta que tomaría la carrera de Sacerdote. Esa noche le tocaba irse a las cinco de la mañana, para cumplir con ayudar al padre en la misa de aguinaldo. Franklin se levantó y ya su mamá estaba levantada, le había preparado su taza de café y una arepa rellena con queso y mantequilla, “para que así se vaya con el estomago caliente y aguante hasta que termine la misa”. Así salió de su casa que estaba ubicada en la calle Mariño, al lado de la casa de Luis Ascanio el perrero y su familia. Iba más alegre que jardinero con matas nuevas, caminaba
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silbando una canción y cuando estaba llegando al frente de la casa de la señora Pascuala Velásquez, siente un silencio sepulcral, los perros que estaban en la calle latiendo de repente se callan ¡que raro!. Bueno siguió caminando y se hizo el loco dándose valor y al llegar a la esquina del Club del Concejo Municipal, la luna se oculta detrás de una nube ¡ay mamá! la noche se pone tenebrosa, Franklin siente que el corazón le palpita a millón, un frío le empieza a recorrer toda la espalda que le hiela hasta los tuétanos, ahí si empezó el miedo aparecer nunca había sentido algo así. ¡Zuaaaaaaass! siente una brisa pasarle a su lado, se oye a dos gatos peleando, los perros laten asustados, el ambiente se pone tenso. Cuando ya está llegando a la casa de pica guaya, ve la sombra de alguien que aparece en la esquina del negocio del señor Alchester, da cinco pasos más y la sombra se ve claramente que era la figura de una monja, que salió de la nada y estaba vestida con su atuendo religioso pero caminaba descalza. Franklin queda clavado en el sitio, las piernas no le responden, se le eriza la piel, siente en los oídos un zumbido como que se le van a estallar, la monja se queda quieta, no da un paso. En ese momento ella lo mira y va a levantar su mano, Franklin logra persignarse, siente que ahora si las piernas le responden, da media vuelta y emprende veloz carrera hacia su casa, corrió mas rápido que liebre cuando la persigue un zorro para devorarla, tan rápido fue que llegó tumbando la puerta de la entrada de la casa, entró todo tembloroso, estaba asustado que apenas le dijo a la tuca “me acaban de asustar” lloraba acobardado, “se me apareció una monja de la nada”. Su mamá lo abrazó, le dio su bendición, le preparó un tilo
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caliente y se acostó. Ese día no cumplió con su oficio de monaguillo. En la mañana se supo de la aparición que asustó a Franklin, desde ese día no salió más solo a la misa, siempre iba acompañado, y así se siguió escuchando de la monja que asustó a más de uno en el barrio Los Malabares. 78
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LA BRUJA QUE ASUSTÓ A ÑONGO
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Corría un mes de mayo en la barriada Los Malabares y esto le sucedió a Ángel Tellería el ñongo, hijo de Edy de Tellería y José Tellería. Este personaje es una persona alegre, vivaracho, trabajador, se ganaba la vida en lo que saliera, era vendedor de helados del tipo chupi-chupi, vendedor de mangos, ayudante de albañilería, caletero de camiones, cortador de palos, en pocas palabras, no era flojo. También le gustaba tomarse sus bien frías con los amigos, para eso trabajaba y ayudaba en la casa de sus padres y en la de su pareja. Ya para ese tiempo el ñongo, tenía como su pareja a Merly Montesdeoca la coca, hija de la señora Vicenta Montero, ellos vivían en el Callejón Ruiz Pineda, diagonal a la casa de Riquilda Palencia. Como ya tenía su pareja había que buscar trabajando el dinero para llevar a la casa, pero cumplía y le daba chance para disfrutar con sus amigos cheo Marín, Wilfredo Hernández, Alex mandinga, el patota, Randy, Ramón Reina el canuto, el papa, Juan Rodríguez el pequeño Juan, Enrique Bolívar el búho, Neomar Hernández, Oswaldo Medina y Héctor Bolívar el pitufo. Era más o menos el grupo que se la pasaban en la
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esquina donde vive el ñongo, o a veces en su casa con su pareja, tomando cerveza y escuchando música, así disfrutaba la vida. El ñongo, buscando superación encontró trabajo en el conocido negocio El Teide… ¿quién de nosotros no se ha tomado unas cervezas ahí acompañado con un exquisito pollo asado con su salsa de ajo, de aguacate y sus hallaquitas? Ahí empezó a trabajar primero como limpiador, después ayudante de barra y pasó a ser asador de pollos, era el encargado de preparar los pollos y meterlos al asador para dejarlos en su punto para uno después degustarlo sentados en familia. El ñongo casi siempre terminaba su turno a las dos de la madrugada, pero se quedaba arreglando las cosas para el día siguiente y eran las tres cuando se venía para su casa, siempre traía un pollo asado para la familia. La coca siempre le decía “ñongo, ten cuidado no te vengas a esas horas de noche solo, ten cuidado con un atraco o te asustan”. El se reía, “no jile coca ¿vas a meterme miedo con esos cuentos de niño? tranquila mi amor yo me cuido y antes de salir del trabajo me persigno y me vengo caminando pila”. Un beso y un abrazo y se vuelve a reír, “está coca, con esas vainas”. Así paso una noche que en El Teide, hubo bastante trabajo. El ñongo había asado más pollos de lo normal y estaba más sudado que olla de presión y cansado como negro moliendo maíz. Terminó su turno de trabajo, dejó todo limpio y se vino rumbo a la barriada Los Malabares, se trajo dos pollos con todo y una coca-cola grande. Venía con su morral aproximadamente a las tres de la madrugada.
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Cuando el ñongo, entró a la barriada, al llegar en donde está la Universidad de Carabobo, Extensión de Medicina, siente un escalofrío que le recorre el cuerpo, se espeluca, la noche esta completamente oscura, ni la luna ni las estrellas se ven. Siente que su cuerpo se le pone pesado, pero lo achaca al cansancio del trabajo, sigue caminando y al llegar a la casa del maestro Carlos La Rosa, siente el revoletear de un pájaro grande que le pasa sobre él. Siguió caminando y al llegar al Ambulatorio, vuelve a sentir que le pasa varias veces un pájaro, ahí si el ñongo alcanza a ver la figura de algo parecido como un pavo grande de plumaje negro, el miedo lo agarra, siente una fuerte brisa que pasa, todos los pelos se le erizan, el miedo le llega hasta los tuétanos y trata de correr pero no puede. El pájaro le vuelve a pasar pero más bajo. En una de esa ve que es como un pavo pero la cabeza era grande y le pareció ver que era el rostro de una mujer, más culillo le da. En una de esas, saca fuerza de donde no tiene y logra pegar una carrera hasta llegar a la Capilla del Doctor José Gregorio Hernández. Ahí el siente que las fuerzas le vuelven, siente un suspiro de alivio, el ñongo se persigna y reza un Padre Nuestro, y no siente más el revoletear del pájaro, se siente seguro ahí. Ñongo ve para todas partes, buscando ver alguna cara conocida, pero no ve a nadie, agarra fuerzas y pega una veloz carrera hasta llegar a su casa, siente de nuevo el revoletear sobre su cabeza, del susto no encuentra la llave para abrir la puerta. Toca llamando “coca, coca, coca, ábreme la puerta que vengo asombrado de un espanto”. La coca se levanta
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rápido y angustiada le abre la puerta y ve al ñongo pálido, temblando de miedo, le pregunta “¿que te pasa mi ñonguito?”, le abraza, le da un beso, él responde “vengo asustado, algo como un pavo me esta siguiendo”, en ese momento sienten que cae sobre el techo de la casa algo pesado y que está caminando. El ñongo se asusta más, siente que el corazón se le sale por la boca y dice “coca, esa vaina me viene a llevar”. Ahí se levanta Robersy Esterlin, la hermana de la coca y pregunta qué pasa. La coca le dice que algo vino persiguiendo al ñongo. En ese instante cae algo del techo, como no habían cerrado la puerta ven que es como un pavo negro, como de medio metro de altura que extiende sus dos alas, tiene la cara desfigurada, y dice Robersy persignándose “eso es una bruja, que vino por el ñongo”. Al escuchar esto está cagado del miedo y se abraza a la coca. Robersy se pone a rezar, la coca busca agua bendita y la riegan, el pavo negro aún está con las alas abiertas de una manera amenazante. Buscan sal y Robersy logra hacer un círculo con ella, para que no entre a la casa, en ese momento oyen el cantar de varios gallos, ahí el pavo negro de la bruja, levanta sus alas y echa a volar, perdiéndose en la profundidad de la noche. Ahí el ñongo abrazó a la coca, le dio un largo beso, también abrazó a Robersy y de ahí en adelante se venía para la casa en un libre. Así se supo de la bruja que asustó al ñongo, en la barriada Los Malabares.
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LA FANTASMA VIVA
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Esto sucedió un día cualquiera del mes ni me acuerdo y del año se me olvidó. Pasó en la barriada Los Malabares. Una de las personas que es un personaje en la comunidad es la señora Celia Sánchez, mujer trabajadora que vino desde El Baúl acompañada con sus hermanos Francisca y Pablo, también vino con ella Aníbal el ratón, a quien crió desde pequeño. Llegaron a Los Malabares a una casa ubicada en la calle Mariño, diagonal al Ambulatorio. La señora Celia ha sido una mujer trabajadora desde que llegó ¿quién no ha comido esos famosos helados de vasito de mantecado, chocolate, coco, fresa y tamarindo? También es tremenda cocinera, tiene un toque especial para preparar sus ricas comidas. Muchas son las personas que la conocen porque ella vende su comida casera y tiene sus clientes y algunos desde hace varios años. De lunes a viernes, ella trabaja junto a su hermana Francisca y los fines de semana lo agarran para ellas. En el patio de su casa tenía gallinas criollas ponedoras, al igual unas matas de naranja, guanábana, parchita, de cambures y de plátano, y era para el consumo de la casa ¡dígame cuando hace ese rico sancocho que le queda
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para chuparse los dedos! La señora Celia se dio a conocer en todo San Carlos con sus ricos helados y su toque para cocinar. Su hijo Aníbal el ratón era uno de la camarilla de amigos jugadores que se divertían en la barriada, amigo inseparable de Jose Marín cheo, y José Carballo cara e’ caballo. Después le gustaron las bien frías y jugar bolas criollas, y ahora es electricista y de los buenos. Así vivía la señora Celia, era muy buena vecina y estaba pendiente de ayudar a los vecinos porque es de buen corazón y en las tardecitas como a las seis de la tarde, se le ve sentada en frente de su casa junto a su hermana Francisca y don Pablo, cuando no esta allí con ellos, está en la casa de sus amigos Isaías Abreu y el negro Modesto. En la barriada había un grupo de amigos, Lesmir Moreno, Antonio Zapata, Jorge la Rosa y sus hermanos Rafael y Carlos, que eran jugadores de fútbol y básquet, les gustaba tomarse las bien frías y amanecían en la esquina de la casa de la señora Celia, tomando, echando broma y hasta a veces se iban a bañarse al canal a refrescar el ratón de la pea que cargaban. A veces muchas gallinas agarraron de las casas para ellos preparar un hervido y seguir tomando, se dice que el sancocho de gallina cuando es robado sabe mejor. Fue un día de esas farras en que los muchachos en la mañana se pusieron de acuerdo para verse en frente de la casa de la señora Carmen Zapata la tuca, para tomarse unas bien frías y así fue, tenían 3 cajas de cervezas y pasaron parte de la noche echando cuento y jugando barajas. Serían como las doce de la noche, ya las cervezas
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estaban haciendo sus efectos y dice Antonio “vamos a hacer un sancocho” y le responde Lesmir “bueno, yo voy a la casa y traigo un poco de verdura”. “Está bien”, dice Antonio, “yo le voy agarrar una de las gallinas de mi mamá, para así tener la carne para el hervido” y le dice Jorge, “hacen falta unos plátanos verdes para darle gusto al sancocho”. Dice Lesmir a que la vieja Celia, le vio un racimo de plátanos que están en la pared sobresaliendo, “es grande vamos agarrarlo para el sancocho”, y todos dijeron que si. Como a la una de la mañana se van para el frente del Módulo y se esconden detrás del muro para que nadie los vea y así estaban vigilando la casa de la señora Celia, que estuviera acostada y que el ratón, ya hubiera llegado a la casa. Ahí estaban agazapados, cazando como unos buitres, y serían como las dos de la mañana, de repente se va la luz en la cuadra y en cuestión de dos minutos, cuando los muchachos van a brincar para agarrar el racimo de plátano, se pararon en seco porque ven que apareció ahí una mujer, tapada con una sabana blanca, parecía un fantasma, pero andaba en chancleta ¡era una muerta viva! los muchachos se ven la cara no se asustan, están asombrados. Pero lo que les da más risa, es que esa fantasma llevaba en la mano un cuchillo pequeño y empezó a cortar el racimo de plátano. Al rato logra su propósito y con esfuerzo lo agarró para que no cayera al suelo. Era un buen racimo, pesado, como pudo lo agarró y lo arrastraba, de golpe ven que esa muerta viva se mete en una casa, que ahí viven varias personas entre mujeres y hombres, para saber quien era no se podía.
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En la mañana siguiente la señora Celia al ver que le habían robado el racimo de plátano, estaba brava y decía “seguro fueron esos muchachos que se roban las gallinas ¡muérganos!”, lo que no supo fue quién fue el que se robó el racimo de plátano de su casa.
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LA PROCESION DE LAS ANIMAS
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Corría el año de 1.980, prácticamente en el Barrio Los Malabares, ya se veían los frutos de los aires de progreso de todas las barriadas, ya para este tiempo nuestro bello y querido San Carlos, ya contaba con la Avenida Ricaurte. Como se dice, estábamos en la era del modernismo, pero no todo era color de rosas, siempre sucedían cosas que no tienen lógica, ni explicaciones posibles, de ahí el viejo dicho “de que vuelan, vuelan y cuando se agarra una ceba algo pasa”. Entre la Avenida Ricaurte cruce con Urdaneta, en toda la esquina, habita una familia muy trabajadora, y con el paso del tiempo, sus hijos se han mantenido así con esos principios inculcados por sus padres. Dicha casa está ubicada al lado de la ferretería Felsan, propiedad de Félix Sandoval. Habitaban la señora Crucita de Llovera y su esposo, Jorge Llovera, conocido popularmente como manzanero ¿Quién no lo vio en su kiosco, que tenía en frente de la Sanidad? ¿Cuántos de nosotros no comprábamos periódicos ahí? Era una especie de quincallita, ahí se conseguían hasta carretas de hilos. También estaban sus hijos Lidia, Persida, Jorge, Carlos el burrero, Daniel ñelo y Andrés el gordo ¿Quién
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de nosotros no ha comido esas ricas empanadas de guiso, de carne molida y mechada y jamón y queso, acompañadas con un buen jugo natural o un refresco? eso es en el conocido negocio El Punto del Sabor, que es atendido por Persida, ni hablar del día sábado, porque venden una rica sopa, bien preparada no le niegan nada, es para chuparse los dedos de las manos, además tienen un asistente que las ayuda en todo y es Ricardo Díaz rico. Para ese tiempo Lidia y Persida, tenían como 19 años de edad, eran unas muchachas como dirían vagas, pero sanas y se divertían junto a sus hermanos, dígame Lidia, le encantaba andar con unos chorcitos que mostraba una buenas piernotas y la Persida, no se quedaba atrás. Debemos decir, que tanto las muchachas y los muchachos, se criaron también en la barriada Los Malabares, porque se puede decir que la Avenida Ricaurte, divide los dos barrios. El Punto del Sabor está ubicado entrando al Banco Obrero y en frente del negocio queda Los Malabares, por eso ellos también jugaron con los muchachos y muchachas de la barriada, tanto es así que estudiaron en la escuela Iginio Morales. Una anécdota, cuando eran más chavalitas, tendrían como 12 años, Lidia iba mucho al Parque San Carlos a jugar y una muchacha de la barriada Los Malabares, Isabel chavela la perica, la hija de la señora Hermenegilda, la tenía a monte. Le buscaba pelea porque chavela la perica, se creía la dueña del parque y siempre peleaban. Cuando Lidia jodia a la perica chavela, esta iba a buscar a sus hermanas para joderla y cuando Lidia las veía venir
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decía, “pies para que los tengo” y pegaba tremenda carrera hasta llegar a la casa. Hoy en día ellas son amigas ya no pelean más, se echan a reír de esos recuerdos. Lidia, agarró una maña junto a sus hermanos de sentarse en el porche de la casa y lo hacían como a las ocho y media y cuando eran las nueve y media de la noche, metían las sillas para dentro, pero se quedaban todos ellos, unos sentados y otros echados en el piso, parecían como esos caimanes cazando a sus presas. ¿Que hacían ellos? Como el enrejado de la casa no se veía porque lo tapaba un jardín que tenia la señora Crucita muy bien cuidado, ellos se ponían a silbarle a la gente que pasaba por ahí a esas horas, las personas se ponían a buscar a ver quien era y al no ver a nadie, salían corriendo pensando que era un espanto que los había silbado, al ver eso los hermanos se echaban a reír por la hazaña que habían realizado. La señora Crucita los regañaba por eso, muchas veces se quedaba en el porche era Lidia y Persida, porque los demás hermanos se iban a dormir y cuando le pegaba sueño a Persida, también se iba quedando ahí como una anima sola, Lidia, y se ponía a leer un libro. Siempre su mamá le decía “Lidia, deja esa maña de quedarte sola a esa hora, cuidado si te asustan”, a lo que le respondía “no mami, ya soy una mujer y esos cuentos son mentiras tranquila mamá, yo no estoy haciendo nada malo y lo que pasa es que de noche, me gusta leer más”. Una noche de esas que están todos los hermanos, en sus faenas de asustar a las personas y serian como las once de la noche y todos se fueron acostar menos Lidia, que se quedó allí leyendo. Le dan las doce y ella entretenida pero nota que de repente siente una brisa
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fría, que le llego hasta los tuétanos, la luna se asustó y se escondió detrás de una nube. Lidia no le paro y siguió leyendo. Pero oía a lo lejos como un murmullo que el viento lo traía, ella lo vuelve a oír pero esta vez más claro, era como mucha gente andando en una procesión, cuando lo oye más o menos cerca de la casa donde vive Alchester, oye claramente que son unas personas que venían rezando, ahí si se le paran todos los pelos del cuerpo, se pone pálida del miedo, esta jipucha, siente el corazón latir a millón, empieza a sudar gotas de frío. En pocas palabras está chorreada del miedo, oía claramente a un grupo de personas rezando una letanía de un Rosario. Lidia pega un grito y se mete corriendo para dentro de la casa, no sin antes trancar la puerta. Se levanta la señora Crucita, Lidia al verla se le lanza encima y la abraza, está cagada del miedo, le pregunta su mamá qué le pasó y le responde Lidia “me acaban de asustar, oí una procesión que venía por la Avenida y al llegar a la esquina de Alchester, venían rezando”, le responde su mamá “ya te lo decía que dejaras esa maña de quedarte hasta tarde ahí”. Después de eso más nunca Lidia, ni sus hermanos se volvieron a quedar hasta tarde la noche, después se corrió la voz que lo que asustó a Lidia era una Procesión de las Animas.
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CUANDO ASUSTARON A ROBERTO HERNANDEZ, "EL MECANICO DEL PUEBLO" 91
Era más o menos el año de 1974 y sucedió en la barriada Los Malabares, que para ese tiempo sus calles eran de tierra, no tenían aceras, aún no había llegado los aires de progreso. Su nombre era Roberto Hernández El Mecánico del Pueblo, con su esposa María de Hernández, ella era de contextura baja, trabajadora, con una sonrisa a flor de labios, hogareña preparaba unos ricos espaguetis con carne molida. Tuvieron 5 hijos Roberto robertico o chivo arrecho, Miriam la niña, Wilfredo, Jorge Luis y Geomar. Ellos tienen su casa en el callejón Ruiz Pineda, desde hace mas de 40 años, al lado de la casa del conocido cantante de música recia, el amigo Antonio Sosa Mejías. Roberto es de contextura baja, de piel blanca, gran fumador de cigarros. En esos tiempos fumaba Marlboro, después paso al Vicerroy, el Astor Rojo y ahora Belmont, como un buen cojedeño adoptado, era amante de la pesca con anzuelo y atarraya. Le gustaba tomarse sus bien frías, era amante de los patios de bolas porque jugaba, era asiduo visitante de los botiquines junto a su compadre, el médico Rivas
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Molero, sus hermanos el profesor Alcides Hernández pequita, Félix Hernández felito y Ronzalito. Iban al Bar El Ultimo Tango, el Cinzano, Los Ranchos, Los Caracoles y el siempre y recordado patio de bolas del Botiquín El Llanero, de Telmo Garmendia ¿Quién no se tomo una cerveza o jugó una partida de bola, de dominó? Escuchando en la vieja rockola canciones de Antonio Sosa Mejías, como Omaira y Te entregaste en otros brazos o a El Carrao de Palmarito, que muchas veces llegó allí y se tomo unas bien heladas cervezas, también estuvo Luís Lozada el cubiro, y el infaltable Pedro Infante, con sus canciones que sonaban a cada rato en la rockola, otro también era el ecuatoriano Julio Jaramillo, con canciones como Rondando tu esquina, Nuestro juramento o Fatalidad. Roberto es un eterno enamorado de esa música y de la de Olimpo Cárdenas y Daniel Santos el inquieto Anacobero. Roberto llegó a trabajar en el recordado taller del Garaje del Estado Cojedes donde actualmente está funcionando Bus Cojedes. Era de profesión mecánico, para esos tiempos el andaba en un carro modelo Impala, después de cumplir su faena de trabajo salía en su carro a recrearse con sus amigos, así pasaba muchas horas, disfrutando con unas bien frías y nada más para completar la faena como los grandes toreros, escuchando en cualquier rockola canciones de Julio Jaramillo. Roberto se ganó el remoquete de El Mecánico del Pueblo, porque muchas veces arreglaba carros en su casa y era bueno en su oficio, era conocido en todo San Carlos, muchas veces hasta donde estaba accidentado el iba lo arreglaba y quedaba bien. Así pasó para principio de un mes de mayo, después
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de haber pasado una noche de faena con sus compadres y amigos, llegó a su casa. Eran como las once de la noche aproximadamente, ya se disponía a meter su carro en el garaje cuando al frente de su casa llegó una mujer de aspecto joven, de una belleza angelical, de pelo negro azabache que le llegaba hasta la cintura, cuerpo de sirena, con un caminar de reina y de piel blanca. Roberto al verla quedo hipnotizado por tanta belleza. Ella le dice “ando buscando a un mecánico porque mi carro se accidentó en frente de los mangos los que están entrando Los Malabares”. Eso para esa época era monte y culebra, ahorita son los que están entrando a la Urb. Rómulo Gallegos. Rápidamente él responde “soy el mecánico que busca”. El le pregunta que le pasó al carro y ella le responde con una voz dulce y muy sensual, “voy camino hacia Tinaco y al pasar por ahí se apagó, no prendió más, alguien pasó y me dijo que por aquí vivía un mecánico que le dicen “el mecánico del pueblo”, por eso vine a solicitar su ayuda”. Roberto se puso a la orden, ella sacó un cigarrillo y Roberto, rápidamente sacó una caja de fósforos y se lo encendió, ella aspiró y soltó una bocanada con una sensualidad que a Roberto, se le cayó la caja de fósforos. De ahí se fueron en el carro de Roberto, llegaron al sitio y estaba estacionado un carro modelo Fairlan 500 nuevo, de color negro. El se extrañó al ver ese vehículo. Se bajaron del carro y se fue a revisar el carro para saber cual era la falla, la bomba de gasolina no era, tampoco el carburador ni las bujías, ni batería, gasolina no era, revisó y el tanque estaba full. Roberto se rascaba la cabeza porque no encontraba la falla y la mujer le pregunta qué le
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pasa, el responde “no se preocupe de que lo hago andar lo hago”. Le pregunta qué hora es, y ella le responde “son las doce y treinticinco de la madrugada, ¿será que me regala un cigarrillo que los míos se terminaron?” Roberto, ni corto ni perezoso va hacia ella se seca las manos en un pañuelo que carga, le da uno de los suyos, ella lo agarra y rápidamente se lo enciende, repentinamente la luna se asusta y se esconde detrás de una nube, ahí si la noche se puso oscura, se escucharon los latidos de varios perros cuando están asustados, se siente una brisa que las ramas de las matas de los mangos se estremecen, Roberto siente un fuerte escalofrío que le corre por todo el cuerpo, hasta el cigarro se le cayó al suelo. El lo recoge y siente su corazón palpitar, presiente que algo anda mal, ahí la mujer le dice, “¿qué le pasa?” Roberto responde, “nada” ella entonces le dice, “que mala educación la mía no me he presentado” le da la mano, él se la toma y la siente helada como un cadáver. Ahí ella lo miro y se presenta así, “mucho gusto Roberto, soy la Sayona”. Ahí se transforma, la cara se desfigura, las bellas piernas ahora son dos canillas huesudas, las manos son dos pedazos de hueso y ahora su voz es ronca y le dice ahora no me ves bella y se ríe y pega un grito de lamento. Roberto cayó de rodillas al suelo y quedando más aplastado que un sapo en carretera y muerto de miedo, de repente ella va creciendo como una vara de coco, el trata de salir corriendo pero no puede, las piernas no le responde, están temblorosas viendo a esa mujer crecer como una canilla. En ese momento se oye el cantar de varios gallos, era la una de la madrugada, ella pega un grito que al más valiente le hiela la piel, le dice entre dientes “te
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salvaste será la próxima” y salió envuelta en un remolino de viento, hasta el carro desapareció. Roberto, como pudo, se levantó tembloroso, muerto de miedo, estaba pálido como bolsa de papel, como pudo se montó en su carro y llegó a su casa gritando ¡María, María, María!, ella pregunta que le pasa y sólo dice “me acaban de asustar”. Así en la mañana siguiente se corrió por la barriada Los Malabares, del susto que se llevó Roberto Hernández El Mecánico del Pueblo, con el espanto de la Sayona.
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LAS VACAS APARECIDAS
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Esto sucedió más o menos para los años de 1970, en la barriada Los Malabares. Había un grupo de amigos que les gustaba echar broma, trabajaban en lo que les saliera, así eran Ramón José Jiménez patorila, el hijo de Doña María Jiménez y criado como un hijo de Don Ventura Galindez, ambos ya fallecidos; Isaías Abreu, hijo de Doña María Abreu y Pastor Sierra el mocho pastor, ambos también fallecidos y dos personas que vivieron un tiempo en la barriada y después se mudaron a Las Tejitas, nada más nos recordamos de sus apodos, chuito y el negro dima. Para esos tiempos patorila, tenía como unos 19 años de edad y ayudaba a Don Ventura a limpiar los solares y jardines de las casas, así se ganaban la vida para ayudar a mantener a su familia, ya tenía su clientela, él hacía el trabajo y en la tarde iba a cobrar. Algo peculiar de él, que trabaja era desde las siete hasta las once de la mañana, de lunes a viernes. Para esos tiempos, su esposa Doña María Jiménez, trabaja como cocinera en el comedor de la escuela Iginio Morales, mientras tanto se quedaba en la casa su hija Esther, haciendo los quehaceres y cocinando. Era una muchacha buena moza, tenía como 18 años
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de edad, un buen cuerpo, unas piernotas, muchos la enamoraban pero nada, era dura como un sancocho de piedra. Don Ventura era celoso con su hija, el tenía la costumbre de andar siempre con un machete bien afilado, con eso corría a los enamorados. Ya para las tres de la tarde, se acostaba en una hamaca, debajo de una mata de mango y se tomaba una taza de café en un pocillo de aluminio y lo acompañaba con un pan salado relleno con carne esmechada o pollo, que Esther ya le había preparado. El llamaba siempre a Isaías, que vivía al lado de su casa y tendría como unos 16 años de edad. Isaías se había hecho amigo de Don Ventura, tanto era que lo llamaba siempre a tomar café, al tiempo, Isaías lo ayudaba en la limpieza de los solares y el le pagaba por eso. Chuito y el negro dima tendrían ambos como unos 20 años de edad cada uno. Esos cuatro amigos agarraron la maña de ir a pescar. Casi todos los días se iban al río que esta situado detrás del INCE Agrícola, hacia El Limón. Se iban desde la barriada a las ocho y llegaban al sitio de pesca a las nueve y media de la mañana. Se iban caminando por el camino del canal, pasaban los algarrobos y seguían caminando, lo que veían era monte y culebra, parecía una selva, pero no les importaba ya estaban acostumbrados a ese paseo. Isaías llevaba una mochila donde cargaba una botellita pequeña de aceite, una barrita de mantequilla, una harina pan, sal, ajo y un cuchillo, porque ellos pasaban todo el día pescando con anzuelo, pescaban palambra en la chorrera y lunarejo en los remansos.
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Don Pastor, siempre les decía “cuidado si los asustan por esos montes o se los come el tigre” ah muchachos para reírse de esas cosas y decían, “tranquilo, eso no pasará”. Ese día se fueron a su rutina de pescar, iban alegres, presentían que habría buena pesca, y llegaron a El Limón, eso es donde está ahora situado el INCES. De ahí caminaban un poco más hacia adentro, donde casi el canal le cae al río, ahí era donde ellos se iban a pescar, pero antes de llegar allá, como decir unas 5 cuadras del río, había un pajonal que era puro de gamelote de unos tres metros de altura, desde algún tiempo ellos se quitaban la ropa y quedaban en puro chor porque así se metían al río a pescar, ellos habían encontrado ese sitio y como era un pajonal alto, cada uno escondían su ropa ahí, por si acaso nadie se la robara y así ellos pescaban tranquilos y al regresar la sacaban de nuevo y se vestían para irse a sus casas. Se fueron a pescar. Isaías parecía un pescado, cómo nadaba ese negrito, primero se divertían ahí en el río y después se ponían a pescar. Bueno, ese día pescaron varias palambras y lunarejos, ya para el mediodía habían pescado. Patorila y el Isaías habían agarrado los pescados y empezaron a prepararlos, como llevaban los ingredientes para fritarlos lo hacían, y con la harina hacían varias arepas para acompañar ese pescado frito. Ese día se entretuvieron mas de lo normal y de verdad traían varias mochilas llenas de pescado y estaban contentos porque llevarían pescado para comer con la familia, vinieron con su cargamento y llegaron hasta el pajonal donde tenían escondida la ropa, para sorpresa de ellos ese sitio, estaba rebajado como si alguien lo había cortado a punta de machete, se veían las caras de
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asombro y no creían lo que estaban viendo, se pusieron a revisar el pajonal y estaba cortado. Ahí encuentran las ropas de cada uno de ellos, Isaías ve su ropa la agarra y está babosa, es una saliva verde, dice el negro dima, “voy a revisar el sitio… esto lo hicieron unas vacas, miren hay bosta recién puesta”, pero olía era a creolina. Esos los asustó y dice Isaías, “¡coño, pero por estos lados nunca hemos visto ganado, esto no es normal!”. Agarra cada quien lo que dejaron de las ropas, las camisas estaban babosas y con más huecos… como si fueran ido a la guerra, ni hablar de los pantalones parecían unos coladores de espagueti. Las agarraron y se fueron al rió para tratar de lavarlos y se reían al verlas así y lo más triste para ellos es que no tenían plata para comprarlos y tenían que trabajar varias semanas para ello, dice Isaías “camaritas esto no es normal ¡pinga!”. Los demás dicen que es verdad, que algo paso ahí. Alguno comenta, “ahora tenemos que irnos un poco más tarde porque no podemos irnos así en chor por ahí, si nos ve la policía nos meten presos”, todos dicen que es verdad y así cuando eran como las seis y media de la tarde emprendieron la venida para la barriada, pero estaban asustados porque no veían a ninguna vaca por esos sitios. Como a las nueve de la noche llegaron a la casa, estaban todos preocupados porque no aparecían por ninguna parte, al verlos llegar en esas fachas se rieron pero los regañaron. Al Isaías Doña María le dijo “viste, eso les pasó por esa maña de irse a pescar todos los días a ese monte”. Don Pastor le echó una regañada de espanto y brinco, Isaías decía con la cabeza gacha de la pena “no mamá, eso fueron unas vacas aparecidas de la nada que
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hicieron eso” y un señor que estaba en la casa, le dice a los viejos, “tranquilos ya no lo regañen, lo importante es que vino con bien, además dicen que si fueron unas vacas que les comió la ropa es señal de buena suerte, y si fuera sido un burro es mala suerte” y así lo dejaron de regañar, se fueron acostar y como si no paso nada, Isaías se acostó más triste que muchacho cuando le roban su bicicleta. Así pasaron como dos semanas y los muchachos no fueron a pescar. Un día le dicen a Isaías que si quiere trabajar encujando tabaco en una tabaquera de los Montenegro, eso quedaba entrando a Las Vegas, el dijo que si y así empezó a trabajar. Se iban a las cuatro de la mañana, ellos se iban a esperarlo en el cruce de vía y un camión 750 se los llevaba a todos, iba gente de La Morena, Los Colorados, la Boca Toma y de otras partes de San Carlos. Ya para las cuatro de la tarde los traían a ellos en el mismo camión y venían más negros y oliendo a tabaco y muertos del hambre, y eso que se llevaba cada quien una pequeña vianda de comida pero que va, esa encujada de tabaco les daba hambre y eso que allá había una señora que les fiaba arepas y refrescos y el sábado, día del pago, le pagaban. Así pasaron dos semanas y a Isaías no le rendía mucho la encujada del tabaco, ya para el sábado al mediodía que le tocaba el pago, el pagador le daba era 35 bolívares, eso era lo que el capataz le pasaba en la relación, comparado con otros que sacaban hasta 500 semanales, y para esos tiempos era plata, él estaba ahorrando para ver si se compraba sus pantalones y la camisa, y le daba a sus padres para que compraran comida. Sucedió una semana que le toco el día del pago e
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Isaías sabía que iba a cobrar era 35 bolívares, y cuando el pagador dice su nombre y dice firme aquí y le da una ruma de fuertes, Isaías se hacía el loco porque el sabía que esa no era su plata, el pagador le dice “¿qué te pasa negrito Isaías, no vas a cobrar?” y ahí el agarró la plata, se la metió en el bolsillo del pantalón pero se metió un pañuelo para que no sonara esa plata y le preguntaban, “¿cuánto sacaste?”, decía Isaías, “lo mismo, 35 bolívares, a mi no me rinde mucho pero ahí voy”. Se montó en una camioneta que los trae para la casa, ahí venían varias mujeres y le veían ese bojote que se le notaba y como se había metido una pañuelo, más todavía, como dicen por más que te escondas se te ve ese bojote, las mujeres lo veían y se reían y el negro Isaías estaba apenado. Llegó a su casa y no dijo nada, se fue al baño y contó la plata. Le habían dado 95 bolívares en puro fuertes de 5 bolívares; el agarró sus 35 y lo demás los guardó por si acaso se los pedían. No dijo nada y así fue el lunes a trabajar, pasó la semana y no le dijeron nada, pasó otra semana y nada, ahí si el dijo, ya esa plata es mía, le dijo a su mamá lo que le había pasado y se acordó de lo que le dijo el señor de que era suerte lo de la vaca y así pasó. Esa semana Isaías se compró varios pantalones y camisas, hasta unos zapatos se compró y varias alpargatas y a sus padres les compró ropa. Así se supo de las vacas aparecidas que les comieron la ropa a los muchachos y la suerte de Isaías.
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Y FUE EN POTRERO LARGO
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Sucedió en Manrique, un día cualquiera del año 2007, en un caserío llamado Potrero Largo. Es un sitio en donde se respira el aire de campo, hay casas de bahareque, viviendas rurales y familias que aún conservan la tradición de sus abuelos, la cual es de tener un conuco y de allí tener el sustento para el hogar. Hay siembras de caraota, quinchoncho, ñame, yuca, maíz, matas de mangos y naranjas, plátanos y hasta topochos. Así se conserva la tradición de un bello pueblo tranquilo, donde los muchachos se divierten jugando en las calles o cuando se van a la quebrada que se encuentra allí. Es un pueblo rodeado de montañas, sembradíos y un clima fresco. Así se vive sabroso. Ña Sinforosa de Velásquez se encontraba sentada en una mecedora mirando en el patio, jugar a sus tres nietos, era un patio grande que colindaba con el conuco que ellos tenían. En ese momento venía apareciendo por la entrada del conuco, un burro llamado Ceferino. Venía cargado de un saco de maíz y de yuca, traía también diez kilos de quinchoncho recién sacado y fresco, todo eso lo traía su hijo Hermenegildo guayabo. Curtido por el paso de los años en la agricultura y hasta albañil era
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el hombre, jugador de gallos, de dominó y su pasión favorita las bolas criollas, la cual siempre acompañaba con una bien fría Polar. Fue un día del mes de mayo que fueron de San Carlos a visitar a su abuela Ña Sinforosa y a Hermenegildo, sus hijos Ramona, Yajaira, Leidys y llevaban a los nietos Aili, Rendí Esmeralda y Darwin. Ellos siempre iban a pasar un fin de semana en casa de su padre Hermenegildo y la abuela en Potrero Largo, ayudaban en el conuco y también a preparar las ricas cachapas con maíz traído del conuco y la acompañaban con queso de mano, mantequilla y hasta a veces con cochino frito, sin faltar un rico guarapo de caña o papelón con limón. Después de eso aprovechaban para ir al río, quedaba a algunas cuadras de la casa de Ña Sinforosa, quebrada abajo vía Valle del Río, se encuentra el paso del Encantado, sitio turístico por preferencia de la gente, ahí contemplan el paisaje que refleja la naturaleza, un clima fresco rodeado de árboles, montañas, el típico día para pasar en familia a la orilla del río, comiendo un rico hervido de pescado, en platos redondos hecho de tapara al estilo llano y de la gente del campo, ese hervido en tapara es fuera de este mundo por lo sabroso que queda y si se le agrega cilantro de monte, hasta un muerto lo levanta. Ese día Ña Sinforosa les dice a los nietos que no fueran al río, porque el día no lo veía bien, ella era de esas viejitas comadronas que tenía mucha experiencia y siempre tenía un sexto sentido para prevenir las cosas, pero los muchachos le dijeron entre risas, “no abuela esos son cuentos de aguaita camino, el día está calidad para irnos a darnos un chapuzón al río”. Así se fueron Ramona,
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Yajaira, Leidys, Rendí, Aili, Darwin y unos amigos de las muchachas que vivían cerca, mataguara, Bonifacio y Alí chigüire seco. Así fueron alegres, caminando al Encantado, iban más contento que muchachos con chancleta nueva, se desviaron del camino, se metieron por una vereda que daba al conuco de Anacleto, le quitaron la tranca a la puerta y pasaron para cortar camino, entre brincos y risas fueron comiendo mango bocado, naranjas, guayabas y hasta agarraron y las metieron en una bolsa para que cuando estén en el río y les de hambre comérselas. Después llegaron a una especie de riachuelo con unas matas de mango y bastante monte, al cruzar el riachuelo iban todos juntos. Ae repente grita asustado chigüiro seco, “no jile ¡Ave Maria Purísima! ¡Que bicho es ese?. Todos miraron hacia donde él decía y de unos matorrales salio una vaca de color negro azabache, con los ojos ardientes como dos fogones echando chispas, Ramona pega un grito, del susto soltó el paño y la ropa de sus hijos Aili, Rendí y Leidys y se arrodilló a llorar como niña cuando le quitan su muñeca, Bonifacio llevaba la bolsa con las frutas y una cavita pequeña con hielo y refrescos, bueno, eso lo tiro al monte; Yajaira se puso rojita como un tomate y hasta los pelos de la cabeza se parecían a una cerca con alambre púas “¡Ay carajo!” de donde salió esa vaina, si en el conuco de Anacleto, no tiene animales” decía gritando Dilia. Leidys gemía, “esa es la vaca del demonio y está arrecha porque nos metimos sin permiso al conuco a comernos las frutas”, ahí si, pies para que los tenemos, todos echaron a correr como gacelas en sabanas. Al ver que ese animal endemoniado venía hacia
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ellos, ni el polvo quedó. Ramona corrió con sus hijos, logró encaramarse en una mata de mango, la acompañó Bonifacio. Yajaira y Leidys, se montaron en una mata de naranja, Darwin y chigüiro seco se escondieron en unos topochales, la vaca endemoniada llegó hasta donde estaba montada Dilia, del miedo le gritaba “vete, prometo no entrar más a un conuco sin permiso”, la vaca con esos ojos de candela, ella gritaba y lloraba junto a sus hijos de repente en el desespero se quita las sandalias que traía puestas y se las arrojó a la vaca, eso la enfureció, las agarro y destrozó las pobres sandalias, que no quedó ni para coser un pantalón, de allí se fue a la mata de naranja donde estaba Yajaira y Leidys, que estaban más asustadas que ratón en baile de gato; la vaca embestía con fuerza a la mata pero las muchachas estaban más agarradas que garrapata en perro, de repente la vaca se volteó hacia donde estaban Darwin y chigüiro seco, la bestia fue hacia donde Ramona dejó tirada la ropa y la volvió añicos, la cava quedó fue para el recuerdo, de repente aparece un remolino fuerte, la vaca salta a los matorrales, y así pasaron varios minutos y aprovecharon para salir de donde estaban encaramados, se acercaron donde la vaca hizo añicos las cosas de ellos y decía Ramona, “ah mundo no quedo ni para remedio”. Se les había pasado un poco el miedo y se preguntaban que vaina era esa cosa que les había salido, nadie daba respuestas, aún las piernas les temblaban como manjar de majarete, habían dados unos veinte pasos y ¡zuas! aparece de nuevo un remolino que asustó a los muchachos y pinga, se oye el aullido de un perro asustado, la sangre se les empezó a helarse a cada uno de ellos y un frío les recorrió por toda la espina dorsal
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y ¡caracha carajo! del matorral volvió aparecer la vaca endemoniada. Dijo Leidys “esa vaca endemoniada nos viene a comer y que cachos tan grandes tiene ¡mamá!”. A correr todos de nuevo, la vaca los persiguió un trecho largo, de repente Ramona voltea y se para en seco, “muchachos se esfumó la vaca endemoniada”. Allí aprovecharon para salir del conuco de Anacleto, pasaron el susto y se fueron a bañar al río encantado, así pasaron la tarde y se olvidaron del susto que se llevaron con la vaca endemoniada, lo que si nunca más hicieron fue entrar a ningún conuco sin permiso, ni mucho menos al de Anacleto
Indice
Agradecimientos AQUELLOS CAZADORES DE PAJAROS
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EL AHORCADO DEL CANAL
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EL AHORCADO DEL CLUB DEL CONCEJO MUNICIPAL
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EL BURRO JIPEADOR
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EL CARRETON DE LOS MALABARES
31
EL COCHINO QUE NO ESTABA MUERTO
38
EL DUENDE EN CASA DE VICENTA EL ESPANTO DE LA TABAQUERA
46
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EL GALLO MUERTO
52
EL HACHADOR DE PALAMBRA DEL DOCTOR
57
EL HOMBRE SIN CABEZA DE LA MANGA DE COLEO
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EL PERRO ENDEMONIADO
67
EL ROPA VEJERO
70
LA MONJA
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LA BRUJA QUE ASUSTÓ A ÑONGO
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LA FANTASMA VIVA
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LA PROCESION DE LAS ANIMAS
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CUANDO ASUSTARON A ROBERTO HERNANDEZ, "EL MECANICO DEL PUEBLO" LAS VACAS APARECIDAS Y FUE EN POTRERO LARGO
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Fundación Editorial El perro y la rana Imprenta Regional Cojedes Consejo Editorial Popular Estado Cojedes: Aurymar Granadillo Especialista en Gestión Cultural - Area del Libro y la Lectura Deibi Díaz Red de Escritores de Venezuela - Capítulo Cojedes
Eduardo Mariño Diseño Gráfico y Edición José Baute Impresión y Montaje
Esta edición de 500 ejemplares se culminó en octubre de 2008 en la Imprenta Cojedes de la Fundación Editorial "El perro y la rana" En su impresión se usaron tipos Franklin Gothic, Linotype Univers y Bembo
Samuel Omar Sànchez (San Carlos, (1962) Hijo de Manuel E. Sánchez, el morocho y María Carlota de Sánchez. Técnico de audio, escritor e investigador. Cuentos de Los Malabares recoge sus crónicas fabuladas de esta populosa y tradicional barriada de San Carlos
Muchas son las historias que cuentan las comunidades. En ellas se entretejen los sueños, las realidades y los sentimientos profundos que nos hacen ser lo que somos. Samuel Omar Sánchez nos ofrece uno de estos tejidos en sus Cuentos de Los Malabares y nos habla de un San Carlos definitivamente nuestro y no tan distante en el tiempo. De un pueblo definitivamente sabio y rico en cultura, en belleza.