Lineas de un aprendíz hg

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Héctor González

Líneas de un aprendiz


Versiรณn Digital Enero 2018 Sistema de Editoriales Regionales - SER Cojedes - Venezuela



Arco de Taguanes, es un monumento que conmemora la Batalla de Taguanes, en la ciudad de Tinaquillo, en Cojedes Venezuela, se trató de un enfrentamiento protagonizado por lanceros comandados por los generales Atanasio Girardot, Fernando Figueredo y Rafael Urdaneta, quienes alcanzan en las sabanas de Taguanes al Coronel Julian Izquierdo comandante del ejercito español y le causan la derrota en esta árida llanura, donde el entonces sargento José Laurencio Silva cumple azañas de valor.


El Sistema de Editoriales Regionales (SER) es el brazo ejecutor del Ministerio del Poder Popular para la Cultura para la producción editorial en las regiones, y está adscrito a la Fundación Editorial El Perro y la Rana. Este Sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una editorial-escuela regional que garantiza la publicación de autoras y autores que no gozan de publicaciones por las grandes empresas editoriales, ni de procesos formativos en el área de literatura, promoción de lectura, gestión editorial y aspectos comunicacionales y técnicos relacionados con la difusión de contenidos. El SER les brinda estos y otros beneficios gracias a su personal capacitado para la edición, impresión y promoción del libro, la lectura y el estímulo a la escritura. Y le acompaña un cuerpo voluntario denominado Consejo Editorial Popular, co-gestionado junto con el Especialista del Libro del Gabinete Cultural estadal y promotores de literatura de la región.


Héctor González

Líneas de un Aprendíz

Fundación Editorial el perro y la rana Sistema de Editoriales Regionales-SER ¦ Cojedes. 2018 Colección Literatura Edición Digital


Edición digital 2017 © Héctor González © Fundación Editorial el perro y la rana, 2017 Ministerio del Poder Popular para la Cultura G-20007541-4 Centro Simón Bolívar, Torre Norte, Piso 21, El Silencio, Caracas – Venezuela 1010 Telfs.: (0212) 377.2811 / 808.4986 http://www.elperroylarana.gob.ve coordinaciondels.e.r@gmail.com @perroyranalibro Fundación Editorial Escuela El perro y la rana Sistema de Editoriales Regionales-SER, Cojedes Calle Sucre, entre Manrique y Libertad, Edif. Manrique 1er. Piso. Cojedes – Venezuela cojedes.ser.fepr@gmail.com @SNICojedes Editorial Cojedes

Diseño y diagramación Deibi Diaz Portada © Alejandro Antonio López Técnica: Dibujo sobre papel Tamaño: 15cm x 23cm Depósito Legal: Dc2018000069 ISBN: 978-980-14-4094-9


Héctor González

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Prólogo Igor Samsa terminó viviendo en cojedes y muy poca gente lo sabe. Hay un margen infranqueable en la narrativa Cojedeña contemporánea que pasa por la simplificación y el uso común del lenguaje, cosa propia de la narrativa venezolana, y por una extraña estilización de este lenguaje que la hace ser sutil y real a la vez, llena de flores de poco aroma y muchos colores, que la convierte pues, no solo en un estilo propio en la narrativa venezolana, sino también, en la narrativa contemporánea más desarrollada e irónicamente empírica de nuestro país. Quien lee lo que se escribe en estos momentos en Cojedes, especialmente lo que escriben los jóvenes, notará que este estilo narrativo es omnipresente, que surge de la misma forma que surgen las ahuyamas, por todos lados, de la tierra fértil, de los escombros, de las piedras. Es probable que esta experiencia casi mística surja de la retorcida pluma de Eduardo Mariño, quien podría considerarse como el padre de este estilo narrativo que toca con la misma aparente apatía lo autobiográfico, lo mágico, la ciudad que se debate entre la vida diaria casi estática de los llanos y el tradicionalismo absurdo de los poblados, entre la melancolía y la depresión barnizada por una botella de ron. Esos relatos que no se sabe si son poemas o cuentos o una novela presentada de manera extraña, forman nuestra narrativa contemporánea. Este es justamente el ritmo de lectura que se presenta en el libro Lineas de un aprendiz de Hector Rodriguez.


Su forma de abordar temas cotidianos para un periodista, y aun así hacerlos interesantes, y además, atractivos a los lectores no periodistas, es un logro que solo puede explicarse con una definición, Narrativa Cojedeña Contemporánea. Este libro es además, una ráfaga de viento fresco de este estilo narrativo. Desde Confesiones desde el Banquillo de Daciel Pérez, no existía un libro que brindara tal aporte a este estilo literario como la opera prima de un hombre que ya había escrito bastante. Esta virginidad extraña, de ficción y real, está en el y mismo lugar en que nuestra narrativa contemporanea se toca con la den resto del país, en un lugar que solo existe en los cuentos.

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Entrevista con el difunto En 30 años de intensa labor periodística, topé con presidentes, ministros, cancilleres, caníbales, magos, escritores, narcisos y otras especies, pero jamás el oficio me exigió tan aguda pericia como el día que me tocó entrevistar a un difunto. Fabián de los Reyes Parreira murió una caliente mañana de marzo, en medio de una atmosfera enrarecida por su imprevista partida y la discordia familiar por tajadas de la herencia. En medio de la siesta, mi jefe procuró mi atención vía telefónica: -¿Ya supiste que murió Don Fabián?, -Si, pobre hombre, lo único que tenía era plata-, pues te tengo una encomienda especial que cerrará con broche dorado tu carrera-, -aja , y me imagino que al retirarme seré inmune a los achaques de la vejez-, -deja el sarcasmo para otro momento, esto es serio. De buena fuente me dijeron que el espíritu del viejo ronda por la casa, se sienta en su despacho enojado y lamentando su muerte. Ya que puedes hablar con ellos, es tu oportunidad de entrevistarlo y contarle a tus lectores la experiencia de morir-, -Cuando pensé que más loco no podías ponerte, superas tus propios límites, te felicito-. -Vamos trovador, qué cosa puede haber mejor para conocer lo que hay más allá de la muerte que el 12


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testimonio de un difunto, tu eres el único que sabrá cómo abordarlo, nadie podrá contarlo mejor, harás historia, tu sellada inmortalidad tendrá una guinda esplendida-, -no tengo necesidad de demostrar nada, más confieso que imaginar qué cosa preguntarle a un muerto me sube la libido, lo pensaré, llama en una hora-. No pensé en nada, me sabía incapaz de resistir semejante propuesta. Contemplé un instante mis pensamientos, eran nítidos. Don Fabián me parecía un sujeto arrogante, capaz de todo por sentirse superior, nunca soporté a gente así, pero ahora está muerto, puede que así también quiera seguir figurando y revele cosas que solo en la eteriedad se ven; la intuición me guiará. Pasaron 10 minutos desde que colgó el jefe, le marqué y apenas respondió dijo: -Sabía que aceptarías, tu alma de periodista es infalible-. – Iré hoy por la noche vestido para velorio, apenas dé el pésame, veré como entro al despacho-, haremos historia trovador, haremos historia-. A las siete en punto salí de casa, el velorio era a dos cuadras en línea recta, no más levanté la vista divisé hileras de vehículos parqueados a ambos lados de la calle, constaté la presencia de mi grabadora y libreta de apuntes en los bolsillos del sobretodo y aceleré el paso. 13


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Medité un instante las preguntas, no tenía formulación precisa, no aún, ya antes me pasó y la entrevista salió prolija, aunque romper el hielo con un muerto no ha de ser sencillo. La mansión Parreira, lúgubre y oscura, acogía solemnemente el velatorio de su más encopetado patrón. Alrededor del sarcófago en la sala principal, sentados sin mediar palabra alguna, familiares cercanos y amigos yacían en un pesar fútil. Me acerqué a sus dos hijos, estreché sus manos y palmeé sus hombros en señal de condolencia, siempre en silencio y con gesto afable sobreactuado ante la ausencia de palabras adecuadas. Cumplido el protocolo, debía encontrar la forma de subir al despacho, en mi hoja de ruta estaba Lupita, la criada de la casa, y con quien tuve amores fugaces en mis dorados 35. Tuve suerte de hallarla en el jardín, parada a los pies de un almendrón, me acerqué con parca seguridad-. -Vea Lupita, no andaré con rodeos, necesito entrar al despacho de Don Fabián y entrevistarlo, tenga la bondad de dejarme pasar-, -sabía que vendrías, mi querido trovador, fui yo la que le dije a su jefe que el viejo estaba penando allí arriba, quejándose como siempre de todo, hasta todavía me llama, figúrese. Tome la llave y suba, 14


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hará la nota de su vida-, -envolví su mano áspera y frágil antes de coger la llave y le dije: quisiera agradecerle cogiéndola como nunca, pero no prometeré lo que no puedo cumplir, por eso me limito a darle las gracias, es usted muy amable-. Mientras subía la escalera se me helaba la sangre, estaba aterrado, por cada paso dado subían las pulsaciones y a pesar de los sollozos del funeral, cada vez oía más fuerte el latir de mi corazón. Es cierto que podía hablar con muertos, desde niño los oigo penar en su mundo, pero jamás me vi en la necesidad de interrogarlos, jamás. Una vez frente a la puerta, cogí aire y la abrí, pálido de miedo pero imperturbable en mis objetivos. Cuando entré, en efecto estaba Don Fabián en su forma etérea, sentado sobre una silla ejecutiva y portando su traje HRH , tenía las piernas cruzadas y una mirada sarcástica clavada sobre mí. –Pasa muchacho, olvidemos las solemnidades en esta ocasión, tengo rato esperándote y sé que estas ansioso como yo, no olvides que son mis primeras palabras como difunto, ponte cómodo, enciende la grabadora y la retórica-. -Se lo agradezco mucho, Don Fabián, creo que con esto pondré fin a mi carrera, mire que tengo cosas para contarle a mis nietos, pero esto superó los límites de mi imaginación-, le dije 15


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con el pulso cada vez más raudo mientras me sentaba frente a él, coloqué el grabador sobre el escritorio y abrí mi libreta de anotaciones. Ahora que está muerto, ¿percibe igual que nosotros? ¿Le importan todas las cosas materiales que dejó en vida? Lo que me llevó hasta aquí de forma tan intempestiva, fue justamente todo ese empacho de cosas, lo heredado me robó la infancia, en lugar de corretear por charcos y caminos tenía que aprender modales pomposos, palabras decoradas y cuentas de muchos ceros para llevar los compromisos que por gracia de la providencia me fueron otorgados. Pura mierda, me dejé 3 ulceras, 1 trombosis y un ACV en el camino, atendiendo obstinadamente lo que, ahora se, es una maldición. Vivo no haría estas reflexiones, me conociste y era un viejo insoportable y tacaño. La visión desde acá es otra, no sé en qué estado del limbo, cielo o infierno estoy, pero no necesitar un reloj es buena señal. Al verme salir de lo que era mi enclenque y arrugado estuche, fue como si se agudizaran los sentidos. Trato de usar palabras para tu humana comprensión, fíjate que hasta pedagógico y sensible me volví. ¿Puede ampliar ese tema de sentidos agudos? 16


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Vea maestro, de este lado no puede hablarse de sentidos porque no los hay, ¿alguna vez oyó hablar de la intuición? Quizás, en mi intento por hacerme entender, sea esa la palabra adecuada para que puedas reflejarla en tu reportaje. No hay dolor, ni sabores, ni olores, si una profunda solemnidad que me permite incluso saber, solo porque así llega, el recorrido que hiciste para llegar aquí y el brillo en los ojos de Lupita al verte. Se inclusive lo que piensas ahora mismo y puedo ver el fuego en tu interior, que resplandece con frenesí mientras desarrollas tu oficio. ¿Tú puedes ver el fuego interno de las personas? ¿Al morir se le acercó alguien para guiarlo o darle instrucciones? ¿O a decirle donde estaba y qué debía hacer? Nadie, solo había una soledad singular. No oyes nada pero escuchas todo, pasando el volumen por el nivel de desespero, ahora mismo escucho a mi hijo mayor gruñendo de inconformidad por lo leído en el testamento, brama más fuerte que todos los falsos sollozos de los hipócritas afuera sentados, de los cuales lamento ahora saber cuánto desprecio ocultaban. Pero eso es un triunfo de mi arrogancia y egoísmo. Desconozco la región que habito, desconozco el nombre y si tiene gobernante, pero se 17


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asemeja mucho a un desierto, no hay nada. Es como estar vacío y vaya que conozco lo que es eso, la diferencia es que acá no hay ningún peso aturdiéndote la moral y la conciencia. Liberado de ese peso, ¿qué haría si tuviera la oportunidad de volver? Tampoco querría volver, pero como se trata de contestar tus preguntas, creo que lo primero sería sentarme a tomar un buen vino habiendo tirado antes el celular a la basura, ese pedazo de coltán y plástico no me dejó nunca sorber despacito una copa entera. Buscaría un método que permita, con mi fortuna, borrar las brechas que separan a opresores de oprimidos en estos lares, así eso me cueste volver a morir en manos del gobierno o de alguna corporación, el verdadero gobierno. Que se vaya todo en eso, menos una parte. Esa parte a la que me refiero me servirá para salir y conocer el mundo, viajar a los lugares más hermosos del planeta, esta vez sin negocios en la cabeza, conocer otras culturas y otros puntos de vista, acá pensamos que no hay nada más allá de lo que creemos, fíjate que no he visto a San Pedro por ninguna parte, y no faltaba en misa de domingo, ni nadie me ha llevado con un barbudo a responder por mis pecados. 18


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Si, viajaría mucho, es lo que más haría, respiraría, usaría los sentidos que antes no usaba para nada, o que usaba solo para alimentar mi mal genio y presumir de todos los cachivaches que tenía. ¿Qué piensa hacer ahora? ¿Pensar?, no necesitas pensar en este estado, todo se intuye. Puedo intuir, por no ser arrogante y afirmar, que cuando salgas de aquí te pondrás a escribir, porque las cosas que te digo deben ser vaciadas para que no te atormenten, puedo saber también que es hora de un retiro por la puerta grande, es bueno colaborar con eso, en vida nunca colaboré con nada. Ahora debo esperar, si esto es a lo que llaman estar penando, es una verdadera pena. No sé qué asunto dejé pendiente, pobre Lupita que a cada rato la ando molestando y aun cree que sigo siendo el mismo, pero es que ella me conocía todos los secretos y quizás ahora pueda saber de qué carajo es que necesito liberarme, cuál asunto es que él está pendiente o de si este será mi infierno. Necesito respuestas trovador, la intuición de la que te he hablado no me sirve en este apartado, si hay alguna especie de maestro o ser evolucionado en este lugar, espero venga pronto y me ayude a pasar de fase, si es que así se dice. Mientras 19


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tanto estaré aquí, contemplado mi funeral y mi entierro, no vengas porque no hará falta. -Listo, Don Fabián, le estoy muy agradecido, creo que con esto me puedo retirar y morir tranquilo. Me confieso sorprendido por su actitud afable y simpática, suavizó un poco las cargas porque vaya que se me hizo difícil esta entrevista, le hice cinco preguntas que surgieron como en una improvisación planificada, pero tuve que exigirme y ponerme hasta metafísico-. -Descuida, para mí fue un placer responder tus preguntas, sé que con las respuestas y la pedagogía de tu pluma , algo podemos dejarle a esa pobre gente que se olvida de vivir, ahora ve y has lo tuyo-. Salí del despacho pasada la medianoche, busqué a Lupita y le di un largo beso en agradecimiento, la emoción impidió miramiento alguno. Mientras caminaba a casa, oía diáfano cada pensamiento o reflexión que pasaba por mi cabeza, jamás fue tan armoniosa la melodía de mis ideas. Una vez listo el primer párrafo, siempre el más complicado para los que gustan contar buenas historias, fluyó la redacción de las cuatro cuartillas necesarias para llenar la página tabloide con el reportaje especial, me sentía poseído por fuerzas sobrenaturales. Título a una línea, sumario a dos, el talento del caricaturista para ilustrar la historia 20


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y la creatividad del diseñador para darle armonía al especial redondearían la faena. Cuando paré de escribir eran las cuatro de la madrugada. Dormí un par de horas, fue el descanso más placentero que tuve jamás. El café de aquella mañana tuvo también un sabor especial, su aroma era solemne y su sabor celestial, el que se siente cuando haces lo que amas. A primera hora entregué en la edición mi encargo paranormal, el caricaturista necesitó solo un par de horas para plasmar la ilustración perfecta, en total correspondencia. Diseño y diagramación hizo su parte de acuerdo a las plantillas establecidas por el estilo del rotativo y pasaron la página a revisión. Llegó a ojos del jefe a las 12 del mediodía, me llamó a su oficina y lo revisó en mi presencia, silencioso y con su mano derecha en la barbilla, acariciándola mientras recorría con esmero cada línea. Mientras avanzaba, un brillo especial se fue apoderando de sus ojos y su cara iba lentamente dibujando una sonrisa cómplice, hasta que habló: -justo como la esperaba, brillante y reluciente, esmerada y pulcra. Es el colofón que le faltaba a tu intachable trayectoria, una vez lo contemples mañana, puedes irte tranquilo a descansar y a hacer lo que siempre has querido en tu vejez, 21


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felicidades y créeme, te echaré mucho de menos-. Al siguiente día a las ocho de la mañana, no quedaba ninguno de los 850 mil ejemplares que imprime el diario, el ambiente estaba inundado de comentarios sobre el difunto y lo que hay más allá de la muerte. El gobierno nacional envió un comunicado a las oficinas rechazando lo que consideraron una maniobra para crear zozobra en la población para trastornar las creencias orientadas por el clero y la divina providencia. Recostado en mi hamaca, me despedí de Don Fabián que fue a estrechar mi mano en agradecimiento. Así di por cerrada mi carrera periodística, dije siempre que serían 30 años y que al retirarme, me iba al paramo andino a disfrutar de la paz y el silencio, y tal vez a escribir algún cuentecito. Tres meses después de llegar al apacible lugar donde tracé este relato, un joven amable y cordial, como todos los de la zona, se me acercó y me dijo: -Señor trovador, venga a mi casa por un café, con eso le muestro la hemeroteca donde guardo todas sus historias-.

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El Príncipe perdido (CUENTO INFANTIL) La abuela concluyó su faena en el corral, con premura cambió el agua de tres pollos que arribaban a dos semanas mientras la gallina decapitada minutos antes despedía sus últimos suspiros de agonía, sería la encargada de sazonar el caldo que repondría las fuerzas de su nieta, quien pasó la mañana con los vómitos imprevistos que tanto acongojaron sus primeros años de vida. La niña, sentada en el afable piso de la vivienda y distraída del reciente quebranto, jugaba con dos pequeños muñecos de plástico que había extraído como únicos atractivos de una casa de muñecas que su madre le había obsequiado semanas atrás, eran una princesa y un príncipe, pero algún encanto especial guardaba este último, lo mimaba con exclusiva atención y se angustiaba cuando no podía encontrarlo en su caja de cachivaches, era sencillamente su predilecto. El frágil plástico cedió extenuado por las mil batallas libradas en sus sudorosas manos, una parte de su diminuto brazo izquierdo se desprendió mientras ella lo hacía cruzar el río más indómito que su imaginación podía crear para rescatar a su princesa, abuela- exclamó con voz quebradiza, -mi 23


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príncipe se aporreó con una piedra y se rompió el brazo- a sus sentidas palabras le siguió un llanto sombrío, que superaba por mucho el mínimo requerido para conmover a su abuela. La nana, mujer contalante y temple de acero, ojos azules o verdes según su estado de ánimo y una nobleza inenarrable, corrió a consolar a su adorada hablándole, o más bien recitándole, lo que harían para solucionar el problema. No la bajó de sus acogedores brazos hasta verla calmada, buscó un pomo de silicón líquido que recordaba haber dejado en alguna parte y procedió a realizar la cirugía de restablecimiento del príncipe, consumándola con un cuidado tan grande como el amor hacia su nieta. La niña recobró la alegría gracias a la gesta de su abuela, que aprovechó la ocasión para empujarle unas cuantas cucharadas de la sopa de gallina. Los agujeros de sus mejillas volvieron a marcarse, dibujando de nuevo la sonrisa depositaria de una particular combinación de ternura y picardía, sus ojos también recobraron el brillo, haciendo que sus cortos y lisos cabellos cambiaran de tonalidad. Era necesario esperar dos horas para que el pegamento se secara por completo. La tarde llegaba a su fin, papá culminó su jornada laboral y llegó a buscarla para irse a casa, -abuela 24


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, me voy a llevar el príncipe para cuidarlo esta noche-, afirmó la niña con instinto maternal, -está bien mi amor, ya se curó, Dios te bendiga-, exclamó la abuela despidiéndose hasta el siguiente día. Padre e hija salieron para tomar cualquier transporte que pasara por allí. Luego de una espera corta abordaron una moto conducida por un joven de gestos cordiales. La mitad del camino fue cubierta sin novedades, el sol agonizaba y las estrellas empezaban a pedir paso , la visión era complicada para el chofer de la motocicleta. La niña llevaba al príncipe en sus manos cuando en una leve distracción se le resbaló, cayendo en algún lugar del pavimento que mantenía aún la calentura provocada por el crudo sol del día. –Mi príncipe, se cayó mi príncip e- dijo angustiada la niña, mientras que el padre pedía al conductor que regresarán para buscarlo. En vano buscaron durante algunos minutos, la luz era tenue y complicaba la búsqueda, aparte era imposible precisar el momento en que pudo haber caído. Mientras tanto la niña aguardaba en la acera, conteniendo a duras penas el llanto. – Vámonos bebé, el príncipe se perdió-, le dijo con el corazón magullado de congoja, detonando las lágrimas de su hija, que inició un lamento similar a cuando tenía ocho meses y su madre 25


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tomó la dura decisión de dejar de amamantarla, opaco y cargado de sentimiento por la pérdida. Subieron a la moto, el llanto no se detendría así no más, al llegar a casa su madre la recibió preocupada por aquel sollozo.-¿Qué pasa mi ángel?-, le preguntó, ella respondió jipiando, -mi príncipe se perdió, se me cayó en la carretera-. No había consueloposible, por lo que el padre decidió intentar una nueva búsqueda, poco esperanzado por la escasa luz y el hecho de que seguramente alguna gandola, por la época de cosecha de caña de azúcar en la zona, ya lo habría triturado. Con el corazón roto por las pocas probabilidades de éxito, cogió una linterna, le dio un beso sabor a esperanza y salió. A pié cubrió los dos kilómetros que lo separaban del probable lugar donde cayó, al llegar a una bodega cercana, el dueño, que era su amigo, le confesó que un mototaxista se había detenido a buscar algo en medio de la calle y que se había marchado hace poco sin saber si logró su objetivo. Él le explicó lo sucedido y penetró en las entrañas de la carretera de manera intermitente mientras el tráfico se lo permitía, la luz de la linterna se movía sin éxito por el asfalto. Cuando las fuerzas empezaron a flaquear, se disponía a apagar la linterna y 26


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cruzar a la otra acera cuando un tenue destello murmuró a pocos metros, -es él- gritó lleno de satisfacción, estaba tirado a metro y medio del brocal, pálido, pero intacto, sin un rasguño. De regreso a casa, con el paso expedito de quien quiere brindar una alegría, imaginó la cantidad de ruedas que pasarían cerca una y otra vez haciéndolo languidecer, o las cientos de arrastradas que soportó a expensas de la fuerza del viento generado por los vehículos. Llegó incluso a plantearse la forma de medir la generosidad del ángel de la guarda de su hija, que impidió daño alguno. Cuando abrió la puerta, la niña esperaba sentada con la cara gacha, al elevar el rostro y observar la mirada de satisfacción que traía su padre, sintió un susto en la barriga. Lo siguió mirando expectante mientras se agachaba con la mano derecha cerrada, hasta que la abrió dejando ver a su amado, la sonrisa más hermosa salió de su rostro, acompañada de una luz en su mirada tan intensa como el amor de la abuela. Lo tomó, lo apretó entre sus dedos y se lo llevó al pecho a la altura del corazón exclamando: -mi príncipe, creí que no te volvería a ver nunca más -.

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Al final somos solo recuerdos Por mera intuición, se encontró caminando hacia el lugar al que siempreconvergía, extrañado de ver en las afueras del estadio municipal un cuantioso número de vehículos parqueados, decidió entrar de igual forma, solo deseaba tener contacto breve con el sublime espacio donde compartió muchos instantes de su vida, y que con solo pisarlo le recreaba un álbum en la memoria de grandes batallas, de alegrías y nostalgias, de sonrisas y lágrimas. Una vez cruzó la puerta principal, divisó muchas personas dispuestas alrededor del diamante, formando una especie de U en derredor de un sarcófago posado sobre un pedestal detrás del home play, en sus patas yacían coronas de flores, bates, guantes, balones, micrófonos, audífonos, cámaras fotográficas y de video, libretas de anotaciones, libros y franelas color vinotinto. Curiosamente, el vinotinto dominaba entre la multitud apostada en el lugar, otros más jóvenes vestían uniforme de pelotero con camiseta roja y letras blancas, lo mismo que la gorra y mono gris, algunos caballeros lucían opulentos flux negros bien mezclados con lentes oscuros 28


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que impedían hallar cualquier ademán en su mirada. Entre las mujeres dominaba el atuendo deportivo, la mayoría exhibían colas de caballo y sus rostros estaban saturados de parquedad. De a poco fue arrimándose hasta hallarse mezclado entre la gente, nadie profería palabra ni movía un musculo, el silencio era propio del funeral en que estaba; de pronto, una voz de mujer tronó en medio de la U frente al ataud, distinguió una trigueña de talante circunspecto, magnos ojos y huesos sólidos como su figura de atleta, sin embargo, y a pesar de su compacto semblante, un dejo de nostalgia se colaba entre sus palabras: “Hay poco para decir, ustedes se encargaron ya de reseñar su obra, su pensamiento, su legado, donde quiera que esté, si es que hay algo más allá de esta realidad lacerante y hostil, debe estar contento porque su voluntad última se cumplió, porque al final somos solo recuerdos”, finalizó su breve discurso abrazando firmemente a un hombre que permaneció a su lado mientras habló, era alto y de silueta firme, piel tersa y mirada atrayente. Una vez finalizó el abrazo, aclaró su garganta y se dirigió a la multitud: “Agradezco a todos por tan nobles gestos de aprecio, sepan que una idea jamás muere, que quien obra con 29


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pasión difícilmente pueda ser olvidado, que lo escrito queda allí con su mensaje, perenne e inmortal, él afirmaba que sus mejores años los vivió aquí, por eso lo acompañamos hoy, porque al final somos solo recuerdos”. Cuando el titán hubo culminado su discurso, las personas armaron una fila india para darle un último saludo al difunto, sin saber qué hacer resolvió imitarlos y entró al final de la hilera, solo unos instantes transcurrieron hasta llegar frente al finado, quedó atónito al verse a sí mismo dentro de la caja, allí estaba con faz jubilosa, las arrugas de su rostro eran testimonio de una vida intensa y apasionada, al desconcierto inicial le sucedió una paz olímpica, suspiró profundamente y observó una pequeña frase sobre el vidrio escrita en fina caligrafía: “Al final somos solo recuerdos, te amamos, tus hijos”.

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Como Pavo de la Rubiera -Qué pasó chamo, ¿te dejaron como pavo de la Rubiera? - Felipe, que jugaba en el solar, no entendió las palabras del tío, siempre sagaz y satírico. Esa mañana, sus padres y hermanos salieron de viaje a Margarita, al primer nacional de beisbol del menor de la familia integrada por cinco y al que él, no quiso ir, quedando al cuidado de su abuela. Sus 8 años de ingenuidad, le incitaron a acercarse a su anciano abuelo, que sin duda aclararía el asunto. Sentado en el viejo mecedor de mimbre anaranjado, y aún con restos de una estampa rubia, compacta y vigorosa, Don Faustino detuvo la apasionante crónica de boxeo del Diario Meridiano al verlo acercarse. -Abuelo, ¿Qué significa que dejen a uno como pavo de la rubiera? -, -venga mijo, yo le contaré-, con grata ternura entreabrió sus piernas y lo dejó sentarse. La noche del 1 de octubre de 1975 su abuela me dejó así. Ese día era la bonita, la tercera pelea entre Muhammad Ali y Joe Frazier, la cosa entre ellos iba 1 a 1 y el combate prometía tanto que no quedaría botella de caña clara sin ir a la casa de Don Ramón, de los pocos con televisor en el pueblo y que prometió dejarnos ver la pelea a todos 31


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los fanáticos. –No ilates Faustino, por la noche tienes que pilar el maíz pa las arepas de mañana. Le dije que se estuviera quieta, que apenas terminara regresaba a cumplir con los oficios. Me vestí de limpio, con la camisa a cuadros de las grandes galas boxísticas y las alpargatas de caminar más de 2 kilómetros. Llegué a las 7 a casa de Don Ramón, faltando una hora para la pelea, el dueño de casa me había reservado una silla en la zona donde se sentaban los sabiondos y en la que llevaba rato rondando un litro de aguardiente del bravo. Tras cada trago, nos acordábamos de las dos últimas peleas, de cómo Frazier había ganado hace 4 años y de la forma en que Ali volvió por sus fueros un año atrás, sin duda esta sería más pareja, para coger palco. Ali salió como fiera, lo había prometido, los primeros asaltos los ganó a pesar de que Frazier lo atacaba bien en corto. Ese carrizo era más duro que concha e tapara, por eso empezó a gritarle vainas, desesperado y cansado por no tumbarlo. Pues los rounds del medio los ganó el zurdo, qué pelea, esos hombres mijo estaban casi prendidos en candela por el calor. “Qué rápido es Ali”, decía el compadre Justo, “Frazier pega más duro”, repicaba Don Genaro. En el décimo, con la caña clara ya metida en el juicio de toítos, Ali le mancó 32


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el ojo a Frazier con un racimo de combinaciones rapidísimas, y así lo aprovechó en el 10 y en el 11. De ahí palante usted no se imagina la paliza, en una de esas le voló el protector de la boca y casi le muele la mandíbula; en el 14 el entrenador de Frazier, EddieFutch, mandó a pará la pelea solo segundos antes de que lo hiciera el de Ali, no podían más. CassiusClay ganó la bonita y naiden era consiente entonces que habíamos visto la mejor pelea en la historia del boxeo, en esa época sí que peleaban mijo, no como los patiquines de ahora. “Es el más grande peleador de todos los tiempos, después de mí”, diría después tirado en el suelo recibiendo aire de un paño oscilante. Como quedaba aguardiente, nos echamos palos en nombre de los puños de Ali hasta las 3 de la mañana, hablando del gran campeón y de su personalidad irreverente. Yo era quien más lejos vivía, como pude caminé los 4 kilómetros que me separaban del rancho sin que hubiera escabezao o muerto de samán por el medio; pero que va su abuela no me abrió la puerta, cuando la llamé por la ventana la oí decir: -vasio, a esta hora es que viene, tuve que hacer yo mismita los oficios, el que no pila no come arepa, lo que es usted duerme afuera con las gallinas-. Y bueno mijo, 33


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suerte que en el corredor del fogón estaba esta misma mecedora, y esa noche dormí como pavo de la rubiera… ¿Solo abuelo?, si mijito, solo.

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Mi amigo y la Sayona Cuenta historias de esas que cuentan los llaneros, de parrandas y aguardiente, de conquistas y caminos, pero sobre todo de espantos y aparecidos. Con una llave sacó su última pella de chimó y exclamó con tono encapotado: -ponga cuidao, porque esta no se la voy a contar dos veces-. Aquel día, por la borrachera, olvidé que el reloj se me había descontrolado. Cuando llegué a casa luego de varios litros de Cocuy en el juicio, no tenía noción del tiempo, pero mi alarma seguía puesta a las 5 de la mañana, la hora de pararse a trabajar. El Casio estaba adelantado 5 horas y cuando pilló, en realidad eran las 12 en puntico. Sentía la pea igualita, así que decidí echarme un palito antes de irme, ya sabe, pa’ cogé bríos. El litro quedó entre los camburales, ahí lo escondíamos siempre. Estaba solo a 2 cuadras, monté la bicicleta y me fui poco a poco. En eso vi parada en la entrada de la capilla del pueblo a una mujer buena moza, alta y flaca, melena larga y de vestido blanco. La oscurana no me dejaba verle bien la cara, pero era perfilaita. -Hola mi amor, que hace usted aquí tan sola-, 35


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le dije, -pues que más, esperándote chico, hace tiempo que te quiero frotando mi gurupera-, -la verdad no te había visto nunca chica, pero si es así lo menos que hay es tiempo que perder, móntese aquí y vámonos pa’ donde nadie nos vea-. Pedaleé rumbo al sitio donde castigo a todas, en la ceiba grandota que está después del caño en la vía a la Hacienda Monasterios. Había luna llena y el camino estaba claro, pasamos el portón anaranjado, donde comienza el granzón, esa bicicleta se sintió livianita en los 500 metros de recorrido, esa mujer ni hablaba y lo que era más extraño, olía a vela prendía. Una vez en la ceiba, la sombra no me dejaba verle la cara, apenas se le notaba lo jipata. Cuando me le acerqué dijo: -haré el amor con usted solo si se quita ese crucifijo-. Eso me puso en advertencia, agarré la cruz y le dije que mi cadena no me la quitaba nunca. Dicho eso, llevó sus manos a la cara y después dejó ver el rostro más horrible del mundo, seguido de un grito espantoso que me tiró al suelo. Me paré loco y medio ciego, agarré la bicicleta desesperado y comencé a rodar de regreso, a todo lo que daba. Pero detrás venía ella, no la veía porque no volteaba pero el grito seguía reventándome los oídos y sentía un escalofrió 36


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en la espalda, era un grito de mujer desesperada, como si su angustia fuera incontable. Me frenó el golpe contra el portón, pero tan asustado estaba que ni lo sentí, cuando me paré dejé de oír el grito y sentir el escalofrío, como pude llegué a la casa y lo único que hice fue tirarme en la cama, tenía el pulso acelerao, ni hablar de que no dormí naita. De aquel día me queda no más que el recuerdo y un defecto en la rodilla derecha, por el golpe contra el portón. Sigo bebiendo, pero empiezo temprano pa’ que no me agarre la noche tan tarde por ahí, lo que es con la sayona no quiero reencontrarme, ¡Ave María Purísima! Digo siempre con la cruz en la mano.

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Alex Rodríguez (CUENTO DEPORTIVO) Esta historia fue escrita en homenaje a la memoria de Alex Rodríguez, a quien todos llamábamos el número 1, y al histórico equipo múltiple campeón en los campeonatos de beisbol rural estadal que organizaba el profesor José Coromoto Romero Mena, los Leones de Las Vegas. Aquel torneo defendíamos título y te echábamos de menos, te fuiste de repente dejándonos sin tu alegría, sin campo corto y sin tercer bate, pero en aquella semifinal contra Lagunita estuviste allí, estoy seguro. Parecíamos dormidos, las curvas envenenadas de Benigno Salas nos mitigaron durante 7 entradas. Nuestro lanzador, Erickson Zerpa, había permitido solo 1 carrera en la baja de la tercera. En la alta de la sexta, cuando una nube gris y cargada se precipitó sobre el terreno del Estadio Municipal de Las Vegas obligando a parar el juego, todos en el dogout nos mirábamos y, sin mediar palabra, pensábamos en ti y en la fuerza de tu fe para subir el ánimo del equipo, era como si en silencio te invocáramos. De repente la nube se fue y la lluvia cesó, el campo no sufrió daños. El beisbol también es un estado 38


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de ánimo, saltamos al terreno con nuevos bríos. Salas resistía y en el cierre de la octava sacó los dos primeros outs. De repente, el manager Leonardo Mena sorprendió a todos sacando a batear de emergente a Julio “Cabezón” Zerpa, mejor cuentero que bateador, quien tenía rato caminando de arriba a abajo lanzando improperios al aire, molesto por no jugar. El derecho de Lagunita subestimó a su rival luego de verlo abanicar una curva contra el suelo. En el siguiente lanzamiento, la recta que debía ir adentro se quedó a media altura en el centro del home y “Cabezón” la conectó con toda la fuerza de su corazón. La pelota llevaba alas, literalmente, y voló por encima de la lejana cerca del jardín izquierdo haciendo estallar de júbilo a jugadores y espectadores. El rival acusó el golpe, Salas concedió boletos seguidos a Lisandro Noda y José “El Niño” Zerpa, luego permitió petardo al centro de Cesar “Sabañón” Román para que anotara Noda; un error en tiro provocó la anotación de “El Niño”. Fue así como nos pusimos arriba 3-1 y Lagunita con un solo chance en la alta de la novena. Cuello puso el candado, cuando se produjo el out 27 por la vía del ponche todos corrimos a abrazarnos en el centro de la lomita. Eras muy 39


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humilde estimado Alex Rodríguez, no te sabias imprescindible, pero aquel día en aquella semifinal insólita, estoy seguro, nos echaste una mano.

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SALA 11 Un Relato Esperanzador Capítulo I Prolegómenos y vestigios La pesadumbre inicial llegó el día que dos aviones chocaron las Torres Gemelas de New York. Al levantarse, su padre le invitó a observar en la televisión lo que ocurría, mientras una extraña debilidad transitaba su cuerpo. El 11 de septiembre de 2001 no sólo marcó un antes y un después para el mundo occidental, urdía también la vida un lance a quien se sentó desentendido a observar el incidente. De aura inquieta y vigorosa, alto y delgado con la piel acanelada, rostro fino y nariz descollante. Gozaba de un carisma difícil de igualar entre los de su generación. Su ingenio agudo infundía tal admiración y magnetismo que todos se regocijaban con su compañía. Juan Andrés España González tenía entonces 17 años y cursaba el segundo de tres periodos para ser Técnico Medio en Producción Agrícola en el liceo Alejandro Febres de Las Vegas. En un pueblo pequeño -como el ubicado en un punto del antiguo Camino Real del Apure- la 41


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rutina de un joven como Juancho (así lo llaman sus seres queridos y lo llamaremos siempre en el relato), no salía de un círculo conformado por las idas y venidas del liceo, visitas al estadio o a la cancha para las prácticas de beisbol o baloncesto. Por las noches la Plaza Bolívar era la designada para acoger las tertulias con su grupo, conformado entonces por Alfredo Bello (alias Gordura), Juan Carlos Gómez, Juan José Gallardo (alias Peto), Jonathan Cermeño, Marialis Sandoval, Yesica Yeretnaud (alias La China) y otros tantos si bien no tan cercanos, sumaban. Era un jardinero derecho prolijo, convincente y confiado al momento de asegurar la esférica en el guante. Penosamente fue un bateador de vista cuadrada, no le pegaba ni a un oso y por ello se ganó el apodo de “El hombre de las tres”, porque en cada partido el anotador oficial marcaba con puntualidad tres veces la K para dejar constancia de los ponches atizados. Se inclinó por la mención agrícola gracias a la influencia de su padre, conocido popularmente como “Perico”, pero llamado en realidad Juan España, quien durante toda su vida ha sido administrador de fincas y desde pequeño lo llevó a lugares de faenas recias y lo enseñó a montar caballo desde los 8 años. Nunca tuvo miedo de un 42


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corcel como sí de una recta de 80 millas por hora. A pesar de los estigmas sociales que bombardean a los chicos desde algunas generaciones para acá, la adolescencia de Juancho era dichosa y saturada de felicidad. En aquellos últimos meses de 2001 empezó a sentirse físicamente diferente: su cuerpo se comportaba de otra manera. Lo notó por primera vez una tarde que acudió al estadio municipal para trotar un poco. Se fatigó de forma prematura y su respiración estuvo más agitada de lo habitual. Se deshidrató con pasmosa facilidad y sólo le provocó entonces sentarse a pasar el trance que para el momento creyó casual. Las clases prácticas en el liceo -donde debía realizar tareas manuales relacionadas con la agricultura- empezaron a volverse latosas por lo temprano que aparecía el agotamiento. Cuando llegaba a casa -ubicada en El Retoño, justo al frente del tanque de agua del sector-, almorzaba y lo único que anhelaba era tomar una larga siesta. Una vez de pie, cualquier oficio por más exánime que fuese le producía cansancio. Su madre, María Teresa González, mujer mulata de carácter noble y fe inalterable, baja estatura, piernas fuertes y facciones finas, pensó que su muchacho podía estar carente de vitaminas y minerales. Así optó por 43


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comprar algunas para paliar lo que entonces pensaban eran carencias nutricionales. Fue cerca de un mes de fragilidad y malestares intermitentes. En su interior Juancho sabía que algo no iba bien; a pesar de ello nada afectó su temperamento. Aparecieron entonces los dolores a la altura de la frente: se trataba de una molestia leve justo en el entrecejo que se extrapolaba y tenía un síntoma entrecortado, más agudo por la actividad del día. La sensación le obligaba a llevarse frecuentemente los dedos al tabique nasal para mitigarla un poco. Diciembre llegó y entre Teresa y Juan -así citaremos a sus padres de aquí en adelante- tomaron la decisión de llevarlo a realizarse exámenes de laboratorio, para escrutar las posibles causas de los extraños malestares que aquejaban a su hijo y que cargaron de zozobra el hogar que también integraba María Angélica, su hermana mayor. Un médico internista del Hospital General EgorNucete de San Carlos, recomendó la hematología que no arrojó valores fuera de lo habitual. La sangre no quiso ser ave de mal agüero y dio paso a un oftalmólogo; quizás por allí se desentramaba el misterio. Después de un par de pruebas -como aquella de caminar con los ojos cerrados y tener que leer letras 44


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muy pequeñas en una lámina distante- se determinó que sus ojos estaban de 20 puntos. Gracias a la amistad entre Juan y el economista Ignacio Sanglade, europeo amante del futbol, radicado en el país y que para entonces era poseedor de una finca en Cojedito, municipio Anzoátegui, logran concertar unos exámenes en una clínica caraqueña para seguir rastreando las posibles causas de los achaques. Un domingo bien temprano, acompañados de Juan partieron en una camioneta conducida por el señor Ignacio. Fue la primera vez que Juancho visitaba una gran ciudad, los contrastes entre edificios gigantes y rancherías le revolvieron las vísceras. Al llegar al apartamento del español, vomitó. Al día siguiente en la clínica, conversó con un internista sobre su problema. Éste sugirió de inmediato la realización de una tomografía cerebral que pudiera arrojar algún indicio de la causa. Luego de soportar desafinados sonidos guturales dentro de una aterradora cápsula, se dispusieron a pasar la noche en la capital con el fin de buscar los resultados a la mañana siguiente. El cerebro estaba estupendo. La incertidumbre iba en aumento mientras no se daba con un diagnóstico preciso que determinara el origen de los recurrentes malestares. El médico recomendó 45


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tener paciencia y hacer otras evaluaciones más adelante. Así que los achaques continuaron formando parte de la rutina de Juancho. Pocos días después, en una tarde calurosa, se sentó a la sombra de un frondoso puma rosa sembrado en el patio frontal de la casa en busca de frescura, cuando repentinamente unas gotas de sangre salieron de su nariz. Despavorido y con la cabeza levantada avisó a Teresa y se fueron al cuarto. Acostado en su cama, Juancho sentía por dentro como si una burbuja se abarrotaba y explotaba, obligándolo a esgarrar en intervalos regulares. Obligado a escupir y tragar su sangre, Teresa no perdió la calma y llamó a una de sus hermanas en Tinaquillo. Enfermera y con dominio sobrio de su profesión, Luisa, mujer de ademanes pulcros, contactó a la otorrinolaringóloga Eliodina Yépez, quien de inmediato refirió el nombre de unas pastillas para parar el sangrado. Teresa partió rauda en busca de las cápsulas. Antes, había llamado a su madre, Isabel, quien vivía a sólo dos cuadras de allí para que se quedara al cuidado de su nieto. De carácter recio y tenaz, pero de entrañas tiernas, supo de la llegada de su abuela al oírla arrastrar los pies por la sala. Preocupada se sentó junto 46


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a él y empezó a acariciar su cabeza con sus avezadas manos. Teresa no tardó, como tampoco lo hizo para hacerle tomar las pastillas. En media hora desapareció la sangre, no así la preocupación por la reciente eventualidad. Luisa había ya adelantado conversaciones con Eliodina Yépez, también de Tinaquillo, para que realizara una evaluación íntegra en procura de respuestas a los hechos. A pocos días los atendió en su propia casa. Benévola oyó todo el relato de lo ocurrido hasta entonces. Revisó todos los informes y refirió una tomografía de senos paranasales en la Clínica Asodiam de Maracay, lugar distinguido por la calidad y confiabilidad de sus estudios. Dos semanas después, viajaron para la ejecución del costoso examen. Se trataba en detalle de una tomografía de senos paranasales con contraste: que en lo práctico requería de una inyección especial que ensanchaba las arterias y permitía ver con más claridad la zona chequeada. Tras dos horas de espera en una sala, pasaron al lugar donde se llevaría a cabo la tomografía. El yodo pasado por las vías intravenosas para facilitar el contraste le provocó nauseas nada fuera de lo normal en esos casos-. Teresa volvería al día siguiente por los resultados. Los 145 kilómetros que separan a Maracay de 47


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San Carlos, fueron nada ante la incertidumbre febril de Teresa, que al regreso pasó por Tinaquillo para que la doctora Yépez diera lectura al estudio. Con la frialdad propia de los galenos, una vez que observó los exámenes con rigor sacramental, le anunció que Juancho tenía un tumor en la faringe y debía ser operado de inmediato para evitar complicaciones. Teresa se estremeció de pavor y arrastró consigo la preocupación hasta Las Vegas. A pesar de la congoja, explicó con mucha pedagogía la causa responsable de todos los malos ratos de los últimos meses. Juancho no sintió miedo alguno; sabía lo que era un quirófano porque de chico vivió dos operaciones, sencillas pero intervenciones al fin. En el fondo y sin dejar de ser presa del suspenso, sintió alivio por las dudas despejadas y por la concreta forma de atacar el mal. Era el 29 de diciembre de 2001. Todo empezaba apenas....

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Capítulo II Todo empezaba apenas Eliodina Yépez indicó el lugar donde debía hacerse la operación:el Centro Oncológico Luis Razetti de Caracas era el ideal. Así que las gestiones necesarias se hicieron a la brevedad con el auspicio de toda la familia. Amigos cercanos fueron a abrazarlo con la llegada del año nuevo y paliaron un poco su espíritu turbado de dudas y melancolía. El apoyo no se hizo esperar por ningún flanco. Los primeros días de enero partieron a Caracas en una Ford Bronco blanca, conducida por Carlos Mendoza, amigo de Juan, quien viajó sentado a su lado, mientras que en el asiento posterior viajaron Teresa y Juancho, cargados con maletas de ropa y fe. Cuando llegaron al Oncológico Luis Razetti -una edificación antigua y de estilo colonial- Juancho se sorprendió de ver muy pocos jóvenes allí dentro; si bien había niños, los que estaban iban en sillas de ruedas, otros con cabezas rapadas o chichones en el cuello; la mayoría eran de edad avanzada. La palabra cáncer no pasaba aún por su cabeza. 49


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Poco esperaron por la llegada del doctor Armando Mendoza, primo de Carlos, alto y elegante. Una vez oído los detalles procedió a ponerlos en contacto con otro galeno que hacía vida dentro del oncológico, quien los citó para la mañana siguiente. Pasaron la noche en el hotel Excélsior, ubicado en la avenida Baralt en Caracas. Volvieron a la mañana siguiente. Los recibió Ignacio Sanglade en el hospital, que seguía siendo junto a Carlos Mendoza y Junior Ríos (padrino de Juancho), las amistades más influyentes y colaborativas. El doctor de guardia en el oncológico, luego de ver los estudios quiso ver el tumor al detalle y procedió a realizarle una nasoscopia. Entraron a un cubículo donde destacaba un monitor pegado a la pared, conectado a un aparato rectangular que tenía una manguera negra y delgada como pitillo, con un minilente en la punta. Sentado en una silla le aplicaron un spray en la nariz y la boca que actuó como anestesia durante el estudio. Con toda la zona dormida y los nervios de punta, el médico le pidió calma y relajación mientras introducía la manguera por un lado de su nariz. Era una sensación incómoda, sentía que le rasgaba internamente, mas no había alternativa distinta a estarse tranquilo. El monitor 50


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empezó a mostrar las primeras imágenes, confusas para Juancho pero claras para el doctor, que reafirmó la existencia del tumor. Sacó la manguera, la limpió con una gasa y la introdujo por el otro orificio de la nariz. Juancho tocía porque la sentía en la garganta, le dolía. Luego de decirle que su tabique estaba desviado, le explicó en términos coloquiales sobre la presencia del tumor en la zona estudiada. Mientras lo oía no paraba de estornudar y padecer irritación en la faringe. Le dieron unas pastillas para el dolor. Teresa esperaba afuera. Una vez elaborada la historia médica, les comunicaron que los llamarían una vez decidida la fecha de la operación. Permanecieron en Caracas. Junior Ríos, en un noble gesto de solidaridad les pagó un mes de estadía en el hotel Excélsior, en la Avenida Baralt, tiempo suficiente para realizar las gestiones pre y postoperatorias. El único que regresó a Las Vegas en busca de cosas necesarias fue Juan. Mientras tanto, en la tranquilidad del recinto, Juancho estaba relajado y tranquilo, no padeció malestares durante la espera y a diario recibía llamadas de sus familiares. Teresa fue notificada que la operación se llevaría a cabo del 23 de enero del año 2002. Varios 51


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donantes de sangre viajaron para concedérsela. Ellos fueron Rafael Mena, Leandro Castillo, Carlos Luis Figueredo (alias Cuchillo), Luis Enrique González y José Antonio González (estos tres últimos primos de Juancho). Lista la sangre, Juancho debía realizarse una embolización en la Clínica Caracas, lugar donde hacían el estudio que consistía en pasar un líquido intravenoso cercano a la verija que daba a las arterias de la faringe, y que despejaría la zona para facilitar la extracción del tumor. El día de la embolización, le dijeron que debía soportar un fuerte dolor por 24 horas, difuminando cualquier vestigio de coraje en Juancho. Teresa y Juan fueron igualmente presas del miedo cuando el doctor anunció que el malestar era recio. Colocada la tradicional bata azul y acostado sobre una camilla, le pincharon el lado derecho de la entrepierna indicándole que no se moviera. Comenzaron a pasar el líquido y le dijeron que inhalara y sostuviera la inhalación. Una vez resistida la respiración, sintió que el lado derecho de su rostro iba a reventar: era un dolor insoportable que provocó de inmediato sus lágrimas. Sólo gimió, se desgañitó por dentro, sentía que un volcán hacía erupción en su cara. 52


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Cuando le pidieron que respirara, el dolor cedió un poco. –Ahora vamos por el otro lado, dijo el doctor. Repitiendo la operación, el dolor del lado izquierdo era tan irresistible como el anterior, de esos en los que llegas a arrepentirte de haber pisado este mundo. Por alguna razón, cuando lo pasaron a la sala de observación el malestar desapareció. Las 24 horas de dolor que advirtió el doctor no fueron ciertas. A las pocas horas lo dieron de alta y partieron al oncológico. Debían alojarse y amanecer en el mismo para tener a tono todos los detalles de la operación. Su habitación estaba lista, Juancho sólo quiso dormir. Teresa se encargó de gestionar los pormenores faltantes. A las 7 de la mañana del martes 23 de enero del año 2002, entró al cuarto de Juancho un camillero enérgico y divertido: -Estamos listos chamín, vámonos-. Camino al quirófano y sentado en la silla de ruedas se sentía tranquilo, sin ninguna expectativa por la operación, confiado y sereno. Una vez acostado sobre una camilla en el pasillo frente al quirófano, esperó un largo rato. Una enfermera se le acercó y le entregó una bata azul casi transparente para que se cambiara. Mientras aguardaba, sólo oía murmullos, pasos y el sonido peculiar del 53


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metal. Juancho, mirando el techo y la luz tenue del bombillo, sólo en ese momento podía imaginar la angustia de su madre y su padre. El desfile de especialistas comenzó de inmediato. En el transcurso alguno de ellos con gorra y tapa boca lo empujó hasta el centro del pálido y frío quirófano. Entre el candil de las luces blancas reconoció la cara del que ejecutó la nasoscopia. Rápidamente distinguió a quien realizaría la cirugía... su nombre era Luis Figuera. Otro doctor se acercó diciendo: -Te colocaremos esta mascarilla en la cara y vas a quedarte dormido-. Horas después, sin noción del tiempo y del espacio, pero con plena conciencia de estar vivo, despertó sin abrir los ojos. Llevó calmada y lentamente su mano derecha al rostro, como tratando de reafirmar con sus dedos la sensación física de la vida. Sintió una cuerda que guindaba en su boca, movió la lengua para tocar su paladar superior; palpando una especie de pegamento áspero con pullas que debían ser los hilos de la sutura. Le dolía la mandíbula y sentía una presión en la dentadura. Llevó sus dedos a la nariz y cada orificio estaba taponado. Sus ojos estaban pesados y reacios a abrirse; sólo oía pasos y murmullos alrededor. Cuando logró abrir los ojos, notó que estaba 54


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en la sala de rehabilitación rodeado de otros pacientes que también pasaron por quirófano. Tenía mucha sed, a los pocos minutos se acercó una enfermera para revisarlo y preguntarle si quería algo. Intentó pronunciar la palabra agua, pero no hubo entonación alguna. Así que optó por hacer una mueca llevando sus manos en dirección a la boca con el pulgar en frente. De inmediato la enfermera regresó con un poco de agua en una inyectadora. Le levantó levemente la cabeza y se la hizo beber. Su garganta estaba totalmente seca. A los pocos minutos, el doctor de guardia pasó revista y comprobó que estaba listo para ser llevado a un cuarto. Cuando salió de la sala, la primera persona que vio fue a Teresa. Con lágrimas más de alegría que de tristeza, tomó la mano de su hijo y la apretó con fuerza. Junto a ella, estaban Juan y la tía Leida -hermana de Teresa-, mujer de semblante lozano y tierno, enfermera de profesión. La operación había durado 4 horas. Su compañero de cuarto era un niño de 8 años, un andino parlanchín y alegre, con una cicatriz en la cabeza por la operación de un tumor cerebral. Era el área de pediatría. La pieza tenía 3 camas, la de Juancho al lado izquierdo, a la derecha la 55


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del jovencito y en el otro extremo una vacía. Un baño y ventanas grandes por las que entraba mucha luz. Todo había salido a la perfección. Un par de horas después le explicaron que el nailon que guindaba en su boca daba a un tapón en la faringe, que impedía el habla y no podía quitarse por nada del mundo. Al tercer día, entró al cuarto un doctor para sacar los tapones de su garganta y nariz, extrayendo en primer lugar- cerca de 20 centímetros de gazas por cada orificio nasal. Cuando tocó el turno de la garganta, le pidió que abriera la boca todo lo que pudiera, halando un montón de gazas enrolladas con nailon. A pesar del procedimiento, sentía mucha congestión en las fosas nasales y debía seguir respirando por la boca en todo momento. Las horas transcurrían lentamente en una rutina que no pasaba de, entre otras cosas, ir al baño, sentarse, caminar pocos metros, escuchar a su compañero de cuarto. Debía taparse la nariz para evitar estornudos normales, ya que esto era peligroso en su condición. Teresa siempre estuvo allí, hizo amistad con la madre del niño y mantuvo al tanto por vía telefónica a la familia de lo bien que iban las cosas, al tiempo que coordinaba cualquier menester para la estadía. La alta médica se produjo una semana después de 56


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la intervención, con ella una serie de indicaciones y tratamiento que debía cumplir a cabalidad, de la mano de un reposo absoluto y una cita especial en el mes de marzo para la realización de una biopsia. Su hermana, Mariangélica, junto a Rodrigo, padre de sus tres hijos, fue a buscarlos en Caracas y los llevó directamente a Las Vegas. En la tranquilidad del hogar, la recuperación se hacía más llevadera, recibía visitas con frecuencia de familiares y amigos que se alegraban de verle bien, con el ánimo repuesto y la total disposición de recuperar la normalidad de su vida. Ya en casa empezaba a recuperar el habla. Marzo llegó armado con su habitual sol acribillante, luego de llegar un día antes a Caracas y hospedarse en el Hotel Terepaima, ubicado en la avenida Fuerzas Armadas, volvieron al oncológico Luis Razzeti para llevar a cabo la biopsia. Luego de revisar la historia médica de Juancho, el doctor introdujo una pinza y extrajo una muestra del tejido de la faringe para examinarla. Serían notificados de los resultados una semana después. A los seis días - porque acostumbraban llegar siempre un día antes- volvieron a la capital en busca de noticias del estudio. La biopsia dio positivo, el doctor de guardia 57


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explicó a Juancho que tenía cáncer, uno con poco avance y relativamente fácil de atacar. Detalló que la operación fue muy complicada y delicada. El tumor en la faringe tenía ramificaciones hacia el cerebro. Si no hubiera sido detectado, hubiera muerto de un derrame cerebral. Mientras oía, los ojos aguados de Teresa iban en aumento. Juancho sintió angustia y tristeza mezclada al ver a su madre llorar, sin embargo, el galeno hizo uso de una pedagogía innata para devolverles la calma. Esclareció dudas describiendo que había células malas que debían eliminar con quimios y radioterapias. La primera de ellas en 7 ciclos cada 21 días, mientras que las radiaciones debían hacerlas de lunes a viernes a primera hora de la mañana. La quimioterapia a aplicar a Juancho era un líquido de color blanco, suave en sus efectos secundarios y de las que tumba el pelo en pocas proporciones. La fecha de la primera quimio y radioterapia fue fijada para el 11 de abril de 2002. El país vivía un momento político tenso que amenazaba con empeorar. En medio de la tristeza y las dudas, Juancho volvió a casa y se llenó de fe y optimismo. Su instinto de sabio hindú le indicaba que la tormenta arreciaría, pero era consciente de su capacidad para enfrentar la batalla contra el cáncer. 58


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Capítulo III Entre el sufrimiento y la suerte A pesar de sus lágrimas, Teresa no pintó jamás un panorama negativo a Juancho. Su fe indoblegable y fornido tesón fueron el agua bendita que exorcizó las endemoniadas dudas que intentaron acercarse. Entre la congoja y el aliento de los familiares más cercanos, pasó su cumpleaños número 18 del 5 de abril como un día común y corriente, recibiendo de igual forma las felicitaciones de todos sus allegados. La menguada economía amenazaba con causar apuros adicionales, sólo había dinero para cubrir dos semanas en la capital. Los familiares optaron por hacer una recolecta en varios lugares a fin de ayudar todo lo posible. No obstante, gracias a una de esas espléndidas jugadas de la providencia o el azar, Teresa ganó un triple en la lotería el 07 de abril, día en que llegaron a Caracas. Su afición lúdica les concedió la oportunidad de comprar una nevera ejecutiva y una cocina eléctrica, además de obtener recursos para cubrir necesidades por más días, sin embargo, en el ya conocido 59


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hotel Terepaima no era permitido el uso de los electrodomésticos recién adquiridos. Esa misma noche, recibieron la llamada de Yaneth Navas, una vecina, quien había conversado con su cuñada que vivía en el sector La Vega (Caracas) y estaba dispuesta a darles asilo en su casa todo el tiempo que fuera necesario. Previa coordinación telefónica, se encontraron la noche del día siguiente en el bulevar de Sabana Grande con una mujer mayor, mulata, de mediana estatura, caderas anchas y una sonrisa que delataba su amabilidad. Se llamaba Betsy. Tomaron un taxi hasta La Vega y llegaron a una casa de dos plantas, pequeña y acogedora. Se sentaron en la sala del primer piso y empezaron a conversar, poniendo al tanto a la anfitriona de todos los acontecimientos de los últimos meses. En el segundo piso de la casa, vivía la hermana de Betsy junto a su hijo, la nuera y su nieta de 3 años. Pernoctaron en la casa de Betsy aquella noche y al día siguiente fueron por sus cosas al hotel para finiquitar la estadía en La Vega. A las 6 de la mañana del 11 de abril salieron hacia el oncológico. Caminaron por la vereda hacia la avenida principal de La Vega para tomar un taxi. Juancho llevaba al hombro un morral lleno de enseres, nervios y dudas 60


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por el arranque del tratamiento. Las calles lucían su modo automático tradicional, con gente moviéndose en modo instintivo a sus obligaciones inherentes al esquema que impera en Venezuela y el mundo. Aquel día estaban previstas dos marchas antagónicas que acabaron en tragedia. Ignoraban por completo el entorno político que los rodeaba. Ya en el oncológico, llegaron a una taquilla, donde mostraron una tarjeta que tenía escrito el número 128195, código con que se enumeró la historia médica. Aguardaron unos minutos mientras hallaban el expediente y recibieron la indicación de subir a la sala de quimioterapia en el segundo piso. Subieron la escalera y se sentaron a esperar. Se encontraron alrededor de 10 personas y los infaltables vendedores de libros, revistas de entretenimiento y juegos lúdicos; un trío que nunca fallaba por aquellos lares. Era una mañana fría, la brisa helada del WarairaRepano se escurría por las ventanas. Luego de 4 horas de espera y 6 crucigramas resueltos, a las 11 de la mañana una enfermera exclamó: -¡Juan España, pase por favor!- Tomó asiento en una silla de metal de color plata mientras revisaban su expediente. -Ahora vamos a tomarte la vía-. Estaba tan nervioso, que la enfermera no 61


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le halló la vena. Su brazo era hielo, tuvo que salir a tomar sol para entrar en calor y bajar un poco la tensión. Cuando se sintió más calmado, regresó. Sentado nuevamente en la sala de quimioterapia, sintió una mano cálida sobre su hombro y oyó una voz dulce decir: -Cálmate, no te preocupes-. Al voltear, se encontró con una joven rubia, de ojos grandes expresivos y torso pecoso. Se llamaba Anseli, acompañaba a su padre que también cumplía tratamiento. Se sentó a su lado, apretó su mano derecha y empezaron a conversar mientras le tomaban la vía. Fue un bálsamo para Juancho. Luego del básico procedimiento, le asignaron un sillón-cama de los muchos dispuestos en un largo pasillo, con muchas ventanas a los lados, todas abiertas. Teresa siempre estaba cerca, unas 10 personas se encontraban allí. Juancho notó rápidamente ser el más joven presente; pasaría lo mismo en las semanas siguientes. Una enfermera que rodaba un paral se instaló a un costado y le explicó que, en primera instancia, pasarían solución fisiológica para limpiar las venas antes del tratamiento. Mientras tanto, Juancho miraba el televisor instalado en un aéreo pegado a la pared y puesto en RCTV. Las noticias reportaban avances permanentes de las marchas y lo tenso 62


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del ambiente. Anseli estaba también en la sala, siempre cerca de su padre; un italiano afectado con cáncer de pulmón, criado en Venezuela y residenciado en Caracas. Ella vivía en Maracay y viajaba para ayudar en el tratamiento, que coincidía siempre con el de Juancho. Cuando se acabó la solución, sustituyeron el envase por otro también transparente: Así se iniciaba la quimioterapia. Al ver a los lados y notar que algunos líquidos eran rojos, recordó al doctor que le notificó que tenía cáncer. Dos minutos después de empezar a transitar el líquido por su organismo, comenzó a vomitar. Luego de 5 arqueadas expulsando saliva, vinieron náuseas y mareos. Se sentía débil, mantenía siempre sus ojos cerrados. Una enfermera se acercó y les contó que todo aquello era normal. El fluido era premioso, la incomodidad persistía, sin embargo alcanzaba a ver fragmentos de lo que la televisión seguía reproduciendo: hablaban de las marchas, del presidente Chávez, paneles de periodistas debatían sobre la situación. Cada vez que tomaba agua la vomitaba al rato, por momentos cedía el malestar y dormía por intervalos. Por la televisión informaron sobre los disparos en Puente Llaguno, las enfermeras hablaban sobre 63


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el rumor de golpe de Estado y de la situación en la calle que ya había cobrado la vida de varias personas, mientras llamaban preocupadas a familiares para corroborar que estuvieran bien. Los pacientes que recién llegaban comentaban al respecto, la sala estaba saturada de la tensión que inundaba al país en ese instante mientras la pantalla del televisor se dividía entre una marcha y un mensaje que dirigía el presidente Chávez a la Nación. Juancho, a sus 18, no tenía ningún tipo de conciencia política y sólo se dedicaba a observar. Débil hasta el punto de no poder caminar, perdió la cuenta de la cantidad de veces que vomitó. Teresa estaba atribulada y triste por su muchacho, y por la situación afuera. El tratamiento duró alrededor de 5 horas. A las 6 de la tarde una enfermera anunció que la Guardia Nacional había trancado la Avenida Fuerzas Armadas: Tendrán que pasar la noche aquí por precaución. Durmieron en los sillones. Juancho no comió nada sólido, no toleraba los líquidos, cualquier intento de beber algo terminaba en vómito. Aquel 11 de abril fue un día de sufrimientos. Fue una noche larga, los sillones no reclinaban del todo, Teresa fungía como soporte para que su hijo quedara decúbito. Sorbió agua un par de veces en la madrugada sólo para mojarse los 64


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labios. Seguía débil pese a no vomitar de nuevo. Despertaron al notar halos de claridad, lo mismo que las 3 personas de la sala de aquel 11 que se vieron obligados a estar allí por las circunstancias. En los pasillos corrían torrentes de rumores, prensa en mano hablaban de un golpe de Estado, renuncia del presidente Chávez, cantidad de muertos en las marchas y un largo etcétera que parcamente resumía uno de los días más tristes en la historia de Venezuela. La debilidad seguía, su caminar era pausado y apoyado del brazo de su madre. Inapetente rechazó desayunar. Salir del hospital fue un calvario, debió sentarse varias veces, estaba exhausto. Tomaron un taxi hacia La Vega, en las calles persistían secuelas de lo sucedido, había policías y guardias nacionales por todos lados, especialmente en Puente Llaguno, el ojo del huracán. Llegados a casa de Betsy, repasaron indicaciones a cumplir en la cotidianidad como complemento al tratamiento, reposo permanente, dieta cargada de frutas, carnes blancas y poca azúcar. Durmió profundamente hasta pasado el mediodía. Teresa lo despertó para que comiera la sopa de pollo que le había preparado. Comió sin contratiempos, el caldo repuso un poco más sus fuerzas. 65


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El resto del 12 de abril transcurrió entre ir al baño a orinar (el tratamiento lo provocaba) y mirar noticias por televisión. Los canales tenían centrada su parrilla en la renuncia del presidente Chávez y en los conflictos que causaron cientos de muertos. Vieron a un calvo de baja estatura autoproclamarse presidente y recibieron llamadas de familiares y amigos hasta la llegada de Betsy, entrada la noche. De inmediato la pusieron al día. De forma tierna, afectuosa y con palabras dulces, transmitió su fuerza y gratificación porque las cosas iban marchando bien. El 13 se sentía repuesto, los tumultos seguían en la ciudad, rumores iban y venían con la brisa. En la televisión todo parecía en calma, su rutina no tuvo mayores novedades, debía estar listo para la primera sesión de radioterapia pautada para los próximos días. Aquella madrugada del 13 de abril el presidente Chávez volvió al poder. Cuando salieron temprano a tomar el autobús, porque ya conocían la ruta, el orden constitucional había sido restaurado. Fue inmune al estrés de la ciudad, llegados al oncológico fueron directo a la sala de radioterapia. Allí aguardaba la doctora Laura Ruan, carismática cincuentona, blanca y pecosa, cabello corto, fina y erguida. Una vez 66


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chequeada la historia médica, pasó a otra área dotada de equipos especiales, amplia y con puntos rojos en forma de láser en las paredes. Dos radiólogos giraron instrucciones. Se quitó la camisa y le colocaron una máscara de plástico en la cara, hecha a su medida semanas antes en la Clínica La Floresta. Dibujaron puntos de referencia sobre ésta acostado sobre una máquina parecida a las hacen tomografías. Uno de ellos entró y salió varias veces de la cabina de controles para hacer ajustes hasta terminar. Todo fue invisible e indoloro en 15 minutos de sesión. La radioterapia fue siempre así: de lunes a viernes durante 5 meses. Los días previos a la segunda sesión de quimioterapia, pasearon con frecuencia el centro de la ciudad, donde en una oportunidad a Teresa le robaron un tique de lotería doblado en una caja de cigarrillos por dejarlo en la orilla de su cartera; primera y única vez que deseó que un triple no saliera. El contacto con gente enferma mayores que él, fue cambiando de a poco su percepción de la vida, relacionarse con ellos, conocer sus historias, compartir miedos y esperanzas, desarrolló su innato gen de empatía y comprensión. Comenzó a leer libros de autoayuda -el primero, comprado en el hospital- fue “El Poder está 67


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Dentro de Ti”, de Louise Hay. Su tía Luisa, convertida en una especie de psicóloga personal, le regaló cedés de música para meditación, lo invitó a imaginarse naves espaciales armadas con láser atacando y derrotando a un tumor. Su imaginación daba para eso y más. A pocos días de la segunda quimioterapia, pautada para el dos de mayo de 2002, tenía miedo. Lo vivido en aquella sala del 11 de abril era razón suficiente para estarlo. Fue tanto así, que una vez que empezaron a limpiar las vías con solución intravenosa, se fue en vómito. La enfermera sorprendida explicó la causa presumiendo que debía ser emocional. En efecto lo era, esta segunda quimioterapia le pegó poco o nada. Su cuerpo se adaptó con facilidad. Topaban siempre con Anseli y su padre el italiano; sólo hasta la cuarta sesión, luego ella llamó para notificarles que su padre no pudo más con el cáncer de pulmón. Juancho bajó paulatinamente de peso, el cabello comenzó a caer por los costados y decidió raparlo del todo, la cotidianidad caraqueña no dejaba lugar para distracciones, así que no tuvo tiempo de sentirse débil. Cada 15 días o mensualmente viajaban a Las Vegas a recargar provisiones materiales y emocionales. 68


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La fe hacía su parte, en La Vega un radio pasaba el día encendido, con mucha frecuencia sonaba la canción “Color Esperanza” de Diego Torres: Saber que se puede, querer que se pueda, quitarse los miedos, sacarlos afuera, pintarse la cara color esperanza, tentar al futuro con el corazón… Melodía sanadora del espíritu. En una noche de oración a la Rosa Mística, Teresa rezó con tanta convicción que se sintió poseída por una paz celestial, se convenció de que todo estaría bien. Al ver sus manos, notó que brillaban llenas de escarcha. La mañana siguiente contó a Juancho lo sucedido con lágrimas en los ojos. Sus abuelas Isabel y Cira llamaban con frecuencia, brindaban los sabios consejos que sólo las nanas conocen. De las pocas novedades surgidas, estuvo una ocasión en que unas ampollas adicionales al medicamento para la quimioterapia no se hallaban. Una enfermera contó a Teresa el caso de una señora que perdió a su esposo una semana atrás y que tenía en mente donar unas ampollas sobrantes. Fueron hasta la urbanización El Paraíso. Luego de escuchar la historia de la viuda y ayudarla a desahogar su pena, tomaron los medicamentos y se despidieron con abrazos de solidaridad y profundo agradecimiento. La anécdota no quebrantó su imperturbable 69


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fe. Hasta el último día de tratamiento, Juancho fue como el tallo del samán que crece en su tierra, nada alteró su confianza compacta y serena. Aguantar ciclos de quimio y radioterapias juntas fue una muestra de las ganas poderosas de querer seguir con vida. Cinco meses después la vida empacaba nuevas pruebas, y como nunca necesitaría de ella.

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Capítulo IV Un nuevo reto Concluido el tratamiento, regresaron a Las Vegas. Los médicos indicaron descanso durante un mes y medio. Una vez cumplido debían regresar a Caracas para realizar la biopsia que indicaría el estatus del cáncer. Estaba frágil, enjuto y con manchas en la cara producidas por la radiación. Mantenía corto el cabello que crecía sin problemas. Sentía pena al mirar los semblantes compasivos de amigos y conocidos por encontrar su aspecto sacudido por los medicamentos. Los chismes que viajan con la brisa veguense, mutaron hasta amasar la tesis del cáncer de cerebro. Ante ello debía aclarar permanentemente de qué se trataba la enfermedad. Fueron días de respuestas y explicaciones, dudas y visitas de los más allegados. Betsy los recibió en Caracas con el afecto de siempre. Estuvieron el tiempo necesario mientras realizaron una nueva nasoscopia y extraían la muestra para la biopsia. Volvieron a Las Vegas y regresaron 8 días después para saber el resultado. El médico de guardia del Centro Oncológico Luis 71


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Razetti les dijo que el tumor estaba renaciendo, las células cancerígenas -ahora en menor porcentaje- seguían en la faringe. Sintió helar su sangre, Teresa tomó su mano derramando lágrimas de angustia y tristeza. El terror se apoderó de ambos. El galeno hizo su papel de psicólogo, pidiéndoles calma y explicándoles los nuevos pasos a seguir, que consistían en dos sesiones de radioterapia interna y una de quimioterapia. Pese al tono dulce y sensible del doctor, fantasmas oscuros se asomaban al claro pasillo de la fe. Regresaron a Las Vegas, 15 días tenían para preparar un nuevo reto. Las dudas no cedieron. Buscando amparo para no resquebrajarse, escrutaron -por recomendación de la tía Sady- en la medicina naturista. Fueron a casa de un señor llamado Luis, habitante del sector Los Samanes de San Carlos y muy bien reputado en su oficio, especialmente cuando de cáncer se trataba. Luego de preguntar hasta el signo zodiacal de Juancho, y explicar amablemente que su método no afectaría en nada el tratamiento convencional, recetó dos vasos diarios de un líquido amargo envasado en dos botellas de vidrio. La confianza transmitida motivó la aceptación. Volvieron a Caracas cargados de maletas y dudas. Betsy como siempre hizo de su 72


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hospitalidad un factor determinante en la tranquilidad de Juancho. De vuelta a la sala 11 -como Juancho la definió en su momento- la única quimioterapia a realizar fue ejecutada sin sobresaltos; salvo náuseas esporádicas. La radioterapia interna debía hacerse en la Clínica La Floresta, tal como indicó el médico. Dos días después llegaron a la clínica. Juancho estaba nervioso y lleno de incertidumbre ante lo desconocido. Una vez revisada su historia entró a un cuarto de aspecto similar a la del oncológico. Acostado sobre una camilla, los técnicos introdujeron un tubo fino trasparente por cada orificio de la nariz, dentro pasaba un cable gris conectado a una máquina especial que no alcanzaba a ver. Se sintió un hierro a punto de ser soldado. Le pidieron que se relajara, sentía los dos puntos en las paredes de la faringe punzantes y raspantes. Alrededor de 10 eternos minutos sintió como si dos clavos calientes penetraban sus entrañas. La molestia quedó por varias horas, la radioterapia localizada significó un nuevo trauma físico; uno más entre todos los vividos en los últimos meses. Sin embargo, sólo faltaba un paso, otra sesión más y a olvidarse de todas las torturas; al menos eso esperaban. 73


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Al día siguiente volvieron a La Floresta, los técnicos repitieron la rutina. El susto esta vez fue menor, la conciencia del procedimiento le sirvió para concentrarse y paliar las tribulaciones físicas. A pesar de todo se sintió de nuevo como un metal en proceso de fundición con una máquina de soldar. Volvieron al oncológico, allí dieron parte del cumplimiento tanto de la quimioterapia como de las dos radioterapias internas. El médico de guardia hizo las preguntas de rutina y sugirió un mes de reposo como preámbulo a una nueva biopsia que arrojaría los resultados del último tratamiento. Volvieron a Las Vegas, al calor del pueblo y el hogar. Durante esos días, continuó tomando el brebaje naturista preparado por el botánico, total lo único que podía hacer era sumar. De sus oídos empezó a brotar espontáneamente una secreción grisácea y espesa. Alarmados consultaron a la doctora Eliodina, quien explicó que no había nada de qué preocuparse, que obedecía a efectos secundarios normales luego de las etapas de tratamiento vividas recientemente. Debió usar tapones de algodón por precaución. Un mes después regresaron a Caracas. En sus rostros se dibujaba la angustia y la preocupación. 74


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El miedo a que la enfermedad siguiera presente le quitaba paz a sus almas. Los ratos de oración, conversaciones con Dios y las palabras siempre alentadoras de Betsy ayudaban a paliar la zozobra. En el oncológico la rutina fue la misma, el médico extrajo la muestra con las pinzas y 7 días después estarían los resultados... Quizás los 7 días más largos en la historia de la vida de Juancho y Teresa. Su espera en la capital fue una lucha permanente con la ansiedad y rosarios febriles. El tratamiento había dado resultado, la biopsia salió negativa, las células cancerígenas habían desaparecido por completo. Teresa llevó sus manos al pecho y levantó la vista al cielo en señal de agradecimiento al Dios con el que conversaba a través de las cuentas del rosario. Juancho respiró aliviado y se sintió liberado de un peso extenuante y hostil. El médico que les dio la noticia, explicó con detalles todo lo que vendría a continuación. Serían 8 años de control y seguimiento, siempre a través de una tomografía de senos paranasales. En los primeros tres años, cada tres meses; los otros cinco, cada seis meses. “De ahora en adelante debes llevar una vida muy sana, evita el alcohol, come sano, haz ejercicio y sobretodo evita los olores fuertes y todo 75


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lo que pueda ser dañino para tu nariz”, dijo. Todos estaban felices, Juancho salió airoso en su cruzada contra el cáncer, su vida cobraba otro matiz. Para los controles no fue necesario hospedarse en casa de Betsy, quien siempre estuvo atenta a través del hilo telefónico. Se alojaban en el Hotel Terepaima de la Avenida Fuerzas Armadas en Caracas, punto cercano al oncológico Luis Razzeti cada vez que tocaba control médico. La recuperación fue progresiva, fue ganando peso y las manchas en el rostro -aunque más lentamente- fueron desapareciendo gracias al tratamiento recomendado junto al aloe vera. Sólo un par de secuelas quedaron para siempre; una fue su tono de voz, agudo y fino antes de la operación, se volvió grave y denso debido a la invasión en la zona al momento de sacar el tumor de la faringe, afectando el proceso fonético. La otra fue la saliva, las radiaciones quemaron sus glándulas salivales, por lo que la producción no fue la misma. Durante el primer año de control hubo miedo, cada viaje generaba una incertidumbre sustancial ante la posibilidad de escuchar malas noticias. Sin embargo, en cada viaje la angustia fue desapareciendo hasta esfumarse por completo. Hoy la vida de Juancho tiene otro color, sentir 76


y padecer la posibilidad de perderla cambia percepciones. Se volvió un ser emocionalmente fuerte y estable, con una empatía sobresaliente que inunda de calidez a todo el que se acerca. De vez en cuando, sólo de vez en cuando, se siente frustrado por no contar con una voz plena que le permita explotar su potencial musical y su don de educador. Al culminar estas líneas, Juancho contaba con 32 años, su título de docente en Educación Agropecuaria y una larga experiencia como corrector de ortografía en un conocido diario de Cojedes. Con la energía de un titán y un aura noble y bondadosa, es capaz de llenar de paz a quienes buscan su testimonio como símbolo de fe, pero muy especialmente, es capaz de dejar una luz de esperanza en cada sendero que transita.


Índice

Capítulo I Entrevista con el difunto

12

El Príncipe perdido (CUENTO INFANTIL)

23

Al final somos solo recuerdos

28

Como Pavo de la Rubiera

31

Mi amigo y la Sayona

35

Alex Rodríguez (CUENTO DEPORTIVO)

38

Prolegómenos y vestigios

41

Capítulo II

Todo empezaba apenas

49

Capítulo III Entre el sufrimiento y la suerte

59

Capítulo IV Un nuevo reto 78

71



Colección: LITERATURA Serie: (Tiramuto) NARRATIVA

Líneas de un Aprendíz Esos relatos que no se sabe si son poemas o cuentos o una novela presentada de manera extraña, forman nuestra narrativa contemporánea. Este es justamente el ritmo de lectura que se presenta en el libro Lineas de un aprendiz de Hector González.

S istema de E ditoriales R egionales

Cojedes

Héctor González (Cojedes - Venezuela, 1984) También conocido como nuno, nace en Tinaquillo, periodista egresado de la universidad católica Cecilio Acosta, narrador y comentarista deportivo, locutor n° 41671 de la UCV. Su vida se ha desarrollado en Las Vegas Municipio Rómulo Gallegos del Estado Cojedes, tierra por lo que guarda un cariño infinito, evidenciado en muchos de sus escritos. Líneas de un aprendiz es su primer libro.

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