Los Cuentos que te Cuento, Marcos Aguero

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Marcos Agüero

R e g i o n a l e s

Nac i o n a l

d e I m p r e n tas

S i st e m a

cojedes Serie Breves

C o l e cc i ó n LI T E R AT U R A

Los cuentos que te cuento

Fundación Editorial

elperroy larana



Los cuentos que te cuento



Marcos AgĂźero

Los cuentos que te cuento


Los cuentos que te cuento © Marcos Agüero Portada: José Baute / Diálogo de tiempos / Fotografía digital en B/N / 2008 Por la 1ra Edición: © Fundación Editorial el perro y la rana Imprenta Regional Cojedes Edificio Manrique, Primer Piso sede de la Escuela Regional de Teatro San Carlos-Venezuela 2201 Telefs.: 0424-4364577 correo electrónico: imprentaregionalcojedes@gmail.com

ISBN 978-980-7163-20-0 Depósito Legal: LS 40220078003118

Con el aporte de:


El Sistema Nacional de Imprentas Regionales es un proyecto editorial impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, a través de la Fundación Editorial El perro y la rana, con el apoyo y participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Tiene como objetivo fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. El sistema de imprentas funciona en todo el país y cuenta con tecnología de punta, cada módulo está compuesto por una serie de equipos que facilitan la elaboración rápida y eficaz de textos. Además, cuenta con un Consejo Editorial conformado por un representante de la Red Nacional de Escritores de Venezuela Capítulo Estadal, el Especialista en Gestión Cultural del Libro y la Lectura, el representante del CONAC en el Gabinete Regional, un miembro activo de la Misión Cultura, más cuatro representantes de los Consejos Comunales, atendiendo al principio de que El pueblo es la cultura.

Fundación Editorial

elperroy larana



Los cuentos que te cuento Marcos Agüero

Prólogo

Gracias a un generoso pedimento del amigo Marcos Agüero, fue puesto en mis manos un conjunto de ejercicios narrativos a objeto de que opinara sobre la forma y el fondo de los mismos. Lo primero que se me ocurre decir es que se trata de una serie de relatos breves, de cortas narraciones llenas de ingenio creativo que se expresan mediante un lenguaje fluido, vivaz y armonioso. De igual manera, en cada relato se destacan los signos, o mejor, señales de intemporalidad que identifican los productos de la libre imaginación, que así puede desplazarse sin encabritamientos por la senda que le sirve de marco referencial. Nota resaltante en estos ejercicios narrativos es que, en su gran mayoría, están centrados en un sujeto que narra de un modo omnisciente lo que le está ocurriendo al personaje único de cada relato. Tengo para mi, que en estos pequeños cuentos están presentes las influencias de Horacio Quiroga y de Borges porque se perciben similitudes con algunos de los relatos breves de éste último, en que el desenla-


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ce resulta inesperado, ya que el lector queda sorprendido al comprobar que el hilo de la narración se rompe abruptamente en el momento en que se esperaba una conclusión más ligada a la estructura argumental. Quiero manifestar que me complace enormemente saber que en nuestro terruño cojedeño existen muchos escritores en agraz, que como al arpa de Bécquer sólo les falta en cada caso, la mano magistral que le arranque bellas melodías desde el fondo de sus almas.

Lic. José A. González V.


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LA OTRA

Presuroso llegó el hombre a su casa con una pesada carga sobre sus hombros. Al llegar a su cuarto, la puerta estaba aún abierta como también lo estaba una vieja ventana a través de la cual la tenue luz de la calle ref lejaba la silueta de ella. Bajó su carga, la cual colocó sobre la cama. Cansado, se sentó y desde allí, entre la cortina que servía de pantalla, se mostraba inmóvil la f igura escultural de su íntima compañera. Quiso incorporarse, acercarse a ella, pensó correr la cortina para verla cuan blanca y esbelta, pero su arrepentimiento se lo impidió. Recordó la primera vez cuando al mirarla quiso tenerla: -Era tranquila, sonriente y bella, nunca me dio motivos para dejarla o tal vez perderla. Nunca me fue inf iel, regañona o aguaf iestas, siempre me estaba esperando con su boca bien dispuesta. El tormento de aquel hombre se hacía cada vez mayor. Llevándose las manos a su rostro constreñido, seguía pensado:

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-Siempre te necesité, de día, tarde o noche, en los momentos de apremio y dolor yo me sentaba en tus piernas para pedirte perdón. Y ahora que allí te veo, tan triste, inerte y sola, quiero que me perdones por haber traído a otra, pero tú ya no me sirves. ¡Poceta, perdona!

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El CUARTO JINETE

¡Nos ha nacido un niño! Recordó la angustiada madre al ver a su único hijo, ahora de pie y con los ojos vendados frente al pelotón de fusilamiento. El terrible sonido de ajusticiamiento dejóse oír por aquél redoble de batería, el cual aceleraba con inexplicable lentitud, la presencia del señor de la af ilada guadaña. Los cascos de un caballo amarillo hicieron eco en el lugar. Su jinete, con mirada vengativa, observa al que ha de ser ejecutado, desenvaina su espada y el sonido que ésta produce atraviesa los oídos del que tiene que ser muerto. ¡Oh! –pensó– ¡Cuán lenta es la muerte y que rápido se pierde la vida, Madre! ¡Hijo! ¡Fuego!

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LA SERPIENTE

Era aproximadamente las 9:00 a.m. de un miércoles del año ’94. La luz del sol que pasaba a través de la ventana de un cuarto interrumpió mis dulces sueños haciéndome consciente de aquél nuevo día. Sin embargo, en ningún momento procuré abrir mis ojos, simplemente sabía que estaba despierto y que en algún momento debía levantarme. Repentinamente, sentí que algo se movía entre mis piernas. ¡Ah! pensé, debe ser la gata que se subió a mi cama. Ignoré aquello y seguí despierto, pero con los ojos cerrados. Por segunda vez sentí que aquello se movía ahora con mas fuerza, como tratando de morder mi miembro viril. La sensación ya era extraña y la curiosidad me obligó abrir los ojos. ¡Horror!, me quedé petrif icado; mi corazón parecía salirse de mi pecho y una fría sensación de miedo se apoderó de mí. Sobre la sabana que cubría mi cuerpo y entre mis piernas no se encontraba la gata... ¡no! era una culebra de color verde. Sacando fuerza de aquél miedo espantoso, tomé parte de la


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sábana y de un sopetón agarré aquella culebra por la cabeza y por la cola. Salí de mí habitación en ropa interior con aquél animal retorciéndose en mis manos. La escena parecía interminable; pasé por el jardín y luego llegué al patio. Con la angustia que se puede tener en semejante caso, procuré encontrar un objeto contundente para darle muerte a la culebra. Finalmente, vi una piedra, la tomé –como pude– y una vez tras vez, la golpeé en la cabeza hasta dejarla sin vida. Me sentí débil, agotado y sudoroso. Resolví entonces volver a mi cuarto con mi sábana manchada. La puse a un lado de mi cama, me acosté boca arriba, tomé aire y en ese momento fue cuando realmente desperté.

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EL DULCE PRINCIPE Y SUS AMARGOS AMIGOS

Érase una vez, un dulce príncipe cuya apariencia SIMPLISTA era sólo contrastable con el grado de las aguas del MAR MUERTO. Éste encontrábase desterrado en los hostiles conf ines de sus mórbidos dominios. El territorio en cuestión abunda de extrañas y repugnantes AVES así como de animales salvajes. Por el Norte, habitaban las TURCAS. Estas aves tenían rostros como de piedra, sus pechos eran fuertes y robustos de allí se que se les conocieran como PECHOS DE TURCAS. Ellas hacían sus nidos sobre los agrios viñedos que el DULCE Príncipe cultivaba para sus AMARGOS amigos. Esta especie era dañina para la vegetación ya que su poder mortífero estaba en sus picos. Afortunadamente, la naturaleza es sabia y la mayoría de las crías morían por el grado de acidez de las uvas que les servían de alimento. Es por ello que se piense que estas aves eran brutas, torpes e idiotas. Al Oeste, se encontraban otras aves primas her-


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manas de las anteriores, llamadas: PINGÜIPATCOLIB. Esta rara especie en peligro de extinción, surgió del cruce de un Pingüino Africano, un Pato Australiano y un Colibrí Alemán. Se alimenta principalmente de carroña, excremento, y desperdicios. Tienen el don del habla, pero sus palabras están llenas de odio y envidia. A pesar de sus cualidades negativas, estas aves son el alimento predilecto de los animales salvajes, los cuales les comen sólo sus intestinos (lo único que les sirve de alimento). Pero no todo era malo para el DULCE Príncipe, a pesar de su destierro, éste se dirigía al Sur de vez en cuando para recibir consejo y encontrar paz y sosiego de parte de las AVES del Paraíso, las AVES de BUEN AGÜERO.

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EL TÁRTARO

El cura del pueblo acaba de despedirse de Pedrito, el monaguillo, y le recordaba despertarlo a las 6:00 a.m. como era costumbre para dar la misa. El Sr. Cura encendió una vela, se arrodilló, oró y luego se acostó. Las horas pasaban bajo aquella tenue de luz velatoria que lo hacía ver como un muerto. Un profundo silencio dejóse oír y ya no supo más de si… El doblar de las campanas no se hizo esperar y sobre los hombros de los feligreses fue llevado hasta su última morada, un lugar pequeño, oscuro y frío pero seguro y eterno. Sólo la tierra húmeda cubría el féretro del recién enterrado. Y fue allí, en semejante instante, cuando el santo difunto abrió sus ojos con incalculable espanto. Comenzó a empujar y golpear la madera que tenía ante su rostro. El esfuerzo era en vano debido a su avanzada edad y ésta lo dejaba cada vez más débil. Sudoroso ya y con la respiración entrecortada, recordó que en uno de los bol-


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sillos de su sotana, tenía un cuchillo el cual sacó y con esfuerzo hercúleo empezó a sacar los clavos de la urna escapando así del estomago de la muerte. Allí iba el pastor, arrastrándose por aquel inf ierno de desolación. Este era el pastor, el último pastor caído sin seguidores y sin nadie a quien seguir. Mientras se arrastraba, surgió a su paso un viejo y apestoso burro lleno de gusanos y moscas verdes. Con una agria sonrisa montó el cuadrúpedo y sin rumbo alguno, el hombre y la bestia seguían la huella de la soledad la cual mostraba a su paso un paisaje agresivo de muerte. Con la misma inclemencia que el sol quemaba su piel, así también el hambre quemaba su estomago. Ante tal adversidad, y con asco profundo, el hambriento pastor sacaba con sus esqueléticas y mohosas manos los gusanos que le proveía aquel viejo y enfermo animal. Tratando de socorrer semejante hachazo que la vida le signaba, se dispuso a orinar en sus manos y beber tan preciado líquido. Salido de quien sabe donde, un nuevo animal aparece en escena, se trata esta vez de un zamuro que vuela a duras penas debido al hambre pegada en su estómago, mostrando la f lacura en relieve de su implume cuerpo. Súbitamente, el zamuro percibió un olor nauseabundo que provenía detrás de una montaña. El ave alzó vuelo -como pudomientras el pastor con su sabiduría atormentada por lo que había comido y bebido siguió al carroñero. A medida que se acercaban al lugar, el olor se

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hacia insoportable, tanto así que quiso maldecirlo, pero su voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. Asf ixiado –casi– el pastor llegó a la cúspide de la montaña y vio un lugar aterradoramente amorfo. Hombre, bestia y zamuro entraron en aquel fétido sitio. La turbia e inexpresible mirada del pastor, se aclaró en la oscuridad de aquello. De repente, se oyeron quejidos, llantos y alaridos. Para ese entonces el hedor ya era insoportable. Luego la sensible mirada del pastor se vio atraída por algo que surgía entre penumbras. Era un ser asombroso, mitad hombre mitad caballo, así era su cara, con voz trémula el pastor preguntó: ¿Qué es todo esto, quién eres, por que estás aquí?. Levantando sus patas traseras el anf itrión respondió: los lamentos que escuchas son los frutos del árbol de la ignorancia que se pudre en el lodo que cubre la raíz de la de la inteligencia de los dioses mundanos. Y el hedor que sientes son tus pensamientos y el lugar donde te encuentras es el Tártaro, lugar donde viven sólo los que están muertos y el que aquí entra no sale jamás. El aún aturdido pastor, clavó los ojos de angustia en tan fabulosa criatura diciendo: por salir de aquí soy capaz de cualquier cosa por muy imposible que parezca. ¡Yo, pastor de nadie, el último pastor te reto!. Los ojos del misterioso ser huyeron de la insistente mirada del pastor, mientras le decía: ¿ves este riachuelo, allí se encuentra un pez lleno de gusanos venenosos y el agua que ves, es la sangre venenosa de los dioses mundanos. Si logras comer-


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lo y beberla y quedar vivo, podrás salir de aquí y vivir para siempre. Respondió el pastor: He esperado con angustiante tranquilidad el correr de los años acercándose lentamente a pasos agigantados hacia el f inal de este encuentro. Mientras tanto, el zamuro descansaba sobre una rama de espinas esperando impaciente la muerte del pastor y poder así saciar su hambre. El pastor metió su mano en la sangre de los dioses mundanos, sacó el pez lleno de gusanos y con la poca sabiduría que le quedaba, meditó por un momento y le dio de comer primero al zamuro. Este lo devoró es un dos por tres y al instante murió. Seguidamente, el pastor tomó al zamuro muerto y dióselo a comer al burro. Este lo masticaba lentamente y cuando huboselo comido, el burro también murió. Viendo esto, un rotundo olfato de triunfo lo embargó. Desenvainó su viejo cuchillo y lo clavo en la yugular del recién muerto animal. Un fuerte y tibio chorro de sangre bañó su rostro, procuro entonces beberla con desesperación. Totalmente lleno, se incorporó el pastor completamente transformado y con él el burro convertido ahora en un hermoso corcel blanco, mientras de su cuerpo salían dos enormes alas negras. El pastor montóse sobre el alado animal prof iriendo estas palabras al guardián del tártaro: Todos somos como burros con gusanos, guiados por nuestra ignorancia hacia el Tártaro. ¡Utilicen la espada de la sabiduría para que sean transformados! Dicho esto, salió volando a la eternidad…

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A las 6:00 de la mañana, Pedrito llegó a la iglesia y acercándose al cura le dijo: ¡Levántese señor Cura, que ya va a ser la hora de dar la misa!

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N. del A.: En éste cuento se tomaron en cuenta -a manera de homenajealgunas expresiones del libro Cuentos de amor de locura y de muerte, del escritor uruguayo Horacio Quiroga.


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LA CUEVA

Errante por el camino de la vida, un hombre se buscaba así mismo. Luego de tantos desaciertos, procuro subir a una montaña. Al llegar a ella se sorprendió por un anciano vestido de blanco, la cabeza rapada y sentado a la entrada de una cueva. El extraño anf itrión clavando su mirada al recién llegado, le preguntó: ¿De donde vienes? A lo que respondió: “Vengo de recorrer la tierra y de andar por ella”. Me busco a mi mismo para encontrar paz. Este es el f in de mi andar porque he hallado lo que buscaba. Por favor, en esa cueva déjame entrar. Mirando hacia la cueva, aquel misterioso personaje le dijo: ¡Aquel que entra en esta cueva no sale jamás y si sale, sale muerto!. Sin considerar las palabras recién escuchadas, el errante hombre avanzó, detúvose por un segundo y entró. Una vez en las penumbras de aquello, siguió su ritmo, siguió penetrando, pero nada encontrando. Volteó queriendo regresar pero unas tarántulas de aspecto infernal se lo impidieron. El terror se apo-

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deró de él y comenzó a sentir el pavor que produce la aracnofobia. Las arañas se le acercaban cada vez más y él retrocedía, retrocedía. Su espalda se encontró con el f inal de la cueva ¡las tarántulas ya estaban muy cerca! De repente, ocurrió un temblor, tan fuerte el temblor era que la cueva empezó a derrumbarse. Piedras y rocas cada vez más grande caían. ¡Si, caían sobre las tarántulas quedando todas aplastadas! Piedra sobre piedra iban cayendo, hasta quedar totalmente tapiada la cueva, hasta quedar totalmente atrapado en la cueva.


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EL ÁNGEL GABRIEL

Era un poco más de la media noche. El cielo parecía un terciopelo repleto de diamantes. La suave brisa acariciaba los sombríos árboles del traspatio de la casa de Juan. Su costumbre era salir del jardín y contemplar el cielo nocturno antes de ir a dormir. Muchas cosas podía ver el en la profundidad de la noche: estrellas fugaces, eclipses lunares, satélites, lluvia de estrellas, aviones y objetos voladores no identif icados. En aquella singular noche, contempló algo que lo desconcertó. Mientras su mirada se mantenía f ija en la famosa constelación “Cruz del Sur”, su atención fue desviada a su izquierda, al Este donde el satélite lunar brillaba con todo su esplendor. Casi hipnotizado por su halo misterioso, pudo divisar una “mancha blanca” que salía de ella. Al principio parecía una mancha, pero ésta a medida que avanzaba, comenzaba a tener su real forma. No era una mancha, era una blanca paloma revo-

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loteando en lo más alto, justo sobre Juan. El ave comenzó a descender lentamente y mientras lo hacía, se iba transformando en un ángel, blanco y brillante como la luna. Sus pies nunca tocaron tierra, de hecho se mantuvieron a la altura de la cabeza de Juan. Mentalmente, el ángel le transmitió que venía a buscarlo, que tomará sus blancas vestiduras y se elevara con él. Juan lo hizo, y al ver que se elevaba, sintió miedo y se soltó. El ángel siguió elevándose, volando de vuelta a la luna. El asombro de Juan fue mayor al ver no una ¡sino siete lunas! Si, siete lunas verticalmente arqueadas. Cuando el ángel iba, la primera luna humeaba como el humo que sale de un gran horno. Al llegar el ángel a la segunda luna esta comenzó a arder. Siete años después, Juan ya no saldría al jardín a contemplar el cielo nocturno…


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LOS CUATRO PEONES

La expectativa de aquel pueblo apartado de la civilización era extraña. Por vez primera se llevaría a cabo la inusitada f inal entre dos desconocidos Maestros del ajedrez, Gaspar Garrido y Antonio Carpio. Acostumbrados más a jugar bolas criollas, peleas de gallos y dominó, la mayoría de los pobladores no mostraban interés por aquella contienda deportiva. Los organizadores y promotores tenían todo dispuesto en la Plaza Bolívar ubicada sobre una pequeña loma no muy lejos del pueblo. Sin embargo, debido a la inclemencia del tiempo se vieron obligados a buscar un lugar cubierto. Desafortunadamente, el único sitio disponible era una cantina la cual tenía abandonado en un rincón, un viejo ring de boxeo. Es perfecto -exclamó uno de los organizadores- sobre este ring de boxeo se hará la f inal del torneo, los espectadores se sentarán alrededor del cuadrilátero evitando así que se apiñen sobre los Maestros. Convenido así, y valiéndose de

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los adelantos del mundo civilizado, desplegaron las cámaras televisivas a los extremos del ring. La hora ya estaba presta, los pobladores- en su mayoría campesinos- comenzaban a inundar el lugar en alpargatas y sombreros de cogollo, pero no por el evento en sí, sino más bien para jugar dominó, bolas criollas,o tomar aguardiente. Finalmente, hicieron su entrada los dos Maestros del ajedrez cada uno con su representante y cuerpo de seguridad. Con ellos, subieron al cuadrilátero el juez del torneo y el personal de seguridad. En el centro colocaron la mesa, sobre la mesa un tablero de ajedrez, sobre el tablero las piezas , a su lado, un reloj de ajedrez. Aunque no llevaban guantes, ni trusas, ni protectores bucales, los dos Maestros, colocados a dos brazos de distancia se miraron f ijamente con inf inito desprecio. El estado casi hipnótico de ambos ajedrecistas ¡se vio sacudido por el peculiar rastrilleo de af ilados machetes! El juez pidió silencio y procedió a hacer la presentación de los rivales quienes mientras se sentaban, no apartaron el odio de sus rostros. Se oyó una voz que dijo: ¿y estos van a peliá sentaos? Otra voz le respondió: No compa, están esperando que toquen la campana. Una hora pasado, y dos y tres, pero los ajedrecistas permanecían inmóviles con sus miradas puestas sobre las piezas que estaban sobre el tablero, que estaba sobre la mesa, que estaba sobre el cuadrilátero, que estaba apartado en un rincón de la cantina de aquél pueblo apartado de la civi-


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lización. Los campesinos, ya con unos cuantos tragos encima y comiendo chimó, comenzaban a alterarse y a pararse de sus asientos. Tanto el juez del torneo como el personal de seguridad se mantuvieron expectantes. En ese preciso instante, cuatro peones que venían de una f inca cercana entraron a la cantina montados a caballo, dos blancos y dos negros. Estos se dirigieron al patio sin mirar siquiera a aquellos dos ajedrecistas que jugaban sobre un ring. Cuatro largas horas ya habían pasado y fue allí en semejante instante, cuando se oyeron palabras empapadas por el alcohol que decían: ¡queremos ver sangre! Todos se levantaron de sus sillas gritando y golpeándolas con sus af ilados machetes. La algarabía se hacía insoportable, pero los dos Maestros permanecían sumergidos en su juego. Varias sillas fueron lanzadas al ring mientras algunos campesinos trataban de cortar las sogas con sus machetes. Con la angustia que se puede sentir en semejante situación, el juez logra ver la vieja campana amarrada a una de las esquinas del cuadrilátero. A riesgo de u propia vida, se lanzó a la lona, gateó hacia ella con notable desesperación y cuando húbola tenido, la tocó repetidas veces. Notando el efecto casi paralizante sobre aquellos aldeanos, se incorporó y moviendo los brazos exclamó: ¡Tablas, tablas!

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MAMA PANCHA

Allá va Mamá Pancha. Acá va la Dama Blanca. Mamá Pancha canta, habla a los Pájaras patas largas. La Dama Blanca da cara larga a Mamá Pancha. Las pájaras patas blancas largas danzan, alzan las alas a Ma’ Pancha. La Dama Blanca, la Dama Malvada, lanzan varas a las pájaras patas largas, lanza carcajadas a Pancha, mas, para nada. Cada mañana, Ma’ Pancha baja la cabrada. Cada mañana, va Mamá Pancha a la casa fachada blanca; allá lava, allá plancha. Ah! Allá va la Dama Malvada, cara a cara habla malas palabras manda largas carcajadas a Pancha, mas Mamá, saca la hamaca, saca la vara, llama a las pájaras patas largas.


Indice



PRÓLOGO

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LA OTRA

13

EL CUARTO JINETE

15

LA SERPIENTE

16

EL DULCE PRINCIPE Y SUS AMARGOS AMIGOS

18

EL TÁRTARO

20

LA CUEVA

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EL ÁNGEL GABRIEL

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LOS CUATRO PEONES

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MAMA PANCHA

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Fundación Editorial El perro y la rana Imprenta Regional Cojedes Consejo Editorial Popular Estado Cojedes: Aurymar Granadillo Especialista en Gestión Cultural - Area del Libro y la Lectura Deibi Díaz Red de Escritores de Venezuela - Capítulo Cojedes Eduardo Mariño Diseño Gráfico y Edición José Baute Impresión y Montaje

Esta edición de 500 ejemplares se culminó en mayo de 2008 en la Imprenta Regional Cojedes de la Fundación Editorial "El perro y la rana" En su impresión se usaron tipos Linotype Univers y Bembo


Marcos Agüero (Tinaquillo, 1958) Docente, escritor, cuentero y promotor cultural. Preside la Fundación Cultural Pictogramas y ha participado en numerosos talleres y programas de promoción de la lectura. En los años 80 estudió Idiomas en los Estados Unidos, experiencia que le sirvió para su primera publicación: Guía Turística Bilingüe, editada por la Cátedra de Idiomas de la Universidad de Carabobo. Actualmente, Marcos Agüero forma parte de la directiva horizontal de la Red de Escritores de Venezuela, Capítulo Cojedes. Su literatura está llena de esa cotidianidad y espontaneidad tan característica de Tinaquillo y que ha dado sus frutos en innumerables autores de renombre.

LOs cuentos que te cuento reúne los relatos cortos de Marcos Agüero e inaugura de ésta manera la Serie Breves, que pretende mostrar aquellos textos que por su extensión e intensidad, dan cuenta tanto de la fugacidad del mundo de hoy, como de la atemporalidad y lo casual de nuestra escritura.


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