Brechas de género en el empleo no agrícola

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BAJO EL ENFOQUE DE LAS DIFERENCIAS INTERÉTNICAS EN EL ÁREA RURAL DE

GUATEMALA

Nº 2004-3

BRECHAS DE GÉNERO EN EL EMPLEO NO AGRÍCOLA

Julia Johannsen

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CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO G

BRECHAS DE GÉNERO EN EL EMPLEO NO AGRÍCOLA BAJO EL ENFOQUE DE LAS DIFERENCIAS INTERÉTNICAS EN EL ÁREA RURAL DE

UATEMALA


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Johannsen, Julia Brechas de género en el empleo no agrícola bajo el enfoque de las diferencias interétnicas en el área rural de Guatemala / Julia Johannsen. -- Guatemala: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2004. 40 p. ; (Cuadernos de Desarrollo Humano ; 2004-3). ISBN 99922-62-42-7. 1. Empleo rural - Guatemala. 2. Mujeres rurales. 3. Participación de la mujer. 4. Relaciones interétnicas. 5. Mercado de trabajo.

Autora Julia Johannsen Edición y estilo Paola Ketmaier y Ariel Ribeaux Diseño de portada Luis Fernando Monterroso Diagramación Paola Ketmaier Fotografías de portada Carlos Sebastian / Prensa Libre

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Esta publicación ha sido posible gracias al apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo de Guatemala (PNUD)

Impreso en Guatemala por Artgrafic de Guatemala 1,000 ejemplares

Guatemala, noviembre de 2004

CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO, Nº 2004 - 3


Presentación Este Cuaderno de Desarrollo Humano constituye un claro ejemplo de lo que este tipo de publicación busca alcanzar: presentar información y nuevas perspectivas sobre temas fundamentales para el desarrollo humano en Guatemala, abrir espacios para un debate bien fundamentado y, en general, democratizar el acceso al conocimiento. El Cuaderno es una síntesis del trabajo llevado a cabo por Julia Johanssen como parte de sus investigaciones de postgrado en economía en la Universidad de Göttingen, Alemania. El uso cuidadoso de información reciente de las últimas encuestas de empleo e ingresos permite contar con un diagnóstico preciso y estadísticamente documentado acerca del empleo rural no agrícola. Reviste especial importancia tanto el papel de las mujeres con una marcada tendencia a trabajar en sectores no agrícolas, como el de diversos grupos étnicos, entre quienes se observan notables divergencias en relación con el sector en que trabajan. Pero la investigación no se limitó al análisis de estadísticas, sino que también incluyó trabajo de campo en Totonicapán y Alta Verapaz, que permitió a la autora contar con una perspectiva rica que generalmente escapa a los fríos datos recogidos mediante encuestas de hogares. Todo ello brinda un panorama complejo y diverso al mismo tiempo que permite evaluar las relaciones entre las habilidades y la iniciativa de los trabajadores en el área rural, y las condiciones socioeconómicas y las oportunidades que los habitantes de cada región enfrentan. Esperamos que este Cuaderno sea un insumo que contribuya al diseño de una política de desarrollo rural que favorezca el desarrollo humano de Guatemala.

Juan Alberto Fuentes Coordinador del Proyecto del Informe Nacional de Desarrollo Humano PNUD

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Contenido 1. INTRODUCCIÓN

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2. LAS DIMENSIONES POLÍTICAS DEL EMPLEO NO AGRÍCOLA EN LATINOAMÉRICA 2.1 Las contribuciones del empleo rural no agrícola al desarrollo rural 2.2 Una introducción al empleo no agrícola en América Latina 2.3 Políticas de desarrollo rural en Guatemala

8 8 9 9

3. MERCADOS RURALES DE TRABAJO EN GUATEMALA 3.1 Metodología y cifras 3.2 La estructura de la composción de la mano de obra 3.3 Algunas características básicas de los trabajadores rurales 3.4 Composición ocupacional de los trabajadores rurales 3.5 Factores que determinan la probabilidad del empleo rural no agrícola

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4. EMPLEO RURAL NO AGRÍCOLA: ¿UN POTENCIAL PARA EL DESARROLLO RURAL? 4.1 Metodología y recolección cualitativa de datos 4.2 El caso de los q’eqchi’s en Cahabón, Alta Verapaz 4.3 El caso de los k’iche’s en Totonicapán

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5. SUMARIO

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BIBLIOGRAFÍA

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LISTADO DE SIGLAS

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ANEXOS

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1. Introducción El empleo rural no agrícola (ERNA)1 es de gran importancia para los sectores rurales de América Latina en tanto contribuye en cerca del 40% a los ingresos rurales (Reardon et al., 2001).2 En consecuencia, el desarrollo rural no es más sinónimo sólo del empleo agrícola. Entre las diversas funciones positivas del empleo no agrícola puede mencionarse la estandarización de las variaciones en el ingreso a lo largo del año tanto como de año en año: el ingreso se incrementa y, por lo tanto, atenúa la pobreza rural. Éste otorga una mayor capacidad para hacerle frente al riesgo y a las conmociones financieras, así como posibilita la inversión tanto en la parcela agrícola como en capital humano y otros bienes (Vakis, 2002; Reardon et al., 2001). Muchas de estas funciones positivas pueden ser confirmadas en Guatemala. La igualdad de género, la reducción de la pobreza, el incremento de la inversión en bienes destinados a la parcela agrícola y en tecnologías sostenibles de producción, son metas fundamentales en las agendas de desarrollo agrícola de los países en desarrollo. Tanto en la Estrategia de Reducción de la Pobreza (SEGEPLAN, 2001) como en una amplia literatura ambiental de Guatemala, el mayor énfasis en la búsqueda de estrategias de desarrollo rural sostenible se centra en el desa-

rrollo agrícola y en el tema conexo: la redistribución de la tierra. Esta tendencia se origina en la importancia de ambos temas en el transcurso de la historia de Guatemala, la cual continúa hasta hoy en día. Todo ello da como resultado una situación en la que el potencial del empleo no agrícola no es suficientemente reconocido. Lo anterior se debe a que los análisis sobre empleo rural efectuados en el pasado se enfocaban en la población trabajadora como un todo o, en el mejor de los casos, se basaban en comparaciones generales entre la población indígena y no indígena, ignorando, por tanto, la importancia del empleo no agrícola para las mujeres y ciertos grupos étnicos. Una excepción la constituyen los recientes estudios de género, que han ofrecido la primera visión en profundidad de las heterogeneidades sociales del mercado rural del empleo (véase SNU, 2002; Pagan, 1998; Von Hoegen et al., 1999). La intención de este estudio es contribuir a cerrar la brecha de información relativa al mercado rural de trabajo en Guatemala y, en particular, a discutir el potencial del empleo rural no agrícola en el logro de un desarrollo rural sostenible en las diferentes regiones y en los grupos étnicos propios de cada una.

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El empleo rural no agrícola se refiere a “todas las actividades económicas que se lleven a cabo en el área rural, con la excepción de la agricultura, la ganadería, la pesca y la caza”. 2 Reardon et al. se refieren a una definición más amplia del ERNA, conocida como off-farm en inglés, que incluye el trabajo agrícola siempre y cuando sea efectuado fuera de las propias parcelas de tierra (como trabajador o jornalero agrícola). 1

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2. La dimensión política del empleo no agrícola en América Latina 2.1 Las contribuciones del empleo rural no agrícola al desarrollo rural El siguiente esquema (ilustración 1) enmarca el análisis del sector rural no agrícola, con las supues-

tas variables que lo determinan, en el contexto del actual debate internacional sobre desarrollo rural y sus componentes importantes. Éstos se refieren a la reducción de la pobreza rural, la conservación de los recursos naturales y la equidad social, a todos los cuales, se supone, el empleo rural no agrícola contribuye positivamente.

Ilustración 1 Contribuciones del empleo rural no agrícola al desarrollo rural Desarrollo rural sostenible Reducción de la pobreza z Reducción del riesgo z Ingreso alternativo

Igualdad de género z Empleo para las mujeres z Distribución intrahogar

Conservación de recursos z Reducción de deforestación z Inversión en tecnologías

Empleo rural no agrícola Características individuales z Sexo z Edad z Educación

Características del hogar z Infraestructura (electricidad, conexión a sistemas de agua) z Estructura demográfica z Tenencia de la tierra

Características regionales z Macroregión (grupos étnicos, condiciones agroecológicas) z Infraestructura del hogar (acceso a mercados, caminos)

Fuente: Elaboración propia basada en Kaimowitz & Angelsen, 2002; Corral & Reardon, 2001.

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La parte inferior del esquema se refiere a las características del sector del empleo no agrícola y a la teoría relacionada con los factores que lo influyen. La parte superior describe las características del desarrollo rural relativas al empleo no agrícola, tal como se describe a continuación. En la discusión económica, la temática se centra alrededor de, por lo menos, tres importantes componentes del desarrollo rural sostenible que son influenciados de forma positiva por el ERNA. Éstos son la reducción de la pobreza, la conservación de los recursos y la igualdad de género —aunque este CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO, Nº 2004 - 3

último componente es mencionado con frecuencia sólo indirectamente. El efecto generalizado de reducción de la pobreza en los hogares rurales es, fundamentalmente, expresado en el incremento del ingreso, en la reducción de las fluctuaciones a lo largo del año (estandarización del ingreso) y en la reducción del riesgo a través de la diversificación del ingreso (Lapenu & Zeller, 2000; Lanjouw & Lanjouw, 2001; Lanjouw, 1999). En Guatemala el efecto positivo del empleo no campesino en la reducción de la pobreza ha sido demostrado recientemente por Vakis (2002) y para el departamento de Quiché por Gennrich (2002).


Aunque el incremento en los ingresos no agrícolas puede, bajo ciertas condiciones, conducir a crecientes desigualdades interhogares (Elbers & Lanjouw, 2001; Lanjouw & Lanjouw, 2001), el efecto sobre el ingreso y la distribución del consumo a nivel de los hogares (distribución intrahogar) se supone que es positivo debido a la relativamente más alta participación de las mujeres en el sector no agrícola (Lanjouw, 1999; en Guatemala: Pagan, 1998). (Nótese que el efecto igualatorio se basa en el supuesto que las mujeres pueden controlar su propio ingreso —no agrícola.) Además, el ERNA estaría contribuyendo a la mejoría en la productividad agrícola (y de esta forma, a los salarios agrícolas rurales) al proveer a los agricultores con el ingreso en efectivo para la compra de insumos caros, a la vez que les permite escoger entre tecnologías de producción con una mayor productividad promedio, así como asumir mayores niveles de riesgo (Berdegué et al., 2001; Lanjouw & Lanjouw, 2001). Mientras que los mayores ingresos conducen a la inversión en tecnologías de producción más sostenibles es difícil responder, sin embargo, si una reducción en la disponibilidad de mano de obra para la agricultura —como resultado de una mayor participación en actividades no agrícolas— podría causar el efecto contrario si consideramos que muchas de las tecnologías sostenibles —tales como las técnicas de conservación de suelos— requieren de mayores insumos (iniciales) de mano de obra.

2.2 Una introducción al empleo no agrícola en América Latina En promedio, el segmento de la población rural de América Latina involucrada principalmente en actividades no agrícolas ha crecido del 17% al 24% entre 1970 y 1981, y ha continuado incrementándose de forma rápida desde entonces. Al mismo tiempo, de acuerdo con Reardon et al. (2001), el papel de la mano de obra agrícola asalariada como una oportunidad sustituta de trabajo para los pobres rurales y los sin tierra ha sido a veces sobrestimada. De hecho, del ingreso rural, el componente no agrícola contribuye a generar mayores porcen-

tajes del ingreso rural en muchas de estas localidades. Las excepciones se dan en regiones con mayor agricultura comercial y con explotaciones ganaderas, en las cuales al mismo tiempo la población rural es pobre o pobre y sin tierras, y para la cual la oportunidad de un trabajo agrícola asalariado constituye una importante fuente de trabajo, como es en el caso de la región de Petén y Alta Verapaz en Guatemala (AVANCSO, 2001). Las mujeres dependen principalmente del empleo no agrícola, mientras que los hombres trabajan en su mayoría en el sector agrícola: entre el 65% (Chile) y el 93% (República Dominicana) de las mujeres empleadas en el área rural estaban en el sector no agrícola en la década de los 90 (Durston et al., en Reardon et al., 2001). Según cálculos propios para Guatemala en 2002, el 44% de todos aquellos habitantes del área rural hace diez años o más se ocupaba básicamente en actividades no agrícolas, mientras que de las mujeres rurales ocupadas el porcentaje se elevaba a cerca del 70%. Al diferenciar dentro del sector no agrícola se encuentra que en las áreas rurales de los países latinoamericanos el empleo en el sector servicios y el empleo asalariado –en particular cerca de pueblos y carreteras– es el más importante dentro de las actividades no agrícolas. En contraste, el autoempleo tiende a ser propio de las zonas pobres con infraestructura débil –especialmente en las áreas del interior, en las cuales las empresas rurales pequeñas de manufacturas no tienen que competir con bienes urbanos o importados (Reardon et al., 2001). En el caso guatemalteco, los resultados presentados en este estudio enfatizan la importancia del autoempleo rural en todos los sectores económicos no agrícolas, sobre todo en el caso de las mujeres.

2.3 Políticas de desarrollo rural en Guatemala Hasta el día de hoy no existe una estrategia consistente de desarrollo rural en Guatemala. No obstante, ya se han dado los primeros pasos con la creación de la Mesa Intersectorial de Diálogo de

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Desarrollo Rural (MIDDR) en 2003. Con anterioridad se mencionaban objetivos implícitos de desarrollo rural en documentos de estrategia relativos a la conservación de recursos. Un ejemplo es la Convención de Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica. Con la ratificación de Guatemala en 1995 el país se comprometió a “promover la protección de los ecosistemas, de los hábitats naturales y al mantenimiento de las especies en sus entornos naturales” (artículo 8d).3 Como uno de los obstáculos para poner en práctica la Convención, el plan estratégico incluido en ésta menciona factores socioeconómicos tales como “la pobreza, la presión poblacional, el consumo no sostenible y los patrones de producción [y] la ausencia de capacidades en las comunidades locales”. Todos están muy relacionados con las oportunidades de empleo y de ingreso de las poblaciones rurales, aunque no se dice explícitamente ni se precisa en términos de sus implicaciones políticas. En 1999, el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP) de Guatemala aprobó la Estrategia Nacional de Biodiversidad, que declara la necesidad de combatir la pobreza rural a través de “la generación de ingresos alternativos para la población rural con el desarrollo de la industria rural” (CONAP y OTECBIO, 1999: párrafo 7.2). Entre los principales instrumentos para alcanzar este objetivo el documento enumera la creación de incentivos para pequeñas y medianas empresas, así como de programas alternativos de capacitación para pequeñas y medianas actividades industriales.

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Sin embargo, hasta fecha reciente, éste ha sido uno de los pocos documentos que directa o indirectamente, estando relacionados con el desarrollo rural, mencionan al empleo rural no agrícola; y ello no significa todavía repercusión alguna para la verdadera acción política, en tanto otros temas del

desarrollo rural (en general relativos a la agricultura) son más urgentes desde el punto de vista de la población rural y de los políticos. Desde 1997 la Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas (CNOC) reclama el cumplimiento de los Acuerdos de Paz respecto a la elaboración e imposición de una estrategia nacional integral para el desarrollo rural. Sus esfuerzos dieron como resultado, primero, la creación de una Comisión en 2000. Los diferentes representantes del gobierno en esta Comisión comenzaron a discutir aspectos específicos relativos a las demandas de los pequeños propietarios. Empero, no han sido capaces de formular una estrategia política integral que tome en cuenta las prioridades de todos los interesados. A raíz de ello la Comisión solicitó la asistencia técnica del Sistema de Naciones Unidas —en este caso, la Misión de Naciones Unidas en Guatemala (MINUGUA)—, que se convirtió en el ente oficial de mediación entre la CNOC y el presidente de la República en 2002. Entre octubre de 2000 y abril de 2002, diferentes interesados de la sociedad civil presentaron propuestas normativas específicas a las futuras políticas de desarrollo rural. Con la finalidad de analizar las diversas propuestas y elaborar la subsecuente estrategia nacional, la Comisión y la CNOC estuvieron de acuerdo con implantar una mesa de diálogo sobre desarrollo rural en 2001 (MINUGUA, 2002). Entre los interesados que presentaron propuestas de estrategias de desarrollo rural en el período 2000-2002 se encontraban la CNOC, la Cámara del Agro conjuntamente con el Consejo Agroindustrial de Guatemala, el IPES, el CACIF, el CONIC y la Plataforma para el Desarrollo Agrario y Rural de Guatemala integrada por AVANCSO, CALDH, CONIC y la PTI.4 Adicionalmente se pueden mencionar el Plan de Políticas Agrícolas 2000-2004 del Ministerio de Agricultura, Gana-

El texto de la Convención está disponible en: http.www.biodiv.org/convention/articles.asp (consultado en mayo de 2003). Para el nombre completo de estas organizaciones no gubernamentales (que incluyen de investigación, indígenas y de la iglesia) véase el listado de siglas al final de este documento. 3 4

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dería y Alimentación (MAGA), la Estrategia de Reducción de la Pobreza de la SEGEPLAN y otras políticas y leyes implantadas durante este período (MINUGUA, 2002). Todas las propuestas que han sido discutidas en la MIDDR tienen en común el fuerte enfoque en el desarrollo agrícola. Como consecuencia, no sólo el empleo agrícola y la generación del ingreso son abordados de una manera limitada; también lo son los tópicos ambientales relacionados con los recursos acuáticos, lo forestal, la biodiversidad y el ecoturismo. Respecto al desarrollo económico rural las propuestas están de acuerdo con la necesidad de aumentar la productividad de las cosechas agrícolas, tanto tradicionales como no tradicionales —en particular lo relativo a granos—, así como en el desarrollo de infraestructura, lo mismo para pequeños que para medianos agricultores (Foro Guatemala, 2002). Puede concluirse, en general, que la actual discusión sobre las políticas de desarrollo rural en Guatemala, con excepción de los efectos positivos indirectos de las políticas relacionadas con la infraestructura y la educación, no toman en cuenta explícitamente el potencial ni las necesidades específicas del sector no agrícola. Como consecuencia, el Consejo Comunal de Totonicapán expresa en su documento de diagnóstico para la

futura Estrategia de Reducción de Pobreza del departamento que: “(...) para algunas personas, los habitantes de Totonicapán, especialmente aquellos de las áreas rurales, continúan siendo considerados como campesinos, y —debido a esta ignorancia— el concepto es aplicado a todos los habitantes del área rural de Guatemala. Sin embargo, esto distorsiona la realidad, porque vivir en el área rural no necesariamente implica una dedicación completa a la agricultura. La agricultura más bien es complementaria a aquellas actividades que, de hecho, generan ingreso y constituyen un refugio cultural y el origen de la seguridad alimentaria” (Consejo de Desarrollo Departamental Totonicapán, 2003: 11). Con la finalidad de adaptar el actual proceso de formulación de políticas a la realidad —la multiplicidad de actividades de los hogares en el área rural— es necesario remontar la visión del desarrollo rural con un enfoque centrado en la producción agrícola solamente (MIDDR, 2003). Por otra parte, tal como se señala en los resultados de este estudio, el empleo no agrícola en las áreas rurales está estrechamente vinculado con las mujeres y requeriría su inclusión en políticas sensitivas de género, las cuales no tienen una larga tradición en Guatemala ni han alcanzado aún todos los campos políticos necesarios (SNU, 2002).

3. Mercados rurales de trabajo en Guatemala 3.1 Metodología y cifras Como principal fuente de cifras se utilizó la Encuesta Nacional de Empleo e Ingresos (ENEI) de 2002. Ésta se basa en una muestra de 2,838 hogares encuestados que fueron tomados de un universo muestral, éste incluyó a todos los hogares en Guatemala cuando se efectuó el Censo de Po-

blación en 1994.5 En el análisis principal —concerniente a la población trabajadora rural y las probabilidades del empleo no agrícola— solamente el área rural fue tomada en cuenta.6 Los resultados del apartado 3.5 se basan en un modelo probabilístico —adaptado de Greene (1990) y de Corral & Reardon (2001)— que calcula la probabilidad del empleo no agrícola. El concepto es

Una descripción detallada del procedimiento de muestreo y cálculo del factor de expansión puede ser consultado en INE (2003). En la ENEI lo rural se define según la legislación guatemalteca, en la cual el corte entre lo urbano y lo rual es dado por las poblaciones menores de 1,000 habitantes y con ciertas condiciones en cuanto a la infraestructura que las áreas rurales no poseen.

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que la participación de la actividad principal del individuo en las tareas no agrícolas es una función de la totalidad de los incentivos económicos (riesgos y beneficios) que los hogares afrontan y la capacidad para responder a estos incentivos, que dependen de una variedad de bienes de capital tanto físicos, sociales como humanos, lo mismo a nivel individual que del hogar (Corral & Reardon, 2001; Berdegué et al., 2001). En este contexto, el conjunto de cifras obtenidas por la ENEI presenta algunas limitaciones en cuanto al objetivo de este estudio. Como la encuesta se basa en una recolección detallada de datos a nivel individual, no toma en cuenta el acceso a los mercados, tanto a nivel del hogar como del pueblo, en términos de la distancia a la próxima vía de acceso, ciudad o mercado. Tampoco proporciona información sobre las actividades agrícolas a nivel

del hogar ni sobre las condiciones agroecológicas y socioeconómicas a nivel regional, lo que hubiera permitido evaluar la influencia de las posibilidades de ingreso agrícola en la asignación de los horarios de trabajo. Por lo tanto, la afiliación étnica es el único dato que puede dar una indicación de las condiciones generales de producción en ciertas regiones. Como se ilustra en el siguiente mapa (ilustración 2), los diferentes grupos étnicos en Guatemala están concentrados en macroregiones claramente definidas. Por esta razón, se supone que las variables étnicas incluidas en el análisis probalístico reflejan no sólo la afiliación étnica de una persona, sino también las macrocondiciones socioeconómicas y agroecológicas de su región. Como el ánalisis está restringido a la población rural, la composición étnica de la población urbana no afecta este supuesto.

Fuente: FLACSO & Las regiones indígenas, 2002.

Ilustración 2 Mapa étnico de Guatemala

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3.2 La estructura de la composición de la mano de obra De los 11.45 millones de habitantes en el año 2002, 8.09 millones, el 70.6%, pertenecían a la población en edad de trabajar, si se aplica la definición de más de diez años utilizada en Guatemala por el Instituto Nacional de Estadística (INE). El cuadro 1 proporciona una visión de la estructura de la población en edad de trabajar, que

compara a hombres y mujeres en áreas rurales y urbanas. Cerca del 60% de la población en edad de trabajar vive en el área rural, mientras que la restante se reparte en partes iguales entre el área metropolitana y otras áreas urbanas. El hecho de que entre la población en edad de trabajar haya más mujeres que hombres puede con certeza ser el resultado de 36 años de guerra civil y de las corrientes migratorias internacionales hacia México y los Estados Unidos de América.

Cuadro 1 Actividad económica (basada en la población en edad de trabajar) Urbana metropolitana

Resto urbana

Area rural

Total

Hombres

Mujeres

Hombres

Mujeres

Hombres

Mujeres

Hombres

Mujeres

PEI

402,502 47.5%

183,182 24.7%

417,227 50.4%

215,785 28.1%

1,562,101 61.6%

341,844 14.4%

2,381,830 56.6%

740,811 19.1%

PEA

445,605 52.5%

559,092 75.3%

411,417 49.6%

552,682 71.9%

972,527 38.4%

2,025,821 85.6%

1,829,549 43.4%

3,137,595 80.9%

Total

848,107 100.0%

742,274 100.0%

828,644 100.0%

768,467 100.0%

2,534,628 100.0%

2,367,665 100.0%

4,211,379 100.0%

3,878,406 100.0%

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II).

Del total, 4.97 millones —equivalentes al 61.4% de la población en edad de trabajar— conforman la población económicamente activa (PEA), que incluye a más del 80% de los hombres y solamente al 43% de las mujeres en edad de trabajar. Esta diferencia de género es especialmente pronunciada en el área rural, donde el 61.6% de las mujeres son económicamente “inactivas” debido básicamente a su dedicación a las labores del hogar y al cuidado de los niños. En relación con la definición comúnmente utilizada es obvio que “existe un subregistro y una subvaloración del concepto de lo que el trabajo significa, lo que se traduce en que las cifras esta-

dísticas oficiales no reflejen la situación de la mujer, cuyo trabajo productivo permanece disfrazado si sólo las percibimos como amas de casa, ignorando su contribución a la economía rural” (MINUGUA, 2002: 9).

3.3 Algunas características básicas de los trabajadores rurales Los siguientes datos descriptivos correspondientes a educación, características demográficas e infraestructura se basan únicamente en los 2.91 millones de personas ocupadas en el área rural. Éstos comparan no sólo a hombres y mujeres, sino también

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población indígena y no indígena y empleo agrícola con el no agrícola.7 Las proporciones de cada uno de estos grupos se resumen en el cuadro 2. Entre los hombres, los porcentajes de indígenas y no indígenas están bastante balanceados (1.1 millones o 55% y 0.9 millones o 45%, respectivamente) y reflejan las proporciones de ambos grupos étnicos en la población rural total. En contraste, la población ocupada femenina en el área rural se compone de dos tercios de mujeres indí-

genas (0.6 millones) y sólo un tercio de no indígenas (0.3 millones). Como consecuencia, las mujeres indígenas están sobrerepresentadas en actividades tales como el trabajo en el hogar y el cuidado de los niños en comparación con las mujeres no indígenas. Esto representa un incremento en su incorporación en el mercado de trabajo. De acuerdo con el Sistema de Naciones Unidas (2002), ésta es una muy reciente tendencia de signo positivo de la última década.

Cuadro 2 Estructura de los trabajadores rurales (basada en la población rural ocupada) Mujeres

Hombres

Total

%

Total

%

No indígena

No agrícola Agrícola

242,602 65,928

26.8 7.3

311,274 584,348

15.6 29.2

Indígena

No agrícola Agrícola

383,499 212,451

42.4 23.5

327,730 777,174

16.4 38.8

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II).

El estándar de la educación rural es generalmente muy bajo entre todos los grupos sociales y en el de los ocupados. Los altos niveles de educación (educación secundaria y universitaria) son mucho más relevantes tanto en la categoría del empleo no agrícola y en los k’iche’s como en los no indígenas.

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En la ilustración 3 se compara el nivel de educación de las mujeres rurales con el de los hombres rurales. La categoría “otro” se refiere a la educación de adultos, los estudios de posgrado o a cualquier otro tipo de educación. Mientras, en términos generales, cerca del 90% de la población ocupada carece o tiene únicamente educación pri-

maria, esta situación se torna aún más alarmante cuando se consideran las diferencias de género. Entre las mujeres, cerca del 46% no tiene ninguna educación formal,8 mientras que entre los hombres esta categoría es de tan sólo el 31% —que es todavía demasiado, y conduce a los altos niveles de analfabetismo en Guatemala. El porcentaje de niveles secundarios o de educación superior es, sin embargo, igualmente bajo para ambos sexos (no excede del 11%). Como era de esperarse, los niveles educativos son también más bajos entre quienes se dedican a la agricultura en comparación con los trabajadores no agrícolas, como se observa en la misma ilustración.

7 El empleo agrícola se refiere a cualquier ocupación en fincas dedicadas a la producción o recolección de cosechas, ganado, forestal, caza o pesca. Como la definición se basa en la rama sectorial de la empresa, esto podría incluir lo mismo a personas que trabajan como mecánicos en fincas agrícolas grandes que a campesinos pequeños trabajando en sus propias parcelas. 8 Los niveles de preprimaria muestran sólo el 0.2% entre las mujeres, mientras que entre los hombres están ausentes por completo.

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Ilustración 3 Educación formal de acuerdo con el sexo y el tipo de trabajo (basada en la población rural ocupada) Hombres

Mujeres 50.00% 45.00% 40.00% 35.00% 30.00% 25.00% 20.00% 15.00% 10.00% 5.00% 0.00%

46.10%

70.00%

43.50%

58.00%

60.00% 50.00% 40.00%

31.00%

30.00% 9.40%

20.00% 1.00%

0.00%

9.70%

10.00%

1.00%

0.30%

universidad

otro

0.00% ninguna/ pre-esc.

primaria

secundaria

universidad

otro

ninguna/ pre-esc.

primaria

Agrícola

No agrícola 60.00%

60.00%

50.00%

50.00%

40.00%

40.00%

30.00%

30.00%

20.00%

20.00%

10.00%

10.00%

0.00%

0.00% ninguna/ pre-esc.

primaria

secundaria

secundaria

universidad

otro

55.70% 39.20%

4.50% ninguna/ pre-esc.

primaria

secundaria

0.00%

0.60%

universidad

otro

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II).

Dentro de la población rural empleada, el 94.9% de la población que trabaja en agricultura tiene, en el mejor de los casos, educación primaria, mientras que en las categorías de empleos no agrícolas la cifra es inferior (81.7%). En las últimas categorías, el 18.1% alcanza niveles educativos secundarios y universitarios, lo que les permite abandonar el sector informal y trabajar en empresas medianas de seis a 30 empleados. En el cuadro 3 se diferencia el nivel educativo por grupo étnico.9 La última columna contiene los resultados de los trabajadores rurales sin tomar en cuenta la etnicidad. En este sentido, el primer dato de la última columna puede ser inter-

pretado como que el 35.7% de los trabajadores rurales no tiene educación formal. Para la región mam, este dato es especialmente alto (47.4%). De los mames y los q’eqchi’s, cerca del 96% tiene, en el mejor de los casos, educación primaria. Ello puede ser asociado al hecho de que estos dos grupos son los que más dependen de la agricultura, tal como se demuestra más adelante. En contraste, los k’iche’s tienen los más altos niveles educativos, no sólo dentro de los grupos indígenas, sino que incluso sobrepasan a los grupos no indígenas. A saber, 15.1% de los k’iche’s alcanzó ya sea niveles secundarios o universitarios, seguidos por los no indígenas (12.4%) y los kaqchikeles (10.5%).

Como se explicó anteriormente, dadas las precisas fronteras geográficas existentes para los diversos grupos étnicos —al menos en las áreas rurales— la variable étnica puede ser interpretada como posible indicador de las condiciones de la correspondiente macroregión. Para los propósitos de este capítulo, sin embargo, el énfasis en la afiliación étnica es de suma importancia para la hipótesis resultante de la “tendencia cultural” de algunos grupos étnicos respecto a cómo se involucran en lo no agrícola. 9

BRECHAS DE GÉNERO EN EL EMPLEO NO AGRÍCOLA BAJO EL ENFOQUE DE LAS DIFERENCIAS INTERÉTNICAS EN EL ÁREA RURAL DE GUATEMALA

15


Cuadro 3 Educación formal de diversos grupos étnicos (basado en la población rural ocupada) K’iche’

Q’eqchi’

Kaqchikel

Mam

Otros indígena

No indígena

Total

Ninguna preprimaria

190,729 40.1%

68,085 37.9%

132,986 34.5%

190,958 47.4%

92,335 35.8%

362,188 30.1%

1,037,281 35.7%

Primaria

211,158 44.4%

104,509 58.1%

209,104 54.3%

194,259 48.3%

144,183 55.9%

689,789 57.3%

1,553,002 53.5%

Secundaria

59,282 12.5%

5,988 3.3%

37,615 9.8%

17,384 4.3%

18,151 7.0%

141,188 11.7%

279,608 9.6%

Universidad

12,134 2.6%

1,150 0.6%

2,579 0.7%

— —

— —

7,920 0.7%

23,783 0.8%

Otros

2,161 0.5%

— —

2,945 0.8%

— —

3,159 1.2%

3,067 0.3%

11,332 0.4%

Total

475,464 100.0%

179,732 100.0%

385,229 100.0%

402,601 100.0%

257,828 100.0%

1,204,152 100.0%

2,905,006 100.0%

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II).

Desafortunadamente, la ENEI no proporciona información sobre la infraestructura vial ni la de salud, sólo la relativa al acceso a sistemas de agua y a electricidad. Los siguientes grupos tienden a vivir en hogares con menos acceso a sistemas de agua y a electricidad: los indígenas en comparación con los no indígenas, los hombres en comparación con las mujeres, y aquellos que son trabajadores agrícolas con los que tienen un empleo no agrícola.

16

De acuerdo con la ilustración 4, existen diferencias sorprendentes, en particular entre los que trabajan en la agricultura y los que están fuera de ella en relación con la infraestructura de la provisión de agua y electricidad en sus respectivos hogares. En el caso del empleo agrícola, el 43.3% y el 43.9% de la población ocupada vive

en hogares sin electricidad y sin acceso a sistemas de agua, respectivamente. El acceso a la electricidad es mejor en el caso del empleo no agrícola, ya que sólo el 14% de la población ocupada en esta categoría no tiene electricidad. Al nivel del 1% de significancia en la prueba de asociación del chi cuadrado se puede concluir que el acceso de los hogares a la electricidad y el tipo de empleo individual están estadísticamente asociados, en el sentido que las personas con un empleo agrícola tienen mayores probabilidades de habitar en hogares sin electricidad (Chi cuadrado de Pearson=98.7, con 1 grado de libertad).10 Esta observación confirma la hipótesis que la infraestructura del hogar —y sobre todo la electricidad— puede ser un factor importante para determinar la probabilidad que una persona esté empleada fuera de la agricultura.

10 En el caso del acceso a agua entubada, la hipótesis nula de “ninguna asociación estadística” entre dos variables: el tipo de empleo y el agua entubada sólo puede ser rechazada a un nivel de significancia del 20%.

CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO, Nº 2004 - 3


Ilustración 4 Hogares sin acceso a agua corriente y electricidad (basado en la población ocupada rural) Hogares sin agua corriente 50% 45% 40% 35% 30% 25% 20% 15% 10% 5% 0% mujeres

hombres

no agrícola

agrícola

no indígena

indígena

no indígena

indígena

Hogares sin electricidad 50% 45% 40% 35% 30% 25% 20% 15% 10% 5% 0% mujeres

hombres

no agrícola

agrícola

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II).

La misma tendencia, aunque menos pronunciada, puede ser observada al comparar a la población trabajadora indígena y no indígena considerando en este caso que, en promedio, los indígenas tienden a vivir en proporciones mayores en hogares sin agua corriente (39.7%) o electricidad (33.7%) en relación con los no indígenas (37.8% y 26.2%, respectivamente). Como en el caso de todas las comparaciones, sólo en el caso de la electricidad la prueba del chi cuadrado es significativa (al nivel del 1%), lo que indica que los no indígenas tienden a habitar más en hogares con acceso a la electricidad que los indígenas. (Chi cuadrado de Pearson =9.54, con 1 grado de libertad).

Una observación interesante se obtiene de la comparación de género, que indica que relativamente mayor cantidad de hombres (33%) que mujeres (25.3%) viven en hogares sin electricidad (ilustración 4). En este caso, la prueba del chi cuadrado es significativa no sólo respecto a la electricidad, sino además en cuanto al acceso al agua corriente —aunque en este último caso sólo a un nivel de significancia del 10%. Se puede, entonces, concluir que existe una clara asociación estadística entre el sexo de la persona y la correspondiente infraestructura del hogar.11 En relación con las preferencias específicas de inversión de las mujeres, las razones para ello tal vez radiquen en que

11 En el caso de la electricidad, la prueba del chi cuadrado es significativa a nivel del 1%, indicando una asociación en el sentido que las mujeres tienden más a vivir en hogares con electricidad (chi cuadrado de Pearson=16.85, con 1 grado de libertad).

BRECHAS DE GÉNERO EN EL EMPLEO NO AGRÍCOLA BAJO EL ENFOQUE DE LAS DIFERENCIAS INTERÉTNICAS EN EL ÁREA RURAL DE GUATEMALA

17


existe una proporción mayor de género y un mayor porcentaje de mujeres como jefes del hogar. De hecho, las mujeres ocupadas tienden a vivir en hogares con un considerable número de mujeres en edad de trabajar —diez o más años. Considerando, se supone, que las mujeres invierten mayores proporciones del ingresos en bienes relacionados con el “desarrollo humano” (tales como educación, alimentación, salud y vestuario) que los hombres,12 se puede relacionar esta observación con la mejor infraestructura de estos hogares en términos generales. (Debe mencionarse, sin embargo, que esta relación no debe confundirse con las afirmaciones hechas en el caso de hogares con jefes de familia femeninos, en general con mayores niveles de pobreza, porque se refiere estrictamente a inversiones específicas de género, en las cuales no se toma en cuenta la disponibilidad de ingreso. Como consecuencia, esta cifras no dan información alguna sobre el ingreso relativo o absoluto ni sobre la vulnerabilidad de los hogares cuyo jefe es una mujer, o de mujeres en contraposición a los hombres. Las mismas se refieren exclusivamente a las posibles relaciones del número relativo de integrantes femeninos de un hogar y a la distribución del ingreso intrahogar, así como a las decisiones de inversión.)

18

En general, los resultados apoyan los hallazgos de los ya mencionados autores Kusago & Barham (2001) y Quisumbing et al. (1995) en relación con las diferentes preferencias de inversión de hombres y mujeres. En el área rural de Guatemala las mujeres ocupadas tienden a gastar mayores proporciones del ingreso del hogar en infraestructura social, tales como electricidad y acceso a sistemas de agua, respecto al comportamiento de los hombres.

3.4 Composición ocupacional de los trabajadores rurales Los q’eqchi’s y los mames son los dos grupos que más dependen de la agricultura como su empleo principal, dado que cerca del 78% y el 79%, respectivamente, de su población ocupada se dedica a la agricultura (anexo 2). En contraste, en especial los k’iche’s trabajan en aproximadamente dos tercios (62%) en el sector no agrícola, dando así origen a las especulaciones sobre diferencias culturales en las actividades económicas entre los k’iche’s y los kaqchikeles por un lado, y los mames y los q’eqchi’s por el otro.13 Es interesante anotar que la actividad agrícola en estos dos últimos grupos no se restringe solamente a los hombres, sino que incluye a cerca de un 48% (q’eqchi’) y a un 54% (mam) de las mujeres, mientras que la gran mayoría de las mujeres de los otros grupos étnicos trabaja en actividades no agrícolas, en particular las no indígenas y las k’iche’s, seguidas por las kaqchikeles y otros grupos indígenas. Entre ellas, sin embargo, los tipos de empleo no son homogéneos, tal como se muestra en el cuadro 4. Mientras que más de la mitad de las mujeres kaqchikeles labora en la industria, sobre todo autoempleadas en el sector informal (anexos 3 y 4), el 43% de las mujeres no indígenas trabaja (generalmente en el sector informal) en actividades comerciales. En contraste, las mujeres del área rural k’iche’ no pueden ser relacionadas con ningún sector económico en particular, mas muestran diversos tipos de inserción en la industria (31.8%), el comercio (24.1%), así como en los servicios (22.2%), y representan más de cerca al empleo promedio de todas las mujeres rurales.

Para el caso de Guatemala la información fue proporcionada por los miembros del personal del PNUD encargados de la elaboración del reporte nacional sobre el desarrollo humano (comunicación personal con Karin Slowing, PNUD). Resultados más detallados sobre las preferencias de hombres y mujeres en Malasia se encuentran en Kusago & Barham (2001) y en el estudio Mujeres: la llave para la seguridad alimentaria, de Quisumbing et al. (1995). 13 Debido a estos resultados, uno de los objetivos principales en los estudios de caso entre q’eqchi’s y k’iche’s (apartado 4.2) fue investigar con mayor detalle estas diferencias en los patrones de empleo para tener una idea más próxima a los posibles determinantes culturales de las estructuras de empleo observadas. 12

CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO, Nº 2004 - 3


Cuadro 4 Empleo por actividad económica de mujeres y hombres en el área rural, en porcentajes K’iche’

Q’eqchi’

Kaqchikel

Mam

Otros indígenas

No indígenas

Total

Mujeres

Agricultura Industria Comercio Servicio Otros Total

22.0 31.8 24.1 22.2 — 100 -181,720

47.8 17.1 18.7 16.4 — 100 -46,891

25.0 50.5 12.3 9.6 2.6 100 -134,155

54.3 28.6 3.7 13.4 — 100 -167,347

38.9 13.3 27.9 19.8 — 100 -65,837

21.4 9.6 43.3 23.7 2.1 100 -308,530

30.8% 24.3 25.1 18.7 1.1 100 -904,480

Hombres

Agricultura Industria Comercio Servicio Otros Total

47.9 6.1 27.5 10.3 8.2 100 -293,744

— — — — — —

58.0 13.7 15.6 0.9 11.7 100 -251,074

96.2 1.2 0.5 1.7 0.4 100 -235,254

76.7 8.4 7.1 3.6 4.2 100 -191,991

65.2 6.5 8.4 8.6 11.3 100 -895,622

68.1 6.5 10.7 6.5 8.3 100 -2,000,526

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II).

Es digno de mención que en el sector agrícola los k’iche’s son el único grupo en el cual las mujeres, cuando trabajan, sólo lo hacen en el sector agrícola, en general, en un empleo asalariado (anexo 3). En esta región la fragmentación de la tierra en la región k’iche’ del altiplano occidental y la migración estacional a la costa del Pacífico son las probables explicaciones. Similares a las q’eqchi’s, todas las mujeres k’iche’s de los sectores industrial y comercial trabajan en empresas pequeñas (generalmente informales), tanto autoempleadas como en calidad de mano de obra familiar sin remuneración, pero en ningún caso son propietarias de negocios o empleadoras. En este contexto es interesante notar que, aparte de la población no indígena, las mujeres k’iche’s son el único grupo indígena representado (4.4%) en el servicio público, incluyendo cualquier tipo de oficiales de gobierno en el sector civil. En comparación con las k’iche’s, las actividades de las mujeres kaqchikeles están mucho más concentradas en el sector industrial. Cerca del 39% está autoempleado en la industria, seguidas del trabajo remunerado y no remunerado en este sector; en contraste, sin embargo, con otros grupos étnicos. Así, el 12% de las mujeres kaqchikeles

trabaja en empresas medianas y grandes (industriales y comerciales), por ejemplo, en las maquiladoras ubicadas en la región kaqchikel. En el caso de los hombres, la estructura del empleo es, a primera vista, mucho más homogénea que en las mujeres, en tanto el 68% de todos los hombres del área rural trabaja en agricultura (cuadro 4). No obstante, cuando se diferencia en grupos étnicos, son los mames y los q’eqchi’es quienes están más representados en el sector. En un patrón similar a las mujeres, dentro de los hombres los k’iche’s y los kaqchikeles son menos activos en la agricultura (representando el 48% y el 58% de la población ocupada, respectivamente), incluso superando al grupo no indígena en relación con el empleo no agrícola. Una cuestión alarmante la constituye el hecho de que los hombres de la etnia mam estén mucho más concentrados en el trabajo no remunerado que cualquier otro grupo étnico: más del 42% de la población ocupada, seguida del 37%, que trabaja como autoempleado. Una posible explicación para ello estaría relacionada con la temprana edad de trabajo, una familia grande y una pronunciada fragmentación de la tierra (tal como

BRECHAS DE GÉNERO EN EL EMPLEO NO AGRÍCOLA BAJO EL ENFOQUE DE LAS DIFERENCIAS INTERÉTNICAS EN EL ÁREA RURAL DE GUATEMALA

19


se discutió con anterioridad) dentro de los mames. Todo ello, en conjunto, da como resultado una alta proporción de hombres que trabaja como mano de obra familiar no remunerada. Pero ocurre de hecho que el tamaño de la unidad familiar de la población mam ocupada de 6.8 (desviación estándar: 2.7) no se aleja del promedio rural de 6.5 miembros (desviación estándar: 2.9). Se supone que ellos tienen una considerable gama de actividades secundarias no agrícolas que les permiten sobrevivir, las que no son tomadas en cuenta en las categorías del empleo principal. Como conclusión, una vez más, los indígenas mames se supone que viven y trabajan bajo condiciones especialmente complejas en términos de la disponibilidad de recursos y la estructura del empleo. Entre los hombres k’iche’s cerca del 28% se dedica al sector comercial, donde la mayoría son asalariados o autoempleados y el 10% trabaja en servicios, superando aun al grupo no indígena (con el 8.6%) en este sector (anexo 5). Lo más interesante es que ningún otro grupo étnico abarca las mismas altas proporciones de dueños rurales o de empleados en los sectores de comercio y servicios. Con el 4.6% y el 4.4% respectivamente, los hombres k’iche’s son, por mucho, los mayores empleadores en las (generalmente pequeñas) empresas en estos sectores rurales. En este contexto, Velásquez (2002) ofrece evidencia interesante sozbre las diferencias de clase existentes dentro de los k’iche’s en su estudio sobre la pequeña burguesía indígena en Guatemala.

Se puede concluir del análisis descriptivo de la totalidad del mercado de trabajo, pero más aún del existente en la población ocupada rural, que dos determinantes han mostrado ser de especial interés para el empleo fuera de la agricultura en Guatemala: el enfoque de género y la diferenciación étnica.

3.5 Factores que determinan la probabilidad del empleo rural no agrícola En el capítulo anterior —aparte de la composición y características del mercado de trabajo rural— la atención se había centrado en algunas variables particularmente interesantes, concernientes al empleo rural en Guatemala. Este capítulo presenta el análisis de su trayectoria actual y la magnitud de su influencia, con base en los resultados econométricos relativos al capital físico, social y humano, tanto a nivel individual como del hogar, que se supone determinan el empleo no agrícola. En este sentido, las variables explicativas representan la capacidad de respuesta de un individuo —en términos de su participacion en las actividades económicas fuera de la agricultura— a los incentivos económicos globales. Las estadísticas descriptivas de las variables que lo explican se presentan en el cuadro 5. Éstas se basan en 1,661 observaciones ponderadas de la población rural ocupada en edad d1e trabajar, que excluyen nueve observaciones fuera de lo normal relacionadas con la tenencia de tierra a nivel de hogares (de más de 200 manzanas).14

20

14 Basada en todas las variables explicativas utilizadas, la prueba Hadi de discrepancias (p=0.01) identificó 110 observaciones como tales, debido principalmente a sus extensos terrenos (de más de seis manzanas). En tanto el patrón de tenencia de la tierra en Guatemala es en la actualidad extremadamente desigual, existe un intercambio entre la realidad y la factibilidad estadística de la regresión. El corte producido por la discrepancia todavía permite hacer corresponder, de forma aceptable, el modelo con coeficientes razonables, pero no excluye que demasiadas observaciones fueran identificadas en el rango de 200 manzanas, dejando fuera nueve observaciones de terrenos entre 200 y 9,982 manzanas de extensión.

CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO, Nº 2004 - 3


Cuadro 5 Estadísticas descriptivas de las variables explicativas (basadas en 1,661 observaciones que representan a una población rural ocupada de 2.9 millones) Variable sexo

Definición

Media

Desviación estándar

Mínimo

Máximo

0.69

0.46

0

1

32.8

17.73

10

88

1,390.21

1,457.96

100

7,744

1 = hombre

edad edadcua

Edad al cuadrado

kich

K’iche’

0.16

0.37

0

1

qeq

Q’eqchi’

0.06

0.24

0

1

kaq

Kaqchikel

0.13

0.34

0

1

oind

Otros indígenas

0.09

0.28

0

1

nind

No indígenas

0.41

0.49

0

1

educación/ años Años de educación formal

3.09

3.33

0

18

manzanas

Propiedad de la tierra en manzanas, por hogar

2.4

9.98

0

140

agua

Agua por conexión, por hogar

0.61

0.49

0

1

electricidad

Electricidad por hogar

0.7

0.46

0

1

mujeres

No. de mujeres adultas por hogar

2.24

1.31

0

7

hombres

No. de hombres adultos por hogar

2.3

1.41

0

7

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II).

Los resultados de la regresión se presentan en el cuadro 6. Como la estimación de este modelo probit, realizada bajo máxima verosimilitud, está basada en la probabilidad, derivada de una distribución normal acumulada (o el valor estadístico Z), que una persona tenga un empleo no agrícola, los coeficientes de regresión son un tanto difíciles de interpretar. (Éstos miden el efecto de las variables independientes en el valor Z de la variable dependiente.) Por lo tanto, la interpretación estará basada en la elasticidad de P(Y) con respecto a la variable independiente, que ha sido incluida como dF/dX además de los coeficientes reportados. Ésta representa el cambio en la probabilidad de que la variable dependiente sea igual a 1 ante un cambio unitario en cada variable independiente y continua, así como el cambio discreto de 0 a 1 en cada variable dicotómica.

La Pseudo R2 es 0.25 lo que indica en términos generales un aceptable poder explicativo del modelo estimado. Más aún, su precisión en términos de predicción puede ser estimada al comparar las observaciones predichas en el empleo no agrícola (P predicha) con las actuales (P observada). Mientras que el 44% de las observaciones corresponde al empleo no agrícola, la predicción indica que es el 42%. El error de predicción obtenido en el modelo de 1.9% es aceptablemente bajo. La mayoría de los efectos estimados —con excepción de algunas características del hogar— son estadísticamente significativos y tienen la dirección de influencia esperada —excepto para las variables de “agua” y “mujeres”. Entre todas las variables explicativas la más fuerte es la del sexo de la persona. En comparación con la mujer, la proba-

BRECHAS DE GÉNERO EN EL EMPLEO NO AGRÍCOLA BAJO EL ENFOQUE DE LAS DIFERENCIAS INTERÉTNICAS EN EL ÁREA RURAL DE GUATEMALA

21


bilidad que un hombre esté empleado fuera de la agricultura es del 46% más baja, lo cual no es sorprendente después de haber visto las asombrosas diferencias de género en los diferentes análisis des-

criptivos. La mayor probabilidad de la mujer, en comparación con los hombres, confirma los resultados obtenidos en otros países en desarrollo mencionados por Lanjouw & Lanjouw (2001).

Cuadro 6 Regresión probalística de la participación individual en cualquier actividad no agrícola como ocupación principal dF/dx

Coef.

Error Estándar más allá de lo esperado

Características individuales Sexo* Edad Edad al cuadrado Educación formal en años

-0.456 (***) 0.011 (**) 0.000 (**) 0.041 (**)

-1.214 0.027 0 0.106

0.099 0.011 0 0.015

Características del hogar Manzanas poseídas Conexión a agua Electricidad Mujeres Hombres

-0.004 (***) -0.045 0.272 (***) -0.021 -0.013

-0.01 -0.114 0.743 -0.053 -0.032

0.004 0.097 0.115 0.033 0.034

0.395 (***) 0.227 (***) 0.383 (***) 0.239 (***) 0.315 (***)

1.044 0.577 1.013 0.608 0.818 -1.132

0.174 0.212 0.175 0.175 0.137 0.263

No agrícola

Características regionales Kich* Qeq* Kaq* Oind* Nind* _cons

Número de observaciones=1,661 Log. Pseudo-similitud=857.86375 Wald chi cuadrado (14)=364.79 obs. P=0.435 Prob. > chi cuadrado=0.000 pred. P=0.416 Pseudo R cuadrado=0.246

Nota: *dF/dx es para un cambio discreto en una variable de ensayo de 0 a 1 Significativa al nivel de 10% (*), 5%(**), 1%(***)

Fuente de datos: Encuesta Nacional de Empleo e Ingresos (ENEI), 2001.

22

Causa sorpresa el extremado reducido valor para la edad al cuadrado, el cual se debe a que se esperaba un nítido punto de inflexión bajo la forma de una cierta edad arriba de la cual la probabilidad que una persona esté empleada en agricultura decline. Por cada año adicional se incrementa la probabilidad en un 1.1%. A pesar de que el coeficiente es por ahora negativo, su efecto es tan pequeño que aparece como cero en el cuadro. Esto significa que la probabilidad que las personas en edad de trabajar —entre diez y 88 años (véase cuadro 5)— trabajen fuera de la agricultura se incrementa CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO, Nº 2004 - 3

con la edad. Se puede concluir que el capital humano bajo la forma de experiencia de vida y trabajo es importante y no decrece con el avance de la edad. Esta observación puede relacionarse con los resultados en educación. Como se esperaba, también la educación formal tiene un efecto positivo más pequeño en el empleo fuera de la agricultura. Si las demás variables permanecen constantes, cada año adicional de educación incrementa la probabilidad en un 4.1%. Dos aspectos son importantes para explicar


el hecho de que el efecto de la educación formal no sea fuerte. Primero, no se hizo distinción alguna entre las diferentes categorías de productividad del empleo no agrícola en el modelo. Como consecuencia, todas las actividades de bajos insumos/ bajos rendimientos que no requieren altos niveles educativos se incluyen dentro de las variables dependientes. Como la educación ha demostrado ser de particular importancia para los trabajos de alta productividad y bien remunerados (Lanjouw, 2000; Reardon et al., 2001), su efecto no puede ser muy pronunciado en este modelo. De hecho, se ha observado que los trabajadores asalariados tienen los niveles educacionales más altos en el área rural de Guatemala, seguidos por los empresarios y los empleados. En segundo lugar, la definición internacional de empleo utilizada incluye actividades de una a varias horas de trabajo por semana, entre las cuales, por ejemplo, se puede mencionar la elaboración de artesanías en el hogar. De nuevo se supone que estas actividades no requieren una educación formal sino un aprendizaje informal de los padres o abuelos. Es más, se ha observado que el 46% de las mujeres en el área rural no tienen educación formal de ningún tipo. Si, más aún, se toma en cuenta que el 93% de las mujeres en el área rural se clasifica como ocupada y que este grupo conforma casi el 50% de los trabajadores agrícolas en dicha área, el efecto global de la variable basada en la educación no puede ser más marcado bajo estas condiciones. Los resultados indican además que sólo dos de las características del hogar de las que se incluyeron son estadísticamente significativas; éstas son: la tenencia de la tierra y la electricidad. Cada unidad adicional de tierra (manzana) reduce la probabilidad que una persona esté empleada fuera de la agricultura en un 0.4%. Es asombroso observar, en una aproximación inicial, que la influencia negativa de la tenencia de la tierra —aunque altamente significativa— no sea más relevante en términos de magnitud. Existen dos razones posibles. En la primera, se puede asumir que los mercados imperfectos de tierra existen; en éstos se le asigna un alto valor en términos de capital debido al prestigio social o a su función como

un instrumento de ahorro, más que en relación con cualquier interés productivo. De hecho, los resultados descriptivos indican que entre los k’iche’s y los kaqchikeles en particular existen muchos hogares que poseen terrenos y en los que la totalidad de sus integrantes trabaja principalmente fuera de la agricultura. Es más, se observa que en los rangos de propietarios de más de cinco manzanas la población no agrícola está representada con cifras levemente bajas o ligeramente altas en comparación con la población agrícola. Ambas observaciones pueden ser interpretadas como una indicación que se invierte en tierra por otras razones que no son la producción agrícola. La segunda razón es que el modelo no toma en cuenta ningún empleo secundario. De todas las casas visitadas en Totonicapán, dedicadas principalmente a actividades no agrícolas, la ocupación secundaria era la agricultura y como esta multiactividad —se supone— se aplica a muchos de los hogares rurales en Guatemala, se puede asumir que este hecho es el que explicaría el reducido efecto de la variable independiente de la tenencia de la tierra en el modelo utilizado. Sorprendentemente, sin embargo, la conexión a sistemas de agua y la estructura demográfica del hogar —representada por el número de mujeres y hombres en edad de trabajar— no son significativas. En contraste, el acceso a la electricidad es altamente significativo. Ello indica que una persona que provenga de tales hogares tiene un 27% más de probabilidades de ser empleada fuera de la agricultura que una persona que viva en una casa sin electricidad. El efecto puede ser explicado tanto del lado de la producción —indicando que las actividades no agrícolas requieren de electricidad para las máquinas y de la luz artificial para trabajar— como del lado del consumo —los ingresos no agrícolas permiten a las familias alcanzar un más alto éstandar de vida que incluye, por ejemplo, luz artificial, teléfono y televisión. Basado en los estudios de caso realizados adicionalmente a los análisis estadísticos, la segunda explicación parece más razonable si tomamos en cuenta que el voltaje común en el área rural de Guatemala es de 110 voltios,

BRECHAS DE GÉNERO EN EL EMPLEO NO AGRÍCOLA BAJO EL ENFOQUE DE LAS DIFERENCIAS INTERÉTNICAS EN EL ÁREA RURAL DE GUATEMALA

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que es insuficiente para lo que las máquinas más pesadas requieren, por ejemplo, para actividades metalúrgicas. Adicionalmente, muchas de las actividades no agrícolas no precisan de máquinas eléctricas si no que de luz, que puede ser obtenida de igual forma de candelas. Todavía más, la motivación para el trabajo no agrícola en el caso de muchos jóvenes en Totonicapán es exactamente el deseo de adquirir los artículos electrónicos antes mencionados. No obstante, la última observación no es representativa y aún ambas explicaciones podrían ser correctas. Para contestar esta pregunta se necesitaría más información, tanto sobre el equipo como sobre el voltaje necesarios para las diversas actividades. En este contexto puede esperarse que las mejoras en la infraestructura eléctrica (concernientes a distribución y voltaje) podrían inducir a un desplazamiento de la base artesanal hacia más actividades industriales sin necesidad que esto se notara en las estadísticas oficiales del sector no agrícola, a menos que las mismas distinguieran entre diferentes categorías de productividad. Tal y como se esperaba, las dominios o universos étnicos —que también se pueden interpretar como

los sustitutos regionales— demuestran ser determinantes importantes de las variables dependientes ya que todas ellas son altamente significativas. Se debe notar, en en este caso, que la base para la comparación es el grupo mam en tanto es el “más agrícola” de todos los grupos étnicos —todos los demás presentan un signo positivo en su coeficiente en comparación con los mames. Por lo mismo, para propósitos de interpretación tenemos que considerar la diferencia en las magnitudes de influencia. De esta forma, la probabilidad que un k’iche’ trabaje fuera de la agricultura es un 40% mayor en relación con el mam, seguidos por un kaqchikel (con el 38%) y un no indígena (con 32%), respectivamente. Estos resultados confirman la relación causal entre la afiliación étnica (o el correspondiente origen regional) y el involucramiento del individuo fuera de la agricultura. Empero, no explican las razones de esta relación. ¿Poseen los k’iche’s un especial sesgo cultural relativo a las actividades no agrícolas o existen otras explicaciones para las diferencias observadas? La respuesta a esta pregunta puede tener implicaciones políticas importantes respecto al acceso a la infraestructura en regiones marginalizadas, en el caso de que se aceptaran explicaciones complementarias a aquéllas basadas en la etnia.

4. Empleo rural no agrícola: ¿un potencial para el desarrollo rural? 4.1 Metodología y recolección cualitativa de datos

relaciona con las posibles contribuciones positivas del empleo no agrícola al desarrollo rural y a la reducción de la pobreza.

Los datos obtenidos a nivel nacional han sido complementados por estudios rurales regionales de casos en los departamentos de Alta Verapaz y Totonicapán con el fin de ejemplificar las diferencias reales en las actividades económicas y en la organización del trabajo en dos grupos étnicos contrapuestos, a saber, los q’echi’s y los k’iche’s. El principal interés de los estudios de caso se

Para alcanzar este propósito se realizaron entrevistas con la cooperación de las autoridades locales municipales y las instituciones de desarrollo, que fueron complementadas por entrevistas de expertos locales a los representantes de estas instituciones.

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El primer estudio de campo se realizó en el municipio de Cahabón en Alta Verapaz, en el corazón


del territorio q’eqchi’, que se caracteriza por selvas sub tropicales muy húmedas, por agricultura de roza en la siembra del maíz y la producción de café y cardamomo para la exportación (AVANCSO, 2001). Como tal, Cahabón ilustra la orientación agrícola de los q’eqchi’s, pero también permite un conocimiento en profundidad de las importantes funciones de las diversas actividades secundarias fuera de la agricultura. En contraste, el segundo ejemplo abarca al departamento de Totonicapán en la región k’iche’ del altiplano occidental, que no sólo posee la densidad poblacional más alta de todos los departamentos de Guatemala, sino que es también la más reducida en términos de área y es similar en tamaño al municipio de Cahabón. El estudio se realizó en tres municipios: Santa Lucía La Reforma, Momostenango y San Cristóbal Totonicapán.

4.2 El caso de los q’echi’s en Cahabón, Alta Verapaz En la región norte de Cahabón, las favorables condiciones para el cultivo del cardamomo, combinadas en los últimos años con altos precios de exportación, condujeron a mayores ingresos por hogar. Esto, unido al hecho de que existen sólo escasas posibilidades de gasto, permitió una modesta acumulación de capital en esta región. La observación que, en particular, tanto las mujeres como los niños no gastan mucho dinero se debe no sólo a las dificultades en el acceso a las comunidades, sino también a los papeles de género culturalmente definidos, lo cual conlleva que tanto mujeres como niños difícilmente se alejen de sus comunidades. Un joven q’eqchi’ de la subregión de Pinares, en Cahabón, expresó la opinión generalizada acerca de las diferencias dependientes del género en lo relativo a educación:

Algunas veces las mujeres no abandonan la comunidad para estudiar sino sólo para buscar un novio en el pueblo15 y dejan sus estudios. Por eso los padres no se lo permiten. No se acepta que una mujer sola deje la comunidad y haga lo que ella quiera. En contraste, nosotros los hombres somos libres. Las cifras nacionales del sector del empleo rural, tal como se presentó en detalle con anterioridad, indican una alta tasa de analfabetismo para el 46% de las mujeres rurales. Como esta cifra únicamente se refiere a la población ocupada, la situación de las mujeres q’eqchi’s (principalmente amas de casa) en áreas remotas tales como Cahabón tendería a ser mucho peor. Pero no sólo en términos de la educación formal deben ser tomadas en cuenta las relaciones culturales de género cuando se analizan las potenciales actividades no agrícolas. También en relación con la compra de insumos y la comercialización de los productos la ausencia de relaciones y contactos externos, en particular en el caso de las mujeres, constituye una importante limitación para las actividades no agrícolas y podría ser denominada como los “costos sociales de las transacciones”.16 La cita anterior deja entrever las estructuras paternalistas dentro de las relaciones de género entre los q’eqchi’s, las cuales —de acuerdo con las intelectuales indígenas— incluyen la siguiente contradicción: no sólo limitan las oportunidades económicas y políticas de las mujeres, sino que al mismo tiempo ayudan a preservar la identidad cultural de los indígenas mayas de Guatemala (Velásquez, 2002). Cuando se toma en cuenta que la agricultura representa la principal fuente de ingreso y el único sostén de la vida de las familias q’eqchi’s, es obvio que el estatus social y la preferencia por ciertas

15 El término pueblo (en contraste con su comunidad) se usa por la población indígena rural al referirse al pueblo que funciona como la cabecera municipal de Cahabón. 16 Estas observaciones se refieren exclusivamente a las diferencias de género en las relaciones externas, en las actividades económicas y en la participación política. No contradicen el hecho de que las mujeres pueden tener un gran poder en las decisiones intrahogar relativas a la organización del trabajo familiar, las actividades religiosas, etc., tal como lo enunciara Wilson (1999).

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actividades están directamente relacionados con el cultivo del cardamomo y la milpa. Estas actividades son una tarea de los hombres. Aunque las mujeres participan a menudo en las actividades de desherbar y cosechar, su contribución sólo es considerada como aquélla que ayuda al esposo. Según Wilson (1999) sembrar es una tarea exclusiva de los hombres. Como consecuencia, el involucramiento no agrícola de las mujeres en las artesanías no es reconocido hasta que éste contribuya sustancialmente al ingreso del hogar. Por lo tanto, a nivel del hogar y de la comunidad, la estima social se relaciona sobre todo con su importante trabajo reproductivo. Además, una seria limitación para la comercialización agrícola, como para todas las actividades no agrícolas, la constituye la discriminación que los indígenas q’eqchi’s sienten por parte de los no indígenas que viven en la cabecera municipal de Cahabón.17

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La discriminación étnica en Guatemala es un asunto sensible cuya discusión inicia de manera oficial sólo desde los Acuerdos de Paz en 1996, alentada principalmente por los esfuerzos en la creación de una conciencia desplegados por MINUGUA. Éste constituye uno de los mayores problemas sociales y está estrechamente vinculado con la identidad cultural, con las oportunidades económicas y políticas, y con la tenencia de tierra y la jurisdicción (Wilson, 1999; Velásquez, 2002). Según MINUGUA, Guatemala experimenta “un proceso de desarrollo desigual que ha privilegiado ciertas regiones y grupos sociales sobre las grandes mayorías, creando de esta manera un conjunto de contradicciones severas que han constituido una de las mayores causas del conflicto armado interno. Estas asimetrías han sido intensificadas

por la discriminación racial, que ha determinado la segregación cultural, social y política de la población indígena (...)” (MINUGUA, 2002). Las actividades no agrícolas más comunes observadas en Cahabón son las artesanías (que incluyen la alfarería, el tejido de bolsas —morrales— y los huipiles hechos con ganchillo),18 así como el tejido de canastas y petates utilizando fibras vegetales y el funcionamiento de tiendas. Sólo se encontraron unos pocos casos de otras actividades tales como la carpintería y el empleo formal en el sector de servicios. Aun cuando, en la mayoría de los casos, las actividades relacionadas con las artesanías no parecieran ser significativas en términos del ingreso total del hogar, el hecho es que este ingreso, al ser manejado por las mismas mujeres, juega un papel importante en la distribución intrahogar del ingreso y sirve como una reserva de emergencia durante la estación seca entre las dos cosechas de maíz o en caso de que la cosecha falle. El efecto mismo de la estandarización del ingreso es de gran importancia en las tiendas pequeñas con bienes de consumo diario. En este caso, sin embargo, quienes manejan el negocio son fundamentalmente los jefes masculinos del hogar. Muchas familias declararon que no obtienen casi ningún ingreso monetario adicional de las tiendas. En cambio, les permite invertir el ingreso estacional del cardamomo en mercaderías y así les impide gastar el dinero que debe durar medio año hasta el inicio de la próxima temporada de cosecha. A pesar de los altos costos transables del transporte, especialmente en la región norte, los esfuerzos parecen ser justificados por los efectos positivos en la reducción del riesgo.

Para una discusión detallada de las posibles definiciones de los indígenas q’eqchi’s y de los ladinos, véase Wilson (1999). Aunque para los foráneos aun los habitantes de la cabecera municipal de Cahabón parezcan indígenas, existen importantes criterios locales basados en la habilidad para hablar español, el vestuario y el origen, que trazan la línea. En caso de duda, los antropólogos solicitan la autodefinición a las mismas personas locales para que ellas constituyan el principio guía más importante. 18 Los huipiles son blusas sueltas sin mangas con el característico brocado decorativo, de acuerdo con cada región, y forman parte del vestuario típico de las mujeres mayas. 17

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Otro beneficio importante de estas actividades es la ocupación de la mano de obra familiar subempleada que proviene del alto número de niños y de la variabilidad de la demanda de mano de obra en la agricultura. De hecho, de acuerdo con Lanjouw & Lanjouw(2001), el proveer de trabajo en períodos de subempleo estacional (o de largo plazo) es una de las funciones más importantes del empleo no agrícola en países en desarrollo, que hace que el hogar se beneficie incluso de ganancias bajas y compensa los altos costos de transacción. En contraste con las tiendas, la carpintería y la construcción de casas no se combina fácilmente con la agricultura, porque en este caso el trabajo es realizado de modo exclusivo por los hombres, y ambas actividades compiten por un trabajo limitado de los hombres adultos. En algunos casos la carpintería es un mero servicio social que se paga en términos de estatus social más que en términos de una verdadera compensación económica.

4.3 El caso de los k’iche’s en Totonicapán El altiplano occidental de Guatemala plantea un desafío especial para las políticas de desarrollo rural, no sólo en términos del alivio de la pobreza para la población indígena multiétnica, sino en relación con los recursos naturales, en particular en lo referente a la conservación del agua y los bosques. En tanto, la cadena de cuencas de captación de los principales ríos en Guatemala se encuentra en el densamente poblado altiplano, la deforestación en esta región ha tenido efectos menguantes en términos de la producción de agua, la erosión y las inundaciones (Elías et al., 1997). El pequeño propietario del altiplano cultiva gran parte de la producción nacional básica de granos. Sin embargo, dada la alta densidad poblacional del altiplano existen notablemente menos personas involucradas en la agricultura que en las tierras bajas del norte de Guatemala. Como se ya discutió, sólo el 38% de la población rural

k’iche’ menciona a la agricultura como su actividad económica principal (anexo 2) y al mismo tiempo son el único grupo étnico en el cual el empleo asalariado es la categoría de empleo más importante en la agricultura (anexos 3 y 5). Entre la población rural k’iche’ ocupada, la educación secundaria y universitaria presenta cifras del 12.5% y del 2.6%, respectivamente (cuadro 3), que son superiores a cualquier otro grupo étnico. Adicionalmente, evidencian una mayor igualdad de género que en otros grupos. En Totonicapán, el 27.3% de los hombres y el 23.3% de las mujeres están en una escuela secundaria (básico) (SNU, 2002). Las brechas de género no son sólo menos pronunciadas entre los k’iche’s en comparación con los q’eqchi’s, sino que un número creciente de mujeres intelectuales indígenas k’iche’s, seguras de sí mismas, empiezan a darse cuenta y a hacer análisis sobre esta temática (véase, por ejemplo, Velásquez, 2002; Menchú et al., 1987). Las actividades no agrícolas más comunes observadas en las regiones estudiadas de Totonicapán son: la migración internacional de los jóvenes combinada con microempresas (tiendas, panaderías, etc.) financiadas por las remesas; la migración nacional de la mano de obra sin educación, y las artesanías locales destinadas al comercio interno, tal como el tradicional tejido de cortes —así se le llama a las faldas utilizadas por las mujeres indígenas. Sólo se descubrieron unos pocos casos de empleo formal de mano de obra educada en el sector de servicios (como maestros). La observación general acerca de que las mujeres k’iche’s tienden a contribuir con mayores proporciones en las actividades generadoras de ingreso que las q’eqchi’s, puede ser explicada por la necesidad misma, por una mayor conciencia o por el efecto combinado de ambas. En Santa Lucía La Reforma —donde la mayoría de padres de familia migran a los centros urbanos de Guatemala—, las mujeres son las responsables de la producción agrícola y de la provisión de agua y leña. Esto implica altos costos de transacción para las mujeres debido al tiempo que consumen y al duro

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trabajo físico que requieren; todo ello sumado a sus actividades normales de reproducción relativas al cuidado de los niños y al trabajo de casa. Bajo estas condiciones el empleo femenino no agrícola es casi imposible. En Momostenango y en San Cristóbal Totonicapán, en contraste, las mujeres están involucradas en actividades no agrícolas, ya sea porque los hombres jóvenes han migrado a los Estados Unidos de América —lo cual permite a los padres establecer microempresas— o porque la familia tradicionalmente trabaja en actividades artesanales en el hogar. En cualquier caso, las actividades económicas de las mujeres aún dependen, en cuanto al volumen de trabajo que implican, de su tarea principal, que en la mayor parte de casos observados es el cuidado de los niños y las tareas de la casa. En contraste con Alta Verapaz, en la mayoría de familias entrevistadas en Totonicapán la agricultura juega sólo un papel complementario. Dadas las diferencias resultantes en riqueza entre las regiones que migran a los Estados Unidos de América y las regiones pobres del norte de Totonicapán, los agricultores k’iche’s del occidente de Momostenango pueden hoy en día contratar mano de obra a costos relativamente bajos y, por lo tanto, dedicar tiempo al ocio o ser libres de emplear su propio tiempo en la operación de una microempresa, ambas decisiones destinadas a mejorar su estatus social. Es más, la agricultura continúa siendo una estrategia de reducción del riesgo, que provee comida básica para el hogar y/o productos frescos para la tienda.

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En Santa Lucía La Reforma, en el norte de Totonicapán, la migración nacional es la principal fuente de ingreso. Aunque las personas estaban acostumbradas a migrar como trabajadores agrícolas —los llamados migrantes estacionales— a las fincas de algodón en la costa, hoy en día los hombres migran como cargadores o empleados de negocios a la capital, mientras que las mujeres se quedan en la casa, cuidan los campos y tratan de ganar algún dinero a través de las reintroducidas actividades artesanales. Encarando la ausencia de CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO, Nº 2004 - 3

alternativas de empleo, las personas del norte de Totonicapán pueden ser consideradas en una situación particularmente desventajosa, tanto en su forma de vida como en sus condiciones de trabajo. Más aún, las largas ausencias de muchos de los padres de familia resultan en la casi inexistencia de asociaciones de desarrollo generadas localmente o de cooperativas en las comunidades del norte. Ello resulta en una severa limitación de capital dada la ausencia de instituciones financieras (semi)formales. Bajo estas condiicones es extremadamente difícil para ellos iniciar cualquier microempresa no agrícola sin caer en la trampa de las deudas de los prestamistas privados. Sin embargo, debido a las barreras de lenguaje y de educación, el empleo no agrícola formal es todavía más inaccesible que el autoempleo en las microempresas, un hecho que lleva a los ya mencionados extensos patrones de migración urbana como la única alternativa de ingreso. En contraste, en San Cristóbal Totonicapán, en el sur del departamento, el tejido de los cortes en el tradicional telar de pie de origen europeo, constituye la principal actividad generadora de ingreso, aparte de la agricultura complementaria basada en la milpa. Como consecuencia, en esta región las actividades económicas se caracterizan en menor medida por la migración. La agricultura —como en otras regiones de Totonicapán— está lejos de ser un complejo sistema de cultivo. Es llevada a cabo sólo en unas pocas cuerdas de tierra con un monocultivo, el maíz, para proveer únicamente de productos alimentarios. A causa de ello la fertilidad de los suelos en el altiplano está sumamente degradada y las serias restricciones, tanto en términos de tierra como de mano de obra, resultan en la ausencia de un reciclaje de los nutrientes orgánicos como de las tierras dejadas en descanso —barbecho. Debido a lo anterior, los agricultores tienen que depender de fertilizantes químicos como el insumo productivo más importante, cuya adquisición es financiada con el ingreso proveniente tanto de la migración no agrícola como del tejido.


Los ejemplos dados ilustran la significación excepcional de las actividades no agrícolas, por mucho, las fuente más importantes de ingreso en todas las regiones visitadas en Totonicapán. En tanto la extrema escasez de tierra y la degradación de los suelos no son fenómenos nuevos, el empleo

no agrícola se ha convertido en una importante alternativa a la migración estacional a las fincas de la costa ocurrida en las décadas pasadas. No obstante, existen diferencias considerables en los tipos de empleo entre las diversas regiones de los tres municipios en dicho departamento.

5. Sumario El desarrollo rural ya no es más sinónimo del desarrollo agrícola únicamente. Entre las múltiples funciones positivas del empleo no agrícola pueden mencionarse la estandarización de las variaciones del ingreso a lo largo del año y año con año; el ingreso se incrementa y así se atenúa la pobreza rural, se mejora la capacidad de hacer frente al riesgo y a los shocks financieros, así como posibilita el financiamiento de inversiones en la parcela, de capital humano y en otros bienes (Vakis, 2002; Reardon et al., 2001). Como se supone que éstas son las metas centrales de las agendas de desarrollo rural en los países en desarrollo, la pregunta que se plantea es si y cómo el empleo rural no agrícola puede contribuir de forma positiva al desarrollo rural de Guatemala. Con estos antecedentes se discute en este estudio el potencial del empleo rural no agrícola en el logro del desarrollo rural sostenible de las diferentes regiones y sus correspondientes grupos étnicos. El análisis descriptivo revela algunos resultados interesantes concernientes a las estructura y características del mercado rural de trabajo. La agricultura aún constituye el sector económico más importante y el trabajo (familiar) no remunerado la más importante categoría de empleo en este sector: el 38.7% del total y el 56.5% de la población rural trabajadora —en especial, los hombres— trabaja principalmente en agricultura. A pesar de estas cifras, el sector rural no agrícola representa una importante fuente creciente de ingreso y empleo, que desempeña algunas funciones positivas relacionadas con la reducción del riesgo, la igualdad de género y la conservación de los recursos.

Más del 80% de todas las mujeres guatemaltecas ocupadas y cerca del 70% de las mujeres rurales trabajan fuera de la agricultura. De hecho, el sexo de la persona ha demostrado ser él solo el más fuerte determinante del empleo no agrícola, indicando que una mujer tiene una probabilidad estadística 46% mayor de trabajar fuera de la agricultura que un hombre, si las demás variables permanecen constantes. Sin embargo, el empleo no agrícola de las mujeres difiere considerablemente del de los hombres entre los diversos grupos étnicos. Aunque los hombres de casi todos los grupos étnicos están involucrados en la agricultura, como su actividad principal, esto es particularmente cierto para los mames y los q’eqchi’s, mientras que entre los hombres k’iche’s y kaqchikeles, el 52% y el 42%, respectivamente, trabajan fuera de la agricultura (en el comercio en su mayoría). Entre las mujeres rurales, la orientación económica de los grupos étnicos es similar y aún más marcada. Entre las mames y las q’eqchi’es, el 54% y el 48% de las mujeres trabajan en la agricultura, respectivamente. En contraste, en la gran mayoría de todos los otros grupos étnicos, en particular las no indígenas (79%), k’iche’s (78%) y kaqchikeles (75%) laboran en actividades no agrícolas. Mientras que las mujeres k’iche’s que trabajan fuera de la agricultura no pueden ser adscritas a ningún sector económico en particular, las mujeres kaqchikeles están ocupadas en la industria (51%) y las mujeres no indígenas en el comercio (43%). Las diferencias descritas entre los grupos étnicos fueron confirmadas por la fuerte y significativa influencia de las variables étnicas correspondientes indicando, por ejemplo, que una

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k’iche’ tiene un 40% más de probabilidades de trabajar fuera de la agricultura que una mam. Además, el acceso de los hogares a la electricidad ha sido identificado como un fuerte determinante del empleo no agrícola (su probabilidad aumentó en 27%). Como se esperaba, la educación tiene una influencia positiva pero reducida en la probabilidad que la persona trabaje fuera de la agricultura. De nuevo, los resultados descriptivos revelan diferencias asombrosas entre los grupos étnicos y de género, indicando que los k’iche’s como los no indígenas son generalmente más educados que todos los otros grupos: los mames y los q’eqchi’s, en particular. Dentro de las mujeres rurales, el 46% carece de cualquier educación formal, mientras que dentro de los hombres esta cifra se sitúa todavía en el 31%. El hecho de que en algunos empleos asalariados y empleos de empresas de tamaño mediano se observen comparativamente más altos niveles educativos, confirma los anteriores descubrimientos en el sentido de que la educación formal es importante, en particular en los empleos de alta productividad. Para muchas de las características mencionadas de los trabajadores rurales, las diferencias interétnicas y de género juegan un papel central en el diagnóstico de las diversas funciones del empleo no agrícola.

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Los resultados del estudio de casos indican que en Cahabón los sistemas de producción milpacardamomo y café continúan siendo la principal fuente de sustento de los hogares rurales q’eqchi’s. Las más importantes actividades no agrícolas incluyen aquéllas basadas en las artesanías, trabajo de baja productividad, tales como tiendas, artesanías (tejido de bolsas —morrales—, alfarería, huipiles hechos con ganchillo y tejido de canastas y petates) y la carpintería (construcción de casas). Aunque estas actividades no requieren de altos estándares educacionales ni de equipos especiales ni de electricidad, ellos enfrentan serias limitaciones en términos de una deficiente estructura vial, incompatibilidad con el calendario anual de actividades agrícolas, la ausencia de relaciones externas de las mujeres, así como su alta carga en CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO, Nº 2004 - 3

términos de su función reproductiva. Sin embargo, estas actividades realizan funciones importantes en relación con la reducción de los riesgos diversos (relacionados con el fracaso de la cosecha, la temporada seca y las fluctuaciones de los precios de los productos de exportación), la generación de empleo para las mujeres y los efectos igualatorios en la distribución del ingreso intrahogar. En la mayoría de los casos estos beneficios parecen superar a los altos costos transaccionales en términos del transporte y los costos de oportunidad en la asignación del tiempo, en particular en el caso de las mujeres. En Totonicapán, en contraste, la agricultura local sólo juega un papel complementario y enfrenta considerables limitaciones debidas a la escasez de tierra y a la degradación de los suelos en muchas regiones. Para los hogares rurales las actividades no agrícolas constituyen la principal fuente de ingresos. Este efecto en la reducción de la pobreza se debe a las abundantes opciones en la generación de ingresos, antes que a los efectos secundarios relacionados con la distribución intrahogar de los ingresos o por la reducción de riesgos. Para responder a la pregunta de una posible influencia cultural de las actividades económicas se visitó a tres diferentes municipios de este departamento predominantemente k’iche’. Mientras que en la parte occidental de Momostenango las personas viven de la migración internacional de los jóvenes y de las microempresas financiadas por sus remesas; en San Cristóbal Totonicapán la artesanía local, bajo la forma del tejido de los cortes tradicionales, constituye la fuente más importante de empleo. Ambas regiones se caracterizan por las notables habilidades comerciales y artesanales de los habitantes K’iché’s del área rural, que contrastan fuertemente con la situación de Santa Lucía La Reforma en el remoto norte de Totonicapán. Tradicionalmente orientados hacia la agricultura y el empleo asalariado en las fincas de la costa, la escasez de la tierra y la pobre calidad del suelo han forzado hoy en día a los padres de familia a migrar a los centros urbanos y a realizar trabajos despreciados, mal remunerados como cargadores y empleados de tiendas.


Basado en estas observaciones, los factores externos tales como las oportunidades educacionales y de empleo, por una parte, y la necesidad de la diversificación del ingreso, a través de la combinación de las actividades agrícolas y no agrícolas, por la otra, parecen ser en conjunto determinantes adicionales importantes en las diferencias de empleo interétnicas entre los k’iche’s y los q’eqchi’s. Las habilidades culturalmente determinadas, así como la agilidad por sí sola, no bastarían para explicar las ocupaciones no agrícolas de los k’iche’s. Parece manifiesto que tanto los factores endógenos como los externos determinan y se nutren a sí mismos, en el sentido que las habilidades artesanales y la iniciativa no son sólo características tradicionales de los k’iche’s (y en mayor medida no sólo de ellos) sino que, también son reforzadas por las condiciones socioeconómicas y las oportunidades que los habitantes de cada región enfrentan. Considerando las diversas funciones positivas del empleo no agrícola es asombroso que este poten-

cial no sea suficientemente reconocido en las actuales políticas nacionales. En suma, no existe una estrategia consistente de desarrollo rural en Guatemala hasta ahora, aunque se han dado los primeros pasos importantes a través de la implantación de la mesa de diálogo sobre desarrollo rural en el año 2003. Respecto a los documentos anteriores concernientes directa o indirectamente con el desarrollo rural, sólo algunos de ellos mencionan al empleo rural no agrícola. En la actual Estrategia de Reducción de la Pobreza (SEGEPLAN, 2001), así como en la extensa literatura ambiental en Guatemala, el mayor énfasis en la búsqueda de estrategias de desarrollo rural sostenible recae en el desarrollo agrícola y en el tema concatenado de la redistribución de la tierra. Este estudio, así como otras investigaciones sobre el tópico podrían, ojalá, ayudar a revisar la firme noción que la población indígena del área rural se ocupa solamente de la agricultura y, más aún, alentar la incorporación de políticas destinadas al heterogéneo sector no agrícola en la actual MIDDR.

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BRECHAS DE GÉNERO EN EL EMPLEO NO AGRÍCOLA BAJO EL ENFOQUE DE LAS DIFERENCIAS INTERÉTNICAS EN EL ÁREA RURAL DE GUATEMALA

33


Listado de siglas AVANCSO

Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales

CACIF

Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras

CALDH

Centro de Acción Legal de los Derechos Humanos

CONAP

Consejo Nacional de Áreas Protegidas

CONIC

Coordinara Nacional Indígena y Campesina

CNOC

Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas

ENEI

Encuesta Nacional de Empleo e Ingresos

ERNA

Empleo rural no agrícola

FLACSO

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales

INE

Instituto Nacional de Estadística

IPES

Instituto de Política Económica y Social

MAGA

Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación

MIDDR

Mesa Intersectorial de Diálogo de Desarrollo Rural

MINUGUA

Misión de Naciones Unidas en Guatemala

PEA

Población económicamente activa

PEI

Población económicamente inactiva

PNUD

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo

SEGEPLAN

Secretaría General de Planificación de la Presidencia

SNU

Sistema de las Naciones Unidas

34

CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO, Nº 2004 - 3


Anexos Anexo 1 Actividad económica de hombres y mujeres de acuerdo con grupos étnicos (basado en la población rural en edad de trabajar)

Mujeres

Hombres

K’iche’

Q’eqchi’

Kaqchikel

Mam

Otros indígenas

No indígenas

Total

PEI

220,173 53.7%

146,916 74.7%

116,326 45.6%

122,670 41.6%

163,288 65.7%

792,728 70.2%

1,562,101 61.6%

PEA

190,080 46.3%

49,726 25.3%

138,691 54.4%

172,403 58.4%

85,292 34.3%

336,335 29.8%

972,527 38.4%

Total

410,253 100%

196,642 100%

255,017 100%

295,073 100%

248,580 100%

1,129.063 100%

2,534,628 100%

PEI

63,798 17.8%

52,302 28.0%

30,422 10.8%

14,520 5.8%

33,609 14.7%

147,188 13.9%

341,844 14.4%

PEA

294,852 82.2%

134,493 72.0%

251,074 89.2%

237,010 94.2%

194,435 85.3%

913,957 86.1%

2,025,821 85.6%

Total

358,650 100%

186,800 100%

281,496 100%

251,530 100%

228,044 100%

1,061,45 100%

2,367,665 100%

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II).

Anexo 2 Tipo de empleo de los diferentes grupos étnicos (basado en la población ocupada rural) K’iche’

Q’eqchi’

Kaqchikel

Mam

Otros indígenas

No indígenas

Total

No agrícola

294,737 62.0%

40,267 22.4%

205,973 53.5%

85,368 21.2%

84,884 32.9%

553,876 46.0%

1,265,105 43.5%

Agrícola

180,727 38.0%

139,465 77.6%

179,256 46.5%

317,233 78.8%

172,944 67.1%

650,276 54.0%

1,639,901 56.5%

Total

475,464 100%

179,732 100%

385,229 100%

402,601 100%

257,828 100%

1,204,152 100%

2,905,006 100%

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II).

BRECHAS DE GÉNERO EN EL EMPLEO NO AGRÍCOLA BAJO EL ENFOQUE DE LAS DIFERENCIAS INTERÉTNICAS EN EL ÁREA RURAL DE GUATEMALA

35


CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO, Nº 2004 - 3

1.9% 13.3% 0.2% 9.6% 12.6% 4.3% 1.8% 1.1%

2.2% 24.8% 0.3% 16.0% 17.3% 5.0% 1.4% 2.1% 100% (308,530)

1.6% 15.8% — 10.5% 10.4% 6.8% 2.5% 4.2% 100% (65,837)

— 2.1% — 1.6% 9.3% 2.0% 2.0%% —

4.0% 3.8% 0.6% 3.8% 8.0% 1.5% — 2.6% 100% (134,155)

— 18.7% — — 8.9% — 7.5% — 100% (46,891)

2.3% 9.0% — 12.7% 12.8% 7.5% 1.9% 8.2% 100% (181,720)

Asalariado comercial Trabajador por cuenta propia comercial Patrón o empleador comercial Trabajador comercial no remunerado

Asalariado sector servicios Trabajador por cuenta propia sec. servicios Trabajador sec.serviciosno remunerado

Otros

Total

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II).

2.8% 16.2% 0.5% 4.7% 0.6% 6.7% — 2.3%

— 10.6% — 2.8% 4.9% 14.0% 2.4% 7.3%

7.1% 38.8% 0.6% 4.0%

— 12.0% — 5.1%

3.3% 21.0% — 7.5%

Asalariado industrial Trabajador por cuenta propia industrial Patrón o empleador industrial Trabajador industrial no remunerado

100% (904,480)

4.3% 6.2% 0.4% 19.9% 3.4% 8.0% 0.9% 9.0% 3.8% 10.4% — 24.7%

— 7.5% — 46.8%

2.1% 3.2% 0.7% 19.0%

7.7% 7.7% — 32.4%

10.7% 2.1% — 9.3%

Asalariado agrícola Trabajador por cuenta propia agrícola Patrón o empleador agrícola Trabajador agrícola no remunerado

100% (167,347)

Total

No indígenas

Otros indígenas

Mam

Kaqchikel

Q’eqchi’

Anexo 3 Categorías de empleo de las mujeres ocupadas rurales (basado en la población ocupada femenina en el área rural) K’iche’

36


Anexo 4 Sector de empleo y tamaño de empresa de las mujeres ocupadas rurales (basado en la población ocupada femenina en el área rural) K’iche’ (181,720)

Q’eqchi’ (46,891)

Kaqchikel (134,155)

Mam (167,347)

Otros indígenas No indígenas (65,837) (308,530)

Agricultura 1 a 5 6 a 30 Más de 30

19.7% 0.3% 2.0%

42.7% 5.1% —

12.5% 9.7% 2.9%

54.3% — —

28.0% 8.9% 2.0%

18.2% 0.6% 2.6%

Industria

1a5 6 a 30 Más de 30

31.8% — —

17.1% — —

43.3% 3.2% 4.0%

26.2% 2.4% —

13.3% — —

9.0% — 0.6%

Comercio

1a5 6 a 30 Más de 30

24.1% — —

18.7% — —

7.7% 4.0% 0.6%

3.7% — —

27.9% — —

41.8% 1.4% 0.1%

Sector público

1a5 6 a 30 Más de 30

— 4.4% —

— — —

— — 1.3%

— — 0.9%

2.6% 4.2% —

2.8% 3.8% 0.2%

Sector privado

1a5 6 a 30 Más de 30

15.9% 1.9% —

16.4% — —

7.7% — 0.6%

9.4% 1.0% 2.0%

13.1% — —

14.6% 1.6% 0.7%

Otros

1a5 6 a 30

— —

— —

— 2.6%

— —

— —

1.1% 1.0%

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II). 37

BRECHAS DE GÉNERO EN EL EMPLEO NO AGRÍCOLA BAJO EL ENFOQUE DE LAS DIFERENCIAS INTERÉTNICAS EN EL ÁREA RURAL DE GUATEMALA


CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO, Nº 2004 - 3

5.3% 3.1% 1.0% 1.3% 2.6% 1.8% 1.0% 1.1% 8.3%

3.2% 3.4% 0.5% 1.3% 2.9% 3.1% 0.7% 1.8% 11.3%

1.8% 3.2% 0.7% 1.4% 1.3% 1.2% — 1.2% 4.2%

— — — 0.5% 1.2% — — 0.5% 0.4% 100% (235,254)

14.6% 0.8% 0.2% — 0.9% — — — 11.7% 100% (251,074)

1.7% — — 1.8% 4.2% 1.8% — 0.9% 1.4% 100% (132,841)

12.2% 8.1% 4.6% 2.7% 4.5% 1.4% 4.4% 0.1% 8.2% 100% (293,744)

Asalariado comercial Trabajador por cuenta propia comercial Patrón o empleador comercial Trabajador comercial no remunerado

Asalariado sector servicios Trabajador por cuenta propia sec. servicios Patrón o empleador sector servicios Trabajador sec.serviciosno remunerado

Otros

Total

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II).

3.1% 1.7% 0.3% 1.3%

3.0% 1.7% 0.7% 1.0% 3.1% 4.3% — 0.9% 0.5% 0.7% — —

8.2% 1.9% — 3.6%

24.8% — — —

2.6% 1.1% — 2.4%

Asalariado industrial Trabajador por cuenta propia industrial Patrón o empleador industrial Trabajador industrial no remunerado

100% 100% (895,622) (2,000,526)

15.8% 25.6% 3.7% 23.0% 16.0% 23.1% 5.3% 20.8% 11.1% 29.1% 3.1% 33.5%

14.1% 36.6% 3.3% 42.2%

12.2% 26.4% 3.3% 16.0%

23.3% 37.1% 3.0% 24.8%

19.3% 16.0% — 12.7%

Asalariado agrícola Trabajador por cuenta propia agrícola Patrón o empleador agrícola Trabajador agrícola no remunerado

100% (191,991)

Total

No indígenas

Otros indígenas

Mam

Kaqchikel

Q’eqchi’

Anexo 5 Categorías de empleo de los hombres ocupados rurales (basado en la población ocupada masculina en el área rural) K’iche’

38


Anexo 6 Sector de empleo y tamaño de empresa de las hombres ocupados rurales (basado en la población ocupada masculina en el área rural) K’iche’ (181,720)

Q’eqchi’ (46,891)

Kaqchikel (134,155)

Mam (167,347)

Otros indígenas No indígenas (65,837) (308,530)

Agricultura 1 a 5 6 a 30 Más de 30

19.7% 0.3% 2.0%

42.7% 5.1% —

12.5% 9.7% 2.9%

54.3% — —

28.0% 8.9% 2.0%

18.2% 0.6% 2.6%

Industria

1a5 6 a 30 Más de 30

31.8% — —

17.1% — —

43.3% 3.2% 4.0%

26.2% 2.4% —

13.3% — —

9.0% — 0.6%

Comercio

1a5 6 a 30 Más de 30

24.1% — —

18.7% — —

7.7% 4.0% 0.6%

3.7% — —

27.9% — —

41.8% 1.4% 0.1%

Sector público

1a5 6 a 30 Más de 30

— 4.4% —

— — —

— — 1.3%

— — 0.9%

2.6% 4.2% —

2.8% 3.8% 0.2%

Sector privado

1a5 6 a 30 Más de 30

15.9% 1.9% —

16.4% — —

7.7% — 0.6%

9.4% 1.0% 2.0%

13.1% — —

14.6% 1.6% 0.7%

Otros

1a5 6 a 30

— —

— —

— 2.6%

— —

— —

1.1% 1.0%

Fuente: Elaboración propia basada en datos de ENEI (2002, I y II). 39

BRECHAS DE GÉNERO EN EL EMPLEO NO AGRÍCOLA BAJO EL ENFOQUE DE LAS DIFERENCIAS INTERÉTNICAS EN EL ÁREA RURAL DE GUATEMALA


40

CUADERNOS DE DESARROLLO HUMANO, Nยบ 2004 - 3


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