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7.1. ORDENAMIENTO URBANO
7.1. ORDENAMIENTO URBANO.
El recorrido de la siempre imponente Ciudad de México hasta esta zona conurbada poco a poco se iba poniendo más y más gris. Las moles de cemento eran las que, a través de puentes inhóspitos, articulaban la ciudad con el estado. El transporte público era dominado por las combis siempre apuradas a cometer la mayor cantidad de infracciones posibles durante el trayecto, y la ausencia de áreas verdes era evidente. El caos urbano, invadía de golpe la vista y los oídos de los recién llegados:
El desorden social y físico puede conducir a la comisión de delitos. Las señales de incivilizar o de desorden social <proyectas una situación generalizada y generalizable de falta de control, bajo niveles de cohesión social y descuido político, que a su vez provoca una mayor sensación de vulnerabilidad frente al delito> [Vilalta, 2012:9]. (Del Carmen, 2019:250).
Esto es “Jardines” anuncia S. Era desolador. Mujeres mayores caminado a toda prisa por las calles principales, pero poco pavimentadas, con varios niños pobremente vestidos de la mano que parecían mimetizarse con el abandonado paisaje:
Jardines de Morelos se encuentra aproximadamente a nueve kilómetros (unos 20 minutos) de Los Héroes Tecámac. Es una colonia más antigua, de los años ochenta. Los anuncios que la promocionaban en aquel entonces vendían la idea de que se convertiría en una suerte de suburbio americano para los trabajadores de la Ciudad de México. Prometían agua y seguridad. La realidad es que escasean ambas. Prometían calidad de vida, pero el lugar se convirtió rápidamente en otra ciudad dormitorio, sin áreas verdes ni espacios seguros, para los trabajadores de la Ciudad de México que deben desplazarse por horas para cumplir con sus jornadas laborales. (Carrión, L., 2018 pp. 199-200).
La basura por todos lados arrumbada, casas descuidadas en sus fachadas y mantenimientos, pero fuertemente protegidas con barrotes en sus ventanas e incluso techos, anunciando que el miedo y la inseguridad en la zona es un tema central. Las ventanas no todas estaban cubiertas, con lo que hubiese a la mano, lonas de algún candidato, plástico, ropa, sábanas, lo que fuese que impidiese que él se relevara lo que sucedía al interior de las casas.
Había un sin número de motos sin placa circulando con jóvenes que no superaban los 18 años de edad conduciéndolas, autos viejos y medio descuartizados circulando a toda prisa, los comercios con radios fuertemente prendidas
contribuyendo al ruido y al desorden. No había una sola calle donde faltara un taller de auto y un deshuesadero, anunciando veladamente la ilegalidad vinculada al robo de vehículo y la venta de autopartes. Los alimentadores de las rutas donde terminaba el recorrido de las combis era responsabilidad de los mototaxis, los que parecía no tener mucho trabajo, la gente caminaba, quizá porque no había dinero para pagar esos lujos (Diario de campo, julio 2021, Javiera Donoso Jiménez) Todo era caos. Todo olía a putrefacción y desagüe. No pude ver ni un solo policía, patrulla o camioneta de la Guardia Nacional en todo el recorrido. El abandono del estado era evidente desde cualquier ángulo que se quisiera observar. No puede ver a ni una sola persona sonreír a pesar de que el recorrido duró casi dos horas en un radio de no mayor a unas 10 manzanas:
El desorden y el delito tiene raíces parecidas: las fuerzas que generan el desorden también generan el delito. Su conclusión fue que las características estructurales de los vecindarios (sobre todo a la concentración e la pobreza y la ausencia de recursos sociales asociados a esta como los ingresos bajos, alto, desempleo, ausencia de inversión) y las intervenciones humanas (el grado de control social informal) están relacionadas y actúan conjunta y recíprocamente para afectar el desorden y el delito.” (Del Carmen, 2019:251).
Nadie habla con nadie, a no ser que sea estrictamente necesario, no se evidencia ni un mínimo de lo que se entiende por “comunidad”. Lo urgente en este contexto es la sobrevivencia individual, anulando lo colectivo. La marginalidad urbana, económica, social e institucional era el tópico dominante. En ese contexto, todo cobraba sentido. Si Juan Carlos, ofrecía trabajo, un regalo, ropa o comida, entre tanta carencia, no parecía una mala opción para nadie, convirtiéndose en un enganche perfecto para atraer a sus víctimas. Por otro lado, entre tanto ruido y caos, pero también el desinterés por el otro es difícil poder identificar, escuchar o comprender las señales de alarma emitidas por gritos de una mujer o niña pidiendo auxilio ante su inminente muerte. Por otro lado, ver a un hombre conduciendo un carrito con “basura”, y arrojándola, enterrándola u ocultándola no parece ser algo fuera de la normalidad en un contexto donde la “basura” es una fuente más de sobrevivencia entre la comunidad y es parte del paisaje dominante en el entorno.