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Volver a la naturaleza

Crear una huerta ecológica es una forma de cultivar alimentos sin utilizar pesticidas ni fertilizantes químicos, como aporte a una alimentación saludable, la buena salud y el cuidado del ambiente. En este tipo de cultivos se aplican diferentes prácticas para mantener la fertilidad del suelo y para prevenir el ataque de plagas y enfermedades. El uso de abonos orgánicos en lugar de fertilizantes químicos mejora la calidad de la tierra y del agua, protege la biodiversidad, y crea suelo sustentable para aumentar la absorción, en tanto las plagas pueden ahuyentarse de manera natural mediante el uso de plantas como aromáticas y ornamentales. En los últimos años cada vez más personas han armado una huerta ecológica en sus casas, tanto con el objetivo de alcanzar una alimentación saludable como de contribuir al cuidado del medio ambiente. También para disfrutar de los sabores de las frutas y verduras orgánicas, resultado del suelo, el abono y el proceso de maduración en la planta. Esta tendencia se acentuó durante la pandemia y ya no se detuvo. Asimismo, esta forma de cultivo es promovida desde hace décadas por diferentes instituciones a través del dictado de cursos, entrega de semillas, asesoramiento y capacitación. Quien se inicia en esta tarea debe planificar, definir qué sembrar eligiendo los cultivos según el calendario de siembra de acuerdo a las características de la zona y la estación. Entre los recursos para la producción sustentable se utilizan el mantillo -cubierta de pasto y hojas secas-, la siembra por asociación -plantas de distintos tamaños-, la rotación, cultivo de diferentes especies, y el abono mediante el desarrollo de compost. Tener un macetero con aromáticas que luego utilizaremos en nuestras comidas ya comienza a marcar la diferencia. Encarada como proyecto familiar, la huerta ecológica es un proceso productivo y educativo de gran valor para niños y adolescentes. El contacto con la tierra, compartir experiencias y resolver las variables que hacen al trabajo en la huerta despiertan la creatividad y el entusiasmo al ver el resultado del propio trabajo.

Por una huerta familiar

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bosas. Tiene potasa, que espanta, y el jabón que adhiere. Si se le agrega ajo actúa como fungicida. Para ahuyentar las plagas en la huerta también se intercalan aromáticas como romero y orégano, y caléndula porque es muy dulce y sus colores naranja y, principalmente el amarillo, atraen a los insectos”. Como fertilizante utilizan compost hecho con cáscaras de frutas, como el triturado de cáscara de banana, y legumbres en agua. Lo prepara cada uno en su casa. Carlos relata que, según su experiencia en distintos barrios de la ciudad, muchos hacen huerta para consumo propio y algunos encaran emprendimientos de manera grupal. “En El Rincón en un momento organizaron una huerta comunitaria y luego continuaron enseñando. Pero es difícil, siempre trabajé en zonas con muchas necesidades, lleva tiempo dedicarse a la huerta y a veces las personas no disponen de ese tiempo. Algunos plantaron un árbol en sus casas y eso es algo”, enfatiza.

Carlos Outon, 64 años, ceramista y especialista en huerta orgánica, brinda talleres para aprender a cultivar en el Centro Cultural Jorge Julio López, de 137 y 64, y en el Centro Cultural Polideportivo Los Hornos, 66 y 152. Los encuentros son el tercer sábado de cada mes, de 9 a 10,30 en el primer espacio, y de 11 a 12,30 en el segundo. Asisten personas de entre 29 y 60 años, por igual mujeres y varones. Son quince alumnos en cada lugar, aunque tal vez en estos días incorporen nuevos asistentes que están en lista de espera. “El objetivo es involucrar a toda la familia, y lo logran. Es importante que los chicos de la casa también aprendan”, subraya Carlos.

“A la gente le quedó la idea de aprender a hacer una huerta por la pandemia, empezó a frenar el ritmo de vida y a ver otras alternativas. Está relacionado con la búsqueda de una alimentación saludable y el interés por el cuidado del ambiente. Algunos cultivan en suelo, otros en bancales o en cajones”, explica Carlos y asegura que “en cuanto a la economía, a mediano plazo se nota la diferencia entre comprar la verdura y utilizar la producción propia, aunque para iniciarse resulte algo costoso”.

A los alumnos les entregan las semillas para iniciar los almácigos, según la estación. “Ahora en otoño plantaron habas, porotos, arvejas, rabanitos, acelga y algunas clases de lechuga”, cuenta Carlos y dice que “muchos vienen también para aprender a combatir las plagas como hormigas, babosas, caracoles, pulgones. Se trata de sanear el espacio de cultivo de estas plagas pero sin que desaparezcan para no romper el equilibrio ecológico”.

Entre los plaguicidas, Carlos señala que “el jabón blanco es muy bueno para hormigas, caracoles y ba-

Carlos también dio cursos para niños en diferentes lugares de la ciudad como Altos de San Lorenzo, Puente de Hierro, San Carlos, a través de la Secretaría de Niñez y Adolescencia municipal. También en las escuelas municipales “desde cero, los chicos plantaban y cosechaban y comían porque con esos productos se cocinaba en el comedor. El INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) nos facilita las semillas a través del Programa Pro Huerta. Ahora el ingeniero agrónomo Ramiro Taladryl, representante del INTA en La Plata, ofreció dar charlas para las familias, que se concretarán próximamente”, anuncia. La pasión de Carlos por la huerta se inició en la infancia, “incentivado por mi abuelo platense Fernando Mejías, quien vino con mi abuela de la Alhambra. Nací en Neuquén y veníamos una vez al año a visitarlos y nos quedábamos un mes. Él plantaba muchas cosas, tabaco, tenía una higuera, y también gallinero. Me encantaba venir. Cuando tenía 7 años ya me llevaba semillas aptas para el lugar donde vivía, Plaza Huincul, muy árido. Mi abuelo me daba semillas que aguantaran en ese suelo de poco abono, sequías, calor, muy rústico”. Su abuelo lo instruyó en el cultivo de productos orgánicos. “Me enseñó sobre remedios, insecticidas para espantar los bichos, y fertilizantes”, recuerda.

Para el mes de Julio planea organizar “una juntada abierta al público para intercambiar semillas y plantas nativas”. Recuerda que llevaron a cabo esa experiencia en la República de los Niños con más de 250 personas, y cuenta aún con asombro que vinieron de lugares más alejados como Quilmes y Avellaneda. “Hay un banco de semillas en la Facultad de Agronomía para el Centro Botánico, pero no uno bien organizado a nivel provincial”, informa.

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