LOS EXILIADOS DE LA CULTURA “Amaréis, pues, al extranjero” Deuteronomio 10:19 Guy Debord en Panegírico dice que “en un mundo unificado, no es posible exiliarse”, de tal forma que en el mundo actual, unificado por un mercado global, el exilio se presentaría como imposible, pero nada más alejado de la verdad. La mercancía se mueve por las fronteras, viaja por los libres mercados globales sin encontrar la ley que imponga el orden. Los hombres, en cambio, tramitan su paso por las fronteras a partir de relaciones de inter-nationes marcadas por intereses económicos y por las herencias de la propia historia política. Debido a la crisis, España se ha convertido en un país de “emigrantes”, categoría que cambia el lugar que ocupa el español en el mundo, el cual es visto por los países de destino bajo sospecha permanente y al que se le aplican una serie de requisitos que hasta ahora no tenía que cumplir. La mala gestión política lo ha dejado, no sólo sin trabajo, sino sin credibilidad a ojos de los otros. El único emigrante bienvenido es el “turista”, para él no hay inspección, repatriación, deshaucio, ni sospecha alguna. Si el español además quiere dedicarse a la cultura, aún peor, puesto que vivimos en un país que, a menudo, reduce la cultura a sus aspectos más folklóricos, relegando la actividad cultural (y su correlato económico) a una sucesión de estampitas y de “paseíllo” de los muertos. Como buen país de “buscones”, mucha de esta gente se fue antes de la tormenta. De aquí que la mayoría de aquellos que se dedican seriamente a la música clásica contemporánea vivan y trabajen fuera, me cuenta Lluís Nacenta, porque aquí no hay posibilidades de desarrollar su carrera. Los compositores Roger Goula, Octavi Rumbau, Raquel García-Tomás o Ariadna Alzina, el clarinetista Víctor de la Rosa o la mezzosoprano Anna Alàs serían algunos ejemplos de carreras musicales que crecen y son reconocidas fuera del país. Incórpore es una joven editorial española que opera desde París, Petit Indie es una discográfica que mueve su catálogo de artistas mucho más por tierra extranjeras que en casa propia (“en Alemania en cada concierto agotamos la venta de los discos”, dice uno de sus responsables), la artista Andrea Btoy expone de Alemania, Italia hasta llegar a Inglaterra, Nuria Güell, censurada en Mollet, expone en los países del este y del norte de Europa, los músicos Cabo San Roque hacen media vida en Méjico, Héctor, amigo de la universidad, huyó de la falta de trabajo y por exceso de provincianismo (según indica) e hizo carrera en empresas de publicidad y comunicación audiovisual de renombre internacional como B-Reel, VICE, Widen+Kennedy, CAA o Apple. Aquí ya no hay mística posible, ya no sirve la proclama de Picasso: “yo no busco, ¡encuentro!”. Aquí, quien no busca, nada encuentra y el que busca, a menudo se desespera. Ya no buscamos trabajo para ‘ganarnos la vida’, sino para hacerla posible en un mundo organizado alrededor del trabajo. Y si todo está organizado alrededor de él, cuando éste no existe, el sentido y el corazón se quedan vacíos, inoperables. El neoliberalismo económico reduce la existencia a una carrera contra-reloj para ganar o morir y en donde, a menudo, tienes más posibilidades de perder que de ganar (estadísticamente hablando) en una jugada a “todo o nada” donde los mercados deciden más que tú. A los que les ha quedado ‘nada’, se van, pero, ¿en qué condiciones? Solos (“si no te tengo a ti, estoy solo y con voz crucificada” dijo el poeta Agustí Bartra cuando volvió del exilio) y a ciegas. El exilio se presenta como “la oportunidad”, pero a menudo el
precio que tienes que pagar es la aniquilación de toda tu vida previa, un olvido forzado, un reset de tu experiencia como individuo y como parte de una colectividad. Incluso las formalidades desaparecen, los títulos universitarios se borran, no hay equivalencia posible, la lengua se levanta como un muro y, como un niño, vuelves a aprender a hablar, a construir(te) en otra cultura, en nuevas tierras. Una amiga que se dedicaba a la gestión cultural se pasa a la hostelería en Londres (la ecuación sirve para muchos), cuando te acercas a los 40 y con un curriculum más que digno, que un político te diga que vayas a Inglaterra a aprender inglés suena a chiste. Una doctora en Filosofía consiguió trabajo en la televisión alemana, aprendió alemán porque su tesis era sobre Walter Benjamin, suerte que no estudió “emprendeduría”, porque quizás sólo le hubiera servido para ‘emprender el vuelo’ y caer al suelo. Un artista musical de perfil más avanguardista, Internet 2, huye a Bélgica con una agenda de actuaciones medio organizada, habiendo pasado previamente por centros como el Pompidou y en varias ediciones del Sónar o la Fundació Miró y ahora relegado en España al circuito de salas más underground. En un artículo en La Vanguardia del 2010 firmado por Teresa Sesé se hablaba de “Los hijos del MACBA”, una serie de artistas jóvenes que despuntaban y que, hoy en día, muchos de ellos (y algunos que no fueron citados en su día, pero que entrarían en la misma generación) trabajan fuera, como recuerda Lluís: Tamara Kuselman y Gerard Ortín en Amsterdam, Daniel Jacobi y Álex Reynolds en Alemania, Gabril Pericàs en Nueva York. En el terreno audiovisual, la productora Miniature, que trabajaba para la Xarxa de Televisions Locals (actualmente centrada en la producción de formatos informativos o magazines, arrinconando los formatos culturales), encontró una ventana en Canadá y, actualmente, en San Francisco. Otro profesional del sector audiovisual, Hernán Migoya, el 12 de octubre anunciaba en su página abierta de facebook que se iba de España “para huir de tanto apremio a la corrupción y tanto justiciero con red y a destiempo”. Otros, como Xavi G., “cansado de llevar más de treinta años trabajando para la televisión en productos que no aportan nada” (como indica), ha decidido retirarse y empezar de cero cambiando de sector, de ciudad y de forma de vida, lanzando a la basura las jornadas laborales ilimitadas (porque en España, a diferencia de muchos otros países, el sector audiovisual –incluyo el de la publicidad- se organiza en jornadas maratonianas inhumanas). Quien se beneficia más de estas fugas son, en primer lugar, los políticos, que asisten a una población desmembrada y sin fuerza social y, en segundo lugar, las compañías de transporte, que han pasado de vivir del “ocio popular” a la “necesidad popular” de familias cuyos vínculos vienen determinados por el calendario cristiano. Aquello del anuncio del turrón de “vuelve a casa por Navidad” se ha convertido en una situación generalizada demasiado triste, el sentido de “lo comunitario”, de la experiencia compartida, se quiebra. Al “otro lado del espejo”, en el país de acogida, “la dura indiferencia no es sino el rostro confesable de la nostalgia”, dice Julia Kristeva en Extranjeros a nosotros mismos. Por eso hay mucha gente que, aunque haya sido despedida o no encuentre trabajo, se queda, como decía Louis Aragon, “en extraño país en mi país mismo”: es el paro o el auto-exilio obligado de aquel que no puede irse porque no quiere perder sus vínculos afectivos y familiares, o porque ni tansolo tiene dinero para huir, o porque está ahogado por una hipoteca que lo ata al purgatorio de una España que se ha construido sus propias cadenas, su miseria. El exilio interior, el auto-exilio, es peor que la huida, puesto que la única oportunidad que existe es que el país mejore, y para eso haría falta cambiar sus interlocutores. Eva ha sido despedida del TNC, como muchos otros, trabajadores en cadena despedidos de todas las instituciones culturales en programas
suicidas de reducción de personal. Santi Cabezuelo, artista, comisario, profesor y gestor cultural, dice: “Nos creímos el sueño de los ‘amos’ y ahora pagamos la factura y nosotros buscamos espacio para los nuestros”. Los ‘nuestros’ es ese ‘nosotros’ del que habla Kristeva cuando nos recuerda que durante la Guerra del Poloponeso Atenas elabora la noción de coherencia cívica (koinonia) concibiendo la unidad de los ciudadanos sobre la base de su participación en la vida política, no a partir de criterios raciales o sociales. La consecuencia immediata de esa imparable ‘fuga de personas’, no sólo de cerebros es el control social en manos de la política corporativa. Por eso, la única opción viable es, como dice la exposición que está acogiendo ahora mismo la Fundació Palau: “Yo me rebelo, nosotros existimos”, esto es, ‘yo participo en una nueva vida política’, la única forma de dejar de ser ‘extranjeros a nosotros mismos’ en casa propia.