FRATERNIDAD CULTURAL

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(versió castellana) FRATERNIDAD CULTURAL Ingrid Guardiola El siglo XXI tiene que ser el siglo de la “fraternidad” o no será. Del eslógan de la Revolución Francesa, “liberté, egalité, fraternité”, el siglo XX ha intentado cerrar cuentas con la igualdad (una cierta paridad de género, los procesos de descolonización y el establecimiento de derechos civiles comunes entre hombres de distinta piel, cultura y procedencia) y la libertad (relativa, de clase, concentrada en las múltiples opciones de consumo, libertad entendida como liberalismo). La fraternidad es la gran saqueada porque al Estado no le interesa una comunidad social hermanada, unida por vínculos afectivos que superan los símbolos nacionales y las abstracciones parroquales que los que detentan el poder usan según conveniencia propia. El Estado prefiere individuos aislados, como los habitantes de 1984, tan iguales ante los ojos del Gran Hermano, y tan solos en las habitaciones privadas. La fraternidad obvia la distinción entre el yo y el tú, entre el ellos y el nosotros, y opera según principios de cooperación desinteresada y auto-equilibrada. Los políticos (tanto los de aquí, como los de allá) son este Gran Hermano que se hermana con los suyos, los happy few (políticos, grandes empresarios y banqueros) que confunden fraternidad con un amor colegiado por el capital, los negocios y los “bajos”intereses comunes, dejando que a Catalunya haya un 30% de pobreza, que muchos estudiantes no puedan acceder a la universidad debido al incremento de las tasas, que casi 3.000 escolares pase habmre, que sea la comunidad con más desalojos anuales (más de 25.000). A estos grandes agujeros negros de la confraternidad catalana que orquestan los políticos y los Millets de turno, haría falta añadir la deriva de las nuevas subvenciones culturales de la Generalitat que refuerzan esta idea de que el hombre es una empresa que se auto-emprende, que vela por el talento y la innovación en un modelo cultural basado en la competitividad recluída y que solicita un dinero al Estado (ahora devenido banco) que invierte o ofrece préstamos con bajos intereses. Culturalmente hablando, somos un derivado de lo que hemos aprendido de nuestros hermanos, aquellos escritores, filósofos, cineastas, artistas de todo tipo y de todos los tiempos que mejoraban la condición humana, desde su interior, haciéndola más rica y plural. El Estado está encargándose de deshacer este “Nosotros” tan necesario, cerrando espacios tan valuosos como Can Xalant, el Espai Zer01, poniendo a concurso espacios como el Centre d’Art Cal Massó de Reus, dejando contra las cuerdas y el silencio centros como la Fabra y Coats, Can Felipa, invirtiendo en grandes edificios que no sabemos como se ocuparán, premiando la mediocridad de los que callan y otorgan dándoles cargos públicos a dedo en una auténtica desviación suicida del concepto de “fraternidad”. Las políticas culturales refuerzan lo que los políticos llaman “acontecimientos estratégicos”; más valdría cambiar de estrategia y velar por el tejido socio-cultural, la programación estable, la participación ciudadana (lo que llaman “creación de públicos”) y la educación en un gusto cultural coral y plural. La crisis económica y la crisis cultural afecta desde a los actores más veteranos (el bailarín Cesc Gelabert ha tenido que cerrar su estudio), a los más pequeños (la lista de este santoral que se escribe con tinta invsibile es demasiado larga), pasando por el sector más comercial (la revista Go Mag ha tenido que cerrar la edición impresa) o el más arriesgado (el Festival REC se ha salvado en una edición especial gracias a las aportaciones ciudadanas y privadas que consiguieron equilibrar la falta de soporte institucional). Si bien algunos espacios y festivales retroceden en el tiempo buscando fórmulas conocidas y discretas (como en el Festival de Poesía de Barcelona de este año), la mayoría ven en la claudicación la única salida. Por suerte, la cultura se desarrolla y se hermana en territorios poco controlables y poco cuantificables, de hecho, es la cultura la que nos enseña cómo hermanarnos, la que


convierte la existencia en un espacio de intercambio, creaci贸n y cooperaci贸n permanente, la que subraya que a la miseria no se llega sola, que hay unas personas concretas, responsables, que tarde o temprano tendr谩n que responder a este deshecho socio-econ贸mico y cultural.


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