DISTOPÍAS EN LOS MEDIOS

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Enero 2012 Aparecido en el Cultura/s de La Vanguardia DISTOPÍAS EN LOS MEDIOS Ingrid Guardiola Definitivamente, el futuro es la idea más rentable de nuestra época. Siendo la crisis, el desempleo y los recortes en servicios y trabajos públicos el aliño de nuestra sopa cotidiana, la pregunta sobre qué nos deparará el futuro viene cargadita de desaliento, aunque también de urgencia. En esta tónica visionaria, nos preguntamos sobre el futuro de la televisión y las nuevas tecnologías, aunque la pregunta sería, ¿qué futuro dibujarán estos “nuevos medios”?¿Cómo contribuirán a mejorar nuestras vidas futuras en general y la cultura en particular? Si el mundo tal como nos lo venden planea sobre un mediaescape, ¿cuál será el devenir de este mundo mediatizado y qué papel jugarán en él estas nuevas tecnologías? Desde Teilhard de Chardin, pasando por McLuhan, nos dijeron que el descubrimiento de las ondas electromagnéticas pondría a todos los individuos simultáneamente presentes en cada uno de los rincones del mundo. Si los medios de comunicación de masas dibujaron un nuevo territorio, quebrando las viejas fronteras geográficas y situándonos en esta “aldea global” planetaria de la que se gloria McLuhan y de la que desconfía Zizek, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han añadido un giro conceptual: han transformado el territorio geo-físico en flujos de datos, han hecho una nueva revolución horológica (el “tiempo sin tiempo” –Castells- o “el Tiempo Universal” –Negroponte-) y han cambiado nuestras señas de identidad (el “yo flexible” -Sherry Turkle-). Gracias a Internet, el desarrollo de las redes sociales y de los prototipos de acceso a la ciberesfera, pertenecer a una “comunidad virtual” ha devenido algo común y hablar de cibercultura ya no es retirarse a las distopías de los años ochenta. Nam June Paik creía en un “arte conversacional” que, mediado a través de las redes satelitales y cibernéticas, conseguiría unir las diferentes culturas a través del diálogo inter-planetario. Asimismo, Don Tapscott decía en el 1995 que “los mercados serán conversaciones” y en el Cluetrain Manifesto de la misma época una masa anónima de cibernautas predicaban que las conversaciones en red hacían posible el surgimiento de nuevas y poderosas formas de organización social y de intercambio de conocimientos y vaticinaban que las compañías que no pertenecieran a una comunidad de diálogo morirían. La utopía de Nam June Paik y el advertimiento de Ascott y del Cluetrain Manifesto han devenido reales gracias a internet. A la estructura de este nuevo ecosistema que es la ciberesfera Kevin Kelly la ha llamado “vivisistema”, un entorno estructurado como un panel de múltiples abejas individuales regido por una multitud de acciones simultáneas cuya pauta colectiva, descentralizada, se escapa de la causalidad newtoniana y de lo previsible. Esta noción de que “todos nos ponemos en marcha” también ha dado lugar a nuevos productos audiovisuales a través del crowdsourcing (creación colectiva de obras, como en A day in life de Ridley Scott o en la exposición Pantalla Global del CCCB), el crowdfunding (financiación colectiva o en masa) y en el transmedia, que se enraizan en los films de fans y en el sinfín de subgéneros audiovisuales que han aparecido gracias a Internet y las plataformas de vídeo online. Ya le pertenece al futuro el comprender las diferencias entre, por ejemplo, la convergencia de pantallas (“convergence culture”) y la “convergencia de medios” (los clusters corporativos transnacionales), la cultura


participativa como síntoma de mano de obra gratuïta y la cultura participativa de los programas de código abierto, etc. Y en todo esto, ¿qué papel juega la televisión? Cojamos dos escenas para ver el paso de un modelo a otro: la primera tiene origen en Time out of Joint de Philip K. Dick (que sirvió de inspiración para El show de Truman), donde al protagonista le hacen creer que vive una vida que en realidad no es la suya, le borran la memoria para que siga prestando sus servicios al estado que centraliza los medios, es un ser permanentemente vigilado y renderizado, el Gran Hermano puede sobre él, la realidad doble que vive el protagonista es una operación compleja equivalente a la de un reality show. En el segundo ejemplo, el de la serie de Charlie Brooker Black Mirror, la televisión es un arma contra los que detentan el poder, a la vez que parte de un evento-obra de arte y una puesta en crisis del papel de los espectadores que, al avergonzarse de su papel como espectadores, apartan la mirada como co-ciudadanos. En ese uso crítico, social y creativo de la televisión (que empieza en los sesentas con Gene Youngblood, las televisiones comunitarias y los programas de artistas en residencia de las televisiones regionales y que se expande con internet) recae la esperanza de la televisión pública, y si no es así, apaga y vámonos. El futuro es mirar el presente con la cabeza en alto, buscando horizontes y en dirección a los demás.


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