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Pág. 4 | Žižek sobre Podemos Entrevista a Slavoj Žižek en Granada. Pág. 6 | Entrevista a Julio Rodríguez exJEMAD y candidato por Podemos al Congreso, por Luis Giménez Pág. 10 | Seis tesis sobre Europa por Isidro López Pág. 12 | La Unión Europea ante la crisis de los refugiados Intervención contundente de Pablo Bustinduy en el Congreso Pág. 20 | Informe a mitad de camino Pablo Iglesias ante el CCE el 3 de enero Pág. 32 | Construir pueblo Por Iñigo Errejón Pág. 36 | ¿Por qué es importante la transversalidad y por qué no es una idea abstracta? Edu Maura al ataque Pág. 38 | Dos años de Podemos. Y ahora, ¿qué hacer? Por Julio Martínez-Cava y Rodrigo Amírola Pág. 42 | ¿Asaltar las instituciones? Jorge Lago en respuesta a una pregunta de Viento Sur Pág. 46 | En el nombre de la izquierda Por dos grandes: Germán Cano y Gonzalo Velasco Pág. 50 | Feminización de la política Reflexiones de Clara Serra, Justa Montero, Xulio Ferreiro, Ángela RodríguezPam y Silvia L. Gil
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Pág. 64 | Masculinidad y feminismo en Podemos Hilario Sáez Méndez y José Ángel Lozoya Gómez Pág. 66 | Leer, mirar, cultura popular · La política en las canciones, por Pepe Ema · Por una construcción plebeya del presente, Luciana Cadahia sobre Germán Cano · Un griego muy gamba, Edu Vega hace crítica de The Lobster · Marcar el calendario, tirar la moneda, Florencia del Campo sobre Filtraciones de Marta Caparrós · Edu Maura sobre La ley del mercado de Stéphane Brizé Pág. 78 | ¿Por qué la llaman imprescindible cuando quieren decir cultura? por el gran Manuel Guedán Pág. 82 | Segunda entrega de los Nuevos Episodios Nacionales Santiago Auserón sobre la cultura del 78 Pág. 86 | Jorge Lago y Guillermo Zapata en diálogo Pág. 92 | Víctor Lenore entrevista a César Rendueles acerca de los movimientos socia les Pág. 96 | Rebel Diaz, del sur del Bronx al resto del planeta por Nacho Berdugo Pág. 104 | Feminismo, porno, Podemos Clara Serra entrevista a Amarna Miller Pág. 107 | Las líneas sonoras de Amarna Miller
DIRECTOR: Jorge Lago. CONSEJO DE REDACCIÓN: Sarah Bienzobas, Germán Cano, Alejandro Cerezo, José Enrique Ema, Elena Gallego, Alicia Gómez, Manuel Guedán, Clara G. Ajenjo, Eduardo Maura, Adrià Porta, Ruth Soriano y Nacho Trillo. DIRECCIÓN DE ARTE: Chano del Río. La Circular es una revista trimestral del Instituto 25 de Mayo para la Democracia, Fundación de Podemos. www.lacircular.info | www.instituto25m.info
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Žižek sobre Podemos El pasado 25 de septiembre se organizó en la Universidad de Granada un encuentro internacional con el filósofo esloveno Slavoj Žižek bajo el título ‘Un intelectual para el siglo XXI’, aprovechando la publicación de su último libro por la editorial Akal, ‘Menos que nada: Hegel y la sombra del materialismo dialéctico’. Los filósofos Óscar Barroso y Ricardo Espinoza pudieron entrevistarle. A continuación, se traduce y transcribe un extracto de la charla en la que el pensador aborda el fenómeno de Podemos. Por Slavoj Žižek
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Soy optimista y escéptico al mismo tiempo. Creo que es mi deber como figura pública e intelectual preocuparme al igual que he hecho con Syriza. Les admiro por una razón leninista: la situación era totalmente desesperada y no tuvieron miedo de tomar el poder. Odio a los izquierdistas que temen tomar el poder, prefieren quedarse sentados y escribir análisis excelentes sobre por qué todo acabó mal. Y esta es una tragedia de la historia del marxismo: los mejores análisis siempre han sido sobre fracasos. Hubo un maravilloso diálogo entre Lenin y Trotsky la víspera de la Revolución de Octubre –no sé si es del todo cierta esta anécdota, pero, como dicen los italianos, si non è vero, è ben trovato– en la que Lenin reconoce estar preocupado por qué harán si pierden, a lo que Trotsky responde que está mucho más preocupado por qué harán si ganan. Así que mi pregunta es la siguiente: ¿qué hará Podemos si gana (esperando que lo haga)? No es de ningún modo una crítica, pues el problema es terriblemente real. Tenemos dos modelos de izquierda en el poder: por una parte, la socialdemocracia clásica, que acepta las reglas políticas existentes y juega el juego –y que conste que no la desprecio, consiguió, por ejemplo, el Estado de bienestar–. Por otra parte, el estalinismo, que no funcionó tan bien, aunque al menos sabía cómo mantener el poder. Pero, ¿acaso podemos imaginarnos cómo actuaría en el poder esta izquierda auténtica, post-moderna y anti-autoritaria más allá de frases vacías como “el auto-gobierno de la gente”? Syriza me interesó porque representó la primera vez que este tipo de izquierda llegó al poder, no sólo en minoría o en coalición. Varoufakis, quien es un buen amigo mío, me contó que se desesperó al asumir el Ministerio de Finanzas y darse cuenta de que casi todos sus asistentes eran corruptos, pagados por la oligarquía local para informar del más mínimo paso a la burocracia de Bruselas. Syriza debería haberse preocupado mucho más de construir su propio aparato de Estado ya que Grecia es un caso extremo de clientelismo. Su problema fue tomar el poder junto a todo un aparato que estaba contra Syriza. ¿Qué hacer? Ya sé cuál es
la respuesta usual: “no se trata sólo de conquistar el Estado, sino de no olvidar nunca a la sociedad civil y mantener el contacto con los movimientos sociales…”. Suena bien, pero, de nuevo, ¿qué significa esto en la práctica? Especialmente hoy en día, teniendo en mente las condiciones financieras, uno debe tomar determinaciones difíciles lo más rápido posible: no se puede llamar a un millón de personas a la plaza Syntagma cada vez que sea necesario tomar decisiones en una asamblea. A Varoufakis le hizo mucha gracia cuando le dije que el gran problema de Syriza es moverse de Syntagma a ‘paradigma’ [risas], en el sentido de otro modelo de Estado. Me da mucho miedo que la misma historia se vuelva a repetir: la izquierda es elegida en las urnas de forma entusiasta y, después de uno o dos años, se acaba por aceptar la derrota –y es honorable actuar de este modo: Mandela, Lula, etc–. ¿Cuál es la alternativa? De hecho, titulo uno de mis artículos Cómo ir más allá de Mandela, sin acabar siendo Mugabe. Porque el problema es que no se trata de una corrupción personal, el capital internacional es tan poderoso que si se desafía, la gente puede pagar las consecuencias. Y precisamente porque este es un problema terrible no desprecio la socialdemocracia, sólo temo que no pueda seguir cumpliendo su función después de cada nueva crisis. La cuestión es que no soy un intelectual arrogante criticando Podemos, de hecho, les envidio, fueron capaces de hacer algo grande. Mi única preocupación es que dentro de diez años recordemos esa gran manifestación en Madrid… y de pronto suene mi teléfono y tenga que ir al banco a trabajar. Estoy cansado de esa nostalgia de acontecimientos entusiásticos que terminaron en derrota, y esta es una de mis mayores discrepancias con Badiou: estoy cada vez más convencido de que el verdadero éxito de un acontecimiento reside en su capacidad de borrar sus trazas. El acontecimiento en sí mismo no importa tanto como el modo en que la gente regresa a su vida normal. Esta es la parte más difícil de ningún proyecto emancipatorio: todos podemos llorar de emoción en un momento dado pero lo significativo es el regreso a la vida cotidiana. Me preocupa el día después.
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Entrevista a Julio Rodríguez
“El mal uso ha desgastado la palabra patria” Por Luis Giménez San Miguel (equipo de prensa de Podemos)
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as palabras de José Julio Rodríguez Fernández (Ourense, 1948) se van desgranando despacio, como si hablar fuera para él sobre todo pensar, como si no pudiera distraerse de la importancia de decir bien lo quiere decir, como si quisiera recordar a cada momento la potencia y el peligro de las palabras, como si él hubiera aprendido también la disciplina del lenguaje. Sin duda, tiene mucho que decir. Militar de carrera que alcanzó la máxima responsabilidad, general del ejército del Aire. Jefe del Estado Mayor de la Defensa en el gobierno de Zapatero, entre 2008 y 2011, de la mano de la ministra Carme Chacón. Además de su carrera militar, ha dedicado su vida al estudio y al conocimiento de distintas artes. Pero no es sólo su larga experiencia vital y profesional lo que le autoriza a hablar. Su profunda formación en distintos campos, su sensibilidad y su compromiso social le convierten en un testigo esencial de la historia de las últimas décadas. El 23 de febrero de 1981 los militares se alzan contra el Gobierno de España en un intento de golpe de Estado, que se convertiría en el hecho fundacional del régimen democrático actual y que al mismo tiempo dibujó sus propios límites. ¿Cómo lo vivió? Siempre he dicho que formalmente España pasó a ser una democracia en el 78, pero que realmente nos hicimos demócratas en el 81, tras el golpe de Estado. Fue un shock para toda la sociedad, también para los militares. Las Fuerzas Armadas son una institución muy conservadora, pero en el interior muchos estaban de acuerdo con el cambio que estábamos viviendo y en ese momento comprendieron que, si triunfaba el alzamiento, podíamos volver a retroceder décadas. Yo estaba destinado en Valencia, en la base. Cuando llegó el momento, me di cuenta
de que aquello era un golpe de Estado de libro. En Valencia, el golpe lo dio Milán del Bosh, que sacó los tanques a la calle y dejó a la base aislada, así que estuvimos pendientes de lo que iba ocurriendo, intentando escuchar la radio y enterarnos de qué ocurría fuera. Las radios sólo transmitían las bandas militares que había impuesto Milán del Bosch, pero por onda corta logramos escuchar alguna emisora de Madrid y la BBC. Nos dimos cuenta de que no era un golpe en toda España, sino que estaba localizado en Valencia y el Congreso de los Diputados. En ese momento, oímos a Rosa María Mateo e Iñaki Gabilondo, que eran periodistas de firmes convicciones democráticas, y nos tranquilizamos. Luego, llegó el discurso del rey. Fueron momentos muy duros, pues había mucho golpista en el Ejército. Eran muchos los que estaban de acuerdo con dar un golpe de timón. Tras el golpe finaliza la Transición y comienza una nueva era en España con el gobierno de Felipe González, una etapa de progreso pero llena claro-oscuros. ¿Cómo fue el cambio en las Fuerzas Armadas? Una cosa fue el paso formal a la democracia en los cuarteles, con la Constitución y las nuevas leyes impulsadas por el PSOE, pero el proceso más importante, y también más lento, fue el cambio de las mentalidades. Eso requirió una política de apertura hacia afuera, que los militares salieran de España y conocieran otros ejércitos democráticos. Como en otros aspectos, la entrada en la UE fue clave para consolidar la democracia en las Fuerzas Armadas. El más reacio al cambio fue el Ejército de Tierra, que históricamente siempre había mirado hacia adentro, hacia el mantenimiento del orden interno, más que hacia la defensa del país. Fue por ello un cambio lento, que requirió el relevo generacional y una nueva mentalidad.
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Foto: Sarah Bienzobas
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· Patria es estar cerca de la gente, no es una palabra que se pueda atribuir una institución o un determinado partido o grupo, que por creerse que es portador de valores eternos le pertenece
Inspirados en Portugal, en el interior de las Fuerzas Armadas también hubo una lucha por la consolidación de la democracia. Por mis ideas,cuando hice el curso para comandante, sufrí una cierta represión y me enviaron a destinos que suponían una forma de castigo. Sin embargo, después del golpe, salí a manifestarme con el resto de la ciudadanía. En la manifestación de Valencia, llevaba a mi hija a hombros, tenía tres años, había nacido en el 78, igual que Pablo Iglesias. Como militar, me correspondía ser apartidista, pero no apolítico. Participé como un militar profesional en todos los debates que se daban en las Fuerzas Armadas defendiendo una línea progresista. Pero, cuando fue realmente duro ser un demócrata en el Ejército, fue antes de 1978. Los militares de la UMD se jugaron su carrera y su vida. Ellos y también sus familias fueron víctimas de la represión del régimen. La UMD es la prueba de que no todos los militares eran iguales, hicieron una labor heroica y sufrieron las consecuencias. Después, ni fueron amnistiados ni reconocidos. Cuando el reconocimiento es tardío nunca es suficiente. Les dieron una medalla 30 años después, pero muchos no llegaron a verlo porque murieron antes.
Todo el capital generado por Zapatero en materia cultural y social se esfumó en un momento por la economía. Y es el momento en el que miles de jóvenes se reapropian de la política y toman las plazas. ¿Cómo vivió ese momento? Cuando llega la crisis económica y el 15M me di cuenta de que había una desconexión entre los cuadros políticos y el resto de la sociedad. Para mí, ese movimiento fue muy significativo, me impactó y me hizo recuperar esa ilusión por la política que había tenido en los inicios de la democracia. Creo que la democracia es algo que tiene que estar vivo, pero hasta ese momento nos habíamos conformado con elegir a unos representantes. El 15M devolvió la ilusión y el sentido de la política a la gente joven. Yo no era joven, pero a mí también me lo devolvió todo esto. En esos momentos, yo ya no era JEMAD, pero sí estaba sujeto al régimen militar porque estaba en la reserva. Me acercaba como curioso a la Puerta del Sol a ver el movimiento y conocía a amigos de mis hijos, que estaban allí también. Me pareció un movimiento muy rico. Le faltaba quizá,desde mi punto de vista, desde mi mentalidad, organización. Y ese fue el mérito de Podemos, trasladar las ideas a las instituciones. Organizarse no quiere decir despegarse de la sociedad, sino seguir ligado a ella.
Tras esa etapa socialista llegó el gobierno Aznar y, con él, la invasión de Irak y el ‘No a la guerra’. Aznar tomó una decisión política de espaldas al pueblo. El “no a la guerra” fue unánime. El gesto del presidente Zapatero fue reconocido por todos, puesto que el Gobierno se había equivocado. Yo participé en las manifestaciones en Madrid. Pensaba que era mi deber de ciudadano, pero no fui de uniforme ni hice ostentación de mi condición de militar. Como militar tienes que obedecer las órdenes y estar al servicio del poder civil y, si este dijo que había que participar en la guerra, a los militares no les quedaba otra opción. No fue mi caso porque el Ejército del Aire no participó en esas operaciones, así que yo pude manifestarme.
Y de ahí a Podemos. Como ciudadano, soy de Podemos desde su nacimiento, pero nunca pensé en entrar en política, hasta que, por una serie de contactos, alguien se me acerca y me ofrece esta posibilidad. Pensaba que, por razones de edad, ya no podía aportar nada a la política, pero pensé que, si me lo ofrecían, era porque podía contribuir a ese movimiento. Entonces, aún con muchas dudas, acepté y me entregué como militante. Me daba igual ir como diputado o lo que fuera, solo quería comprometerme con el proyecto. Y en eso sigo todavía.
El Gobierno de Zapatero supuso una nueva oleada de progreso, sobre todo en materia cultural y social. Una ministra de Defensa embarazada y a usted le llega el encargo de ser JEMAD. Para llegar a ese puesto influyeron muchos factores. En primer lugar, la suerte.La verdad es que me sentí muy cómodo en ese equipo, porque estaba muy bien definidos los límites entre lo político y lo militar. Creo que me gané la confianza de la ministra y del Gobierno. Creo que también que fue un periodo muy beneficioso para las Fuerzas Armadas, fue en esos años cuando, según el CIS, más aumentó su nivel de aceptación social.
¿Cómo ha sido su experiencia? Yo sabía que mi decisión iba a producir sorpresa, pero no esas desmesuradas reacciones que vimos. Se me dedicó un Consejo de Ministros y una rueda de prensa de la Vicepresidenta. También me sorprendió la reacción de muchos compañeros. Pero, si esto ha servido para despertar tantas reacciones, es que mi decisión ha sido la acertada, a pesar del coste personal y familiar. Coincidiendo con su incorporación al proyecto, asistimos a los atentados yihadistas en París, ahí Podemos jugó un papel valiente, manteniendo una posición a veces difícil de explicar en un momento como aquel. Fue una posición que ahora, pasado el tiempo, se demuestra que fue la más correcta. Sí, fue valiente, porque estábamos casi en campaña y podía tener costes electorales, pero asumimos que las reacciones
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a estos acontecimientos no pueden ser viscerales, sino pensadas con la cabeza y teniendo en cuenta el largo plazo. Hoy sabemos que nuestra estrategia es la correcta. Hay que ir al fondo del problema: el tráfico de armas, la financiación de los grupos terroristas y el sufrimiento de la gente que está allí. La postura de Podemos fue muy valiente y asumimos que podía tener costes. En este sentido, he ganado a nivel personal. El ser aceptado por un proyecto joven me ha rejuvenecido. Pero lo que más fuerza me ha dado ha sido ver a mucha gente con una dedicación tremenda, gente que trabaja 25 horas al día, que da mucho a cambio de nada. A nivel personal, ha sido muy enriquecedor. Por eso, colaboro en lo que se me pide y seguiré implicado en el proyecto. Estamos viviendo en España un momento histórico y tenemos que seguir con ilusión. Uno de los conceptos que ha puesto en valor Podemos, y que marca la diferencia con anteriores experiencias políticas de cambio en España, es el de “patria”, una palabra que se
refuerza y adquiere una nueva dimensión cuando usted la pronuncia. Hay palabras que el uso las va desgastando, como son democracia, libertad y patria. Son palabras que las ha robado un sector determinado y las ha utilizado mal. Patria es estar cerca de la gente, no es una palabra que se pueda atribuir una institución o un determinado partido o grupo, que por creerse que es portador de valores eternos le pertenece. Utilizarla en los mítines como lo hacemos nosotros es lo correcto, porque le hablamos a ella, y no tenemos que dejarnos robar estas palabras. Son palabras muy ricas. En este sentido, Podemos ha apostado por conjugar el concepto de patria con la apuesta por la plurinacionalidad. Vivimos en un Estado plural cuya riqueza está en la diversidad. Y lo que tenemos que hacer es darle voz a toda la gente. Tener miedo a que la gente decida es tener miedo a la democracia y a tu propio pueblo. Las distintas nacionalidades, como la gallega, la vasca o la catalana, son el verdadero valor de la marca España.
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Seis tesis sobre la Unión Europea Por Isidro López (Diputado de Podemos en la Asamblea de Madrid)
1) La Unión Europea es el mayor experimento político de la era neoliberal. Esto es la creación de una esfera estatal fundamentalmente económica ajena a presión democrática alguna, o sometida a presiones muy difuminadas, a través de la cual dirigir la extracción y centralización del beneficio a escala continental. Si el neoliberalismo es la conquista del Estado por parte de los poderes financieros, la Unión Europea es su máxima expresión. 2) La crisis europea es la crisis del capitalismo financiarizado. Es, en última instancia, el resultado de la imposibilidad que tiene el capitalismo actual para ofrecer más orden social que el del crédito y su reverso la deuda. Europa y el capitalismo financiero al que representa políticamente tiene poco que ofrecer hoy que no sea castigo y sufrimiento. La crisis de los refugiados es una consecuencia directa del orden que imponen
las políticas de austeridad, que ayer fueron crédito y expansión y hoy son deuda y disciplina. Desde un punto de vista político, las políticas de austeridad no son sólo, ni siquiera fundamentalmente, las políticas de recortes y privatizaciones, sino la imposición para un 80% de la población europea de un férreo imaginario de la escasez. Un “no hay suficiente para todos” generalizado. Sólo así se explica que un millón de refugiados, cifra que en otras épocas históricas habría sido insignificante, esté generando un terremoto político continental. Los comedores sociales, muy frecuentados por “nativos” en Alemania, ya existían, la llegada de los refugiados sólo los ha visibilizado. 3) La legitimidad de la Unión Europea ha sido el fruto del fuerte desarrollo desigual dentro del propio continente. La percepción de Europa como sinónimo de libertades y derechos ha sido especialmente fuerte en
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 las periferias y semiperiferias europeas que han sentido una carencia histórica de esos mismos derechos y libertades. Esas mismas demandas han vuelto sobre los países centrales donde han alimentado el mito de la misión civilizatoria europea. Esta amalgama de tiempos históricos diferentes coexistiendo ha generado no pocas superposiciones, algo por otro lado típico de las periferias y semi periferias. Cuando en la España felipista las clases medias nacientes clamaban por Europa, pedían un Estado del bienestar y derechos y recibían en el mismo paquete neoliberalismo y financiarización, las fuerzas ascendentes en ese momento en el continente. 4) La salida o no del Euro es un falso debate. El vínculo monetario no es el vínculo principal que une los territorios europeos. Por debajo de la Unión Monetaria Europa se ha configurado como una división continental del trabajo. Los territorios europeos, también en las escalas regionales y locales, se han especializado en distintas actividades en los diferentes puntos de un mismo proceso productivo. El centro mantiene sus funciones como exportador y centralizador de capitales, la semi periferia sur consume a crédito los productos de esas mismas líneas de exportación y da salida al exceso de capital centralizado mediante burbujas inmobiliarias. Y los países del este ponen la fuerza de trabajo, ya sea en forma de inmigración o de outsourcing dentro de sus propios países. Europa es, hoy, un conjunto de diferencias interrelacionadas materialmente. Salir de la moneda común no es, bajo ningún concepto, salir de este entramado de relaciones. No sólo no es sinónimo de independencia y soberanía, sino que puede ser un agravante de la dependencia y la falta de soberanía. La pregunta pertinente, la que interpela a los países centrales para que asuman la responsabilidad material que les corresponde en el establecimiento de un modelo del que son beneficiarios pero que construimos entre todos, no es sencilla de abordar políticamente, pero los atajos no valen, y la salida del euro es uno de ellos. 5) La construcción de la Unión Europea como una fuerza supraestatal neoliberal no anula los Estados nación sino que los usa para sus propios fines. Los Estados nación quedan, como por otro lado ha solido suceder cada vez que el capital se ha reconstruido en la esfera transnacional, como diques de contención de los efectos que generan las directrices económicas de la UE. Las políticas de austeridad vienen de Bruselas,
pero es el Estado español, incluyendo ayuntamientos y comunidades, el que tiene la responsabilidad de gestionar el malestar que generan los recortes y las privatizaciones. La afluencia de refugiados está directamente relacionada con las políticas y los intereses de la Unión Europea en los países de origen, pero la gestión y la represión de los flujos de refugiados corresponde a los países limítrofes. Cuando Hungría y Austria anuncian la construcción de un muro en la frontera interna, cuando España refuerza la valla de Melilla, cuando el Reino Unido amenaza con marcharse si no se anulan los derechos de ciudadanía de los europeos residentes o, más en general, cuando en los países centrales y del Este crecen las opciones políticas xenófobas no se está amenazando el orden europeo sino reforzando la función de contención de los Estados nación. La contraparte ya la sabemos, vía libre para las grandes líneas económicas neoliberales: ataque a los salarios, recortes y privatizaciones, endeudamiento masivo. 6) Hasta que no haya democracia en Europa no puede haber democracia en los Estados nación que la componen. Este es un punto especialmente complicado de incorporar políticamente, resulta incomparablemente más fácil hacer como si fuera posible una transición hacia la democracia política y la justicia económica en los marcos nacionales, por no hablar de los autonómicos y locales. Podemos poner todas nuestras fuerzas en derribar al PP y a Rajoy, pero desde el punto de vista europeo estos sólo han sido en los últimos dos años títeres sostenidos por las políticas expansivas del BCE y el perdón de los recortes de la Comisión. Podemos centrarnos en adelantar al PSOE y dejar atrás a Ciudadanos, pero estos dos partidos sólo son los que nos van a traicionar cuando apriete Bruselas. Podemos preparar el más impecable programa económico neokeynesiano, un programa del que hasta Schäuble podría apreciar su interés y belleza formal en lo que tarda en dar la orden de destrozarlo. Mientras no seamos capaces, y no es sencillo, de politizar la esfera europea, de dar un salto de ambición y de responsabilidad en este sentido, cualquier demanda social tendrá que ser reajustada a la baja y cualquier terreno conquistado lo será temporalmente. Hasta que vuelvan los estallidos sociales. Ahora empieza una nueva campaña electoral, ¿seguirá Europa siendo el tema “peliagudo” que las familias se cuidan de no sacar en la cena de Nochebuena?
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La Unión Europea ante la crisis de los refugiados Intervención de Pablo Bustinduy en la Comisión Mixta para la Unión Europea, 16 de marzo de 2016
Por Pablo Bustinduy
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A lo largo de estos meses hemos asistido a un conflicto político y a una crisis humanitaria sin precedentes en Europa. Miles de personas se han topado con una barrera, en lugar de con un espacio de derechos y libertades. Han tenido que hacer frente a unas elites incapaces de asumir la responsabilidad de garantizar los derechos de las personas que, como nosotras y nosotros hace no tantas décadas, huyen de la guerra y la miseria. Los apenas cuatro meses transcurridos de la XI legislatura han sido de intensa actividad en esta materia por parte del Grupo Parlamentario Podemos-En Comú-En Marea.
Foto: Olmo Calvo
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Por Pablo Bustinduy (Secretario del Área Internacional de Podemos)
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· En esas imágenes de verjas, alambradas, de niños despertándose en el barro, mientras nuestros dirigentes y nuestros líderes hacen ¿qué? ¿A dónde están mirando? Que dejen de manchar el nombre de Europa con esas proclamaciones y esos alegatos vacíos de la defensa de los valores que la fundamentan y que hagan algo.
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ace un mes, en la comparecencia ante la Comisión de Exteriores del ministro Margallo, trasladamos nuestra preocupación y congoja ante el hecho de que en dicho consejo no se fueran a adoptar decisiones respecto a la crisis de los refugiados. No podíamos imaginar que justo cuando por fin la Unión Europea se disponía a tomar nuevas decisiones, lo que nos iban a presentar era un acuerdo, o un preacuerdo — base para un supuesto acuerdo, no es momento para exquisiteces retóricas—, que ha helado la sangre a todos aquellos que creemos en el noble nombre del europeísmo. Ese preacuerdo incluye, se diga lo que se diga, la figura de las expulsiones colectivas, de la deportación masiva de refugiados, a cambio de una serie de contrapartidas políticas y económicas. Más allá de los matices, de las oscilaciones, de las posiciones, de las idas y venidas, hay una serie de reflexiones que creo que esta Comisión, en la que analizamos cuál es nuestro papel dentro de la UE y el momento que vive Europa, debería plantearse. La primera de estas reflexiones tiene que ver con el derecho internacional. Son múltiples los instrumentos y herramientas a los que podríamos aludir, tales como la Convención de Ginebra, el Estatuto de los Refugiados, la Normativa Europea sobre las Víctimas de Trata o la Convención de los Derechos de los Niños y las Niñas. Pese a que, por encima de todo, bastaría con recurrir al Artículo 14 de la Declaración Universal de Derechos Humanos: Toda persona tiene derecho a pedir asilo y a obtener protección si huye de la persecución. Lo que la Unión Europea, o siendo más precisos, lo que nuestros líderes plantean como base es un preacuerdo que no solo contraviene, sino que viola flagrantemente el marco del derecho internacional, del Estado de derecho y del multilateralismo democrático. ¿Qué tiene que decir la Unión Europea cuando instituciones y organismos como las Naciones Unidas, ACNUR, el Alto Comisionado para los Derechos Humanos o UNICEF ponen el grito en el cielo ante la mera posibilidad de que se incluya este acuerdo? Los poderes establecidos se han posicionado en la Unión Europea abiertamente contra el derecho cuando plantean unas medidas concretas que en esta cámara se han descrito como temporales, extraordinarias y destinadas a la preservación del orden público. Unas medidas que distan más bien poco de lo que se define
como un Estado de excepción, un ámbito donde no rige la norma, donde se impone, desnuda, la realidad del uso de la fuerza y del poder, así como del mercado y la financiarización de la vida. No olvidemos que, ante la situación de emergencia absoluta que viven cientos de miles de personas dentro ya de nuestro continente, lo que ha planteado la Unión Europea es un acuerdo tasado económicamente —tres mil millones de euros—, cediendo contrapartidas en lo que tiene que ver con la política de visados para los nacionales turcos y con el proceso de adhesión de Turquía a la UE. ¿Qué tiene que ver? ¿Cómo se pueden poner en la misma balanza estas cuestiones? ¿Cómo se puede mercadear con la situación de desesperación que están viviendo cientos de miles de personas? La adhesión a la Unión Europea es un proceso muy serio que se basa en el respeto del acervo comunitario, es decir, en la garantía de los derechos y las libertades fundamentales, no en la cesión o en la externalización del control de nuestras fronteras. La realidad dramática sobre la que llamo a reflexión en esta Comisión es que si la Unión Europea pidiera hoy el ingreso en la Unión Europea no se podría aceptar porque no cumpliría con los requisitos mínimos en materia de respeto de los Derechos Humanos. Externalización del control migratorio, esto ni siquiera se pone en discusión para el replanteamiento del acuerdo. Esta lógica, esta dialéctica de la frontera es más que un espejo, es un síntoma de lo que está pasando en la Unión Europea, que busca contener más allá de sus fronteras procesos y fenómenos que son incontenibles y que, en consecuencia, estallan como pesadillas dentro de nuestras fronteras. Los ciento ochenta mil ciudadanos afganos que han entrado en Europa y han solicitado asilo, los ciento treinta mil ciudadanos iraquíes, los millones de sirios que lo han hecho o se disponen a hacerlo, ¿de dónde vienen y por qué? ¿Quién invadió esos países? ¿Quién miró para otro lado y no participó activamente en las guerras que han destruido esas sociedades y esos Estados? ¿Qué hizo la Unión Europea cuando en la Primavera Árabe, las sociedades, nuestros vecinos del otro lado del Mediterráneo se levantaron para reivindicar lo mismo que, se supone, defendemos nosotros, democracia, derechos humanos y libertades? ¿Creemos que reprimiendo, encargando a terceros que se conviertan en guardianes de unas fronteras, militarizándolas, enviando a la OTAN, patrullando el Mediterráneo, vamos a contener,
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a disipar o a silenciar problemas en cuyo origen estamos implicados hasta el tuétano? Esto no es una improvisación, esto es una política sistemática que ha seguido la Unión Europea en el control de sus fronteras que, como digo, se instala en un Estado de excepción permanente, vacía la esencia del proyecto europeo y produce preocupación, inquietud y sonrojo. Como lo produce también mirar a nuestro continente y ver escenas de violencia organizada, de restricción de libertades fundamentales, de detenciones arbitrarias de periodistas, de confiscación de bienes a las familias de los refugiados, de persecución judicial a los ciudadanos europeos que han abierto sus casas o que han transportado en sus vehículos a personas que están huyendo de la muerte, brotes xenófobos, fuerzas racistas autoritarias y prefascistas que surgen como la espuma en procesos electorales… Esta Europa monetaria que fue tan capaz de movilizar cifras astronómicas de dinero para intervenir y reflotar el sistema financiero — noventa mil millones comprometidos en España, más de trescientos mil en el agujero suicida de los “rescates” griegos—, mira hacia otro lado cuando de lo que se trata es de intervenir en el fraude fiscal. Si hablamos de fronteras, de la porosidad de las mismas, clama al cielo la movilidad de la que disfrutan los turistas ricos en los aeropuertos mientras se ahogan niños en nuestras costas. Una Europa que se muestra impertérrita a la hora de dictar a Grecia cuáles son los impuestos que Grecia tiene que aplicar a la leche y al queso, pero que, ante esta situación de emergencia, se ve incapaz de preservar, no solo los valores del mismo proyecto europeo, sino la legalidad misma. Europa se deshace en sus peores pesadillas, que, además, están en lo más profundo de su inconsciente histórico. Contemplamos atónitos esas imágenes de verjas y niños despertándose en el barro, mientras nuestros dirigentes y nuestros líderes hacen ¿qué? ¿A dónde están mirando? Deben dejar de manchar el nombre de Europa con esas proclamas y alegatos vacíos en defensa de los valores que la fundamentan y han de hacer algo. Por eso yo quería transmitir en esta cámara, tal y como hice en su día al ministro Margallo, que el Gobierno de España no se limite a oponerse a la ratificación de este tipo de acuerdos, sino que abandere una iniciativa durante años. Mi generación ha crecido en un discurso de agradecimiento a la Unión Europea y a lo
que ha aportado Europa a nuestro país. Es hora de que devolvamos todo ese déficit acumulado que se supone que tenemos, convirtiéndonos en líderes de una respuesta alternativa, una respuesta que tiene que garantizar vías de acceso legales y seguras; ni un muerto más por huir de la guerra. Tiene que poner en marcha una operación europea de rescate y salvamento, no de control de fronteras, movilizar los medios necesarios para que no haya más muertos ahogados en las costas de nuestro continente. Tiene que aplicar desde ya la concesión de visados humanitarios no sujetos a contraprestaciones económicas o políticas a los países que les hagan de cauce. Tiene que garantizar la legalidad de todo el proceso. No se trata tan solo de una declaración, sino que requiere de medios materiales, logísticos y prácticos para poder hacer que así sea. No basta con reclamar un sistema europeo común de asilo. Hay que implementar toda la maquinaria técnica que permita aplicarlo desde ya, y mientras tanto, hay que aplicar medidas temporales que permitan que se dejen de violar los derechos fundamentales de estas personas. En lo que concierne a España, empecemos por dar ejemplo, reestablezcamos la legalidad en nuestra frontera sur, respetemos los compromisos internacionales a los que nuestro gobierno debe estar sometido en sus actuaciones. En relación al acuerdo que hemos alcanzado y a las negociaciones que se han ido desarrollando, tarde y con mucha improvisación, pero de manera prometedora para los trabajos futuros de esta Comisión, mi grupo ha mostrado una disposición total para el acuerdo, para la negociación constructiva, para conseguir que esta Comisión y este Parlamento puedan cumplir la función que le está encomendada y para la que nos han votado los ciudadanos. No caigamos en el error de mirar para otro lado, no caigamos en el error de descontextualizar lo que está pasando, en el caos humanitario que vive Europa, las agresiones a las garantías fundamentales, al sistema democrático, a los derechos y libertades, a los compromisos del derecho internacional, no son anécdotas, prefiguran un estado de cosas que es nuestra obligación, como ciudadanos y ciudadanas europeos, impedir. Tenemos que llenar el mensaje del europeísmo de un contenido efectivo, y ese contenido no puede ser otro que la democracia, los derechos humanos y un desarrollo sostenible y equitativo que garantice la fraternidad entre nuestros pueblos. Muchas gracias.
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DIARIO DE JORNADAS, DÍA 30
El deber de la extrañeza Por Laura Casielles
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Foto: Dani Gago
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Por Laura Casielles (Equipo de prensa de Podemos)
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· Pero, cuidado: es difícil encontrar el punto justo entre la comodidad y la conformidad. Acostumbrarse es precisamente lo que no debe pasar. Estar aquí nos otorga también el deber de la extrañeza
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eben de ser algo así como las nueve de la noche. Un sobresalto de cansancio me despista y aparto la mirada de la pantalla, la mente de la concentración en alguna tarea que me tenía atrapada. Oriento los sentidos a mi alrededor y me sorprende el silencio. En el pequeño despacho, todavía impersonal como son siempre los lugares prestados, hay poca luz y una calma insólita. No se oye ajetreo en el pasillo donde solemos trabajar, y las obras que durante todo el día nos han atronado con taladros, lijas y gritos se han tomado también un merecido descanso. ¿Sabéis que en cada legislatura los grupos parlamentarios tienen derecho a (y presupuesto para) cambiar de cara los espacios que se les asignan en el Congreso? Nosotros no vamos a hacer casi nada, apenas transformar en salas colectivas algunos despachos individuales. Pero el jaleo y el polvo de la albañilería aportan a nuestros días un punto extra de estrés y nos recuerdan permanentemente que somos nuevos. Salgo al pasillo, como desperezándome o dudando si irme a casa o seguir un rato más. Rendijas de luz a través de las puertas entreabiertas. Suave murmullo de teclados aquí y allá. La cristalera que da a la calle San Jerónimo muestra esta noche cerrada de febrero, amenaza de lluvia, que esconde una vida de bares y películas para la que tenemos menos tiempo del deseable. No hay nadie ante los ascensores. El parqué brilla. Una extraña revelación se abre paso: bien mirado, esto no es más que una gran oficina. Costumbres de oficina, tareas de oficina, aspecto de oficina. Los templos, como los ritos, se construyen para marcar una distancia que significa, en última instancia, poder, y la certeza de mantener ese poder. Si ciertos lugares tienen aspecto de fortaleza, si ciertos lenguajes se esfuerzan en resultar incomprensibles, es para dejar fuera a una mayoría. Toda élite, toda casta, se apoya en el control privativo de ciertos símbolos. A la palabra “diputado”, a la palabra “ministro”, a la palabra “concejal”, las acompañaban hasta hace poco una serie de connotaciones excluyentes. Definiciones de los términos que aseguraban que solo a través de cuidadosos procesos de reproducción de élites se pudiera acceder a los bastones que simbolizan el poder. Un entramado de palabras técnicas, convenciones estéticas e inseguridades orquestadas nos hacen pensar que lo que se hace en los parlamentos, en los
ayuntamientos, es un trabajo misterioso solo apto para iniciados. Mis botas hacen un toc-toc sobre el parqué que apunta a más firmeza de la que realmente siento. El ascensor se abre y sale un compañero con cara de sueño que sorbe despacito café de un vaso de plástico. Sí: una extraña revelación se abre paso; bien mirado, esto no es más que una gran oficina. Lo que hacemos aquí tiene todo que ver con hojas de Excel, con llamadas de teléfono, con darle mil vueltas a cómo hacer que cuadren las piezas de un tetris de cifras y calendarios. Costumbres de oficina, tareas de oficina, aspecto de oficina. Salvo que, en lugar de intereses concretos, lo que aquí se dirime es el bien común. Una gran, gran oficina que gestiona un país. A todo se acostumbra una, así somos los humanos. Llevo apenas un mes trabajando en el Congreso y ya siento estos pasillos como familiares. Esa sensación: “parecería que lleváramos aquí siempre, ¿no?” Como en todos los trabajos, solo hacen falta algunos días para afianzar rutinas. La percha en la que dejas el abrigo, la hora a la que tomas el café. Pero, cuidado: es difícil encontrar el punto justo entre la comodidad y la conformidad. Acostumbrarse es precisamente lo que no debe pasar. Estar aquí nos otorga también el deber de la extrañeza. Si escribo un diario es precisamente por eso. Escribir ayuda a mantener viva la llama de la extrañeza. Aunque, si digo “escribir”, confundo mi deseo con la realidad. Hoy es el día 30 de los que llevo aquí, y aún no ha habido una sola noche en la que al llegar a casa fuese capaz de reunir las fuerzas que permiten abrir el blog, juntar palabras, entregar las sensaciones al encuentro de lo que se comparte. Me resulta curioso cuando pienso que en campaña sí que lo lograba. En esas semanas frenéticas de autobuses y adrenalina, siempre encontraba momento y energía para escribir. Será que es más sencillo hacer diarios de los viajes que de los días “normales”. Pero no: este no tiene que ser el lugar de la cotidianidad. Estar aquí es un extraño desajuste en el orden de cosas. Y es importante contarlo. En el Congreso se hacen diarios de sesiones. Hitos que marcan el hilado de lo que se entiende como gobernar. A mí me gusta más pensar en diarios de jornadas: largas jornadas de trabajo de mucha gente, de las que las sesiones que salen en la prensa son solo una cristalización. Yo no soy diputada. Formo parte de esa
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otra troupe que puebla los pasillos: las que solo salen en la tele si no se han apartado a tiempo de las cámaras, los que tejen el envés de lo que se conoce. De las cuatro mil personas que habitan este pequeño mundo, apenas una décima parte son eso que llamamos cargos electos. El resto, un hervir de trabajadores de los papeleos, las noticias y la logística. La proporción se repite en el seno de cada grupo. Pero no nos equivoquemos: también en nuestro modo de estar en el mundo y en la institución se dirime la política y el modo de hacerla. También nuestra moral y nuestras costumbres dibujan qué sea lo nuevo en el Congreso. Nuestras jornadas en la casa de los leones son un safari lleno de fieras menos ilustres: la burocracia, las inercias, los tiempos acelerados de los medios y los tiempos demasiado lentos del cambio real. El primer día que pisé el Congreso en mi vida, todavía no habían sido las elecciones, y yo estaba amedrentada como siempre se está en los entornos que no se conocen. Sí, lo confieso: me aturdía el paisaje de alfombras, el paisanaje de veteranía y corbatas. Era el día de la Constitución y acudíamos por primera vez a una recepción institucional. Recuerdo que cuando escuché el discurso del presidente de la Cámara me atravesó, sobre todo, la sorpresa de lo lejos, lejísimos que estaba de nuestro modo de comprender la política. Palabras esclerosadas, lejanas de la vida. Imaginé, con una sonrisa, cómo sería un discurso nuestro en ese contexto. Seguramente palabras cercanas, cotidianas palabras que nombran lo que es la realidad para casi todos. El primer día que entré en el Congreso después de que las elecciones hubieran pasado, la extrañeza la sentían otros. Legitimados por la elección popular, nosotros campábamos a nuestro modo por un espacio poco acostumbrado a la diferencia. Los medios estuvieron la mar de entretenidos. Éramos la nota de color del mundo de los trajes negros. Portadas y telediarios se llenaron con la estampa supuestamente pintoresca de la diversidad que hacíamos entrar en las Cortes. Que si las rastas, que si el bebé, que si las ropas. Todos se empeñaban en preguntarse si era pose, si hacíamos las cosas así por llamar la atención. No me cabe la menor duda de que se trata de un genuino no entender. De un genuino no asumir que no es pose, que es que somos así. Así: variados. Así: como en la calle. ¿Cómo va a ser pose ser madre, ser negra, tener acento, no hablar con el tono de los oradores? ¿Cómo va a ser pose ser como se es?
Creedme: lo más fácil del mundo es intentar mimetizarse. Lo más fácil para que te dejen trabajar es ponerte un traje. Lo más fácil para interlocutar con el poder es manchar tu lenguaje con las palabras que excluyen. Lo más fácil para transmitir autoridad es dejar de reír por los pasillos del Congreso. Es más fácil repetir la fórmula que pensar las palabras más precisas para una promesa que apunte al juramento que realmente nos guía. Lo difícil es lo otro. Lo difícil es pensar cómo adecúas tu forma normal de vestir a las ganas que tienes de ponerte guapo para un día importante. Lo difícil es ser humilde en el reino de la presunción. Lo difícil es ser amable en el reino de la guerra. Lo difícil no es ser rebelde fuera de los espacios de poder: lo difícil es serlo dentro, y serlo siendo además útil. Por eso el deber de la extrañeza. No, no hay por qué “aprender cómo se hacen las cosas aquí”. No hay que aprender qué ropa ponerse, no hay que usar el lenguaje del resto, no hay que adoptar las fórmulas establecidas. Por eso la responsabilidad de sacar el tiempo para escribir un diario en el que anotemos: “hoy nuestro parloteo resonaba en escaleras señoriales y silentes”; “hoy intentamos enterarnos de dónde había un microondas para calentar nuestros tuppers”; “hoy me he vuelto a perder en este edificio lleno de laberintos”. Sin duda nuestra llegada ha hecho algo curioso con este lugar. No tiene mayor mérito: solo se trata de ser lo que somos. Más ruidosos y naturales que la media, con nuestras botas sin tacón, con nuestros niños y nuestros idiomas. Cuando decimos que la gente normal ha entrado en las instituciones no queremos decir que sea la primera vez. Queremos decir que ahora es algo mucho más general, mucho más anclado a los signos, y mucho más difícil de esconder. Queremos decir también que no lo buscábamos. Que nos extraña estar aquí, y que queremos que nos siga extrañando. Son las nueve de la noche, y cuando me veo reflejada en las cristaleras moteadas con el polvo de las obras, me veo a mí misma. Con mi aspecto de siempre, con la misma costumbre cansada de trabajar demasiado. Tengo ganas de salir y tomarme una cerveza. Los medios recogerán apenas un par de frases, pero la número treinta ha sido una jornada larga, en esta oficina. En esta extraña oficina siempre en obras a la que nadie debería acostumbrarse demasiado. Por favor, abran las ventanas antes de salir.
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Informe entre dos brechas Informe de Pablo Iglesias en el Consejo Ciudadano Estatal del 3 de enero de 2016
Por Pablo Iglesias En su primera reunión después de las elecciones del 20-D, Pablo Iglesias se dirigió el 3 de enero de 2016 al Consejo Ciudadano estatal de Podemos para valorar el resultado obtenido y sus consecuencias para el futuro de nuestro país. Aunque entonces no sabíamos qué iba a ocurrir, estas palabras están llenas de actualidad. Sirven para repasar el trabajo realizado desde enero de 2014 y dan claves para entender qué tareas siguen pendientes y qué retos nos aguardan en las urnas y fuera de ellas. De diciembre a junio hemos vivido una legislatura sin precedentes. Por primera vez la crisis abierta en mayo de 2014, heredera de un 15-M que ya suma cinco años, no pudo cerrarse por arriba. Las razones del cambio permanecen, pero ser dignos de lo que nos sucede implica cambiar la manera en que las abordamos. Estos materiales pueden ayudarnos a hacerlo una vez más.
Fotografías: Dani Gago
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· Aunque algunos nos identificamos claramente con esas metáforas –yo me considero de izquierdas y creo que la mayoría de los que estamos aquí también–, tuvimos la audacia de interpretar que los cambios que se estaban produciendo en nuestro país tenían más lecturas y que, incluso, esto era algo positivo que permitía imaginar posibilidades de cambio político que nunca
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ace dos años empezamos a hacer política de manera muy precaria. Con las miras puestas en las elecciones al Parlamento Europeo, pusimos en marcha una campaña electoral inédita en nuestro país que tenía como principal capital un grupo de gente –en su mayoría jóvenes sobrados de iniciativa– y alguien que se había hecho un hueco en algunas de las tertulias políticas más relevantes de la televisión en España. Nadie podía imaginar que íbamos a conseguir 1,3 millones de votos –el 8% de los votos emitidos– y cinco eurodiputados. Con esos dos valores, que eran todo el patrimonio con el que contábamos, obtuvimos unos resultados electorales sin precedentes en la historia de nuestro país. Podemos decir, con orgullo y humildad, que fuimos el motor principal de que en los principales ayuntamientos de España hoy haya gobiernos del cambio. No solamente hemos demostrado que podemos ganar elecciones, sino que, además, podemos gobernar mejor y que somos capaces de construir espacios de encuentro que sirven para el cambio político. Volvimos a hacer historia aunque quizá de una forma desigual en las subsiguientes elecciones autonómicas. La primera cita fue en las andaluzas, que tuvieron lugar en marzo, cuando ni siquiera contábamos con órganos de dirección en esta comunidad, y pese a todo obtuvimos nada más y nada menos que el 15% de los votos. Es probable que nuestra habitual ambición no nos permitiera valorar, en su justa medida, lo que representaba que, en marzo del año 2015, una fuerza política completamente nueva, que había nacido menos de un año antes, obtuviera el 15% en estas elecciones. Le siguieron resultados igualmente notables en el resto de comunidades; el 20,5% en Aragón, el 19% en Asturias, el 18,6% en Madrid, el 14,7% en Baleares, el 14,5% en Canarias, el 13,7% en Navarra, el 13,15% en Murcia, el 12,1% en Castilla y León, el 11,2% en La Rioja y la Comunidad Valenciana, el 9,7% en Castilla-La Mancha, el 8,8% en Cantabria y el 8% en Extremadura. Por no hablar de las Juntas Generales del País Vasco, donde obtuvimos entre el 12 y el 14,5% de los votos. Finalmente, en Cataluña, en unas elecciones dificilísimas para nosotros y a las que concurrimos con fuerzas políticas hermanas, obtuvimos casi el 9% de los votos. Estos resultados son, en cualquier caso, históricos y es muy difícil encontrar en los países europeos de referencia casos similares, quizás con la única excepción de Italia; y si los comparamos con los últimos resultados que hemos obtenido en las elecciones Generales, creo que podemos estar muy satisfechos.
Además de en Cataluña y en la Comunidad Valenciana, donde hemos obtenido resultados espectaculares, en el caso de Cataluña En Comú Podem ha ganado las elecciones y en la Comunidad Valenciana la coalición con Compromís nos ha convertido en la principal fuerza de oposición al Partido Popular, hay que decir que en el País Vasco hemos ganado las elecciones con un 26% de los votos. En Navarra, hemos subido casi 10 puntos respecto a las autonómicas, llegando al 23% de los votos. También subimos en Canarias y Baleares hasta 9 puntos, y en Cantabria, donde hemos alcanzado el 17,8% de los votos. Podemos parte, y esto lo explicábamos en el Consejo Ciudadano del año pasado, del análisis de lo que había significado el movimiento 15-M en España como expresión de una crisis orgánica que había producido una fractura entre las élites políticas y la sociedad. Aquel lema de “No nos representan” evidenciaba algo que se había convertido en una suerte de gobierno de la economía. Al mismo tiempo, las demandas de derechos sociales tomaban fuerza de la mano de Stop Desahucios, las mareas y el conjunto de movilizaciones post-15-M, inaugurando una nueva gramática política que permitía pensar que en España se iba a producir una nueva Transición con algunas características distintas respecto a la anterior. Fue Jaime Miquel, un analista cuya procedencia teórica dista de la nuestra, quien llegaba a una conclusión muy similar en un libro de nombre inquietante, La Perestroika de Felipe VI. Hablaba, en concreto, de una zona de ruptura que se había producido en este país y que daba paso a una nueva gramática política que, seguramente, encontraría en los medios de comunicación el principal escenario en el que evidenciar ese corrimiento de magmas sociales ideológicos que vaticinaba. En este sentido, se ha hablado mucho de las tertulias pero hay, probablemente, otras narrativas catódicas que han revelado con enorme nitidez los cambios que se han producido en nuestro país los últimos años. Un claro ejemplo de ello es el programa Salvados, de Jordi Évole, indicador crucial de cómo se ha tejido una nueva gramática para entender lo político. Podemos es, seguramente, la mejor y más completa expresión política y electoral de ese nuevo escenario político, carente, además, de una lectura exclusiva en términos de izquierda y derecha. Hemos reiterado que aunque algunos nos identificamos claramente con esas metáforas –yo me considero de izquierdas y creo que la mayoría de los que estamos aquí también–, tuvimos la audacia de interpretar que los cambios que se estaban produciendo
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en nuestro país tenían más lecturas y que, incluso, esto era algo positivo que permitía imaginar posibilidades de cambio político que nunca se habían podido plantear en España. En un momento de cambio como el que vivimos resulta pertinente recordar la anterior Transición, en la que aquel famosísimo referéndum sobre el Proyecto de Ley para la Reforma Política a finales del 76 establecía los límites de un proceso que, seguramente, no contaba con los consensos –en términos de voluntad de cambio– que se están viviendo en estos momentos en nuestro país. Aunque los ingredientes del futuro político en España no se conjuguen con los mismos símbolos que en su día sirvieron para que la libertad prevaleciera sobre la dictadura, estamos convencidos de que en este momento político existe una voluntad mayoritaria de cambio en un sentido democrático, de regeneración y de construcción de un futuro político desde la hermandad y el respeto a la diversidad mucho más amplio y con muchas más posibilidades que lo que vivimos en este país hace 40 años. Nuestro voto, y esto lo reconocen todos los sociólogos y analistas, es un voto juvenil y urbano, pero que al mismo tiempo alude a sectores de la población muy diversos y enormemente exigentes con respecto a lo que tiene que ser el futuro de este país. En ese sentido, el pasado 20 de diciembre supuso un punto y final a las élites políticas y al turnismo que han marcado la gobernabilidad de nuestro país durante los últimos 35 años. Frente a ese elemento de crisis orgánica, que supimos analizar de forma certera, la crisis de régimen en España queda completada con otra importante fractura; la cuestión territorial. Así, podemos afirmar que la nuestra ha sido la formación política española que ha sabido afrontar con más altura de miras esta problemática. Somos, de hecho, la primera fuerza política en la historia de nuestro país que ha reivindicado España diciendo que el patriotismo es la defensa de lo común, la defensa de lo que es de todos, y que no tenemos ningún problema en decir que nos sentimos orgullosos de ser españoles, al tiempo que reivindicamos la plurinacionalidad como una característica constitutiva de nuestra patria, y al tiempo que hemos asumido que la fraternidad tiene que ser el eje que defina un proyecto común compartido, basado en la justicia social y también en el respeto a la diversidad. Es muy importante que reflexionemos sobre las diferencias entre aquella Transición que se produjo hace 40 años y la que protagonizamos ahora. Adam Przeworski, uno de los politólogos más prestigiosos de Ciencia Política –de
origen polaco, por cierto, algo que tiene mucha importancia cuando hablamos de esta disciplina–, se sorprendía de que una de las características de la Transición española es que no afectó a las élites económicas. Por otra parte, hablamos de un proceso que tiene símbolos y fotografías que ilustran una determinada coyuntura, como por ejemplo los Pactos de la Moncloa, con Adolfo Suárez y Santiago Carrillo como urdidores y representantes de aquellos acuerdos. Un proceso que, a partir del año 1982, estaría pilotado de manera hegemónica por el Partido Socialista y que, resulta innegable, implicó una notable modernización del país y un avance democrático, máxime si tenemos en cuenta que el principio democrático se había visto interrumpido de manera continua en los dos últimos siglos de nuestra historia. En aquel contexto, ya existía algo que no es una novedad en las tradiciones políticas de nuestro país, que era la cuestión territorial, asunto que mereció debates muy intensos. El hecho, por ejemplo, de que hace 40 años se optase por incluir el equívoco término de «nacionalidades» dentro del texto constitucional revela que el problema territorial en España no es algo que se haya inventado en los últimos 10 años, sino que lleva formando parte de nuestra historia desde que se puede hablar de modernidad en este país, y que tiene que ver con las raíces históricas de la construcción del Estado y nuestras diferencias respecto a otras realidades europeas. Lo que muchos llamaron “café para todos”, junto con una redacción constitucional ambigua, cimentó la construcción de un Estado Autonómico que permitió salir del paso durante algunos años. Luego vino el 23-F, que todo el mundo asume como el punto de cierre de la Transición española, y que por un lado consolidó a la Monarquía como una institución dotada y percibida como defensora de la democracia, pero que en realidad suponía asumir a un jefe del Estado a título de Rey por herencia, por voluntad y en sustitución de un dictador. Y, por otro, no cabe duda de que el 23-F tuvo una consecuencia política muy clara consistente en cerrar y establecer los límites de dicho proceso de construcción autonómica. Las tensiones no cesaron, la más terrible en este sentido fue sin duda el terrorismo de ETA, que, por suerte, podemos decir que forma parte del pasado. En cualquier caso, la cuestión territorial ha ido adquiriendo cada vez mayor peso en los últimos 10 años. No me equivoco si digo que esto se debe fundamentalmente, por un lado, a la torpeza de un PSOE que no ha sido capaz de ser coherente consigo mismo y, por otro, al inmovilismo del PP. Fue el Partido Socialista quien habló de federalismo en este país, quien hasta hace dos
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años contemplaba la posibilidad de una consulta pactada en el territorio catalán. Fue un exministro socialista, Francisco Caamaño, quien, en un libro de 2014, decía que el artículo 92 de la Constitución podía ser una vía perfectamente legal y legítima para una consulta en Cataluña. Sin embargo, el PSOE se ha dejado abducir por los sectores más intransigentes del inmovilismo que se han revelado a la luz de cualquier observador en una fábrica de independentistas y desafectos hacia una idea de España. Una visión de nuestro país de la que muchos ciudadanos se sienten alejados en tanto que esa idea se identifica con el Partido Popular, con sus políticas torpes e inmovilistas. Nos entristece que el PSOE se sitúe en ese escenario, nuestra mano seguirá tendida siempre para que el PSOE recupere lo mejor de su tradición como fuerza política capaz de vehicular la unidad de nuestro país en torno a diferentes expresiones de diversidad. Es obvio que a estas alturas, las fórmulas implementadas en los años 80 y 90, incluso en la primera década del siglo XXI, no van a servir, pero estoy convencido de que en los próximos años, la altura de Estado y la capacidad para pilotar un proceso de transición, va a diferenciar a quien entiende España de quien simplemente no la entiende. Vivimos una realidad completamente diferente respecto a la de hace 40 años. La desigualdad y la corrupción son problemas asumidos por una mayoría social de ciudadanos como cuestiones irrenunciables a las que hay que enfrentarse. Una mayoría social que reivindica el Estado de bienestar, la redistribución de la riqueza y que ha tenido que asumir que en este país la corrupción se haya convertido en una forma de gobierno que ha permitido a una minoría enriquecerse a costa de los asalariados, a costa de la pequeña y mediana empresa, a costa de los autónomos, a costa de los jóvenes, a costa de las mujeres, a costa, en definitiva, de las mayorías sociales. Por lo tanto, cualquier acuerdo en clave de dirección y pilotaje de la nueva transición, tiene que asumir que la desigualdad y la corrupción son incompatibles con un desarrollo histórico deseable para nuestro país. Y esto está configurando ya electoralmente dos bloques: un bloque de la restauración, que sigue defendiendo formas de gobernabilidad en Europa que tienen que ver con la manera de organización política y económica del neoliberalismo, y que son, hablando en plata, partidarios de los recortes, de las privatizaciones, de convertir los servicios públicos en mercancías para hacer negocios con sus amigos y de que los poderes financieros sigan actuando con absoluta impunidad. Por otra parte, hay otro elemento muy preocupante también y que tiene que ver con la Corona. Me pareció profundamente
decepcionante el discurso que las pasadas navidades profirió el Jefe del Estado. Un discurso que obvia la desigualdad y la corrupción, y que se empeña en repetir el nombre de nuestro país olvidándose de la gente que lo habita. Por desgracia, la jefatura del Estado está asumiendo con mucha torpeza —seguramente muy mal asesorado— formar parte del bloque del inmovilismo en la nueva transición. Queda la duda de saber qué va a hacer el PSOE. Insisto en que nosotros tenemos que seguir tendiendo la mano para tratar de que los sectores más sensatos, a los que, por desgracia, parece que no les dejan abrir la boca en las últimas semanas, digan de qué lado están. Parece claro que hay una parte del PSOE, la señora Díaz o el señor GarcíaPage, que comparte hoja de ruta con el PP, con Ciudadanos y con el bloque inmovilista. A nosotros esto nos parece una pena y seguiremos abiertos a todos esos sectores del Partido Socialista que asumen que fue un error la reforma laboral del 2010 y la modificación del artículo 135 de la Constitución sin consultar a los ciudadanos, que reconocen equivocado votar con el PP el 75% de las veces en el Parlamento Europeo, que no entienden haberse posicionado a favor de unas políticas de austeridad impuestas por Europa y que comprenden que el hecho de que haya expresidentes y exministros en consejos de administración hace que la gente se pueda sentir estafada. Debemos estar comprometidos en ese sentido. En la actualidad hay dos partidos socialistas, uno que está con el PP y otro que querría avanzar, ese sector sensato que entiende que la unidad de España se tiene que ganar por vías democráticas y no desde la imposición o desde la torpeza inmovilista, encontrará todo nuestro apoyo. En lo que se refiere a nosotros como fuerza política, básicamente tenemos que definirnos como una formación que defiende la Europa social, que entiende que la democracia tiene bases materiales que se fundamentan en los derechos sociales, que es consciente de que hay que revertir las privatizaciones, que cree necesaria una reforma fiscal progresiva, que está convencida, en última instancia, de que el proyecto político europeo adquiere sentido en la medida en que se respeten los derechos civiles y políticos de sus ciudadanos, y esto implica un cambio respecto a la orientación de los últimos años marcada por el dominio de las finanzas. En lo que respecta a la defensa de la unidad de nuestro país, nosotros y las distintas formaciones con las que nos aliamos debemos ser la fuerza política de la fraternidad. Ada Colau, que es, en estos momentos, la presidenta moral de la Generalitat, a la vista de lo que estamos viendo en Cataluña, dijo algo muy importante en
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Madrid, en la Caja Mágica: “Sois la capital de la fraternidad”. Nosotros estamos demostrando que se puede construir un futuro fundamentado en la diversidad y la fraternidad, algo que parece obvio a la vista de nuestros resultados electorales y que atrae por igual a ciudadanos en el País Vasco, en Cataluña, en Galicia, en Madrid, en la Comunidad Valenciana, en Baleares o en Canarias. No se trata de líneas rojas, se trata de una cuestión de responsabilidad para con el futuro de nuestro país. De tal forma que si nos preguntan si defendemos que en Cataluña debe haber un referéndum, responderemos que por supuesto. Pero es que esto no lo hemos inventado nosotros, esto lo inventó antes que nosotros el PSOE, que defendió por activa y por pasiva fórmulas de consulta pactada en Cataluña. En esto tenemos que ser muy claros, al tiempo que establecemos cuáles son nuestras prioridades, que tienen que ver con la justicia social. La primera de ellas es que nuestro país vive una situación de emergencia social, y lo urgente, a lo que nosotros nos vamos a dedicar en las próximas semanas es a presentar una proposición de ley que hemos llamado «Ley 25 de emergencia social» en honor al artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Al mismo tiempo, vamos trabajar para buscar consensos con el objetivo de revertir las principales leyes que han hecho tanto daño a nuestro país, como pueden ser la Ley Mordaza, la LOMCE y las reformas laborales, tanto la de 2010 como la de 2012, y esto tiene urgencia y preeminencia sobre cualquier otro asunto en las próximas semanas. No hemos llegado al Parlamento para hablar de sillones, hemos llegado al Parlamento para que se hagan leyes, y por eso tenemos que seguir trabajando en el diálogo con el conjunto de las fuerzas políticas. Nuestras propuestas de Estado, porque cuando se está produciendo una transición en nuestro país hay que hablar de Estado, las hemos dicho muchas veces y las vamos a repetir. En primer lugar, blindaje constitucional de los derechos sociales. Esto no es una exigencia particular de Podemos, esto forma parte de una nueva gramática política y de las aspiraciones de una mayoría social en nuestro país. Prueba de ello es que, retóricamente, muchas fuerzas políticas nos han copiado sin citar al autor, incluso en la terminología “blindaje constitucional”. La Constitución Española ha de señalar que los derechos sociales tienen el mismo nivel de protección en términos normativos que los derechos civiles y políticos. Reforma del sistema electoral. Para nosotros es absolutamente ineludible. Tenemos un sistema electoral injusto y así lo perciben los ciudadanos. La propia Constitución habla de
proporcionalidad en el sistema electoral español y, sin embargo, un mecanismo poco defendible como las circunscripciones provinciales, hace que tengamos un sistema electoral de efectos mayoritarios. Es ineludible que se haga una reforma del sistema electoral en nuestro país. Corrupción. A este respecto, dos exigencias clave: garantías constitucionales frente a la corrupción y, al mismo tiempo, asegurar que deje de ser una forma de gobierno. Cuando decimos que hay que prohibir las puertas giratorias, cuando señalamos que no es aceptable que exministros y expresidentes estén en consejos de administración de empresas estratégicas, les estamos llamando, con toda la educación y con toda la calma, corruptos, porque hay formas de corrupción legal. Cualquier ciudadano, independientemente de lo que haya votado en el pasado, entiende que es impresentable e inaceptable que haya exministros y que haya expresidentes cobrando cantidades de dinero vergonzantes en consejos de administración de empresas estratégicas. En lo que se refiere a la justicia, nosotros decimos que la Constitución tiene que asegurar la independencia del poder judicial y para ello hacemos propuestas concretas. No se puede volver a repetir que en este país jueces y magistrados, que han estado cobrando de la fundación vinculada al partido del Gobierno, sean los responsables de juzgar a presuntos corruptos de dicho partido. No se puede consentir que en este país el Tribunal Constitucional sea utilizado políticamente por el Gobierno o por los partidos políticos. El Tribunal Constitucional tiene que estar para otra cosa, no para tratar de solucionar lo que la clase política es incapaz de solucionar. Y, por último, soluciones democráticas a los problemas territoriales que se planteen. Nosotros somos defensores de la unidad de nuestro país, pero la queremos ganar por vías democráticas, no por la imposición. Esto enmarca cualquier elemento que tenga que ver, a mi juicio, con un debate de investidura. Por eso consideramos que todos aquellos debates que tengan por objetivo conformar un gobierno alternativo al PP han de ser públicos. En los últimos años, el notable avance de las telecomunicaciones ha hecho posible que los ciudadanos puedan acceder de un modo mucho más directo a lo que se discute. Nuestra disponibilidad es plena para que se debata con luz y taquígrafos cuáles son los problemas de nuestro país. Igual que nosotros estamos presentando este informe público para que lo escuche todo el mundo, entendemos que el resto de fuerzas políticas tendrán que decir abiertamente a la sociedad lo que piensan de España. En este sentido, tenemos la obligación de impulsar esos espacios de diálogo con fuerzas
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· Somos conscientes de que quizá debemos ser los impulsores de una nueva transición y que por ello hemos de tender la mano a los sectores más sensatos del PSOE, que de momento no hemos escuchado pero que sospechamos que existen
políticas pero también con los actores de la sociedad civil. Podemos nació para eso; para ser un instrumento político en manos de los ciudadanos y de los movimientos sociales, por eso entendemos fundamental que los partidos no roben el protagonismo a la gente. Estamos obligados a abrir espacios de deliberación para que, nunca más, el Congreso de los Diputados sea una especie de jaula en la que se toman decisiones a espaldas de los ciudadanos y disfrutando de unos privilegios que quedan vetados a la mayoría de ellos. En lo que respecta a la valoración de la precampaña, la campaña y en general el trabajo político que hemos ido desarrollando en los últimos meses, no puedo más que agradeceros la dosis de energía que habéis proporcionado en todo momento y muy especialmente en aquel difícil Consejo Ciudadano después de las elecciones catalanas. Quisiera aprovechar también para dar las gracias a diferentes actores que considero cruciales en el proceso que hemos puesto en marcha. En primer lugar, a la militancia y a los círculos de Podemos, cuyo entusiasmo ha sido imprescindible y, en algunos casos, incluso heroico, como el de aquel compañero de Cantabria que recorrió a pie decenas de kilómetros como apoderado, algo que expresa muy bien lo que cientos y miles de militantes y voluntarios anónimos han hecho en esta campaña electoral y marca la diferencia respecto de otras formaciones políticas. En segundo lugar, quisiera agradecer a los candidatos, así como a todos aquellos que han hecho posible las campañas territoriales, sin duda las más difíciles, pues son las que no cuentan con los equipos de medios y con las redes estatales de Podemos. Debería mencionarlas todas pero me voy a referir a dos que me han impresionado; el trabajo en el País Vasco de Eduardo y Nagua, felicidades a ambos, y la labor, también encomiable, que se ha llevado a cabo en Madrid, con Tania, Emilio y Luis Alegre a la cabeza. Cuando estás inmerso en la campaña central no siempre es fácil darte cuenta, pero lo cierto es que habéis hecho un enorme esfuerzo y sin vosotros mucho de lo que hemos conseguido no hubiese sido posible. He de felicitar también a los senadores y senadoras, a los parlamentarios de las asambleas autonómicas y a los concejales, no solamente por el trabajo que han hecho en campaña, sino también porque su ejemplo ha sido la demostración de que no solamente podemos llegar a las instituciones, sino que podemos gobernar mejor. Quiero agradecer especialmente el trabajo interno en los territorios de Sergio Pascual y Juanma del Olmo, que ha sido fundamental para
coser los consensos y la fuerza necesaria para avanzar. Y cómo no al equipo de Bruselas, a Pablo Bustinduy y Tania González, así como a todos nuestros eurodiputados que fueron nuestra primera representación parlamentaria y que han hecho un trabajo excelente. No puedo olvidarme tampoco del trabajo a nivel programático, con Carolina Bescansa a la cabeza. Creo sinceramente que hemos marcado un antes y un después en la manera de presentar los programas en una campaña electoral en España. En este sentido, mi obligación es agradecer todas las aportaciones que se han ido haciendo, con especial mención para el equipo de argumentario, que hizo un trabajo excelente, y para la secretaría de Economía, con Nacho y Alberto trabajando muy duro para que nuestro programa tuviera una memoria económica, una rara avis en los programas políticos de nuestro país, que definitivamente marcó la diferencia. Hemos hecho una campaña muy inteligente en la que instalamos de manera inequívoca para todos el concepto de remontada. Una campaña en la que el trabajo del Consejo de Coordinación, junto con los equipos de producción y comunicación ha sido sencillamente espectacular. Sin olvidar, por supuesto, al equipo de redes; primordial el trabajo de Guillermo, Eduardo y el resto de integrantes. También, desde aquí, quisiera dar la enhorabuena a los responsables de producir materiales audiovisuales; vuestro trabajo ha sido excepcional. Sin olvidarme de todos los que han hecho posible la caravana, como tampoco de los que, con Rafa Mayoral al frente, habéis sido los carteros del cambio, marcando un estilo nuevo de hacer campaña. Recuerdo ahora el increíble trabajo que se hizo para diseñar el modelo de La calle pregunta, ideado inicialmente por Irene Montero e inspirada, a su vez, por los ayuntamientos del cambio, demostrando que se puede hacer una campaña cercana a la gente. Quiero agradecer, cómo no, la labor de los portavoces, porque creo que en eso Podemos ha sabido marcar la diferencia respecto a otras organizaciones políticas. Hemos evidenciado que teníamos banquillo; cada uno de los portavoces ha destacado muchísimo, pero creo que el papel de Errejón, y de la Secretaría Política, ha sido sencillamente extraordinario, dejando muy alto el pabellón y demostrando que, en cuestión de doses, nuestra formación ha llevado claramente la voz cantante. He de destacar también la política de alianzas e incorporaciones. Empezando por las segundas, quiero agradecer el trabajo, no siempre reconocido, que durante más de un año llevó a cabo Rafa Mayoral y que permitió que tuviéramos un candidato como Julio Rodríguez. Si algo lamento de estas elecciones es que Julio no haya sido elegido
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diputado, pero cuento con él y estoy convencido de que va a ser una pieza fundamental en los próximos años. También quisiera dar las gracias a Vicky Rosell, Juan Pedro Yllanes, Juantxo López de Uralde, Juan Antonio Delgado y Rosana Pastor, todos ellos figuras de prestigio que se han ido incorporando y han ayudado a crecer este proyecto. En lo referido a las alianzas con fuerzas políticas hermanas, como bien sabéis, no siempre fueron fáciles de tejer. Pero hemos sido capaces de llegar a acuerdos asumiendo que lo que nos interesaba no era, en ningún caso, una suma de siglas, sino una suma de estilos políticos nuevos. Una apuesta que no sólo tenía que ver con nuestro respeto por la plurinacionalidad, sino también con una nueva forma de entender la política. Quisiera mencionar algunos nombres propios que han tenido mucho que ver a la hora de tejer esas alianzas tan importantes. En el caso de Cataluña, por ejemplo, ha sido clave la labor de Íñigo, Sergio Pascual, Irene, Raimundo Viejo y Jessica. En la Comunidad Valenciana todo habría sido mucho más complicado sin Ángela, Antonio y Sandra, y en Galicia, que aunque muchos quizá lo desconocéis fue la confluencia más difícil de las tres, y que si se hizo realidad es por compañeros como Breo y Tone. Creo que hay que hablar también en este informe de lo que fue nuestro intento sincero de incorporar a Garzón y su gente en este proyecto. Todos recordaréis el pasado Consejo Ciudadano en el que os pedí margen para iniciar ese proceso, y sabéis que hicimos todo lo que estuvo en nuestra mano. Lamentablemente la dirección del partido de Alberto no entendió esto, lo cual nos parece legítimo, no así las continuas provocaciones que han cortado puentes y que hemos sorteado con elegancia, de modo que gracias también por el talante demostrado. No puede faltar, máxime en una formación como Podemos, una valoración de nuestra campaña televisiva. Creo que hay un punto de inflexión en el que habría que detenerse. Lo sitúo en el debate histórico que se produce en Salvados, en aquel histórico cara a cara con Rivera, del que no salimos satisfechos porque contribuyó a instalar una percepción de cansancio y de pérdida de efectividad. Pues bien, hoy podemos decir que aquel debate fue el inicio de lo que algunos medios de comunicación llamaron “el efecto Rocky Balboa”, hasta el punto de que todas las intervenciones posteriores señalaban claramente esa tendencia de remontada. A partir de entonces, sé que me habéis visto muy bien en televisión, pero esto no es resultado de las vitaminas, tampoco del footing, sino que es el resultado de un trabajo excepcional de la Secretaría General con Irene Montero a la cabeza. Ahora se puede revelar que el minuto de oro tiene muchos y diversos orígenes, pero la forma en que
se perfiló un momento que pasará a la historia de nuestro país lo definió Irene de la mano de un equipo que ha sido determinante, y al que me gustaría también dar las gracias. Sería complicado mencionarles a todos y todas; Laura, Paz, Belén, Juanma, Laura Arroyo, Ángela, Jorge, Pablo Prieto, Dina, Ricardo, Noe, y tantos otros. Me estoy dejando nombres pero quería transmitiros que ese equipo, que muchas veces es invisible, son los artífices de que en los debates televisados nos fuera tan bien. Respecto al resultado de las elecciones, voy a ser más breve porque ya lo hemos analizado otras veces. Se abre una nueva etapa en nuestro país que definitivamente acaba con el turnismo como forma de gobierno político. El PP obtiene sus peores resultados desde 1989 y el PSOE el peor resultado de su historia democrática en los últimos 40 años. En el caso de Podemos, con la única excepción de Aragón, subimos en todas las comunidades autónomas y, en algunos casos, de manera espectacular, como señalábamos antes: primera fuerza en Cataluña con En Comú Podem, primera fuerza en Euskadi, segunda fuerza en la Comunidad Valenciana, Navarra, Galicia, Baleares, Canarias y, por supuesto, Madrid. Un resultado que muy pocos podían imaginar, 15 días, un mes, mes y medio o dos meses antes de los comicios. El resultado de Ciudadanos constata un pinchazo de la burbuja, algo que ya vaticinamos en campaña, pero que quizá se produjo con mayor severidad incluso de lo que habíamos calculado. Paradójicamente, si Ciudadanos no hubiera pinchado tanto y no hubieran llevado a cabo una campaña tan plagada de errores, seguramente nosotros seríamos la segunda fuerza política, es más que probable que ese pinchazo fue lo que permitió que el PSOE se mantuviera por encima del 20% y que el PP recuperara cierto oxígeno. Con respecto a Izquierda Unida, aunque algunos han querido leer una suerte de maldad en esto, creo que han tenido un resultado excelente y magnífico a la vista de las circunstancias históricas de nuestro país, y creo que la clave de ese resultado tiene que ver con su candidato, al que se le debe felicitar. Estoy convencido de que si hubieran concurrido con el mismo candidato de hace cuatro años, ni de lejos se hubieran acercado al millón de votos. En lo referente al resto de formaciones políticas, UPyD parece que desaparece definitivamente de la vida política española; el BNG queda en una posición muy comprometida; y en el caso de otras fuerzas políticas, a pesar de que hay cambios de tendencia, se mantienen estables. Todo apunta a que Convergència Democràtica de Catalunya y su nueva marca se queda como el hermano débil del proyecto Junts pel Sí, y que Esquerra Republicana de Catalunya se convierte en el principal socio de esa
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· Nosotros nacimos para ser un instrumento de los movimientos sociales, de la sociedad civil y de los ciudadanos de nuestro país y es fundamental que esto no se convierta en un debate de partidos. Hemos de tener la disponibilidad suficiente como para estar presentes en todos los foros públicos.
coalición. Los partidos políticos vascos, aunque con diferente intensidad, —quizás el mayor contraste es el resultado de Bildu respecto a las elecciones de hace cuatro años— revelan la solidez y estabilidad de sus bases electorales; y lo mismo cabría decir de Coalición Canaria, que sigue teniendo una presencia parlamentaria consolidada. En cuanto al futuro próximo, considero que se abren tres posibles escenarios. El primero es el de una gran coalición a tres con diferentes modalidades. Una de ellas es que los tres (PP, PSOE y Ciudadanos) estén activamente en esa coalición, otra pasa porque el PSOE optara por permitir el gobierno del PP por pasiva, con una eventual abstención o con un eventual cálculo electoral que pudiera implicar, quizás, un cambio de líder o buscar suerte en unas elecciones a corto plazo, pero, en cualquier caso, estaríamos hablando de una gran coalición. Este es el escenario, evidentemente, preferido por Merkel y por buena parte de las empresas del IBEX 35, y parece, a la vista del discurso del monarca el día de Navidad, que también es el preferido por el Jefe del Estado. Por otra parte, según los derroteros que tome el procés, es probable que la situación en Cataluña pudiera incentivar al PSOE a sumarse a esta gran coalición de la restauración y el inmovilismo. No es el escenario que nosotros queremos y nuestro objetivo es tender la mano para explorar la posibilidad de que el PP no gobierne otra legislatura. Pero también parece obvio, a la vista de las líneas rojas y los límites que han marcado los que parece que mandan en el PSOE, que su opción predilecta es que siga gobernando el PP. Por eso, ya en su día les dijimos, y hoy toca repetirlo, que dejen de hacer teatro y digan claramente qué es lo que quieren hacer; si van a permitir que Rajoy gobierne o van a discutir de los problemas de Estado sin líneas rojas, sin imposiciones ni teatrillos. Para nosotros es complicado no saber cuál es nuestro interlocutor, si los que deciden son Susana Díaz, Emiliano García-Page o Fernández Vara, no tendremos problema en asumirlos como interlocutores y dialogar con ellos, pese a que nos da la impresión de que el PSOE que representan tiene una idea de España y de la justicia social demasiado parecida a la del PP y Ciudadanos. El segundo escenario es el de un gobierno alternativo al PP que, inevitablemente, tendría que asumir las claves de la nueva transición que estamos viviendo en España, lo cual implica una respuesta urgente a la situación de emergencia social y el abandono de posiciones inmovilistas. Y, por último, un tercer escenario que implica unas nuevas elecciones. No es el que nosotros deseamos, pero si otros lo fuerzan, asumiremos dicho escenario con plena voluntad de ganar esas elecciones generales y creo que tendríamos posibilidades de hacerlo.
Para concluir este informe, os propongo cuatro líneas de trabajo que considero esenciales. En primer lugar, para nosotros es fundamental dejar claro que no vamos a entregar el gobierno de España a Mariano Rajoy, de modo que asumiremos el liderazgo si otros se ven incapaces de hacerlo, impulsaremos el diálogo entre todas las fuerzas políticas que puedan hacer frente a ese gobierno, en definitiva, actuaremos frente a la parálisis que padecen los que señalan todo el tiempo líneas rojas. En ese sentido, somos conscientes de que quizá debemos ser los impulsores de una nueva transición y que por ello hemos de tender la mano a los sectores más sensatos del PSOE, que de momento no hemos escuchado pero que sospechamos que existen. Apelamos a unos sectores que entiendan que es el momento de responder con urgencia a la situación de emergencia social que vivimos, de revertir las leyes del PP, de asumir que la unidad de nuestro país se tiene que construir desde el diálogo con diferentes fuerzas políticas y en el terreno de la democracia, no en el de los tribunales. Esto no es algo que plantee Podemos, esto es el resultado de una configuración histórica que estamos viviendo. En segundo lugar, creo que es fundamental que impulsemos el protagonismo de la sociedad. Nosotros nacimos para ser un instrumento de los movimientos sociales, de la sociedad civil y de los ciudadanos de nuestro país y es fundamental que esto no se convierta en un debate de partidos. Hemos de tener la disponibilidad suficiente como para estar presentes en todos los foros públicos. Se trata de seguir construyendo espacios de interlocución con los movimientos sociales y con la sociedad civil para que sean protagonistas de este proceso. En tercer lugar, nunca más un parlamento de privilegiados de espaldas a la ciudadanía. Los diputados de Podemos, como ya han venido demostrando en el Parlamento Europeo, en las asambleas autonómicas, en los ayuntamientos y en el Senado, tienen que ser, desde el primer día, un ejemplo de que se puede representar al ciudadano de otra forma. Y, por último, es fundamental poner en marcha cuanto antes una agenda parlamentaria, que implica, en primer lugar, impulsar la Ley 25 de emergencia social, una ley que a buen seguro va a retratar a mucha gente. Así como derogar las peores leyes del PP e iniciar el camino para cambiar una ley electoral injusta. Me vais a permitir que termine este informe con uno de nuestros grandes maestros, el señor Antonio Gramsci, que señaló tres necesidades, que son las necesidades políticas fundamentales del momento para nosotros. Necesitamos toda nuestra inteligencia, necesitamos todo nuestro entusiasmo, necesitamos toda nuestra fuerza para seguir demostrando que sí se puede.
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Postfacio a la edición inglesa de:
Construir pueblo Por Íñigo Errejón
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l libro que escribimos Chantal Mouffe y yo reivindica una hipótesis teórica, pero también constituye un atrevido experimento: la exposición de esa hipótesis al calor de la discusión sobre un actor concreto y en desarrollo —la fuerza política Podemos en España— que bebe de ella. Ciertamente habría sido más sencillo sostener una discusión teórica con una vinculación sólo puntual con el devenir político o, en el otro extremo, una descripción de alguna iniciativa política con referencias teóricas a pie de página. Eso nos habría deparado o un libro sobre la “hipótesis populista”, u otro sobre el “fenómeno Podemos”. Nosotros decidimos, creo recordar que sin reflexionarlo mucho, caminar entre los dos precipicios: abjurando tanto de la especulación abstracta inmaculada y alejada de los conflictos reales —y sus contradicciones—, como de la mera descripción de la “politiquería” y la gestión, a menudo circular, de la actualidad y la coyuntura. Y el resultado es una reflexión y reivindicación, intelectual y militante, de: (I) una forma de entender la política a partir de la teoría de la hegemonía, (II) una propuesta para la reconstrucción de un proyecto emancipador y radicalmente democrático, que para nosotros pasa por comprender la intensidad populista de toda política transformadora; y (III) de una fuerza política que ha sacudido el escenario político español abriendo posibilidades de cambio en un sentido de justicia social, soberanía popular y democratización del sistema político. El libro se publicó en España en vísperas del verano de 2015. Podemos cumplía un año desde su irrupción en las elecciones europeas del 25 de mayo de 2014. En ese tiempo habíamos dado ya pasos decisivos, y no sencillos, para construirnos como organización política en todo el territorio, en cada una de sus escalas. Y ello con un objetivo: construirnos, en un tiempo acelerado y al ritmo que marcaba el adversario, para llegar a las elecciones generales en condiciones de ser alternativa de mayorías y alternativa de poder. Eso implicó priorizar unas tareas sobre otras —notablemente, sobre aquellas de
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Foto: Dani Gago
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· El reconocimiento de la contingencia como dato central de la política, de la necesidad de evaluar y repensar a cada momento el “qué hacer” sin caer por ello en el tacticismo cínico, es la mejor lección que podemos extraer de nuestra breve experiencia.
más lenta construcción cultural, articulación de movimiento popular o de una política de cuadros— para protagonizar un asalto acelerado en un ciclo electoral corto. Al mismo tiempo, Podemos nace desde el comienzo con un rasgo definitivo: su atención prioritaria a la hegemonía y sus condiciones, así como a la lucha por instituir sentidos compartidos. En nuestra voluntad de ser fuerza hegemónica experimentamos un doble movimiento: por una parte, nuestro relato impregnó la agenda política española, politizando la crisis y proponiendo responsables y, por oposición, una posible voluntad popular nueva, de refundación nacional. La desigualdad, la sumisión a la política de ajuste de la Troika de Bruselas, el secuestro oligárquico de las instituciones o la endogamia, corrupción e incapacidad de las élites viejas pasaron a ser lugares comunes en las televisiones, declaraciones y conversaciones en la calle o lugares de trabajo. De entre todas estas conquistas discursivas, fue sin duda el término “casta” el que más penetró en el imaginario colectivo español, poniendo nombre así al ellos que se intuía claramente desde el inicio de las movilizaciones de 2011 y que necesitaba el proceso de construcción de un nuevo nosotros. La enorme sacudida cultural del movimiento del 15M, conocido como de “los indignados”, ya había sentado las condiciones para que la falta de respuesta institucional a cada vez más demandas y la crisis del sistema político devinieran en una articulación populista, que unificaba las insatisfacciones o anhelos frustrados en una nueva identidad popular. Todos los actores políticos, aún los más conservadores o inmovilistas, tuvieron que adaptarse a este cambio en el paisaje, y modificar su lenguaje, sus propuestas y aún sus estéticas para no parecer “viejos” frente a este creciente aunque disperso anhelo de “cambio”. No obstante, al mismo tiempo que aceptaba superficialmente los nuevos tonos y parte de las nuevas demandas, el establishment, en una maniobra clásica de “revolución pasiva”, trataba de privarlos de su contenido antioligárquico y descargaba una vasta, persistente y sostenida campaña de miedo contra Podemos, que buscaba cortocircuitar la ola de simpatía ciudadana y evitar que ésta se convirtiera en apoyo explícito y voto. Esta campaña, pese a lo burdo de sus argumentos, no debe ser menospreciada: sin esta generación de miedo e incertidumbre, que asociaba a Podemos con terribles amenazas extremistas de otras latitudes u otros tiempos, nuestro apoyo y crecimiento habría sido aún más profundo, sobre todo entre los sectores de la población más reacios o menos proclives a los cambios —la ciudadanía de mayor edad o la de las zonas del interior. Las élites tradicionales en España aceptaban parcialmente la necesidad
de cambio al tiempo que concentraban ingentes recursos en desprestigiar a la fuerza que lo había puesto a la orden del día. La campaña electoral de las elecciones generales, así, llegó en un clima ensombrecido para Podemos, que acusaba el desgaste de un año y medio en la brecha de la política española y de los ataques recibidos, pero también de la dinámica política acelerada y sus contradicciones. No obstante, la campaña electoral fue capaz de derrotar ese clima inducido, de desmentir a analistas y encuestas que certificaban el fin de la anomalía, y de protagonizar una “remontada” que combinó el buen hacer en la contienda mediática y política con una épica y pasión políticas plebeyas por largo tiempo olvidadas en las asépticas competiciones electorales españolas. Como bien señala nuestro compañero Owen Jones en el prefacio a esta edición, lo que Podemos ponía en juego era un proceso de ilusionamiento e identificación popular, que tensionaba la política española y permitía atravesar transversalmente: (“los de abajo vs los de arriba”) sus posiciones tradicionales. Podemos obtuvo, en una recta final ascendente, más de 5 millones de votos y un 21% del sufragio popular, siendo la tercera fuerza política española a un punto y medio del PSOE, y siendo la primera fuerza en el País Vasco y Catalunya, y segunda en algunas de las regiones de mayor peso económico y político, como Madrid o la Comunidad Valenciana. Las elecciones arrojaron un resultado complejo y contradictorio, propio de un tiempo de transición entre dos épocas políticas. Por una parte, el Partido Popular ganó ampliamente las elecciones, aunque sin los apoyos parlamentarios —ni siquiera con Ciudadanos, una fuerza de regeneracionismo neoliberal— para seguir gobernando. Además, los partidos tradicionales de la alternancia mantuvieron un poco más de la mitad de los votos, lo que, en un sistema electoral diseñado para tener efectos mayoritarios en las provincias menos pobladas, les aseguró las dos primeras posiciones en el parlamento. Sin embargo, esos resultados han dibujado un sistema político inmerso en un profundo cambio, que por ahora se manifiesta en dos equilibrios inestables. Por una parte, el que se da entre las zonas urbanas —especialmente Madrid y las periferias— y la población joven y adulta, en las que ya se ha modificado drásticamente el sistema de partidos, poniendo los principales ayuntamientos de España (Madrid, Barcelona, Valencia, Cádiz o A Coruña) en manos del cambio político, y las zonas más rurales y entre las capas de población más envejecida, que suponen hoy el verdadero sostén de los partidos tradicionales. Y relacionado con este
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equilibrio, el “empate catastrófico” que hoy marca la política española, por el cual las fuerzas democrático-populares han abierto una brecha que hace imposible regresar atrás pero las fuerzas conservadoras, aunque no son capaces de operar la restauración, pueden de momento vetar o comprometer los avances del cambio, aunque no manteniendo indemne el juego de diferencias y el pluralismo interno al régimen. El momento se caracteriza porque ni la ruptura ni la restauración tienen suficiente fuerza para conducir el país y solventar el impasse, y todas las posibilidades de gobernabilidad pasan por compromisos entre fuerzas de distinto signo. Sea cual sea el desenlace inmediato y el gobierno que se constituya, parece difícil negar que España se encuentra inmersa en un proceso de cambio político provocado por una situación de crisis de régimen en la que se agolparon la crisis de legitimidad de las élites y los partidos tradicionales, la crisis económica y social sobrevenida por las políticas de ajuste y el desgaste institucional y la oligarquización de nuestro sistema político. Esas condiciones facilitaron con el 15M una “situación populista” en España, de dicotomización simbólica entre el conjunto institucional y las élites y una multiplicidad de sectores y grupos con poco más en común que sus demandas frustradas y la desconfianza hacia los que mandan. El movimiento de los indignados sirvió para expresar y enmarcar los dolores, producir esa brecha y sacudir el “país oficial” mostrando la potencia del “país real”. Podemos leyó esas condiciones y propuso una articulación narrativa y un horizonte electoral e institucional a esa aspiración de cambio. Desde entonces ha dado pasos para construir cultural, afectiva y simbólicamente una nueva identidad política que nuclee una voluntad nacional-popular que haga, a su vez, de las razones de los de abajo las razones de un nuevo país y los cimientos de un nuevo bloque histórico. Esta es una historia en desarrollo mientras escribimos. Al mismo tiempo, el desarrollo de un proyecto nacional-popular y democrático en un país de la Unión Europea nos remite a unas condiciones y posibilidades de desarrollo distintas a las que se dan en países en los que además se producen crisis de Estado —del monopolio de la violencia, de la gestión del territorio y de la producción de certidumbre por las administraciones públicas. Podríamos afirmar que la profundidad y rapidez de los procesos de cambio están en relación directa con el grado de colapso o descomposición institucional de una sociedad, pero también con la capacidad de los que trabajan por el cambio para, desde una posición de partida de
subalternidad, construir pueblo y reordenar el mapa político de sus países. Más allá de la experiencia de Podemos, que ni es extrapolable ni resuelve las cuestiones específicamente nacionales de cualquier proceso político, el libro busca contribuir a una nueva mirada que reúna los mejores esfuerzos y reflexiones para la construcción de hegemonía progresista, popular y emancipadora en Europa. Frente al avance oligárquico, que ha ido vaciando el contenido de los pactos sociales y constitucionales de posguerra, estrechando la soberanía popular —al tiempo que inflama el fantasma del “populismo”— y entregándole cada vez más parcelas de vida a poderes privados salvajes que no rinden cuentas ante nadie, es necesaria una recuperación de la política y sus pasiones para una revolución democrática que, como todas, siempre nace del “we the people”, la afirmación -construcción- de un pueblo que reclama la soberanía y un nuevo acuerdo social. Esta revitalización de la política implica pensar los componentes afectivos, míticos y culturales de toda construcción de identidades, y por tanto abandonar el fetichismo de las etiquetas y los programas en favor de una mayor atención a las metáforas y pasiones. Y, al mismo tiempo, los itinerarios y agendas de una posible “guerra de posiciones” al interior del Estado. Como decimos en el libro, se trata de imitar al neoliberalismo, pero a la inversa: construyendo mayorías nuevas para que los gobiernos progresistas por venir operen transformaciones y reformas tales que incluso cuando pierdan —y, eventualmente, siempre se pierde— sus adversarios tengan que gobernar de forma muy similar a como ellos mismos lo habrían hecho, porque hayan construido una cotidianeidad, un suelo cultural, unas administraciones públicas, una malla de tejido social y un modelo socioeconómico que limite y estreche las posibilidades de involución oligárquica y por el contrario potencie las posibilidades de avance en un sentido democrático y popular. Un último apunte a modo de cierre. Las modestas victorias que Podemos haya podido conseguir a lo largo de sus escasos dos años de vida han llegado por su habilidad para evitar la tentación, desoyendo consejos bienintencionados a izquierda y derecha, de buscar en viejos o nuevos manuales las recetas apropiadas para el escenario concreto en el que nacimos y seguimos creciendo. El reconocimiento de la contingencia como dato central de la política, de la necesidad de evaluar y repensar a cada momento el “qué hacer” sin caer por ello en el tacticismo cínico, es la mejor lección que podemos extraer de nuestra breve experiencia. Espero que el lector haya encontrado en las páginas precedentes no un manual, sino unas pistas.
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¿Por qué es importante la transversalidad y por qué no es una idea abstracta?
Por Eduardo Maura (Responsable estatal del Área de Cultura y Secretario político de Euskadi)
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urante mucho tiempo, la izquierda tradicional ha pensado que las posiciones que adoptamos ante la realidad estaban determinadas directamente por cuestiones socioeconómicas. Es decir, que uno era de izquierdas o de derechas en función de sus “intereses sociales objetivos”, como individuo o como parte de una “clase” o grupo social. Esos intereses se decidían en función del lugar que cada persona o grupo ocupara en el ámbito de las relaciones económicas (empleado/a de un sector concreto, director/a de una oficina, empresario/a, trabajador/a, autónomo/a, etc.) Sin embargo, la política o el sentido del voto no son simplemente una consecuencia directa de esto o de cualquier otra variable económica o social. Vivimos en sociedades complejas en las que nuestra vida esta llena de estímulos y demandas muy diferentes, a veces contradictorias. Tan importante como nuestro lugar en la pirámide económica es la manera en que nos vemos a nosotros mismos, nuestras aspiraciones y expectativas, la manera en que nos contamos a nosotros mismos cómo hemos llegado a tener el trabajo o la vida que tenemos, etc. A veces la manera en que nos vemos a nosotros mismos es más real que cualquier “realidad social objetiva”. En Euskadi, por ejemplo, hay muchas familias que lo pasan mal, pero la situación no es de emergencia social generalizada y la percepción ciudadana no es esa. La percepción de la corrupción, aunque hay prácticas corruptas y clientelares, es mucho más baja. A la ciudadanía vasca le preocupa el empleo y la precariedad, obviamente. El desempleo, sobre todo juvenil, es muy alto, pero en general se percibe que está por debajo de la media estatal. Existe una renta de garantía de ingresos que ha sido recortada hace poco, pero que en función de diferentes variables puede llegar hasta los 960 euros. El sistema de bienestar social, aunque insuficiente, es cierto que funciona mejor que en otros territorios. En Euskadi, como en todas partes, hay que estar con los que peor lo están pasando, con los movimientos sociales y las luchas concretas, como de hecho hemos estado siempre, pero solamente con eso Euskadi no tendríamos opciones de gobierno de signo popular.
La desconfianza en las instituciones vascas gobernadas por el PNV y el afán de cambio que nos hizo ganar las elecciones generales allá no es consecuencia directa de una situación económica desesperada. Afecta a sectores medios que por la crisis económica y por la crisis institucional han visto como sus expectativas de ascenso social han quedado bloqueadas. Afecta a personas jóvenes con estudios y a personas mayores de 55 años que sienten que las instituciones se han anquilosado y no están a la altura de sus problemas. Afecta a la gente trabajadora del sector industrial que desde la reconversión ha sentido intensamente que su familia, su ciudad o su pueblo merecían más. Afecta a personas que vienen de votar muy diferente y de experiencias de la crisis completamente diferentes. ¿Por qué entonces hay perspectivas de cambio en Euskadi? Por muchos motivos, entre ellos uno fundamental: en Euskadi ha entrado en crisis el relato de las élites, que dice que en Euskadi todo va bien, que Euskadi es el modelo ideal de gestión, y que si hay problemas en realidad es porque el PNV y el Gobierno Vasco no tienen suficientes competencias. No es cierto. En Euskadi se han hecho recortes y hay políticas injustas marca de la casa, aunque no haya una emergencia social evidente. No es un territorio ideal, pero tampoco se halla en ruinas. No es una isla, pero tiene sus especificidades. Por eso es un buen lugar donde medir el potencial del cambio político. Si en Euskadi estamos en condiciones de ser el primer gobierno autonómico de Podemos es precisamente por la transversalidad como principio político. Hay quien dice que la transversalidad es ambigua y moderada. No es cierto: en realidad es más radical y avanzada. Radical porque aborda de raíz la diversidad social y de experiencias individuales y colectivas de la crisis; avanzada porque no tiene miedo de dejar atrás los lenguajes de siempre con los que tan cómodos nos sentíamos. Transversalidad es interpretar que no puede haber cambio real sin reconocer la diversidad de experiencias sociales y de imágenes de uno mismo que hay en nuestros territorios. Es articular un discurso y una línea de avance democrático capaz de reelaborar esas demandas y experiencias diversas en clave de mayoría social nueva, no de
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sectores replegados sobre sí mismos o sobre sus “intereses objetivos”. Implica asumir que el cambio requiere de audacia y de riesgo: concretamente, la audacia de no conformarse con que nos apoyen personas que ya están de acuerdo con lo que proponemos, y el riesgo de no pensar solamente en nosotros mismos y nuestras causas, viejas o nuevas, sino en quienes todavía no están o no terminan de confiar en el cambio. Consiste en arriesgar a salirse de los marcos en los que estamos cómodos y ocupar espacios diferentes, nuevos, y por tanto más exigentes, como hicimos participando en el Aberri Eguna o día de la patria vasca. Era un día que parecía de parte, que
para muchas personas era ajeno u hostil, pero que nos sirvió para expresar claramente que tenemos En definitiva, transversalidad es que personas y sectores muy diferentes entre sí viajen en común hacia políticas diferentes, hacia una manera diferente de hacer política y de relacionarse con las instituciones. Toda mayoría social ha de ser necesariamente diversa y plural: lo común es el afán de devolver las instituciones a su gente y la recuperación de la soberanía popular. Lo común es el viaje y es la herramienta Podemos, abierta siempre a los que faltan. Hagamos de nuestro proyecto de mayoría popular uno lo más avanzado, transversal y democrático posible.
· Lo común es el viaje y es la herramienta Podemos, abierta siempre a los que faltan
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Dos años de Podemos. Y ahora, ¿qué hacer? “Un poco de internacionalismo aleja a los hombres de su patria, mucho internacionalismo los devuelve a ella” Jean Jaurès
Por Julio MartínezCava (Secretario político del Consejo ciudadano municipal de Madrid) y Rodrigo Amírola (Coordinador de la Secretaría política de Podemos)
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Viejas preguntas que necesitan de nuevas respuestas
Calmadas –quizás por poco tiempo– las aguas del ciclo electoral, no sorprenderá a nadie que busquemos afanosos herramientas que sirvan para orientarnos, esto es, que hagamos explícita la vieja pregunta que hoy nos asalta sin velos y en su fría desnudez: ¿qué hacer? Más en concreto: ¿qué hacemos ahora las diferentes personas comprometidas con el cambio político y con Podemos como herramienta para ese cambio? El pasado mes de enero hicieron dos años desde que un grupo de activistas e intelectuales decidiera impulsar un proyecto político que rápidamente desbordó los límites de lo imaginable, convirtiéndose en protagonista –y, afortunadamente, ya no en solitario– de un ciclo político que pateó el tablero político de nuestro país. Aún no se ha cerrado el momentum electoral pero es hora de congelar por un instante la aceleración de la realidad política y tratar de mirar lo recorrido. Como nos recordaba un viejo conocido, “analizar los procesos en mitad de su desarrollo permite siempre hallar vestigios del pasado, bases del presente y gérmenes del futuro”. Las reflexiones, que aquí se recogen, pretenden contribuir a un debate ya abierto sobre qué ha de ser Podemos y en qué dirección ha de empujar el cambio político sin hacerse trampas al solitario, ni ofrecer respuestas concebidas en abstracto. En definitiva, trataremos de ofrecer algo de luz desde la honestidad intelectual, partiendo del reconocimiento de que no sabemos qué hacer desde siempre.
Vistalegre o el pecado original del electoralismo
Como es de sobra conocido, uno de los hitos más remarcados en el breve calendario de nuestra formación política es la Asamblea Ciudadana de Vistalegre. En ésta se cifra en buena medida el origen de Podemos. Como todo origen fue conflictivo, sobre él han corrido ríos de tinta y ha servido como punto de referencia del devenir de Podemos. Para algunos fue un punto de inflexión, una suerte de pecado original, que marcaba un antes, dibujado como idílico y caracterizado por la espontaneidad de los círculos, y un después, en el que supuestamente todo quedaba reducido a lo electoral. Para muchos de nosotros se trató de una apuesta estratégica para un ciclo corto, la estrategia Vistalegre¸ que requería la constitución de “una
maquinaria de guerra electoral”, orientada a los recientes comicios generales, y entendida como la mejor herramienta organizativa para construir pueblo y cambiar nuestro país. Uno puede estar de acuerdo o no con esas líneas estratégicas pero nos gustaría ante todo destacar dos elementos: en primer lugar, no se trataba de una apuesta genérica por cómo tenía que ser Podemos en cualquier contexto, sino de una estrategia entre otras posibles, que partía de un diagnóstico y trataba de abordar un momento político concreto. Desde esta perspectiva, se entendía que la mayoría de esfuerzos y recursos que movilizase la nueva organización, aún en ciernes, tenían que volcarse a la conquista de posiciones institucionales a través de la participación en elecciones. Ese enfoque era fruto de un célebre diagnóstico: vivimos en años de excepcionalidad política, somos hijos de un ciclo de movilizaciones que estaba decayendo antes de que surgiéramos como organización y es necesario construir un proyecto amplio que se nutra de lo sembrado por y desde el 15-M. Dicho de otra manera, que Podemos apostase por volcarse en cuerpo y alma en el ciclo electoral no partía de la convicción de que toda la batalla política se reduce a lo electoral, ni consistía en un mero cálculo de cómo obtener más poder. Era precisamente la mejor estrategia para el objetivo principal por el que nacimos: cambiar nuestro país, regenerando las instituciones, revirtiendo las políticas de austeridad y devolviendo la esperanza a un pueblo humillado y castigado por sus élites. Y todo ello mediante la construcción de un pueblo, esto es, la construcción y articulación de una mayoría amplia y popular con una nueva voluntad colectiva. A la luz de la situación actual, a pesar de que el ciclo corto-electoral no ha terminado, es justa y pertinente la pregunta acerca de si la estrategia ha sido buena o no. En diciembre no cumplimos el objetivo de ganar las elecciones y no conseguimos superar al PSOE, al que nos quedamos pisándole los talones. ¿Significa entonces que elegimos mal el camino y que deberíamos haber seguido otro? ¿Significa que había otra herramienta más eficaz para el objetivo propuesto? Por suerte o por desgracia no lo sabemos porque en política no existen las certezas sino el apostar y arriesgarse: y nosotros nos arriesgamos a ganar. De todos modos, nos gustaría cambiar el enfoque, como planteaba Íñigo Errejón, “la clave es […] que
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 haya un resultado que haga imposible la vuelta a lo de antes con plena normalidad. Es decir, que haya un resultado que haga saltar por los aires el sistema de partidos viejos”. Los adversarios políticos también juegan, realizan movimientos tácticos y tienen muchos instrumentos en su poder. Nosotros no surgimos simplemente para ganar unas elecciones generales o librar sucesivas batallas electorales, sino para cambiar nuestro país y, en ese sentido, las posibilidades siguen abiertas y hemos de estar orgullosos de haber contribuido a ello. El impasse en el que nos encontramos apunta a las dificultades que tiene el “partido único articulado”, como lo ha llamado Monereo, para restaurar el viejo orden.
Hasta Vistalegre y más allá
Pero entonces si Vistalegre marcó la elección de una estrategia coyuntural entre otras posibles y no algo así como la esencia de Podemos, ¿podemos encontrar los elementos que definen al proyecto durante todo este trayecto? O, dicho de otra manera: ¿qué elementos deberían permanecer en un escenario postelectoral? Creemos que merece la pena destacar al menos tres: 1. Saber de dónde venimos: las posibilidades de un proyecto como Podemos se localizaban en dos tipos de condiciones: de un lado, el estallido de la crisis económica mundial y su impacto en una economía periférica de la UE como la española, un inestable contexto internacional y las políticas de ajuste estructural; de otro, el ciclo de movilizaciones iniciado por el 15-M, que hizo que la indignación cristalizase en una crisis orgánica, esto es, una crisis que afectaba a las instituciones fundamentales del orden político del 78. De este modo, no cabe pensar Podemos como una fuerza política de tiempos de normalidad. Es impensable así que Podemos hubiera surgido, por ejemplo, en el año 2005. En buena medida, existimos porque las élites rompieron el pacto de convivencia de nuestro país “por arriba” y porque los partidos viejos fueron incapaces de escuchar lo que la mayoría de la población entendía como sentido común. 2. Un proyecto de país, alumbrado sobre la marcha del proceso: la pretensión de avanzar en la democratización de las diferentes esferas del mundo social, recuperando la soberanía popular; el objetivo de definir un nuevo modelo de ciudadanía, que blinde derechos fundamentales en clave de garantías constitucionales; la necesidad de acabar con la nefasta austeridad y apostar por una nueva política económica que englobe el fortalecimiento de los servicios públicos, la reducción de la deuda vía crecimiento y estimulación de la demanda interna y un nuevo modelo productivo basado en el talento y el I+D+I, plantando cara a una injusta división europea del trabajo, que nos relega a una posición de economía deficitaria, supeditada a la producción y los beneficios de los países del Norte europeo.
Además ese proyecto incluye un elemento definitorio de la tan cacareada y vaciada de contenido “nueva política”: la comprensión de la representación y, por lo tanto, de los cargos públicos electos como servidores de la voluntad popular. Los representantes no serían así simplemente los emisarios del pueblo (el representante es el espejo de mi identidad), ni tampoco delegados absolutos (el representante tiene carta blanca y si no te gusta escoges otro dentro de 4 años). Sino que, en línea con la concepción republicana de las instituciones, entiende que los políticos deben poder ser fiscalizados y deben rendir cuentas periódicamente de sus acciones; deben mostrar ejemplaridad pública para devolver la confianza de la gente a las instituciones, combatiendo la apatía y la resignación frente a la política; y, finalmente, tienen que poder deberse exclusivamente a la ciudadanía para tener posibilidad de ejercer una representación libre (para lo cual su financiación no puede provenir de grandes fortunas o bancos con las que establezcan deudas perpetuas). Las élites viejas hicieron de la política de este país un coto privado para su enriquecimiento personal de tal manera que el enorme abismo que se abrió entre la gente y sus instituciones parecía haberse vuelto insalvable. La mera presencia de gente normal en el Congreso, de gente más parecida a la España real que a la banda de privilegiados que nos ha gobernado, ha llegado incluso a alcanzar el estatus de tema mediático. En buena medida, Podemos nació de ese desencanto pero con el objetivo de generar una nueva cultura política, aún hoy por crear. 3. La construcción del sujeto del cambio: a la mayoría de nuestro país no le preguntaron si era de izquierdas o de derechas antes de congelarle el salario, despedirle de su trabajo, bajarle la pensión, echarle de su casa, subirle las tasas de las matrículas u obligarle a re-pagar por sus medicamentos. Las viejas élites sembraron un campo de malestar general que intentamos politizar sin pedir los carnets a nadie. Y si algo hemos hecho en estos dos años ha sido dirigirnos a esa mayoría social, plural y heterogénea. Hoy estamos en condiciones de afirmar que la transversalidad ha sido un éxito. La transversalidad no es un truco electoral, sino que forma parte del ADN de Podemos. Aquellas personas a las que nos dirigimos invitándolas a sumarse al cambio no les pedíamos únicamente el voto, sino que les tendíamos la mano para que se implicasen activamente en la transformación de nuestro país. En una sociedad, en la cual las identidades comunes (de clase principalmente, pero no sólo) saltaron por los aires, y donde el rasgo definitorio de nuestra estructura social es la fragmentación y, relacionado con ella, la especial importancia de la comunicación, la reflexión en torno a la relación de las esferas de “lo social” y “lo político” no puede girar en las viejas claves de interpretación. No existe un sujeto social privilegiado esperando a ser llamado a filas
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42 · Cada cargo público de Podemos es una trinchera conquistada que puede ser bien utilizada por los agentes de cambio. “Las instituciones” y “las calles” no son dos ámbitos que se relacionen siempre en clave de antagonismo: la institución crea y destruye sociedad civil, y los cambios en la sociedad no suelen dejar inmune a la institución aunque no se trasladen de forma mecánica
para cumplir ninguna misión histórica. Por eso creemos que evitar el riesgo de convertirnos en una organización clásica relegada al margen izquierdo del tablero pasa por comprender que no se puede construir pueblo sólo con los más castigados por la crisis. Indudablemente una de las principales tareas de un gobierno de cambio debería ser abordar la emergencia social existente en España y, por ello, presentamos iniciativas parlamentarias como la Ley 25 para paliar la situación de emergencia social. La desigualdad social atenta contra los derechos humanos, supone una constante ruptura de la cohesión social y fomenta y construye la exclusión política. Por lo tanto, garantizar unas condiciones mínimas de vida no solamente es una obligación de la sociedad en la medida en que es el único garante real de libertad, sino un medio básico para que la gente pueda participar de la política de su comunidad. No se trata de que nos debamos más a la gente con menos recursos o en situaciones de pobreza, sino que es una flagrante injusticia que haya pobreza y altos niveles de desigualdad en sociedades ricas como la nuestra. Como decía Owen Jones cuando cerró el programa de Salvados: “algo es bueno no por quién lo diga, sino por lo que dice. [...] no era bueno porque venía de la clase obrera, sino porque la clase obrera era la única que luchaba por la consecución de una sociedad sin clases”. Al mismo tiempo somos perfectamente conscientes de que no es posible el viejo proyecto social-liberal de conformar un país en torno a las “clases medias”. Las “clases medias” son hoy una realidad desestructurada y empobrecida. El tramposo sueño de aquella “nueva” socialdemocracia europea, la tercera vía de Blair o Felipe González, se reveló hace ya tiempo como nefasta pesadilla. Hoy esos sectores intermedios desestructurados son caldo de cultivo para el cambio: una parte del éxito de Podemos reside justamente en haber sabido dirigirnos a esos sectores intermedios en la medida en que sus aspiraciones de ascenso social no tienen cabida en la actual coyuntura y se ven obligadas a elegir entre la resignación o sumarse a las fuerzas del cambio. No por casualidad estas ideas se debatieron en los movimientos sociales de los que muchos venimos, porque, como recordaba Pablo Iglesias hace no tanto: “las plazas no fueron organizadas ni hegemonizadas por las organizaciones de la clase obrera, sino por los sectores que se hallaban más desprovistos de representación sindical o política”. Basta un vistazo a un dato de los resultados electorales en Madrid para ilustrarlo: además del territorio o la edad, uno de los rasgos específicos que caracteriza a los votantes de Podemos es la renta. Por esa razón, fuimos más fuertes en Villaverde, Usera, Carabanchel o Vallecas. Pero quizás no haya que perder de vista que el crecimiento electoral de Podemos es uniforme en toda la ciudad (en torno al 3% en estas elecciones): crecimos igual en Salamanca, Retiro, Centro o Arganzuela. Tengamos en cuenta este dato como brújula en la búsqueda de nuevos retos y horizontes.
El misterio del partido-movimiento
Se ha repetido con asiduidad aquello de que “cuando Podemos termine las elecciones debe volver a las calles”. Como si estuviéramos inmersos en una empresa institucional que no nos es propia y ahora nos tocara volver a nuestros orígenes. ¿A quién corresponderían las posiciones institucionales desde esa perspectiva? ¿Cuál sería nuestro origen perdido? Lo cierto es que Podemos surge precisamente porque el ciclo de movilizaciones de 2011, abierto por el 15-M, daba señales de agotamiento. Pero podemos ir más allá: la condición de posibilidad de pensar la construcción real de movimiento popular ha sido la brecha abierta por Podemos. Cabía pensar allá por 2014 que los movimientos sociales repuntasen, empezaran a coordinarse entre sí desde abajo y plantearan una alternativa de país? La hipótesis del movimiento popular, que tenemos que construir junto a otros actores sociales y políticos, no sólo no contradice la estrategia Vistalegre, sino que, de hecho, sólo nos la hemos podido plantear de forma verosímil después de esta. Las transformaciones de largo recorrido son más fáciles de abordar cuando las diferentes iniciativas y proyectos que alumbra la sociedad no están bloqueadas por una miríada de trabas burocráticas y obstáculos políticos, sino que, más bien, hay una parte importante de las instituciones que pueden ponerse del lado del cambio e invierten recursos y atención para ensancharlo. Cada cargo público de Podemos es una trinchera conquistada que puede ser bien utilizada por los agentes de cambio. “Las instituciones” y “las calles” no son dos ámbitos que se relacionen siempre en clave de antagonismo: la institución crea y destruye sociedad civil, y los cambios en la sociedad no suelen dejar inmune a la institución aunque no se trasladen de forma mecánica. El gesto del que nació Podemos rompió con una vieja concepción mecanicista, extendida aún hoy entre diferentes sectores políticos y militantes, según la cual la acumulación de fuerzas en lo social se canjea luego en el mercado de lo político. No está de más hoy recordarlo. Aprender de los errores cometidos, pero también hacer autocrítica de las concepciones propias para poder seguir avanzando. Si ahora alguien nos preguntase legítimamente: ¿en qué consiste ese extraño partido-movimiento? Tendríamos que responder con sinceridad que es difícil saberlo pero es urgente e importante pensarlo. Dejaremos apuntados aquí algunos posibles trazos del debate que debería abrirse en nuestra organización: • La tarea de los círculos: tejido y territorio. Uno de los mayores tesoros de Podemos, que además nos diferencia de otras fuerzas políticas, es la enorme cantidad de gente ilusionada y movilizada que hemos conseguido sumar al proyecto. Se torna fundamental, pues, el reto de otorgar tareas, fijar metas, así como la generación y organización de
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 espacios de encuentros para conectar con diferentes realidades sociales. Aquí los círculos territoriales y las moradas se convierten en instituciones fundamentales para el nuevo ciclo como focos que, de un lado, sirvan de puente con las situaciones sociales concretas y, de otro, expliquen los pasos a seguir y el nuevo proyecto de país en marcha. En la medida en que somos una organización nueva que ha sido capaz de politizar a muchas personas que no provenían de espacios de militancia previos, se han vuelto urgentes las necesidades de formación política para la construcción de cuadros medios que aseguren la continuidad del proyecto y garanticen las capacidades técnicas para ocupar puestos institucionales. • La construcción “hacia afuera”. Si la transversalidad, como hemos dicho, es parte esencial de Podemos, ha de pensarse en esa clave la utilidad de todas las iniciativas, proyectos y recursos a nuestra disposición. En definitiva, se trata de tener en mente la enorme pluralidad del sujeto del cambio con el que se trabaja. De nuevo, un buen ejemplo son las moradas, espacios híbridos –entre lo político, lo cultural y lo simplemente recreativo– que permiten encuentros y experiencias políticas –en un sentido muy amplio de la palabra– a personas no procedentes de ambientes militantes. • Aumento de la potencia comunicativa. La mayor parte de la tarea de nuestros cargos públicos, y de nuestra organización, sigue siendo algo conocido (y sólo en parte) exclusivamente por los activistas de Podemos. Es necesario planificar cómo trascendemos los espacios de militancia para impactar más en la ciudadanía y poder fortalecer nuestros proyectos con un “afuera” afín. En este sentido, son bienvenidas todas las iniciativas como proyectos de radio, periódicos, y otras herramientas comunicativas que puedan desplegarse a lo largo y ancho de nuestro país. • La relación con la sociedad civil. El mantra de “volver a las calles” o “tejer las relaciones con la sociedad civil organizada”, como buen mantra, ha sido poco concretado y creemos que sus posibles desarrollos merecerían mucha atención. Si aceptamos que los movimientos sociales y la sociedad civil organizada son los más capaces de formular intereses colectivamente y en cierto sentido ofrecen programas alternativos de sociedad, bombeando como un corazón por los vasos comunicantes de la sociedad, entonces siguen siendo un conjunto de agentes imprescindibles con los que trabajar políticamente. No se trata de mitificarlos como si hubiera un conjunto armonioso de demandas ya construidas a la espera de ser recogido
(existen contradicciones, errores mutuos, roces y afinidades entre los diferentes agentes por las trayectorias respectivas, etc.). Tampoco se puede pecar de la arrogancia y la ironía del adanista que cree que parió todo lo bueno sin reconocer el enorme trabajo de los miles de activistas que empujaron por el cambio en nuestro país con anterioridad. Pero sigue habiendo verdad en la reflexión de que sólo la forma-partido –independientemente, por tanto, de su antigüedad o novedad– consigue hacer de factor aglutinador de las distintas luchas separadas espacial, temática y socialmente, poniendo de manifiesto su racionalidad común como respuesta ante las ofensivas oligárquicas. Es necesario construir una red de afinidades con los colectivos que trabajan por desplazar el horizonte de lo imaginable políticamente: el riesgo de no contar con este espacio-intermedio articulado es que seamos presas fáciles de campañas de desgaste de nuestros rivales políticos que no deberían afectarnos tanto y, al mismo tiempo, veamos cómo sujetos aliados puedan confrontar con nuestra tarea porque no hemos sido capaces de establecer buenas relaciones con ellos. Además, no se trata de convertir a nuestra organización en un movimiento social más: que nos sirva de orientación en este tema aquella célebre frase del filósofo italiano, “no tenemos que ser los labradores de la historia, sino el abono”. • La nueva institucionalidad. Poner nuestros recursos al servicio de la sociedad. Una de las condiciones para la construcción del movimiento plurinacional y popular es saber potenciar los diferentes movimientos y asociaciones de esta ciudad, ofreciendo humilde y generosamente la herramienta política de esta organización. Tenemos que ser capaces de canalizar las demandas de la sociedad civil a las instituciones más allá de los procesos de elaboración programática. Asimismo, es nuestra tarea asegurar que los cargos públicos de Podemos sean herramientas de la gente y de la sociedad civil organizada, puestas al servicio del interés general. Aunque es importante ser conscientes al mismo tiempo de las diferentes esferas de acción. Con ello, construimos un movimiento del que Podemos es el motor y que permite ensanchar y consolidar la brecha del cambio que abrimos en los distintos comicios electorales. Antes de dar por sentadas las tareas y los métodos, va siendo hora de pararse a pensar. Porque el cambio ‘no se hace, se organiza’. Pensemos cómo se hace tras las elecciones de junio. Tengamos claro lo fundamental. Excepcionalidad política y crisis de régimen como punto de partida, transversalidad como método para construir pueblo y buenas instituciones como punto de llegada.
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¿Asaltar las instituciones?
Por Jorge Lago (Responsable estatal del Área de Cultura y Formación y Director del Instituto 25M)
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ensar la relación de Podemos con las instituciones es, claro, pensar la cuestión del poder. Una reflexión del todo punto necesaria pero que corre siempre el riesgo de conducir a la impotencia y la inacción: sabemos que el poder no reside en las instituciones, o no todo él ni aquel, quizá, con más capacidad de decisión y transformación; sabemos que la política institucional está dominada o sobredeterminada por instituciones no democráticas que gobiernan, en una sombra cada vez menos oscura pero no por ello implacable, el destino de los estados, las sociedades, los pueblos. Sabemos, también (¡cómo no saberlo!), que las relaciones sociales se estructuran en torno a procesos deslocalizados, anónimos y de los que las instituciones son muchas veces simples espectadoras. Sabemos, en fin, que la trama de intereses, posiciones, relaciones de subordinación y explotación que conforman el orden social desbordan el marco institucional y hacen sospechar de sus límites para el cambio político y social. Sabemos, sí, todo esto, y corremos el riesgo de partir de esta constatación para acabar en el perverso y demasiado conocido confort de lo inalcanzable, que se despliega siempre en una dualidad paralizante: la aparente imposibilidad diagnosticada del cambio refuerza su deseabilidad (y su necesidad moral, ética, histórica) pero anula cualquier forma de paso al acto, de realización o comienzo: ese futuro que nunca puede empezar y nos devuelve a un presente eterno, permanentemente repetido.
Deseo y victoria
* Publicado en Viento Sur, nª143 http://vientosur.info
Para pensar la relación que ha mantenido Podemos con las instituciones -como vía posible de acción política transformadora- es prioritario atender antes a la forma en que este despliegue de la imposibilidad ha sido neutralizado, o al menos contenido. Dicho de otro forma, conviene explorar las razones y raíces de la voluntad de victoria o el deseo de ganar, relativamente inéditos en los espacios militantes y políticos contestatarios, tradicionalmente marcados por el repliegue en la imposibilidad o, como señala Zizek, en la respuesta histérica. Si la histeria es definida por Lacan como el deseo de mantener el deseo insatisfecho, es decir, buscar y anhelar la imposibilidad como estructura deseante, la política asediada por la respuesta histérica sería precisamente aquella que habría adoptado la pérdida o la imposibilidad como la estructura misma del deseo: la transformación o mejora de las condiciones de vida de las mayorías (el deseo) sería precisamente aquello que no debería ser satisfecho (mediante la victoria en alguna de sus formas y variantes) gracias a una identidad anclada en ese repliegue del
imposible paso al acto (imposible pero necesaria realización del deseo). La impotencia se vuelve identidad (somos aquellos que no podemos ganar), y la acción política refuerzo de esa identidad (los símbolos, canciones, frases y relatos de esa derrota). Cualquier posibilidad de victoria se vuelve, así, una amenaza a lo que se es (deseo de no realizar el deseo) y cualquier paso al acto (acción política de masas), un riesgo de dejar de ser lo que se es (la trágica pérdida de la identidad).
La novedad es la crisis orgánica:
Es por otro lado evidente que esta superación de la imposibilidad, esta ruptura con la identidad de -y en- la derrota en la que las fuerzas políticas contestatarias se refugiaron durante el duro invierno neoliberal, no puede entenderse como simple asalto de una nueva voluntad de poder, surgida de la nada o de la superioridad moral o intelectual de un nuevo sujeto político, sino como expresión y a la vez desencadenante de una forma de crisis. Es, podríamos decir, resultado y síntoma paralelos de una respuesta social (15M) y política (Podemos, candidaturas municipales de unidad popular, etc.) al agotamiento de un régimen, el del 78. O, por utilizar la expresión gramsciana de la crisis orgánica, podríamos decir que la pérdida de hegemonía tanto de las élites como de sus relatos fuerza la reconfiguración de todo el campo políticodiscursivo: si las posiciones y discursos se toman y emiten siempre mediante un juego de diferencias y oposiciones, parece claro que rotas las posiciones dominantes (incapacitadas para seguir nombrando la realidad y generar un relato que cohesione y movilice a la mayoría social), quedan a su vez huérfanas de referentes diferenciales las posiciones antagonistas (muchas de las cuales creyeron que con la simple quiebra de los discursos dominantes llegaba por fin su hora -¡la espera de los justos!- sin cambiar nada). De ahí la necesidad (evidenciada en el 15M) de toda una refiguración del discurso (¡de todos los discursos!) que acaba alterando profundamente los ejes -horizontal y vertical- de la ordenación política española: del par izquierda/ derecha al de élites/ciudadanía; de la oposición instituciones/movimientos a la posibilidad del asalto institucional de un partido-movimiento. Es esta reconfiguración de las posiciones la que hace emerger la posibilidad de la victoria como horizonte inmediato, no desplazado sino presente: se puede pensar en ganar.
Ganar para qué
Pero, ganar para qué, se nos pregunta no pocas veces -dejando entrever una crítica ante el vacío posible
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 de la respuesta-. Una pregunta que, de nuevo, corre el riesgo de situarnos en la casilla inmóvil de salida. No porque no haya respuesta, sino porque es una mala pregunta que obliga a una mala respuesta. Y es que cualquier atisbo de respuesta va a estar asediado, una vez más, por la imposibilidad, pues solo podemos responder mediante un relato imposible de narrar de antemano: ¿qué se va a hacer?, ¿cómo?, ¿qué pasos se darán y a dónde conducirán cada uno de ellos para delinear los siguientes? ¿Qué capacidad tendremos de realizar esos pasos, qué fuerzas se opondrán, qué cambios y acontecimientos tendremos que enfrentar? Preguntas que fuerzan siempre a un relato preciso, lineal y con desenlace conocido, que se sustituye tanto a lo concreto de las relaciones de fuerza cambiantes de cada momento, como a las posibilidades de actuación siempre distintas. En definitiva, un relato que niega la incertidumbre e imprevisibilidad propias de lo real, y que requiere de una narrativa en la que todas las acciones, todos los personajes y todas las escenas de la historia que se cuenta acaban quedando determinadas por un objetivo último que las explica y determina. Como si la historia estuviese o pudiese estar escrita de antemano. Como si, en definitiva, la política fuese el mero desplegarse de un relato previamente escrito donde los sujetos son simples personajes de una ficción con decorado inmóvil.
15M: ficción y conflicto.
Esta ruptura con los relatos lineales y las preguntas totalizantes es crucial para entender no solo Podemos, sino la naturaleza del ciclo de movilizaciones que se inicia simbólicamente con el 15M pero que le trasciende tanto en España como en las formas políticas antagonistas que hemos visto surgir en el Mediterráneo, con el ejemplo de Grecia a la cabeza. Es quizá ya un lugar común entender el 15M como un momento de ruptura con las formas ideológicas previas a su irrupción. Pero quizá sea menos común entender que esta ruptura no se explica como antesala de una sustitución, desde la lógica lineal de la sucesión de narrativas: unas filosofías políticas en el lugar de otras bajo una línea más o menos constante y evolutiva. Algo inédito acontece en torno al 15M: la quiebra de una forma secular de representación y, con ella, de desplazamiento del conflicto político y social. Lo que se rehuye en el 15M no es solo, creo, una u otra ideología, una u otra forma de representación política. Hay algo de fondo que atañe al mismo gesto representativo, ese que opera mediante el desplazamiento permanente de la política al espacio resolutivo de la narración. Resolución del conflicto antes siquiera de habitarlo y operar en él, solución en forma de relato explicativo toda vez que salvífico: progreso, comunismo, anarquismo, socialismo, huelga mítico-revolucionaria, movilización social disrruptiva, pero, también, estado estacionario,
contrato social definitivo, mercado perfecto o mano invisible armonizadora. Tantos relatos como filosofías políticas encontremos y, por supuesto, con sus formas adaptadas al presente: salida del euro, acumulación de fuerzas definitiva para una ulterior traducción política, futura igualdad real dada una igualdad de oportunidades otorgada por el Welfare como horizonte único y último, etc. Siempre relatos que hacen como sí la salida futura estuviera prescrita y diseñada, pero que quedan relativamente mudos para operarla y declinarla en presente. No, no hay salida más allá del presente porque no hay representación posible de la solución (y por tanto evitación) del conflicto. Esto, lejos de llevar a un repliegue nihilista o a una pulsión individualizante, sitúa a la acción política como centro ineludible, como núcleo traumático que no se deja desplazar. Solo hay política (solo había, en las plazas, apertura de la discusión y de la acción, sin cierres en falso -con todo lo desesperante que esto pudiera ser-). Entender la política como acción, como efecto de la inevitabilidad de un conflicto que no admite soluciones prefijadas, nos sitúa en dos momentos que han recorrido los márgenes de la movilización sureuropea: el de una forma de verdad no narrativa de la política, y el de la democracia como horizonte presente de la acción (esto es, como práctica y no como objetivo a alcanzar en un futuro que nunca puede empezar).
Democracia y verdad: fin del relato y de la política eludida
Podemos usar el escenario griego de la negociación con la Troika, la dramática derrota en forma de tercer memorándum y, también, la valoración dada desde las izquierdas europeas, como espacio ilustrativo del despliegue (con su corto circuito sintomático) de estos momentos interconectados: verdad política por un lado, democracia como horizonte último por el otro. Sin espacio aquí para abordar la complejidad de la negociación del gobierno Tsipras con la Troika, y la posterior firma del humillante memorándum, sí cabe señalar la disputa entre Tsipras y los partidarios del famoso Plan B (dentro y fuera de Grecia) como la de una oposición entre una aceptación de la inevitabilidad del conflicto político (¡sin escenario de salida!) frente a una narrativa que resuelve en la ficción el conflicto de lo real. La actitud de Tsipras es clara: no hay salida, hay relaciones de fuerza y ahora son profundamente desfavorables, no se puede ganar, no ahora. Enfrente, una salida narrativa idealizante que piensa el conflicto ya resuelto por la vía de su desplazamiento a un futuro que ni está dado, ni se le espera: salida del euro, recuperación de la soberanía, autonomía política y económica. Entre una y otra posición, dos formas de verdad: la que Tsipras dirige al pueblo griego (hemos perdido hoy, veremos cómo cambian las relaciones de fuerza y de qué márgenes de acción disponemos más allá del memorándum), la del grexit positivo a través
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PRIMAVERA 2016 · LA CIRCULAR de un hipotético Plan B como solución desplazada a un futuro imaginado (salida del euro y soberanía nacional… ¿con qué capacidad de financiación?, ¿con qué industria para auto abastecerse?, ¿con qué deuda, con qué consecuencias para la población, con qué soberanía real?). Un desplazamiento apoyado más en la necesidad de la creencia (hay solución, ha de haberla, debe existir un Plan B) que en el análisis concreto (¡y puramente materialista!) de las relaciones de fuerza y las posibilidades reales de acción. No hay más horizonte, plantea Tsipras, que la democracia (nuevas elecciones) y que la verdad política (hemos perdido, por ahora). No hay más opción que habitar el conflicto, que siempre se muestra en forma de paradoja: no a la austeridad, no a la salida del euro.
La diferencia esencial con la socialdemocracia:
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· Pero, ganar para qué, se nos pregunta no pocas veces. Una pregunta que, de nuevo, corre el riesgo de situarnos en la casilla inmóvil de salida. No porque no haya respuesta, sino porque es una mala pregunta que obliga a una mala respuesta
Una verdad que, por otra parte, marca la diferencia entre Syriza y la socialdemocracia: la diferencia entre Tsipras y un Zapatero intentando, al final de su mandato, convencer al pueblo español de que la reforma del artículo 135 de la Constitución era tanto buena como necesaria, instalando así, y de manera ya definitiva, el discurso y la práctica socialdemócratas en la austeridad, es decir, en su enterrador. La diferencia entre Syriza y la socialdemocracia no es solo moral o ética, sino profundamente política: sí, hemos perdido frente a Alemania, pero con dos consecuencias, una interna y otra externa, que refuerzan y ahondan, para marcarla a fuego, esa diferencia con la socialdemocracia: hacia dentro convocando nuevas elecciones, manteniendo la movilización popular (en el referendum previo y en la derrota posterior) y creando o reforzando una identidad popular que nada tiene que ver con elementos identitarios patrios (lo griego frente a lo externo), sino políticos (la democracia y los derechos frente al poder de mando financiero y austericida). Pero, y esto es también sustantivo, ese gesto marca una inflexión hacia fuera: Alemania debe forzar la firma del memorándum mostrando razones puramente políticas, desnudando el relato técnico-económico bajo el que el status quo europeo disfraza la narrativa puramente ideológica de la austeridad. Y lo hace después de un referéndum en el que un pueblo movilizado expresa rotundamente la oposición europea hoy fundamental: democracia o austeridad. Una oposición que, dicho sea de paso, deja sin espacio alguno a las socialdemocracias europeas, toda vez que prefigura un nuevo espacio político transversal y en disputa, al que precisamente Podemos apela mientras nombra y construye.
Acumulación de fuerzas en lo social o vía institucional Las instituciones, en el ejemplo griego, no se oponen a la movilización social ni a la
acumulación de fuerzas propia de las luchas sociales, sino que las refuerza y amplía. Estamos más allá del paradigma dual que enfrenta instituciones a movilización (“la política está en las calles y no en los parlamentos”), más allá de esa separación artificial entre lo social y lo político. Esta separación opera siempre mediante otro recurso ficcional que hace hoy aguas, ejemplificado en ese momento cuasi mítico del relato en el que lo acumulado en la lucha social (ocupaciones, huelgas, manifestaciones, etc.) se transformaría en algún tiempo y lugar (ese tiempo y lugar que no termina de llegar nunca, ese futuro que no puede empezar) en fuerza política, en poder institucional. Creo que el salto institucional que anima la teoría política de Podemos se fundamenta, también y sobre todo, en el cuestionamiento de esa separación entre la construcción de movimiento mediante la lucha social como opuesta a la potencia (o impotencia) de la representación política y la acción institucional. La decisión de presentarse a las elecciones europeas si se recababan apoyos suficientes, ese gesto público emitido desde el Teatro del Barrio de Madrid en enero de 2014, era también el gesto de una desfechitización del momento ideal en el que las luchas y movimientos se transformarían más o menos automáticamente en capacidad y fuerza política. Al menos tres premisas sostuvieron el gesto de Podemos: uno, la movilización está en reflujo mientras que la crisis -la económica y la del régimen político y social mismo- sigue su curso imparable; dos, la configuración de la sociedad civil autorganizada con capacidad de autogobierno, en la España profundamente desmovilizada e individualizante del régimen del 78, forma parte más del mito y la reconstrucción nostálgica de lo que nunca fue, que de la constatación empírica; tres, unas elecciones y una cabeza visible -por mediáticapueden ser elementos fundamentales para la construcción de un sujeto político que no está dado, para el crecimiento de aquello que, además, estaba en ese momento en reflujo: movilización e identificación popular con un proyecto de cambio político, social y cultural. Vale decir, lo institucional (en este caso un proceso electoral, pero unos meses después se tratará de la ocupación de algunos de los ayuntamientos más importantes del Estado para, por fin, enfrentar las elecciones generales) como momento fundamental de construcción de aquello que las luchas sociales han permitido pero no han podido consolidar: una mayoría social capaz de articularse en mayoría política. Es decir, lo institucional como momento real de ampliación del campo de batalla toda vez que de construcción de lo que no estaba dado por las luchas (¡y menos aún por la crisis!): un sujeto político.
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IMPOSSIBLE IS NOTHING.
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En el nombre de la Izquierda
Por Germán Cano y Gonzalo Velasco
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· ¿En el debate sobre la Izquierda no debemos quizá perder nuestro miedo a que la identidad se difumine para ganar el proceso histórico en juego?
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n una entrevista previa a las elecciones municipales y autonómicas de 2015, el periodista Javier Gallego pidió a Pablo Iglesias que comparara los personajes de la serie Juego de Tronos con personalidades de la actualidad política española. Llegado el turno de Alberto Garzón, el líder de Podemos no dudó en remitirse a Ned Stark. Tratándose de un personaje que acaba la primera temporada con la cabeza en una piqueta, parece que la analogía no estaba en ese momento exenta de ironía. Sin embargo, la comparación tiene un potencial analítico que, a buen seguro, tampoco era ajeno a la intención de Iglesias. Ned Stark es presentado al inicio de la trama como el patriarca de la familia destinada a ser protagonista e hilo conductor de la narración, un personaje imbuido de épica y valores nobles que vive refugiado en su retirado feudo. Llamado por el rey de la corrupta capital para reformar y sanear el sistema, el atrincheramiento en sus principios en un entorno hostil acaba conduciéndole al fracaso de su encargo. La alegoría a estas alturas no escapa a nadie. Stark encarna a un personaje político que se afana en defender unos principios y convicciones que, pese a su justeza, no terminan de conectar con la sensibilidad y los deseos de una realidad social resistente. Quizá el mensaje a Garzón era este: no basta con tener razón, es también necesario aprender a modularla negociándola con las “razones” de los otros. Unos “otros”, además, que no siempre son seres autónomos y racionales de una pieza, sino, muchas veces, escindidos, ambivalentes en sus creencias. Cierto, hablamos de una caricatura, pero la forma en la que hace unos meses, durante la campaña electoral del 20D, IU terminó apelando al discurso de la “autenticidad” de la Izquierda y sus valores históricos para distinguirse de Podemos, ¿estaba tan lejos de esa deriva enfáticamente moral de Ned Stark? En el muy recomendable libro de conversaciones con Julio Anguita, Atraco a la memoria, el historiador Juan Andrade tilda precisamente de “enroque identitario”1 a esta reciente reacción de IU ante la creciente amenaza de Podemos a su posición dentro del tablero político. Una constatación autocrítica que puede hundir sus raíces en un diagnóstico traumático: tras el corrimiento de tierras del 15M, la crisis ha dejado entrever la carcomida carcasa de determinadas instituciones de nuestro régimen institucional, ha agudizado las contradicciones sociales, pero no es menos cierto que también ha revelado las limitaciones de la Izquierda tradicional a la hora de liderar las fuerzas de cambio.
En este sentido, más allá de las caricaturas, se impone debatir por qué es urgente que una estrategia orientada de forma realista a dicho cambio intervenga políticamente, más allá de la interpelación identitaria, en los aristados y ambiguos terrenos afectivos de la realidad social. Unos enclaves tradicionalmente obviados o subestimados justamente por un tipo de interpelación comunicativa basada en la confianza casi automática en que el plano de lo social y sus luchas bastaba para alumbrar el camino del cambio. Si reconocemos que la crisis ha afectado también al discurso de la Izquierda tal y como la hemos conocido; que el combate ideológico de ideas y educación política se revela en estos momentos crucial, máxime teniendo en cuenta las derrotas en su lucha con el discurso neoliberal en este terreno, el escenario ineludible del cual debemos partir no es otro que el de la autocrítica. Ante la pérdida de las viejas certidumbres, caben dos actitudes: o bien apelar al rearme en las convicciones “auténticas”, cuya pérdida sería fruto de una desorientación transitoria y reversible; o bien reconocer la propia vulnerabilidad y, desde ella, movilizarse para ponernos a la escucha de nuevas situaciones y problemas para los que, quizás, todavía no tengamos un discurso, una teoría que consideremos cierta y definitiva. En el contexto de la actual oportunidad histórica que supone la segunda vuelta electoral, ¿no debemos quizá perder nuestro miedo a que la identidad de la Izquierda se difumine, si de lo que se trata es de ganar el proceso histórico en juego? Pero volvamos a la cuestión del deseo, concretamente del problema del deseo por la Izquierda en un contexto de pérdidas históricas. En un ensayo de Wendy Brown de 19992, muy discutido desde entonces, la autora estadounidense recuperaba el concepto “melancolía de la izquierda”, acuñado por Walter Benjamin en la época de Weimar, para brindar claves sobre el agotamiento de un determinado ciclo histórico, el de un determinado “nosotros” emancipador. Casi dos décadas después, el artículo sigue siendo muy útil para reflexionar en qué medida y cómo debe ser alimentado el deseo por una Izquierda renovada a la altura de los tiempos. Sostiene Brown que, tras la asunción de determinadas perdidas históricas, se ha producido en esta una suerte de enroque melancólico que le ha conducido a amar más sus razones y pasiones, sus análisis y convicciones, de lo que cabría amar el mundo realmente existente que supuestamente quiere cambiar. Orgullosa de su herencia, cierto discurso de la Izquierda habría terminado, sin embargo, comprometiendo la traducción de este legado a su presente concreto, reduciéndolo a una suerte de fetiche.
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 ¿Cabría extrapolar este diagnóstico de Brown a la situación de la Izquierda española? Sin duda, para hacer un balance histórico adecuado, sería interesante traer aquí a colación las idealizaciones excesivas de la Izquierda española en la coyuntura de la Transición y la forma que tuvo en su momento histórico el “carrillismo” de hacer de necesidad, virtud. Esto es, “sublimando” la imposibilidad de impulsar sus opciones transformadoras en una imaginaria estrategia de transición al socialismo que se presentaba, en la lectura eurocomunista, como pacífica, gradual e institucional3. Otro libro reciente de conversaciones, escrito al calor de la crisis de la Izquierda en España, busca también orientarse en el laberinto en el parece encontrarse IU y su anterior precedente, el PCE: des(unidos). Patología o virtud de la izquierda, de Manolo Monereo y Héctor Juanatey4. El diálogo nos permite entender cuál fue el espacio histórico de la izquierda que resultó de las disputas internas de IU. Según Monereo, en IU han convivido dos almas: “una es la carrillista, que es una cultura dominante y lo sigue siendo hoy en día en una parte sustancial de IU. Es una cultura que representa un realismo pedestre, de andar por casa, y que viene a decir que en España el partido mayoritario de la izquierda es el PSOE y que nuestra misión histórica es hacerlo caminar más hacia la izquierda”5. La otra sería justamente la anguitista, que, valiéndose de su pedagogía de masas, trataba de hacer de IU el partido mayoritario de la izquierda e impulsar a largo plazo el llamado sorpasso del PSOE. Monereo cree que es en este escenario donde la futura renovación de IU debe acercarse a la brecha creada por Podemos. Esta prescripción, corroborada por el reciente pacto electoral abanderado por Iglesias y Garzón, se opone a la actitud de la vieja guardia de IU, ante la que Monereo no se muerde la lengua: “Lo que Cayo Lara hace, y yo creo que la historia será muy severa con él, es no situar en el centro la autocrítica de IU, sino la identidad de IU amenazada por Podemos”6. Para intentar responder, no obstante, a la pregunta de si saldremos del laberinto acentuando el camino a “la Izquierda” o buscando un incómodo espacio político nuevo, debemos reparar en algo más. La identidad que hasta ahora IU ha tratado de extrapolar a toda la Izquierda no consistía solamente en unos principios ideológicos traducidos de forma programática, sino también en recuperar una función, una casilla reservada en el tablero político español desde los albores de la Transición. En ese espacio la Izquierda se ha definido, por un lado, en relación a la centralidad de un PSOE que, en sintonía con la desideologización generalizada de la socialdemocracia europea, renuncia y le cede a IU las luchas y los espacios simbólicos de la izquierda trabajadora. Sin embargo, pese a que se defina por estar “a la izquierda” de la socialdemocracia, su finalidad política no es combatirla. Al contrario, asume la restricción al espacio que le ha sido
reservado, y desde ahí se resigna a la colaboración ocasional. Este es el motivo por el que desde ciertos sectores críticos se ha podido, sin caer en contradicción, atribuir a Podemos un centralismo pragmático y presuntamente “inauténtico”, al tiempo que se exhibía su disposición para el pacto con el PSOE como una virtud que les distinguía de Podemos. Recuperando los términos de Monereo, la paradoja puede formularse así: al situarse “a la izquierda” de Podemos, ¿no estaba retornando IU al “carrillismo” en el que se refugió Llamazares? ¿Ese espacio caracterizado por una voluntaria impotencia que, al tiempo que de forma identitaria se presenta como la izquierda irredenta, no le lleva también a convertirse funcionalmente en un facilitador de la hegemonía socialdemócrata? No en vano Carrillo y Llamazares han sido los dirigentes del PCE más aceptados por los agentes de normalización. El primero, en su vejez, por ejemplo, fue tertuliano en el programa La Ventana de Gemma Nierga, un índice de la “normalidad” del Régimen del 78 por su capacidad para integrar desde ejemplares políticos como Llul hasta otros infames como José Ignacio Wert o Jorge Fernández Díaz. Llamazares, por su parte, representa en el imaginario colectivo la Izquierda tolerable por resignada que vino a restañar el “exceso” de un Julio Anguita que un programa como Las Noticias del Guiñol de Canal + estigmatizó, no se olvide, como personaje quijotesco. En ese escenario, la guerra de posiciones consistía en excluir al PSOE del espacio de la Izquierda por su identidad programática, lo cual le permitía el favor de los votantes de izquierda; al tiempo que excluía a Podemos por su voluntad de escapar precisamente de ese espacio cómodo, lo cual les podía otorgar el apoyo del votante moderado. En suma, IU se fortalecía porque ocupaba esta zona de confort histórica, a saber: la de ser muleta del PSOE. Como no luchaba por ganar un espacio de poder (poder entendido como la capacidad de habilitar posibilidades de transformación desde la institución), era tolerada en su valor de curiosidad marginal y reafirmada en su mesura por los generadores de opinión mainstream. Desde el atrincheramiento en el feudo de la izquierda tolerada por el “turnismo” hegemónico, la diferencia representada por Podemos ha sido reconocida por IU como un innegable aldabonazo, pero también como una suerte de desviación. El primero de los motivos de este supuesto desvío sería el supuesto déficit “pedagógico” de Podemos y su renuncia a convencer en base a los principios ideológicos constitutivos de la izquierda tradicional. Según este presupuesto, la verdadera izquierda se caracteriza por su esfuerzo en convencer a las bases trabajadoras de la necesidad de apoyar proyectos políticos de transformación real. Sería un rasgo específico de esta labor pedagógica de izquierdas el construirse a través de la praxis (sobre todo el activismo sindical y social), y no solo mediante intervenciones comunicativas de masas. La
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1 J. Anguita-J. Andrade, Atraco a la memoria. Un recorrido histórico por la vida política de Julio Anguita, Madrid, Akal, 2015, p. 431. 2 W. Brown, “Resisting Left Melancholy”, Boundary, 2, 26:3, 1999, pp. 19-27. 3 J. A. Andrade Blanco, El PCE y el PSOE en (la) Transición. La evolución ideológica de la izquierda durante el proceso de cambio político, Madrid, Siglo XXI, 2012, p. 44. 4 M. Monereo, entrevistado por H. Juanatey, Des(unidos). Patología o virtud de la izquierda, Madrid, Icaria, 2015. 5 Op. cit., p. 31 6 Op. cit., p. 63.
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· En este enfrentamiento con la hegemonía neoliberal resulta poco productivo apelar a moldes que aún merece la pena discutir y actualizar bajo otras claves, y muy erosionados por el enemigo, como la identidad de clase de los trabajadores
querencia por los medios de comunicación de los principales líderes de Podemos sería así, el síntoma de un partido concebido como una “maquinaria electoral”, que preferiría prescindir de ciertos ideales de difícil consecución en aras de un mayor rédito en las urnas. El de Podemos sería -este es también el argumento preferido de un cierto sector crítico habitual en medios alternativos- un “elitismo seductor” que estaría actuando ilegítimamente en nombre de la gente. Entendemos, sin embargo, que esta crítica parte de unas premisas liberales distantes del enfoque materialista que se presupone en una posición actualizada de izquierdas. Es propio del liberalismo postular que es responsabilidad de cada individuo alcanzar mediante sus propias capacidades deliberativas una posición autónoma en los debates en liza. La pedagogía que aquí busca convencer sería la herramienta para que otros llegaran a la posición ideológica que consideramos acertada. Por el contrario, la izquierda heredera de la crítica de la ideología marxiana sostendría que solo a través del ejercicio efectivo de una transformación social el individuo puede modificar su punto de vista. Por ello, a nuestro juicio, la izquierda melancólica de IU habría seguido una estrategia en el fondo dependiente del modelo de persuasión liberal: construye una posición que defiende como la que tiene la razón para, en un segundo momento, esperar que los demás sean capaces de comprenderla. Si no llegan a ese comprensión, la responsabilidad es de terceros (medios de comunicación, otros partidos). En cambio, la lógica comunicativa de Podemos ha seguido otra dirección: en lugar de construir una posición ideológica y después tratar de persuadir a las clases trabajadoras de su idoneidad, ha tratado de dar sentido a lo que la ciudadanía ya piensa, reivindica, desea y critica. Dicho de otro modo, no dibuja una meta que los demás tendrían que alcanzar: crea una estrategia para avanzar e ir redefiniendo las metas. Tampoco trata de exigir una praxis militante a todo el mundo. Hoy esta ya solo funciona en determinados sectores profesionales, sobre todo los caracterizados por su cohesión interna y la relativa seguridad que provee la existencia de convenios colectivos acordados en tiempos en los que las relaciones de fuerzas del pacto social eran más favorables al trabajo organizado. Frente al reproche de IU, la comprensión del hecho comunicacional en Podemos constituye una actualización a la altura de los tiempos de una posición que no abandona el marxismo: se trata de transformar para poder cambiar las conciencias, no a la inversa. En esa relación comunicativa, “lo popular” no es una dimensión pasiva que se limita a recibir la acción pedagógica, sino una fuerza utópica que es preciso construir y articular: en términos de Gramsci, se trata de potenciar lo que la gente piensa, no lo que la gente quiere escuchar. Dirigentes de todas las facciones internas de IU han reconocido la importante brecha que ha abierto
Podemos en la fortaleza del Régimen del 78. En un examen más ajustado, sin embargo, observan que allí donde aparecen visiblemente las virtudes de la herramienta también se aprecian sus debilidades: según ellos, su rápida capacidad contaminante de agregación esconde hondas limitaciones que solo un discurso genuino de Izquierda podría subsanar. La labilidad ideológica de Podemos habría sido hasta ahora su fortaleza, pero sería en el futuro su debilidad. Su problema básico radicaría en que la formación emergente se entiende, si no como una izquierda acomplejada, al menos como una suerte de “izquierda líquida” que juega deliberadamente con la ambigüedad por trabajar en un heterogéneo conglomerado de indignación social que debe ser pulido en términos ideológicos. Demasiado lábil y flexible, por cuanto apuesta fundamentalmente por una política más cultural que social, Podemos articularía malestares sociales que son por naturaleza diferentes. Sin embargo, al entender superficialmente esta concatenación de malestares solo como una agregación mecánica o pasiva de voluntades, estos dirigentes no aprecian en qué medida lo que aquí está en juego es un proceso formativo, un aprendizaje político que, yendo más allá de la suma de voluntades o demandas individuales, puede modificar a los sujetos que se incorporan a ese proceso. Confundiendo lo que es una interpelación política al malestar con una simple maniobra de adulación de masas, esta crítica no acierta a percibir tampoco en qué medida, en un contexto neoliberal de responsabilización individual del dolor social, es preciso trabajar políticamente en todas las indignaciones existentes para impedir su involución. Por no discriminar intereses de clase y terminar cumpliendo las expectativas de todo su electorado, IU cree que la estrategia de Podemos puede convertirse en un bumerán que conduzca no solo a su propio fracaso, sino a destruir a la larga las ilusiones de toda movilización social futura. Para impedir posibles reflujos de la movilización social -”que nuestra gente se vaya a su casa”-, Garzón llegó a promulgar la defensa de una “izquierda ideologizada, sólida y organizada frente al auge de una fuerza que es líquida y vaporosa que es Podemos”7. Resulta curioso que, en esa misma intervención, Garzón apelara a la experiencia histórica del Partido Comunista Italiano, un caso en el que, ciertamente, la Izquierda tuvo que padecer una travesía en el desierto de la cual aún no se ha recuperado. Y decimos “curioso”, porque si alguna lección puede extraerse de la política cultural del PCI en la Italia de posguerra fue, como bien ha señalado Perry Anderson8, la derrota de su posición idealista ante la nueva fisonomía del mundo del trabajo y la sociedad de masas emergente, una cultura inimaginable para unos militantes generacionalmente curtidos en otra geografía social. Fuera de las universidades, de
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 los editores, de los estudios o de los periódicos, donde se extendía el envidiable radio de influencia del Partido, empezó a florecer en las trincheras de la prensa liberal un giro cultural al calor de revistas o programas televisivos concebidos a medida de los gustos del elector medio. Desde su posición cultural aristocrática, el PCI contempló esta emergencia con condescendencia, si no con desprecio. Disolviéndose, asimismo, poco a poco, la tensión y los puentes entre la vanguardia artística con la emergente sensibilidad popular, la izquierda quedó sin capacidad hegemónica de reacción ante la contrarrevolución cultural del imperio mediático de Berlusconi, que terminó capturando y saturando el imaginario popular bajo un imaginario consumista autocomplaciente e infantilizado. No creemos que haya que señalar en qué medida la Izquierda española en las últimas décadas ha fracasado a la hora de comprender y jugar en la liga mediática y sus tiempos y cómo la estrategia de Podemos nace de toda una reconsideración de estas limitaciones. ¿Ha de provenir toda nuestra fuerza de cambio de la fuerza de la Izquierda? Gramsci denominaba “catarsis” al momento de construcción ideológica que acontecía tras el acontecimiento de una crisis orgánica. Con este término, sin embargo, no hacía referencia a ninguna política radical orientada a concentrar contradicciones o “tocar fondo”, sino a todo lo contrario. Así designaba el decisivo momento político-cultural en la conformación de una subjetividad que abandonaba una situación de subordinación pasiva y superaba la tentación económica de los inmediatos intereses corporativos para llevar a cabo su iniciativa histórica. La pregunta que debemos formular es hasta qué punto, en un contexto de crisis orgánica como el nuestro y en un contexto de fuertes transformaciones del tardocapitalismo, un discurso menos vaporoso, más “duro” y no acomplejado de Izquierda, como el de la identidad de clase, puede hoy mismo tener éxito a la hora de aglutinar a figuras como un trabajador autónomo, un joven precario empleado por una ETT, un desempleado de más de 50 años o un jornalero inmigrante, figuras que, en virtud de su atomización en el espacio sociolaboral, posiblemente aún necesiten salir de ese bloqueo y dar el primer paso de encontrar un sentido social y político a los dolores que hasta ahora padecían en soledad. Aquí, de nuevo, la incapacidad de IU para actualizar un discurso de clase propio del capitalismo industrial torna su “izquierdismo” en cómplice del orden establecido. Sin un análisis de las nuevas formas del trabajo y de los procesos de subjetivación que genera, la exhortación a una movilización de clase, por su imposibilidad, acaba legitimando el orden al que se pretende oponer, dejando desprotegidos a trabajadores para los que la protesta obrera entraña un riesgo personal que no pueden afrontar en solitario. Esta urgencia por construir buenos “imaginarios colectivos”
es aún más acuciante si reparamos en cómo, en determinados países como Francia, el discurso tradicional de la Izquierda ha resultado inoperante para frenar el populismo de derechas. Desgraciadamente, como han terminado reconociendo algunos de sus promotores, IU terminó convirtiéndose en un aparato cuyas inercias han subordinado las opciones y “posiciones” concretas de transformación del tablero político legado por el Régimen del 78 a su identidad como partido y como vigilante de las esencias de la Izquierda. En lugar de significar una herramienta, la relación con la impresionante y elogiosa memoria colectiva que está a sus espaldas se torna en un lastre, pues en lugar de recuperarla en clave de reactualización y crítica, la asumen en términos de sumisión y repetición. Se piensa siempre desde un horizonte de tradición, pero el vino nuevo no puede hoy contenerse en los odres viejos sin perder de vista los nuevos dolores sociales que hoy emergen, multiplicados en los últimos años al calor de una ideología realmente radical, la neoliberal, que incluso se ha deshecho de lastres liberales para consolidar el dominio de un mercado cada vez más eximido de tutelas políticas. En este enfrentamiento con la hegemonía neoliberal resulta poco productivo apelar a moldes que aún merece la pena discutir y actualizar bajo otras claves, y muy erosionados por el enemigo, como la identidad de clase de los trabajadores. Este mantra, por ejemplo, no se ve acompañado de un análisis pormenorizado de las nuevas condiciones de producción y trabajo en el capitalismo cognitivo. Exigir a los trabajadores actuales el tipo de movilización que era propia del capitalismo industrial corre el riesgo de clamar hoy en un desierto autorreferencial: el precariado y un trabajo condenado a la dispersión no pueden estructuralmente convertirse en un sujeto colectivo. Apelar al despertar de ese sueño, por tanto, es abocarlo a su fracaso y, con ello, perpetuar la relación de fuerzas socioeconómicas que se pretende combatir. En este sentido, el discurso de Podemos no es liquidez vacua: es la relectura de la evolución ideológica y material del capitalismo desde una tradición de izquierda que no se entiende a sí misma como algo que debe preservarse de forma intacta, sino como una herramienta presta a renovar enfoques. Tras una primera vuelta electoral en la que IU pareció abocarse al espacio de marginalidad facilitadora del turnismo, el pacto para los comicios del 26J puede representar un paso para que asuma por fin el reto histórico al que nos enfrentamos. Lo que está en juego no es solamente el sorpasso por la izquierda al PSOE. Lo que nos jugamos es zafarnos de las etiquetas ideológicas para reivindicar nuestra legitimidad para protagonizar la articulación de una verdadera democracia y garantizar una reapropiación popular de los principios e instituciones republicanos.
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7 A. Garzón: “No hay transformación social sin movilización en la calle”, entrevista en Mundo Obrero, http:// www.mundoobrero.es/ pl.php?id=4435 8 P. Anderson, El nuevo viejo mundo, Madrid, Akal, 2012, pp. 327-341.
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Vivimos tiempos de cambio, no solo de las correlaciones de fuerza en las instituciones, sino también de los modos de hacer política: sus estilos, contenidos, agentes y lugares. La irrupción pública de muchas mujeres con protagonismo político, la relevancia de una agenda de contenidos feministas como parte de un proyecto político transformador para todos y todas, junto con formas de hacer que desplazan la figura tradicional del liderazgo vertical, estereotipadamente asumida como “masculino”, han reabierto la vieja pregunta por la “feminización de la política”. ¿Nos sirve este término para pensar en una práctica política a la altura de los retos de los tiempos que corren? Con la intención de abordar estas cuestiones en un formato de diálogo hemos trasladado tres preguntas iguales a cinco personas diferentes en su relación con Podemos. Todas ellas comparten la apuesta por hacer de la mirada feminista una herramienta útil para la política que pone en el centro una transformación profunda del conjunto de la sociedad.
Feminización Clara Serra, coordinadora del Área Estatal de Mujer e Igualdad y diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid
Justa Montero, participa activamente en el movimiento feminista desde 1974, autora de diversas publicaciones y ponencias, forma parte de la Asamblea Feminista de Madrid.
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de la política Xulio Ferreiro, alcalde de A Coruña por Marea Atlántica, licenciado en derecho y profesor titular de Derecho procesal en la UDC.
Ángela Rodríguez Pam, feminista, filósofa y diputada de En Marea el Congreso de los Diputados.
Silvia L. Gil, activista feminista e investigadora.
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Sobre el concepto
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Clara Serra
Justa Montero
Entiendo que la feminización de la política tiene que ver no sólo con la mayor presencia de las mujeres en la política sino también con la llegada de cuestiones y temas nuevos. Son dos cosas diferentes pero ambas están relacionadas y, por eso, no dejaría de enfatizar que la feminización de la política está ligada a que haya más mujeres en el espacio público. Eso lleva aparejadas consecuencias fundamentales para la política misma; que estemos todos y todas es la manera más eficaz de que estén representados todos los problemas y en una política hecha por hombres han faltado problemas fundamentales. Somos las mujeres las que estamos sobrerrepresentadas en el espacio privado de los cuidados, las que somos más capaces de provocar, con nuestra llegada al espacio público, una transformación de las prioridades políticas. Feminizar la política es traer al debate público y arrojar luz sobre aquellas cuestiones que han permanecido ocultas justamente por haber estado feminizadas, es decir, por haber sido llevadas a cabo por mujeres en la invisibilidad. Eso que hay que traer al centro de las prioridades políticas es la vida y el cuidado de las personas, lo que tiene que ver con las necesidades fundamentales que tenemos todos y todas y que, por lo tanto, no deberían haber estado fuera del conjunto de preocupaciones fundamentales de la política. Feminizar la política es restituir una ausencia que hacía a la política sorda a problemas comunes de todos y de todas. Creo que con el concepto de feminización conviene tener ciertas cautelas antiesencialistas. Es fundamental que cuando defendamos la feminización de la política nos guardemos de aceptar con ello que hay algo así como una forma de hacer política que les corresponde propiamente a las mujeres. Obviamente no se trata de una cuestión biológica, eso es evidente, pero tendría también cuidado con ligarlo a algo así como una “cultura de las mujeres”. Cuando hablamos de liderazgos femeninos y los ponemos en valor no nos referimos a una forma de liderar que le correspondería a las
En los discursos, la feminización de la política tiene distintos significados. El más primario es el que se refiere al objetivo de una mayor presencia de mujeres en las instituciones de representación política. Una acepción que se basa en la excepción (las mujeres) a la regla (los varones), y busca el efecto estético de una corrección política formal que evite el anacronismo que supone, en pleno siglo XXI, las fotos en blanco y negro. Pero no rompe el estereotipo hegemónico del ser mujer, no cambia la ética y por tanto ni introduce cambios en las formas de hacer política ni trasciende a modificar las condiciones de vida de las mujeres. Frente a esas fotos en blanco y negro salpicadas de algo de color, algunas de esas instituciones nos devuelven hoy otra imagen y apuntan otro discurso. La disputa de significados está servida. Es la imagen de la irrupción de más mujeres y, muy particularmente, de más mujeres jóvenes, que han crecido en entornos más igualitarios que los de sus predecesoras, y están marcadas por la experiencia del 15-M y el impulso de una pasión colectiva por lograr una sociedad justa. Con ellas el concepto se va ampliando y la feminización de la política define una voluntad de cambiar las formas de practicarla. Formas teñidas de mayor horizontalidad, participativas, colaborativas; valores aprendidos en el trabajo de cuidados que realizan, o en algún movimiento social. Y se abren paso con dificultad frente a las formas de la masculinidad hegemónica: agresiva, impositiva, testosterónica, con disponibilidad absoluta para la política porque son “otras” quienes realizan el trabajo de cuidados y doméstico que lo hace posible. Así se empieza a entrelazar la estética y la ética, pero no es suficiente. En mi opinión para que la feminización de la política sea útil para los cambios a los que aspiramos, además de que más mujeres y personas LGTBI se incorporen a la política con nuevas formas de hacerla, que seduzcan al resto de mujeres y hombres, requiere otros dos aspectos.
Xulio Ferreiro
Ángela Rodríguez Pam
Silvia L. Gil
Feminizar la política es ir mucho más allá de la paridad, mucho más allá de garantizar el acceso en condiciones de igualdad de las mujeres a los espacios de responsabilidad, algo que, por cierto, todavía estamos lejos de conseguir, aunque no dejamos de intentarlo y de buscar nuevos mecanismos — tecnologías democráticas— que lo aseguren. Feminizar la política, cómo no, pasa porque las mujeres dejen de estar sobrerrepresentadas en el trabajo doméstico y los cuidados e invisibilizadas en el poder, pero tiene que ver también con hacer de la política otra cosa. Hacer de la política un lugar para la cooperación y no para la competición, un lugar de complejidad en el que es posible, y deseable, hacer preguntas y pedir ayuda. Feminizar podría significar hacer de la política un verbo, un “hacer juntas”, un organizar juntas la vida en común, y no un atributo calcificado de unos pocos. Hacer de la política algo compatible con la vida, conciliable en el sentido más amplio: con la familia, con el descanso, con la lectura, con las amistades. Feminizar la política tiene que ver con introducir otras gramáticas en el lenguaje: la de los afectos, las emociones o la empatía. Tiene que ver con producir formas de participación política en las que la escucha activa, y no únicamente el puro decir ensimismado de los más capaces, tenga un lugar preferente. Tiene que ver con tejer otra relación con la palabra. Una política feminizada ha de ser una política que cuide de lo que el escritor Manuel Rivas llama “as voces baixas”, las voces bajas de la historia, que son muchas y muy diferentes entre sí. En todas partes: en las instituciones, en el tercer sector, en tu asociación de vecinas, en nuestras organizaciones políticas. Y tiene que ver, por supuesto, con la construcción de nuevos liderazgos y de otra gestión democrática —esto es vital— de esos liderazgos. ¿El riesgo? Es evidente, a la vista de mi propia respuesta; que nos dejemos llevar por la idealización del concepto, que lo convirtamos en un fetiche y acabemos por perder de vista tanto su potencia transformadora como sus contradicciones. Y que en esa sublimación nos olvidemos de hacer los deberes, claro.
Feminizar la política es algo que estamos haciendo con mucho esfuerzo, quizás no con suficiente éxito y no tanto como debiéramos. Feminizar la política tiene que ver con el cambio de paradigma que estamos viviendo en formas, contenidos, voces y horizontes en la política; en definitiva, implica muchas cosas diferentes e incluso, algunas de ellas, contradictorias. Por un lado feminizar la política es, evidentemente, hacer que más mujeres estemos en los espacios públicos. No sólo se trata de hacer que nuestras organizaciones sean más paritarias, o incluso que haya en sus cargos más mujeres que hombres, sino que las mujeres ocupemos aquellos puestos a los que no hemos tenido acceso a lo largo de la historia, o lo que es lo mismo, que lideremos. Esto último tiene la suficiente potencia y calado como para ser el motor fundamental de ese cambio de paradigma del que hablábamos. Es algo muy simple y brutal: las mujeres no estábamos (lo suficiente) y nuestra presencia (de forma al menos paritaria) se ha convertido en condición sine qua non para que el espacio político que colectivamente ocupemos tenga legitimidad suficiente. Pero no puede ser solo eso. No cabe duda de que es bueno que ocupemos puestos de visibilidad, como también lo es que haya alcaldesas y secretarias generales, pero no nos podemos quedar ahí. No conviene olvidar, por ejemplo, las lógicas y semánticas que ejercemos en la política —nuestro savoir faire, por decirlo de alguna manera. Tampoco podemos desentendernos de los contenidos de las políticas que queremos llevar a cabo. Ambas están muy relacionadas, pues no cabe duda de que hacer nuestras vidas más vivibles y devolverles dignidad tiene que ver en un plano semántico con feminizarlas, en tanto que asociamos esto último con otorgarle un mayor peso a aspectos como los cuidados, la conciliación o economizar el tiempo. A su vez, este plano semántico se relaciona con otro estético: hablar en un tono de voz maternal, sereno y tranquilo. Los dos anteriores cobran sentido cuando aparece un tercer plano, el de los contenidos, el de las políticas para la igualdad. La cosa se complica cuando asumimos que aquí hay dos o tres planos diferenciados, y es curioso porque son, sobre todo, los hombres quienes últimamente han
La feminización de la política es la extensión de la práctica feminista al conjunto diverso de lo político. Para desentrañar el sentido de esta afirmación, lo primero que debe considerarse es que la práctica no es lo contrario a la teoría, sino un conjunto de saberes, discursos y modos de hacer materializados en situaciones concretas. Una práctica resulta inseparable de los momentos históricos y de las ubicaciones particulares en las que se inscribe. Y lo político no se refiere a lo institucional ni a la representación partidista. Se trata de la expresión de la capacidad humana para modificar las cosas. En segundo término, su uso debe comprenderse vinculado más al desarrollo de los movimientos feministas –discursos, metodologías, problemáticas– que con una esencia femenina. Lo femenino puede oscurecer contenidos, proyectando una determinada figuración normativa de la Mujer sobre todas las mujeres. No producir nuevas exclusiones pasa por interrogar dichos contenidos, abrir el importante debate sobre cómo una sociedad prefigura lo femenino. ¿Qué imaginarios damos por sentado? ¿Qué cuerpos los encarnan y cuáles no? Los movimientos feministas han tratado de cuestionar esas imposiciones preguntando siempre: ¿Cómo es que una mujer llega a ser lo que es? ¿A través de qué dispositivos de poder y enunciados persistentes logra consolidarse la categoría de lo femenino como si fuese natural? Procurar, insistir y multiplicar otros valores ** [Valorar si merece la pena dejar este subtítulo que ha escrito ella] Por último, no se trata de que haya más mujeres en las instituciones o en los espacios de organización política. No cabe duda de que es importante a nivel simbólico la presencia de mujeres en un mundo dominado por hombres. No debemos dejar de insistir en ello. El hecho de que las regidoras de las dos principales ciudades del país sean mujeres disloca las creencias sobre los papeles asignados, como aquellos por lo que las mujeres deberían
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mujeres, como si se tratara del modo femenino de hacerlo, al lado de otra forma de liderar que sería propia de los hombres. Los liderazgos que se construyen a través de la colaboración no son mejores para las mujeres, son mejores liderazgos sin más. Feminizar la política es quizás más bien des-masculinizarla, y son esas formas viejas de hacer política, formas masculinizadas, las que a veces hacen a los liderazgos incapaces y débiles. Por otra parte, las mujeres tenemos muchas cosas que aportar cuando feminizamos la política, pero también tenemos aún mucho que reclamar y conquistar dentro de lo que la cultura masculina ha reservado en exclusiva para los hombres. Haríamos muy mal negocio si aceptáramos una distribución de cualidades para la política por la cual nuestras cualidades –la cooperación y la empatía– se debieran a la cultura en la que hemos sido pasivamente educadas como mujeres y, en cambio, las cualidades “masculinas” –la táctica y la estrategia– siguieran reservadas para ellos. Las mujeres que son excelentes políticas lo son no por el paquete cultural que han recibido, no por haber sido educadas así, sino también por sus propias decisiones y elecciones, porque tienen inteligencia política y porque, por ello, saben elegir las formas más eficaces de liderar. Es clave que no regalemos la inteligencia y la estrategia a los hombres mientras reclamamos, para las mujeres, una cultura recibida.
En primer lugar, que provoque un revolcón en los contenidos, porque si la nueva política pone en el centro a las personas y la satisfacción de sus necesidades, tendrá que ser feminista en sus valores, discursos, propuestas y prácticas. Y en segundo lugar que evite una visión reduccionista de la política que la limita a su acepción institucional e incorpore lo que la ciudadanía organizada y movilizada plantea y propone para disputar la hegemonía social y cultural. Porque las mujeres venimos haciendo política desde prácticas colectivas, como las PAH, el movimiento feminista, ecologista y muchos otros espacios que promueven cambios importantes en las vidas de las personas. Y no es algo nuevo.
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querido reconocer cosas separables. Para las feministas, feministizar la política consiste en implementar aquellas políticas que son capaces de hacer la vida más vivible. Sin embargo, existe un cierto convencimiento en esto que llamamos nueva política de que feminizar la política tiene que ver, en cierta forma, mucho más y en primer lugar con esos planos semánticos y estéticos comentados, siendo esto lo que desemboca de algún modo en ese tercer plano de contenidos. Resumiendo; por un lado hay quien dice que la irrupción de las mujeres hace que sea posible y necesario hablar de conciliación; por otro, quienes defienden que, debido a que el feminismo se ha convertido ya en un punto de partida inesquivable, más mujeres hacemos política y esto hace que vayan desapareciendo o siendo señaladas como viejas esas masculinas formas en las que gritar y enfadarse tiene que ver con tener razón. Ahora en los actos de campaña hacemos anti-mítines, hablamos de nuestros hijos y nuestras madres, lloramos y no señalamos al cielo sino que nos agarramos el corazón con la mano. Quizás el mayor riesgo sea pensar que esto es de lo que va feminizar la política. Como feminista, estoy muy de acuerdo en usar feminizar en lugar de feministizar, si es que esto sirve para que todas y todos, populistas e izquierdistas, hombres y mujeres, hablemos mucho de conciliación, igualdad y evitemos que sigan los asesinatos machistas. Pero el riesgo está ahí; pensar que feminizar la política es simplemente algo estético, comunicativo, y que puede no tener que ver con hacer políticas feministas. Y, con todo, este no sería el peor riesgo, aún incluso asumiendo que el término es el que mejor engloba todo eso que es feminizar, en las tripas de los espacios políticos lo masculino sigue muy presente cuando se toman decisiones fuera de los espacios colectivos, que sigue siendo casi siempre. El poder sigue siendo masculino y solitario. Creo, después de todo, que feminizar la política es un relato que hacemos en contraposición a esa vieja política de pocos. Si estamos las mujeres también, estamos todas y todos. Feminizar la política es sobre todo democratizarla.
mantenerse en el hogar. Sin embargo, esto no puede constituir el epicentro de nuestra imaginación política. Y ello por dos motivos, uno más obvio que otro. Si no existen algo así como valores naturalmente femeninos, y tampoco algo que automáticamente los convierta en buenos, la presencia de mujeres no garantizará per se el cambio. Tenemos infinidad de ejemplos en la política actual de mujeres que se posicionan del lado del poder o que en nombre de determinada feminidad justifican interpretaciones reaccionarias del cuidado –recato, sumisión, vuelta al hogar, doble jornada o incluso aborto–. Si apelar a valores dados puede ser una trampa, entonces deben ser procurados. Aquí cobra sentido el motivo menos obvio al que nos referíamos: al desencializar la feminización de la política, pasamos de una lógica descriptiva –donde se contabilizan las mujeres presentes o se presuponen cualidades innatas no cuestionadas– a una creativa, donde debemos poner a circular nuevos valores. Pero hacerlo no desde el vacío, sino escuchando, retomando y multiplicando los conocimientos y herramientas que brindan las prácticas feministas, así como los saberes de quienes habitan posiciones de subalternidad.
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Creo que este último año se ha producido una significativa transformación de las prioridades políticas que ha consistido en poner los problemas cotidianos de la gente real en el centro del debate, también los de las mujeres. Para Podemos ha sido fundamental apostar por hablar de los cuidados desde su comienzo y hemos conseguido hacer que otros partidos nos siguieran en esto, colocando en la agenda política temas como los permisos de paternidad y maternidad, el acceso universal a la educación infantil, la atención a la dependencia, la conciliación laboral y personal o familiar, etc. La perspectiva crítica que el feminismo aporta al análisis social y económico ha vertebrado un discurso y unas propuestas que Podemos ha colocado en el centro y que, además, ha conseguido hacer ganadoras y hegemónicas. A día de hoy, podemos decir que están en la agenda política cuestiones que antes eran completamente invisibles, y eso se debe a una apuesta feminista de Podemos que ha sido capaz de cambiar ya muchas cosas, cosas que tienen difícil vuelta atrás. Siempre he pensado que Podemos era y es una herramienta capaz de transportar cuestiones feministas que han permanecido en el margen hacia el epicentro de la política y que ese debía ser el objetivo estratégico del Área de Igualdad. Dificultades, por supuesto, seguimos teniendo muchas. Eso sí, creo que a veces nos olvidamos de celebrar los éxitos y lo cierto es que en un camino tan largo y accidentado como el que tenemos por delante las mujeres feministas que queremos cambiar la política no nos podemos permitir no bailar y sonreír cuando tenemos motivos para ello. No podemos dejar de criticar y denunciar los obstáculos y los retrocesos, pero esa denuncia será más efectiva si también sabemos reconocer los logros y celebrar los avances de los que podemos estar orgullosas. La alegría es a veces políticamente más transformadora que el enfado.
Esos procesos de ida y vuelta, tienen en la situación actual, una enorme potencialidad. La existencia de referentes políticos alternativos, mujeres que llevan el feminismo al espacio público, en posiciones de poder para nombrar, para establecer políticas y prioridades; que defienden de forma valiente, decidida y de corazón la vida digna de las mujeres frente a la violencia machista, frente a la precarización de sus vidas, y la negación del derecho a decidir; que reclaman recomponer su vida fragmentada por esa forma masculina de entender la política, donde lo personal no es político; que huyen de la trampa de la “meritocracia” y reconocen y legitiman a otras mujeres, y la dimensión que introduce el feminismo en la búsqueda de cambios en la situación de todas las mujeres. Ellas dan legitimidad a los esfuerzos de tantísimas otras mujeres que desde muchos espacios, de forma solidaria y colectiva plantan cara al individualismo atroz del neoliberalismo y al machismo en todas sus manifestaciones. Y marca también la importancia de las mujeres movilizadas y organizadas, porque no sería posible la presencia de tantas mujeres en los espacios de poder político sin esas experiencias colectivas desde las que se les da autoridad por medio de una perspectiva necesariamente crítica, donde el ser mujer no es una garantía para el “Sí nos representan” si no va acompañada de políticas de transformación. En el momento actual los riesgos para una feminización de la política son de muy diverso tipo. Uno de los efectos de la involución democrática, de la ofensiva patriarcal que acompaña a las políticas austericidas, es el intento de profundizar y naturalizar las desigualdades entre mujeres y hombres. Es decir, de reasignar valores asociados a la feminidad y masculinidad hegemónica a mujeres y hombres — como si de categorías irreductibles se tratara y prescindiendo de otras identidades—, donde esos valores “femeninos” se identifiquen con procesos de desvalorización y discriminación de las mujeres en lo
Xulio Ferreiro
Ángela Rodríguez Pam
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La feminización de la política está en el código fuente de la revolución democrática en curso. Es tarea de todos y todas, ya lo hacíamos fuera de los ayuntamientos, en los movimientos, en nuestros propios procesos municipalistas, pero son ellas, son algunas de nuestras compañeras, las que están empujando con más fuerza. Y se lo agradezco, porque no es fácil. Cuando accedes a las instituciones como lo hemos hecho nosotros, además de un proyecto político y una emergencia gestionas también una expectativa, un deseo, y ese deseo no está hecho exactamente a tu medida. La sed de cambio es nuestra, en efecto, pero la percepción que la gente tiene de lo que un representante puede y debe hacer, lo que espera de ti a fin de cuentas, es una construcción del adversario. Lo han hecho ellos durante veinte, treinta años en los que no se ha movido una brizna de hierba. Y entonces llegas y dices: ahora lo haremos de otra manera, ya veréis. Muy bien, ¿y mientras tanto? Mientras tanto hay que apañárselas, porque los ayuntamientos no cierran nunca, son la democracia más próxima, la de primera necesidad, 24 horas, siete días a la semana. Eso es lo que no siempre se ve. Para que uno concilie, otro deja de hacerlo. Para liberar horarios que antes también le pertenecían a la política institucional —las comidas, las cenas, el horario en el que tus hijos van al cole, la última franja de la tarde—, hay que maximizar el rendimiento de otros. Ocurre lo mismo en las organizaciones. No siempre es compatible ir rápido con ir lejos. Cuidar las voces bajas, escuchar, como decía antes, a veces exige reducir una o dos marchas. Tengamos paciencia. Estamos haciendo lo que había que hacer. Juntas. Y con alegría.
Hay algo que me parece escandalosamente peligroso que es poder llegar a pensar que Soraya Sáenz de Santamaría o Susana Díaz son elementos a tener en consideración a la hora de valorar positivamente el nivel que actualmente tenemos de feminización de la política. La situación de partida era y es lo suficientemente precaria como para que la simple aparición de mujeres hablando de cuestiones de Estado en prime time se considere feminizar la política. Esto aparte de ser un riesgo muy grande, el cual creo que tiene que ver con eso que antes comentaba que feminizar no siempre equivale a feministizar, ofrece una gran oportunidad que es absolutamente ganadora. Son los hombres los que dan ahora también pasos adelante para poner en valor esas semánticas femeninas. Son también los hombres quienes hablan desde lo pequeño y lo cotidiano de lo social. Para mí es un orgullo enorme compartir espacios políticos con hombres que trabajan por los cuidados y la conciliación, a todas luces esto ha generado un discurso que nos hace ganar a todos y todas, pero sobre todo nos ha dado un poco de razón a las feministas cuando decíamos que la igualdad no era sólo cosa de mujeres. Por supuesto esto tiene sus riesgos. Recuerdo los minutos finales del discurso de Pablo en la Caja Mágica en la campaña de las pasadas elecciones en el que se emocionaba y no podía evitar llorar recordando el sufrimiento que habían supuesto las políticas tristes y corruptas de los últimos años. Recuerdo también que lloré al ver las lágrimas de Ada Colau hablando de su hijo Luca y del poco tiempo que pasaba con él. De hecho, solíamos comentar en campaña hasta qué punto habíamos incorporado las emociones y los cuidados en política; resultaba maravilloso ver cada vez más niños y niñas correteando mientras esperaban a que acabásemos los actos. Fui consciente del gran riesgo que corríamos cuando escuché a mi madre decir que por fin Iglesias no sonaba agresivo. De algún modo siniestro se vinculó la emotividad a la feminidad y esto, a su vez, se convirtió en una máquina
La potencia de la feminización de la política radica en dos aspectos. Por una parte, se refiere a una victoria: el feminismo se ha convertido en un lugar más común. Se ha impuesto el prerrequisito de la igualdad, reivindicaciones antes marginales se han hecho ineludibles y los sentidos del ser mujer se han ampliado (expectativas vitales más allá de la familia, cuerpos disidentes que escapan a los marcos convencionales de comprensión del género, incorporación de saberes ligados históricamente a las mujeres y propuestas que se vuelven parada ineludible –por ejemplo, el asunto del cuidado–). Esta extensión del feminismo no se expresa necesariamente en términos de una ideología feminista. Incluso parecería que para que pueda extenderse necesita deshacerse de los aspectos más codificados o identitarios. Por otra parte, se refiere al desafío de incorporar las lecciones feministas en la política. Cabría preguntarse, por tanto, cuál de tantas lecciones resulta relevante en nuestro tiempo. Y la primera sería hacer de las diferencias un asunto central. En otras palabras, permanecer alerta a los efectos de exclusión producidos por las categorías sexuales, raciales o de clase con las que se maneja una sociedad. La política debe ser una práctica que ensanche constantemente sus fronteras, creando espacios políticos que en lugar de constreñir u homogeneizar habiliten las diferencias. La segunda lección consistiría en poner el cuerpo. Históricamente, la política se ha interpretado más como un discurso que como un afecto en el que los modos de ser –también el género o la sexualidad– se ponen en juego. Es fundamental que los estilos no reproduzcan las figuras masculinizadas dominantes. Tercera: parcialidad e inacabamiento. Los feminismos enseñan al respecto que cabe un hacer no heroico, que, en lugar de impulsar proyectos de emancipación totalizantes –pensables solo desde posiciones desencarnadas– piensa el compromiso en el mundo donde cada individuo o colectividad están enraizados. Esto no significa abandonar el acceso a
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Justa Montero político, lo social y lo simbólico, siguiendo el proceso inverso con aquellas que definen la masculinidad. Esto plantea el reto de tener que movernos entre la tensión de rechazar elementos negativos de los valores tipificados como femeninos, por los efectos que tiene en la situación de las mujeres, y resignificar los que tienen una potencialidad positiva para el cambio, que deberían ser generalizables también para los hombres. Hay otros riesgos en esta feminización, el de la integración por un sistema que ha demostrado fehacientemente su fuerte capacidad para ello, asimilando los aspectos más estéticos y frenando todo lo que apunte a cambios reales para las mujeres. Y dificultades no faltan porque, pese a los cambios, el machismo está bien presente en la vida política: la condescendencia masculina, propia de quienes no están dispuestos a aceptar a mujeres con voz propia, ni liderazgos femeninos/feministas; la complicidad para invisibilizar la “agencia” de las mujeres (en las instituciones y en los movimientos); el machismo reactivo y violento que desvaloriza y ridiculiza a las mujeres, que las maltrata y que avala la impunidad de todo ello.
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de emoción, alegría y votos. Desde luego da que pensar. Por una parte, me niego a asumir que esta es la gran aportación de las mujeres a la construcción de nuevos liderazgos y, por otra, no puedo evitar pensar que cuando veo a Rita Maestre o a Yolanda Díaz brillar, hay algo de eso, mujeres que emocionan.
lo general ni ceder al relativismo; pero sí una crítica a los absolutos y a las posiciones definitivas – tan propicias para las batallas identitarias–. Y cuarta: situar el cuidado en el centro. No se trata de reproducir relaciones de cuidado generadas en la desigualdad –hay que preguntar siempre: cuidar, sí, pero, ¿en qué condiciones: sobre qué interpretaciones culturales del cuidado, desde qué estratificaciones sexuales?–. El cuidado debe entenderse como una palanca para la transformación: el capitalismo globalizado se sostiene sobre cantidades enormes de trabajo invisible organizado según una ideología heteropatriarcal. La economía no puede desmontarse sin desmontar esa ideología.
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Confío y deseo que el futuro sea la feminización de la política y que ésta sea, como ha dicho Ada Colau, una fuerza imparable. Creo que vendrá de la mano de mujeres, pero no sólo. También de hombres con una manera nueva y diferente de hacer política, convencidos de que eso que llamamos “feminización” es ahora la apuesta ganadora. Feminizaremos la política si las mujeres estamos más presentes y si las feministas tenemos más protagonismo pero, también, si somos capaces de hacerlo bien. Y es que nosotras también podemos hacerlo mejor o peor, tenemos responsabilidad no solo en los éxitos sino también en los fracasos en el avance de una política feminizada y feminista. Mirando hacia el futuro diría que nos toca a las feministas seguir reflexionando sobre cómo hacer que el feminismo y la transformación que éste es capaz de producir en la política sea un proyecto de mayorías. Yo tengo claro que Podemos no será mi proyecto si no es feminista, ahora bien, creo que el feminismo tiene muchas cosas que importar de Podemos. Podemos es un proyecto que aspira a ganar y creo que nuestro feminismo debe aspirar también a ganar, allí donde ganar significa ser un proyecto de mayorías que consiga colocarse en el centro y reordenar o rearticular la política desde ese centro. Conseguiremos cambiar la política y feminizarla si hacemos un feminismo ganador. Un feminismo, por ejemplo, que hable para las mayorías y, por tanto, que hable el lenguaje de la mayoría de la gente, que se haga entender, que parta de los consensos sociales y que aspire a transformar el sentido común, pero siempre con un pie en el sentido común existente. Un feminismo estratégico, esto es, que entienda la política como un juego que se da en el tiempo, que debe pensarse en el largo plazo y que está compuesto de diferentes fases, un feminismo que sepa elegir las batallas, que sea consciente de que no se gana todo desde el principio, que no pueden darse todas las batallas juntas, que unas conquistas nos ponen en mejores condiciones para abordar otras que no ganaríamos sin esos pasos previos, que a veces toca renunciar a dar algunas peleas para asegurar posiciones en otros terrenos y que, poco a poco, con inteligencia, con estrategia y con un plan a largo plazo es como podemos ganar. Eso es hacer política. Creo que es fundamental construir un feminismo que no impugne siempre,
El horizonte de futuro pasa por encontrar una salida a la crisis económica y al régimen político que suponga un cambio radical, profundo del sistema. Urge, por tanto, materializar propuestas que respondan a los problemas globales y a los de la vida cotidiana, capaz de satisfacer el bienestar de las personas. En estos procesos, las mujeres, las personas LGTBI, las y los inmigrantes, precarizados, afectados por las hipotecas, son parte de los actores y actrices que aportan elementos imprescindibles para esa nueva cultura política tan necesaria. Dan cuerpo a una ciudadanía movilizada y organizada que, confluyendo, impulsa una radicalización de la democracia, obliga a tratar lo que hasta ahora había sido invisibilizado y reclama la universalidad de los derechos desde el respeto a la diversidad y singularidad de las y los sujetos. Si en este camino la nueva política instala en el centro de su discurso la feminización y, por tanto, se traduce en políticas reales de cambio para las mujeres, se abrirán nuevos horizontes de futuro para todas, lo que supondría una necesaria y extraordinaria manifestación del “Sí se puede”.
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El virus está inoculado, el proceso de cambio es imparable. Un ejemplo: Ada Colau no tiene vuelta atrás, decida lo que decida hacer Ada con su vida; su contribución, en este sentido, está hecha, y tendrá un recorrido larguísimo que todavía no somos capaces de anticipar con claridad. Como no tienen vuelta atrás las nuevas formas de organización y participación política, aunque unas plataformas desaparezcan y otras cambien de nombre o muten o corrijan su personalidad jurídica en las siguientes elecciones. Amador Fernández-Savater utilizaba una metáfora interesante para referirse a las transformaciones desencadenadas por el 15-M: el clima, el clima 15-M. En efecto, muchos de estos cambios tienen esa naturaleza meteorológica, no siempre visible pero constante, que permea y va calando y conquistando nuevas parcelas del sentido común. Si hacemos los deberes, quien venga detrás de nosotros tendrá que administrar una expectativa distinta a la estamos administrando nosotros. No tendrá que dar explicaciones si un alcalde quiere conciliar la carga de trabajo diaria con llevar e ir a buscar a sus hijos al colegio. Al revés, tendrá que darlas si no lo permite. Y habremos ganado. Otra vez.
La feminización de la política es ya un hecho, no hay retorno posible en ello, lo dijimos y lo repetiremos hasta que sea una buena anécdota de un pasado peor: nunca más un país sin nosotras. Pero queda camino por recorrer. El horizonte pasa por la naturalización de todo esto. Aún hay feministas a las que les molesta que este movimiento se convierta en mainstream. Yo sólo espero que eso pase cuanto antes y las cosas de verdad cambien hasta tal punto que no sea interesante hacer una entrevista sobre este tema, porque ya lo hayamos ganado para todos y todas. Entre tanto, muchas más alcaldesas, muchas más lideresas, muchos menos gritos, mucha más alegría.
Cuando la feminización de la política se piensa en estos términos, inmediatamente deja de ser un asunto solo de mujeres –de su presencia, valores o cualidades–: interpela las fronteras de los espacios políticos que creamos, las representaciones de género naturalizadas en una sociedad, las normas sexuales inscritas en los cuerpos, la organización socioeconómica en su conjunto o la ausencia de democracia en el interior de los hogares. Nos encontramos, más que con la extensión de lo femenino, ante una apuesta política indispensable de nuestro tiempo por reconstruir la vida común desde otros criterios ético-políticos. Por último, cabe preguntar, ¿por qué ahora esta reverberación del feminismo, inconcebible hace solo unos años? Vamos a lanzar una hipótesis: las condiciones actuales del capitalismo exigen algo de los feminismos. Pero no en el sentido de disponer de un ideario programático o de diseño institucional, sino en el de su capacidad para activar una política diferente; que recupera el cuerpo como lugar de resistencia, insiste en la profunda conexión entre poder y sujeto, piensa el cuidado de la vida en toda su diversidad, articula micropolítica con esferas globales, posibilita nuevos protagonismos, expresa las diferencias y piensa la vida común desde ellas. El colapso civilizatorio lo es también de los valores masculinizados que han ido ligados a una determinada compresión del mundo –desarrollo, progreso, razón, dominio, individualismo–. Experimentamos su agotamiento en los efectos devastadores sobre la vida, y en un día a día más y más insostenible. Los feminismos ensayan visiones alternativas; intuiciones y propuestas tejidas por procesos, diálogos y afectos, movilizados en diferentes niveles para contrarrestar las políticas neoliberales. Necesitamos estas otras miradas. Por ello, más que feminización, quizá se trata de un necesario devenir feminista de la política.
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Clara Serra que no sea siempre en negativo, que no sea destituyente, que no se mantenga siempre en la crítica, que no se regodee en las malas noticias, en las decepciones, en los fracasos, un feminismo que no se aísle del proyecto político general, que no se convierta en algo separado, que no se vuelva un cuerpo extraño con lógicas propias. Necesitamos un feminismo comprometido e implicado en el proyecto de cambio general al que pertenecemos si queremos que sea transversal a dicho proyecto, necesitamos feministas implicadas en el proceso y no aisladas en espacios feministas o corremos el riesgo de ser una pieza marginal de este proceso de cambio. Necesitamos un feminismo imbricado y entrelazado con el discurso, la estrategia política, las apuestas y los retos de Podemos. Sólo si hacemos un “feminismo Podemos” haremos de este un proyecto político feminista. Por último, necesitamos un feminismo que tome buena nota de algo que siempre ha estado presente en Podemos: no colocarnos allí donde el enemigo nos quiere. Forma parte de eso que entiendo por feminismo ganador; pensar cómo escapar de los clichés, las caricaturas, los encasillamientos, los tópicos en los que el feminismo ha sido colocado. Cómo escapar de esos lugares en los que las inercias colocan a las feministas, inercias del enemigo, sin duda, pero inercias que nos vuelven más impotentes. Escapar de esos lugares comunes donde el enemigo nos quiere colocar pasa por repensarnos con inteligencia, con estrategia, con la mirada larga y con la consciencia de que nuestra tarea es a largo plazo y tiene muchas fases. Feminizar la política es, para mí, incorporar a la política cosas que han sido ajenas a ella, cosas que tienen que ver con lo que las mujeres somos capaces de traer e incorporar –los cuidados–, cosas que feminizan la política. Ahora bien, no habrá una verdadera revolución en la política si nosotras no entramos en ella de lleno y en plenas condiciones, es decir, con todos los recursos y las herramientas que forman parte inseparablemente del campo político. Feminizar la política pasa, por tanto, por desmasculinizar esas cosas que se nos han negado: la táctica, la estrategia, la inteligencia también son nuestras. Por eso debemos feminizar la política con un feminismo estratégico. Porque no podemos permitirnos no ganar.
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Masculinidad y feminismo en Podemos
Por Hilario Sáez Méndez y Jose Ángel Lozoya Gómez Miembros del Foro de hombres por la Igualdad y del Área de Feminismos del Consejo Ciudadano de Andalucía.
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· Un feminismo que incluya a todas las mujeres feministas y a los hombres que estén por la igualdad. Si, como decía Ada, ser mujer no basta, ser hombre tampoco puede eximir de este compromiso contra la desigualdad
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n la pasada campaña electoral, Ada Colau nos llamaba, a todos y todas, a “feminizar la Política”, a colocar a más mujeres en los espacios de decisión política y con más visibilidad, admitiendo, al mismo tiempo, que no basta con que haya más mujeres. Decía que feminizar la Política es cambiar la manera de hacer política para que ésta beneficie a mujeres y hombres, poniendo la cooperación por delante de la competitividad, la empatía como guía de la acción política, y los cuidados, la vida, la dignidad y la felicidad de la gente como prioridad de la política pública. Ada habló también de la “potencia transformadora imparable” del feminismo y de las mujeres. Lo hizo reconociendo la creciente relevancia política y electoral de un discurso que ha logrado marcar la agenda pública con movilizaciones sociales como la marcha del 7-N contra las violencias machistas —que marcan el inicio de la remontada de Podemos— y con críticas como la denuncia del discurso neomachista de Ciudadanos —que marca el inicio del hundimiento de su imagen como partido de la nueva política. Lo dice apelando a las mujeres desde la conciencia de que una parte muy importante de su voto se decide ya a partir de las demandas de los feminismos y de que, en el espacio de la izquierda tradicional, la hegemonía será feminista. Es necesario reconocer que gran parte de esta relevancia política y electoral se ha conseguido mediante la politización de la lucha contra la violencia de género de las dos últimas décadas. Pero se ha hecho sin apenas cuestionar el marco hetero-patriarcal de las relaciones de pareja en el ámbito doméstico manteniéndola como un tema socialmente relevante pero políticamente secundario, cuyo impacto a menudo se agota en las declaraciones de condena y se queda en intervenciones individuales que responsabiliza a las mujeres de las denuncias. De ahí que desde el movimiento feminista y la nueva política se haya apostado por desbordar el marco de la violencia de género pasando a denunciar las violencias machistas. Por otra parte, aunque se ha creado la conciencia social de que la violencia está basada en las desigualdades de género, no se la ha vinculado a las desigualdades por razones de clase, etnia o diversidad sexual. El resultado han sido unas políticas de igualdad de género centradas en la discriminación y en las mujeres que, a pesar de los discursos sobre empoderamiento y transversalidad, no han superado el marco de las políticas sectoriales, no llegan a las causas estructurales
y han sido percibidas por una gran mayoría de hombres como ajenas y a menudo hostiles. Para que el feminismo ocupe la centralidad que merece se necesita un feminismo incluyente que denuncie las desigualdades y las violencias de género como base de las desigualdades y las violencias en general. Un feminismo que incluya a todas las mujeres feministas y a los hombres que estén por la igualdad. Si, como decía Ada, ser mujer no basta, ser hombre tampoco puede eximir de este compromiso contra la desigualdad. La mayoría de los hombres sigue sintiéndose ajena a los retos que plantea la Igualdad. El principal motivo de esta falta de interés de los hombres es la defensa de unos privilegios históricos. Pero el desinterés ha sido compartido por unas políticas de Igualdad y un discurso feminista exclusivamente dirigidas a mujeres. La igualdad es la misma para mujeres y hombres, pero el camino a esta igualdad es diferente, precisamente porque partimos de posiciones desiguales en las relaciones de género. Incorporarnos activa y conscientemente a la lucha por la igualdad implica para los hombres ser consecuentes en nuestro entorno personal y social, ceder privilegios y dejarnos de excusas para evitar corresponsabilizarnos en lo doméstico; ponernos el delantal, asumir los cuidados de menores y dependientes y hacer el esfuerzo de dedicar el tiempo y el talento necesarios para poner palabras a nuestras resistencias, dificultades, expectativas y propuestas. Incluso cumpliendo con estos requisitos la tarea no es fácil y está llena de potenciales conflictos. Pero hemos de ser conscientes de que no acabaremos con el patriarcado, ni pasaremos de la igualdad legal a la real sin la implicación de la mayoría de los hombres en el diseño y construcción del futuro compartido que proponen los feminismos, asumiendo el riesgo a equivocarnos, aprendiendo a escuchar y a recibir críticas cuando esperamos aplausos. El discurso de género entre los hombres no es uniforme. Ciertamente sigue existiendo un modelo hegemónico de masculinidad que reproduce una idea de hacerse hombre basada en la misoginia (no ser mujer), la homofobia (no ser homosexual), el individualismo y la invulnerabilidad (no ser un niño). Pero gracias a la crítica y al proceso de cambio social protagonizado fundamentalmente por mujeres, ya no hay una única forma de ser hombre y se han abierto alternativas reales para muchos hombres que sufren la presión de tener que ser un “hombre de verdad”. No obstante, aunque haya nuevas formas de ser hombres, no todas las llamadas “nuevas masculinidades” son necesariamente igualitarias. Junto a las formas tradicionales de machismo,
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 se han desarrollado nuevas formas y argumentos neomachistas que están sirviendo para estructurar política y electoralmente el discurso reaccionario. Este discurso neomachista es coherente con el neoconservadurismo dominante en los sectores más tradicionales. En su versión postmachista resuena con el neoliberalismo con el que comparte la mentalidad patriarcal competitiva e individualista que lleva a considerar al Estado y sus políticas de protección como una injerencia contraproducente para la libertad individual, una forma de promover la burocratización de la sociedad y el funcionamiento de los mercados, así como un medio de alentar los abusos de los sectores considerados parasitarios. Esta nueva versión neomachista de los discursos reaccionarios tradicionales tiene un valor estratégico pues, con sus argumentos negacionistas de la realidad del machismo, está teniendo una capacidad de difusión que la convierte en el argumento popular con mayor presencia y capacidad de penetración en capas sociales donde es más difícil que lleguen y convenzan los argumentos neoliberales de emprendimiento y darwinismo social. Frente a este bloque reaccionario, se puede encontrar un sector más igualitario que en realidad representa a la mayoría de hombres, centrado en torno a un discurso “progresista” que asume formalmente la igualdad de género, contempla la existencia de modelos de masculinidad diferentes y alternativos al tradicional (aunque no necesariamente los asuma), habitualmente no practica de forma activa la homofobia y la misoginia, y se desmarca de la cultura machista condenando la violencia de género. Este carácter progresista se basa en un concepto formal de la Igualdad, planteada en términos de una igualdad de derechos que se considera ya en gran parte alcanzada y que paradójicamente dificulta ver la desigualdad realmente existente. Se trata de un discurso progresista que, aunque corresponde a los hombres más cercanos ideológicamente al feminismo y personalmente a las mujeres feministas, no se siente específicamente feminista, ni conoce sus propuestas o debates. Este discurso progresista comparte la visión androcéntrica del modelo tradicional, no tanto porque invisibilice o relegue a las mujeres, sino porque no tiene una perspectiva que incluya la condición de género de los hombres, ni una reflexión crítica personal sobre el modelo hegemónico de masculinidad. Esta ausencia de una perspectiva de género feminista para hombres es lo que se viene a criticar desde el discurso minoritario (que no anecdótico) de los “hombres por la Igualdad” y el excepcional (pero creciente desde el 15-M) de los “hombres feministas”. En el Estado Español existe ya una tradición de hombres que estamos por la Igualdad y venimos participando en los feminismos para lograr esta incorporación de los hombres a la construcción de una sociedad más igualitaria. Existe una red
de Grupos de Hombres dedicados a la reflexión sobre la condición de género masculina que ha ido creciendo por todo el Estado desde mediados de los años ochenta y ahora está presente en todas las naciones y comunidades autónomas, así como en muchas de las principales capitales del Estado. Esta red de grupos de hombres evolucionó desde mediados de los 90 hacia un incipiente movimiento de hombres por la Igualdad en el que coincidieron nuevas entidades, colectivos y experiencias que han logrado tener cierta presencia pública (sobre todo en la lucha contra las violencias machistas) y desarrollado algunas políticas de igualdad específicas que, aun siendo escasas y precarias, han demostrado su viabilidad y pertinencia. La revitalización de los movimientos sociales y de los feminismos que significó el 15-M ofrece una oportunidad para aprovechar este acercamiento de un creciente número de hombres al movimiento feminista. A pesar de las dificultades iniciales, las Comisiones de Feminismo del 15-M fueron espacios de encuentro y difusión de actitudes, ideas y propuestas que interpelaron abiertamente a los hombres. Fruto de ello ha sido la proliferación de asambleas feministas mixtas y la aparición de espacios específicos de hombres que se reclaman abiertamente feministas o anti-patriarcales. Esta proliferación de experiencias mixtas ha contribuido significativamente a superar dificultades y recelos mutuos basados en la resistencia de los hombres a reconocer y renunciar a unos privilegios masculinos que, históricamente, han sido tan de derechas como de izquierdas. Uno de los retos más importantes es conseguir que los hombres de Podemos conozcan, asuman y apliquen los principios de los feminismos. Este reto solo se podrá conseguir en la medida en que haya hombres dispuestos y con argumentos para plantearlo como un objetivo específico, pues si bien es incuestionable que el protagonismo en la lucha contra el patriarcado y el sexismo es asumido por las mujeres, es necesario que haya al menos una minoría de hombres que cuestionen el modelo hegemónico de masculinidad, ofrezcan formas alternativas de serlo y se (co-)responsabilicen de la despatriarcalización de nuestras sociedades, empezando por la propia organización interna de Podemos. No podemos feminizar la sociedad con unas organizaciones tan patriarcales como las que estamos construyendo. Nos equivocamos si creemos que podemos liderar la lucha por la igualdad evitando hablar de los feminismos porque contribuimos a invisibilizar a las mujeres que han desarrollado las teorías, formulado las reivindicaciones y liderado las prácticas del cambio. En un momento tan ilusionante como el que vivimos somos muchas las personas dispuestas a repensar lo que queremos construir para que lo personal se haga político y lo político colectivo. Si de verdad queremos feminizar la Política necesitamos hombres reivindicando los feminismos.
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La política en las canciones Por José Enrique Ema (Área de Igualdad y de Cultura de Podemos)
Las transformaciones políticas son también de la sensibilidad estética. No sólo de las correlaciones de fuerza, los nombres de los lugares del poder o de los programas puestos en práctica. También cambian las formas de apreciar lo que vivimos, el valor de lo que nos interesa e importa, incluido lo que nos parece bonito y agradable. No están separadas. Política y estética van de la mano.
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in saber por qué, ese estribillo que apenas hemos escuchado un par de veces resuena en nuestra cabeza recurrentemente. Incluso puede hacerse inseparable de un momento concreto vivido en el pasado. No hay motivo, ni explicación lógica. ¿Un par de palabras de la letra, un rasgo familiar de la voz... puro azar? Quién sabe. Lo que sí sabemos es que cuando una canción se termina
instalando como portavoz sentimental de una experiencia, aquella no sólo funciona como su acompañante externo, su banda sonora, sino también como la más íntima prueba confirmatoria de lo que podemos ser cuando ella suena. El pasado 13 de enero Podemos irrumpía en el Parlamento escenificando con nuevas palabras y gestos una pequeña gran victoria. No habíamos ganado (objetivamente) nada,
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 pero las reacciones incómodas de la vieja política, incluidos sus comentarios de mal gusto sobre piojos y olores, nos recordaron que ellos saben también que hay otro mundo posible en conflicto con el suyo. No sólo en las casas y en las calles, también en lo que hasta ahora consideraban su coto propio y exclusivo. Con este cuerpo pequeño-ganador se me cruzaron The Impressions y su We’re a winner, y ahí se quedaron atrancados entre el Congreso y mi oído profundo. En 1967, en EE UU, el Movimiento por los Derechos Civiles liderado por Martin Luther King se chocaba con el muro de las costumbres y las buenas palabras vacías de hechos de los dirigentes del país. El Black Power surgía como alternativa para construir por cuenta propia el mundo que se negaba a los negros desde el poder dominante blanco. Las canciones con mensajes alegóricos de unos pocos años atrás (“la respuesta está en el viento”, de Bob Dylan; “un cambio vendrá”, de Sam Cooke; o “la gente se prepara” de los propios The Impressions) resultaban insuficientes. Hacía falta un paso adelante. Curtis Mayfield, cantante solista y compositor del grupo, lo vio claro y logró armar un tema que serviría para empujar la convicción subjetiva del “sí se puede” que ese tiempo reclamaba. Mezcló con acierto algunos ingredientes clave. Escribió la letra más audaz y explícita del momento: “somos ganadores y no dejaremos que nos digan tú no puedes, mostramos al mundo que no tenemos miedo porque somos ganadores, y todo el mundo lo sabe”. El “Soy negro y estoy orgulloso”, de James Brown, llegará unos meses después. Invitaron a sus amistades al estudio para que con sus jaleos y palmas convirtieran la canción en una fiesta. Los coros de Fred Cash y Sam Gooden (los otros dos miembros del grupo) reforzaban el entusiasmo colectivo respondiendo al unísono y con energía a las palabras del líder que arenga a su gente. Entonaban con decisión esos “gritos de guerra” que funcionan tan bien en las iglesias como en las competiciones deportivas: “¡sigamos empujando!”, “¡arriba a por ello!”... En este contexto no es de extrañar que el bajo y la batería dieran un paso al frente para ocupar un lugar principal en la grabación. También importaban quienes habitualmente se habían situado detrás de los demás para sostenerlos discretamente. Así tomamos nota de su papel fundamental: su sincronización, empuje y apoyo para enmarcar los momentos clave. El funk estaba a la vuelta de la esquina y con él llegaría la época dorada de los obreros invisibles de la música: la sección rítmica. Se unen a la fiesta con detalles preciosistas
las cuerdas y los metales que representan la voz de la comunidad, bien respondiendo a los cantantes, bien envolviéndolos cuidadosamente con sus frases. Por último, merece la pena escuchar el vuelo libre de la guitarra que tan pronto aporta ritmo como brillo aquí y allá con sus elegantes filigranas en los momentos en los que la voz se retira levemente. El tema funciona perfectamente como un homenaje a la capacidad colectiva, no sólo por su mensaje explícito, sino también por su construcción trenzando con habilidad y belleza tantos elementos diferentes. Somos ganadores porque nos hacemos capaces de construir juntos el cambio que queremos. Quién sabe si por aquí vino su conexión, ya irreversible, con la irrupción parlamentaria de ese cuerpo extraño que es Podemos para mostrarnos también un compromiso común compartido entre diferentes. Las transformaciones políticas son también de la sensibilidad estética. No sólo de las correlaciones de fuerza, los nombres de los lugares del poder o de los programas puestos en práctica. También cambian las formas de apreciar lo que vivimos, el valor de lo que nos interesa e importa, incluido lo que nos parece bonito y agradable. No están separadas. Política y estética van de la mano. Ambas saben bien que no hay un destino armónico y definitivo para la vida en común. Por eso hay conflicto de gustos, deseos y proyectos de sociedad. En ellos nos jugamos también la vida, material, concreta, real. La música no es la política, pero juega un papel en relación a ella. No es un mero ambientador climático colateral. Es también un lugar de disputa y construcción de los escenarios, sensibilidades e identificaciones que necesitamos para vivir juntos. Lo experimentamos día a día cuando nos encontramos (¡o nos aislamos!) a través de ella, pero también cuando hacemos memoria de lo que somos a través de las canciones que se nos hacen cuerpo como parte de los acontecimientos que nos han marcado. Hoy podemos descubrir casualmente un fino hilo subterráneo con una vieja canción de 1967 para reconocernos capaces de sostener una posibilidad colectiva impensada hasta hace poco. Esto no nos dice tanto del vínculo objetivo entre dos situaciones diferentes, como de los vericuetos sociales y subjetivos en los que se constituyen nuestras posibilidades de hacer otra cosa distinta a la que se espera, de sentirnos capaces de ganar cuando no vamos ganando. Justo lo que se pone en juego en la política... y también en las canciones que nos hacen vibrar. Sí, podemos. Somos ganadores.
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· Política y estética van de la mano. Ambas saben bien que no hay un destino armónico y definitivo para la vida en común. Por eso hay conflicto de gustos, deseos y proyectos de sociedad
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Por una construcción plebeya del presente
Por Luciana Cadahia (Filósofa argentina)
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Germán Cano Fuerzas de flaqueza. Nuevas gramáticas políticas Catarata, Madrid, 2015.
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n Signatura rerum, haciendo una reflexión sobre su método de trabajo, Giorgio Agamben nos dice que sus investigaciones parten de determinadas figuras del pensamiento que, si bien comienzan como fenómenos históricos positivos, terminan asumiendo la forma de un paradigma. Esta mutación de fenómenos a paradigmas le permite a Agamben desactivar el uso normal de una figura, extraerla de su contexto y convertirla en una singularidad capaz de evidenciar las tensiones que la constituyen. Si algo caracteriza al modo de proceder paradigmático, nos dice Agamben, es el empleo de las analogías, puesto que “la analogía interviene […] en las dicotomías lógicas no para componerlas en una síntesis superior, sino para transformarlas en un campo de fuerzas recorrido por tensiones polares…”. En esta definición de la analogía hay dos aspectos que llaman profundamente la atención. En primer lugar, las figuras históricas, lejos de convertirse en una imagen estática del pasado, devienen, por el contrario, en un campo de fuerzas. Y, a su vez, este campo, al estar atravesado por tensiones polares, no pretende convertir a las imágenes en símbolos, lo cual produciría el reforzamiento de una identidad sustancial del pasado, sino que se aproximaría a la alegoría. Una forma que, como nos decía Benjamin, se “consuma en la reversión de los extremos” de esas polaridades y permite explicitar las tensiones constitutivas e inherentes a la producción de imágenes históricas. El último libro de Germán Cano, Fuerzas de Flaqueza. Nuevas gramáticas políticas, presenta grandes afinidades con esta forma de proceder paradigmática, puesto que convierte determinadas figuras e imágenes en el lugar privilegiado para pensar las tensiones que constituyen la actual experiencia política en España. Asimismo, esta forma de pensar con imágenes le permite hacer una sutil crítica a cierto idealismo historicista de la filosofía española, demasiado apegada a determinada concepción de la historia como para crear nuevos lenguajes filosóficos. Desde el título del libro podemos apreciar este juego con las imágenes, pues Cano muestra cómo en las mismas expresiones populares (“sacar fuerzas de flaqueza”) puede existir la presencia de una imagen paradójica, cuyos términos expresan una tensión dialéctica que no busca superarse a sí misma, sino más bien indagar en su radical negatividad la posibilidad de una acción política. Y es justamente la negatividad constitutiva de esa expresión lo que permite la apertura intelectual para escuchar el surgimiento de “nuevas gramáticas políticas”.
De ahí que Cano llegue a decir que “no existe posibilidad de construir una fuerza hegemónica si no empezamos de nuevo a explorar gramáticas políticas que, desde abajo, articulen todas esas fuerzas subjetivas enflaquecidas y a la vez interesadamente despreciadas y silenciadas bajo el dominio del régimen de subjetivación neoliberal”. El libro se divide en una introducción y cuatro capítulos, pero es sobre todo en los primeros dos apartados donde me gustaría detenerme, ya que allí se explora con mayor agudeza el recurso de pensar con imágenes. A través de una serie de figuras centradas en el film de El ángel exterminador de Buñuel, Cano indaga sobre cómo el repliegue neurótico del individualismo español desarrolla ciertos bloqueos al momento de acercarse materialmente a lo concreto. La misteriosa imposibilidad que experimentan los anfitriones e invitados de la película para salir de la casa, nos dice Cano, es el correlato alegórico de una hipertrofia que impide el conocimiento materialista de lo simple. No obstante, añade Cano, los criados de la casa sí son capaces de encontrar esa salida. Por tanto, el interrogante que nos plantea es qué diferencia a la actitud burguesa de la plebeya y por qué la cultura española se habría inclinado más hacia esta hipertrofia burguesa. El desafío, pues, será cómo empezar a trabajar este bloqueo y de qué manera ir construyendo teóricamente esta disponibilidad plebeya hacia lo concreto. Es a través de la figura de Tersistes –mirada del antihéroe antiguo– donde Cano hallará las claves para empezar a configurar teóricamente una forma de acercamiento crítico y plebeyo hacia lo concreto. Curiosamente, esta misma actitud del antihéroe la encontrará entre los intelectuales de izquierda de la República de Weimar, que, como sabemos, pusieron en marcha una de las primeras y más genuinas aproximaciones a la cultura popular. Así, ciertos intelectuales durante los años 30 en Alemania, tales como Brecht, Benjamin, Horkheimer y Adorno, delimitaron una actitud teórica muy útil para pensar la actual coyuntura europea, a saber: el intento de desactivar esa forma masificada del individualismo neoliberal y la búsqueda de una materialismo fragmentario capaz de construir una nueva forma de resistencia concreta. Pero además de la figura del intelectual, Cano se interesa por las formas de las sublevaciones populares, encontrando en las rebeliones protestantes del pasado una figura ejemplar acerca de cómo se gestan las contradicciones en el interior de la misma resistencia popular. Según Cano, la
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 disputa entre Müntzer y Lutero es clave para comprender dos formas paradigmáticas de los movimientos sociales contemporáneos y su cooptación por las élites. Mientras la forma de articulación política de Lutero iba engendrando la lógica defensiva e individualista de un humanismo burgués, la lucha dialécticocampesina de Müntzer se orientaba hacia formas plebeyas y colectivas de emancipación. Todas estas reflexiones sobre el protestantismo le permiten a Cano tratar de desentrañar la siguiente incógnita: cómo es posible que las fuerzas plebeyas de la transformación social abandonen “el despliegue emancipatorio de la historia” y terminen asumiendo la forma de un “repliegue fascista”. O dicho de otra manera, cuáles son los mecanismos afectivos que operan en la deformación de los impulsos emancipatorios. La clave, nos dice Cano, está en pensar cómo operan las “fuerzas reactivas” al momento de deformar los contenidos materialistas de la protesta, junto con la incapacidad de los intelectuales por ofrecer un proyecto capaz de interpelar afectivamente a los sectores populares. En los dos capítulos siguientes, Cano pondrá toda su atención en la actual experiencia política española. Pero esto no supone un corte con los apartados anteriores, sino otro tipo reconfiguración de las mismas problemáticas, ya que los asuntos delimitados allí van a encontrar un tratamiento contemporáneo en las figuras del 15-M y de Podemos. Es dentro de esta estrategia reflexiva que el 15-M funciona como la grieta que posibilita nuevas formas de articulación política y una alternativa al repliegue neurótico del individualismo neoliberal, a la vez que hace explícita la necesidad de recurrir a figuras alegóricas del pasado para dotarse de un verdadero sentido emancipador. Así, si bien estos apartados expresan la urgencia que exige la actual coyuntura española, Cano prefiere tomar distancia de aquella engañosa fascinación por la inmediatez –que muchas veces desdeña el pensamiento– y prefiere la mediación de la teoría, entendida como esa forma de sensibilidad capaz de construir constelaciones de sentido diferentes a la historia oficial. Si prestamos atención al procedimiento de Cano, descubrimos que la historia es concebida como un gran montaje, donde no sólo se expone la tensión constitutiva de las distintas figuras históricas, sino que las imágenes del pasado y del presente operan como capas superpuestas que dialogan entre sí y delimitan, en ese ir y venir de las imágenes, un gran campo de fuerzas político. Ahora bien, habría una diferencia sustantiva en el tratamiento de las figuras propuesta por Agamben y el que desarrolla aquí Cano y tiene que ver con la forma en que cada uno resignifica el legado de Benjamin. Curiosamente, la propuesta de Agamben, tan interesada en liberarnos de las ataduras de las formas de
pensamiento cosificadoras y estáticas del pasado, termina promoviendo una lectura demasiado rígida de nuestro presente. Como si en su contacto con nuestra actualidad, las imágenes del pasado hicieran de aquel presente el lugar de una gran opresión, sin fuerza para iluminar zonas potencialmente emancipadoras, por lo que su estrategia pareciera invitar a un paradójico repliegue del sujeto. La propuesta de Cano, en cambio, asume otra posición, ya que busca construir un punto de vista plebeyo desde el cual transformar las formas actuales de existencia. Pero esta transformación no supone una huida de esa misma existencia que se busca transformar –como pareciera darse en Agamben–, sino más bien la búsqueda de aquellos indicios plebeyos que son invisibilizados por determinados relatos. Es decir, esta paradigmatología plebeya, que se deja ver en el procedimiento de Cano, no sólo propicia un uso completamente diferente de las figuras históricas, sino que, al ponerlas a jugar con la propia existencia de los sectores subalternos, no desdeña la existencia. Y eso se deja ver en la forma en que Cano trabaja la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo a lo largo de todo el libro. A través de esta figura trata de pensar las distintas formas fallidas de emancipación política contemporánea, que van desde la creencia en una superación absoluta del amo, pasando por la actitud señoril del esclavo que se “pretende” amo, hasta llegar a las posturas posmodernas que, al resignificar su identidad como si el amo no existiera, no son conscientes de hasta qué punto su posición está mediada por esa figura negada. En ese sentido, toda la apuesta filosóficointelectual de Cano va dirigida a pensar de otra manera esta dialéctica, sabiendo que para liberarse del amo es necesario transformar el contenido de la propia posición. Es decir, no se trataría tanto de explorar soberanamente nuevos términos con los cuales definirse a uno mismo como de privar al amo del monopolio de su propia tradición. Es en el último capítulo, donde Cano da una respuesta a esta disyuntiva, pero lejos de ofrecer una salida superadora, prefiere dar un paso atrás, a fin de situarse de otra manera en la “metáfora del Sur”. Esta metáfora gramsciana, negada durante casi todo el siglo XX español, retorna en el texto de Cano como un nuevo campo de fuerzas para pensar el trabajo de la emancipación. Un campo de fuerzas desde donde configurar otra cartografía teórica, capaz de generar nuevas economías afectivas y pasionales de la política. Y para ello, nos dice Cano, “necesitamos una nueva militancia y una nueva fisonomía del intelectual politizado. Ni soldado ni predicador, siempre atento a la coyuntura y su correlación cambiante de fuerzas, su nueva figura ha de caracterizarse por producir inserciones en la sensibilidad y las creencias, o fisuras en la aparente contundencia de las nuevas ideologías de nuestra servidumbre”.
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· La propuesta de Cano, en cambio, asume otra posición, ya que busca construir un punto de vista plebeyo desde el cual transformar las formas actuales de existencia
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Crítica The Lobster, de Yorgos Lanthimos
Un griego muy gamba*
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ga e V o d r r Edua
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Por Eduardo Vega
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* El título de este artículo es un homenaje a los traductores españoles de títulos de películas
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finales del pasado 2015, llegaba a nuestras pantallas The Lobster (Langosta), del director griego Yorgos Lanthimos, el cual consiguió el prestigio internacional por Dogtooth (Canino) en 2010 al ganar el premio Un Certain Regard en Cannes y ser nominada a los Oscar como mejor película de habla no inglesa (compartiendo nominación con joyas como El Secreto de sus ojos y La cinta blanca). Lanthimos, que empezó su carrera artística en spots publicitarios y obras de teatro (formó parte de la dirección artística de la Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004), termina de asentar su estilo narrativo con este largometraje, el cuarto de su aún escasa carrera, tras Kinetta (2005), la ya mencionada Canino (2009) y Alps (2011). Langosta, supone además la primera película de su filmografía rodada en inglés y con producción internacional contando con la participación de actores nacidos más allá de la frontera helena (Colin Farrell, Rachel Weisz o Léa Seydoux, entre otros). Atrás quedaron, al menos por el momento, los problemas de financiación de sus anteriores trabajos donde el apoyo del Greek Film Center no llegaba y, de hacerlo, era a posteriori del éxito internacional. Como vemos, la cultura griega tampoco se ha librado del austericidio impuesto por la Troika y los países del sur de Europa, siendo incapaz de apoyar a sus talentos creativos. Decía el periodista Enric Juliana en una entrevista con Pablo Iglesias, a partir de un artículo en La Vanguardia en el que imaginaba el tablero político español en 2050, que “la crónica futurista es la crónica del presente”. Es precisamente esta crónica distópica la que Lanthimos y su guionista Efthymis Filippou ponen en marcha en esta película, uno de los elementos más destacables (y novedosos en su filmografía) de la misma y mediante el cual nos permite pensar en nuestro presente. Además, muy al contrario de la construcción distópica tradicional en el cine y la televisión, futurista y altamente tecnologizada (Metrópolis, Blade Runner, Brasil, Desafío Total, Minority Report, Battlestar Galáctica y un largo etc…), el futuro que imagina el director heleno está fuertemente anclado a imágenes cotidianas de nuestra rutinaria contemporaneidad como, por ejemplo, la entrada al hotel de David (Colin Farrell, único protagonista con nombre propio en
los títulos de crédito) en la que se expone a un cuestionario y un cacheo que bien podría ser un momento cualquiera en una consulta médica o un control previo al embarque en cualquier aeropuerto internacional. Si bien es cierto que Lanthimos se ha encargado de dejar claro, entrevista tras entrevista, que sus películas están hechas para hacer pensar, sin perseguir un análisis fijo y cerrado, sin querer guiar al espectador a partir de una serie de imágenes y diálogos a un final determinado (lo cual es un planteamiento para aplaudir en estos tiempos del fast-viwer), el universo de crisis identitaria reflejada en el espejo de lo social (la familia en Canino; la pareja en Langosta) sigue siendo el gran articulador del discurso del cineasta, sin olvidar las pinceladas reflexivas sobre la situación económica, política y social de Grecia. Langosta tiene dos actos claramente diferenciados por el espacio donde se desarrolla la trama. De un lado, la estancia de David en el Hotel, donde ingresa para conseguir pareja tras la muerte de su mujer (sin saber si lo hace por voluntad propia u obligado por alguna institución) y, de otro, su huida al bosque con un grupo de personas a mitad de camino entre el terrorismo y la resistencia partisana, con temporales visitas a la ciudad. La primera parte, que se impone en argumento y estética a la segunda, supone un macabro relato sobre la búsqueda de pareja inducida a partir de una institución (el Hotel) disciplinaria donde todo está orientado a encontrar una media naranja (la crítica al amor romántico es más que evidente); desde la vestimenta (todos los inquilinos visten uniformados, lo cual no deja de retrotraernos a la genial serie televisiva de los 60 The Prisioner) hasta los deportes que se practican (golf para solteros, tenis para parejas), pasando por una serie de patéticas representaciones teatrales pedagógicas que muestran la necesidad de encontrar una pareja. Una suerte de período post-Tinder en el que las relaciones vuelven a lo carnal pero no recuperan su humanidad representando una crisis del individuo reflejada en el espejo de las construcciones sociales. Además, el plazo de búsqueda se reduce a 45 días, los cuales se podrán prolongar si se caza a humanos en las diversas batidas que se organizan a las afueras del recinto (lo presento con la misma naturalidad y simpleza que Lanthimos presenta estas cacerías humanas). Cada humano cazado supone una extensión de estancia de un día. Pasado
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este tiempo, si el inquilino no ha logrado el objetivo de emparentarse con alguien, será convertido en un animal (en un ejercicio de provocación surrealista digna del mismísimo Buñuel, el cual el propio Lanthimos ve como una referencia en su cine) que previamente elige el inquilino. Las alternativas, como bien refleja uno de los diálogos más potentes de la cinta, están entre construir un romance completamente impostado con el objetivo de salir emparentado del hotel (en el caso específico al que nos referimos, a costa de dolor y sangre, ya que el personaje que habla acaba de simpatizar con una mujer que sangra por la nariz y él lo hace porque se golpea con todo tipo de superficies para provocarse hemorragias nasales) o “convertirse en un animal que será matado y comido por un animal más grande”. Quizás aquí nos encontremos con el paralelismo más claro y evidente sobre la realidad griega. De un lado, un país que debe abrazar el “romance” criminal de la Troika, de otro, previa negativa al “rescate” de este grupo de entidades, el abandono a la suerte de la economía griega en las dinámicas del perverso laissez faire, donde serán engullidos por una economía superior. Las dos salidas, ya sean para los protagonistas o para el paralelismo con la economía griega, son desoladoras y conducen al dolor y al sufrimiento. La segunda parte se inicia cuando David, embutido en un halo de soledad y tras haber intentado construir un romance artificial con una mujer (Aggeliki Papoulia, actriz principal de las películas de Lanthimos, en el papel de una asesina sociópata), decide escapar del resort de lujo, adentrándose en las profundidades del bosque, campo de tiro para los residentes del hotel, espacio habitacional y de resistencia para los otros, los bosqueños. Los habitantes del bosque (un motivo audiovisual bastante recurrente en el cine actual para albergar el relato del otro, del diferente; desde El bosque de Shyamalan hasta Perdidos de JJ. Abrams), hacen gala de una afectividad que en el otro espacio no había pero igualmente desarrollan mecanismos disciplinarios (centrados fundamentalmente en la represión del instinto sexual bajo amenaza de mutilación labial o genital), con el objetivo de lograr la supervivencia. Estos habitantes del bosque son el último reducto de la soltería voluntaria y por tanto exiliada de la ciudad, a la cual hacen incursiones cada cierto tiempo y a
partir de las cuales observamos un estado de vigilancia policial por el cual no se puede circular solo por los espacios “públicos” (un centro comercial) y, de hacerlo, se deberá acreditar la condición de no soltería. Además, también plantean acciones terroristas no sangrientas. Asaltan un complejo hotelero en una ocasión tratando de sembrar un caos teórico que ponga en duda la legitimidad de la existencia de ese espacio pero sin quitarle la vida a nadie. De hecho parecen acciones más cercanas al situacionismo performativo que al terrorismo. En el transcurso de un ya algo pesado metraje (que va perdiendo potencia cuanto más se aleja la trama del hotel), el protagonista se enamora de otra de las protagonistas femeninas, desarrollando un código de gestos con los cuales se comunican entre ellos sin que nadie lo sepa, rompiendo con las reglas establecidas por los bosqueños. Cuando la líder del grupo los descubre, se la lleva a la ciudad a que la dejen ciega tras una operación. Finalmente, ambos huirán a la ciudad ante la imposibilidad de seguir viviendo en el bosque con el grupo. El problema que nos plantea la escena final, con los dos recién llegados a la ciudad en un restaurante de carretera, es de un calado ontológico profundo y, además, bastante desesperanzador (esta vez no será posible el autocomplaciente desenlace made in Hollywood). Si bien es cierto que David ha logrado huir de la disciplina impuesta, en realidad no se ha liberado del mecanismo, ya inoculado en su interior, del miedo a la soledad. De hecho, el plano de él frente al espejo portando un cuchillo que apunta directamente a su ojo derecho es el reflejo del dilema que ese miedo le provoca. El temor a no conectar emocionalmente con su pareja invidente, de volver a la soledad, le hace plantearse la posibilidad de cercenarse el ojo (de nuevo Buñuel…) y así poder vivir a la par aunque eso suponga tener que hacerlo con un hándicap el resto de su vida pero con Lanthimos, fiel a su premisa de interpretaciones y finales abiertos, y al igual que en el desenlace de Canino, no llegaremos a ver qué es lo que pasa (si se cercena el ojo o no) y un repentino corte en negro nos deja con la incógnita… Habrá que esperar a 2017 para volver a disfrutar de Lanthimos, el cual dirigirá The Favourite (sin guión de Filippou esta vez), ficción histórica ambientada en el reinado de Ana Estuardo; ¿romperá los moldes del género? Veremos.
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· Una suerte de período postTinder en el que las relaciones vuelven a lo carnal pero no recuperan su humanidad representando una crisis del individuo reflejada en el espejo de las construcciones sociales
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Foto: Álvaro Minguito
Marcar el calendario, tirar la moneda Por Florencia del Campo (Área de Cultura de Podemos)
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“Testimonios de un tiempo y un país que empieza a abandonar la decadencia y el pozo para ser una excitante moneda girando en el aire”
reguntarse si la literatura española ha sido capaz o no de narrar el 15-M es mucho más un cuestionamiento sobre las posibilidades del discurso literario de habilitar una zona que, más allá de su contenido o tema, exigiera ser entendida como resultado de un proceso histórico y político, que un planteamiento acerca de si los hechos que han tenido lugar desde y a partir de ese movimiento han sido retratados o perpetuados por la narrativa u otros modos de ficción. El crítico argentino Sebastián Hernaiz escribió en 2006 (cinco años después del 19 y 20 de diciembre de 2001, las fechas que se
Elsa Drucaroff
toman –a modo “15-M”– no para referirse a los hechos que tuvieron lugar en la Argentina esos dos días, sino como símbolo y síntesis de un periodo de la historia marcado por la crisis de la hegemonía) un artículo que algunos años más tarde sería integrado en la antología que dirigió Elsa Drucaroff, en la cual se propuso compilar la “nueva narrativa argentina”. En ese artículo1, Hernaiz traza dos líneas diferentes para analizar y comprender la “literatura post-19 y 20 de diciembre” (una literatura cuya existencia sólo es posible a partir de ese acontecimiento): una primera línea que se refiere a las obras que remiten directamente a estas fechas a partir de símbolos perpetuados en el saber popular,
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 imágenes que los medios de comunicación aportaron al inconsciente colectivo, u otros hechos, coordenadas o pistas más o menos explícitos, de modo que la trama ancla en el acontecimiento; y una segunda línea que se refiere a las obras que eluden las fechas y los hechos concretos, pero que evidencian las huellas que estos dejaron en un nuevo modo de hacer literatura, ya desde la forma, ya desde los temas, inquietudes, estados o realidades que plantean, porque la sociedad se ha modificado y no puede escribir –lo social, lo político– para o desde el estado anterior de las cosas. Filtraciones, el primer libro de Marta Caparrós y el último del Caballo de Troya de Elvira Navarro, es un libro “post-15-M” que si tuviera que incluir en una catalogación similar o paralela a la propuesta por Hernaiz lo haría en la segunda línea. Digo que es un libro “post-15-M” porque es un libro que no podría existir si no hubiera tenido lugar el 15-M en España y no porque narre el 15-M (que, de hecho, no lo hace). Se trata de cuatro nouvelles o relatos largos, independientes entre sí, pero que sin embargo guardan relación en tanto presentan un componente (o varios) social o político que atraviesa la historia y modifica los modos de relación con el otro y con el espacio, como una cartografía con nuevas coordenadas para el desplazamiento o la quietud, lo colectivo o lo individual. Retrata en los cuatro casos a personajes treintañeros signados por la inestabilidad que puede ser social o colectiva (económica, laboral, política…) por un lado, pero también emocional o privada. Personajes que se desplazan (a veces a trompicones) por una geografía que muchas veces es Madrid pero que otras tantas es un país ajeno porque al propio hubo que dejarlo por la crisis económica o por la crisis personal. Un Madrid –cuando es Madrid– que permite abrir el tema del barrio para pensarlo, mucho más que como determinante geográfico, como espacio de interacción y forma de lo grupal; el centro social ocupado y autogestionado, el antro, el bar, el parque, el huerto en el solar, como lugares que permiten el encuentro para lo colectivo, para hacer del ocio, de lo cotidiano, del consumo, de la formación y de la diversión, también modos de hacer lo político. Pero otra cosa atraviesa los cuatro relatos, un objeto, que se desplaza de lo espacial para referirse al tiempo: un calendario. En los cuatro relatos aparece, como objeto que carga el simbolismo de una intención o ideología, un calendario de pared en el que se señala una fecha que va
a llegar, el día esperado. El futuro. Frente a estos personajes que no están seguros de que algo pueda cambiar, a los que les han arrebatado la seguridad, la estabilidad, la ilusión, cuelga un calendario que marca el día que va a suceder algo que es diferente y que se espera. La metáfora del cambio, la posibilidad del surgimiento de, como dice el narrador de la segunda nouvelle, “algo nuevo e impensable”. A propósito del narrador, y para tomar también algo de la forma, en las cuatro nouvelles de Caparrós hay un narrador omnisciente que se acerca muy poco a los personajes, aun cuando se pone del lado de alguno de ellos para poder contar desde ese punto de vista en particular. Se trata de un narrador tan distante y frío, tan neutro, que por momentos puede surgir la idea de que esas son sus cualidades porque los sujetos que narra son seres que se tienen que encontrar ellos mismos, y tal vez estén muy solos en eso, en los modos de registrar, validar y comunicar el deseo. Y a posteriori: cómo sostener ese deseo, cómo evitar el derrumbe, cómo batallar. Cómo conservar el calendario. Marcar la fecha equis y realmente desear y esperar que el día llegue. Las referencias al 15-M y a la crisis económica de los últimos años están latentes, reales pero veladas como una mancha de humedad sobre la que se pasó pintura sin antes reparar la filtración; pero también aparecen de manera explícita aunque no se esté narrando ese hecho. Sobre todo en la segunda nouvelle, Atrevimiento, las marcas del contexto político y económico están trazadas con palabras: “paro”, “reforma laboral”, “15-M”, “excedentes del sistema”, “hipoteca imposible de pagar”, “indignados”, “injusticias flagrantes”, “despidos”, “sistema injusto”, “recortes”, “desahucios”, “decretos”… “Es como si mi vida estuviera en pausa, ¿a ti no te pasa?”. Las Filtraciones de Marta Caparrós son precisamente esas posibilidades del discurso literario de habilitar una nueva zona, como si lo que se filtrara fuera también la posibilidad de una nueva forma de hacer literatura. Son el agua que se cuela por la fisura que ya tuvo lugar gracias al acontecimiento. “La gente ha vuelto a pensar, a ser idealista, y eso es importante. La gente espera cosas. [..] quizá la política es la única solución”. Y el verbo “ser” de la última frase conjugado en modo indicativo en lugar de subjuntivo me hace pensar en la convicción de que los personajes (que pretenden representar a toda una generación) esperan, desean, y entonces: el calendario siempre marcado como la moneda girando en el aire de Elsa Drucaroff.
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1 HERNAIZ, Sebastián. “Sobre lo nuevo: a cinco años del 19 y 20 de diciembre”. En DRUCAROFF, Elsa (comp.). Panorama Interzona. Narrativas emergentes de la Argentina. Buenos Aires: Interzona editora, 2012, p. 203-230.
PRIMAVERA 2016 · LA CIRCULAR LEER · MIRAR · CULTURA POPULAR
Crítica de La ley del mercado, de Stéphane Brizé (2015)
El mercado o la vida Por Eduardo Maura
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a ley del mercado, de Stéphane Brizé, no es una película sobre el desempleo o sobre el declive de la socialdemocracia europea. Tampoco es un documento de denuncia, por más que casi todas las situaciones y relaciones que circulan por la película merezcan ser denunciadas. Su protagonista no es un héroe cotidiano y los villanos a los que se enfrenta ni son mayoritariamente percibidos como tales ni realmente dan lugar a ningún enfrentamiento. Más que indicar el tema de la película, La ley del mercado tiene la virtud, al menos como título, de presentar a su protagonista desde el primer momento: no se trata de Thierry, un hombre maduro que tras varias décadas trabajando en la misma empresa es objeto de un ERE y se ve obligado a buscar nuevos caminos, sino de “la ley del mercado”, protagonista omnipresente de todo el metraje. La ley del mercado no es una ley de hierro producida desde arriba, sino una relación social cambiante y eternamente flexible: es universal porque afecta a todas las funciones vitales, pero se presenta siempre de manera particular, individual y heterogénea, adaptada a las circunstancias y a los contornos sociales y biográficos de cada persona. No produce al otro lado una masa compacta de humillados y ofendidos, sino una pluralidad enorme de manifestaciones no necesariamente conectadas entre sí. Más que una ley de hierro que nos uniformiza, se trata de una lógica plural de vida y de una estructura de sentimiento. La ley del mercado no se ubica en el lugar de trabajo o en el anhelo de tener uno, sino en la indistinción entre la esfera del mercado (como trabajadores y consumidores, pero también como espectadores, internautas, amantes, familiares o amigos) y todos los demás registros de la vida cotidiana (la respiración, la mirada, el baile, las vacaciones, el camino al colegio de nuestras hijas e hijos). La ley del mercado se basa en un principio general de sentido común: somos individualmente responsables de todo lo que nos ocurre, y con ellos nuestros dolores y cicatrices solamente pueden experimentarse como sucesos o procesos individuales. La historia del estado de bienestar descansa sobre la idea de que deben existir mediaciones sociales e institucionales para
abordar estos procesos: convenios colectivos, espacios públicos, servicios sociales, becas o subsidios. La película comienza precisamente con Thierry experimentando los límites históricos que las élites le han impuesto a dichas mediaciones: “tengo la sensación de caminar en círculos”, le dice al responsable de los cursos de formación para desempleados de su oficina de empleo, incapaz de explicar por qué al protagonista se le ha recomendado un curso que básicamente no sirve para nada salvo para conservar la ficción de que sigue habiendo alternativas tradicionales. También cuando, agobiado y asfixiado, no es capaz de escuchar al abogado laboralista que trata de convencerle de que siga adelante con la demanda colectiva por despido improcedente contra la empresa que le ha despedido. La sensación de soltar la carga de seguir sujeto a una mediación que ya no funciona le resulta paradójicamente liberadora. Un poco más adelante, Thierry debe sobrevivir al juicio severísimo de sus propios compañeros de búsqueda de empleo, volcados en censurar la manera en que se comporta en las entrevistas de trabajo simuladas con las que el Ministerio de Trabajo entrena a los buscadores de empleo. Si de verdad aspira a ser exitoso en un contexto de cambio social y generacional, debe cambiar él mismo y no mirar atrás; debe adaptarse a exigencias que ignora; debe, en resumen, asumir que las instituciones no le deben nada salvo el hecho de proporcionarle un camino de autotransformación sin garantías. Es decir, lo contrario de aquello para lo cual nacieron los Ministerios de Trabajo: para ofrecer garantías de que fuera cual fuera la coyuntura individual, existía una red de mediaciones institucionales capaz de garantizar aquello que Roosevelt llamara “libertad de vivir sin penuria”. O lo que es igual, que el desempleo o la incapacidad para pagar la hipoteca regularmente son problemas sociales y comunes, no circunstancias individuales y privadas sujetas únicamente al criterio de responsabilidad individual. La idea siempre fue que, aunque uno hiciera algo mal, existía un sistema de garantías. Thierry comprueba que ahora se trata de que, aunque uno lo haga todo bien, ya no hay garantías de nada. Exactamente igual que cuando cientos de
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miles de personas se reúnen para escuchar en directo a la misma banda de música: todas van a lo mismo por razones en ocasiones idénticas, pero casi ninguna renunciaría jamás a la idea de que el gusto es individual por definición. Como una inversión de El paraíso de las damas de Zola, que narra una historia de envidias y celos con el telón de fondo del declive del pequeño comercio parisino con la llegada de los grandes almacenes, el experimento crucial de la película tiene lugar casi al final. Presenciamos un rosario de artimañas de supervivencia por parte de las personas empleadas en el supermercado en el que Thierry ha encontrado empleo como guardia de seguridad: cajeros que pasan su tarjeta de cliente para acumular los puntos de toda la fila, trabajadoras que se cuelan en los recovecos de la gran ciudad-mercado donde trabajan y donde viven cuando salen del trabajo para conseguir cupones gratis y descuentos que no les corresponden; finalmente, el suicidio de una de ellas tras más de veinte años de servicio por una jugada de este estilo. La respuesta de la empresa es fulminante: solamente ella es culpable de lo que ha hecho, en la vida y en la muerte. Nadie debe sentirse responsable. Nadie puede sentir ninguna clase de solidaridad con la compañera de más de dos décadas. Que nadie haga un solo cálculo
de cuánto ha sufrido: no es asunto de nadie, salvo de ella, y ya no existe. “Trajo su vida al lugar de trabajo”, explica el jefe de Recursos Humanos, como si quisiera contarnos él mismo, de primera mano, que en eso consiste la ley del mercado, en no poder distinguir entre esferas y en que no haya instituciones que ayuden a clarificarlo o corregirlo. Thierry deja automáticamente su empleo, pero no por rebeldía o dignidad, sino porque sabe que cualquiera podría acabar así en estos tiempos de movilidad social descendente sin red de seguridad. Aunque la relación entre los procesos sociales y el comportamiento político y electoral es enormemente compleja, más si cabe en condiciones contemporáneas en las que es difícil pensar en términos de bloque de conciencia (trabajadora o de otro tipo), es inevitable preguntarse: ¿a quién vota el golpeado Thierry? ¿Al Frente de Izquierdas? ¿Al Partido Socialista? ¿Al Frente Nacional? La respuesta no es unívoca. Podría ser cualquiera de ellos, y quizá sea esa una de las mayores motivaciones para seguir construyendo cambio político en clave transversal en el sur de Europa. Así termina La ley del mercado (película). No sabemos cómo termina, ni si lo hace, esa otra ley del mercado que es ley de vida incluso cuando acaba en suicidio. En ello estamos.
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· La ley del mercado se basa en un principio general de sentido común: somos individualmente responsables de todo lo que nos ocurre, y con ellos nuestros dolores y cicatrices solamente pueden experimentarse como sucesos o procesos individuales
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¿Por qué la llaman imprescindible cuando quieren decir cultura?
Por Manuel Guedán (Área de Cultura de Podemos)
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· El pasado diciembre tuvo lugar una campaña electoral renovada: más reñida, más digital, más debatida, más espectacular, con mayor escrutinio sobre sus propios procesos y un cierto repunte de ciertos temas clave para el tan cacareado cambio político del país (…) ¿Y la cultura? Calentando en la banda
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e los distintos roles que se dan en un equipo de fútbol, entre el fulgurante mediapunta y el tercer portero que ve la temporada apoltronado en el banquillo, cobrando por no tocar un balón, el que despierta todo mi cariño es el suplente que se pasa la temporada calentando en la banda, siempre a punto de salir y sin llegar a disfrutar más que los minutos de descuento. Quizás por eso, cuando empecé a militar en política, tuve claro que sería en el campo de la cultura. El pasado diciembre tuvo lugar una campaña electoral renovada: más reñida, más digital, más debatida, más espectacular, con mayor escrutinio sobre sus propios procesos y un cierto repunte –aunque tal vez menor de lo que algunos esperábamos– de ciertos temas clave para el tan cacareado cambio político del país: acogida de refugiados, vivienda, pobreza, educación, feminismo… ¿Y la cultura? Calentando en la banda. Y ni tan mal, que desde ahí se ve todo el campo; a fin de cuentas, algo hay de ella en todos esos temas. Me gusta la definición de cultura que da Raúl Minchinela en CT o Cultura de la Transición: “Todo aquello que hace el individuo más allá de cumplir sus necesidades esenciales: desde ese punto de vista morder un tomate no es cultura, pero sí lo es cortarlo en daditos y sazonarlo con albahaca”. Otra interesante es la que, con menos hambre y más sustantivos, propone Santi Eraso: “Debiera ser, fundamentalmente, el conjunto de herramientas que permitieran una construcción de ciudadanía crítica –hacia unos u otros– capaz de poner en circulación
sus propios sentidos, sin mediaciones/ imposiciones patrióticas, paternalistas ni propietarias”. Es decir, un bien común; dimensión que rebasa el concepto de cultura que impera en la sociedad y rige las secciones así tituladas de los medios de comunicación, el cual tiene que ver más bien con la elaboración, circulación y consumo de artefactos culturales. En esa línea, una muestra relevante de transformación cultural es la distancia entre la imagen de hombre de familia, –padre, marido y presidente a la vez–, que le compraba Juan José Millás a Zapatero en un publirreportaje aparecido en El País Semanal, allá por 2006, y el selfie de Pablo Iglesias con Facu en la Gala de los Goya, que certificaba que por primera vez una personalidad asistía a la gala, no en pareja de Estado, sino sencillamente con un amigo al que le gusta el cine. Una instantánea que, desde un espacio no institucional ni legislativo, opera sobre el imaginario de modelo familiar y de representatividad. Pero un servidor no hace el esfuerzo de sentarse a escribir para afirmar, que como la cultura es prácticamente todo, en campaña se ha hablado de cultura mogollón. Más bien lo contrario, señalar que el fracaso ha sido doble: ni en los grandes actos se ha discutido sobre los programas de cultura de los partidos, ni –quienes hemos participado en su concepción– logramos que dichos programas practiquen una labor pedagógica de ampliación y diversificación del término. Pero tampoco nos vamos a poner en plan troyano a formatear el sistema por la vía del mal rollo. Sí ha habido una campaña específica sobre cultura en la que distintos responsables del área por
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i’m lovin’ it
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· No se trata aquí de realizar una caza de brujas invertida sobre aquellos actores, escritores o directores que no intervienen en la esfera político-cultural, sino de ampliar el foco sobre un fracaso que es, en realidad, un fracaso compartido por partidos, medios de comunicación, asociaciones, profesionales y sociedad civil
cada partido se han visto las caras en numerosas ocasiones. Medios especializados, asociaciones profesionales y entidades de gestión han organizado monográficos, reuniones bilaterales, encuentros, debates públicos y cerrados... El Estatuto de los Trabajadores de la Cultura, la fiscalidad, la accesibilidad, la propiedad intelectual, la desgubernamentalización y el organigrama ministerial han sido los ejes principales de estos encuentros. Se debe discutir la lógica de lobby de tales actos, que fundamentalmente tienen por objetivo obligar a los partidos a posicionarse y desarrollar un programa en torno a los temas que dichos grupos tienen en agenda; se debe señalar que muchas de estas asociaciones y entidades arrastran anquilosados mecanismos internos que les impiden representar a una auténtica mayoría de su sector y, por último, se debe remarcar que esta línea institucional e industrial dificulta el trabajo sobre el sentido más amplio y prolífico de cultura que se mencionaba anteriormente. Con todo, es una labor que se ha llevado a cabo –de hecho es la labor que se ha llevado a cabo– y que ha motorizado la especialización de las nuevas fuerzas políticas y la actualización de las viejas. Por supuesto en nada incumbe esto al Partido Popular, partido que parece ver en los representantes de la cultura una suerte de legión de Christian Greys, a quienes gusta de provocar para luego hacerse regañar y azotar por ellos. Toda esta labor discursiva y programática no tenía vocación de alcanzar los espacios electorales generalistas y así fue. Tras el debate del 7-D, tuvo especial repercusión un tuit del cantante Jorge Drexler: “El perdedor del debate: la cultura. La palabra no apareció NI UNA VEZ. #ELPAISDebate”. El mensaje tuvo bastante éxito y fue retuiteado por distintas asociaciones, plataformas, trabajadores del entorno y celebridades. Y es que, efectivamente, reflejaba el olvido de un tema siempre imprescindible y a menudo ausente. Sin embargo, el olvido se hace extensivo a las cuentas de quienes reprodujeron el mensaje: los timelines de Bárbara Lennie, José Mercé o la corrosiva compañía Yllana, no contienen ni una sola reclamación o reflexión sobre políticas culturales en toda la campaña y alrededores. La búsqueda se puede ampliar a muchas otras cuentas de actores, escritores, directores, dramaturgos y artistas mediáticos con idéntico resultado salvo contadas excepciones, entre las que se cuentan Lorenzo Silva, Álex de la Iglesia, que se hizo eco del titular: “La cultura genera más ingresos que las telecomunicaciones”,
y el siguiente análisis del actor Sergio Peris-Mencheta, de nuevo a propósito del debate: “Leo que la culpa de que no se hablara en el debate de ayer de Cultura es de los “ponentes”. No era más bien de A3Media?”. Santiago Segura, en cambio, escribía lo siguiente durante la jornada de reflexión: “Trabajo digno y bien remunerado, educación y sanidad al alcance de todos, 0 corrupción… Curioso todos los votantes queremos lo mismo”. De nuevo, el olvido o, más bien, la constatación de que la cultura no alcanza a formar parte de las reclamaciones transversales. Durante las semanas previas a las elecciones, hubo solo un caso en el que la cultura salió de su corrala mediática: el programa especial de la cadena SER La política cultural en España, a debate, con Pepa Bueno, que enfrentó a los cuatro principales partidos. El encuentro arrancó algunos análisis y reseñas en prensa, pero no tuvo ningún eco entre las personalidades del mundo cultural. Desde las redes, solo intervinieron Juan Luis Sánchez, subdirector de eldiario.es, y el actor y cantante Fran Perea. Desafortunadamente, uno más uno ni siquiera son siete. Y no se trata aquí de realizar una caza de brujas invertida sobre aquellos actores, escritores o directores que no intervienen en la esfera político-cultural, sino de ampliar el foco sobre un fracaso que es, en realidad, un fracaso compartido por partidos, medios de comunicación, asociaciones, profesionales y sociedad civil. Se trata de ampliar y hacer más ambiciosa la reflexión de Peris-Mencheta. Iglesias, Sánchez, Garzón y compañía deberían haber llevado la iniciativa a la hora de defender la imperiosa necesidad de un cambio que será, siempre, un cambio cultural; toda vez que eso no acontece, sería deseable contar con medios de comunicación responsables que obligaran a contemplar este aspecto. Ahora bien, la era de la contabilidad de visitas y tiempo de lectura, esa misma que ha hecho que la palabra “Carmena” pueda titular una noticia sobre el procesado industrial de los hidrocarburos en la región de Grodno (Bielorrusia) para atraer clics, puede sacarnos las vergüenzas, toda vez que los contenidos sobre políticas culturales han sido contenidos muy poco leídos en los medios generalistas. Lo que pone de relieve esta cadena causal de olvidos es que falta un trabajo colectivo, que sepa ser crítico y no lacrimógeno, que formule denuncias concretas y no quejas genéricas, que sea celebratorio pero no necesariamente glamuroso y que sepa encontrar las reclamaciones y necesidades
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 transversales a las distintas disciplinas artísticas para sumar unas fuerzas poco acostumbradas a agruparse. En su artículo Ni el copyright ni el copyleft te van a dar de comer, Guillermo Zapata apuntaba que hace falta un nuevo cuerpo que tenga la capacidad de un sindicato para imponer condiciones en el campo de la nueva industria, que tuviera la capacidad de legislar de un partido y que contara con la fortaleza de un tejido movilizado: “necesitamos las tres cosas mezcladas en alguna parte”. Este ser mutante tiene por delante el reto de superar el estigma social de las subvenciones, superar la percepción vinculada a artefactos culturales, expandir una cultura popular y sacarla de los dominios de élites intelectuales y varones. Por supuesto, hay antecedentes e intentos, como la “Marea Roja. Cultura en Lluita” aparecida en Barcelona en 2013 o la Plataforma en Defensa de la Cultura que convocó el 9 de marzo de 2014 una movilización encaminada a aumentar esa misma marea. Sin embargo, su impacto social quedó lejos del que habían tenido la marea blanca y la marea verde. ¿Qué pasó entonces en el Reino de la Cultura, contando además como cuenta con arietes cargados de valor simbólico y prestigio social? Siempre me ha molestado un poco esta declaración del escritor Rodrigo Fresán a propósito del (supuesto) desencanto ideológico que experimentó su generación en comparación con el compromiso político que destilaban ciertos textos y actitudes de varios miembros del boom: “Simplemente que no me interesa repetir lo que algunos de mis mayores ya hicieron de un modo tan pero tan... Seré breve: a mí me gusta escribir. Y leer. Y seguir escribiendo. A solas. En silencio. Y escribir y leer con el puño en alto y gritando y rodeado de personas es un poco incómodo, ¿no?”. Aunque no deje ser una humorada, la declaración de Fresán incide en la mistificación del silencio burgués y la romantización de la individualidad del creador. Poco importa dónde prefiera escribir Fresán, se trata más bien de entender que, como en cualquier otro gremio o profesión, para desarrollarla en las mejores condiciones posibles, a veces toca organizarse. El puño ya que lo lleve cada quien a la altura que más le guste. El caso es que rebajar el IVA, conseguir un régimen fiscal adecuado a las especificidades del trabajador cultural, velar por redes de distribución –físicas y digitales– menos concentradas y apostar por la accesibilidad e incorporación activa de la ciudadanía al campo cultural es un programa por el que yo afinaría mis cuerdas vocales para soltar gustoso un buen alarido.
En el caso particular de los escritores, acaso un gremio de los más adictos al calorcito interior del gotelé, Isaac Rosa apuntaba hace unos meses: “La pregunta es dónde estábamos los escritores cuando el 15-M, dónde cuando las mareas, dónde cuando Stop Desahucios, dónde cuando las marchas de la dignidad, dónde cuando las huelgas generales... Dónde están los escritores de Podemos, oigo también por ahí”. En un artículo aparecido un año antes de estas declaraciones, titulado Podemos sin escritores, Alberto Olmos abordaba esa última cuestión: “A pesar de lo mucho que se ha hablado sobre Podemos, nadie ha señalado una de sus características más evidentes: que no cuenta con el apoyo explícito de ningún escritor. Esto no quiere decir que ningún escritor los vote o los aplauda, sino que la organización no se ha prestado a la composición de ese iconostasio de figuras mediáticas que suele armarse para captar la atención ciudadana”. Tres campañas electorales después habría que matizar estas palabras –por ejemplo, las escritoras Ángeles Caso y Rosa Regàs se han implicado en el partido–, pero siguen siendo ciertas en buena medida y apuntan a la conclusión de este artículo: atrás quedan los llamamientos a filas de personalidades, ceja en ristre; no es esta una convocatoria tácita para que las nuevas celebrities culturales graben un video poniéndose una coleta, sino la invitación a que los trabajadores culturales, del currela al famoso, pasemos del quejío a la aria, aprovechemos la coyuntura de cambio social y nos valgamos de las formas de articulación social más porosas que permiten las nuevas formaciones y confluencias, para desbordarlas y romper definitivamente con una percepción de lo cultural que pase tan solo por lo respetable, lo cuantificable y lo industrial. La cultura sufre el mal de las cosas llamadas imprescindibles, que conviene no confundir con las cosas tan imprescindibles que a nadie se le ocurriría llamárselo. Si uno dice pronuncia la frase “la cultura es imprescindible para el desarrollo de una sociedad”, seguramente arrancará aquiescencias y hasta aplausos; pero, en cambio, si dice “la economía es imprescindible para el desarrollo de una sociedad”, resulta más probable que al personal le dé por reír. Eso coloca a la cultura en el lugar fatal del consenso blando: nadie clamará en su contra, pero no ocupa el lugar que todos aseguran que le corresponde. Es como estar vestido de esmoquin en un callejón sin salida. O corriendo la banda, pero en chándal y por fuera.
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NUEVOS EPISODIOS NACIONALES II
Tres escenas en la historia reciente de la música popular española ESCENA SEGUNDA
“PASIÓN POR EL DEPORTE” UN CAMBIO DE TENDENCIA EN LA INDUSTRIA DEL OCIO, EN LA PUBLICIDAD Y EN LA POLÍTICA EDUCATIVA
Por Santiago Auserón
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· La adhesión a un icono musical o a un equipo de fútbol se alimenta de su propia gratuidad; en un caso como en otro, los aficionados conectan sin necesidad de consenso, por más que asuman símbolos colectivos y acepten reglas de juego
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orría la segunda legislatura de Felipe González, pasada la mitad de los ochenta, cuando en las vallas publicitarias y en los anuncios de televisión las modas musicales –omnipresentes tan sólo un año antes– cedían protagonismo ante un nuevo eslogan: “pasión por el deporte”. El inicio de la primera legislatura socialista, en 1982, había recibido el espaldarazo de la celebración en Madrid de la XII Copa Mundial de Fútbol. En 1986 se obtenía del Comité Olímpico Internacional la concesión para organizar los Juegos de la XXV Olimpiada, que tendrían lugar en Barcelona seis años más tarde. Si, como sugieren algunos analistas de la Transición, en el ánimo de los golpistas del 23-F había contado –cual gota que colma un vaso cargado de motivaciones– la preocupación por la degeneración de las costumbres entre los jóvenes españoles, aquel drástico cambio de tendencia en la industria del entretenimiento y en la publicidad debió de servir para aplacar un tanto los ánimos exaltados del franquismo, temeroso de verse desplazado de los ámbitos de poder. Para aquel entonces, los grandes grupos del entretenimiento y de la comunicación tenían bajo control las novedades musicales y se entregaban al descomunal negocio de revender el catálogo fonográfico y editorial de casi todo el siglo XX en formato digital, sin nuevos costes de producción ni otro royalty que el apañado décadas atrás con artistas en proverbial situación de penuria. Era el momento adecuado para orientarse hacia otras empresas y el gobierno socialista no hizo sino reforzar la nueva ola deportiva aprobando leyes ratificadas con generosas
partidas presupuestarias, justificado por el loable compromiso con la salud pública y con la formación de las futuras generaciones. Jóvenes ejecutivos yuppies, al emerger de la resaca, recordaban de repente que lo que en realidad les ponía desde pequeños era el fútbol, sin que eso conllevase en modo alguno la necesidad de renunciar a la fiesta. Pasada la primera aceleración destroyer y dejado atrás el tocado punkie, los propios roqueros, que hasta hace poco abominaban del deporte de masas como forma de sometimiento, quedaban para ver el partido y hartarse de cerveza ante el televisor. Eran años de sorprendentes cambios de color: nuevos agentes de la cultura que se habían dado a conocer como miembros de oscuras organizaciones de extrema izquierda – donde se discutía incluso la conveniencia de la lucha armada– maduraban como por hechizo y alardeaban de una inclinación al conservadurismo que pretendía títulos de moderna. Tales fenómenos sociales son difíciles de delimitar, se basan en un sustrato de emociones compartidas que, si bien forma parte de lo que entendemos por cultura, puede ser denominado prelógico. A las aficiones masivas los individuos se adhieren como si les fuera la vida en ello, pero no se trata de “posiciones de sujeto” diferenciadas como reivindicaciones sociales ni producen “formaciones discursivas” que respondan a una lógica en busca de “equivalencias” capaces de articularse para formar un “bloque histórico” –por traer a colación los términos que emplean Laclau y Mouffe–. Más bien reclaman consideración como polos opuestos de un “bloque ahistórico” que remite a un origen mítico remoto o bien tiende a ocupar
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· ¿Puede llevarse adelante la tarea de “radicalización de la democracia” sin atender a las variables prelógicas de la cultura? ¿Es suficiente con apropiarse de las técnicas que emplea la máquina del poder para sincronizar los movimientos de masas? ¿Hay un modelo político latente en los patrones musicales, según parecen haber entendido algunos pueblos?
la actualidad por entero. La adhesión a un icono musical o a un equipo de fútbol se alimenta de su propia gratuidad; en un caso como en otro, los aficionados conectan sin necesidad de consenso, por más que asuman símbolos colectivos y acepten reglas de juego. Hay un hecho que define esa suerte de adhesiones mejor que una dialéctica variable a lo largo del tiempo: cuando muchos individuos se reúnen en torno a una afición, hay una empresa nacional, política, mediática o de entretenimiento sacando partido de ello. El fenómeno de masas no reúne colectivos de intereses ni estructura operadores simbólicos. Ciertos símbolos pueden entrar en juego, convertirse en mercancías que varían a capricho, pero lo esencial es que, a través de la afición, la sensibilidad individual conecta directamente con la máquina del poder. El gusto por la música popular y la pasión por el deporte son comparables en este aspecto. Al mismo tiempo, hay diferencias significativas. La primera consiste en que el aficionado al deporte, por más que sufra en el cuerpo propio la experiencia del aprendizaje y de la práctica del juego, necesita al otro para competir, para medir el alcance o realizar el registro de lo aprendido. La competición entre amigos, la asociación a un club, como practicante o como mero seguidor, proporcionan al aficionado al deporte una primera dimensión social. El enfrentamiento entre clubes o equipos de áreas de población más amplias, hasta llegar a la dimensión del equipo nacional, hace posible que el carácter competitivo del juego se transforme, con ayuda de la propaganda política y mediática, en agonismo masivo. La afición a la música, aunque pueda adquirir visos competitivos, es antes que nada experiencia íntima, porque se funda en el carácter interno de la percepción acústica. Cierto es que la experiencia musical no alcanza su verdadera dimensión si no es compartida: el grupo instrumental o de aficionados que se confiesan sus preferencias son –después del canto familiar, de sentido enigmático– los espacios naturales en que germina el amor por la música. Pero todo ello vuelve a pasar por la conciencia que repite a solas lo que ha escuchado de otros o en compañía. Este hecho da lugar a una cuestión relevante: la rememoración sonora contribuye a configurar el ámbito de la conciencia individual. En segundo lugar, la afición musical hace sonar en la conciencia voces que remiten a otras voces, actualiza tradiciones que se remontan hasta la noche de los tiempos.
Las prácticas deportivas no rememoran su experiencia ancestral sino de vez en cuando, se agotan en la acción inmediata, en el aprendizaje o en la práctica del juego. Las formas musicales, en cambio, portan información que alude a un linaje sonoro, a una herencia que determina variaciones étnicas, modales, de estructura y de estilo. La afición a la música responde a un componente diacrónico ausente en la sincronización de movimientos que exige el ejercicio deportivo. El bailarín lleva a cabo una acción corporal comparable a la del deportista, pero la sincronía con la música desplaza su sensibilidad hacia la dimensión de la tradición sonora. Todo ello nos lleva a considerar un tercer rasgo diferencial, relacionado con el anterior: el aficionado al deporte conecta con la masa en torno a un espacio visible bien delimitado: el terreno de juego o la lente de la cámara que lo cubre. El aficionado a la música, además de poder optar por reunirse con sus semejantes en el círculo del coro, ante la escena de concierto, en la pista de baile o ante una pantalla, experimenta de forma más o menos consciente su vinculación con las “masas invisibles” (la expresión es de Canetti): los ancestros que han intervenido durante milenios en la elaboración de las formas del lenguaje, del canto y de los instrumentos musicales, las cualidades materiales del entorno acústico en que se perciben los “fantasmas sonoros”. El carácter visible y sincrónico del juego deportivo se opone a la duplicidad temporal de la sonoridad invisible. Lejos de dar la espalda a la dimensión plástica y espacial, la sonoridad musical configura recintos habitables de contornos móviles, huidizos, mientras el esfuerzo físico limita su visión del tiempo a la sincronía de los gestos, a la duración del ejercicio. La afición a la música busca entre las sombras una dimensión temporal variable. La pasión por el deporte pone a cero el cronómetro de la actualidad. Esa perspectiva diacrónica propia de la afición musical se extiende hasta el límite de lo inmemorial: recordemos la “cadena de anillos de la inspiración poética” o del canto que –según decía Platón en Ion– recibe de las Musas una energía sagrada, comparable al magnetismo que se transmite hasta cada participante en el coro y hasta cada oyente para provocar su entusiasmo. Sagrada es también –desde el punto de vista de los antiguos griegos– la energía vital necesaria para ejercitar el cuerpo con miras al combate o a la competición en los juegos. Pero la competición física reclama enfrentamiento y
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 se opone –cuarto rasgo diferencial a tener en cuenta– a la capacidad para generar armonía, igual que desde la más remota Antigüedad se oponen –según los pensadores presocráticos– los principios de la Discordia y del Amor. La máquina del poder sincroniza el instinto de competición del mayor número posible de espectadores a través de los medios de comunicación. Por afán de rentabilizar la inclinación al antagonismo, al tiempo que intenta canalizarla en su favor, fomenta la violencia latente en el ánimo de la ciudadanía. Amplifica artificialmente la naturaleza primaria, el componente más básico del animal político, creando un graderío ensordecedor –o su equivalente electrónico, el índice de audiencia– que da la espalda a la herencia sonora de los antiguos, al sentido de la armonía aprendido y transmitido por medio de los sonidos musicales y de las palabras. Este es el calado del cambio de tendencia cultural acontecido en España a mediados de los ochenta. Condicionados por la necesidad de interpretar la historia y por las urgencias de actualidad, los movimientos sociales y las luchas políticas se sitúan, digamos, a medio camino, entre el amor por la música y la pasión por el deporte. Para enfrentarse a las maquinaciones del poder, estructuran sus discursos, diferencian objetivos, buscan “cadenas de equivalencia” razonadas, – distintas del magnetismo que renueva el delirio de las Musas y del sometimiento sincrónico a la propaganda del poder–, se organizan como partidos, se dotan de un contenido simbólico que aspira a hacer nación, a hacer historia, procuran dar sentido a los antagonismos, de los que ha de surgir una forma de hegemonía relativamente durable en el devenir continuo de la sociedad. En este punto surgen varias preguntas: ¿puede llevarse adelante la tarea de “radicalización de la democracia” sin atender a las variables prelógicas de la cultura? ¿Es suficiente con apropiarse de las técnicas que emplea la máquina del poder para sincronizar los movimientos de masas? ¿Hay un modelo político latente en los patrones musicales, según parecen haber entendido algunos pueblos? Los antiguos griegos fundaron la democracia extendiendo el derecho de participar en la asamblea y de ocupar cargos públicos a todos los ciudadanos, con exclusión de las mujeres, de los esclavos y de los extranjeros. El principio básico para la educación de los hijos de la ciudadanía era la combinación de dos disciplinas: la gimnástica y la musical. La primera preparaba a los
niños para tomar parte en futuras campañas bélicas y dio lugar a la idealización del cuerpo adolescente, que conocemos por la estatuaria y por los diálogos platónicos. La segunda permitía actualizar la memoria tribal, proporcionaba un registro mnemotécnico a las leyendas del pasado remoto –útil para recordar también las artes tradicionales– y dotaba a la juventud selecta de un sentido de la proporción conveniente para regir los destinos de la ciudad, de un conocimiento de las leyes que parecían gobernar los números de la octava musical, las inclinaciones de la psique y hasta los giros planetarios. Aunque todavía es necesario ahondar en el significado del cambio radical de perspectiva que conlleva la universalización del derecho de ciudadanía, tal vez convenga ir aplicando a nuestra experiencia histórica reciente aquel sentido heleno de la proporción que todavía no había experimentado la necesidad de distinguir entre los beneficios del cuerpo y los del alma, valorar el reparto arcaico de funciones entre el preparador físico y el citarista, que en la pólis griega enseñaba a cantar los versos memorables, a pulsar las cuerdas de un instrumento y a practicar las buenas maneras. La actualidad nos dice que nos hemos apartado tanto como era posible de un equilibrio semejante. Si nos atenemos a la frecuencia con la que se airean los símbolos nacionales en las grandes competiciones, no cabe duda de que la pasión por el deporte ha dado frutos, toda una generación de jóvenes españoles ha pasado por el podio. Cabe preguntarse qué hubiera ocurrido si el mismo esfuerzo de inversión se hubiera aplicado a otras actividades, humanísticas y científicas, por ejemplo. Muchas señas indican que se han llevado las cosas demasiado lejos: las grandes empresas deportivas evitan pagar impuestos y se confunden con la especulación inmobiliaria que corrompe las organizaciones políticas; algunas aficiones desembocan en fanatismo asesino; la preparación física se transforma en ingeniería, los récords espectaculares se relacionan demasiado a menudo con el dopaje; movidas por un contrato fabuloso, las estrellas deportivas llevan su esfuerzo hasta la consunción prematura de su juventud y terminan su carrera como juguetes rotos. Todo indica que por este camino estamos –no menos que jugando con drogas, como al comienzo de los ochenta, y por causas comparables– ante un problema de salud pública a gran escala, que pone en riesgo el porvenir de las nuevas generaciones.
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“Trabajemos por una movilización capaz de que ciertas demandas se perciban como irrenunciables”
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Diálogo con Guillermo Zapata Por Jorge Lago
Fotos: Chano del Río
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weets y titiriteros. Esa es la síntesis a la que muchos han querido llegar sobre la actuación del Ayuntamiento de Madrid en materia cultural. No obstante, hablamos con Guillermo Zapata para comprobar que hay mucho más: participación, guerra cultural, vecinos, asociaciones y movimientos sociales. Y sí, también tweets y titiriteros. Jorge Lago: En primer lugar, quería preguntarte sobre esa idea, un tanto mecánica y que desde Podemos hemos intervenido, basada en la necesidad de acumular fuerza en lo social para después acudir a las instituciones y canjearla, como si de la ventanilla de un casino se tratara, en escaños. La experiencia nos dice que nunca termina de traducirse esa fuerza en movimiento, de modo que hay que construir, no sin cierto dolor, desde arriba. Me gustaría saber, tú que la has venido trabajando, tanto a un nivel teórico como en la práctica política, cómo has visto la evolución de esa relación entre movimiento e institución.
Guillermo Zapata: Creo que Podemos supo dar el paso en una dirección en la que los movimientos sociales no éramos capaces. Hay un problema cultural, que es también un límite, y que consiste en ser conscientes de que existe una herramienta electoral en torno a la cual hay capacidad de construir. Esto es algo que, creo, intuimos desde los movimientos en los años posteriores al 15-M. Sabíamos que la movilización había llegado a un cierto lugar, pero no encontraba una interlocución institucional, de modo que era el momento de construir una herramienta y de ahí surge la idea de poner en marcha un proceso constituyente, pese a que faltaba una herramienta pragmática para ello. En todo caso, desde mi punto de vista, no se trata tanto de construir desde arriba, porque, según se mire, a lo largo del 15-M ya tuvimos experiencias de ese tipo, es decir, gente que en un momento dado se reúne y decide lanzar un desafío para ver qué pasa, no hay una consulta, no hay un previo. Es el caso, por ejemplo, del Rodea el Congreso. Por ello, la cuestión no es tanto el construir
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 desde arriba, como el atreverse a identificar que en el hecho electoral podía haber un instrumento, que no fuera exclusivamente la miseria de poder de los partidos, sino que desencadenara un proceso de ilusión, de organización, etc. Esto es lo que me parece que Podemos le dice a los movimientos: “Yo puedo llegar a un lugar donde tú no estás siendo capaz de llegar”. Y es algo que está muy condicionado por el contexto del bloqueo institucional, si hubiera habido la más mínima capacidad por parte del Régimen del 78 de recoger algo de lo que estaba pasando fuera, no hubiera sido tan fácil; pero como la incapacidad de todas las fuerzas políticas fue absoluta, de pronto, esa herramienta devino en algo muy potente. J.L.: Y qué análisis haces cuando Podemos irrumpe y plantea esa, entre comillas, traición. G.Z.: En ese momento pensé: “Estos egocéntricos, ¿de qué van?”. Creo que es una reacción visceral que tiene que ver con que alguien te está señalando algo de ti mismo que ni siquiera has sido capaz de procesar todavía. J.L.: Aquí quisiera introducir un matiz a colación con la hipótesis que te estaba planteando. Antes de que se produzca ese momento en el que la acumulación de fuerzas y de lucha social se traduce en representación política, ese momento utópico que se intuye inminente pero que no termina de cuajar, hay un momento de reflujo; el ciclo de movilización va perdiendo fuelle, las réplicas del segundo y tercer año del 15-M fueron a menos, se diversificó, surgieron las mareas... Me interesa saber cómo viste y cómo ves ahora aquel momento. Si fuisteis conscientes de esa suerte de desaceleración que obligó a dar el salto político para construir a un nivel, digamos, más representacional o, por el contrario, era algo que intuíais latente pero que no sirvió de catalizador de lo que ocurrió después. G.Z.: Esto que planteas se puede ilustrar bien con una anécdota. Ocurrió tras una manifestación que convocamos el 5 de octubre de 2013, varios meses antes de la fundación de Podemos. El lema era “Que se vaya la mafia” y salía de la Puerta del Sol e iba hasta Génova. Recuerdo que cuando acabó la manifestación, quienes habíamos participado en su organización estábamos muy contentos porque no se habían producido heridos, tampoco detenidos, se
había desarrollado con normalidad y había logrado congregar a un número razonable de gente, unas ocho mil personas. Cuando nos estábamos yendo, apareció Íñigo Errejón con Jorge Moruno. Fui a su encuentro y les pregunté, con cierto entusiasmo, cómo lo habían visto y me dijeron que era terrible; aun con los datos objetivos de corrupción, con la evidente desestructuración del régimen político, con el 15-M como ruptura de un cambio cultural, aun con todo eso, así no ganábamos. Esta constatación para mí fue muy importante y creo que ha habido cierta perversión posterior. Me refiero a esa idea que quizá es fácil construir pero que no casa y que consiste en decir; “como llegó Podemos, abandonamos las calles”. Me preocupa mucho cómo, desde el punto de vista del movimiento, hemos desarrollado cierta dependencia del propio poder, es decir, desde nuestra defensa constante de la autonomía de lo social, estamos sistemáticamente mirando con cierta obsesión a ese otro que ha venido a quitarnos algo. Por otra parte, se trata también de una lectura reduccionista de lo que es el 15-M. Porque el 15-M no son los movimientos sociales, e igual que le pone un espejo a la izquierda enseñándole todo de lo que no es capaz como identidad y como proyecto, en cierto modo también le muestra a los movimientos sociales todos los lugares donde no llegan. A la vez, construye lo que yo llamaría movimiento, pero no en el sentido de los movimientos sociales tradicionales, sino más bien en el sentido de generar un proceso de subjetivación, algo que va más allá de la organización militante y que podría definirse como la organización de un afecto o de una ruptura. La capacidad de Podemos fue la de romper con una serie de cosas que, se suponía, no se podían romper. No se trata de que en aquel momento hubiera otras hipótesis funcionando, sino que fuimos incapaces de construir la nuestra. Creo que, en ese sentido, conviene ser humildes y reconocer que no fuimos capaces de identificar o de atrevernos a ese desafío, porque, en nuestro código, ese desafío no tenía que funcionar así y, quizás, no era útil. Dicho esto, estoy convencido de que el principal potencial que tiene Podemos radica, precisamente, en todo aquello que le diferencia de lo que podríamos considerar como la herramienta tradicional que se presenta a unas elecciones. Es decir, todo lo que tiene de movimiento es lo que le hace suficientemente heterodoxo como para ser interesante.
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· En ningún momento de mi vida he sido más consciente de que existe un afuera que estando en el ayuntamiento. Cómo ese afuera desplaza posiciones dentro, y no estoy hablando de filosófico, sino me refiero a la institución y su afuera de la calle, lo social, con todos sus estratos, capas, conflicto interno
PRIMAVERA 2016 · LA CIRCULAR J.L.: Es cierto, y estoy muy de acuerdo contigo, que a Podemos se le acusa de ser causante de una sustitución de la movilización social por la disputa electoral, cuando, efectivamente, había un reflujo constatable de la primera. En ese sentido, creo que esto también habla de temporalidades distintas, de que hay un tiempo para la acumulación de fuerzas, pero que este tiene también un límite y tratar de extenderlo, al final, habla más de la necesidad identitaria de seguir siendo quien eres que de la conquista del poder. Por otra parte, y creo que esto nos ha sorprendido a todos, un proceso electoral tiene la capacidad de acumular mucha fuerza, de politizar y movilizar a la sociedad. De ahí que no comparta del todo esa idea de que la lucha está en las calles y no en el Parlamento, el Parlamento puede ser una herramienta muy potente, por supuesto no para luchar solo desde dentro, sino para que haya una acumulación también hacia fuera y la creación de un sujeto que no estaba dado.
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· Me preocupa mucho cómo, desde el punto de vista movimiento, hemos desarrollado cierta dependencia del propio poder, es decir, en una defensa constante de la autonomía de lo social
G.Z.: Es, cuando menos, paradójico. Solemos identificar el Parlamento como un territorio con una conflictividad específica, no solo como la traslación de la calle, sino como un lugar donde hay una pelea que es propia de ese lugar, la pelea institucional, pero, al mismo tiempo, la posibilidad de que se consigan unas condiciones políticas potentes ahí dentro es totalmente dependiente del afuera. Es decir, ahora que estamos inmersos en una fase de pactos post-electorales, vemos que se está teniendo muy en cuenta ya no sólo el tema transparencia, sino el hecho de que ya no sirve el acuerdo que consigas hacia adentro, sino cómo eso se significa fuera del Parlamento, cómo lo lee la sociedad. Entiendo que Podemos tiene ahora un nuevo desafío. Digamos que ese “afuera” del que hablamos ya ha asumido que Podemos le representa, esto puede suponer un cierto freno, es decir, surgirá la necesidad de reactivar esa movilización partiendo de la base de que la gente no va a estar en una lógica de campaña electoral permanente. No olvidemos, que en el caso de Podemos, la campaña ha sido determinante para el resultado electoral final, precisamente porque ha sido capaz de organizar un afecto, una ilusión con un objetivo muy concreto. En ese sentido, es esencial estar constantemente actualizando dicho vínculo entre lucha social y representación; ya no se puede ser solo partido o solo movimiento social. J.L.: Me interesa especialmente esa figura del “afuera”, creo que desde la lógica de
los movimientos se ha tendido a dar por sentado ese sujeto que va por delante de las instituciones y los partidos. Pero lo cierto es que, y esto es algo que habrás comprobado por tu labor en el Ayuntamiento, esa relación con el “afuera” no es una relación con algo que está dado, sino con algo que tienes que estar construyendo de forma permanente, que en todo momento puedes perder y donde tienen más fuerza los adversarios que nosotros, no solo porque tengan los medios de comunicación, sino porque hegemónicamente no hemos ganado ese “afuera” todavía. G.Z.: Sí, estoy de acuerdo con la lectura de que ese “afuera” está en construcción permanente, que no tiene un origen mítico, perfecto o natural, y que no posee un destino final, porque está todo en constante disputa. Sin embargo, en ningún momento de mi vida he sido tan consciente como ahora de que existe un “afuera” que estando en el Ayuntamiento. Durante mucho tiempo, la autonomía de lo político pudo ser operativa en lo social, condicionando por completo a ese “afuera” del que hablamos. El caso es que la sensación que tengo ahora es que ese “afuera”, no por inteligente, porque a veces se presenta también monstruoso, es mucho más independiente. En cambio, es en la institución donde percibo una dependencia mucho mayor con el “afuera”, no sólo con los movimientos sociales, también, por ejemplo, con los medios de comunicación. J.L.: Es evidente que se ha producido un cambio en la relación “dentro-fuera” inducida, en gran medida, por la crisis de régimen que vivimos. Pero, al mismo tiempo, no podemos obviar que estamos “dentro” por primera vez y vemos ese “afuera” como algo infinitamente más difícil de moldear, un campo de batalla mucho más empírico, mucho menos fantasmático. G.Z.: Dentro de la institución es imposible hacer una narrativa de la totalidad. Esa idea de un 15-M cuyas fronteras eran absolutamente inabarcables es imposible que opere en el interior de la institución. Se trata, más bien, de una narración que se va encarnando socialmente, pero que no es lo social, porque en ese caso nos habríamos vuelto locos o seríamos unos dictadores. En todo caso, sí tengo la sensación de que en el juego o en la relación con ese “afuera” se puede seguir trabajando, no sobre la idea de la representación de una parte, sino de la construcción de un común, que tienda, aunque evidentemente es imposible, a ocupar la totalidad, no en el sentido totalitario, sino
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 a disolverse en la totalidad, que es lo que sería una nueva institución. Algo habitual en los rifirrafes dialécticos en el Ayuntamiento de Madrid es que nos enfrentamos a alguien que no te está diciendo abiertamente que es de derechas –quizá puntualmente lo haga, pero no es lo habitual–, sino que se autoerige garante de las instituciones. Cuando te dice: “tú eso no lo puedes hacer”, lo que realmente te está diciendo es que “no lo puedes hacer porque las instituciones no lo toleran, porque las instituciones soy yo, yo represento el buen gobierno”. Y lo cierto es que está funcionando, no hacia “adentro”, sino hacia “afuera”. No he visto a nadie que funcione de una manera tan claramente de izquierda revolucionaria como el Partido Popular de Madrid. J.L.: Y no crees que hay una lección que quizá debíamos aprender, por ejemplo, de los escándalos –completamente politizados, por otra parte–, que se han ido sucediendo en los últimos meses en el Ayuntamiento de Madrid. Me explico; parece que hemos acabado ocupando el espacio en el que justamente nos querían colocar. En el caso de los titiriteros, sin ir más lejos, si la única defensa es libertad de expresión frente a una mera instrumentalización política, lo que estamos haciendo es dejar a un lado la batalla cultural, o lo que es lo mismo, situar el debate en “institucionales frente a antiinstitucionales o antisistema”. G.Z.: Para mí lo interesante es que cuando te atacan en esa guerra cultural se están poniendo en juego dos cosas. Por un lado, excitar a una base social activista de derechas diciéndole que ha llegado la izquierda, sectaria, ideológica, terrible, etc., que en mi opinión, no es lo más peligroso, ni lo más inquietante, y por descontado no es en lo que tenemos que pensar. Por otro, y esto sí que lo considero importante, es el mensaje que se le manda a todo el resto de lo social, en términos muy transversales, que es que esto es un caos. Hemos de elegir si nuestra trinchera de la batalla es tener plena legitimidad para poner en juego estos relatos que antes eran impensables en términos institucionales o si, en cambio, debemos luchar por dejar bien claro que esto en absoluto es un caos. Por otra parte, aquí hay un conflicto de culturas; la cultura del 15-M que ha jugado en todo momento a desidentificarse, a poder ser cualquiera, a no connotarse, etc.; y la cultura de izquierdas que es connotativa casi por definición. Esta idea de la política de los símbolos, cuando te estás enfrentando a un PP que te dice: “las instituciones soy
yo”, quizá no sea lo suficientemente útil, porque las instituciones siempre funcionan sustituyendo la normalidad o constituyéndose como lo normal. J.L.: Pero, ¿cómo conseguir, desde el punto de vista de la batalla cultural, hacerse con el significante de “esto no es el caos, sino la democracia”? Parece como si se hubiera implantado la idea de que ellos representan el orden, como si le dijeran a la ciudadanía que es preferible un gobierno corrupto pero funcional, que un grupo de gente que convierte cada acontecimiento en un escándalo. ¿Cómo se gana esa batalla del caos? G.Z.: En primer lugar, creo que sería importante asumir que la cultura no tiene tanto poder. Me refiero a la cultura como signo cultural; una obra de teatro, un relato, una película. Habría que hacer un trabajo de deconstrucción en ese sentido. Quizá se desvirtúa fruto de la lógica temporal de la guerra cultural que nos están imponiendo, consistente en reaccionar constantemente y en términos de emergencia. Considero esencial ganar una temporalidad propia, conquistar algo de calma para demostrar que estás tranquilo, precisamente porque la imagen de afectación es gravísima, contribuye a dar sensación caos. Esto implica relativizar, romper los estados de excepción, pero también construir la ciudad pensando más en esa especie de retaguardia de la infraestructura cultural, del hecho democrático, etc., que de significarnos mucho. En cierta forma, tenemos una necesidad muy fuerte de que quede claro quiénes somos. Y esto, según se mire, tiene que ver con una lectura un poco errónea de nuestra propia potencia. Tendemos a pensar que la gente nos ha votado por nuestra trayectoria de lucha. Pero no siempre es así. Por supuesto que nuestro bagaje activista forma parte de lo que somos, pero se nos puede haber votado por miles de cosas más y hay que pensar en ello también. J.L.: En relación precisamente a esto que comentas, resulta curioso comprobar cómo, muchas veces, las razones por las que creemos que nos votan, no coinciden –o lo hacen solo a medias– con las razones que se suponen reales. Recuerdo que se habló mucho, tras el surgimiento de Ahora Madrid, de la importancia de una conformación desde abajo, de confluencias, imbricada en los movimientos sociales, etc. En cierta forma, la victoria de Ahora Madrid quiso representar y dignificar otro modelo posible frente a construcciones más verticales. En cambio, los excelentes
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resultados de Podemos en el País Vasco, donde la conformación ha sido la clásica de un partido puro, demuestran que las razones de la victoria tienen muy poco que ver con la estructuración del partido, del movimiento o de la confluencia. G.Z.: Quizá no haya una traducción inmediata entre el modelo de organización y el resultado electoral, pero entiendo fundamental el cuidado de los procesos internos de la organización, su ADN, su dimensión material, porque tienes que seguir trabajando después del hecho electoral. Lo que habrá que pensar, desde mi punto de vista, es cómo hacer para que un grupo bastante amplio de personas de diferentes trayectorias piensen su manera de estar en la ciudad, de lo contrario lo único que haces es confiar en el criterio de los veinte de turno, que, por una serie de circunstancias, tenemos más acceso a la alternativa de construir hacia fuera, porque se nos oye más y tenemos más poder. Así es imposible conseguir
esos procesos de hegemonía cultural que buscamos, hay un momento en que tu relato se agota porque se necesitan espacios más invisibles o de menos visibilidad que construyan otro tipo de afecto en la ciudad, y esto solo es posible con organización. J.L.: No puedo estar más de acuerdo, pero mi reflexión iba en otra línea. Digamos que se puede ganar Madrid gracias a que ha habido una confluencia y se puede ganar en Euskadi con un partido estructurado, esto demuestra que ambas estructuras funcionan a nivel electoral. El reto, entonces, creo que debe estar en cómo haces para que esa base material organizativa permita una extensión difuminada a la sociedad civil, una incorporación sin sustitución de la organización a espacios tradicionalmente ajenos a las formas de los partidos tradicionales. Resumiendo, no creo que sea tanto un problema de la forma organizativa originaria como de relación partido-movimiento.
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G.Z.: La clave yo creo que está en cómo hacemos sociedad desde los lugares donde estamos. No se trata tanto de cómo nos relacionamos con los movimientos, sino de cómo la lógica del movimiento se inscribe en todo aquello que ponemos en marcha. Desde luego, no es un asunto resuelto, pero la solución pasa por mirar lo que no está, porque con lo que ya está es más fácil establecer una relación, ya sea de cooperación o enfrentamiento. Cómo hacemos, en cambio, para relacionarnos con esas miles de personas que se sienten vinculadas a lo que está pasando, pero cuyo vínculo es necesario que se intensifique. Para lograr esto no basta sólo con escuchar, la lógica del gobernar escuchando no es suficiente, tampoco creo que sirva de mucho la lógica de inyectarle sentido con una exterioridad, que sería lo que haría un partido tradicional. J.L.: ¿Qué crees que podría funcionar?
G.Z.: No lo sé. Pero la solución pasa por producir espacios donde puedan suceder cosas y que, al mismo tiempo, esos lugares sean lo suficientemente porosos como para dejar que sucedan. Por ejemplo, ¿necesitamos que toquen nuestros grupos o que haya locales de ensayo donde puedan hacerlo? Creo que ese es el camino; necesitamos lugares, locales de ensayo, espacios sociales, redes de economía donde la vida sea más vivible y pasen cosas. Por otra parte, es necesario repensar también la cuestión de las movilizaciones. Se dice que no hay que dejar las calles, pero ¿qué hay que hacer en ellas?, ¿manifestaciones?, ¿contra quién? Hemos de trabajar por una movilización social capaz de que determinadas demandas se empiecen a percibir como irrenunciables. Y por último, la comunicación. Creo que es fundamental ponerla en valor, pero no en el sentido de que ellos cuentan una verdad y nosotros contamos otra, sino en empezar a construir espacios de comunicación que hagan vínculo social.
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¿Existen movimientos sociales en España? En los debates sobre “nueva política”, no es raro que aparezcan referencias a los “movimientos sociales”. Una cuestión antipática, pero también crucial, consiste en averiguar si realmente existen, cuánta gente forma parte y qué influencia ejercen. El sociólogo César Rendueles se anima a contestar.
Por Víctor Lenore (Periodiasta y crítico musical)
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· La gente que tira del carro es porque tiene capital social y familiar para permitírselo. No propongo flagelarse, sino pensar en cómo revertirlo, ser conscientes de lo mucho que nos queda por recorrer
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atos del Informe Foessa 2014, capítulo sobre “Capital social y cultural en España”, página 455, párrafo final: “El 29% de asociacionismo de los españoles es un 13% menor que la media europea (42,5%). Si lo comparamos con los países que mayores tasas asociativas tienen en el continente, la diferencia es extraordinaria (Dinamarca alcanza un 91,7% de personas asociadas, Suecia tiene el 82,2% y Países Bajos el 79,5%)”. Por si fuera poco, quienes más se asocian son las clases altas: “Es posible que los conjuntos de élites hayan desincentivado o no hayan promovido la participación masiva en las grandes instituciones. El asociacionismo fue y sigue siendo mucho más elevado conforme se asciende en la la clase social de los individuos. La sociedad civil es asimétrica o desigual”. En este contexto, hablar de “movimientos sociales” suena más a deseo bienintencionado que a realidad. ¿El dato más triste sobre el páramo social que atravesamos? “La movilización ciudadana es vista como una vía relevante para abordar los efectos de la crisis: un 52,3% de la población piensa que si hubiera más movilizaciones ciudadanas se podría cambiar la sociedad. Paradójicamente, solo el 22,9% de la población manifiesta haber participado en alguna movilización en el último año. Este intenso desajuste entre pensamiento y acción ilustra en gran medida la textura del contradictorio vínculo político de nuestra sociedad”. El sociólogo César Rendueles explica los matices de la situación.
No hay movimientos sociales
“En España hay un nivel de asociacionismo y participación política muy bajo. Se sabe hace décadas y está documentado por los sociólogos. Los grandes partidos, sindicatos y organizaciones han ido perdiendo miembros y capacidad de movilizar. La izquierda, con el buenrrollismo habitual, dice que ahora han tomado el relevo los movimientos sociales. A finales de los noventa vino el auge de las oenegés, asociaciones más despolitizadas, que pocos años después pincharon como una burbuja. Luego llegó Internet y la idea de que se podía militar sin apenas salir de casa. Se
supone que hoy tenemos una red difusa que conecta a todos nuestros intereses. La realidad es que existe una correlación: hay movimientos feministas, ecologistas y antimilitaristas fuertes cuando hay partidos y sindicatos poderosos. La corriente pacifista más potente que ha vivido España fue el movimiento antiOTAN, muy vinculado a los partidos de la izquierda tradicional, lo mismo que los años de auge del movimiento vecinal, que tiene mucho que ver con la potencia del Partido Comunista y los sindicatos. Me parece absurda la idea de que los movimientos son un reemplazo o incluso una mejora de las estructuras tradicionales. Sin voto de clase, no hay un relevo fácil. De hecho, lo que está pasando ahora es que el movimiento ecologista está hecho puré: muy debilitado y envejecido. Lo que más me alucina es el negacionismo: decir que los movimientos sociales viven un momento espléndido. La realidad es que lo más fuerte que tenemos son los sindicatos y mira cómo están. Que esa cosa sea la herramienta más potente de la que disponemos dice mucho de la situación”.
Colchones y abismos
“Debido a su debilidad, quienes defienden la existencia de movimientos sociales usan conceptos difusos: la multitud, el cognitariado, las mareas….Si fueran fuertes se hablarían de cosas como el compromiso o la capacidad para cambiar agendas políticas. Eso ha desaparecido. El movimiento antiOTAN tuvo el respaldo necesario para forzar un referéndum y movilizar a millones de personas. Militando en la insumisión, me di cuenta de nuestras debilidades. En un momento dado, se dio el gran paso adelante, que consistía en implicar a Izquierda Unida. Organizamos una gran manifestación que diera visibilidad al movimiento en Asturias, incluso se contrataron anuncios en prensa, cuñas de radio y coches con megafonía por las calles. El resultado fueron trescientas personas. Esto fue en el noventaypoco. Mira el paso atrás tan grande desde el movimiento antiOTAN de 1986. La confusión sobre nuestra fuerza tiene que ver con que sí teníamos un colchón social de simpatía, incluso entre los medios de comunicación,
LA CIRCULAR · PRIMAVERA 2016 pero de ahí a generar movimiento y agenda pública hay un abismo. Igual pasa ahora con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca: despierta mucha simpatía social, pero es incapaz de marcar una agenda política. Consigues debate, discurso, apoyo social, visibilidad, pero no medidas concretas. Sirve como autoayuda para los afectados, que no es poco, pero no influye en cambios legislativos. No reconocer esos límites, que es una actitud de muchos militantes, me parece un triunfalismo totalmente ridículo. Por ejemplo, los ecologistas del norte de Europa sí que tienen una capacidad de influencia muy potente. En Alemania y Suecia pueden cambiar leyes”.
Homogeneidad activista
“En España apenas hay militantes de clase baja. Se pueden contar con los dedos de una mano. A los activistas les encanta hacer sociología, pero solo cuando es para fuera: el análisis sociológico hacia dentro les pone de los nervios. En algún momento habrá que ponerse a ello. La realidad son círculos muy reducidos, casi siempre de clase media, con alta cualificación académica y normalmente con alguna conexión familiar con el mundo de la izquierda tradicional. Lo peor es la incapacidad para interpelar a las clases bajas. Me refiero a la población, no a los movimientos de clase baja, porque creo que no existen. Podríamos mencionar el Sindicato Andaluz de los Trabajadores (SAT) o la Corriente Sindical de Izquierdas (CSI) en Asturias, pero no mucho más. Además, técnicamente, no son movimientos sociales, sino sindicatos clásicos. Muchos teóricos tienden a desconfiar de los partidos y de los sindicatos, cuando han sido de largo la herramienta más útil. Los movimientos de la nueva política están llenos de vieja izquierda, activistas de toda la vida, o bien sus amigos o sus hijos. Yo no quiero culpabilizar a nadie en la izquierda: por ese camino se acaba en un retórica como la que utiliza Alfonso Ussía en ABC y La Razón, llamando “pijos” o “hijos de papá” a todo el mundo que quiere mejorar la situación política. Lo que me parece importante es saber con qué mimbres contamos, que me parecen pocos. La gente que tira del carro es porque tiene capital social y familiar para permitírselo. No propongo flagelarse, sino pensar en cómo revertirlo, ser conscientes de lo mucho que nos queda por recorrer. La ceguera ante esta debilidad quizá tiene que ver con que es doloroso reconocerlo”.
No tenemos media hostia
“Recuerdo, por ejemplo, que estuve con Nico Sguiglia de La Casa Invisible (Málaga). Me dijo una frase muy rotunda, que todavía recuerdo: “No tenemos media hostia”. Lo ilustraba con un ejemplo interesante: él hace un activismo
que está cercano al trabajo social, tratando con frecuencia con personas que viven en la pobreza. Se encuentra con situaciones brutales, como gente muy sexista o con discursos reaccionarios, típicos de la derecha tradicional. Me decía que muchos activistas salen corriendo cuando escuchan comentarios de este tipo. Muchas veces nos asusta lo feo que es el mundo. El camino que tenemos por delante es desagradable. Básicamente, está todo por hacer. Buscar procesos identitarios para reafirmar lo listo, lo guapo y lo lo leído que eres no lleva a ningún sitio. En España, ser de izquierda ha supuesto tragar con una larga travesía del desierto. Durante décadas la militancia ha ido a menos, a menos y a menos. Eso ha llevado a dinámicas muy identitarias: la izquierda se convirtió en un conjuntos de consignas y de lecturas, de rituales de autoreconocimiento. Es justo lo contrario de lo que debería ser la emancipación: un proceso para interpelar a los demás y para intentar convencerlos. Cuando no se consigue, sientes que te vas dando cabezazos contra la pared y te acabas refugiando en esos discursos narcisistas. Creo que eso es lo que ha pasado y que está costando mucho salir de ahí. Tenemos que ser conscientes de que no hemos conseguido romper esa dinámica”.
La potencia del Marx periodista
“Hace poco, me invitó a dar una charla la organización universitaria Contrapoder. Estuvo muy bien, hubo unas cientocincuenta personas, superjóvenes todas, pero a mí me creó una cierta sensación de déjà-vu. Me pidieron que hablara sobre Marx y las preguntas que me hacían trataban sobre el cognitariado de Negri, sobre los problemas de la teoría laboral del valor, cosas tirando a oscuras y teóricas. Yo les dije que a mí me interesaba más el Marx periodista, el que intenta crear opinión interpelando a las grandes masas de trabajadores. Hay un Marx bocachancla, que se pasa de rosca filosofando, que me resulta insoportable. Les conté que en estos años se había producido un gran cambio. Antes se juntaba un grupo de activistas y se ponían a leer cosas tipo Deleuze. Recuerdo un colectivo centrado en políticas urbanas cuyo única actividad, en vez de leer planes de ordenación, era estudiar a Foucault. Pasaban un enorme sufrimiento con sus textos más densos absolutamente para nada. Al revés, resultaba contraproducente, porque te acabas empapando de un lenguaje y de un repertorio conceptual que te aleja de cualquier persona que no esté iniciada en estas cosas. Son esas prácticas identitarias de las que hablábamos antes. Se llega a unos niveles de lenguaje esotérico. Yo creo que hay que leer, que son útiles los materiales teóricos. A veces me llevo sorpresas porque nunca me hubiera imaginado cosas como que Laclau o Deleuze pudieran ser elementos útiles para los
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PRIMAVERA 2016 · LA CIRCULAR procesos emancipatorios de América Latina. Si me dicen que eso podría funcionar en España en 2014, me meo de risa. Muchos de esos textos me parecen infumables, idas de olla posmodernas. Nunca sabes lo que va a ser útil, pero sí me parece importante rechazar el lenguaje esotérico o elevado. Si no sabes explicar algo con claridad, es porque no lo has entendido a fondo. No veo sentido a estar proyectando todo el rato hacia afuera los términos más complejos de tu ámbito de estudio, que es otra inercia muy típica del activismo”.
Narcisismo de las pequeñas diferencias
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· Ese tic de dar lecciones me parece cada vez más despreciable y absurdo, un exceso narcisista, sobre todo porque tampoco es que tengan grandes masas sociales esperando sus diagnósticos
“Al tener una izquierda tan escasa, hemos caído en el narcisismo de las pequeñas diferencias. Me gustaría poder decir que lo estamos superando, pero no me lo parece. Tampoco es un proceso exclusivo de la izquierda: le ha pasado también a la extrema derecha, con todas sus escisiones absurdas. Por un quítame allá una frase de José Antonio se hinchaban a hostias los de Falange con los de Falange Auténtica. Todo eso viene de la frustración por la incapacidad de interpelar a una mayoría. En realidad, no existen soluciones fáciles. Lo primero es reconocer la enorme complejidad de la situación política. Luego admitir que tenemos pocas certezas. No sabemos muy bien qué debemos hacer y nos toca ir experimentando. Lo que sí tengo claro es que es bueno incorporar cierta generosidad. Cada día desprecio más el dogmatismo y la seguridad. Hay gente en la izquierda y en los ámbitos autónomos que se dedica a dar lecciones a todo el mundo, amparado en teorías pomposas y grandilocuentes, salpicadas por algún dato macroeconómico para crear impresión de credibilidad. Ese tic de dar lecciones me parece cada vez más despreciable y absurdo, un exceso narcisista, sobre todo porque tampoco es que tengan grandes masas sociales esperando sus diagnósticos. Por ejemplo, yo simpatizo con Podemos, pero respeto profundamente a quien no participa en este o en otros procesos institucionales, digamos los compañeros anarquistas. Creo que es positivo que se exploren diferentes vías. Respeto mucho menos el dogmatismo de ciertos grupitos militantes que se pasan el día especulando y que marcan líneas rígidas y menosprecian a quienes no las quieren seguir. Es uno de nuestros mayores lastres. Tenemos que quitarnos ese discurso de iluminados que domina algunos ambientes activistas minoritarios. Antes te lo podías permitir porque solo te escuchaban cuatro personas en una centro social autogestionado. Hoy es inadmisible porque tenemos la responsabilidad de servir a algo más grande que nosotros”.
Saberes prácticos
“Ahora estoy dando clases a estudiantes de Trabajo Social. Hay días que les cuento cosas sobre los problemas que atraviesan los niños y niñas madrileñas, por ejemplo con las becas comedor, y acabó aprendiendo yo de lo que explican ellos porque ya han trabajado en esos ámbitos. Cuando hablas con estudiantes de Filosofía, hay tendencia a resolver todo soltando una cita de Rancière. Creo que tenemos mucho que ganar prestando más atención a las disciplinas académicas vinculadas al conocimiento práctico. Durante años, la sociología o politología aplicada ha sido muy menospreciadas. Ese tipo de saberes los necesitamos como agua de mayo. Menos megateorías, altamente especulativas, para explicar los movimientos financieros de las alturas y más trabajo sobre el terreno. Los debates que se están dando ahora sobre participación ciudadana están llenos de informáticos, filósofos y sociólogos. ¿Por qué no incluir trabajadores sociales? Ellos tienen un gran conocimiento de los procesos participativos y sus enormes dificultades. Muchos se saben todas las trampas porque llevan décadas trabajando con conflictos muy específicos. Por ejemplo, la autolegitimación de la administración, solo porque un día te han dejado darle a un botón para votar. La participación debería ser algo más: un conjunto de derechos y obligaciones que permitan implicarnos en la vida pública. No puede ser que todos los procesos de participación se reduzcan a problemas informáticos. Las dinámicas participativas, en todas las comunidades tradicionales, siempre han estado vinculadas a las obligaciones. Me lo contaban hace poco en un congreso en el País Vasco, donde se hablaba mucho de la institución tradicional que es la Asamblea Municipal. Una de las reglas básicas es que no podías participar si no habías colaborado en las tareas comunes, como la limpieza de los caminos o la siega de los pastos comunales. Haber contribuido era un requisito para tener voz en la asamblea. Lo que me contaban es que los trabajadores sociales iban a una asambleas del País Vasco y se encontraban con 150 personas. Les parecía suficiente y les daban un presupuesto para gestionar. Luego volvían a los seis meses y de los 150 solo quedaban dos, porque el resto se había cansado o desinteresado. Al final, lo que pasaba es que le habían dado el presupuesto a dos, con lo que ya no es una asamblea, sino que se parece más a un chiringuito, que no tiene nada que ver con la participación. Eso es muy complicado de solucionar. Decía Yayo Herrero, de Ecologistas en Acción, que lo que hace falta no son programas informáticos, sino misiones que vayan a los barrios a convencer a la gente de que participe en los problemas colectivos.Tiene razón y es muy difícil, quizá de ahí venga nuestra tendencia a buscar soluciones mágicas en la tecnología”.
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Rebel Diaz, del sur del Bronx al resto del planeta Por Nacho Berdugo
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Rebel Diaz son la voz insurgente del sur global, el grito de resistencia de un cuarto mundo que no se resigna a vivir de rodillas en la ciudad de Nueva York. El legado de Allende en el Palacio de la Moneda, el producto de la emigración, el exilio y la lucha como único camino de resistencia y emancipación. Estos dos hermanos, Rod Starz y G1, caminan su treintena más fuertes que nunca por las calles de Estados Unidos reivindicando su autonomía e independencia, construyendo contrapoderes locales y coordinando la transformación social de esas pretendidas “minorías” que ya son mayoría en Norteamérica. Por Nacho Berdugo
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Fotografías: Nacho Berdugo
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ientras el país se polariza con líderes tan antagónicos como Trump o Sanders ellos reivindican una propia hoja de ruta, del Sur del Bronx al resto del planeta, desde abajo y sin mediaciones. Sus palabras tienen más del sub en el Sureste Mexicano que de Cornel West abrazando a Bernie Sanders y su regeneración en el Partido Demócrata, un pulso entre romanticismo y pragmatismo en el que parece que todavía no se reconocen; sea como fuere, este año celebran el décimo aniversario de su nacimiento como banda y colectivo artístico y nos parecía de rigor conversar con ellos sobre su experiencia. ¿Cuándo, cómo y por qué nace Rebel Diaz? Rod Starz: Rebel Diaz nace oficialmente en el Bronx en 2006, en Nueva York, pero nuestra historia viene de mucho antes. Somos hermanos, hijos de exiliados chilenos que militaron en los movimientos de la Unidad Popular, pertenecían al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Así, nuestra historia como Rebel Diaz empieza incluso antes de que hubiéramos nacido, nuestras raíces vienen de un momento histórico de rebeldía. Nosotros somos el producto de ese exilio, producto de la dictadura de Augusto Pinochet financiada por la CIA que echó al presidente Salvador Allende y eso marca claramente nuestras vidas. Somos refugiados, yo nací en Inglaterra por estas circunstancias, aunque no me acuerdo de nada porque con solo 5 años fui a vivir a Chicago, donde nace mi hermano G1. Crecimos en Chicago en lo que se conoce como la era de oro del hip hop, Rebel Diaz es eso, la influencia callejera de una cultura hermosa mezclada con una rebeldía que viene de Latinoamérica de los ’60 y los ’70, eso es lo que creó el sonido, la imagen y las líricas de Rebel Diaz. Tampoco podemos pasar por alto nuestra experiencia en el Bronx, donde llevamos viviendo más de 10 años, porque es aquí donde se gestó el grupo musical, en la cuna del hip hop. Inicialmente éramos 3, estábamos con La Tereh, una mc
boricua que se retiró del grupo en 2011 y desde entonces hemos continuado G1 y yo. Este mismo mes de abril vamos a celebrar nuestro décimo aniversario con un concierto homenaje. ¿Por qué elegisteis el hip hop como herramienta para la transformación social y no otro género musical? G1: Nosotros crecimos en lo que se conoce como la generación del hip hop, hablamos de una cultura que nace aquí en el Sur del Bronx, es una cultura que nace de una falta de acceso a la educación, salud, empleo, vivienda…Por ejemplo, el barrio en el que nosotros vivimos ahora estaba completamente quemado hace apenas unos años, los edificios que se ven actualmente no existían, paradójicamente muchas de estas condiciones que menciono no han cambiado demasiado en los últimos 40 años, todavía existen altos niveles de desempleo y de acceso a recursos básicos para la dignidad humana. Nosotros, viniendo de estas circunstancias, sabemos que la cultura hip hop siempre va a hablar de esas dificultades, siempre va a hablar de los desafíos de ser pobre, de enfrentarse a la policía o a la migra… La industria ha penetrado el género para modificar su naturaleza inicial y sabemos que quizá se ha podido malinterpretar el mensaje por esa intervención del capital, pero nosotros conocemos la esencia de nuestra cultura y esa esencia es rebelde, el mero hecho de pronunciarnos y reivindicar nuestra existencia es un acto rebelde en si mismo porque este país tiene una larga historia negando la humanidad a los descendientes de los esclavos africanos y los pueblos indígenas. En ese sentido, para nosotros el hip hop es una extensión de la música rebelde que representa el blues, el jazz, el funk…, igual que en nuestra forma de entender el hip hop, por ejemplo, se establece un diálogo entre la nueva canción de Silvio Rodriguez o Víctor Jara con el espíritu Fight the Power the Public Enemy. A pesar de toda la descontextualización actual del hip hop si
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uno busca va a encontrar todavía a muchos artistas que están hablando sobre la realidad de nuestras comunidades, sobre cuáles son sus esperanzas para un mundo mejor… La industria siempre va a querer asimilarnos pero la cultura está viva y el hip hop en su esencia es rebelde. ¿Habéis crecido entre Chicago y Nueva York, qué representa cada ciudad para vosotros? Rod Starz: Para nosotros Chicago es una ciudad fría y no hablo solo de la temperatura. En Chicago nació la cultura gangster, desde Al Capone hasta las pandillas que luego proliferaron en Los Angeles encuentran su origen en Chicago e, ironías de la vida, los que terminan siendo más gangsters son la policía y el mismo gobierno… Chicago es una ciudad muy segregada con una marcada división entre barrios donde hay dolor, pobreza y hambre pero, de alguna forma, es esa misma realidad la que produce una cultura hermosa basada en la supervivencia. Si Nueva York es el epicentro del capitalismo, Chicago representa más bien a la clase trabajadora que levanta ese sistema financiero de Wall Street, podemos establecer un cierto paralelismo entre la energía de Chicago y la energía que encontramos en el Bronx cuando llegamos: una comunidad emigrante, trabajadora, pobre…, pero al mismo tiempo una comunidad con cultura y resistencia. Aquí en el Bronx hay una influencia afro caribeña muy fuerte en el hip hop, en los mismos locales donde tocaban Afrika Bambaataa y Kool Herc, pioneros de la cultura hip hop, también tocaba gente como Tito Puente and The Fania All Stars, Willie Colón, Héctor Lavoe, Eddie Palmieri…, sin esa mezcla, sin esa fusión cultural tan potente no hubiera nacido el hip hop. El hip hop nació en el Sur del Bronx de la mano de afroamericanos y latinos que, de alguna manera, reivindicaban una reapropiación del espacio urbano y un empoderamiento frente a la estructura de dominación racial y de clase. ¿Qué queda de realidad en el hip hop después de que la industria mainstream haya desposeído de radicalidad a este género? G1: Aquí en el Bronx tenemos el privilegio de poder compartir con los pioneros del hip hop y uno de ellos nos decía hace poco que el hip hop no inventó nada pero reinventó todo, una nueva cultura cargada de fuerza y creatividad que hizo que muchos elementos urbanos adquiriesen una nueva dimensión. En ese sentido, el gran capital es un parásito
que busca lo cool de nuestros barrios para mercantilizar la espontaneidad urbana. Uno de los elementos comunes de Chicago y Nueva York es, por ejemplo, la política gentrificadora que están desplazando a la gente de sus barrios y limitando extraordinariamente el uso del espacio público. El efecto del neoliberalismo y las políticas de control social han penetrado nuestros barrios, pero frente a eso también existe toda una ola de resistencia cotidiana de gente que quiere seguir creando comunidad en nuestras calles y plazas a través del hip hop. Rod Starz: Nosotros siempre hacemos una clara separación; está la cultura hip hop y después está la industria del rap. Los jóvenes de aquí, de Crotona Park en el Bronx, tienen la oportunidad de ver y entender la cultura hip hop todos los jueves durante el verano de la mano de pioneros de este movimiento como The Cold Crush Brothers o Afrika Bambaataa, ahí se puede ver la naturaleza inicial de esta cultura, que sigue bien viva aquí en el Bronx. El tipo de rap masivo que estamos viendo ahora representa valores que vienen del capitalismo. Por ejemplo, para que tu canción de rap suene en la radio a día de hoy aquí en Nueva York tienes que disponer de un aparato financiero fuertísimo detrás. De modo que, ¿quién está financiando realmente esta música? Te aseguro que no tiene nada que ver con los artistas, más bien con un perfil Wall Street… Lleváis más de 10 años recorriendo el país construyendo una lógica de cambio con numerosos colectivos y movimientos sociales, ¿cuál es vuestro diagnóstico actual y perspectivas de futuro para esa América desposeída? Rod Starz: Creo que en los últimos 10 años hemos vivido momentos históricos. En 2006 tienen lugar las movilizaciones pro inmigrantes más numerosas en la historia de Estados Unidos, en 2011, por su parte, vemos nacer el movimiento Occupy Wall Street y, en 2014, estalla la rebelión de Ferguson donde un pueblo pobre y negro se alza en contra del Gobierno. Digamos que ha habido movimientos de resistencia que han sido una respuesta a momentos de ataque. Creo que se dan las condiciones para un cambio, pero igualmente creo que esa energía tiene que seguir creciendo fuera de los márgenes del Partido Demócrata, es importante seguir reclamando esa autonomía. En los últimos 10 años han aflorado ideas muy fuertes que cuestionan la lógica sistémica y es en ese terreno donde tenemos que ahondar para generar cambios significativos, no olvidemos que ellos son los que tienen el monopolio
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· “El tipo de rap masivo que estamos viendo ahora representa valores que vienen del capitalismo”
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102 de la fuerza, por lo que el combate no puede plantearse en términos de confrontación militar. Nosotros como “trabajadores culturales” tenemos el privilegio de viajar a lo largo y ancho del país y del mundo y, del mismo modo, tenemos la obligación de ir sembrando esa semilla que, tarde o temprano, va a dar sus frutos. G1: También es importante subrayar que hemos tenido la suerte de aprender de otras experiencias internacionales, cuando viajamos y conocemos otras realidades nos empapamos de ello, de esa manera vamos creando “Pockets of resistance”, espacios autónomos de resistencia a lo largo de Estados Unidos. Por ejemplo, la reciente crisis del agua en Flint (Michigan) va a tener correlatos en Nueva York, Chicago, Los Angeles… Son luchas y experiencias que hay que coordinar, es necesario articular un trabajo de desarrollo comunitario a largo plazo. Bernie Sanders ha generado cambios sin parangón dentro del Partido Demócrata. ¿Cuál es vuestra opinión de este proceso? Rod Starz: Yo no creo en Bernie Sanders, para mí el Partido Demócrata ya fue. En 2008 todos los afroamericanos se volvieron locos en Harlem, saltando de alegría porque pensaban que el racismo se había terminado porque Obama había ganado las elecciones.
Sin embargo, 8 años después sabemos que la discriminación no terminó, que las guerras siguieron, que Guantánamo sigue abierto, que bajo su mandato se experimentó un índice récord de deportaciones. Parece que está bastante claro que cualquier política del Partido Demócrata está sujeta al mandato de lobbys corporativos. No creo que sea posible hacer una verdadera revolución dentro del Partido Demócrata. Bernie Sanders es un socialdemócrata con buenas ideas pero por encima de él hay una mafia corporativa que no deja margen de maniobra. Para empezar a encontrar soluciones en este país tenemos que romper con el sistema bipartidista y dejar que nuevas realidades políticas autónomas emerjan y cambien las reglas del juego. G1: Yo creo que de todos los candidatos a la presidencia, Bernie Sanders es sin duda quien tiene un discurso más social e igualitario pero lamentablemente en este país tenemos lo que se conoce como “Deep State”, un grupo de poder paralelo que controla el proceso electoral y Washington. Ese “Deep State” no va a aceptar a un candidato que no esté de acuerdo con la OTAN, que no esté de acuerdo con cercar a China en el Pacífico Sur, que no de su apoyo incondicional al gobierno de Israel y Reino Unido, etc. Sabemos reconocer la valía política del movimiento que está
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103 articulando Bernie Sanders pero también sabemos que la política populista nacional que él encabeza no está realmente disociada del proyecto imperial y sus intereses. Nosotros queremos construir poder popular respondiendo a nuestras comunidades cotidianamente a nivel local sin perder de vista la perspectiva global. Creer también en el poder de los procesos electorales locales, a partir de los cuales podemos cambiar circunstancias domésticas y satisfacer las necesidades de nuestra gente. En los últimos 5 años hemos visto como los casos de violencia policial contra ciudadanos afroamericanos con resultado de muerte han aumentado en todo el país. ¿Cuál es vuestro análisis de esta escalada en el conflicto racial y qué iniciativas o movimientos se han articulado para parar esta violencia? Rod Starz: La policía en este país representa la primera línea de defensa del Estado, y esa citada “defensa” no es otra cosa que una auténtica ofensiva de la policía hacia nuestras comunidades. Por ejemplo, existe un sistema de cuotas a partir del cual la policía tiene que cumplir con un determinado volumen de detenciones con el objetivo de llenar las cárceles. En este momento en Estados Unidos
se está viviendo una situación de “mass incarceration” (encarcelamiento masivo), una crisis del sistema carcelario que implica una población reclusa de más de 3 millones de personas, eso sin incluir a todos los inmigrantes que están esperando deportación y a las personas en libertad condicional, casi 20 millones de seres humanos, una cifra escalofriante. En los últimos años, además, hemos visto casos en los que el sistema ha dado luz verde a la policía para matarnos y eso lamentablemente no es nada nuevo, lo único que ha cambiado es que a día de hoy todo el mundo tiene acceso a la tecnología para poder registrar esos momentos de abuso, el uso de cámaras nos permite ahora contradecir la versión oficial. Recientemente hemos visto como el alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, encubrió claramente la muerte de un joven; durante más de un año y medio se ocultó un vídeo que era un prueba determinante para demostrar que se ejecutó a un joven desarmado, y eso lo hemos visto muchas veces en este país. Black Lives Matter nació de la rebelión de Ferguson y tiene una composición heterogénea, el movimiento recibe ese nombre porque la mayoría de asesinados son ciudadanos afroamericanos. Sin embargo, la policía no solo está matando a ciudadanos afroamericanos, sino también
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· Nosotros no somos profesionales del periodismo ni graduados de ninguna universidad pero sí tenemos el pulso de nuestra comunidad y queremos ser su voz frente a los responsables y gestores de la esfera pública, y también queremos dar voz a los proyectos y personas que habitualmente no tienen cabida en los circuitos mainstream de la información
a inmigrantes latinos, musulmanes, blancos pobres… Esta diversidad en la composición tiene una potencialidad muy fuerte, la idea de unirnos como una sola clase. De igual manera es muy positivo el hecho de que no solo es un movimiento de resistencia, sino que es un movimiento que responde a los ataques y que construye en clave propositiva al mismo tiempo. G1: En la ciudad de Chicago donde nosotros crecimos, el 44% del presupuesto de toda la ciudad va destinado a financiar a la policía. Chicago gasta 4 millones de dólares al día en policía, por no hablar del presupuesto federal en materia militar que debe rondar el 50%. Para nosotros la afirmación del movimiento Black Lives Matter es importante, hay toda una generación de jóvenes que se han politizado en esta era, jóvenes que están investigando los motivos de todo esto. Sin embargo, también es importante remarcar que el Estado busca la manera de penetrar en este movimiento y dirigirlo, hay líderes que salieron de la rebelión de Ferguson que han querido hacer un uso instrumental del potencial político de este movimiento para su propio beneficio, muchas de las caras visibles que han capitalizado la atención mediática no son los protagonistas de las luchas. La gente que se alzó en Baltimore y Ferguson son sobre todo jóvenes que están al margen de la economía global, no son miembros de ningún partido político, no son de ninguna ONG, no forman parte de ninguna suerte de tejido institucional. No podemos permitir que se establezca una interlocución virtual que eche por tierra los verdaderos contenidos y rostros de estas peleas. ¿Cuál es vuestra valoración de las políticas aplicadas por el alcalde de Nueva York, Bill di Blasio, persona con una declarada sensibilidad social? Rod Starz: Nosotros no le tenemos ningún afecto al alcalde Bill di Blasio. En el momento en que nombró a William Bratton como jefe de la policía de la ciudad de Nueva York tuvimos claro que él no quería estar del lado de los pobres. A fin de cuentas, Bratton ha sido el responsable de implantar una vez más la “teoría de las ventanas rotas”, formulada en los ’70 y puesta en práctica en los ’80 y ’90 a partir de la cual se plantea la absoluta necesidad de controlar el pequeño delito como condición sine qua non para prevenir los crímenes de primer grado, en consecuencia se debe establecer un control minucioso de las zonas urbanas más proclives al delito, es decir, las zonas pobres. Es una apuesta institucional
para controlar y criminalizar la pobreza, un ejemplo claro de todo esto es la muerte del ciudadano afroamericano Eric Garner en julio de 2014 en Staten Island (NYC), un señor que es parado por la policía por vender cigarros sueltos en la vía pública y acaba siendo asesinado. G1: Es casi imposible disociar esta política del control social al hecho de que Nueva York tenga uno de los metros cuadrados más caros de todo el mundo. Se trata de una ciudad ordenada y dirigida por el “Real State Market” y las políticas de control están fundamentadas y puestas en práctica al servicio del mismo. Sabemos que tanto Di Blasio como los responsables políticos del Bronx están al servicio de los intereses de los grandes dueños del sector inmobiliario de esta ciudad. ¿Cómo estáis experimentando las políticas gentrificadoras aquí en el Bronx? Rod Starz: El primer síntoma de la gentrificación es el desplazamiento, limpiar las calles de los “no deseables” para el gran capital; vagabundos, raperos, inmigrantes…, todo aquello que la sociedad rica ve como feo. El segundo consiste en la entrada progresiva de franquicias de grandes compañías, lo que supone adoptar un modelo de negocio que no solo perjudica la economía local, sino que distorsiona y destruye el sentimiento de comunidad. La gentrificación implica desplazamiento, un claro ejemplo de ello lo encontramos en el paulatino desalojo de Prospect Park, Brooklyn, donde la gente mayor solía juntarse en los llamados “Drum Circles”. Nosotros aquí en el Bronx tenemos a la comunidad garifuna hondureña haciendo lo mismo y no tenemos la certeza de que puedan seguir reuniéndose en tan solo unos años. La gentrificación no solo te quita la vivienda, sino que le roba la cultura y la identidad a la comunidad. ¿Cómo y cuándo nace vuestra vocación de reporteros de televisión al mando del espacio Ñ don’t stop de Tele Sur? ¿Qué valoración hacéis de esta experiencia? Rod Starz: En el año 2014 nació Tele Sur en inglés y algunos profesionales del medio nos ofrecieron entregar un programa piloto. Así que nos juntamos con amigos del ámbito audiovisual y decidimos formular el programa Ñ Don’t Stop con contenidos de actualidad política, cultura y hip hop. Lo aceptaron y ahora llevamos ya cerca de un año y medio de show cubriendo los acontecimientos socio políticos más destacados del momento. Estuvimos cubriendo los disturbios raciales
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de Ferguson, llegando incluso a poner en marcha el proyecto documental La rebelión de Mike Brown, que fue presentado en diferentes universidades de Venezuela y Chile. También contamos con otra sección en el programa The Rooftop Live con música en vivo, donde hemos contado con mc’s del Bronx, Chicago, Detroit, Los Angeles, Oakland…, así como de otros países como Chile, Venezuela o Puerto Rico. En resumen, hemos llevado la esencia cultural y política de Rebel Diaz a la pantalla y estamos felices de seguir creando con la gente de nuestros barrios y de otros a lo largo y ancho del país y del mundo. G1: Bajo nuestro punto de vista Tele Sur ha hecho un gran trabajo creando una voz alternativa al modelo mediático de los gobiernos conservadores neoliberales en América Latina. De la misma manera, aquí en Estados Unidos también hemos tenido oportunidad de ver de primera mano la manipulación de la prensa mainstream con respecto al levantamiento popular de Ferguson. Ahora mismo, en la pre campaña electoral, vemos como los medios están siendo portavoces de los propios candidatos, vemos la comodidad de muchos estómagos agradecidos que no quieren ejercer realmente su trabajo ni hacer preguntas incómodas. Nosotros no somos profesionales del periodismo ni graduados de ninguna universidad pero sí tenemos el pulso de nuestra comunidad y queremos ser su voz frente a los responsables y gestores de la esfera pública, y también queremos dar voz a los proyectos y personas que habitualmente no tienen cabida en los circuitos mainstream de la información. Hace pocos días tuvisteis un encontronazo con el candidato republicano Ted Cruz en el Bronx, donde acudió a legitimarse frente a la comunidad poniendo en un primer plano su latinidad. ¿Cómo fue la experiencia? Rod Starz: Nosotros fuimos a cubrir para la Ñ don’t stop la visita al Bronx del candidato republicano y miembro del Tea Party, Ted Cruz. Le invitaba un senador estatal miembro del Partido Demócrata, Rubén Díaz senior, cuyo hijo, Rubén Díaz junior, es el presidente de todo el condado del Bronx. En pocas palabras, unos corruptos invitando a otros corruptos. Creíamos que tenía mucho sentido cubrir este evento para poder hacer las preguntas incómodas que otros medios no iban a hacer. Nuestras preguntas simplemente querían poner de relieve la marcada postura anti inmigrante y la negación sistemática de las teorías que apuntan a un cambio
climático por parte del candidato, sin embargo no obtuvimos respuesta, simplemente nos echaron. En ese momento decidimos hacer uso de nuestro legítimo derecho a la libertad de expresión para poner de relieve el sentimiento de nuestra comunidad con respecto al candidato. De alguna manera, forzamos que los periodistas hicieran su trabajo y tuvieran que hablar del descontento de una parte del Bronx con la visita de Ted Cruz por considerarle persona non grata. Pese a que os desalojaron de vuestro local inicial, no habéis parado de trabajar e impulsar políticas de desarrollo comunitario aquí en el Bronx, ¿cómo le ha ido últimamente al Rebel Diaz Arts Collective? G1: Entre el año 2008 y 2013 estuvimos en una fábrica que en un principio tomamos y más tarde legalizamos. Un espacio que antes estaba abandonado se convirtió durante casi 6 años en un lugar lleno de vida, teníamos un estudio de grabación, un centro de medios, un recinto para conciertos. En definitiva, un espacio polivalente destinado a la cultura. Desafortunadamente el espacio fue desalojado en 2013 y desde entonces no se le ha vuelto a dar ninguna utilidad social, este hecho se enmarca en las políticas especulativas que está experimentando el sur del Bronx en pleno proceso de gentrificación como comentábamos antes. Sin embargo, nuestro colectivo ha sido capaz de trascender el espacio físico que ocupábamos y hemos seguido trabajando desde el local de otro colectivo afín y muy activo en la comunidad llamado “Madres en movimiento”. Actualmente estamos llevando a cabo un programa mensual que tiene por nombre Books and Breakfast, contamos con una biblioteca, con libros y textos sobre hip hop y la historia de lucha de la comunidad latina y afroamericana en Estados Unidos. Nuestro objetivo sigue siendo el mismo: generar espacios colectivos de dialogo y reflexión, construir comunidad. ¿Cuáles son los próximos proyectos políticos y musicales de Rebel Diaz? Rod Starz: Yo acabo de sacar un disco en solitario que se llama Free Family Portraits. También estamos trabajando en conjunto en un nuevo álbum en colaboración con un mc de Ferguson y está en proceso nuestro primer trabajo discográfico exclusivamente en español, que contará con colaboraciones de Ana Tijoux, Chico Trujillo, Bocafloja y más sorpresas que están de camino, el título del disco será America vs Amerikkka.
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Entrevista a Amarna Miller Por Clara Serra (Responsable área de Igualdad de Podemos y diputada en la Asamblea de Madrid)
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n el aluvión de imágenes que proliferaron durante la campaña electoral, apareció también la de la actriz porno Amarna Miller, que voluntariamente quiso participar en tuiter con una foto de sí misma desnuda. Amarna es actriz porno y es feminista. Clara Serra habla con ella sobre sexualidad, deseo y fantasías en clave feminista. Clara Serra (C.S.): ¿Cuáles son algunos de los retos o de las tareas pendientes que te parece que tiene el feminismo contemporáneo, y por qué crees que hace falta ser feminista todavía? A. M.: Mira, me acabas de recordar a una pregunta que le hicieron al ministro de Canadá. Le preguntaron por qué en su propuesta gubernamental había tantas cosas a favor de la igualdad, y él respondió “porque es 2016”. Y esa es la respuesta; porque vivimos en un patriarcado y hasta que muchas personas no asuman que estamos bajo el yugo de una sociedad hecha por y para hombres, no podremos dar ningún tipo de avance en ningún sentido. C.S.: ¿Cómo crees que es la relación entre el porno y el feminismo? A. M.: Bueno, hay diferentes olas del feminismo. El feminismo original era abolicionista de la pornografía: básicamente porque se pensaba que el porno era una manera de subyugar a la mujer y de convertirla en un objeto, que al final es contra lo que lucha el feminismo; pero yo me considero dentro de la ola de feminismo pro-sex, que básicamente dice que mi cuerpo es mío y con él puedo hacer lo que me apetezca, y de alguna manera el hecho de poder recuperar el control de mi propio cuerpo, de mis propios deseos y de mi propia sexualidad es la forma de conseguir la liberación sexual. La liberación sexual es una de las grandes luchas del feminismo actual.
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Fotos: Nacho Berdugo
C.S.: ¿Puede el porno tener un uso feminista? A.M.: Sí, completamente, de hecho, creo que hay productoras que están haciendo porno con perspectiva feminista. Me parece que como mujeres se nos ha culpabilizado mucho por nuestros deseos. Básicamente por temas religiosos, desde hace mucho tiempo, se nos dice que, si eres una mujer sexualmente activa, tienes una connotación negativa, que es algo malo, algo peyorativo: estás
usada. Uno de los comentarios que más me hacen a mí por dedicarme a la pornografía es si no tengo miedo a que nadie me quiera en un futuro, si no tengo miedo a que ningún hombre pueda querer estar conmigo; y yo creo que esto es el ejemplo más concentrado del pensamiento que tiene la gente ahí fuera generalmente. El decir “si follas con muchas personas y eres una mujer, te va a costar encontrar pareja. La gente no te va a querer”. Y esto es terrible, básicamente porque se nos está intentando enseñar que nuestra valía depende de con quién nos acostemos o de con cuántas personas follemos y esto es una forma terrible de victimizar y culpabilizar a la mujer. Eso sin contar con el tema de los deseos, que era un poco lo que comentabas tú en tu artículo de “Hegemonía y deseo” de La Circular, que, a propósito, me ha encantado. Como mujeres especialmente se nos explica qué es lo que tenemos y no tenemos que desear, qué cosas son políticamente correctas para meter en nuestro imaginario sexual y qué cosas son incorrectas a la hora de ejercer nuestro deseo. El tema, por ejemplo, que tú tocabas un poco por encima, de las fantasías de violación, que es uno de los temas más recurrentes dentro del imaginario sexual femenino, y que, desde luego, viene dado porque vivimos en un patriarcado y las figuras de poder son muy insidiosas dentro de la cultura. Pero, bueno, que no tiene por qué ser nada negativo, que al final aquí la única cuestión es que en el terreno de la fantasía todo vale. A mí me parece que el deseo debe fluir libre. Desde luego, por las condiciones en las que vivimos, por la sociedad en la que nos hemos criado y por todos los estímulos que sufrimos o que vivimos día a día, nuestros deseos están orientados hacia un lado y no hacia otro, pero no me parece que tener fantasías de objetivización o fantasías de dominación masculina sea algo negativo si sabemos por qué es, si sabemos que podemos encorsetarlo dentro de ciertas cajitas. C.S.: Hay una cosa que sí que parece que se demuestra siempre. Lo que le resulta incómodo a la sociedad, y esto se ve muchas veces, lo que una sociedad no puede asumir y le hace sacar una especie de reacción alérgica, es que las mujeres estén empoderadas sexualmente y que las mujeres disfruten de su propio deseo, sea en la versión que sea, y sea que sea lo que deseen. Hay muchas
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· Yo creo en el porno feminista, pero no creo en el porno para mujeres y en el porno para hombres. Los deseos de cada uno vienen dados por sus experiencias personales, sus vivencias, sus fantasías, su imaginario personal, … no por sus genitales
manifestaciones que demuestran que cuando las mujeres son consumidoras, o cuando las mujeres son protagonistas, o cuando las mujeres son sujetos activos de su propio deseo, salen sarpullidos socialmente. Eso indica que ese es el camino que habría que andar, que las mujeres sean sujetos de deseo, siendo máximamente cuidadosas en no meternos en el contenido del deseo, porque es absurdo distinguir unos deseos mejores de unos peores. A.M.: Totalmente de acuerdo. Y, fíjate, justo estabas hablando y estaba pensando que otra de las cosas que más me critican o que más me comentan por ser actriz porno es cómo no me siento culpable dando una imagen irreal de la sexualidad, dando por hecho que la pornografía es un medio educativo. Pero entonces pienso “espérate, ¿tú vas al cine a ver una película convencional pensando que vas a aprender algo?”. Me refiero a que si aprendes algo genial, pero será un efecto secundario. Tú vas para pasar un tiempo de ocio. El motivo y el destino de la pornografía no es educar a nadie, y de hecho, es problemático que esté educando a la gente porque eso significa que la educación sexual no es lo suficientemente buena o lo suficientemente plena como para que puedan encontrar otras fuentes de información a parte de la pornografía. O sea, realmente aquí el problema no es que el porno esté educando mejor o peor, sino que la gente no tiene otras cosas en las cuales basarse. C.S.: ¿Qué te parece el postporno? A.M.: El postporno me gusta como acción política. Me parece que la labor que hacen es necesaria a la hora de dar un discurso diferente, pero yo no lo englobo dentro de la industria
pornográfica. Me parece un discurso político muy válido, pero que no tiene como objetivo el excitar sexualmente. Al final, a mí lo que me parece es que la postpornografía intenta salirse tanto del encorsetamiento del porno convencional que se sale tanto que se va, se va del porno. Se va a otros discursos que son muy interesantes como discurso[s] político[s], pero no tanto como la finalidad con la cual está hecha la pornografía, que es, básicamente, la excitación sexual. C.S.: Otra cuestión es la del porno para mujeres, que sería otro tipo de porno pensado para una manera de entender el sexo y la erótica propia de las mujeres. ¿Cómo lo ves? A.M.: Bueno, yo soy muy escéptica en este sentido. Yo creo en el porno feminista, pero no creo en el porno para mujeres y en el porno para hombres. Básicamente, porque me parece que los deseos de cada uno vienen dados por sus experiencias personales, sus vivencias, sus fantasías, su imaginario personal, … no por sus genitales, no por lo que tienen entre las piernas. Y de nuevo volvemos a los estereotipos y las generalizaciones, ¿no?. A las mujeres nos gusta el sexo suave, las luces brillantes, los besos y las caricias, y a los hombres les gusta las penetraciones en primer plano, y muchas tetas y mucho culo; cuando esto en realidad no es así. A mí, el tipo de pornografía que a mí, como mujer, me gusta, está mucho más cerca de lo que se supone que es considerado porno para hombres. Que tu deseo y tu imaginario se deba únicamente tu género, me parece delimitado, me parece binario y me parece que por el camino pierde un montón de matices que son los que dan sentido a la sexualidad.
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Las líneas sonoras de Amarna Miller Inauguramos esta sección con la que vamos a ir construyendo una línea (más modesta que una banda) sonora sentimental y política del momento a golpe de canciones y sus motivos. Una línea, un título y sus razones. Estas son las de Amarna: The logical song | Supertramp
En esta canción Roger Hodgson no solo habla de la libertad de la juventud, sino también de la alienación que significa para el imaginario popular el “hacerse mayor”. Como si la madurez consistiese en ser una persona presentable a los ojos de la sociedad, como si crecer implicase homogeneizar tu personalidad, tus intereses y tus sueños con los del resto de la población. Cuando eres un niño todavía puedes permitirte la libertad de soñar, pero si tus ideas se mantienen durante los años te conviertes en un idealista, un liberal, un radical. Personalmente esta canción ha marcado profundamente mi manera de entender las libertades personales.
Me and Bobby McGee | Janis Joplin
Esta canción resume en una sola estrofa (“Freedom’s just another word for nothin’ left to lose”) la más grande de mis máximas vitales. Y es que siendo habitantes de un mundo consumista plagado de deseos materialistas a veces hay que recordar que no hace falta tener nada para ser extremadamente feliz. Como diría Kerouac, “prefiero dormir en una cama incómoda siendo un hombre libre que acostarme sin libertad en un lecho acogedor.”
Back in the tall grass | Future Islands
Pasándome la mitad de mi existencia a caballo entre países y sin parar más de una semana quieta en ningún lugar, esta canción acaricia mis fibras más sensibles. Habla del amor a distancia y de cómo aprendemos a apreciar las cosas que tenemos especialmente cuando nos alejamos de ellas.
Multi love | Unknown Mortal Orchestra
Un alegato al poliamor que describe las vivencias del propio cantante explorando otras formas de entender las relaciones afectivas. Considerándome poliamorosa, esta canción me toca muy de cerca.
Another brick in the wall | Pink Floyd (Part 2)
Aunque fue escrita hace más de tres décadas, lamentablemente aún podemos aplicar el mensaje de esta canción a la sociedad actual. La educación todavía es entendida como una manera de adoctrinar a los niños y mantener sus sueños a raya para perpetuar el Estado de bienestar. Las figuras de poder (educadores, padres…) son vistas con miedo y no dejamos lugar para la creatividad o la imaginación. The Wall no es únicamente un muro físico, también es una pared en nuestros sueños, nuestra libertad. Un muro que aísla nuestros ideales y nunca nos dejará avanzar.
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Espacio multidisciplinar cultural y público
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El cambio tiene punto de encuentro en Madrid y Bilbao. Próximamente en Valencia y muchas más. ¿Quieres una cerca de tu casa? www.lamorada.org
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