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ENTREVISTA: Ángel Linares

¿Qué motivos te llevaron a ser actuario?

Cuando estudié la carrera de Ciencias Económicas, hace 60 años, la especialidad de actuariado la estudiábamos siete u ocho alumnos. Unos elegían esta especialidad por tener relaciones familiares dentro del sector y por tanto el puesto de trabajo asegurado, otros, porque así, aunque con bastante más dificultad, tenían dos títulos universitarios, economista y actuario, lo cual era importante para el curriculum, y otros, como mi caso, por recomendación de algún catedrático.

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¿Qué actividades realizas además de la profesional?

Actualmente, como actuario, estoy jubilado, aunque no alejado del mundo del seguro ya que con cierta periodicidad escribo algún artículo en la revista “Actualidad Aseguradora” con la que colaboro desde hace cerca de veinticinco años. Asimismo, trabajo como Auditor-Censor Jurado de Cuentas. A lo largo de mi vida he simultaneado las profesiones de Actuario y Censor Jurado de Cuentas, que han sido plasmadas en la publicación de varios libros en la Editorial Mapfre sobre contabilidad y auditoria de entidades aseguradoras. Pero, la que más satisfacciones me ha ofrecido ha sido la actividad de la enseñanza de la ciencia del seguro, que he practicado durante toda mi vida, en la Universidad Complutense, en la Universidad de Alcalá o, más recientemente, en la Facultad de Ciencias del Seguro de Mapfre.

¿Qué elementos consideras claves en nuestra formación?

Los actuarios somos la máxima autoridad en cuanto a la técnica aseguradora y así debe reconocerse a todos los efectos, además, y a ello le doy la máxima importancia, también somos los responsables de la aplicación en las compañías aseguradoras de la ciencia actuarial con la máxima ortodoxia posible. En esta innegociable cuestión debemos tener el máximo apoyo de la DGSFP.

¿Qué es lo que más te ha agradado del trabajo de actuario y cuál es la parte menos atractiva?

En mi caso, he trabajado más tiempo en el “campo contrario” que en el interno de una entidad aseguradora. He trabajado en algunas grandes empresas del antiguo INI, dirigiendo los departamentos de seguros y después en la fundación y desarrollo de MUSINI. Luego he prestado mis servicios en Price Waterhouse Coopers dirigiendo el departamento actuarial. Todo ello me ha llevado a conocer profundamente muchas entidades aseguradoras y a mantener fructíferos contactos con los departamentos actuariales de las distintas compañías a las que he auditado, lo que me han enriquecido, ya que uno se cree que lo sabe todo hasta que ve lo que sucede en otras entidades. Todo ello me ha proporcionado, aparte de una amplia visión de la profesión, unas amistades que han perdurado toda la vida.

¿Cómo ves el futuro de la profesión?

La “autoritas” que antes se nos reconocía a los actuarios, dentro de las compañías, se está perdiendo. Antes se nos reconocía tal condición dentro de las entidades, hoy veo que somos sustituidos por el marketing y eso no es bueno. Leyendo los informes elaborados por la DGSFP vemos que entre 2008 y 2018 se han producido 111.310 reclamaciones ante el organismo correspondiente. Me parece, que para los que hemos dedicado nuestra vida

a la ciencia del seguro desde la aplicación ortodoxa de la ciencia actuarial es un auténtico escándalo que duele profundamente. Esto no es bueno para el prestigio de la institución, debería meditarse sobre ello, ya que entiendo que los actuarios tenemos una parte importante de responsabilidad en ello.

¿Qué es lo que más valoras del Instituto de Actuarios? ¿Cuál ha sido tu involucración y colaboración con él?

Yo entré en el Instituto invitado por su segundo presidente, el catedrático D. Jose Bourkaib del que era entonces profesor ayudante de clases prácticas, y desde entonces he permanecido en el mismo. Formé parte de la Junta de Gobierno presidida por el catedrático D. Vicente González Catalá y recuerdo que durante este mandato se produjo el traslado de la sede del Instituto desde un cochambroso ático de la calle Barquillo a la actual. No fue fácil, ya que tuvimos que elegir un local que satisficiera a todos y fuese económicamente posible. Recuerdo que se eligió el local actual, entre otras razones, por ser un sitio de fácil aparcamiento. ¡Cómo han cambiado las cosas! Estoy satisfecho de esta acción, ya que permitió dotar al Instituto de un patrimonio que antes no tenía. Asimismo, he sido elegido para participar como presidente de mesa electoral en algunas elecciones para la elección de presidente a lo largo de la vida del Instituto. De ello me siento satisfecho ya que supone que sigo siendo útil para el Instituto.

¿Cómo te ha influido tu condición de actuario en tu manera de ver la vida?

Creo que lo que más me ha aportado ha sido el exigir y exigirme rigurosidad en el trabajo y por lo tanto en el concepto que tenemos de nuestra posición en la vida. La exigencia de un uso correcto de los datos estadísticos se hace hoy día algo fundamental, donde cualquier desaprensivo sostiene opiniones basadas en encuestas que francamente son indignantes y son publicadas por una prensa ignorante en la materia. Creo que nada hay más lejos de la forma de ser un actuario que la frivolidad, el oportunismo o el cortoplacismo.

¿Qué cualidades y habilidades resultan de utilidad en el desempeño profesional?

Es difícil responder a esta cuestión. Cada ser humano tiene sus cualidades y habilidades. He conocido a lo largo de mi vida hombres auténticamente geniales, pero no brillantes y otros con gran brillantez que detrás no había nada. Otros son de una gran capacidad de trabajo, pero también he conocido otros que si bien, no se distinguían por ello, eran geniales en los momentos precisos, su capacidad de análisis era antológica. En fin, creo que todos servimos para algo, pero lo difícil es encajarle en el puesto preciso.

¿Qué hobbies o actividades paralelas has tenido al ejercicio profesional como actuario?

Mi caso quizá sea interesante a estos efectos. Tengo la licenciatura en Historia, que jamás he ejercido, lo cual ya es un hobby de cierta importancia, pero me siento un hombre al que todo interesa. Especialmente dedico tiempo a mis grandes aficiones como es la tauromaquia, afición compartida con bastantes actuarios antiguos y modernos, la música y especialmente la ópera, afición a la que llevó mi inolvidable catedrático D. Ángel Vegas, wagneriano insigne. Recuerdo que en algunas de sus clases se terminaba disertando sobre algún compositor u obra y D. Ángel nos improvisaba unas conferencias inolvidables que algunas veces terminaban en una invitación a su casa particular donde escuchábamos y comentábamos distintas grabaciones de su envidiable colección. Aparte de ello, soy coleccionista de bastantes cosas, sellos, monedas, libros y algunas raras como belenes o cabezas de Buda, en fin, soy bastante maniático de las colecciones.

Los actuarios somos la máxima autoridad en cuanto a la técnica aseguradora y así debe reconocerse a todos los efectos, además, también somos los responsables de la aplicación de la ciencia actuarial con la máxima ortodoxia posible

Acabamos las entrevistas pidiendo la opinión del entrevistado sobre ¿cuál es el mayor riesgo para España en el corto y largo plazo? y ¿cuál es la mayor oportunidad?

En el mundo actual observo una falta alarmante de liderazgo. Recuerdo en mi juventud que las palabras u opiniones de un Churchill, De Gaulle, Adenauer, De Gásperi, Spaak, Kennedy, Reagan, Thatcher… eran respetadas debido a su “autoritas”. Hoy estamos, a todos los niveles, faltos de líderes a los que respetar y escuchar. Creo que se ha degenerado hacia que los países sean dirigidos por “medianías”, las más de las veces poco de fiar, haciendo que la gente de valía huya de la política hacia puestos más gratificantes.

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