Comarcas Tierra Adentro . Región de Murcia. Autor: Miguel Lucas Picazo

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Comarcas Tierra Adentro REGIÓN DE MURCIA

Miguel Lucas Picazo


FOTOGRAFÍAS:

Francisco Moya COLABORADORES TRABAJO DE CAMPO:

Presentación Peñalver Antonio López


Para comprender los sistemas de vida de una población concreta se hace imprescindible analizar la adaptación del grupo humano al entorno que habita, constituido por elementos abióticos y bióticos. Desde la óptica de la ecología cultural es, precisamente, la articulación de ambos elementos lo que da sentido y explicación a la realidad circundante. El medio natural no es una variable aislada de la acción del hombre1, sino una realidad intervenida y modificada por los mecanismos que las sociedades crean para poder vivir en y de la naturaleza. En este trabajo pretendemos bosquejar cómo, a lo largo del tiempo, se ha ido forjando en esta comarca del noroeste murciano una peculiar manera de habitar y de ocupar el territorio con arreglo a un medio natural, con el que el hombre de estas tierras ha establecido unas relaciones a veces difíciles, por unos condicionantes excepcionales y extremos. Antes de empezar, nos gustaría precisar algunas cuestiones relativas al enfoque de este estudio. La primera se refiere al carácter temporal que ha guiado toda la investigación; en efecto, no partimos de una cronología de referencia ni podemos acotar un periodo histórico determinado, pues nos moveremos en una perspectiva diacrónica y de larga duración que tiene sus orígenes en el instante en que un grupo humano escoge un “peñasco defensivo” para establecerse y controlar un espacio que le ofrece alimentos. Ahí ya aparece un urbanismo que deja su huella. Cuando pretendemos establecer tipologías hemos de ser conscientes de que aniquilamos la dimensión temporal, por ello, las aquí realizadas no buscan nada

Localización de la Comarca del Noroeste.

más que ordenar el estudio. Aunque intuyamos aspectos y reminiscencias lejanas en el tiempo, nos centraremos en una época más reciente, la que está a caballo entre la crisis de la economía tradicional y la modernización agraria e industrial, en la que aún se mantiene un legado arquitectónico con elementos vivos y visibles. La información aquí recogida procede, en su mayor parte, de un exhaustivo trabajo de campo a base de entrevistas y encuen-

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tros orales realizados a personas de edad avanzada. Es decir, un trabajo en el que han primado las fuentes orales, aunque se ha realizado un rastreo documental y bibliográfico con el fin de constatar y contrastar los resultados obtenidos. Para discernir entre lo antiguo y lo moderno establecíamos un “antes” y un “después” que solía coincidir con la frontera cronológica de la Guerra Civil, que suspendió la modernización económica hasta la década de los sesenta, incluso de los setenta y ochenta, lo cual contribuyó al mantenimiento hasta casi nuestros días de costumbres muy arraigadas. El panorama que describimos es sólo una instantánea de un largo proceso que intuimos tras el rastreo de bibliografía, documentación y el tratamiento de las fuentes orales, pero nos faltan muchos estudios parciales sobre la tipología familiar, la explotación de la tierra, la sociabilidad, etc. El hábitat del territorio ha sido un fenómeno adaptativo que aparece y cambia con el tiempo, por lo tanto es un hecho procesual que tenemos que observar desde la dialéctica temporal. Por otro lado, también queremos resaltar la imposibilidad de ajustar algunos de los calificativos que aparecerán en esta exposición: “vernácula”, “tradicional”, “campesina” o “popular” a unos estáticos patrones constructivos y formas de habitar. Por ello, cuando aparezcan, habrá que asignarles un significado en el que tendremos en cuenta la diversidad cultural, las mutuas influencias, la asimetría o el paso del tiempo. En última instancia, la delimitación territorial del análisis no obedece a criterios de exclusividad o unicidad tipológica constructiva, sino a otros factores de índole política y administrativa. Los modelos que aquí se establecen tienen mucho que ver con otras zonas de parecidas características, sin embargo, hemos encontrado un juego de similitudes-disimilitudes de gran importancia patrimonial.

Grupo Leader+: Noroeste, Río Mula, Pedanías Altas de Lorca y Sierra Espuña.

El territorio: aproximación geo-histórica Al noroeste de la Región de Murcia, una cuña entre Andalucía y Castilla-La Mancha de más de 2.500 Km2 demarca un territorio caracterizado por su identidad fronteriza y ecléctica cultura. Hace ya años que la Mancomunidad de Municipios “Integral” se encargó de ejecutar un proyecto de desarrollo local que ha servido para cohesionar, aún más, al territorio originario. En dos lustros de funcionamiento se ha generado un proceso de identidad territorial quizás inexistente, al menos de forma tan notoria, con anterioridad. Una activación constante de los recursos patrimoniales de la comarca, consecuencia de la aplicación estricta de la filosofía de desarrollo rural Leader, está proyectando un nuevo imaginario geográfico y económico que paulatinamente va calando entre sus gentes que, aunque “murcianos”, siempre se han sentido muy impregnados de lo “local”.

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Tirieza Alta.

Mujer en el horno. Algezares.

En el imaginario geográfico que la región murciana proyecta predomina la huerta y la playa sobre cualquier otro elemento. Sin embargo, a excepción de las vegas medias y bajas, la mayor parte del territorio lo constituyen altiplanos o zonas de media, e incluso alta, montaña que muy poco tienen que ver con los estereotipos de la agricultura irrigada o con el turismo de sol y playa. En concreto, la comarca que nosotros estudiaremos participa de todos los elementos propios de una zona de montaña mediterránea, ya que está enmarcada en un variado conjunto de sierras y montes pertenecientes a los ámbitos naturales de las cordilleras béticas. Efectivamente, las alineaciones montañosas sub-béticas recorren el territorio en dirección noreste-suroeste y van dejando a su paso depresiones y páramos que forman lechos fluviales y elevadas llanuras, denominadas por aquí “campos”. Si a ello le unimos la complejidad de la tectónica y la actividad sísmica podemos entender mejor esta geografía tan avasalladora en la que predominan los extremos2. La escasez pluviométrica propia de la región murciana se suaviza aquí con más lluvias y con la presencia del agua en cursos fluviales, fuentes y ramblas, que nos han dejado un paisaje muy particular en el que se alternan montes y páramos con vegas; morrones y cabezos con ramblas; bosques y chaparrales con matojos semidesérticos; las huertas con los seca-

nos. El resultado de ello ha sido una legislación que contempla 33 hábitats (Red Natura 2000) de interés comunitario con una riqueza medioambiental excepcional, abundantes materias primas de origen mineral (alguno tan curioso como el iridio del Barranco del Gredero procedente, al parecer, de un meteorito) y con una intervención humana que encontró estratégicos lugares para emplazar sus núcleos urbanos, desde los que se defendía y vigilaba sus pertenencias. Las condiciones morfológicas del territorio sólo han permitido la explotación agraria en discontinuos valles aptos para su práctica, quedando el resto como importante reserva ecológica. Esto no quiere decir que la comarca no tuviera recursos, más bien al contrario, pues históricamente ha sido una zona de acopio de determinados bienes, como es el caso del agua o de la madera, aunque después se hayan distribuido de manera desigual en favor de las otras comarcas. La disposición anárquica del relieve y su composición cárstica han dado lugar a un sinfín de cuevas, simas y parajes lunares que ensalzan la magia de los lugares con leyendas de todo tipo. También el clima mediterráneo se polariza aquí con inviernos algo más fríos, en los que suele aparecer la nieve, y veranos bochornosos. A veces, la pluviosidad de todo el año cae en un corto espacio de tiempo, provocando inundaciones y escorrentías que dan al paisaje esa forma de cartón piedra tan caracte-

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rística. La fauna y vegetación se han tenido que adaptar a estos extremos, con abundantes especies endémicas que la acción del hombre ha ido extinguiendo o sustituyendo por otras más comerciales. El hombre, sin embargo, encontró en este territorio un medio adecuado y apto para vivir, como lo atestiguan las culturas prehistóricas que desde muy temprano dejaron aquí su huella, asimilada posteriormente por los íberos, romanos, visigodos y, especialmente, los árabes, que contribuyeron a crear gran parte del entorno que hoy conocemos: un espacio agrario muy diversificado. Culturalmente, la comarca, a pesar de estar tierra-adentro, siempre ha pertenecido al ámbito mediterráneo y así lo atestiguan los numerosos yacimientos arqueológicos donde se evidencian los contactos con los fenicios, griegos, cartagineses y romanos. Por toda la comarca, aprovechando los numerosos abrigos y cuevas, encontramos vestigios de las pinturas rupestres levantinas y otros objetos materiales que indican un poblamiento milenario. El condicionante geográfico no fue óbice para el asentamiento de grupos humanos que preferían esta zona de montaña y piedemonte a otras áreas más pantanosas e insalubres. En época ya histórica son los iberos de la Contestania, asentados en gran parte de la comarca, los que darán forma a una especial ocupación del territorio, basada en el aprovechamiento de las aguas y un selectivo urbanismo defensivo. Sabemos que cultivaban cereales, legumbres y árboles como el almendro, higuera, granado o el ciruelo, y para el transporte utilizaban carros tirados por animales según nos enseña la formidable escultura del santuario ibérico de El Cigarralejo de Mula. La romanización ha dejado numerosas “villae” y el epigonismo visigodo tuvo aquí su esplendor en la sede episcopal de Begastri, hasta que los musulmanes, tras el pacto de Teodomiro (donde se cita explícitamente la ciudad de Mula), se fueron instalando en estas

ricas vegas llenándolas de castillos, medinas, arrabales, alquerías y sistemas de riego muy sutiles en el aprovechamiento del agua. La proximidad con el reino nazarí dio a la comarca el carácter fronterizo y defensivo que aún se muestra en las construcciones-fortaleza y en numerosas costumbres de raíz musulmana que pervivieron tras la repoblación. En 1243, tras los acuerdos de Alcaraz, el territorio se incorpora a la corona castellana, haciéndose cargo de su jurisdicción la orden del Temple y de los Caballeros de Jerusalén (después sería la orden de Santiago). En estos primeros años conviven cristianos, moriscos y judíos (en Mula existe una aljama importante) que viven fundamentalmente de las huertas y el pastoreo, sin apenas cambios o incremento demográfico. A finales del siglo XV, la mayor parte de los pueblos experimenta un crecimiento (a pesar de la baja densidad tan permanente en la demografía3) que se notará en el urbanismo y en la apertura de nuevas calles y barrios. La edad moderna trajo consigo el ensanchamiento y crecimiento de los pueblos, así como la uniformización cultural que Nobleza e Iglesia imponían poco a poco. El siglo XVIII es otro momento de gran auge y agrandamiento urbanístico que ha dejado su impronta en los numerosos palacios y edificios públicos. La tardía llegada de los procesos industriales y modernizadores ha provocado que los cascos históricos de estos pueblos hayan llegado hasta nuestros días casi sin alterar (tienen la categoría de ciudades no urbanizantes4) y constituyen un patrimonio en espera de su conservación y rehabilitación. La historia reciente y los cambios en los ecosistemas agrarios han originado la convivencia de formas de vida propias del pasado con las innovaciones de la modernidad económica. Si hace unos años los cambios produjeron una emigración masiva, en la actualidad los municipios que constituyen Integral son un foco, por diversos motivos, de atracción demográfica.

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cuando la ganadería pierde importancia o la trashumancia desaparece, la red de azagadores se deteriora tanto que incluso se vuelve invisible. Además de las cañadas reales (de 90 varas, que corresponde a 75,22 m) está documentada desde el siglo XV una serie de caminos para tránsito de ganados, las veredas, denominadas aquí igual que en Valencia, “azagadores”, (de 25 varas, o sea unos 20,89 m) que se fueron abriendo conforme se incrementaba la cabaña, siendo el único espacio de tránsito hasta bien entrado el siglo XIX ya que las actuales carreteras datan de fechas posteriores. Eran coladas o hilillos trazados para los desplazamientos de más corto radio y de menor intensidad, pero que constituyeron una malla cañariega de carácter secundario de mucha importancia para todo tipo de comunicaciones6. Con el paso del tiempo estos caminos, abrevaderos, descansaderos y sesteaderos han ido desapareciendo por la ocupación a cargo de los agricultores de aquellos amplios espacios. En las épocas de carestía, que fueron muchas, era frecuente el bandolerismo y los asaltos de caminos, como lo demuestra el folclore (canciones, cuentos, relatos de las hazañas de bandoleros famosos, etc.), muy prolijo en este tipo de manifestaciones como lo atestigua Ricardo Montes en su libro sobre el bandolerismo en la Murcia del siglo XIX. En nuestros días la autovía del noroeste rompe la barrera que siempre ha separado el valle del Segura de estas tierras altas de Murcia, haciéndolas más cercanas y dándoles una nueva perspectiva.

Caminos de Calar de la Santa.

Hasta hace poco, a pesar de ser un cruce de caminos, la comarca carecía de un sistema de comunicaciones ágil y moderno, e incluso la línea de ferrocarril que unía Caravaca de la Cruz con Murcia dejó, en los años setenta, de prestar servicios. Hoy se ha convertido en Vía Verde para ratos de ocio y práctica deportiva. El diccionario de Madoz5 nos refleja para mediados del siglo XIX una red viaria “bastante desatendida por el descuido”, “en mal estado”, con caminos “incómodos y de herradura”. Eran la mayoría “caminos burreros” que no daban ni anchura ni firme para carruajes. La complicada orografía de ramblas y riscos dificultaba las obras de infraestructura, lo cual ha hecho que los pueblos y aldeas estuvieran incomunicados, teniendo que practicar una economía de subsistencia. Dichos caminos burreros y de herradura se anegaban con las periódicas crecidas y lluvias torrenciales del otoño, impidiendo en largas temporadas el tránsito de carros de peso de un lugar a otro. Las pendientes y desniveles tampoco permitían que los carruajes pudieran transitar con facilidad por el interior de la comarca, ya que hasta los arroyos se vadeaban por la inexistencia de puentes, siendo el burro durante mucho tiempo el animal de carga más socorrido. A pesar de todo, la comarca desarrolló una red de veredas para el ganado que comunicaban el levante con la meseta castellana y el norte andaluz (cañada Conquense o de los Chorros), si bien

Paisaje y organización del espacio La organización del espacio en la comarca es fruto de su peculiar geografía y de una larga intervención humana que en los últimos años se ha incrementado con abusivas prácticas que pueden poner en peligro un ecosistema mantenido con pocos cambios hasta la década de los setenta. Según la disposición del relieve, clima,

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a) En primer lugar, allí donde el agua ha formado huertas y vegas como en Caravaca, Calasparra, Mula o Cehegín, el hábitat responde a tipos y estrategias del regadío, junto a núcleos urbanos concentrados se configura un hábitat diseminado con viviendas al pie de la explotación para control y vigilancia de la cosecha. El aprovechamiento de los corredores aluviales (Segura, Argos, Benamor, Quípar, Alhárabe y Mula) y de las numerosas fuentes data de las primeras culturas que se asentaron en esta comarca. El riego ha ido extendiéndose según la demografía y la coyuntura política lo ha permitido. Las grandes obras hidráulicas que conocemos (pantanos de Fuensanta, Taibilla, Cierva, Cenajo, etc.) proceden de la filosofía regeneracionista de J. Costa, asumida posteriormente por L. Pardo, comenzándose su construcción, la mayor parte de ellos, en la década de los veinte de la anterior centuria e inaugurándose, como es el caso del Cenajo, incluso en época franquista. Según indican todas las fuentes7 el área de riegos de la comarca en la época medieval se ceñía al aprovechamiento de las corrientes de agua superficiales y algunas fuentes y surgencias. A partir del siglo XVI, y con más intensidad en el XVIII, se amplía el área irrigada a base de aprovechar cualquier rambla o boquera que sólo necesitara alguna pequeña obra de infraestructura que iba a cargo de los propietarios y municipios. Más tardíamente empezarían a constituirse sociedades corporativas por acciones que se encargarían del control y mantenimiento de los riegos. Los cursos fluviales, aunque escasos, se vieron salpicados de pequeñas obras hidráulicas (presas, azudes, paradas, acueductos, acequias, etc.), artilugios de riego, molinos de todo tipo (harineros, almazaras, martinetes de batir cobre, papel, etc.), batanes y viviendas al pie de la huerta que modelan el paisaje histórico de las vegas. A pesar de pertenecer la comarca a la “vega alta”, donde el agua es más abundante, la con-

Calasparra.

cursos de agua y altitud se pueden distinguir, aun a consta de ser esquemáticos, cuatro ecosistemas básicos que, a su vez, han ido evolucionando, según los tiempos, en otros tantos subsistemas con algunas variantes locales. Si en un principio primó en el hábitat la seguridad para el grupo humano, posteriormente se fue gestando una red de viviendas que van desde el aislamiento absoluto (cortijos de pastores) al gregarismo urbano de pueblos/ciudad similares a los de Andalucía o La Mancha, todo ello conforme a una particular explotación de los recursos naturales existentes. De forma resumida y desde una perspectiva de ecología y economía agraria, hemos establecido unos ecosistemas que tienen poco que ver con la tradicional ordenación territorial de Javier de Burgos o con la vigente legislación emanada del título VIII de la Constitución. El paisaje de la comarca del Noroeste no es exclusivo ni específico del territorio murciano ya que del mismo participan también los territorios limítrofes de las comunidades andaluza y castellano-manchega. Antes de que el Estado liberal ordenara el territorio de forma centralizada, según los intereses de la emergente burguesía, estas zonas del interior mantuvieron una estructura espacial más acorde con las posibilidades que el medio ofrecía. Debido a ello el paisaje se había configurado según la combinación de los factores naturales de la comarca y de una particular acción humana en los siguientes ecosistemas:

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Fuente Caputa.

juntas y pequeña burocracia de vigilancia y justicia al estilo de la descrita anteriormente. Con el fin de medir el tiempo de riego se construyó en los puntos más elevados de los pueblos la “torre del reloj” para que los regantes puedan escuchar los avisos para el cambio de las tandas. Si no se escuchaba, desde lugares estratégicos, los guardas realizaban sus avisos con señales y, si era de noche, con antorchas. En Moratalla hay dos heredamientos de las acequias del Alhárabe y del Benamor que ordenan sus riegos mediante un sistema de reparto realizado por un mandatario que todas las noches distribuye las horas de riego. Los propietarios poseen una sede a la que acuden a diario para tratar los asuntos de las aguas. El río Mula, a pesar de su nacimiento en el término de Bullas, proporcionaba agua sólo a los hacendados de la ciudad de Mula, “840 cuartos de a tres horas cada uno cuya tanda corresponde cada 21 días”8. En Calasparra hay media docena de comunidades de regantes, siendo las más importantes la Acequia Mayor que pertenece al río Argos, y la de Rotas, al Segura, regando ambas por el sistema de boquera abierta o “a portillo”. Aunque la propiedad de la tierra y del agua ha estado muy concentrada, en casi todas las localidades aparece la figura del agricultorhortelano que cultiva una pequeña o mediana explotación de riego en régimen de aparcería o arrendamiento y que suministraba verduras y hortalizas (vendidas en los mercados semanales) a la población más urbana. Aún hoy, la huerta de Cehegín y sus hortelanos mantienen una práctica de comercio de mercadillo y una producción que abastece de verduras y frutas a gran parte de la comarca e incluso a Murcia capital. El hortelano es una variedad específica dentro del mundo agrario con muchas particularidades propias de la adaptación al entorno físico y biótico que en nuestra comarca ha conseguido cierta identidad por su forma de vida más ligada al mercado de sus

Foto: J.A. Gutiérrez

flictividad por el líquido elemento ha sido alta y motivo de largos litigios entre pueblos vecinos y entre propietarios. El régimen de explotación de la tierra más habitual es el de aparcería, que difería según los lugares y los cultivos; por ejemplo en Mula se daba la tierra “a medias”, poniendo el amo el agua y los abonos y el colono las semillas No siempre la propiedad de la tierra lleva acarreada la del agua. Unos pocos terratenientes controlaban su comercio, a través de unos ordenamientos que datan, al menos, del siglo XVI y que posteriormente se concretaron en Sindicatos de Riegos como sucede en Mula en 1853 o en Moratalla en 1859. La organización y gobierno, en el caso de Mula, corresponde a una Junta Directiva compuesta por siete miembros y un funcionariado que consta de un Fiel, Depositario, dos Sobreacequieros y un Avisador. En cada lugar el control del riego se hacía de manera diferente, pero casi siempre un reducido grupo de propietarios controlaba las acequias e “hilos” de agua para riego mediante

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rio por estos trabajos, que incluyen una jornada de sol a sol, oscila entre 1,50 y 2 pesetas9. Para completar los jornales necesarios, en los meses de verano se incorporan cuadrillas de las zonas limítrofes de La Mancha o de la provincia de Granada. También para algunos cultivos se ha dado la enfiteusis, como es el caso de la viña en Bullas o arrendamientos anuales, que van desde el uno de agosto hasta el treinta y uno de julio, con pago en dinero y en especie (adehalas). Si el relieve se complica, el hombre se esfuerza en acondicionar terrazas donde, en reducidas parcelas, se practica un policultivo de autoabastecimiento. Así ha ocurrido en Bullas o en las pedanías lorquinas de Coy y Avilés. El paisaje mediterráneo adquiere aquí todo su esplendor con tintes algo áridos por la escasez de lluvias y una mediocre calidad de la tierra. Donde la intervención del hombre no ha sido muy abrasiva se conserva una mezcla de naturaleza salvaje de monte bajo y cultivos muy adaptados que suavizan la aspereza de relieves tan erosionados. Los pueblos de este agrosistema controlan un término municipal de bastante extensión y cuando las nuevas roturaciones se alejaban del centro urbano, se hacía más rentable la vivienda próxima a la explotación. Esto hizo que los campos estén salpicados de construcciones campesinas y de cortijadas que se han mantenido habitadas hasta que los medios de transporte han agilizado el vaivén diario a la parcela. Madoz ofrece para Cehegín 38 casas de labranza y 34 en Bullas10. En la época en que el único sistema de transporte era a pie o en carruaje de tiro, más de media legua era una distancia a recorrer insostenible para las labores diarias agrarias. Si la explotación era mixta o exclusivamente ganadera, con más motivo se hacía necesaria la construcción de corrales y viviendas en puntos alejados de la población principal. Estas construcciones diseminadas son las que han sufrido un mayor deterioro, ya que en los años

Paisaje típico de montaña mediterránea.

productos y a la preservación de ciertas tradiciones agrícolas. Una variante de gran interés es el cultivo del arroz en Calasparra; éste nos puede ilustrar sobre la adaptación de las técnicas de regadío y sistemas de explotación a un medio fluvial. Sabemos que en el medioevo Murcia exportaba sus arroces y está documentado desde el siglo XVII cómo era la siembra arrocera y la cantidad de agua disponible en las acequias de Calasparra para este producto. Desde entonces se sigue un método de cultivo muy cercano a lo que en la actualidad denominamos “ecológico” al aprovechar la temperatura de las aguas, la disposición de las parcelas, la alternancia de cultivos, las avenidas y las semillas autóctonas. En la fronteriza aldea de Salmerón, donde el río Segura forma una ribera explotada desde antiguo, aún se pueden observar los restos de viviendas-cueva construidas en los aledaños rocosos del río y por donde el río Segura, a falta de puentes, se cruzaba en pequeñas embarcaciones que nos trasladaban ya a la vecina provincia de Albacete. b) Cuando ganan terreno el secano y el campo abierto, se organiza otra modalidad de asentamientos más concentrados y más en sintonía con las explotaciones de cereales, legumbres, olivos, viñas y almendros. La explotación del secano se realizaba directamente por el propietario mediante el empleo de braceros y jornaleros que ofrecen una mano de obra abundante. A principios de siglo el sala-

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sesenta de la centuria anterior comenzó o bien la emigración o la reinstalación en el pueblo de pertenencia. c) Según nos adentramos en los límites con Granada y Albacete las llanuras se elevan hasta rozar los mil metros de altitud, formando un particular ecosistema que se conoce aquí con el nombre de “campos”. Ejemplo de ellos son el de San Juan, Sabinar, Béjar, Benizar, o Mazuza. Predomina, aquí, el monocultivo cerealístico y la práctica de la ganadería, sobresaliendo la oveja segureña que es un ejemplo de adaptación al medio. La explotación es similar al dominio anterior, aunque la ganadería extensiva introduce más variantes, como en el caso de Caravaca donde se da la aparcería pecuaria, consistente en ir a medias entre el dueño de los pastos y el ganadero. Las tierras de secano se arriendan de “a medias” hasta “de cinco una”, según la calidad de la tierra. Desde el punto de vista del hábitat, adquiere más originalidad la dicotomía espacio agrario-vivienda por la jerarquía de una red de núcleos urbanos en dependencia siempre de una cabecera territorial o municipal, como es el caso de Moratalla o Caravaca de la Cruz. Domina un paisaje abierto con abundantes zonas boscosas algo degradadas por el abuso de carboneros y madereros de antaño, pero en el que se conservan especies autóctonas como los carrascales o sabinares cargados de historia y creencias populares sobre su capacidad de ahuyentar animales peligrosos y prácticas curativas. Aún queda campo para el pastoreo donde la raza segureña se ha adaptado a un medio tan quebrado y con tan pocos pastos, a pesar de lo cual los resultados cárnicos y lácteos son excelentes. Las condiciones climáticas de la zona, la particular orografía y la presencia de salinas desarrollaron una economía basada en la agricultura de autoconsumo, alguna ganadería estante y pastizales para la explotación trashumante.

Campo de Benamor.

d) Por último, el monte ha constituido un complemento imprescindible para la supervivencia de los más débiles, que encontraron en las plantas aromáticas y medicinales, el carbón, la leña, la resina, la miel, la rebusca, las setas y níscalos, los caracoles, la caza, el furtiveo, las canteras, el cáñamo o el esparto una renta adicional. La propiedad comunal y los trabajos inherentes al mismo (ajorraores, leñadores, arrieros, gancheros, etc.) crearon una identidad (muestra de ello es la pertenencia a cofradías con rituales exclusivos) y cultura del trabajo propia, aunque, las más de las veces, fue un recurso añadido a las escasas rentas salariales de los agricultores. El relieve de sierras entrecruzadas con alturas que van de los mil a mil seiscientos metros (la altura mayor es el pico de Revolcadores con dos mil metros) ha actuado como “reserva” de la comarca y en él se encontraba respuesta y sostenimiento en épocas de carestía, tan habituales por la situación de riesgo permanente que siempre ha mostrado esta población. La estacionalidad de los trabajos, las recurrentes sequías, heladas, fenómenos sísmicos, etc. son situaciones de riesgo que no son azarosas, sino momentos de quiebra, habituales aquí, que necesitan una respuesta inmediata. El pueblo con más hectáreas de monte y masa arbórea ha sido Moratalla, que a mediados del siglo XVIII aún tenía las dos terceras partes del término pobladas de pinos, sabinas, madroños, lentisco, etc., pero

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El crecimiento demográfico diversificó las actividades económicas mediante el aprovechamiento de muchos recursos naturales. Así, la abundancia, temperatura y calidad de las aguas desarrolló unos usos muy diversificados. Por ejemplo, balnearios como los populares establecimientos en Baños de Mula o los abandonados de Gilico y Somogil; fuentes de agua con propiedades minero-medicinales; explotaciones salineras como las Salinas del Zacatín, explotadas desde época ibérica a partir de una fuente de agua salada del calibre de un junco, que nace en la cabecera de un pequeño barranco de la sierra del Pendón (sus aguas son estancadas en los periodos fríos, pasando a unas eras o pequeñas balsas en épocas cálidas, donde se deja evaporar el agua y posteriormente se recoge la sal en cantidad considerable). En otros lugares el tipo de arcilla avivó unas artesanías del barro cocido en hornos morunos como los de la pedanía de Valentín de los que todavía quedan cuatro en plena actividad. De aquí salen tejas, losas y ladrillos horneados de forma tradicional. Diversas artesanías y manufacturas se extendieron desde el siglo XIX por la comarca dando lugar al nacimiento del trabajo extra-agrario: el orellón antecedente de la industria conservera; el esparto y la consiguiente manufactura de cuerdas y esparteñas; el textil de Mula y pedanías de Lorca (Coy); la cría del gusano de la seda; destilerías de aguardientes; martinetes de fundición del cobre; fábricas de curtidos, de jabones, de papel, harinas, aceite, paños, loza, sericícolas, etc. La consecuencia con respecto al hábitat sería la aparición o ensanchamiento de las barriadas populares que albergan una población jornalera y obrera, pero con fuertes raíces campesinas ya que se comparten muchas veces jornales y viviendas. En líneas generales, la situación de la comarca participa de las bondades de la transición entre las vegas medias y la montaña, lo cual ha sido muy favorable para el asenta-

Corral de ganado en el monte. Benizar.

en el siglo XIX las roturaciones y el carboneo disminuyen notablemente la superficie poblada11. Unida al monte está, también, la ganadería y el pastoreo trashumante que tuvo en otras épocas tanta o más importancia que la agricultura. El monte se nos presenta como un ecosistema tradicional en equilibrio entre la vida vegetal y animal, armonizándose el pasto con la labor. Según el tipo de desplazamientos (estante, transterminante y trashumante) la relación con el sector agrícola se regulará con prácticas como la establecida en Caravaca de “a medias”. La trashumancia en su variedad de corta distancia se desarrolló en este medio montañoso creándose un verdadero sistema de comunicaciones que perduró hasta el ocaso de la Mesta con la estabulación ganadera. Algunos núcleos urbanos, como el conocido por Tarragoya, tienen su origen o crecimiento en su emplazamiento estratégico para controlar los movimientos de los ganados y los abrevaderos. Como conclusión hemos de aclarar que ninguno de estos cuatro ecosistemas convive de forma aislada, sino que se entremezclan por toda la geografía comarcal con muchas variantes espaciales y temporales. Por lo general, los espacios cultivados se localizaron en las cercanías de ríos, arroyos, ramblas y fuentes y próximos a ellos aparecieron los primeros poblados. Los avances tecnológicos y las nuevas roturaciones fueron configurando la red poblacional que hoy conocemos.

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miento humano y para el desarrollo de muchas opciones de ganarse la vida. Cuando la economía española se abre al liberalismo, cambia la orientación productiva y estas zonas, a pesar de poseer recursos, pierden interés. No queda más remedio que la emigración a los nuevos focos industriales y del turismo. Los pueblos, y más las pedanías y campos, se fueron quedando despoblados y las casas con el tiempo se han ido derruyendo. Sin embargo, el carácter cíclico de la economía y la filosofía de las políticas europeas, que priman los recursos endógenos y el medio ambiente, abren una nueva brecha de puesta en valor de los ecosistemas tradicionales.

Grupo de jornaleros.

taciones extensas, sino que aquélla se subdividía en parcelas pequeñas entregadas a aparceros, arrendatarios y medieros que pagaban un alto precio por ellas, lo cual les obligaba a permanecer generación tras generación fijados al terruño. Para trabajar en estos latifundios era necesaria una mano de obra temporal, los jornaleros, que ni poseen ni alquilan tierras pues viven de las “peonás” y, cuando hace falta, que es casi siempre, marchan al campo de Cartagena o a La Mancha a completar los días de salario. Habitan en barriadas específicas en casas de dimensiones muy pequeñas. Ligado a esta forma de posesión y explotación de la tierra aparece un hábitat complejo que ha dado lugar a la convivencia conjunta de subcategorías poblacionales en dependencia y complicidad unas con otras. La red del hábitat parte de un centro o cabecera municipal (Mula, Cehegín, Calasparra, Caravaca o Moratalla) desde la que se ejerce el poder y control de todo el territorio, que posee un amplio diseminado de “casas de campo”, “cortijos”, “cortijadas” y “pedanías o diputaciones”. En esta organización jerárquica del espacio, “el pueblo” (o quizás podríamos decir “la ciudad”, por su tamaño y complejas relaciones socio-profesionales) es el eslabón primero y fundamental desde el cual se dirige la explotación agraria, se da cobertura a las posibles necesidades y es el indicador de pertenencia más importante. Son pueblos grandes que soportan una elevada

El espacio rural y urbano El espacio rural o estrictamente campesino es fruto de una particular estructura agraria. El predominio de grandes propietarios alternando con pequeñas explotaciones originó un tipo de hábitat muy jerarquizado y controlado por un núcleo urbano mayor, sede de instituciones y servicios. El estudio del espacio agrario es imposible sin tener en cuenta la propiedad y tenencia de la tierra y, en especial, las imbricadas relaciones sociales establecidas por la trilogía de propietarios, arrendatarios y jornaleros. En nuestro caso, la concentración de la propiedad es un fenómeno de larga duración12 que arranca, quizás, desde el modelo de repoblación medieval controlado por las órdenes militares y por la nobleza con la creación de mayorazgos13. Los estudios sobre la desamortización realizados sobre esta zona también han constatado la continuidad de la gran propiedad en la segunda mitad del siglo XIX y primer tercio del XX. Tendremos que esperar a épocas más recientes para que se produzca una parcelación y mercantilización de la propiedad de la tierra. Ahora bien, como ocurre en otras zonas de Murcia bien estudiadas, la gran propiedad no se corresponde siempre con tipos de explo-

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carga demográfica (más de diez mil habitantes), que han vivido en torno a la agricultura y a algunos oficios artesanales hasta que recientemente se ha expandido el sector secundario y el terciario. Si en algunos lugares las aldeas son las que evolucionan y dan lugar a las villas y ciudades, aquí el fenómeno ha seguido un proceso inverso, ha sido la ciudad el ente creador de la aldea. Una vez que la repoblación medieval se fue instalando en estas localidades y se fueron constituyendo como centros urbanos de cierta importancia, se convirtieron en las sedes de las instituciones políticas y administrativas que han ejercido históricamente el poder a través de diversas instancias (Encomienda, Ayuntamiento, Merino, Juzgado, Notaría y Registro, Policía, Cárcel, Heredamiento de Aguas, Cámaras Agrarias y otras más recientes relacionadas con la ampliación de los servicios municipales); también las económicas (residencia de los propietarios, alhóndigas, sede de mercados y ferias, posadas, comercios, actividades artesanales o manufactureras, molinos, hornos, centro de transportes, control dehesas, etc.); las religiosas (parroquias, conventos, cementerio, casas-cuna, centros de caridad y asistencia); educativas (centros escolares y de instrucción, incluido los maestros que iban a los domicilios particulares en los campos); médicos (pluralismo asistencial: parteras, barberos-cirujanos, curanderos, biomédicos, sanatorios y hospitales, etc.), ocio (Casas de Comedias, Casinos, Teatros, Cines, Bares y Tabernas, Fiestas Mayores). En el otro extremo del hábitat, especialmente en “los campos”, será el cortijo o la casa de campo la unidad urbana básica y más pequeña. Está constituido por un número muy reducido de viviendas cerca de la explotación agraria y donde vivían las pocas familias que cultivaban directamente las tierras o ejercían el pastoreo. Tiene su razón de ser en el ahorro energético que suponen las largas distancias con los núcleos principales o secundarios y el fácil con-

Casa de campo. Carretera de Bullas-Avilés.

trol de la explotación por parte de los propietarios. Las edificaciones del cortijo son exclusivamente del ámbito doméstico (casa-vivienda) y económico (corrales, cuadras, graneros, rediles, pajares, aljibes, palomares, etc.). Llama la atención la escasez de espacio disponible en las construcciones domésticas que desarrollan las funciones habituales para el descanso, reproducción, alimentación, higiene corporal, etc., y que ni siquiera, la mayoría de las veces, sean sus moradores los propietarios de las casas, ya que están unidas al sistema de explotación de la tierra. El microcosmos social del cortijo se ciñe a un tipo de relaciones donde prevalecen los lazos familiares y de vecindad. La sociabilidad relacionada con los ritos familiares (nacimiento, matrimonio, muerte) y de vecindad (intercambio de favores, ayuda, asistencia, etc.) es aquí muy rica, pero se observa una clara dependencia de los otros núcleos urbanos mayores para las otras actividades y necesidades. La función única del cortijo es proporcionar el albergue necesario a pastores y jornaleros-aparceros y espacio construido adecuado a la propia actividad agraria. Su soledad en medio del campo es un aliado interesante para el rico propietario que mantiene aislado y sin posibilidad de otra socialización a sus trabajadores. No obstante el cortijo no está totalmente aislado, sus moradores se comunican con el exterior, especialmente en los periodos de menos trabajo, a través de un ritual festivo que

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ocurre en otros lugares de España, las diputaciones o pedanías no han conseguido independencia con respecto a las cabeceras territoriales, incluso tratándose de términos municipales de enorme extensión (no olvidemos que el de Lorca o Moratalla son de los mayores del Estado) con grandes distancias entre la pedanía y el pueblo principal. Por lo tanto, desde el punto de vista de los entornos construidos, el espacio, aun siendo conscientes del carácter generalizador y esquemático que proponemos, quedaría formado por los siguientes elementos: a) El pueblo principal: núcleo urbano aglomerado y sede política. De gran peso demográfico y extenso término municipal, despliega una gran carga de identidad cultural que se refuerza, muchas veces, mediante la rivalidad con el pueblo vecino. Es el caso de Caravaca y Cehegín o el de Mula y Bullas. Sus habitantes, a pesar de haber vivido del campo, también se han dedicado, especialmente en los últimos años, a otras actividades del sector secundario y terciario. Los grupos medios (comerciantes, tenderos, profesionales, funcionarios, trabajadores cualificados, etc.) vienen ejerciendo mayor notoriedad en las sociabilidades y en los entornos construidos, ocupando las nuevas áreas de crecimiento. Es común en todos los pueblos la presencia de un casco histórico de considerables dimensiones, pero con un desigual estado de conservación. Si hace unos años la conservación de los mismos estaba amenazada por el desinterés popular y por el abandono ocupacional, en la actualidad la mayor parte de los ayuntamientos han tomado medidas para su conservación y recuperación. El centro histórico, a pesar del abandono y de las dificultades para vivir en él, sigue siendo el lugar de las relaciones y manifestaciones de la comunidad. El crecimiento experimentado desde el siglo XVIII y el desarrollo de los oficios segmenta el trazado urbano con la aparición de nuevas barriadas o el agrupamiento

Calle de Doña Inés.

ordena los tiempos de faena y los de descanso. Nos podemos encontrar también “casas de campo” en las que el propietario dispone de una vivienda principal con instalaciones y dependencias que pueden ser muy ostentosas; en su inmediatez están las casas de los colonos, muleros, pastores y de los jornaleros, que son de construcción humilde y que nos muestra, precisamente, la jerarquización y las relaciones de dependencia a todos los niveles. El propietario obtiene de este círculo no sólo la fuerza de trabajo para su latifundio, sino también otro tipo de servicios propios de los grupos domésticos múltiples. Cuando el número de casas aumenta el cortijo muta en “cortijada”, donde aparece cierta estructura urbana que puede contener un solo núcleo poblacional o dos o tres barriadas próximas unas de otras. Aparecen nuevos espacios y construcciones de carácter más urbano y socializador; a los aljibes, hornos, lavaderos y palomares se pueden añadir otras edificaciones más recientes (ermitas) y lugares específicos de relación y aprovisionamiento (plazas, tabernas, tiendas, etc.). En el caso de las “pedanías” el núcleo urbano adquiere una fisonomía de pueblo aglomerado con servicios propios, excepto los concejiles. Han tenido cementerio, aunque las iglesias suelen ser de reciente construcción, al igual que las escuelas, dispensarios, bares, etc. A pesar de su importancia demográfica y, a diferencia de lo que

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por oficios. El callejero de los pueblos nos da buena información de ello (son frecuentes los nombres de calles según los trabajos: Herreros, Alpargateros, Talabarteros, Vinateros, etc., así como de la existencia de arrabales donde se instala la población más desfavorecida que ocupa las casas-cueva o aglomeraciones marginales al casco urbano como el barrio de La Cruz en Bullas, donde sus vecinos se consideran y son considerados con identidad propia, llamándoles por su gentilicio. b) Pedanías: su número y estatus varía según la época (Madoz nos da esta numeración: seis Mula, tres en Calasparra, doce en Caravaca y catorce en Moratalla, siete en Cehegín, una en Bullas). Según su emplazamiento la estructura urbana puede variar ya que las hay en un promontorio, a lo largo de un vía, al pie del monte, cerca de una fuente o en un llano. Urbanísticamente hablando, son como un pueblo pequeño que, incluso, pueden contener barriadas diferenciadas, jerarquía habitacional, viviendas en diseminado y otros aspectos propios de los núcleos urbanos. Su origen es, salvo alguna excepción, reciente (siglo XVIII y más tarde), aunque en sus entornos podemos encontrar restos arqueológicos de importancia, como es el caso de La Encarnación (Caravaca de la Cruz), Archivel (Caravaca de la Cruz), Yéchar (Mula), La Risca (Moratalla), Zaén, etc., que demuestran las cualidades para el asentamiento de estos lugares. Al no existir instituciones políticas, salvo las que ostenta el alcalde-pedáneo, dominan los lazos de vecindad sobre los de clase o grupo social, aunque se da una mínima categorización atendiendo a la propiedad de la tierra, tipo de arrendamiento, profesión, etc. Muchas veces, a pesar de tener iglesia propia, la parroquia y servicios religiosos se atienden temporalmente por párrocos de otros lugares. A sus vecinos se les suele llamar por el gentilicio, tienen identidad de pertenecer a la pedanía y se practica la endogamia.

c) Cortijada: agrupación de cortijos en una especie de barriadas o pequeños pueblos. Constituye un ámbito intermedio donde prevalece la ayuda mutua y la solidaridad vecinal que se manifiesta en muchos rituales del ciclo vital. Les une la dedicación a la tierra en calidad de pequeños explotadores. d) Cortijo o en algunos lugares también “casa de campo”: peldaño más elemental del espacio agrario y ámbito de convivencia casi exclusivamente familiar. En algunos los propietarios disponen de estancias especiales o construcciones de lujo, pero lo habitual es que consten de dos o tres viviendas de reducidas dimensiones, una para cada familia, y construcciones anexas de almacenaje necesarias para la explotación agraria. Los orígenes de la mayor parte de nuestros pueblos son antiguos asentamientos pre-romanos emplazados en peñascos defensivos que dominaban espacios aptos para la agricultura y desde los que se divisaban posibles peligros14. La situación fronteriza de este territorio durante la Edad Media transformó esos primitivos núcleos en fortalezas y castillos15 que fueron rompiendo sus torreones y murallas conforme se instalaba la paz. Otros, como el castillo de Mula, se erigían como símbolo del poder feudal sobre la ciudad. Resultado de todo ello es un urbanismo presidido por estas fortalezas que dominan monumentales cascos históricos. De estos castillos-fortalezas partía una red de caminos que los comunicaban con el exterior y sobre los cuales, conforme crecía el espacio construido, se formaba el espontáneo trazado callejero. Cuando las murallas desaparecen, surgen espacios abiertos para plazas que albergaron mercados y fueron escenario de diversas celebraciones públicas, como procesiones, comedias, corridas de toros, concejos abiertos y otras tantas celebraciones civiles o religiosas. Aún hoy cumplen esa función de relación social y se aprovechan para modernos usos como los mercadillos ar-

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tesanales que se realizan en muchos pueblos. Otras veces el crecimiento urbano viene dado por la implantación de edificaciones religiosas (ermitas y, en su caso, conventos) que ordenan el trazado de los arrabales surgidos entre las murallas16. A partir del siglo XVI se fueron abriendo las calles principales, sede de instituciones y lugar de residencia de propietarios (denominadas, a veces, Camino Real, Mayor, Tercia, etc.), que adquieren todo su esplendor en la época barroca. Así lo resume la historiadora M. Griñán para la ciudad de Cehegín:

una creación más reciente, o al menos su crecimiento se debe a las nuevas roturaciones realizadas a partir del siglo XVIII. Al ir ganando territorio agrícola y al alejarse de los núcleos principales surge este hábitat de “dispersión intercalar” que aísla a las familias en unidades de producción dominadas por un grupo reducido de propietarios.

La casa: tipología Caracteres generales La vivienda de la comarca presenta unos rasgos generales en estrecha relación con el medio natural descrito más arriba y con la tecnología que el grupo humano ha ido desarrollando. Sin embargo, los condicionantes geográficos no explican, por sí solos, la diversidad de resultados arquitectónicos y entornos construidos que nos encontramos en la zona. Hay que tener en cuenta, también, los procesos históricos y culturales acaecidos y su influencia en las tendencias constructivas. No cabe duda que detrás de una particular obra encontramos un sustrato de esencias musulmanas, mudéjares o cualquier otra de las tendencias cultas de siglos posteriores. Descifrar esos legados es tarea que escapa a este trabajo, pero sí haremos referencias a elementos y espacios que se hayan mantenido en el tiempo, aunque hayan modificado sus funciones.

“Los últimos años del siglo XV y las primeras décadas del siglo XVI marcarán desde el punto de vista urbanístico un periodo de cambios fundamentales para el desarrollo posterior de la villa de Cehegín. Ya se ha apuntado en otras ocasiones cómo el final de la Reconquista supone un hecho fundamental en los territorios fronterizos cristianos del Reino de Murcia porque a partir de él se desencadena una espiral de cambios que irían desde el desarrollo demográfico hasta la roturación de nuevas tierras y el cambio económico que esto supondrá, hasta la demanda de nuevos espacios, civiles y religiosos, y el cambio de función en general de algunos de estos elementos heredados de épocas”17. En los siglos XIX y XX el crecimiento urbano se canaliza a través de nuevas calles principales (la gran vía, glorietas, correderas, paseos, etc.), espacios ajardinados y nuevas barriadas populares que crecen al ritmo de los cambios económicos. Conforme nos alejamos de estas redes principales se configuran las barriadas de clases medias y populares, que van ocupando los espacios peor orientados y más tortuosos. Las pedanías, cortijadas y cortijos, aunque algunos puedan tener un origen remoto, son

Moratalla.

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una morada, llega a ser un factor más de dominación y un exponente de un complejo sistema de relaciones sociales y familiares. La casa de los hacendados desde el siglo XVII empezará a erigirse según los modelos arquitectónicos que se imponen en toda Europa, pero a nosotros, en este trabajo, nos ha interesado más la vertiente vernácula de las construcciones, manifestada más fehacientemente en la arquitectura “sin arquitectos”. En la mansión de los grandes propietarios no sólo vive la familia nuclear, sino un extenso grupo subalterno al servicio de la explotación agraria. A pesar de los valores comunes que la arquitectura de un territorio transmita, hemos de establecer una diferenciación atendiendo a los grupos sociales que ocupan las viviendas. El uso de una determinada tecnología, el cromatismo de las fachadas, las normas de orientación, el orden espacial, etc., pueden ser o tener similitudes, pero el factor socio-económico es el que más nos ayuda a establecer los modelos constructivos. Por ello, hemos creído imprescindible diferenciar, al menos, tres grupos o patrones de viviendas atendiendo a sus orígenes sociales.

Cortijo orientado a mediodía. El Moralejo.

La orientación, como regla general, suele buscarse mirando hacia el “mediodía” para que la fachada principal tuviera más horas de luz, pero en realidad hay tantas excepciones que es muy difícil establecer unas categorías fijas. Por ejemplo, nos cuentan que “los pobres, si había un solar, construían en cualquier sitio”. La disposición y crecimiento posterior de los pueblos obedece a muchos factores físicos y humanos que habría que estudiar caso a caso. La alineación y lo escarpado del relieve, la dirección de los cursos de agua y la circulación de los vientos determinan, también, que, en una comarca tan grande, se alternen las preferencias. Así, por ejemplo, hay localidades donde sopla con rigor el viento de levante, al que llaman “cartageno”, y se le huye por su carga de humedad; en otras, la supuesta molestia térmica del viento del norte se aminora por el parapeto del relieve y el asentamiento humano encuentra en esta dirección una mejor expansión. La etnografía recopilada sobre la orientación es bastante rica y la iremos concretando en cada caso ya que tendrá su repercusión en las soluciones arquitectónicas que afecten a la apertura de vanos, puertas, grosor de las paredes, dirección de las cubiertas, etc. De igual manera, al establecer tipologías no podemos obviar el fuerte acento identitario que los grupos sociales ponen en la manera de construir ya, que “la casa” es mucho más que

Tipos En primer lugar, el rico-propietario se hace construir una vivienda en las calles y plazas más importantes de la villa. Es de grandes dimensiones y tiene entradas y salidas o dos o más calles. En algunos pueblos, como en Bullas, estas viviendas de la calle Tercia o del Camino Real tienen a su espalda una amplia zona de huertos o jardines que se abren a callejuelas secundarias. Su orientación y disposición de espacios interiores permite un uso diferenciado según las estaciones, ocupando en los meses fríos la cara del mediodía y las habitaciones cálidas, y en las épocas de calor las zonas más abiertas que dan al jardín. Además de estas viviendas, en ocasiones los propietarios también poseen en sus “campos”

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Palacio Carrascalejo. Bullas.

Aleros en Casa Pintada. Mula.

construcciones de gran envergadura que, a modo de palacetes, se construyen siguiendo las tendencias de moda: modernista, ecléctico, historicista u orientalizante, etc. Aunque hay muchos ejemplos en toda la comarca, nos sirve de modelo el caserón de Fuente la Higuera perteneciente a la familia de los Carreño, construido en los años veinte, en el que se observa todo el ideario constructivo de una familia perteneciente a las élites locales. Además de la vivienda familiar, la finca contiene otros espacios habitables para guardas y colonos. Dependencias auxiliares para almacenamiento de provisiones, agua o entretenimiento y decoración (fuentes, parterres, arbolado exótico, cenadores, etc.) salpican el espacio construido que puede llegar a dos o tres hectáreas. Algunas veces se construye o reconstruye a modo de torreón, cortijo o casa de labor, una vivienda en parajes donde la historia, la leyenda o la topofilia han dejado una fortaleza que en otro momento cumpliría su función defensiva, aunque nosotros sólo conozcamos su carácter de mansión. En el término de Caravaca de la Cruz está la Torre Mata que conserva su estructura de torreón de planta rectangular y tapial prensado y la Torre de los Templarios, propiedad del marqués de Uribe, situada en un paraje natural con gran carga simbólica por las fuentes y la épica templaria. En Don Gonzalo observamos otro ejemplo de vivienda, esta vez rehabilitada, de estilo italia-

nizante y de materiales nobles y así en numerosos campos de la comarca. Fue a partir del siglo XVI cuando comenzaron las calles principales a abrirse con nuevas construcciones ocupadas por los hidalgos y la nueva burguesía. El empuje definitivo en Murcia vendría en la centuria ilustrada por el incremento demográfico, roturación de tierras, auge comercial y un desarrollo en general que se dejó notar en el urbanismo y en la arquitectura con la incorporación de nuevos materiales y distinto sentido estético del palacio que va abriendo huecos y se adorna con todo tipo de complementos visuales. El fenómeno desamortizador del siglo XIX incrementó la gran propiedad y con ella se acentuaría el caciquismo y, por lo tanto, el furor constructivo de los nuevos burgueses, deseosos de aparentar y exteriorizar sus riquezas. ¡Qué mejor que construyéndose una nueva casa de campo o una mansión urbana! Algunos de los nuevos propietarios ni siquiera residen en el pueblo, prefieren la capital o, incluso, Madrid. Los esquemas constructivos, plantas cuadradas con torreones centrales, obedecen a diseños muy extendidos en el levante mediterráneo y son encargados a arquitectos, o a maestros muy reconocidos de la comarca, que siguen las tendencias imperantes. En la obra trabajan varias cuadrillas de albañiles que tardan años (si no hay interrupciones, dos o más) en terminarla y varios oficios

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(carpinteros, herreros, yeseros, canteros, ceramistas, etc.) trabajan en los aspectos decorativos. El aspecto exterior de la vivienda suele ser recargado y colorista, muy al gusto de la época barroca, y se centra especialmente en la fachada principal que aparece decorada con molduras, rejas, aleros, canalones y blasones, indicándonos el rango y poder de sus moradores. Así las describe Alonso Pérez Sánchez: “Con materiales modestos, ladrillos principalmente, con encintados de yeso moldurando los huecos, a veces con elegante diseño quebrado, incorporando en esquinas y portadas motivos heráldicos finamente esculpidos, con airosas cornisas a veces interrumpidas con ojos de buey ovales, utilizando una rejería de forja de movidos perfiles en balcones y ventanas y las notas coloristas de la cerámica vidriada en pavimentos y tejadillos, puede hablarse de un estilo…” 18.

Cimbra y bodega. Bullas.

coración, sus aleros, sus balcones, mirar al vecindario para que se les admire y respete. Con algunos variantes, el modelo se repite en toda la comarca y consta de las siguientes plantas: a) Un sótano (llamado en algunos lugares “cimbra”) excavado y luego enyesado para aprovechar la “láguena” con la que se construirían muros y paredes. Solía albergar, en aquellos lugares de cultivo de la viña, como estancia más importante, la bodega. Constaba ésta del “jaraíz”, espacio con el suelo inclinado para el descargo y apisonado de la uva; la “sala de las tinajas” donde, enterradas en el suelo, se esparcían un gran número de ellas, conectadas por canalillos para el trasiego del vino; y otras para labores complementarias si el espacio lo permitía. Si el terreno era muy rocoso se prescindía del sótano o quedaba reducido a un pequeño recinto. b) Planta baja: se accede por grandes puertas que marcan el eje simétrico del edificio y que nos trasladan a un portal amplio y decorado del que arranca la escalera sobre la que girará la distribución espacial de la casa. El hueco de la escalera recibe la luz (cenital) de un torreón que hace las veces de lucernario y pequeño observatorio o también de cristaleras abiertas en una de las paredes frontales. La escalera se convierte no sólo en elemento decorativo, sino estructural, ya que de ella arrancan los accesos a las dependencias de las distintas plantas. Su construcción es muy cuida-

Con el tiempo y cambio de propietarios, se pueden observar las modificaciones experimentadas y sus usos actuales, que como en el caso de Cehegín, donde la Casa llamada del Jaspe (propiedad de las familias Salazar-Massa desde el siglo XVIII) se ha convertido en Casa Consistorial. En otros casos han pasado a ser sedes de casinos, asilos, casas de cultura, museos u hospederías rurales. Tenemos constancia de algunas viviendas de este tipo que en el transcurso de dos o tres generaciones han sufrido una importante reconstrucción, aunque han llegado, en líneas generales, hasta nuestros días con síntomas de agotamiento. Los nuevos usos pueden contribuir a su mantenimiento. Estas viviendas nobiliarias constan de dos o tres alturas y varios cuerpos de casa que ocupan toda una manzana urbana. Su ubicación en espacios céntricos y en las calles principales no las aíslan del entorno, sino que están al lado de otras más sencillas y en la cercanía a otros grupos sociales. Desde su altura, su de-

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da, eligiendo materiales nobles para su revestimiento, ya que es una pieza siempre visible. Se utiliza la madera labrada y esculpida en los arranques de los pasamanos, el hierro de forja en barrotes, el mármol como solado de los escalones y cuantos otros complementos de luz y de decoración realcen la entrada desde la que arranca la escalera. En algunas casonas, tras el zaguán de acceso, se llega a otro espacio dominado por la majestuosidad de la escalera que, tras unos cuantos peldaños, se bifurca en dos cuerpos que van a la planta principal. Se siguen, por lo tanto, las tendencias constructivas renacentistas y barrocas que dan a este elemento constructivo importancia capital. c) Planta principal. Se ubicaban las dependencias más notables y mejor decoradas. Además de los dormitorios solían contar con amplios salones, biblioteca, gabinete y, en muchas de ellas, pequeños altares o capillas presididas por cuadros o imágenes del santuario local. Un rico mobiliario interior comprado en el mercado nacional decoraba las estancias según las modas del momento. En esta planta cabe destacar el salón principal, en el que se festejaban los rituales más importantes de la familia: bautizos, bodas, fiestas navideñas, etc. Sus grandes dimensiones permitían, incluso, la organización de bailes y reuniones sociales a las que acudían los grupos más influyentes de las localidades vecinas. d) La parte superior se aprovechaba de cámaras o sobrados, aquí llamadas falsas, para almacenamiento de cereales, almendra y productos de la matanza.

ternan y codean con las de los ricos-propietarios y también con otras de menor valor. Dependiendo del nivel económico de sus propietarios, las casas pueden ser de dos o tres plantas y la cimbra, dedicada al acopio de granos y productos de la cosecha para el consumo de todo el año. La planta suele ser rectangular y el número de dependencias varía según el poder económico y las necesidades que de ello se derivan. En algunas encontramos habitaciones especializadas para faenas domésticas como es “el amasador”: “…tenía otra habitación que era el amasador, que era en la casa de mi madre, y tenía la entrada, con el tinajero, después tenía un salón, y otras estancias con un patio, y al final, al fondo del todo, tenía una habitación que era el amasador, que era donde estaba la artesa y la mesa de amasar, que era donde se amasaba, porque antes se amasaba, no se compraba el pan. Se amasaba en las casas y se llevaba a los hornos”. Una vez dentro, la casa se resuelve tomando como eje la entrada y la escalera que da acceso a las diferentes plantas. Sin embargo, la heterogeneidad de este grupo social y su diversidad ocupacional nos hacen más complicado establecer un modelo categórico de casa uniforme. En cuanto a materiales y técnicas de construcción sí podemos realizar generalizaciones, pero no si nos atenemos a la distribución espacial y usos extra-domésticos. Una variante de este modelo está en las pedanías habitadas por propietarios o arrendatarios medios que también se construyen casas de cierta amplitud y riqueza. Algunas, como la que encontramos en la pedanía de Los Royos, incluso se decoran con escudos familiares pero manteniendo la estructura de casa tradicional. En Avilés y Coy, pedanías de Lorca, también hay varios modelos de casa habitada por estos agricultores medios. Su aspecto externo se ordena con una compo-

En segundo lugar y conforme nos alejamos de las calles principales, aparecen las barriadas que albergaron a las clases medias, constituidas por artesanos, pequeños agricultores y otros profesionales que debieron ser muchos por el gran espacio que ocupan. Como dijimos anteriormente, las casas de este grupo se al-

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uno para la chimenea, donde se hace la vida, y el otro para dormitorio de toda la familia. “Lo primero que había era la cocina, donde se hacía la vida, pues tenía chimenea «pa» la lumbre, luego había un dormitorio o dos y más «pa» dentro la cuadra, y el paso era por la cocina, por una especie de «pasillico» que se hacía más que nada «pa» conservar el suelo porque la loseta de tejeras se rompía (Moratalla)”.

Casa de propietario. Los Royos.

La cimentación apenas si existía, ya que era simplemente una zanja de escasos centímetros, pues la dureza del terreno impedía profundizar más. Se colocaban unas piedras grandes para soportar el peso con una mezcla de barro y paja, que luego sería de yeso para darle más consistencia. Se levantaban hasta una altura de unos 80 cm. Y, a partir de ahí, se utilizaba piedra de menor tamaño hasta completar la pared. Si la casa tenía más de un piso, la separación se construía con palos de madera o modo de revoltones. En el piso superior un cañizo trenzado y revuelto con barro y yeso dejaba la cama para el tejado. La cubierta podía ser a dos aguas, pero la más simple y suficiente era a una sola agua con una pequeña inclinación que se conseguía con sólo levantar unos centímetros más la pared trasera. Así nos lo comentan:

sición simétrica a partir de la puerta y de un balcón central, repitiéndose la misma cantidad de elementos a un lado y otro. Las fachadas enyesadas con estucos de colores nos llaman la atención por su variado y fino cromatismo a falta de otros motivos de mayor coste económico. Se usó, en algunas, el “jaboncillo”, que se preparaba de la siguiente manera: “Lo primero que hay que hacer es preparar un amaestrado y después se corta el yeso en un artesa que llamamos «amasaeras». Con yeso ya «cernío» blanco se echaban dos o tres «pellás» y se iba recebando con yeso blanco para reforzarlo. Cuando había «cuajao» un poco, con medias de las mujeres se hacía un nudo como una pelota y tras y tras en la pared; después con palustres «pasás» y más «pasás» hasta que se introdujera el jaboncillo en el yeso y así quedaba para toda la vida.

“la cubierta se hacía sobre cañas, primero se ponían los rollizos y enseguida a coser las cañas (el polvillo es nocivo si no se corta en buen tiempo, se inflamaba del polvo de la caña), el zarzo se hacía con cordeta. El rollizo y la caña travesada y encima el barro y la teja. Siempre era la teja árabe. Lo más complicado de una casa era el vuelo y la escalera. El tejado, primero se hacía el vuelo, el alzamaderas, sin metro. Se echaba una lienza (un hilo que se lleva para levantar tabicones y paredes). Se jugaba también con el ancho de paredes”.

Las ventanas y cercos de las puertas se rematan con una capa de dos centímetros de grosor de yeso blanco (algunas veces de azulete o de amarrillo u ocre) que rectangularmente va cercando el vano. En ocasiones figuras geométricas (rombos, círculos, rectángulos, etc.) rellenan los paños y pisos de la fachada. Más alejadas están las casas de los jornaleros, que se simplifican y dividen tanto que apenas constan de un par de cuartos oscuros,

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“Las paredes eran de piedra y antes de tapial, que es una mezcla de granillo (del que sale desgarbillar la tierra), revuelto con cal común. El buen tapial en vez de ser tierra moya se hacía con la grancilla encofrada en las tablas, aprisionándose a mano o con pisón y en capas finas. Se echaba una parte de yeso y dos de tierra, pero si eras más pobre, más tierra que yeso (Moratalla)”. La fachada se compone de una puerta de acceso, por lo común muy pequeña, y uno o dos vanos en la planta baja y, si la hay, otro en la “falsa”, todos ellos de dimensiones reducidas y formas cuadrangulares. Para su protección se enclavan en los ventanales unos barrotes de madera dispuestos en paralelo o, posteriormente, rejas de fabricación sencilla. La puerta era de una sola hoja y en las zonas más serranas solía estar dividida en dos tramos desiguales en disposición horizontal. Las fachadas se hacían con yeso y algunas se pintaban con una mezcla de un mortero de ocre esparcido con la paleta de codo quedando un resultado de color amarillento. En el interior las estancias son pequeñas y desorganizadas, con una deficiente habitabilidad, destacando los revoltones hechos con “maderos de luna”, o sea, procedentes de los pinos robados en los montes por la noche. Los suelos eran de yeso y las paredes pintadas con un zócalo de color almagra que las mujeres repintaban en cada limpieza del año, allá por la primavera. Algunas ni siquiera tenían corrales y otras construcciones auxiliares para almacenamiento o cuidado de animales; si acaso en la cimbra o improvisados gallineros se engordaban cerdos y aves para consumo familiar. En las cortijadas y pedanías se repite la estructura al estilo de esta que nos comentan de Inazares:

Casa de mediano propietario. Cañada de la Cruz.

La autarquía es tal que cuando se piensa en construir una casa los materiales no se compran en posibles mercados, que casi no existen, sino que en la misma propiedad se va preparando todo: “Para hacer una casa, primero se hacía acopio de «maeras», los pinos de la luna, luego acopio de piedras y escombros, con arena del río y cal sacada de los «algezares»: se preparaba la calera dos años antes: se cogía la piedra, se cocía y se iba apagando poco a poco. Se buscaba la piedra caliza, se metía en unos hornos y cuando salía la piedra viva, se amontonaba rociándole agua y dándole vuelta con un rastro hasta que se convertía en polvo. A esto se llamaba «azogar» la cal. Si la casa era con bodega, primero se hacía un agujero, se metía la tinaja y después se construía la casa. Al lado de la tinaja se ponía la alfarería para realizar la tinaja y cuando estaba hecha se cimbraba (Moratalla)”.

“Al mismo entrar había un salón con chimenea, en la punta dentro. La misma puerta de entrada estaba partida, para que sir-

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viera de ventana, porque no había ventana. Justo enfrente de la puerta estaba la chimenea. Pero como la puerta tenía que estar abierta para que entrara la luz, hacía un frío que pelaba. Luego, al lado de la puerta había un horno, pero cuando ya me quedé con la casa, quité la bola del horno y hice una ventana. Ahora se han hecho pasillos porque antes ninguna casa tenía. El pasillo de ahora es en algunos casos el camino que tenía la mula para entrar a la cuadra. Detrás de la chimenea había un dormitorio, que es donde dormía el matrimonio. En la parte de arriba había unas cámaras donde a veces también se dormía y dónde se echaban las «armaraquejas». Son las colchonetas donde se dormía entonces. Eran unos colchoncetes estrechos. Estaba relleno de lana, paja o heno, y el que no tenía eso cogía esperfolla de panizo”.

nado. En las zonas donde la ganadería ha sido más importante, los pequeños ganaderos aprovecharon las oquedades de las rocas y escarbaron en pequeñas grutas para formar un corral cerrado. En las zonas más urbanas, la existencia de viviendas-cueva data de la época musulmana y continuaron habitadas por los grupos más humildes prácticamente hasta nuestros días.

Materiales y técnicas de construcción El estudio de los materiales y técnicas de construcción se hace bastante complicado si no nos atenemos a su dimensión temporal. En un principio, tanto unos como otros, eran de procedencia local y tradicional, sin embargo, el desarrollo de las comunicaciones fue imponiendo algunos materiales y tecnología nacional o internacional, sobre todo a partir de los años veinte. La base de la construcción son estructuras dinteladas que soportan empujes perpendiculares y cubiertas a dos aguas. Para los sótanos se utiliza “la cimbra”, que es una estructura abovedada con distintas soluciones locales y muy extendidas en toda la zona. Generalmente se construye sobre un armazón de madera o hierro que forma bóvedas de arista o cañón a base de un relleno pedregoso o de ladrillo de tejar. Los muros de carga son generalmente de un mampuesto cargado de cal, yeso o barro que se mezcla con un pedregal de diverso tamaño. En algunos lugares también se construye con tapial y adobes, pero es menos frecuente y tan sólo en algunas dependencias de escaso valor. La piedra de sillería se utilizaba poco, si acaso en pórticos y esquinas muy visibles, adquiriendo un valor estético y estructural. En Caravaca hay algún ejemplo de construcción a base de piedra de sillería, pero lo normal es que el mampuesto se revista y se le aplique algún pigmento (técnica del jaboncillo). La proximidad de canteras de mármol y otras piedras de calidad hizo posible

El albañil iba con una cuadrilla de tres personas: maestro, ayudante y el amasador, pero los de la casa realizaban todas las tareas de peonaje. La casa no se construía de un tirón, ya que en el invierno muchos albañiles, por lo corto de la jornada laboral, trabajan en las almazaras (así ocurría en Moratalla). En lugares muy localizados encontramos también dependencias excavadas en la roca que se han habitado en determinadas épocas o que se han utilizado como apriscos para el ga-

Alero. Casa pequeño agricultor.

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su utilización en las partes más nobles de la casa: pórticos, esquinas, jambas, dinteles, etc. También la piedra caliza y cantos de los ríos se aprovechan en muros y solados. En las zonas más altas de la comarca y allí donde encontramos piedra “tosca”, los albañiles han desarrollado una gran pericia en construir muros y terrazas que, casi sin argamasa, van encajando piedra a piedra hasta conseguir un terminado preciso y rectilíneo. Cuando falta la piedra, es el ladrillo compacto de barro cocido un buen sustituto que se emplea en fachadas y en los interiores para diversas obras menores. Con el tiempo, el ladrillo va encontrando más presencia en muchas reformas y ampliaciones de las casas, así se hace imprescindible en chimeneas, hornos, escaleras, paredes, etc. En algunos pueblos, como es el caso de la pedanía de Valentín, se mantiene muy viva y actualizada la fabricación de estos ladrillos que aún se reconocen por el nombre de la población. Las cubiertas a dos aguas se construyen con un armazón a base de “rollizos” ensamblados con un cañizo sobre el que se superponía la teja. Según nos cuenta J. M. Alcázar Pastor, el proceso era el siguiente:

Muros de piedra. Calar de la Santa.

do, y a continuación la «meaera» o saliente, que es la que más vuela hacia la calle, cuando esta meaera se queda en línea con abocá se llama «meaera capá»; esta meaera es la que da principio al «río», entre dos ríos las tejas toman el nombre de «caballón» y donde termina en la limatesa se llaman lomera o cumbrera, en su extremo se coloca la «pajarera». El conjunto de ríos que terminan las «meareas», que cuando llueve dan lugar a las canaleras, que según el ruido producido indica la intensidad de las lluvias. Una vez realizado el replanteo a partir de las «meaeras» se empiezan por colocar los ríos, con un cordel a escuadra para la alineación del río, estas tejas se reciben con «tierra de tez» a la que a veces se adiciona un poco de yeso para aumentar su maleabilidad. Entre cada dos ríos se suelen rellenar con los siguientes materiales: las puntas de las cañas cortadas para realizar el tejado, alcatifas de broza, antiguamente con zuros y, por último, con trozos de la teja en mal estado. Siempre antes de colocar la teja se golpea para saber si tiene fisuras y el sonido nos dará la que es buena o mala, la que sale mala se rompe para retenerla en el relleno entre los ríos y se suplementa con «tierra de tez» amasada con un poco de yeso, aunque modernamente se realiza con mortero pobre de cemento o cal. Estos morteros deben de ser pobres para

“En primer lugar se colocan los rollizos a cincuenta y cinco cm de separación, alternando en los apoyos partes gruesas con las finas (invertir entre sí los rollizos), y se fijaban las puntas con el mismo material de la pared. A continuación se seleccionaba la caña y cortaban las puntas dejando las «liceras» para hacer una cubierta de zarzo «in situ», atadas con las lías a los rollizos. Los recortes de las cañas y brozas servían para hacer el «alcatifado». Una vez formado el piso, se empieza a preparar el alero de teja, después de hacer el alero general de obra según los distintos diseños. En primer lugar se coloca la teja «abocá», que es la que va a definir el reparto general del teja-

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evitar que en su fraguado «tire» de la teja y la rompa, no ejerciendo de esta forma su acción protectora de la lluvia o nieve. Los caballones se colocan con la teja a «galga» para que se vean perfectamente alineadas las juntas de los distintos caballones. Cuando se deja la cubierta sin recubrir por su parte inferior con las cañas vistas se llama «Cubierta a Teja Vana», es decir que da directamente sobre la habitación de uso, que es normalmente como se han hecho hasta la fecha las cubiertas, puesto que modernamente se hacen sobre forjados con formación de pendientes independientes para la teja que ya forma la cubierta normal, con múltiples sismas que se emplean hoy día y que se sale del tema. Las lomeras del extremo de la cubierta y cumbreras se rejuntarán todas las tejas con mortero de cal, aunque es costumbre hacerlo con yeso, para evitar que el viento las mueva19.

Casa de la Juventud. Bullas.

principal sea de ladrillo de tejar o mampostería revestida. Las más de las veces, los exteriores se revocan con pigmentos especiales (técnica del jaboncillo) adquiriendo un gran cromatismo y luminosidad, propio de la estética barroca. Donde más empeño se pone es en el acceso principal, que suele ser la parte más decorada y trabajada. Consta de una doble puerta de grandes dimensiones enmarcada por piedras nobles (mármoles, jaspe) y una profusa decoración a base de molduras, escudos, festones, paramentos, motivos geométricos, etc. Son particularmente interesantes las fachadas decoradas con pinturas, como en los palacetes de Mula donde la fachada entera (esgrafiados de la Casa Pintada) o en los aleros y golas se pintan todo tipo de episodios narrativos sobre los moradores, realizados sobre una capa de yeso con técnicas al fresco. Los grandes vanos abiertos se cierran con ventanales sobre balconajes de hierro forjado que abultan y dan esplendor a toda la edificación. Hay varios modelos, que van desde los más simples (barrotes lisos ensamblados perpendicularmente desde la varilla de reposo) hasta los corridos por toda la planta con generosa decoración en bronces y forja. En los aleros y canaleras de desagüe también encontramos una especial atención con trabajos que exceden con mucho a la funcionalidad de estos elementos. Es extraño que en una zona, donde las lluvias escasean, se haya

La madera empleada es principalmente de los pinos de los montes cercanos, aunque también para algunas vigas especiales se talan o compran algunas especies más nobles y resistentes. Pero en las mansiones de las familias oligárquicas, donde más empeño ponen los constructores y sus dueños es en la fachada, que adquiere especial relevancia y múltiples significados. La fachada sintetiza el poder de la familia que la habita y se construye muy visible para que la vecindad la observe y respete. Desde los enormes ventanales y exageradas balconadas, desde las que se ve y se es visto, se presiden las ceremonias locales (civiles y religiosas) que trascurren siempre por las calles principales donde se emplazan las casas de los vecinos de las clases más acomodadas. En las casas más humildes van desapareciendo huecos hasta quedar reducidos a un pequeño ventanal sin ninguna protección. Para dar lucimiento a las mansiones se utilizarán materiales de valor, aunque el muro

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dedicado tanto esmero en completar con detalles pictóricos y ornamentales estas piezas arquitectónicas que tienen más importancia en otras comarcas de clima más lluvioso. No tiene otra explicación que la explicitada anteriormente de querer exteriorizar el rango e importancia de las familias. Los aleros de la comarca suelen ser de obra, aunque también los encontramos de madera, distinguiéndose una gran variedad de soluciones para el encuentro de los muros con el alero, si son de madera se resuelven generalmente por medio de canecillos, que son unas escuadrías horizontales de mucho vuelo y gran valor decorativo solucionándolos con influencias mudéjares o de influencia italiana (Alcázar Pastor)20. Los de obra ofrecen más complejidad y variedad de remates, que pueden ser dobles, de pico de gorrión, en cornisa, enyesados cóncavos, etc. Los aleros antes se hacían con maderas que salían de 40 a 50 cm. Y las más antiguas hasta 70. No se cortaban las maderas y se calculaba lo que sobresalía y lo que se metía en la pared para hacer contrapeso y para que luego no se cayera. Luego, encima de la madera se iba construyendo el alerón, con tejas puestas al revés, con la curva hacia abajo. Hay quien ponía tres hiladas de bocatejas y otros combinados con ladrillos macizo de tejeras; entonces se combinaba una hilada de ladrillo ya saliendo, otra de teja hasta tres o cuatro (Moratalla). En el caso de los canalones su instalación al descubierto hace que los artesanos del hierro, cinc y bronce, se hayan especializado en terminaciones espectaculares de inspiración gótica.

miento comprado en los mercados nacionales, mientras que las casas rurales o de barrios humildes apenas si se equipan de enseres. No vamos a realizar aquí una descripción del mobiliario de las casonas ya que los estilos y las modas se corresponden con las preferencias y gustos de la alta burguesía de cualquier otro territorio y ello escapa a las intenciones de nuestro trabajo. Aún hoy se pueden visitar algunas casas, como la de Don Gonzalo en la pedanía de La Paca, la Hacienda del Carrascalejo en Bullas, en Cehegín el palacio-museo de los duques de Ahumada, y otras tantas más (muchas han visto desaparecer el rico patrimonio decorativo por el descuido de propietarios y responsables políticos y otras se han restaurado y recuperado para otras funciones). El equipamiento de todas las dependencias era muy completo: la biblioteca, el despacho, el salón principal, dormitorios, cocina y obrador, la capilla, bodegas, patios, jardines, corrales, cuadras, etc., contenían todo lo necesario del orden burgués. Cuando llegaron los primeros automóviles, éstos sustituyeron a los cabriolés y tartanas de tiro, construyéndose los primeros garajes. Las encuestas realizadas, los materiales fotografiados y los inventarios del moblaje y enseres domésticos nos señalan algunos caracteres que se comparten en todo el territorio. En primer lugar, hay que destacar la escasez y pobreza general de los ajuares, reducidos a unos cuantos enseres, muy similares en todos los pueblos. Los materiales y la fabricación se realizan en cada localidad o, si acaso, en las cabeceras importantes, donde hay un mayor suministro y talleres especializados de carpintería y ebanistería, forja, telas, cueros, etc. Los modelos permanecen a lo largo del tiempo casi inalterables y resisten los embates del tiempo y de las modas, transmitiéndose el objeto de generación en generación, como se establece en las herencias. La fabricación artesanal, aunque sencilla, de la mayor parte de los utensilios domésticos, les convierte en ob-

Ajuar y mobiliario doméstico A las diferentes tipologías establecidas corresponde una decoración, mobiliario interior y ajuares de similares contrastes. En las haciendas de los propietarios los salones y dormitorios se completan con un rico amuebla-

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mitorio sobre el mueble del espejo. El hogar (chimenea) de pared, originario al parecer en la Venecia del siglo XII21, ordena la distribución de los espacios de la cocina, donde está el menaje del hogar; si era de repisa, en todo el caramanchón se colocaban los condimentos más usuales de la cocina y los utensilios más menudos como los morteros o almireces. A ambos lados de la chimenea solía haber un hueco con lejas o un armario-alacena de obra (en algunos sitios llamados armarios chineros), obra con puertas de cristal donde se guardaba la vajilla; en la parte de abajo, el hueco se aprovechaba para dejar la leña o, si estaba cerrado, para dejar las sartenes: normalmente las sartenes grandes, por ejemplo en las que se hacía la gacha miga, no se fregaban, porque eso lo que se hacían con ellas era quemarlas. Porque si se fregaban, se pegaba lo que hacías. Entonces cuando tenían mucha suciedad, se quemaban, se ponía bastante leña y se quemaban y entonces le saltaba todo. En el dormitorio el mobiliario se reducía a la cama, al zafero y algún cofre: la gente con medios tenía sus camas y los que no, tenían unos catres que eran unas sogas sobre las que se ponía encima el colchón de perfolla o de borra y te tumbabas en una cama de éstas y te hundías. Para separar dependencias en las casas más pobres se usaban cortinas y cortinones sujetados con simples clavos, pues en muchas no había puertas. En el campo se repite el mismo utillaje: había alcuzas para el aceite. Y tinajas, seras, capazos, el marguán, de todo eso había en todas las casas. Aquí todas las casas han sido agrícolas, y era muy raro la casa que no tenía un garbillo, o que no hubiese un serón para echar el estiércol o todo lo demás. Que no hubiese el apero de una burra, o la pila del marrano, que no hubiese gallinero. Para el agua, las casas más ricas ponían en una esquina o rincón bien escogido (solía estar debajo del hueco de la escalera, si la

Casa propietario. Salón.

jetos de uso prolongado y de cierta vetustez. Una sartén de migas, que no suele faltar en ningún hogar y es de uso cotidiano, puede durar generaciones. Es igualmente común en todos los lugares que el desgaste por uso o la quiebra por accidente de cualquier menaje se solucione en la casa (remiendos) o se espere a los especialistas ambulantes (lañadores, afiladores, caldereros, tejeros, etc.). La decoración es bastante austera y sólo cuando llega la fotografía, las primeras radios y los electrodomésticos se empieza a modificar la estética y la organización de los interiores de las casas. La casa se monta en el momento de su ocupación, que suele ser tras el matrimonio, aunque, a veces, la falta de medios impedía a los novios mantenerla y vivían con los padres. El ajuar que la novia llevaba constaba de una mesa con cajones para la cocina, media docena de sillas, la cama, el jarrillo, el zafero y, quien podía, alguna arca y cofre. Con el tiempo se fue haciendo tradicional la jarra de novia (valor simbólico) que se ponía en el dor-

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El espacio público abierto y cerrado

había) un par o más de tinajillas sobre una pequeña estructura de obra para aislarla de humedades; las más corrientes depositaban los cántaros de barro en armaduras de madera o simplemente en el suelo. La iluminación se conseguía por las llamas de las lumbres y para las habitaciones se usaban candiles y, en ocasiones, el carburo. En Mula nos decían:

La concepción del espacio territorial nos lleva también a la concreción de los lugares con fuerte significación social y relacional. En los núcleos urbanos y rurales la necesidad de contactar con el otro fue generando los espacios, tanto abiertos como cerrados, para el encuentro entre los diferentes grupos según edad, sexo y categoría social. Aunque, en general, han primado las relaciones dentro del grupo familiar, dentro de la casa y en los aledaños de la misma, también se han ido creando nuevos espacios intermedios en los que la vecindad más cercana podía expresar su sociabilidad. Con el crecimiento de los pueblos se iría configurando la red de espacios para la relación, que con el tiempo también se transformarían o desaparecerían. La vida en total soledad es prácticamente inexistente, y por apartados que estuvieran los cortijos, en determinadas fechas y momentos se desencadenan motivos y lugares para juntarse. Los niños/as, adolescentes, hombres, mujeres y ancianos/as durante determinadas horas del día, en las festividades, en los mercados y en otras fechas notables, disponen del espacio adecuado para celebrar sus rituales, por los que se incluyen/ excluyen dentro de sus grupos de pertenencia. El niño que empieza a salir a la calle en solitario con sus otros iguales a jugar en grupo está apartándose de su familia, al igual que la mujer que va al lavadero (quizás la única oportunidad de salir de la casa sin llamar la atención) donde se encuentra con otras mujeres de su grupo que, además de la colada, entablan otro tipo de relación. Son los espacios de la colectividad para salir de la estructura familiar, que incluso están hechos y mantenidos por la comunidad social, antes que la política (los ayuntamientos) se encargara de ellos. Al principio el número de estos espacios públicos era mayoritariamente abierto (la misma calle, además de la función

“…para la luz, se usaba el carburo, pero nada más que de noche o las velas, o el candil, o los quinqués. Lo más normal era el candilito, con tu aceite, la torcidita de algodón que se ponía en el aceite. Y el candil para un lado y el candil para otro. Y a la entrada había una repisita, pero eso era sólo para entrar, que estaban las velicas, pero hasta que encendías el candil. Y estaban las «mariposas», que las hacían las mismas mujeres. En una esta de aceite se ponía un papel de esos de estraza y no sé qué le hacían. Y entonces se les echaba dentro y se les daba fuego. Después ya empezaron a vender mariposas, cajas de mariposas, pero al principio las hacían ellas mismas”. Según las ocupaciones y oficios, las casas disponían de utensilios específicos relacionados con ellos. Si eran campesinos, la diferencia de enseres entre los jornaleros y aparceros o colonos estribaba en la propiedad de animales de carga. Las bestias, quien las poseía, requerían su aparejo y vestido. Normalmente los burros llevaban las agüeras (para portear los productos de la huerta), serones, alpiles (hechos de esparto y trenzado de soga recia que servía para almacenar las piñas, romero y otros productos del monte), cestos para el carbón, etc. Los carruajes fueron algo exclusivo de medianos y grandes propietarios, al igual que otras caballerías de tiro, si exceptuamos a los carreteros, dedicados al transporte de mercancías entre los pueblos de la comarca.

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muy rico en ello y Pepe “el billoto” nos recuerda cómo se hacían apuestas para organizar un baile mediante el siguiente sistema de recaudación: “Íbamos al corral a pillar una gallina que enterrábamos en un hoyo dejando «na» más que el cuello y el pico «pa» fuera. Después quien quería participar se le tapaban los ojos con un pañuelo y se le daban vueltas «pa» que no supiese dónde estaba el pollo. Con un palo iba soltando estacazos «pa» ver si le daba y los muchachos le gritaban: «pa» la izquierda, no, no, a la derecha… más adelante, no, no «pa» tras… hasta que le daba o el pollo salía corriendo con las risas de «tos»”. Otra temporada festiva de este tipo es el “esperfollo”, que reunía a toda la gente de la cortijada para realizar “la esperfollá” y entre tanto se escenificaban obrillas de teatro improvisado denominado “juegos”. Los pastores se reunían en los abrevaderos dispuestos a lo largo de las “azogaderas” y en el tiempo que estaban juntos, además de los comentarios propios de la profesión, se intercambiaban noticias y hechos de los pueblos circundantes. Los ejidos de algunas instalaciones económicas (almazaras, bodegas, molinos, etc.) e incluso el mismo taller (el caso de los herreros y herradores, las tiendas, etc.) fueron aprovechados como lugar de encuentro. En Cehegín el auge de las fibras vegetales necesitaba espacios para la posterior elaboración de hilos, cuerdas, etc. Esto se hacía en “las carreras”, que eran sitios a cubierto en donde se hilaba, pero cuando no se tenía a cubierto se hacía en la calle. Consiste “la carrera” en una rueda grande que mueve otras más pequeñas mediante un engranaje y eran los críos pequeños los que le daban a la rueda. Las había en la calle La Tercia, en la Plaza de Toros, en la calle Poniente… había muchas.

Casa palacio. Mula.

de tránsito, fue lugar de estar y de jugar) pero la modernidad trajo aires más urbanos y, por lo tanto, más proclive a lo cerrado. La seguridad y la selección más estrecha de los miembros que muestran deseos de participar contribuyó al auge de casinos, teatros, plazas de toros y sociedades varias (cazadores, cofradías, clubes, etc.) en menoscabo de las parcelas abiertas como las alamedas, plazas, eras, las afueras, ríos, accidentes geográficos, etc. En nuestra comarca se pueden distinguir dos modalidades de espacios abiertos públicos: relacionados con una función económica pero que cumplen, además, otras de sociabilidad y las estrictamente de recreo y lúdicas. Entre las primeras encontramos “las eras”, ya casi desaparecidas, pero en la memoria de muchos por su importancia a la hora de celebrar juegos y bailes de jóvenes. Al caer la tarde o tras el fin de alguna actividad agraria era costumbre en muchos cortijos acudir a “la era” del vecino para celebrar alguna modalidad de “juego”, “puja” o “baile”. El folklore es

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Lavadero. Benizar.

Espacio público. Avilés.

La fabricación del cáñamo sigue un proceso que nos cuentan que era así:

seos establecidos a lo largo de determinadas calles o en las entradas de los pueblos, especialmente tras la planta de plátanos (orientados para dar sombra) que desde principios del pasado siglo se hizo en casi todos los pueblos y pedanías. A veces, según las barriadas y grupos sociales, se creaban espacios diferenciados como en Moratalla, que se paseaba por la carretera del campo de San Juan (los que vivían en el barrio de los Pinos) y por la carretera del Canal (los de los Bancales) o los niños que jugaban en “las balsicas” (los de arriba) y en la “trilladora” (los de abajo). Las novias se buscaban en las fuentes cuando las mujeres iban al anochecer a coger agua. En las plazas, glorietas y correderas es donde más actividad social se ejercía y, atendiendo a determinados horarios, las encontramos repletas de hombres, mujeres o chiquillería. Al anochecer acudían los hombres que en bares próximos o en lugares concretos (la fuente, farola, el escalón, etc.), además de hablar, podían encontrarse para cuestiones laborales y sociales. En Moratalla al regreso del trabajo se juntaban cuatro o seis amigos y hacían “la piti”, que consistía en beber una botella de vino con tapujas, dividiendo entre los que van, esto se hacía en el Nicolás. Las tardes eran ocupadas por grupos de niños y de niñas que practicaban juegos con muchas variantes según las épocas del año. Los más viejos del lugar podían pasar muchas horas en estos espacios contando sus

“Todo el proceso de elaboración ocurría en la calle. Las mujeres sogueras (trenzaban la estopa), los urdidores (formaban con la soga la suela), los bancos de coser suelas, las pegantas (pegaban la suela al corte), las gramas (separaban la caña, del cáñamo), las carreras con sus ruedas (hilaban la hebra del cáñamo) y las pilas de esparto secando al sol impregnaban el aire y formaban parte del paisaje. Contaba mi padre: «una vez encargaron una maroma de barco y se pusieron un montón de hilaores desde la Plaza de Toros, en donde se puso la carrera hasta la carretera (50 ó 60 m), en donde estaba el peso, entre una cosa y la otra trabajaba en ella un montón de hilaores»”. Las mujeres casadas aprovechaban la oportunidad que les brindaba su obligación de lavar la ropa para pasar largos ratos en el río o en los “lavaores”. La comunicación de intimidades, aireo de transgresiones al orden establecido, aprendizaje de ciertas normas y valores y muchos momentos de bullicio y risas fueron casi la única válvula de escape de la mujer en el mundo rural. Dentro de los momentos específicamente de ocio nos encontramos con “los paseos”. Los rituales de noviazgo podían empezar en los pa-

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nían la secretaría, la sala de juntas, las salas de juego y los servicios…”22. El diccionario Madoz nos hace una descripción del teatro Lope de Vega de Mula comenzado en el año 1845 y de esas fechas, dos años antes, es el Teatro Thuillier de Caravaca, de las mismas características. Con el siglo XX llega el cinematógrafo y muy pronto los pueblos ven transformar los teatros en cines o surgen como nuevos negocios emprendidos por una naciente clase media. Las plazas de toros de Cehegín, Calasparra y Caravaca surgen cuando los festejos taurinos populares de calle van transformándose en el toreo rondeño practicado ya en plazas cerradas. Hay constancia en los archivos municipales de los festejos taurinos celebrados en Cehegín en la plaza del Mesoncico, hasta que en 1901 se inaugurara sobre un montículo la actual plaza de toros. En Caravaca se construyó en 1880, sobre un convento franciscano con una decoración de motivos orientales y neo-musulmanes. La de Calasparra data de 1896 y se debe a la afición de un jugador de billar de la zona que la construyó en la barriada “la Caverina” y de ahí su nombre. En Moratalla se ubicaba donde está en la actualidad el teatro. En el resto de pueblos con cierto número de habitantes también, en su día, la afición taurina hizo que se proyectasen cosos que en la actualidad se han sustituido por las plazas portátiles. Una construcción muy particular en los pueblos que disponían de una organización de los riegos fueron las torres del reloj. Datan de finales del siglo XIX y principios del XX y su finalizad es colocar en un lugar visible (la zona más alta del pueblo) una torre con un reloj, que a toque de campana ordene los cuartos de hora de los riegos. Su presencia ofrece identidad al barrio o ciudad donde se edifica en contraste y convivencia con la otra torre por excelencia que es la de la Iglesia. La de Bullas tiene 16 metros de altura y culmina en un campanario metálico orientado hacia la huerta. A

hazañas de tiempo atrás o ejercitando alguna manualidad del esparto. Además, en todos los pueblos nos aparecen nombres concretos como “el pino de la murta” en Bullas, “la farola de la plaza” en Moratalla, “las cuatro esquinas” en Calasparra o “el álamo blanco del camino del Huerto” en Caravaca, donde se intensifica la relación y se toma como referencia para otras actividades. El espacio público cerrado, como hemos dicho antes, ganará importancia según se imponga el orden burgués. A finales de siglo XIX empezaron a proliferar los Teatros y Casinos, donde se dieron cita los representantes de los grupos más dominantes. Cada pueblo construye su teatro, casinos, plaza de toros o la sociedad musical, según los modelos de la ciudad. Aparecen las primeras escuelas públicas, que empiezan a reordenar los aprendizajes, y otras edificaciones propias de la ampliación de los servicios municipales o de la nueva organización económica (heredamientos de aguas, sociedades económicas, etc.). Se van reutilizando las viejas cárceles, los conventos desamortizados, los pósitos, hospicios, céntricos cementerios y algunas edificaciones de antiguos propietarios (castillos, encomiendas) o muchas veces desaparecen, sin más. La polaridad social y política se manifiesta en los círculos liberales y conservadores, que más tarde mutan en republicanos o en las casas del pueblo. Aún se conservan en Mula, Caravaca o Cehegín algunos de estos casinos nacidos con el siglo XX o en décadas anteriores. En el caso de Mula, el cronista local nos cuenta que ya en el año 1884 una sociedad formada por 72 socios fundadores, que en poco tiempo llegaron a los 200, crearía este casino en el antiguo granero municipal reformado y ampliado en 1908 a su estructura actual. Ése “establecía dos vestíbulos, unidos o separados por una puerta. El de dentro, el que uniría la parte antigua con la nueva, se dotaba de un amplio lucernario y de una pequeña fuente. A su alrededor se dispo-

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sus alrededores una barriada popular celebra la festividad de Santiago y se queman unos muñecos llamados “tarascas”. En Calasparra tiene, la torre, tres cuerpos de ladrillo, siendo el último para las campanas y ha sido rehabilitada recientemente. En el medio rural el espacio cerrado más importante es la ermita. Situadas en lugares de fuerte significación histórica (muchas están en las proximidades de importantes yacimientos arqueológicos como la de Singla o la de La Encarnación), su importancia actual radica en los poderosos rituales que en sus alrededores se representan. En fechas determinadas y relacionadas con el ciclo agrario son los lugares de reunión y peregrinaje más importante de la comarca. En muchos casos, como en el santuario de la Esperanza de Calasparra, el medio natural (río, monte, valle) contribuye a potenciar el interés y la magia del lugar (topofilia). Estilísticamente obedecen, en su mayoría, a la estética barroca popular pero han sufrido muchas variaciones a lo largo del tiempo.

Tartana. Palacio Carrascalejo. Bullas.

del grupo doméstico y al sistema económico que sustenta. Los cambios que se producen en estos grupos, como consecuencia de la transición a otro modelo económico, también afectan a la concepción de la casa y de los entornos construidos. Así, por ejemplo, el auge del turismo rural experimentado en algo menos de diez años, fruto de las nuevas concepciones agrarias europeas, le ha dado a estas viviendas y cascos históricos (muchos a punto de desaparecer) una nueva dimensión que, en otro momento, habrá que analizar. Siguiendo con las pautas del trabajo y moviéndonos en la perspectiva diacrónica de la transición a la modernidad (si aún se le puede llamar así), en la mayor parte de la comarca nos hallamos un tipo de grupo doméstico de los denominados “simples”, compuestos por los cónyuges y un número de hijos que varía con el tiempo, pero que no es tan numeroso como, a veces, se cree. Los partos sabemos que fueron muchos por la edad temprana del matrimonio, pero la mortalidad infantil y epidémica limitaba las familias muy numerosas. Por el tamaño de las casas, el mito de la convivencia generacional aquí se desvanece, ya que no existe espacio físico para el agrupamiento por filiación. La aparcería y la enfiteusis pueden transmitirse a los descendientes, pero las casas o se dividen o se legan aparte de la tierra. Cuando no era posible acceder a la tierra no había más remedio que la emigración, por lo

La casa por dentro: el espacio social doméstico La construcción o adquisición de una casa constituye algo más que el mero acto de producir un bien, al intervenir otros aspectos relacionados con la reproducción, con la historia y con el ideario simbólico de la comunidad donde está inserta23. Los palacios de las calles Mayores ensalzan los linajes de las familias que los habitan, la casa-taller o la vivienda agraria ordenan la economía, y la morada jornalera sólo ofrece cobijo a los pocos miembros de la célula doméstica. Incluso en este último caso, pensamos, por lo tanto, que la casa es algo más que un recinto para el descanso o alimento, sino que adquiere valores y misiones que afectan al conjunto del entramado social. El tipo de vivienda que ha imperado en la comarca obedece a la peculiar organización

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bios en cuanto a composición y disposición de rentas. La mujer (en la industria textil) y los niños encuentran otras posibilidades de trabajo fuera del ámbito agrario y el jornalero cuando no tiene trabajo en el campo se puede emplear en la industria. Esta nueva situación no afectó mucho a la vivienda ya que como se ha demostrado cuando las actividades industriales se concentran en las clases bajas “el modelo seguido (de familia) es similar al de minifundistas y jornaleros”24. Por ello deducimos que, a pesar de la introducción de algunas industrias, los cambios en la familia y en la casa fueron pocos. De hecho, cuando ya sobrevino de forma vertiginosa la industrialización a partir de los años sesenta, seguimos sin encontrar grandes contrastes entre familias y casas jornaleras y obreras. Posteriormente en algunos lugares, como por ejemplo en Bullas, la agricultura pasará a ser algo complementario para el obrero asalariado y ello, junto con la mecanización del campo, ya en nuestros días, sí que renovará las viviendas de estos grupos. En los años de la emigración, parte de las rentas obtenidas eran para comprar un solar y edificar una casa, pero ya entonces, siguiendo los patrones de la “modernidad”. Tras este periodo, en los setenta, las familias que volvieron o se quedaron en el pueblo modificarán sus hábitos, roles y composición. La nueva familia la forman desde un alter (hijo) un padre (obrero de la construcción y pequeño campesino en horas libres), una madre (trabajadora en la fábrica de conservas y mantenedora del hogar) y un número de hermanos cada vez menor, que en un principio, al llegar a los trece o catorce años, pasan a colaborar con la unidad doméstica con trabajos similares a los de los padres. Los nuevos barrios y la casa de dos pisos y materiales industriales renovarán la fisonomía de los pueblos. La casa es el espacio cerrado donde la familia (en nuestro caso padres e hijos) va a realizar las funciones de descanso y alimento que todo

Mujer de Avilés.

que la casa tampoco es aquí tan apreciada como en los lugares donde los hijos se quedan a habitarla. La neolocalidad es muy frecuente en las familias de jornaleros y de aparceros, lo que nos indica el valor relativo y cuidado de la casa. Caso distinto es el de los grupos domésticos de las grandes propiedades, donde encontramos un agrupamiento extenso o compuesto, en el que la casa y la propiedad incluye a los trabajadores de la finca (pastores, muleros, sirvientes, capataces, etc.) y donde sí llegan a convivir las tres generaciones. Ambas fórmulas de grupo doméstico (simple y extenso polinuclear) pueden sufrir alteraciones cuando los grupos sociales mesocráticos van adquiriendo más importancia, tal y como ocurre en las familias de oficios (la casa-taller cambia la dinámica familiar), profesionales, comerciantes, etc. Cuando llega la industria (protoindustria), la familia rural descrita va a encontrar en los pueblos con más dinamismo nuevas oportunidades de trabajo y le advendrán muchos cam-

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ser necesita, pero que organiza de diferente manera. Nos hemos referido antes a su distribución interna y hemos visto el valor supremo que adquiere la cocina, donde reina la mujer. La casa es el espacio, en esta sociedad de varones (como simbólicamente lo demuestran los mojones-falos de la delimitación municipal), que controla la mujer, donde se mueve y organiza la manutención: en la cocina, pero para fregar o lavar, eso se hacía fuera, en los patios, sin fregadero ni nada, porque no había agua. Entonces se sacaban los lebrillos, se tenía el agua en las tinajas, se sacaba el agua de las tinajas y allí se fregaba, o se iban a la acequia a fregar los platos. El padre y los hijos pasan el día fuera. Los jornaleros trabajan de sol a sol y lejos de sus casas; nos olvidamos que de mayo a septiembre migran por los campos de la zona y de territorios más alejados, como los campos de Lorca, Cartagena y La Mancha y, por lo tanto, no utilizan la vivienda. La chimenea (pegada a la pared) y el fuego adquieren un profundo significado por sus múltiples funciones: da calor, procura alimentos, en su entorno se habla, protege, etc. Hasta muy tardíamente no se introducen las estufas (no muy abundantes en la zona en comparación con otros lugares) cerradas de leña e, incluso en la actualidad, sigue cumpliendo esos antiguos roles. En relación con los animales, las viviendas descritas albergan bajo el mismo techo a los animales más apreciados. El asno entra y sale por la cocina y el cochino se cuida en la cimbra en las casas más sencillas. En la etnografía arquitectónica menor recopilada nos ha llamado la atención en el espacio doméstico la importancia que tiene el conjunto constituido entre la casa y las dependencias anexas (horno, cocinilla, emparrado, bancadas, etc.). Efectivamente, en casi todas las pedanías y cortijadas nos encontramos, aunque en diferentes materiales y disposición, la repetición de una estructura espacial que por el

Emparrado. Henares.

día es el ámbito por el que se mueve la mujer y, al atardecer, se convierte en centro de reuniones, pudiendo ya el padre ejercer su rol dominante. El emparrado o chamizo a la puerta de la casa es el límite hasta donde la vecindad libremente se acerca, más allá está la puerta de acceso a la intimidad familiar que sólo se franquea con invitación expresa. Es el espacio de transición a la calle, único, junto con el “lavaor” o la fuente, en el que la mujer puede andar con libertad. La estructura y disposición de la mayor parte de las casas es horizontal: la cimbra y las falsas son espacios de segundo orden con respecto a la planta baja, donde se vive y está la cocina. En los pueblos mayores la complejidad social introduce en las viviendas de los ricos la escalera y la planta principal, que ya está en un piso y el comercio-taller que también obliga a estructuras verticales. En algunos cascos históricos la escasez de terreno también obliga al modelo de vivienda de dos o más pisos que es indicativo de una organización social más diversa. La división interna es siempre la misma y consecuente con el tipo de familia simple que habita en ella. Después de la cocina el dormitorio matrimonial es el espacio más importante y el que suele tener puerta (a veces sólo un cortinaje), decoración, baldosas, muebles (cama y cofre); la otra habitación es para el resto de la familia, sean hijos o hijas, y está menos amueblada. El interior de las casas, es-

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El luto aísla durante un tiempo determinado la casa, cerrando las puertas y ventanas y no dejándose ver, y si se tiene que salir es de riguroso negro y pelo cubierto. Las mujeres llegan a guardar luto a sus maridos para toda la vida. Los juegos podían tener lugar en la casa, especialmente en las áreas rurales y para determinadas faenas relacionadas con la agricultura, como es el caso del “esperfollo”:

pecialmente las de los pueblos mayores pero en los cortijos también, si son humildes, suele ser bastante oscuro al carecer de entradas de luz (ventanales muy pequeños) y muchas ni siquiera se abren al corral o cuadras. Los habitáculos internos son muy pequeños, ocupando la cocina la extensión mayor y las otras dependencias sólo llegan a unos pocos metros cuadrados. El mito de la casa grande de los pueblos también se ha caído en nuestro caso. El clima es un factor determinante, pero también se busca el ambiente propicio para el descanso y las relaciones íntimas, lo cual se consigue mejor en la oscuridad y en la cercanía entre los cuerpos. Si el emparrado conecta a la familia con el exterior, la chimenea y el fuego es el factor de cohesión dentro de la casa. En nuestros días aún se valora y no falta en las casas rurales la lumbre que ofrece calor y la energía para la cocina. En torno al fuego la familia se aglutina y se transmiten conocimientos, es aquí donde narran las leyendas familiares y donde se dormita. Los tres hechos de la vida más importantes también suceden en la casa. Nacemos en ella, celebramos el matrimonio y morimos (el funeral) en ella. El transcurso del tiempo es vigilado y contemplado desde y en la casa. Al nacer en el dormitorio de los padres y ponernos un nombre ya pertenecemos al grupo familiar. El rito bautismal termina con una comida o chocolatada para la vecindad en la casa y entorno. Los noviazgos se confirman pidiendo el paso al padre de la novia en un ritual preparado para el sí desde la puerta y su confirmación sentado alrededor del fuego participando ya en la saga familiar. La vela por la muerte se hace según los allegados en el dormitorio (más cercanos), en la cocina (mujeres) o fuera (hombres); si se trata de un niño, como va al cielo, la casa puede consentir el jolgorio. M. Ruiz Funes nos recuerda en Calasparra al principio de siglo la costumbre de bailar y cantar en la muerte de los niños25.

“Lo que se hacía por las noches era la perfolla, había uno o dos hombres que hacían los carros de la trenza. Y al hacer la perfolla, si te salía una panocha colorá, besabas a todas las mujeres que había allí. Era un poco de fiesta. Yo me acuerdo cuando era un criajo. Se hacía con los vecinos. Entonces se ayudaba mucho unos a otros. El jornalero era quien sabía hacer la trenza con las panochas. Le dejaban tres o cuatro hojas a la panocha y entonces se liaba con una cordonera para ir haciendo la trenza. Se hacía un carro y entonces se colgaba en la cámara en los palos de las estacas”. Los juegos o escenificaciones de historietas se realizaban por las tardes en los días que escaseaba el trabajo, o sea, más en el invierno, y terminaban con chascarrillos y risas generalizadas. De vez en cuando los jóvenes organizaban bailes a base de música de cuerda y juntaban dinero mediante pujas y juegos de acertijos. La casa necesita protección tanto de posibles espíritus maléficos como de ladrones. El cerramiento de las puertas y ventanas se asegura con cerraduras y artilugios de bastante seguridad. Aún se pueden observar en las puertas los clavos y cerraduras realizados por artesanos de la comarca que desarrollaron técnicas seguras y artísticas. En sencillas puertas de tablones la cerraja está cualitativamente más trabajada. Durante el día la puerta podía estar abierta pero a la noche se le respeta y el padre cumple con el deber de vigilar si todo

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Ventana. Algezares.

Calle Mayor. Caravaca.

está suficientemente enclavado. La protección a las enfermedades, al mal de ojo y a otros posible males se hacía cumpliendo rituales ya muy perdidos. La chimenea, por tener la apertura exterior, es siempre un lugar a proteger con cruces o estampas de santos. Lo más común era poner las tenazas de la lumbre abiertas en forma de cruz. Se mantienen muy vivos en toda la comarca algunos de los rituales de las cofradías de ánimas y del rosario que salían en determinadas fechas por los campos formando cuadrillas de músicos que recogían dinero para las ánimas de casa en casa. Aceptar su petición de “se canta o se reza” y terminar con una invitación (si no se estaba de luto) significaba librar y asegurar a la casa de la muerte. Las relaciones de parentesco que venimos describiendo dejan muchas veces sin protección a los nuevos grupos familiares por la escasez de medios disponibles. Las hermandades suplen las carencias del grupo doméstico en situaciones de muerte o peligro y protegen la casa.

La casa es donde nos reconocemos y donde los sentidos (olfato, tacto, gusto) nos identifican con un grupo familiar. Nos decía un agricultor de Mula: “…en las casas se entraba y olía a animales. La gente hacía sus necesidades en la cuadra. Y si lo hacías en el jarrillo también lo llevabas a la cuadra. Luego eso se revolvía con paja y en los serones se cargaba a la caballería y se llevaba al campo. Se aprovechaba todo. No había entonces barrenderos. Si cogías naranjas o patatas, todo se aprovechaba, las peladuras para el marrano o los conejos. No se tiraba nada”.

Arquitectura menor y mobiliario urbano El recuerdo que los vecinos tienen sobre el mobiliario urbano es principalmente de tipo vegetal, aunque por lo general no hubo un interés por embellecer o dotar de elementos significativos el callejero. En las plazas, glorietas

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y jardines es donde más abunda el mobiliario de fuentes, bancos de forja o ladrillo de manises, grandes farolas de brazos, verjas, etc. En la mayor parte de los pueblos hubo plantaciones de especies arbóreas singulares (se buscaba su capacidad para dar sombra) a la entrada y salida de los mismos por las carreteras y caminos más importantes. En el cruce de calles y en las plazas públicas solía plantarse algún olmo, álamo o pino que creaba el espacio adecuado para el descanso o simplemente para la relación en las horas de ocio. Otro lugar de encuentro urbano eran las fuentes, que ocupaban lugares estratégicos para que los desplazamientos fuesen equidistantes. En las pedanías, cortijadas y cortijos, en las puertas de las casas o en medio de la calle, las higueras, los álamos o pinos ofrecen la sombra necesaria para entablar relaciones durante los meses cálidos. Más extendida estuvo la iconografía religiosa con la construcción de pequeñas hornacinas en lugares significativos para albergar imágenes de santos protectores.

Calle de El Sabinar.

Las procesiones y las representaciones religiosas callejeras en determinadas fechas del calendario litúrgico desarrollaron una señalización a base de cruces y altares de construcción efímera. Con el tiempo algunas de éstas se fueron quedando fijas al construirse con materiales de albañilería. Es el caso de pequeñas ermitas, cenadores, descansaderos, vía crucis, etc. El cementerio y sus alrededores también constituyó un paraje al que se dedicó más atención, ya que es a mediados del siglo XIX cuando se construyen la mayoría de ellos en las afueras de los pueblos, ante la insistencia de las autoridades por erradicarlos de los aledaños de las iglesias. Un caso especial de arquitectura menor lo constituye el “templete” del baño de la cruz de Caravaca, rito celebrado el día tres de mayo y construido entre 1762 y 1801 por un arquitecto murciano. “El bañadero”, como también es conocido en Caravaca, es una construcción de planta circular que termina en una cúpula sobre un tambor que guarda las aguas del baño purificador de la cruz con el fin de proteger los riegos de la acequia caravaqueña. En otras localidades se construyeron “templetes” para los conciertos dominicales de las bandas de música que a principios de siglo empezaban a formarse en los pueblos más grandes, pero posteriores remodelaciones de las plazas fueron acabando con ellos hasta no quedar ninguno.

Mojón de término.

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Ya en la actualidad, los ayuntamientos han propiciado una nueva decoración urbana que incluye la instalación de esculturas y obras de arte dedicadas a personajes del pueblo, a los oficios, a las tradiciones, como por ejemplo “el alpargatero” de Cehegín, “el pisaor” de Bullas, “los moros y cristianos de Caravaca”, “ tamborileros” de Mula, etc.

Otras arquitecturas Presa. Bodega de Avilés.

Además de la casa y su entorno, la misma dinámica económica necesitará para su desarrollo una gran variedad de espacios construidos relacionados con las actividades profesionales. Según el predominio ganadero, agrícola, artesanal o protoindustrial se edificarán corrales, abrevaderos, aljibes, palomares, pozos de la nieve, hornos, almazaras, molinos, batanes, talleres textiles, esparto y cáñamo, sericícolas, alfares y cerámicas, bodegas y elaboración de aguardiente. Ante tal diversidad es difícil establecer un criterio único de estudio por lo que, con el fin de facilitar la exposición, los hemos agrupado en las siguientes unidades: arquitectura del agua, edificaciones agropecuarias e instalaciones protoindustriales. El aprovechamiento de los escasos cursos fluviales es un ejemplo de la maximización de este recurso que ha dejado en reducidos caudales numerosos inmuebles para uso doméstico, animal, agrícola e industrial. La necesidad y usos del agua ha desarrollado unos sistemas de captación (pozos y aljibes), retención (presas, azudes y balsas), canalización (acequias) y de energía (los molinos) necesitados de una tecnología específica que constituyen un rico patrimonio inmueble, a veces poco valorado. Según las distintas zonas y la distribución de ríos y fuentes naturales, la arquitectura del agua presenta muchos matices. En los montes y pedanías más altas, gracias a la proximidad y abundancia de fuentes, no precisaron de especiales contenedores de líquido elemento, pero

Cuando llega la electricidad, la farola es el elemento urbano con más atractivo para ambientar las plazas y calles importantes. Si en las calles de menor rango bastaba con colocar un simple soporte de hierro cada cincuenta metros sujeto a la pared para sostén de la tulipa y de la bombilla, en las zonas de más tránsito se empezó a poner farolas fernandinas e isabelinas, especialmente en las plazas mayores de los pueblos. En el campo el único mobiliario encontrado es el que pertenece a “los mojones” que delimitan propiedades o términos municipales. La conflictividad entre agricultores y ganaderos, junto a la necesidad de delimitar las nuevas propiedades ganadas al monte, desarrolló la señalización del territorio con diversas técnicas y marcas de pertenencia. Entre todos destaca por su simbolismo especial el amojonamiento de la convergencia en la comarca de los términos municipales de Lorca, Mula y Cehegín. El mojón está construido a modo de un fuste de una columna clásica, es decir sobre una peana cuadrada y almohadillado se yergue un cilindro pétreo formado por bloques de piedra, terminando el último en forma redondeada. En la parte superior está grabado sobre la piedra en la dirección adecuada el nombre de cada término municipal. La imagen fálica de estos mojones se interpreta como metáfora del poder del varón sobre la madre tierra a la que fecunda y a la que ordena con su división territorial.

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mente se limpiaba y se echaba cal para desinfectar y endulzar el agua, como nos dicen en Mula: “…la cal era marrón, esa la usábamos para enlucir los aljibes y las balsas. Es que en los aljibes, el agua la hace más dulce”. Si el uso es ganadero, entonces el aljibe se construye para alimentar a los abrevaderos en las hondonadas que recogen el agua de ramblas y escorrentías, siendo entonces de mayor tamaño. En las casas urbanas el agua también se recibía de aljibes o, donde había aguas superficiales, de pozos, aunque lo más frecuente fueron las fuentes localizadas en calles y plazas. Más tarde los ayuntamientos suministraron el líquido elemento con cubas arrastradas por carruajes de no gran envergadura (en Bullas hasta los años sesenta) y, posteriormente, se instalaría la conducción subterránea. Así nos lo cuenta Juan, de Mula:

Canalización y acequia. Archivel.

cuando nos adentramos en territorios más secos el agua empieza a escasear y van apareciendo los aljibes. Para aprovisionarse de agua el hombre de esta comarca de insuficiencia pluviométrica se dotó de aljibes que abastecían al grupo doméstico y al ganado. Si no había fuentes, las casas de campo construían, anexo a la vivienda principal, un recipiente, excavado o en obra, que recogía de los canales de alimentación las aguas procedentes de las lluvias. Otras veces se construye a modo de pozo en los ejidos de la casa y se cubre con un brocal en forma de prima y terminado en pirámide. Al lado de la ermita de la Encarnación encontramos uno con depósito de mayor dimensión. Un aljibe consta de las siguientes partes: boquera (recepción de agua), el “aclaraor” o decantador del que rebosa el agua que va al depósito. El tamaño y materiales varían según los lugares pero no suele ser de gran capacidad y se utilizan materiales impermeables del entorno. Era importante escoger el lugar adecuado para su construcción, alejado de cualquier posible contaminación. Periódica-

“Escúchame, había un nacimiento en Pliego que le decían de los caños o los chorros, no lo sé, y venían todos los días cuatro o seis carros desde Pliego, que venían a por agua. A vender agua. Entonces la gente llegaba y decía: échame cuatro cántaros, échame seis cántaros, y se los echaban en las tinajas. Aquí no había agua; si se me entiende, agua de beber. Le estoy diciendo que la traían de Pliego, agua para beber”.

Aljibe. Avilés.

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Almazara. Zarzadilla de Totana.

Bodega. Bullas.

El lavado de ropas y enseres se realizaba en los ríos o en los lavaderos construidos próximos a las fuentes. El “lavaero” puede ser desde un par de pilas de piedra tallada en las pedanías pequeñas, o una alargada tabla de piedra o labrada construcción artificial en las poblaciones mayores. En las huertas la canalización de las aguas se realiza por complicados sistemas de vasos comunicantes construidos por redes de acequias principales y secundarias. De barro, piedra o simplemente excavadas en la tierra, cruzan los pueblos y se ramifican por la vega que riegan. Cuando es necesario, la elevación de las aguas se efectúa con simples mecanismos como norias de rueda y cangilones movidas por bestias o por agua. En las vegas donde se encuentra agua a escasa profundidad, las norias la extraen en cangilones que escancian en balsas o directamente a la boquera de riego. Pueden ser de gran tamaño como la aún existente en la pedanía de Salmerón (frontera entre Albacete y Murcia), que regaba los arrozales de una rica vega. Para el almacenamiento del agua se construyen balsas o estanques descubiertos desde los cuales parten los canales de riego. El mantenimiento, limpieza (mondas) y organización del riego creó un derecho consuetudinario de gran interés etnográfico que se mantiene hasta nuestros días. Otras obras relacionadas con los ríos, especialmente en el Segura, son los azudes (Hondón, El Esparragal y Borbotón de Ca-

lasparra), los puentes (de madera como el de Hondón y de hierro como el Salmerón-Minas) y los acueductos que salvaban las grandes ramblas de la comarca. Algunos, como el que salva la rambla del Paraíso en Cehegín, son de factura antigua, posiblemente romana, lo cual demuestra la continuidad histórica en el tipo de abastecimiento de aguas en la comarca. Pero quizás donde el aprovechamiento del agua desarrolló una tecnología mayor fue en los molinos, almazaras, martinetes y batanes que, en número abundante, se erigen a lo largo de los ríos. La endeblez del caudal era suficiente para mover las ruedas de molinos como el de Felipe, en Mula, que funciona desde el siglo XVI tan sólo con el agua de una acequia, o el martinete de batir cobre en el sangrador de Benablón (Caravaca). El diccionario de Madoz nos proporciona datos para mediados del siglo XIX de los numerosos establecimientos protoindustriales existentes en la comarca y de los que aún quedan en pie. En Caravaca, por ejemplo, había dos martinetes para el cobre, cinco almazaras, tres batanes de paño, tres molinos de papel blanco, tres de estraza, dos de curtidos, once molinos harineros y otros más que no funcionan con energía hidráulica. En otros pueblos hubo fábricas de loza, orellón, tejares, seda, lino, paños, licores, esencias, esparto, etc., que si, en su momento se hubieran activado convenientemente, quizás la comarca no se hubiera despoblado y se

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hubiese industrializado según otros modelos similares del marco Mediterráneo. Los proyectos de desarrollo rural, en marcha desde la última década, sí han puesto el énfasis en propuestas endógenas y tradicionales que intentan poner en valor la experiencia y tecnología de estas cuasi industrias. El martinete de Benablón, único ya en la región, de principios del siglo XVIII, situado en el camino viejo de Caravaca a Archivel, consta de un acueducto construido con mampuesto de yeso y ladrillo que lleva el agua a un pozo y al edificio principal de dos cuerpos con cubierta a dos aguas, donde está el molino movido por el agua que viene del sangrador de Benablón y que una vez que lo activa vierte el agua al río Argos. Los molinos harineros eran de planta rectangular con tejados a dos aguas y teja árabe. El funcionamiento corresponde a la tipología de molino “de corriente”, o sea, que aprovechaban el curso del agua que discurría por cualquier lecho hasta que era conducido a un canal o acequia donde el salto provoca la energía que mueve la piedra del molino. La producción cerealística tan abundante incrementó este tipo de construcciones que, además de los edificios estrictamente productivos, también albergaban la vivienda del molinero e incluso un complejo habitable que podía albergar algunas viviendas más. En el caso del molino de Sahajosa (siglo XVIII), en la pedanía de Valentín, hubo también otras instalaciones de tipo industrial y social, siendo en la actualidad una hospedería rural. En Benizar encontramos otro molino de más de ciento cincuenta años que aprovecha las aguas del río del mismo nombre y que se excava en el cerro del Mojón que hace de pared. En Bullas el pequeño cauce del río Mula movió seis molinos, de los cuales dos están aún, aunque restaurados para el turismo, en pie. En Calasparra hubo dos molinos arroceros. Similar es el funcionamiento de las almazaras y su gran número nos indica la importancia que tuvo el

Baños de Gilico.

olivar en la comarca pues era el principal cultivo arbóreo y el forjador de una cultura muy común en todo el Mediterráneo. Una almazara, además del molino en sí, necesita otros espacios como son “los atrojes” (pequeñas zonas separadas por muretes de piedra o barro para almacén y limpieza de la aceituna) y las tinajas para el decantamiento del aceite. La tecnología más antigua consiste en el triturado de la aceituna con cilindros de piedra y prensar a base de torniquete, las esteras de esparto con la masa estrujada de la aceituna molida que va depositando para la decantación en los depósitos adjuntos o en las tinajas. La industrialización introdujo en el siglo XIX y XX modernas prensas de hierro fundido y mecanismos hidráulicos que funcionan con otras energías. En la explotación del aceite se dan muchas fórmulas, como es “la maquila” y pagos en especie a los molineros, propio de sistemas económicos precapitalistas. Cuando la tecnología lo permitió, en el periodo protoindustrial, se sustituiría la fuerza motriz del agua por el gas y ya después por la electricidad. Así se observa en algunos molinos y bodegas que aún mantienen las viejas instalaciones del gas. Más recientemente, el auge del cultivo de la seda en pueblos como Bullas extendió la plantación de moreras y sistemas de riego como el que encontramos en lo que hoy es un complejo de ocio denominado La Rafa que se riega desde un sondeo de gran capacidad.

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No acaba aquí esta arquitectura, anteriormente ya nos referimos a las salinas (algunas muy antiguas, como las de Zacatín) y citamos los baños de Gilico, Somogil y Mula. Estos últimos, además de su importancia intrínseca, serán en toda la comarca un referente social y simbólico por ser el lugar de encuentro de muchos rituales de noviazgo y matrimonio. Los Baños de Mula constituyen un complejo de casas con baños públicos, situado en el margen derecho del río Mula sobre una ladera rocosa de la que emana el líquido elemento a una temperatura de 36-37 ºC. Aprovechando el manantial se fueron construyendo baños y casas de hospedería, como es la levantada por el corregidor de Murcia en 1826. Madoz, nunca suficientemente citado y valorado, nos describe las cualidades químicas del agua26. Pero la importancia de estas instalaciones termales, que aún mantienen la misma estructura que en los dos siglos anteriores, es su carácter popular y simbolismo comarcal. De hecho, el baño primero, llamado El Pozo, era frecuentado por la población más pobre de la zona de forma gratuita, ya que en el resto había que pagar. En la menguante de enero, según la tradición popular, y en la época de menos faenas agrarias acudían familias enteras a tomar las aguas y curar o protegerse de algunas enfermedades. Fue también el lugar escogido por muchas parejas de novios que, debido a la precariedad económica y necesidad de casarse, cumplían con el rito de “llevarse a la novia” y volver a los pocos días con los hechos consumados y obligados a casarse, por imperativo social, pero sin los gastos del convite. Las explotaciones agrarias necesitaban, según su actividad, muchas construcciones anexas consideradas complementarias. Las hay de todo tipo y por cuestiones de espacio haremos un breve resumen de las más interesantes. Los materiales proceden del entorno y las técnicas constructivas son sencillas y semejantes a las descritas más arriba. La gana-

Horno moruno. Tirieza.

dería estabulada de las zonas más montañosas se guarecía en grandes corrales construidos de piedra tosca, formando unos muros de algo más de un metro de altura. La inclinación del terreno por el desnivel del monte no es óbice para delimitar un rectángulo cerrado y, a veces, cubierto en uno de sus laterales con sólo un tejado de palos y follaje o teja. En muchas ocasiones se aprovecha cualquier accidente geográfico para ahorrar en la construcción de paredes para estos apriscos y cabrerizas, como en Zaén y El Rincón de los Huertos, donde se utiliza la oquedad de la caliza. Su orientación busca siempre el recorrido del sol para ganar horas de luminosidad. Otra obra menor, pero imprescindible en las casas más rurales, era el horno. En los pueblos mayores muchas viviendas también disponían de él, no obstante el hecho de haber hornos públicos, como el recientemente recuperado en Mula, o negocios de panaderías, en muchas casas no se gastaba en ello. Sin embargo, en las cortijadas y casas de campo era obligatorio.

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Predomina el denominado horno moruno anexo a una de las paredes de la cocina o en construcción independiente a unos metros de la casa principal. Se construye en forma semiesférica con materiales resistentes al fuego (arcillas, barro y ladrillo) y se recubre de diversas capas que impiden que se salga el calor. Un pequeño hueco en forma de capilla se abre desde el interior de la casa o, si está aislado, mirando a ella. En las áreas rurales proliferan aisladamente algunas construcciones casi efímeras que cumplían el papel de resguardar de las inclemencias del tiempo, descanso o como puestos de caza. Algunas, con el tiempo, se fueron consolidando y constituyen reducidos enclaves de una habitación que puede tener algún elemento constructivo adicional, como la chimenea, bancada de piedra, alacenas y ventanal. En Bullas, semiderruido, se halla un “cuco” o construcción de piedra seca que nos puede servir como modelo. Es de planta circular y de anchos muros de piedra caliza que van cerrándose en forma de falsa cúpula. El acceso es un vano del tamaño de una persona, sin puerta, y un dintel formado por piedras de mayor tamaño. El interior dispone de una apertura a modo de chimenea que sirve para poder encender en el interior de la misma, y algunos huecos para alacena. También, siguiendo estas técnicas constructivas, existen en las zonas más elevadas “pozos de la nieve”, como es el localizado en el paraje del Nevazo, que es de una planta de unos nueve metros de diámetro, con muros de mampostería y cubierta cónica. Data de principios del siglo XVII y se utilizaba para almacenaje del agua en forma de nieve que luego se vendía para usos hospitalarios, conservación de alimentos y después en la fabricación de helados. La llegada del frío industrial en los años veinte acabó con este almacenaje muy extendido en estos pueblos desde las centurias anteriores. La toponimia y el callejero de las ciudades nos recuerdan su existencia en todas ellas

Corral de ganado.

y en un número bastante abundante, si tenemos en cuenta el clima de la comarca. La importancia en la dieta y gastronomía de la carne y de los derivados del cerdo y de las aves de corral hizo que se construyesen recintos especiales para estos animales. En los pueblos mayores, las familias pudientes cebaban en las cochineras bastantes cerdos, pero conforme desciende el nivel económico las viviendas ni siquiera contemplan esta construcción. En Bullas las pequeñas casas de los agricultores aún poseen en las cimbras los enganches en los que se sujetaban los animales. Muchas viviendas tampoco disponían de corral para las aves, improvisando en terrazas y cimbras pequeños gallineros efímeros. Las viviendas con patio o corral disponían de apartados para aves, conejos o cerdos. En el campo las aves se alimentaban de los restos esparcidos por los ejidos y barrancos de las casas, pero en las edificaciones de los señores se solían construir palomares en las torretas y volados de las casas o se levantaban en sitio aparte. El interior se divide en nidales o celdas cuadrangulares hechas de ladrillo o adobe y acceden por pequeñas piqueras triangulares abiertas por los costados de la torre. La agricultura extensiva predominante en la zona y la continua roturación de tierras incrementó, desde el siglo XVIII hasta la mecanización de los campos y del transporte, la cabaña de forma muy considerable 27. Las casas de

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rias propias del cereal también necesitaban espacios abiertos y cerrados para las faenas de trilla (las eras), graneros en las falsas o cámaras y pajares que podían estar independientes de la casa. Corrales para los carruajes, porchados, habitaciones para guarda de aparejos y algunas otras dependencias completan esta arquitectura auxiliar. Por último, existe una arquitectura que denominamos protoindustrial, propia de los oficios que ya fabrican más allá de las demandas locales o comarcales. Para el mundo rural fue un gran avance el surgimiento de manufacturas o modernización de talleres que venden sus productos según las nuevas fórmulas de la empresa capitalista28. En la primera mitad del siglo XIX ya hemos visto cómo en Caravaca o Cehegín desarrollaron una industria, que ya podemos denominar protoindustral, que después languidecería fruto de la coyuntura socio-política de la Restauración en Murcia. En 1856 han desaparecido prácticamente las antiguas especialidades artesanales: pañería, martinetes, tejidos de lienzo, etc. A finales del siglo XIX aparece un nuevo modelo de aprovechamiento textil, apoyado una vez más en las materias primas locales (esparto y cáñamo) y en el consumo popular29. El número de fábricas de esparteñas en 1947 es de 13 en Cehegín y 11 en Caravaca de la Cruz. El rastreo de la arquitectura dedicada a establecimientos fabriles nos delata la cantidad de talleres y fábricas que llegaron a convivir con la economía aún de base agraria. De algunas quedan restos y ruinas, otras desaparecieron totalmente. El caso de la fabricación de ladrillos de Valentín es un caso curioso de elaboración artesanal en hornos morunos que ha conseguido en la actualidad remontar la crisis de las artesanías e incorporarse a un mercado que demanda cada vez más productos de este tipo. El proceso que se sigue para la fabricación empieza por el acarreo de la arcilla de un paraje cercano; ésta se mezcla con agua en un

Cuadras y dependencias para animales.

campo poseen, por lo tanto, grandes cuadras para la estancia de mulas, caballos y asnos. Normalmente se situaban al lado o bajo los pajares, desde donde una argolla servía para subir el pienso y una apertura en el suelo que comunicaba con el pesebre para echar desde ahí la comida. Eran de planta cuadrada y cubierta de madera y cañizo con los suelos de tierra o empedrados para que los animales no resbalasen. Su interior constaba de pesebres: “Era una plataforma a la altura que viniera bien a las bestias. Después se levantaban dos paredes más estrechas de abajo que de arriba para que no estorbara a la bestia en las manos. Es como un cajón pero de obra. Y arriba se clavaba un clavo para que desde la pared se uniera el pesebre a la obra. En las casas nobles en la cuadra también estaba el mulero que dormía junto a las bestias, pues les dan de comer por la noche y en un poyete echaban un colchón de paja para dormir. Antes se decía que la bestia dormía y descansaba, pero el mulero no”. Sabemos que el ganado vacuno tuvo su importancia en épocas anteriores, sin embargo en el recorrido etnográfico realizado no hemos encontrado restos de establos o cuadras construidas para su estancia. Quizás pernoctaran al aire libre y por ello no queda rastro de su amplia expansión. Las labores agra-

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secuencia de las modificaciones que ha sufrido el producto, consiguiéndose la dureza total del mismo. Durante esta cochura, se producen igualmente unos cambios de color en los materiales, de manera que el color claro desaparece para dar paso a otros colores, que tienen relación con la cal o los óxidos de hierro contenidos en la masa, y con el proceso de la llama que sea reductora u oxidante dentro del horno. Si en el horno falta oxígeno, el ladrillo será menos rojo, por ser la llama reductora, que es lo que ocurre normalmente en Valentín31”.

pilón de unos dos metros cúbicos de agua y un metro cúbico de arcilla; se bate con tablones y pasa a las balsas de arcilla líquida donde reposa en un porche para después secarlas y dibujar los trazos sobre un molde donde las piezas estarán dispuestas para cocerlas en el horno moruno. Las arcillas margosas (ricas en silicatos y aluminios) de Valentín se vienen explotando desde épocas remotas y son la materia prima de un refinado proceso de elaboración no sólo de ladrillos de revestimiento, sino de tejas y baldosas de arcilla30. De manera más extensa, J. María Alcázar Pastor nos cuenta cómo se hacía y hace el ladrillo:

Las bodegas domésticas descritas más arriba corresponden a un modelo de producción local, sin embargo, cuando el mercado del vino fue alcanzando otros mercados regionales y nacionales, se construyeron en algunos pueblos (Bullas, Cehegín, Avilés, etc.) bodegas en otros lugares fuera de la casa. Lo mismo ocurrió con la industria del esparto y el cáñamo, cuyos centros más representativos fueron Cehegín y Caravaca, llegando a ser tan importante que contaron con cooperativa en Cehegín (casa de la Pitupi) y un sindicato de alpargateros. El orellón, antecedente de la industria conservera actual, fue otro ejemplo de protoindustria que después despegaría en los años sesenta con el auge en la comarca de numerosas industrias de la conserva. La explotación minera ha dejado algún resto de construcción en Gilico, Las Carlotas y otros parajes donde se intentó aprovechar los recursos minerales de la zona.

“Una vez que se hace acopio de la materia prima, con unos moldes llamados “gradillas” y sobre grandes superficies, “eras”, se extienden para su secado definitivo e introducirlos al horno. La cochura de la cerámica se hace a 950 grados. Para llegar a esta temperatura los materiales van sufriendo modificaciones según va elevándose el grado de calor, de tal forma que a los 120 grados han perdido toda el agua intercalada en los poros de la arcilla. A los 300 grados, el agua que está combinada químicamente desaparece y el material se endurece, no reblandeciéndose ya aunque el material se sumerja en el agua. Al pasar esta temperatura, la materia orgánica arde con desprendimiento de C02. Entre los 700 ºC y los 950 ºC aparece la porosidad de la masa y se produce una disminución de peso a con-

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Notas 1 2

Godelier, M., Lo ideal y lo material. Taurus Humanidades. Madrid, 1990, p. 107. Los datos geográficos de la comarca proceden de la bibliografía recopilada por Francisco López Bermúdez en El medio físico de la provincia de Murcia, Bibliografía para su estudio, Academia Alfonso X el Sabio (ASS), Murcia, 1978.

3

Así lo recogen María Teresa Pérez Picazo y Guy Lemeunier en “Nota sobre la evolución de la población murciana a través de los censos nacionales (1530-1970)”, del n.º 6 de la revista Cuadernos de Investigación Histórica, 1980; y Francisco Chacón Jiménez y José Luis Gonzáles Ortiz en “Bases para el estudio del comportamiento demográfico de Cehegín, Caravaca y Moratalla en la larga duración (1468-1930)”, en Anales de la Universidad de Murcia XXXVII, Murcia, 1980.

4

José Luis Andrés Sarassa se refiere al concepto de “ciudades no urbanizables” y lo aplica a las del Noroeste murciano como ejemplo de morfología urbana poco alterada por los cambios de la industrialización.

5

En este trabajo hemos recogido la información completa de los pueblos de la comarca citada en Pascual Madoz, El Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, editado en 16 volúmenes (Madrid, 1845-1850), Miñano, Madrid, 1850.

6

Encontramos diversa información sobre las veredas y caminos de la comarca en Lemeunier, G., Caminos de la Región de Murcia. Editada por Consejería de P.T. y O.P. con CAM; Flores Casanova, C. y Flores Flores, C., Vías Pecuarias de la Región de Murcia. Ed. Consejería de P.T. y O.P. con CAM, 1989, y José María Alcázar Pastor, Azagadores de Cehegín, en www. cehegin.com.

7

Pérez Picazo, María Teresa y Lemeunier, Guy, “Los regadíos murcianos del feudalismo al capitalismo”, en ídem. Agua y Modo de Producción, ed. Crítica, Barcelona 1990 y Torres Fontes, J., Fueros y privilegios de Alfonso X el Sabio al Reino de Murcia, CODOM III, Academia Alfonso X, Murcia, 1973.

8 9

Madoz, op. cit. p. 680. Ruiz-Funes García, M., Derecho Consuetudinario y economía Popular de la Provincia de Murcia, en Editora Regional de Murcia, Murcia, 1983, p. 104.

10 Madoz, op. cit. p. 495. 11 Madoz, op.cit. p. 590. 12 Este fenómeno ha sido estudiado por María Teresa Pérez Picazo y Guy Lemeunier y podemos encontrar una buena síntesis del trabajo en su obra El proceso de modernización de la región murciana, s. XVI-XIX, Editora Regional de Murcia, Murcia, 1984. 13 Rodríguez Llopis, J. M., Señoríos y Feudalismo en el Reino de Murcia. Los dominios de la Orden de Santiago entre 1440-1515. Universidad de Murcia, 1990. 14 Eiroa, J.J., Urbanismo protohistórico de la Región de Murcia y Sureste, Universidad de Murcia, 1990. 15 Alonso Navarro, S., Libro de los Castillos y Fortalezas de la Región de Murcia, Murcia, 1990. 16 Sánchez Romero, G., “El influjo de lo religioso en el urbanismo caravaqueño de la Edad Moderna”, en El culto a la Stma. y Vera Cruz de Caravaca y el urbanismo en Caravaca y su término municipal, Universidad de Murcia, 1999.

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17 Griñán Montalegre, M., “Nuevos datos sobre la configuración urbana de Cehegín en 1540”, número 7 de Alquipir, Cehegín. 18 Pérez Sánchez, A., Arte en Murcia, Tierras de España. Fundación J. March, 1976, pp. 263-265. 19 Alcázar Pastor, J. M., extraído de la encuesta de Cehegín realizada por Presentación Peñalver y de la página www.cehegin.com, que contiene diversas publicaciones sobre arquitectura del mismo autor. 20 Alcázar Pastor, op. cit. 21 Sarti, R., “Las condiciones materiales de la vida familiar”, en Kertzr, D. I. y Barbagli, M. (compiladores) La vida familiar a principios de la era moderna (1500-1789). Paidós, 2002, p. 41. 22 González Castaño, J., “El Casino de Mula”, en diario La Opinión, Murcia, 2000. 23 Bourdieu, P., Las estructuras sociales de la economía. Anagrama, Barcelona, 2000, p. 36. 24 Ulrich Pfister. “La protoindustrialización”. en Kertzer, D. I. y Barbagli, M. op. cit. p. 121. 25 Ruiz-Funes, M. op. cit. p. 89. 26 Madoz, P., op. cit. p. 681. 27 Andrés Sarassa, J. L. y Espejo Marín. “La cabaña ganadera en el NO murciano a mediados del siglo VIII”, en Estudios románicos, Homenaje al profesor Luis Rubio, vol. 6, Murcia, 1989. 28 Ulrich Pfister, op. cit. p. 124. 29 Pérez Picazo, M. T. y Lemeunier, G., El proceso de modernización… op. cit. 30 Arana Castillo, R. y Milá Otero, M. S. “Las arcillas de la comarca de Valentín (Murcia)”, en XXIV Reunión de Sociedad española de Mineralogía, Cuenca, 2004. 31 Alcázar Pastor, J. M., entrevista y op. cit.

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