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Futbol en breve Microrrelatos de jogo bonito
Aldo Flores Selecci贸n, comentarios y estudio
Internacional Microcuentista Revista de microrrelatos y otras brevedades 2014
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ÍNDICE FUTBOL EN BREVE. MICRORRELATOS DE JOGO BONITO
Agradecimientos
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ESTRATEGIA EN EL VESTIDOR Introducción. Notas en la pizarra
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PRIMER TIEMPO POPOL VUH Hun Ahpú e Xbalanqué viajan a Xibalbá [Fragmento]
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CUAUHTÉMOC ABASCAL La pesadilla de Messi
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SERGIO ADANÉS Campeones
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ALEJANDRA ADI Empate
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ALICIA AGUILAR El jugador misterioso
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GLORIA AGUIRRE Los Titanes
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ARMANDO ALANÍS Tedio
27
3 !
DANIEL ALCOBA Jugada de crack
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DANIEL ALCOBA Y LUCILA ADELA GUZMÁN Juego duro
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DONATO ALTOMARE El juego infernal
30
MARTÍN ALVARADO Síncope
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VÍCTOR JESÚS ALVARADO ARZAMENDI Maldito futbol
33
SERGIO ALVEZ La gloria
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OCTAVIO ARAGÃO Hambre de pelota
36
JORGE ARAGÓN Efemérides
37
ATZAED ARREOLA El chanfle
38
SERGIO ARROYO El apagón
39
ANDREA ASPESI Lágrimas y futbol
41
CARLOS AZAR MANZUR Instrucciones ejemplos sobre el arte de narrar un partido. “Cortazareana”
43
INGRID BASTO SZKLO El verdadero drible
45
PABLO BRESCIA Ándeme yo Prudente, y ríase la gente ALEJANDRA BURZAC
46
4 !
Por penales
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ANA CALIYURI, TANYA TYNJÄLÄ, EDUARDO POGGI & CRISTIAN CANO Él
49
JOSÉ PABLO CAMARENA Patadas
51
HÉCTOR CARRETO Alzando el trofeo
53
DAVID CHÁVEZ Acero
54
VÍCTOR LORENZO CINCA La gran final
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EMILIA CONCLAIRE Punto final
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ROCÍO CONTRERAS Aficionados
57
EMANUEL CORONA Amague
58
MARÍA ESTER CORREA DUTARI El reparador de sueños
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MARÍA ESTER CORREA DUTARI, SERGIO GAUT VEL HARTMAN y HÉCTOR RANEA Tecno puro
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GINÉS S. CUTILLAS Desconfianza ciega
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MARCO ANTONIO DÍAZ Atajada
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ESTEBAN DUBLÍN Síndrome del hincha furibundo SAMUEL DURÁN
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La estrella que no brilla
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SUSANA DURÉ El habilidoso
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ALEJANDRO ESPINOSA Parusía
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JORGE ETCHEVERRY Futbol con cabezas
70
F. KÖLLER Motivación
71
RUBÉN FAUSTINO CABRERA La mano de Dios
73
DANIEL FRINI Faltan dieciséis y van cero a cero
75
LETICIA GARCÍA LÓPEZ La gloria
77
MARTÍN GARDELLA La medalla
78
SERGIO GAUT VEL HARTMAN Morirse no es morir
79
RICARDO GIORNO Siempre nos comemos un bizcochito
80
VALENTINA GÓMEZ Mientras futbolizo
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DAVID GONZÁLEZ El estadio en la dictadura
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ISABEL M. GONZÁLEZ Cuatro piedras, dos porterías
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FERNANDO GUTIÉRREZ La última final
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6 !
ARMANDO GUTIÉRREZ MÉNDEZ Pink Floyd Soccer
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ALFREDO HERMOSILLO Un diálogo esférico
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GONZALO HERNÁNDEZ BAPTISTA Dos neuronas
89
BRUCE HOLLAND ROGERS Las reglas del juego
90
DANIEL JAZAR Fabricando ídolos en tubos de vidrio
92
J. ENRIQUE JUÁREZ FLORES Memorias de un futbolista
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VÍCTOR JUÁREZ VALENCIA Las calcetas
95
MEDIO TIEMPO El trofeo goza de voluntad propia
97
SEGUNDO TIEMPO MARIO CÉSAR LAMIQUE Accidente espacial
101
DIEGO MARTÍN LANIS Final de juego
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MÓNICA LAVÍN Afición
104
MEDDY LIGNER Una finta exagerada
105
7 !
MARCELA ANGELINA LÓPEZ HERNÁNDEZ Final
107
MARCELO LUJÁN Ídolos
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ABEL MAAS El wing
109
NÉLIDA MAGDALENA GONZÁLEZ Sueños
111
GABRIEL MEJÍA PÉREZ El viejo
113
LEO MERCADO Cabeza de ratón
114
JUAN MANUEL MONTES Cuestión de fe
115
DAVID MORENO Vida postiza
116
ISAÍ MORENO De los anales de la infamia
117
ESTER NIEVAS MOLINA Confusión
118
ERNESTO ORTEGA Un auténtico golazo
120
MAGNOLIA ITZEL ORTIZ LIMÓN Vamoajuarfut
121
JOSÉ MANUEL ORTIZ SOTO Entrevista en la cancha
122
ARMANDO OVIEDO La ley de la ventaja HERMES PALMA
123
8 !
¿Todos los jugadores están en la cancha?
124
JUAN JOSÉ PANNO Sueños
125
ERNESTO ANTONIO PARRILLA El más grande
126
ALFONSO PEDRAZA ¿Locos?… de remate
127
MARCO ANTONIO PEÑA FLORES Futbol de otra galaxia
128
JAVIER PERUCHO Fuera de lugar
129
EDUARDO POGGI La revancha
130
BASILIO PUJANTE Anacronismo
132
HOMERO QUEZADA PACHECO La flecha y el arquero
134
ROGELIO RAMOS SIGNES Fahrenheit 1976
135
HÉCTOR RANEA Ella se llevó lo más de mí
136
EDER REYES La frustración
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MAITE RÍOS Carlos Marx observa jugar al Bayern Munich
139
CANDELA ROBLES ABALOS Una pelota por cabeza
140
ADRIANA AZUCENA RODRÍGUEZ Torneo de verano
141
9 !
JUAN ROMAGNOLI Anillo
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ÁLVARO RUIZ DE MENDAROZQUETA Golazo
143
LUIS SAAVEDRA Gol de último minuto
144
CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR Los dos equipos
145
MAXI SALVIOLI De memoria
147
SAURIO Lo muchacho del tablón
148
DIEGO SCHARFF Al descenso
149
PAOLO SECONDINI El partido
150
MAURIZIO SETTI La red
152
VICENTE URBINA La malicia del Dick Tranza
154
JORGE URETA Eterno
155
SERGIO VARELA Juego bonito
156
RONY VÁSQUEZ GUEVARA Escena familiar
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JOSÉ LUIS VELARDE Futbolista terminal JOÃO VENTURA
159
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Sólo cultura, sólo cultura, ¡qué aburrido!
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STEPHANNIE VERÚ El orbe del futbol
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GUILLERMO VIDAL Campeonato
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LAURA ELISA VIZCAÍNO Chutar en la ciudad
166
SANDRO WALTER CENTURIÓN Ayudante de campo
167
JOSÉ LUIS ZÁRATE Un silencio
169
ABEL MAAS El wing (2)
169
ALDO FLORES ESCOBAR La Esgolástica
170
MUERTE SÚBITA Duelo entre investigador versus escritor. La goleada del minicuento
172
Fuentes de consulta
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Como en una fábula cromática, en el principio el balompié fue un deporte que perteneció a los europeos blancos […] En Brasil, lo negro no era bienvenido en las tribunas ni en las canchas hasta que apareció el mulato Carlos Alberto que se pintaba el rostro de blanco, por lo que lo apodaron “Polvo de Arroz”. A medida que se fueron coloreando los equipos locales y una vez que se permitió la entrada a tribunas y canchas a las clases bajas, las élites se alejaron de ese deporte. Sin embargo, todavía se optó por tener vestidores separados, o dejar que los usaran los negros sólo cuando los blancos los habían desocupado. Se celebró ya a Leónidas en 1934, a Aldair en 1950, y la gran explosión negra ocurrió en el Mundial de Suecia en 1958, con figuras como Pelé y Garrincha. A este último los médicos de la selección le diagnosticaron retraso mental o conducta infantil, además de que era patizambo como secuela de poliomielitis. Aun así, todo ello se olvidaba cuando tomaba el control del esférico. Del triunfo de lo negro sobre lo blanco nace el jogo bonito de la selección brasileña. Alejandro Toledo, Una fábula cromática
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AGRADECIMIENTOS Por su amabilidad y el gran apoyo que le brindaron al jogo bonito a Javier Perucho, Lauro Zavala, Laura Elisa Vizcaíno, José Manuel Ortiz Soto, Sergio Gaut vel Hartman, Ana Caliyuri, Adriana Alarco de Zadra, Martín Gardella, quienes en diversas formas colaboraron para llenar de fiesta al terreno de juego. A Teresita de Jesús Escobar González, quien me regaló mi primer balón de futbol y desde entonces no he dejado de patear una pelota. A los grupos TROVAROCK y ANTÍGONA, por nuestro camino como músicos y el aprendizaje de vida. Por las sugerencias, en las charlas de café los viernes de música, a Yuritzan Sandoval y a Arturo Basurto. A los amigos de la “Champion’s Drinks”, quienes después de intensos talleres de creación literaria lograron escribir sus propias ficciones. Por el ánimo y aliento que me otorgaron, a los colegas de Letras habladas en la UACM. A
TODOS LOS ESCRITORES QUE SE ANIMARON A PARTICIPAR
y con su
imaginación le dieron vida a la antología. El futbol se juega en equipo y juntos, con pases certeros de país a país y de continente a continente, hemos logrado crear nuestro mundial literario.
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Estrategia en el vestidor
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INTRODUCCIÓN. NOTAS EN LA PIZARRA En la sociedad y en el tiempo que nos ha tocado vivir no somos ajenos a escuchar gritar a las personas un gol cuando se encuentran frente a la televisión durante un mundial. Alguna vez en nuestra infancia hemos pateado una pelota, jugamos balompié en las calles y avenidas como una práctica antigua que heredamos de las generaciones pasadas; por ello Enrique Krauze nos dice: En México el futbol se ha vuelto casi tan popular como las fiestas religiosas […] El futbol apela quizá a una reminiscencia aún más lejana que la Conquista: el “juego de pelota” que —como se sabe— los pueblos prehispánicos practicaban en cuadrángulos abiertos, utilizando su cuerpo (y no sus manos) para insertar un durísimo balón de hule en un pequeño aro de piedra labrado en los muros. La muchedumbre, como ahora, coreaba el juego, pero la gesta no terminaba de manera pacífica sino con el sacrificio físico de uno de los equipos contendientes. (Krauze, 2013)
No obstante, José Samuel Martínez López considera que en nuestros días el futbol se promueve de forma masiva, pero se excluye a las multitudes de poder participar en el juego mismo; se practica menos y se consume más. Vivimos en una sociedad deportivizada que ha generado que el juego se haya extendido por los cinco continentes como espectáculo y al mismo tiempo se haya introducido en anuncios de marcas, libros, videojuegos, etc., de modo que la sociedad ante el futbol se vuelve pasiva (Martínez, 2010: 11). En dichas circunstancias, el escritor Tomás Mojarro denuncia el sistema de consumo en que se encuentra la sociedad mexicana: […] Somos un paisanaje de gordos, de ventrudos, de envejecidos antes de tiempo. Pero eso sí, fuimos al Mundial […] y tiramos a gol… desde un par de metros frente al cinescopio. Delegar en el futbol. A partir de que el sistema patronal en Inglaterra vio las grandísimas capacidades liberadoras del futbol, que comenzó siendo practicado después de
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la comida o a la hora del descanso, por los obreros de las fábricas. El enemigo histórico detectó aquel recurso liberador que consistía en patear una bola, lo tomó y despojó de eso a los obreros, luego los hizo dependientes, delegadores; dijo: “No se molesten, no suden. Yo les doy el espectáculo gratuitamente, siéntense a verlo y nosotros tiramos a gol.” En todo delegamos. (Mojarro, 1998: 29)
Fernando Vallejo es más punzante con los aficionados de todo el orbe y les lanza feroces ataques desde su novela La virgen de los sicarios: La felicidad no puede existir en este mundo tuyo de televisores y casetes y punkeros y rockeros y partidos de futbol. Cuando la humanidad se sienta en sus culos ante un televisor a ver veintidós adultos infantiles dándole patadas a un balón no hay esperanzas. Dan grima, dan lástima, dan ganas de darle a la humanidad una patada en el culo y despeñarla por el rodadero de la eternidad, y que desocupen la tierra y que no vuelvan más. (Vallejo, 2006: 12)
Mientras que Nadine Gordimer comentó acerca del Mundial que se celebró en su tierra, en Sudáfrica 2010: Se sabe que la verdadera regla del gobierno para mantener a la gente tranquila es pan y circo, y aquí viene este gran circo […] Yo nunca practiqué ningún deporte. Muchos de mis amigos son grandes entusiastas y respeto eso, incluso a veces los he envidiado […] Yo no puedo entender la diferencia entre patear un balón o levantar la maldita cosa esa, el balón de rugby, y lanzarla, aunque supongo que no debo hablar de lo que no entiendo. [Cfr. Lati, 2010: 32]
Ese pan y circo del que habla Gordimer lo habían señalado ya Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en su cuento “Esse est percipi”, donde se narra que el futbol dejó de practicarse por los jugadores, ya que los estadios se encontraban en ruinas y todo se convertía en una falsedad que promovían los medios masivos de comunicación para entretener a las masas (Borges y Bioy Casares, 1998: 99-102).
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Y, sin embargo, el futbol es un deporte muy popular, como lo señaló el historiador mexicano Enrique Krauze, y no ha sido ajeno a que incluso revolucionarios como Amílcar Cabral ejemplifiquen el concepto de igualdad con el futbol: […] Consideremos, por ejemplo, un equipo de futbol. Consta de varias personas, de once. Cada una de ellas tiene su tarea concreta que ejecuta cada vez que el equipo juega. Hay personas diferentes, temperamentos distintos los unos de los otros, muchas veces una educación diferente, algunos quizá sin saber leer ni escribir, otros doctores o ingenieros; de religión diversa, puede uno ser musulmán, el otro católico, etcétera… Incluso pueden ser políticamente divergentes, ser de un partido o de otro. El uno puede pertenecer al poder vigente —por ejemplo, en Portugal— y el otro a la oposición. Son personas diferentes las unas de las otras, cada cual considerándose distinta; sin embargo pertenecen al mismo equipo de futbol. Y si en este equipo no acertasen ser unidad, a la hora de jugar, nunca sería equipo de futbol. (Cabral, 2007: 31)
Otro revolucionario, que aunque no escribió sobre futbol sí lo practicó, fue Ernesto “El Che” Guevara, quien antes de formar parte de la guerrilla con Fidel Castro en la Sierra Maestra, jugó con el Club Independiente Sporting de Colombia y llevó al equipo hasta la final (Cfr. Canal 22, 2011). El futbol lo han practicado diversos personajes y se ha jugado en los momentos menos imaginados; por ejemplo, Ricardo Cayuela Gally notifica que los soldados ingleses y alemanes se dieron una tregua en la Primera Guerra Mundial para disputar un partido que finalizó con un marcador de: Alemania 3 – Inglaterra 2 (Cayuela, 2007). Lo cierto es que, por curiosidad o por asombro, estaremos al tanto de lo que ocurra en la Copa del Mundo, ante el disgusto de algunos y la pasión de otros; por ello, Alejandro Jodorowsky piensa que “El futbol no puede ser algo imbécil. Millones de personas, más reyes, más presidentes, ministros y dictadores no se pegan al televisor así como así. El futbol tiene que significar algo para la humanidad porque si es un juego sin contenido espiritual esta civilización está demente.” (Cfr. Martínez, op. cit.: 14).
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Asimismo, Eduardo Galeano sabe que el futbol es sol y sombra, pan y circo, pero a la vez es fiesta y espíritu, entonces confiesa: Cuando el Mundial [en Sudáfrica 2010] comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía: Cerrado por futbol. Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado sesenta y cuatro partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido. Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia. Ya empiezo a extrañar la insoportable letanía de las vuvuzelas, la emoción de los goles no aptos para cardiacos, la belleza de las mejores jugadas repetidas en cámara lenta. Y también la fiesta y el luto, porque a veces el futbol es una alegría que duele, y la música que celebra alguna victoria de esas que hacen bailar a los muertos, suena muy cerca del clamoroso silencio del estadio vacío, donde algún vencido, solo, incapaz de moverse, espera sentado en medio de las inmensas gradas sin nadie. (Galeano, 2012: 269-270)
Finalmente, en esta ocasión el futbol ha llegado al microrrelato; se ha preparado un encuentro futbolístico que comenzará en las siguientes páginas y las presentes “Notas en la pizarra” corren por mi cuenta; también derramo tinta en los Comentarios de medio tiempo (“El trofeo goza de voluntad propia”), donde expongo algunas singularidades del futbol; de igual modo redacto la Muerte súbita (“Duelo entre investigador versus escritor”), ahí realizo un estudio de los microrrelatos compilados; pero, también quiero anexar una ficción de mi autoría antes de que comience la fiesta, a modo de silbatazo inicial, y a continuación la inserto a la cancha:
CÁNTICO DEL FUTBOL
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En los barrios los niños forjan el juego por la gloria, cimentan porterías con marcos imaginarios y con ladrillos delinean las bandas de una cancha mal trazada, mientras que las ventanas rotas son la huella de los disparos que buscaban una grada; los vecinos abuchean los duelos nocturnos, pero los jugadores se desvelan hasta lograr el goce que lleva al festejo: ¡Goooooooolllllll!, las gargantas rugen el epinicio de la victoria, cántico supremo del futbol. Aldo Flores Escobar
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Primer tiempo
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HUN AHPÚ E XBALANQUÉ VIAJAN A XIBALBÁ [FRAGMENTO] POPOL VUH México […] Y en realidad lo que querían los señores de Xibalbá era que Hun Ahpú e Xbalanqué muriesen en el juego de pelota, pero no lograron vencer a los muchachos, sino que ellos fueron los vencidos. Y los señores del infierno dijeron: “Vamos a jugar otra vez a la pelota. Ahora vamos a echar la de ustedes.” Así les dijeron a Hun Ahpú e Xbalanqué, y ellos dijeron: “Está bien.” Y luego echaron la pelota de hule, y luego se acabó el juego de pelota, y los de Xibalbá no pudieron vencer a los muchachos.
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LA PESADILLA DE MESSI Cuauhtémoc Abascal México Lionel Messi soñó que el Mundial se celebraba en México; no en terrenos como el del Estadio Azteca donde Maradona alzó la copa del mundo en 1986, sino que el torneo se disputaba en canchas prehispánicas. Era el último encuentro y su prodigiosa zurda le servía de poco, tenía que anotar con las caderas; sin embargo, durante toda la competición no había marcado ningún tanto, así como le ocurrió en Sudáfrica 2010; por ello, los aficionados exigían su cabeza, era un insulto a los dioses que un crack se marchara sin lograr una sola anotación. “La pulga” quería despertar, pero no podía, la multitud lo acorralaba.
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CAMPEONES Sergio Adanés Argentina Fulgencio Paniagua era lo que todos llamamos un ser inocente, aunque los duros de película prefieran denominarlo, eufemísticamente, “un débil mental”. Pero en realidad no lo era. Fulgencio tenía una capacidad envidiable para todo lo que tuviera que ver con el futbol; comía, bebía y soñaba futbol. Y no era hincha de ningún equipo en particular: su amor arrebatado y febril era la celeste y blanca de la selección argentina, por lo que su máxima aspiración era que sus colores ganaran la final del mundial del 2014. Sin embargo, Fulgencio estaba preocupado por la condición de local de Brasil y lo desvelaba la posibilidad de que los árbitros lo favorecieran, más que nada para evitar un desborde social de imprevisibles consecuencias si el “scracht” no lograba coronarse campeón. Por esa vía, Fulgencio llegó a la conclusión de que detrás del pibe Messi, el más grande, no tenían que jugar Mascherano o Gago, sino Patoruzú, Inodoro Pereyra, el Eternauta y si hacía falta, el mismísimo Clemente de Caloi. El Negro Fontanarrosa haría fuerza sentado a la derecha del Papa Francisco que es argentino, igual que Dios y el alma de Gardel sobrevolaría el Maracaná. Insisto: la inocencia de Fulgencio, muy cercana a la subnormalidad, lo empujó hacia una fantasía delirante. Y así consumió nuestro héroe los días y las noches previos al mundial. Recortó figuras de las revistas, las pegó sobre hojas en blanco, y las llenó de inscripciones en las que los personajes les daban indicaciones a los jugadores para que resolvieran los más delicados problemas estratégicos y tácticos en el campo de juego. Por eso no debe sorprenderte, oh lector de esta absurda microficción, que Argentina terminara
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ganándole la final a Brasil por un contundente siete a cero y que Lío, luego de cada uno de los goles, exclamara a voz en cuello: ¡qué lo parió!
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EMPATE
Alejandra Adi Argentina Sale del arco y abandona la boca. Gambetea con la lengua los lunares del pecho. Se detiene a mitad de la cancha y levanta la mirada. Su contrincante está distraída y extasiada. Marea a la defensa y le hace un caño a una mano. Ingresa al área y no duda en rematar al ángulo. La euforia del gol, increíblemente, se grita en ambas tribunas. Su rival no reclama. Le gusta que le crucen la vida en offside.
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EL JUGADOR MISTERIOSO Alicia Aguilar México Pelé aprendió a jugar futbol con una naranja, Maradona dominaba un limón, Zidane pateaba una piedra contra un muro mientras imaginaba su grandeza; pero Mirostak, que era hijo de un enterrador, comenzó a dominar los cráneos que su padre apilaba a la orilla de un panteón y así se hizo futbolista; sus mejores exhibiciones como profesional fueron en las noches de tormenta, parecía guiado por los fantasmas; cuando anotaba un gol rascaba la cancha y enterraba lágrimas que sacudían al estadio.
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LOS TITANES Gloria Aguirre México Hace décadas desaparecieron cuatro cracks del futbol y nadie supo de su suerte. Hay quien cuenta que aquellos jugadores fueron emparedados vivos uno en cada esquina del Estadio Mariaga, donde el equipo local ha ganado todos los torneos desde la construcción del inmueble; ahí, después de cada encuentro, los muros chillan, rugen, como si los Titanes atrapados quisieran liberarse y cobrar venganza.
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TEDIO Armando Alanís México Aburridos, ni los futbolistas ni el público ni el árbitro se dieron cuenta cuando el balón se metió en un hoyo. Siguió el partido, sin balón. No hubo goles.
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JUGADA DE CRACK Daniel Alcoba Argentina El reglamento de la liga de futbol BIVC (Bípedos Implumes Vivos Carnales) del Codo de Orión define como anatomía idónea para el ejercicio del futbol aquélla que no sobrepasa los cien quilos de peso y los dos metros de estatura, que reposa sobre dos piernas musculadas poderosas en la patada al balón, que tienen torso para controlar pelotas altas; y articulados con el pecho, dos brazos que se acaban en manos, o bien dos tentáculos al fin digitalizados en pseudópodos de consistencia gelatinosa, como las ranas arbóreas, rasgo anatómico que nos facilita mucho la tarea a los árbitros BIVC, porque la pelota siempre se les queda pegada en los pseudópodos cuando la paran o pretenden dirigirla con la mano; y una cabeza sola, si cornuda, de cuernos recortados. En encuentro entre yirsovios pilosos de P 375 N Poseidón y sticky-hands (manos pegajosas) de PC 784 Orionis, Grets Taborda, último balón de oro de la BIVC, y estrella de los sticky, remató de chilena un centro de tiralíneas en altura, lanzado por el volante derecho. Pero el defensa yirsovio cabeceó dos décimas de segundo antes que llegase el pie de Grets, que se estrelló en el mentón del yirsovio piloso, de crenchas largas, recias en todo el cuerpo, salvo en el pelado mentón: ¡¡crack!! Las hinchadas oyeron el crujido que produjo la cabeza del jugador peludo al romperse por el impacto del botín de Taborda en el mandibular, pero sobre todo vieron que a pesar de haberse partido el cuello del yirsovio a la altura de la segunda cervical, en vez de sangre, del agujero en la nuez salía aceite lubricante y asomaban dos cables. Para que conste en el juicio que se sigue por fraude en el deporte y corrupción contra Poseidón Piloso Futbol Club. Bruneldo Ktrublitz, árbitro BIVC.
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JUEGO DURO Daniel Alcoba y Lucila Adela Guzmán Argentina El lateral derecho pateó un centro insidioso, alto; cambió el juego al flanco izquierdo. La pelota buscaba al delantero más escurridizo y eficaz, un kurdo lagartija. El balón se elevó a la altura de la muralla de seguridad. Y entonces vimos el misil de crucero descender hacia nosotros. A unos mil quinientos metros de altura estalló como una flor, o más bien como una piñata, que activó una docena de misiles más pequeños, cada uno de los cuales buscó su blanco: las garitas de los centinelas, las antenas de comunicaciones, el acuartelamiento de la guardia armada del penal… Nosotros seguimos jugando, corriendo tras la pelota como si en ello se nos fuera la vida. El partido se había puesto jugoso, gambetear sorteando los cadáveres enemigos le había dado al evento un toque especial, hasta que las vísceras amontonadas nos incomodaron y no tuvimos más remedio que suspender… ¡Maldita guerra!
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EL PARTIDO INFERNAL Donato Altomare Italia En el medio del camino de nuestra vida… Todo comenzó cuando Dante encontró a Virgilio en la selva oscura y le pidió que participara del juego. Dante, sabiendo que estaría Beatrice, aceptó de inmediato. Aquí Belfagor hablando desde el Estadio Bolgia. Hermoso día, con densos nubarrones. Las formaciones: Virgilius: 1) Beatrice, 2) Ugolino, 3) Ciacco, 4) Anastasio papa, 5) Homero, 6) Parménides, 7) Judas, 8) Farinata, 9) Dante, 10) Cavalcante, 11) Virgilio. Menotauris: 1) Proserpina, 2) Medusa, 3) Flegias, 4) Lucifer, 5) Minotauro, 6) Cerbero, 7) Caronte, 8) Plutón, 9) Satanás, 10) Orfeo, 11) Gerione. Árbitro: Minos. Espectadores: casi todos los habitantes fallecidos de la Tierra. Tras el habitual intercambio de ofensas entre los capitanes, el juego comienza. Lucifer se abre paso hasta la defensa adversaria y llega frente a Beatrice que, ostentando una dulce sonrisa, lo eleva y salva. Dante asiste a Homero para el cabezazo y golpea la cabeza de la Medusa; le colocan inyecciones antiveneníferas. Cerbero, a los quince minutos de juego, roba la pelota, asiste a Gerione pero éste queda en posición adelantada. Minos lo advierte y cobra falta. En el minuto veinte
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lanza el balón Ciacco, Parménides está solo en el área, piensa que no la va a alcanzar y titubea. Entra Cavalcante al área como una saeta. Proserpina impide el gol y manda la pelota al corner. El árbitro, enamorado de Beatrice, viendo el peligro que significa Caronte, cobra una infracción inexistente. Caronte se enfurece pero Virgilio le dice: “Caronte, no te aflijas, hubiera querido estar allí donde se puede lo que se quiere y no pedir más.” Termina el primer tiempo y Ugolino mordisquea la pelota. 2ndo Tiempo Plutón le lanza la pelota a Satanás, gritándole: ¡Papè Satàn, Papè Satàn aleppe! Satanás cabecea y atraviesa la pelota con los cuernos. Al minuto doce Flegias rellena la esfera con estopa y se la lanza a Orfeo, pero se apodera de la bola Giuda que corre hacia su propia meta. Beatrice salva nuevamente. A los treinta minutos Minotauro, irritado, fuma por la nariz. Minos lo amonesta, ya que está prohibido fumar en el campo. En el minuto treinta y cinco Satanás, ayudado por la tormenta infernal, abruma la defensa y patea en el área. Beatrice evita el peligro. Por la lateral Virgilio pasa el balón a Dante, quien marca el gol con un disparo desde treinta metros y luego se desmaya. Dante y Virgilio son echados del Infierno y arrojados al Purgatorio.1
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Título original: “La partita infernale”. Traducción del italiano de Ana Caliyuri.
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SÍNCOPE Martín Alvarado México Un penalti se marca al final del partido, el jugador número 9 se prepara para sentenciar la gloria o la derrota; retrocede tres pasos, levanta el pecho, toma aire, exhala, mira hacia las gradas y se pregunta: “¿Por qué me observa toda esa gente? ¿Qué hago aquí? ¿Quién soy?” El 9 sólo escucha ruido… la rechifla.
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MALDITO FUTBOL Víctor Jesús Alvarado Arzamendi México Todo iba bien hasta que, ¡tras!, se escuchó por enésima vez un pelotazo en el portón. Don Ponchito se levantó molesto. El balón cayó en el patio. ¡Maldita sea! ¿No entienden? Gritó molesto al recogerlo. El portón de la casa de Don Ponchito tiene la forma exacta de una portería; la calle es la preferida de los chavos, no transitan autos. Fue directo hacia el fondo donde había un cuarto oscuro. Observé con curiosidad. Era el cuarto de las pelotas, y yo que lo creía un mito. “¿Se encuentra bien?”, pregunté, aunque creo que está un poco sordo. ¡Vaya con el tesoro! Centenares de balones, bolas y pelotas desinfladas y polvorientas. Esa tarde le llevé unos discos de música clásica para pasarla tranquilos. No sé por qué odia tanto el futbol. “Eso de andar nomás por ahí como loquitos pegándole con las patas a un pedazo de aire cubierto de cuero, en verdad es una de las cosas más absurdas y estúpidas que existe.” Dijo ya tranquilo, antes de encerrar la nueva pelota en la covacha. Luego, regresó, se sentó, me destapó otra lata y continuamos disfrutando la melodía. No pasaron unos instantes, cuando justo en el clímax del concierto —si acaso el término puede aplicarse así, tan a la ligera cuando se habla de música—, cayó del cielo lo que parecía ser un misil teledirigido, justo en su cabeza, para rebotar directamente hacia el ventanal de la sala-comedor. ¡Crash! Añicos. Era un hermoso balón semi profesional, clásico, blanco y negro, cosido a mano; edición especial con escudo del Seleccionado. Creí ver fuego en su rostro. Más furioso por el golpe que por el desastre, vociferó con las manos al aire; “¡Maldito!, ¡Maldito sea el futbol!” Luego pateó el balón con todas sus fuerzas. “Está usted bien, don Poncho”, me brincaba el corazón. “Nada grave, muchacho,
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nada grave.” Entonces, para mi sorpresa, cogió el balón entre sus manos, lo vio fijamente y lo acarició. Me miró. Miró hacia la covacha. Se hizo un silencio. Igual a ésos que se hacen cuando no sabes si será terrible o insignificante lo que está a punto de ocurrir. Aventó el balón al aire, lo recibió con el pecho, lo bajó delicadamente y ¡puc, puc, puc!, antes de caer, lo levantó con el empeine, y luego con las rodillas comenzó a dominarlo. No es que me guste mucho el futbol pero me entusiasmé. El anciano volteó y me la tiró de frente. También yo hice algunas dominadas. De cabeza a cabeza, pase tras pase, comenzamos el juego. Por primera vez en años aquel tipo antipático se ponía contento. La alegría nos invadió. El ex jugador profesional de futbol de la Selección nacional de 1962, Alfonso “La saeta” Rodríguez, retirado en partido de semi por lesiones y fractura expuesta de rótula, tibia y peroné, realizaba suertes con su pelota. Acertadamente la dominó de nuevo y la bajó como un experto. Me hizo un túnel. Luego saludó a toda la afición y se dispuso a acomodar el esférico para lanzar un último tiro penal. Yo estaba nervioso. El público estaba expectante. Agarró la pelota. Hizo un cálculo. Se limpió la frente y con toda calma bajó el balón; lo acomodó encima de una escupitina. Respiró profundamente y se echó para atrás. Uno, dos, tres pasos. Volteó a ver a la afición que gritaba y aplaudía. Yo hacía de arquero y estaba dispuesto a todo con tal de parar el cañonazo. Don Ponchito avanzó con la determinación del matador. Acometió. Soltó un patadón certero. Un instante antes de que todos observaran como entraba el balón por la meta y gritaran al unísono ¡goooool! Don Ponchito, con el pie de apoyo, alcanzó a rebanar con sus tacos una impertinente piedrecilla muy redonda que lo hizo resbalar. Después del crujido, se hizo de nuevo un silencio.
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LA GLORIA Sergio Alvez Argentina Mi barrio. Las siete de la tarde. La gurizada jugando a la pelota en la canchita de tierra, aprovechando el último lustre de luz del día. Yo voy pasando hacia el kiosco. Patean al arco que da a la calle. Desviado. Ahora la pelota viene hacia mí. Es un lento viaje, pero el instante me da tiempo para predecir el recorrido y lo que sucederá: la pelota va hacia el charco por el que paso, explotará en sus aguas marrones, que me mancharán. Los muchachos reirán y yo por fuera también, pero por dentro, sabré identificar en ese suceso efímero la venganza de la pelota por haberme alejado tanto tiempo de ella. Por haber pasado de ser un jugador semi profesional, la promesa más vívida del barrio, a un sedentario observador de partidos por televisión. Ahí viene. Nada parece detener el bochorno. Se acerca. Correr puede ser peor. A bancársela. Pero de pronto, por alguna imperfección de la ley de gravedad, la bocha excede su itinerario, y viene ahora sí, hacia mi humanidad. La sorpresa es absoluta. Todos los ojos siguen la escena, expectantes. Viene. Arqueo el pecho hacia adelante. La espero sobre mi corazón, como un condenado a muerte espera el instante postrero. Llega. La mato con el pecho, y ella cae pegada al cuerpo, muerta, como si le hubiera dado un balazo. Se desliza sobre mi pierna y cae en mi empeine extendido. La arrullo con el pie derecho. La dejo yacer en el suelo. La piso. Doy un paso atrás, y le doy suave y encombada para devolvérsela al arquerito. Y sigo caminando, simulando que no escucho los aplausos, pero flotando en ese halo inexplicable que suelen llamar la gloria.
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HAMBRE DE PELOTA Octavio Aragão Brasil En la esquina, haciendo malabares, él es un dios descalzo, un rey o un artista. Los transeúntes aplauden, los autos reducen la velocidad para verlo, incluso los niños ricos con sus zapatillas de colores, los mismos que fingen no ver sus ojos ciegos cuando lo encuentran en otros escenarios, lo admiran y, en muchos casos, sonríen como si fueran viejos amigos. Se siente bien en la calle, haciendo que la pelota de cuero siga el mejor camino, entre las piernas, sobre la cabeza, apoyada en la nuca, gambeteando a invisibles adversarios, maravillando a la multitud imaginaria. Es una lástima que, por la noche, bajo la lluvia, escondiéndose de la policía, no le sea posible comerse la pelota.2
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Hartman.
Título original: “Fome de Bola”. Traducción del portugués de Sergio Gaut vel
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EFEMÉRIDES Jorge Aragón Argentina Para festejar el 10.000 aniversario de la creación del universo, Dios organizó las Olimpiadas Totales y Definitivas. Pero no le fue demasiado bien, no. En ajedrez, como nunca había jugado finales, fue vapuleado en todas las partidas por Garry Kasparov. Incluso perdió una en la que llegó a tener dama de más, ventaja que no supo aprovechar. En la final de futbol, el equipo de los ángeles (con Dios de guardavalla) fue derrotado 17 a 0 por el seleccionado de Todos los Tiempos, un equipo en el que jugaban Yashin, Maradona, Pelé, Messi, Obolongo y Chian Kai Check, entre otros genios del balompié. Ni hablemos de disciplinas como bala cuántica, jabalina relativista, disco gluónico, martillo de plasma y cien metros antigravitatorios con vallas. Dios, demolido por el sedentarismo, gordo y sin entrenamiento, sucumbió sin remedio en todas las pruebas. ¿Esto significa que el Hacedor de Estrellas no logró ni una medalla de oro? No, en absoluto. Dios se alzó con el primer premio en dados, y eso que, según afirmó Albert Einstein, nunca antes había jugado.
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EL CHANFLE Atzaed Arreola México Pronto sonará el pitazo, te toca cobrar la pena máxima. Que el sudor no se interponga al enfocar el ángulo. Entrégate al instinto, a la pasión. A tres dedos, una perfecta comba que el arquero no bloqueará con sus guates de espuma. Semicírculo, dejar presionado R, más x !, para que el control vibre en cuanto rompas el balón en la red. “¡Ya estuvo bueno, lárgate a recoger tu cuarto!” ¡No, mamá!, estaba… no, no, no desconectes la consola, ¡por favor! Cobro el penal y ya, es el último, ¿sí?, te lo prometo. Es que le voy ganando a Brasil, ¡mamá!, ¡no!
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EL APAGÓN Sergio Arroyo Costa Rica Apenas iban 13 minutos del primer tiempo cuando sobrevino el apagón. Primero falló la iluminación del sector norte del estadio y di por un hecho que sólo sería algo pasajero, pero casi de inmediato empezó a fallar la iluminación oeste. Nunca había escuchado que sucediera algo parecido en nuestro estadio y mucho menos en un partido internacional, aunque fuera amistoso. Los aficionados comenzaron a silbar y casi aullar insultos contra todo. Esperar tanto para ver a la Selección nacional jugar en casa contra el campeón del mundo y ahora esto. Pero no había tiempo de lamentarse. Todo se seguía oscureciendo conforme los demás sectores de la iluminación del estadio se unían al apagón, como una serie de piezas de dominó que sucumbían una tras otra por culpa de una fuerza desconocida. Los rivales empezaron a burlarse de nosotros. No entiendo una palabra de portugués, pero aquellas risas y aquella forma suya de hablar me dejaban claro que se estaban burlando de nosotros, y sentí rabia. Una sombra o un bulto se apareció de repente a mi lado. Me decía algo en portugués pero yo sólo atiné a alejarme. Alguien me quiso sujetar de un brazo, lo miré y no lo reconocí porque justo en ese momento la iluminación del sector este se terminó de apagar por completo. No podía arriesgarme a ser arrastrado quién sabe a dónde. En el desconcierto me llegó una señal de esperanza. Alguien me estaba llamando por mi nombre. No supe quién era, pero no importaba porque sólo uno de los nuestros podía saber mi nombre. Aquella era la prueba de que aún había
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forma de volver a reunir a nuestro equipo, lejos de ellos, que ya nos habían anotado un gol. No podía ser que nos ganaran en nuestro propio estadio, frente a nuestra gente. La vida no podía ser tan injusta. El apagón total nos encontró a los once reunidos cerca de nuestra meta. Al menos por aquella noche estábamos decididos a no dejarnos ganar, ni siquiera por Brasil.
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LÁGRIMAS Y FUTBOL Andrea Aspesi Italia Recuerdo cuando lloré por un partido de futbol. Tenía unos seis años y poco antes me había apasionado y decidido a cuál equipo apoyar; escuchaba por radio la crónica de los partidos de campeonato y un domingo en la tarde mi equipo estaba perdiendo el partido. Yo quería hacer algo, apoyarlos, dar mi contribución, por eso, al terminar el primer tiempo, recé a Dios: “Te ruego que los hagas empatar, por lo menos, y te prometo ser obediente.” No pensaba que aquello fuera un argumento demasiado frívolo para que Él se ocupase del tema porque se trataba de futbol y, entre los compañeros de la escuela, apoyar al propio equipo era una cuestión de fe. Se reinició el partido y comenzó mi ansiosa espera de la respuesta divina, pero pasaban los minutos, los pases terminaban fuera del juego, las acciones de ataque no llegaban al área penal, los delanteros de mi equipo no lograban siquiera patear al arco. Me pregunté el por qué de aquello y pensé: “Quizás en este mismo momento otro aficionado del otro equipo está rezando y pidiendo lo contrario de lo que yo he pedido a Dios. Quizás Él toma sus decisiones sumando y confrontando las oraciones y las buenas acciones de ambos.” Podía ser verdad que basándose en esa cuenta fuera correcto que mi equipo perdiese pero no me parecía justo. Cuando el cronista hizo su anuncio al silbatazo final del árbitro, lloré, y aún hoy me avergüenzo. Desde entonces han pasado los años y no sigo el futbol como
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entonces y tampoco voy a misa. Hoy, cuando alguien me pregunta de cuál equipo soy simpatizante, respondo: “Soy ateo.”3
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Zadra.
Título original: “Lacrime e calcio”. Traducción del italiano: Adriana Alarco de
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INSTRUCCIONES EJEMPLOS SOBRE EL ARTE DE NARRAR UN PARTIDO “CORTAZAREANA” Carlos Azar Manzur México “Harapos” Morales vuela por ambas bandas y no se detiene en lo absoluto. Cuando los rivales llegaban a jugar a Zacatepec sabían que el pasto crecido y el vapor de la selva los mataría. Pero no conocían los poderes sobrenaturales de los jugadores locales. Una semana antes del Mundial de 1990, un cronista frente al Coliseo de Roma confiesa: Definitivamente este estadio no lo terminan para la semana próxima. En la misma copa, el mismo autor dice en Florencia: Florencia es una ciudad muy bella con hermosos edificios coloniales. En los canales de televisión es cada vez más frecuente oír que el delantero recepcionó el balón. Como si recibir no fuera suficientemente certero para definir el gesto técnico de los delanteros actuales. Así como en los bancos se apertura una cuenta, en los estadios se recepciona un balón. Ángel Fernández gritó goles de veinte, treinta o cincuenta calles; Víctor Hugo Morales lloró con un gol cósmico; en Colombia aullaron el gol de la patria amada, en el Colombia 1 - Alemania 6, y Marcelo Araujo dejó un partido a medio terminar luego de un gran gol de Boca. En Radio Barcelona los goles de Pedro se celebran con la misma intensidad de un saque de banda; a Michael Robinson lo envían a Inglaterra de España cuando empieza a perder su acento británico; en Francia, cuando se emocionan, se oye La Marsellesa en la voz de los cronistas. Un comentarista joven llega a la cabina y el maestro experimentado le dice, “¿Qué horas son, joven?” “Las once, maestro.” “Dese cuenta que si yo digo por el
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micrófono que son las seis de la tarde, todo el mundo lo va a creer.” Así empezó su carrera periodística. Mata el balón, rasura el poste y cobra el córner con pierna cambiada. El poeta pincha un trozo de jamón y sonríe complacido.
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EL VERDADERO DRIBLE Ingrid Basto Szklo Brasil Aunque no entendiera nada de futbol, regresaba siempre con la camiseta de un equipo en la valija, a veces con un uniforme completo. Había traído la del Manchester, del Barcelona, del Porto, del Boca Juniors, del Peñarol, sólo para ver la alegría de su hijo: se abalanzaba sobre ella en cada llegada, antes de ponerse el nuevo regalo y salir driblando con sus botines por el entarimado de la sala. Esta vez venía de México. Él la rodeaba, en marcaje cerrado. —¿Cómo se llama? ¿Cómo se llama? Se esforzó. Culpable. Madre ejecutiva. ¿Y el temor? ¿El pánico por el día en que la recepción no fuera más igual de calurosa? Se acordó de los aficionados bloqueando el auto en un ambiente hostil, cerca de un estadio; del chofer precavido que la llevaba rumbo al aeropuerto, “Si nos pasa algo, somos...” —¡Chivas! —¿Pero, por qué se escribe “A-mé-ri-ca”? Pensó en cualquier Flamengo vs. Fluminense en el Maracaná y entendió el verdadero miedo del chofer.
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ÁNDEME YO PRUDENTE, Y RÍASE LA GENTE Pablo Brescia Argentina Líber Prudente existe (búsquenlo por Internet). Quizá tan inverosímil como su nombre sea la historia que me contó. Soñé —dijo— que dirigía la final del Mundial 2014 en el Maracaná. Habían llegado Brasil y Alemania. Salimos al campo de juego, continuó. Quizá fue el sol, quién sabe. Lo cierto es que luego de los minutos de estudio correspondientes, Neymar, listo para convertir, detuvo la pelota junto a la raya de gol y comenzó a hacer paredes con Hulk en retroceso hacia su propio arco. Los alemanes aprovecharon y robaron la pelota; el turco Özil lanzó un centro y cuando el rubio Müller se aprestaba a cabecear, hizo flotar el balón sobre su frente y comenzó a hacer jueguitos con la cabeza y luego las rodillas y los pies. Me di cuenta que ninguno quería hacer un gol —dijo Prudente sin asombro en su voz— e hice lo que mi nombre indica: los expulsé a los cuatro. Esto es un Mundial; esto es un juego serio, les grité. Los 18 que quedaban arremetieron contra mí y, de un solo tarjetazo, también los expulsé. La policía entró para sacarlos del campo a palazos. En ese momento —me dice— todo se detiene: el negocio; los contratos; la fiesta malograda. Paro la pelota. Veo que el camino hacia el arco está despejado y comienzo a gambetear en esa dirección. Por el rabillo del ojo veo que fanáticos, estridentes comentaristas de televisión, jugadores, policías y la presidente de Brasil me están persiguiendo. Apuro la carrera y entro al área; planto la pierna izquierda y suelto la derecha. El sueño dentro del sueño se está por cumplir: hacer un gol en el Maracaná. Lanzo el tiro, pero me resbalo; le doy mal a la pelota, que se va a un metro del poste derecho. Me caigo y muerdo el pasto, que me sabe a polvo, se queja Prudente.
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Y me despierto. Sentados el uno frente al otro en un lugar que no debo identificar, miro otra vez la casaca blanca de Líber Prudente (los árbitros ya no usan negro). La franja verde sigue ahí y me pregunto si los sueños sueños son.
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POR PENALES Alejandra Burzac Argentina Fueron sólo cinco segundos entre el silbato habilitante y el gol descalificador. Un parpadeo. Todo un país se sacudió en ese movimiento de cabeza que iba de izquierda a derecha, casi automático del goleador antes de que el célebre 10 llevara sus manos a la cara para ocultar la frustración que se transmitía en directo a todo el mundo.
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ÉL
Ana Caliyuri, Tanya Tynjälä, Eduardo Poggi & Cristian Cano Argentina, Perú/Finlandia, Argentina, Argentina Siempre me obligan a repetir lo mismo. Te lo cuento porque me estás preguntando. El vestuario estaba lleno de fotos, plaquetas y sentencias grabadas con fuego; imaginá lo que quieras; no hubo ni habrá otro como él. Cuando la gente lo veía entrar al campo el rugido era descomunal. Usaba una banda negra en el brazo; se persignaba y cortaba un poquito de césped. Después empezaba la transformación. Con él al lado no había miedo. Con él en la cancha la victoria estaba cerca. Yo esperaba, como siempre, sentado en el banco de suplentes, que alguna lesión o expulsión cayese sobre él. La única oportunidad de reemplazarlo estaba en alguna de esas dos opciones. Me sentía envejecer a pasos agigantados. Encima, él pateaba bien con ambas piernas, en cambio yo soy un zurdo nato. La noche del veintitrés de septiembre fue inolvidable. El técnico me llamó y me dijo que calentara, que iba a entrar y que jugara triangulando con él. ¡Yo, en un puesto donde nunca había jugado y al lado de él! Faltaban diez minutos, empatábamos, y para clasificar debíamos ganar. Me temblaban las piernas, los tapones me atornillaban al pasto, me faltaba el aire, y todavía ni siquiera se había reiniciado el partido. Entonces, él se acercó a mí, me pasó la mano por el pelo, y me habló en el oído. Y de pronto nos encontramos en la cancha, pero yo estaba allí sin estar. Me veía jugar como sentado en primera fila. No controlaba mi cuerpo, “algo” lo hacía por mí: lo que sea que me había susurrado al oído, había servido para poseerme, nuestros movimientos sincronizaban perfectamente, servían a su objetivo. Así logró los dos goles con los
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que triunfamos. Siempre lo repito; no hubiera creído que algo así pudiese suceder, hasta que pasó.
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PATADAS José Pablo Camarena México Tengo el balón en mis manos. Prefiero no despejar porque puedo romper alguno de los focos que quedan en el estadio. Deslizo el balón con mis manos terrosas entre la columna y la maceta de barro que ya tiene una grieta hecha por un tiro chanfleado en la final de la temporada anterior. Recibo el pase y levanto la cabeza para evitar al oponente hecho de piedra y a la jaula del perico “Pepe” que apoya a mi equipo siempre y cuando le deje algunas semillas antes de empezar el partido. Filtro el pase que rebota en un adoquín suelto y mi papá le vuelve a gritar a mi mamá porque él tiene muy malhumor y ella mucha paciencia, pero yo imagino que es el director técnico que me exige un mejor pase con la zurda. En la media cancha hago un drible, dos, tres y esquivo el tinaco vacío que ahora sirve de jardinera para unas flores muertas que ya ni huelen a flor. Me barro para salvar el balón que ya se iba para la esquina donde se hace un charco eterno y hago una pared con el muro de ladrillos en el que puse mi nombre con gis blanco y en el que están los últimos marcadores de los últimos encuentros. El director técnico vuelve a gritar. Piso la pelota y doy un giro para quitarme de encima la fuentecita y la constante imagen de mi madre llorando. La portería ya está enfrente, sólo tengo que acercarme un poco más e intentar no hacer mucho ruido. Adelanto la pelota, ya todo quedó atrás, estoy frente al portero y nada más tengo que esquinar mi disparo pero el miedo me gana y mi tiro sale desviado y pega en el bote de basura que rebota al caer e invade mi campo de juego. Y ahí viene el director técnico, furioso porque fallé el gol del triunfo, con su cara desencajada y la mano en el aire pero yo lo entiendo, era una jugada sencilla y la dejé ir. Ya siento el regaño, los golpes, los gritos, pero yo sé que
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eso me hará un mejor jugador y sé, también, que el futbol siempre te da otra oportunidad, una oportunidad para escapar, para correr lejos, para irme con mi mamá y con el perico “Pepe” a jugar a otro equipo, a jugar en otro lugar, en una cancha mejor, pero tengo que seguir entrenando. Tengo el balón en mis manos.
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ALZANDO EL TROFEO Héctor Carreto México Jamás ganó un título de goleo ni fue campeón con ningún equipo. Sin embargo, ya retirado de las canchas, en el bar nadie le gana en levantar tantas copas.
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ACERO David Chávez México Dejaron en fuera de juego al menos a tres cuando, de acuerdo con la estrategia que habían planeado la víspera, salieron todos en línea. Parecían jugar en conjunto, cubriendo unos el lugar de otros, e iniciaron el contraataque desde los linderos de su propia portería. En el avance, uno de ellos quedó lesionado luego de una entrada artera del rival, que hacía todo por contener a la delantera. Aun así, las acciones continuaron. Recompusieron el ataque tras un obús que cruzó el campo y que un rival detuvo con el pecho. La recuperó cerca de la media luna: estaba inmóvil, quieta, como si descansara sobre el césped. Avanzó llevándola muy pegada a él, gambeteando entre los defensores, y cruzó corriendo hasta meterse en zona de peligro. Cuando vio salir al arquero le disparó una saeta a quemarropa, dejándolo fuera de combate, sin nada ya qué hacer: la meta lista para ser vulnerada, como efectivamente ocurrió. Entonces todo terminó. Salió a festejar con su gente hasta el otro día, una vez que la hubo acomodado entre las redes. Y así fue como, en resumen, Menelao recuperó a Helena de Troya y nació un clásico de clásicos.
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GRAN FINAL Víctor Lorenzo Cinca España A Ana Vidal Empieza el encuentro. Mi mujer avanza por el lateral derecho del pasillo y cuelga una pregunta envenenada al borde del área chica —¿otra vez partido?—, entre el sofá y las cincuenta pulgadas de plasma. Por suerte estoy bien colocado en los cojines y puedo despejar de puños con un cariño, por favor, que es la final. Atrapa el rechace, regatea mi mirada lastimera y dispara a puerta su peligroso vamos, hombre, que nos eliminaron en cuartos. Atrapo en dos tiempos —da lo mismo que no juguemos, es un partidazo— y pateo el balón con rapidez a campo contrario, para salir al contraataque, con un desesperado ayer ya vimos una película, cariño, ¿no te acuerdas? Cabecea con rabia la pelota en el centro del rectángulo de juego, y una vez recuperado el control, triangula en la alfombra, esquiva mis monosílabos que no pueden impedir su avance y dispara a puerta un certero a la media hora ya roncabas, imbécil, que dobla mis manos y se cuela entre los tres palos. Uno a cero. Sin celebraciones, sin besos en el anillo, regresa a su campo a esperar el pitido final. Ni siquiera se gira para ver mi saque de centro: sabe tan bien como yo que la remontada es imposible.
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PUNTO FINAL Emilia Conclaire Chile —Es definitivo, no lo tomes mal, por favor —le dijo el DT. El “Chico Golazo” no dijo nada. Recordó cómo lo había elegido cuando era tan sólo un jovencito, las mañanas en que el entrenamiento fue más importante que cualquier otra cosa y el amor incondicional que se tuvieron hasta que apareció el jugador nuevo. —¿Y tus cosas? —Quédatelas… o bótalas, no sé —dijo el entrenador mientras los demás jugadores entraron al camarín— ¡Tenemos que concentrarnos! El partido de la próxima semana es vital para que entremos a octavos. Y tú, ¿por qué la cara larga? —le preguntó a “Chico Golazo” delante de todos. —Mi novia me dejó. —Esas cosas se pasan entrenando. ¡A la cancha!
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AFICIONADOS Rocío Contreras México Allí está, seductora, dispuesta a caer en tentación. Lleva las cervezas a la mesita de la sala. Deseosa de él, va a sentarse a su lado. Un comentarista anuncia el gol fallido del équido amarillo. Él grita al árbitro vendido, a los jugadores adversarios, como si del otro lado de la pantalla lo escucharan, rechaza cualquier caricia. Y la ovación por los adversarios crece. Contentarlo con besitos es poco. Ella le ofrece su cuerpo sin esperar el término del segundo tiempo. Resistido a todo encanto, continúa viendo sin parpadear el desenlace del juego. El marcador apunta: América 1 / León 2. Ella también llora la derrota.
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AMAGUE Emanuel Corona México Los aficionados al futbol no olvidan al árbitro que estuvo al tanto de los hechos en la final de la Copa del Mundo de 2010. La acción por la que se le recuerda se debe a no haber expulsado a De Jong, jugador holandés quien golpeó el pecho del volante de contención de la “Furia roja” con una patada al puro estilo del personaje Kurt Sloane, en Kickboxer. Se comenta que cada que los ibéricos encuentran al colegiado lo asustan pretendiendo lanzarle una patada de muay thai, pero todo termina en una simulación que hace imaginar a un curioso perrito que alza la patita para orinar al silbante.
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EL REPARADOR DE SUEÑOS María Ester Correa Dutari Argentina Todos los días paso frente a su figura encorvada, él está allí, sentado en una cuneta, con cualquier estado del tiempo, rodeado por agujas, hilos, parches, pegamento, punzones… Cuerpo avejentado, pantalones descoloridos, remeras rotas, calzado derruido. Cara surcada por grietas del tiempo y la fatiga, pelo encanecido cubierto por una gorra de futbol. Cigarrillo pegado a los labios. Moreno por rayos solares y heladas. Manos huesudas, cortajeadas, percudidas, uñas rotas, amarilloamarronadas del tabaco. Imagen de ternura, pasión, soledad y la vieja bicicleta. Su entorno es el mundo, los autos, la esquina, la cafetería, los transeúntes indiferentes y yo… En ronda, ellas las pelotas, esperan ser arregladas cosiendo en forma artesanal cada uno de los pelotazos tirados a la luna, las broncas de los penales errados, las lágrimas del partido perdido, la recibida en navidad, el “fulbito” de la canchita de la villa. Ninguna de mundiales, marcas, o famosa, ni “La tango” del 78. Son las que guardan sueños de pibes descalzos, la de los que corren con botines gastados, y no se quedan un sábado en casa, la de mocosos que apenas caminan, no saben hablar, mas sí darle contra la pared, la de los que le pegan, pegan, hasta la cabriola, la de padres que ven un Messi o Maradona en sus chicos. Las toma con amor a los sueños hechos balón, las piropea, silba, canta, acaricia, acomoda en el suelo, las lustra con grasa derretida. Vienen de lejos a buscar al reparador de sueños, de esa pelota que seguirá recibiendo patadas y manotazos, y terminará en un rincón triste y descosida. Hasta hoy, en ese lugar, que no es ningún negocio, sino un árbol de una esquina cualquiera, sólo es hasta hoy en que han dejado un cartel que dice: Aquí trabajaba el reparador de sueños.
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TECNO PURO María Ester Correa Dutari, Sergio Gaut vel Hartman y Héctor Ranea Argentina El Monumental estaba repleto de hologramas que simulaban un lleno total para los trividentes de todo el planeta. La final del campeonato Mundial de Futbol de 2026 estaba a punto de iniciarse y tanto Argentina, con su Maradona clónico, como Brasil, con su Pelé biodrónico, reclamaban para sí la gloria ahora que llegaban por fin a esta instancia. El primer ataque estuvo encabezado por Leo Messi, el superdotado, ahora, a sus treinta y seis, recauchutado con una milagrosa droga marciana. Pero su disparo demasiado violento y sin dirección, impactó en el bajo vientre del artero Pelé, estremeciendo a sus seguidores holográficos. Aunque el brasileño se recuperó de inmediato, sus distraídos compañeros vieron pasar al Maradona clónico que corría hacia el arco lustral a velocidades asombrosas, dispuesto a anotar el primer gol. Los inventores del “jogo bonito” no podían permitir que Argentina volviera a ganar como en el 2014. Para evitarlo se habían dedicado a explorar las mutaciones genéticas, evitando la aparición de los jugadores con pies cuadrados y sin habilidad para el “jogo bonito”. Así nacieron los biodrones, y en ellos confiaban para ganar, a pesar de que podían ser controlados, interceptados y neutralizados por las ondas de baja frecuencia del adversario. Y por fortuna algo estaba fallando en el Maradona clónico, que le regaló el balón a Pelé, quien comenzó a correr, pero hacia el propio arco; nadie podía detenerlo y entre los hologramas cundió el peor de los pánicos: lo absurdo mayúsculo estaba por suceder. El arquero brasileño preparó todo su sistema exobiológico para frenar el balón. Los siete tentáculos ópticos, las seis manos láser y el cerebro completo se concentraron en el posible disparo. Pelé, que como todos habrán imaginado, tenía
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el giroscopio averiado, concretó el gol en la propia valla, burlando la parafernalia defensiva del guardameta verdeamarelho. Fue un balde de agua fría para los torcedores, como el gol del ochenta y seis a los ingleses, el de la mano de Dios, aunque éste sería recordado como el de “la cola del diablo”.
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DESCONFIANZA CIEGA Ginés S. Cutillas España Somos un modesto equipo de futbol que entrenamos por las noches. Tan modestos somos que llevamos varios meses con una mitad del campo completamente a oscuras. En más de una ocasión hemos sido testigos de cómo arreglan los focos, pero siempre surge alguna nueva avería que devuelve ese trozo de terreno indefectiblemente a las sombras. No tuvimos más remedio que acostumbrarnos a entrenar en la parte iluminada. El problema surge cuando las pelotas extraviadas acaban en el lado oscuro y algunos jugadores van a buscarlas rebasando la frontera que traza la luz. Nunca más volvemos a saber de ellos: simplemente desaparecen, como si la negrura se los tragara. Perdimos de esta manera a casi todos los suplentes —los más fáciles de embaucar—, así que obligamos al club a comprar más balones para que, al menos, pudiéramos acabar los entrenamientos y convencimos al utilero de que cada mañana recogiera los que habían pasado la línea y los trajera de vuelta. Una noche nos quedamos pronto sin balones. Conscientes de que no había más ingenuos entre nosotros, decidimos dar por finalizado el ejercicio y comenzamos a retirarnos cabizbajos de la cancha, pero entonces ocurrió lo inesperado: alguien nos lanzó la pelota desde el otro lado. Perplejos, uno de nosotros la pateó devolviéndola a la oscuridad. A los pocos segundos estaba de vuelta.
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No tardamos en organizar los partidos de entrenamiento con nuestros compañeros desaparecidos. Les lanzamos petos azules y rojos para que se los repartieran, igual que hicimos nosotros a este lado, y montamos dos equipos. Desde aquí, nos limitamos a pasar el balón a la otra parte donde sabemos que ellos siguen con nuestras jugadas y esperamos, agudizando el oído, a que vuelva a aparecer para seguir nosotros con las suyas. Cuando oímos que gritan gol, los defensas de aquí lo celebran levantándose la camiseta y haciendo el avión. Estamos convencidos de que allí los delanteros hacen lo mismo. A veces, con la embriaguez del tanto, nos dan ganas de cruzar el límite para celebrarlo juntos, pero no nos fiamos: ¿por qué no lo hacen ellos?
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ATAJADA Marco Antonio Díaz México La maldita imagen del western de la noche anterior pasó por su mente justo en el momento en que necesita plena clarividencia. Se secó la frente y quiso secarse también el recuerdo con el mismo ademán, pero aquellos momentos proteicos lo alejaban de la escena fundamental. Se abrió de piernas como el vaquero del film, fijó su mirada hacia el enemigo, penetrante, se tiró del mismo lado en que el personaje sorteaba el balazo. Una multitud eufórica celebraba la hazaña.
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SÍNDROME DEL HINCHA FURIBUNDO Esteban Dublín Colombia Soy —para qué vamos a negarlo— una víctima del futbol. Cada vez que mi equipo pierde, muero. Hombre, pero no muero en el sentido del hincha tradicional que dice qué dolor, me quiero morir, sino que me muero de verdad, verdad. Mis amigos me suben a la ambulancia desde el estadio al hospital, ahí fallezco y luego mi madre tiene que correr con todos mis gastos funerarios. Así sucede cada vez que perdemos. Eso sí, uno o dos domingos después, cuando ganamos, me levanto de mi tumba, me quito el polvo y me voy a la cancha de nuevo. ¡Dale, Millos, dale!, grito al ritmo del tambor, con mi vida a la deriva de acuerdo con el éxito o el fracaso de mi equipo. No sé cuántas veces tenga que morirme de nuevo, pero por su economía, mi madre se ha unido a mis oraciones para que mi equipo gane un campeonato de una vez por todas y ahí, descansando en paz, sí quede bien muertito.
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LA ESTRELLA QUE NO BRILLA Samuel Durán México Rodrigo Klon, jugador de Sudamérica, llegó a jugar con el equipo más caro de Europa. Los primeros días atrajo la atención de los fans que asistían a los estadios donde se presentaba. No brilló como se esperaba y al paso del tiempo la afición le aventaba pañales con excremento, pues lo consideraban una mierda.
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EL HABILIDOSO Susana Duré Argentina Famoso fue el caso del futbolista uruguayo Hermes Washington Camacho. Hijo de un corredor de bolsa y una contorsionista profesional, se destacaba en la primera división de Peñarol por su agilidad, su impecable pegada y sus indescifrables gambetas. Con el número 10 en la espalda, era el capitán del equipo y el ídolo del público en general, y de los aurinegros en particular. Todos querían verlo jugar; a los diecinueve años era la mayor promesa del futbol oriental. En el cuerpo técnico de Peñarol, el club que lo había visto nacer, todos lo adoraban y destacaban su físico privilegiado: flexible como un junco, fuerte como una barra de acero y veloz como el viento. Aquel domingo se jugaba la final de la Copa de Honor, frente a Defensor Sporting. El partido estaba igualado en cero, sólo faltaban minutos para el pitazo final. Sacó el arquero; Hermes bajó el balón con el pecho, y en una sucesión de rápidos movimientos enganchó, con pelota dominada, de izquierda a derecha, giró, metió una espectacular rabona en la que no midió su fuerza… Y terminó hecho un nudo en el área rival. No hubo manera de desatarlo. Probaron los jugadores, los entrenadores, los utileros… Tampoco pudo su madre, experta en la materia. La cirugía no prosperó, los doctores no se animaron a meter mano. Agotados todos los medios, la única esperanza era Lily Montalvo, la famosa curandera charrúa. Lily se negó por razones poderosas: era fanática de Nacional. Intentaron convencerla por todos los medios, con halagos primero, con amenazas
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después… Pero no hubo caso, la curandera no quería saber nada con los clásicos rivales. El pobre Hermes no se resignó, y siguió ligado al club de sus amores, aunque ya no como jugador, sino como mascota. Sin embargo, nunca dejaron de insistir con Lily. Tanto le rogaron, que finalmente, dos años después, accedió a concederle un pequeño alivio. Le desanudó el pie derecho. Son muy pocos los que recuerdan a Hermes Washington Camacho por sus goles y sus lujos. “El Nudo”, como se lo llamó, quedó en la historia de Peñarol por alegrar los entretiempos haciendo jueguitos con su pie derecho. Y eso que era zurdo.
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PARUSÍA Alejandro Espinosa México Y Dios, aburrido, le dijo a todos los ángeles en el cielo, hoy es el día. Y los ángeles revolotearon y se precipitaron para preparar todo. El escenario lucía impecable, la gran alfombra roja se extendía por todo el desierto del Sinaí. La humanidad estaba enterada, cada señal había sido cumplida con precisión y maestría. El Apocalipsis sería una obra de arte brutal. Dios se ajustó sus mejores vestidos, iba desnudo, guiñó el ojo izquierdo a Lucifer y luego le dio un tirón de cola. El cielo se tornó carmesí, luego como un gran ojo de luz Dios y todo su séquito, ángeles y secuaces, descendieron. No pudo sentir lástima de sí por no experimentar la sensación de vértigo que acompaña al descenso. Aterrizaron sobre la alfombra roja, el humo se disipó y no vieron a nadie, ni un alma, nada. Desconcertados giraron sobre sí como giroscopios delirantes. Dios abofeteó a cuanto ángel pudo. Tomó el revólver de cristal con el que destruiría la muerte y dijo: “Hoy liberaré al hombre como tenía que haber sido desde el principio, como lo había pensado.” El revólver, trémulo, en su sien vaciló, un ángel que venía de con los hombres le susurró al oído: “Sucede, Padre Todopoderoso, que hoy hay futbol.”
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FUTBOL CON CABEZAS Jorge Etcheverry Chile El título de la nota acompañaba unas fotos de unos mujaidines que jugaban al futbol con cabezas humanas en algún país del Medio Oriente, no me fijé bien. Yo me levanto temprano, veo las noticias por el internet todas las mañanas, incluso domingos y festivos. Me gusta mantenerme informado. “Futbol con cabezas humanas”, a quién se le hubiera ocurrido, pensé divertido cuando salía para ver el partido, ya no tienen qué inventar. Yo me levanto temprano aunque sea domingo. Me paso el día tranquilo, descansando, que bien me lo merezco aunque el fantasma del lunes ya empieza a asomarse a medida que avanza el día. Así se me va la tarde, tranquilo en mi casa, los rumores del día me llegan apenas mientras reposo adormilado esperando la hora del partido que miramos con mis amigos aquí cerca en un restaurante donde todos tomamos cerveza y le hacemos barra a nuestros equipos. Yo tenía mi gorra puesta con los colores gloriosos que todos conocen, que para qué voy a nombrar, el campeón del año pasado en la primera división, que en este torneo decisivo televisado a los cuatro puntos cardinales no se demoró el abrir el escore apuntando el primer gol a los pocos minutos de iniciado el primer tiempo, tomando totalmente por sorpresa al guardametas del campo contrario. Las galerías vibraban en celebraciones y banderas, se levantaba un rugido jubiloso del campo deportivo y naturalmente me levanté de la silla y de pie lancé unos vivas y hurras hasta que una botella se me estrelló en la cabeza, ya no me acuerdo más.
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MOTIVACIÓN F. Köller Argentina "Vení, vení, pibe "dijo Roberto elevando el tono—. José levantó la vista en dirección al DT y dio un par de pasos para acercarse. Roberto pasó su brazo por sobre el cuello de José y comenzó a hablarle al oído. "¿Vos sabés cuánta gente hubiera dado lo que sea para estar en tu lugar, nene? "José elevó las cejas y sin pronunciar palabra hizo un gesto de aprobación. "Mirá la gente, mira las caras en la tribuna. ¿Vos sabés lo que significa este momento en sus vidas? En esa red está la gloria, y la gloria se te apareció como un ángel que ilumina la noche. ¿Vos te creés que a cualquiera le pasa? Ni te imaginás lo que hubiera dado yo por tener enfrente una oportunidad como ésta. José deslizó su lengua por encima de los labios, como si se estuviera relamiendo, giró la vista hacia el arco y respiró profundo. "¡Dale, nene! "dijo Ricardo mientras le aplicaba un par de palmadas en el lomo—. El pibe comenzó la caminata que además de unir el círculo central con el área, se transformaría en el pasaje que sellaría su historia. Mientras fijaba la mirada en las caras de los hinchas que esperaban ansiosos detrás del alambrado, recordó una a una las palabras de Ricardo. Acomodó la pelota con paciencia. Por un momento se imaginó colgado del alambre ahogado en un grito de gol. Una sonrisa se le dibujó en el rostro mientras daba tres pasos para atrás. Tenía sólo diecisiete años. Un sonido estridente sacó inmediatamente a José de aquel viaje mental. Estiró la mano izquierda para accionar el sistema eléctrico que abría la puerta de la ferretería.
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"Buen dĂa, adelante "dijo el anciano en un tono aliviado, como agradeciendo al cliente que le habĂa evitado volver a ver el final de aquella pelĂcula.
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LA MANO DE DIOS Rubén Faustino Cabrera Argentina Un inglés llega al Cielo (parece ficción, pero, obviamente, este cuento es ficción). Dios le da la bienvenida y le concede un deseo: —Pedí lo que quieras. —¡Oh, my God! ¿Lo que quiera? —Lo que quieras. Eso sí: no me vayas a pedir, por ejemplo, que anule la Segunda Guerra Mundial. —Entiendo, Señor, imposibles no. —¿Imposibles? ¿Imposible? Pero… ¿vos sabés con quién estás hablando? —Discúlpeme, Señor, yo sé que usted podría hacerlo. —¡Por supuesto! Pero… ¿sabés todas las cosas que tendría que reacomodar? Pedí algo que sea más simple. No tengo ganas de trabajar tanto. —Está bien, Señor. Lo que quiero es más sencillo. Quiero que anule un gol. —¿Un gol? ¿Qué gol? ¿De qué deporte? Especificá. —El primer gol que le hace Diego Armando Maradona a Inglaterra el 22 de junio de 1986, en el Estadio Azteca de México, a los seis minutos del segundo tiempo, por los cuartos de final de la Copa Mundial de Futbol 1986. —¿La mano de Dios? —La mano de Dios, sí. —¿Y qué querés que haga? —Que el árbitro vea la mano y no convalide el gol. —¿El gol de la mano de Dios? —Sí, Señor. El gol de la mano de Dios.
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—¿Vos estás loco? ¿Sabés toda la buena prensa que me dio ese gol? Después de las Cruzadas, después de la Inquisición, de la conquista de América, después de que dijeran que Dios ha muerto… —Pero, señor… ¿por la buena prensa que te ha dado ese gol no me concederías el deseo que me prometiste? ¿Ése es el motivo? —¡No! ¡Porque el gol de la mano de Dios fue hermoso! ¡Lo más hermoso que vi en mi vida! ¡Y eso que soy eterno, eh!
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FALTAN DIECISÉIS Y VAN CERO A CARO Daniel Frini Argentina Está parado en el centro del campo. Apenas participó en el partido. En el área del equipo contrario, la jugada es confusa para suponer un riesgo serio. El arquero toma la pelota y saca del arco con un derechazo imponente. La pelota se confunde con las luces del estadio, y pasa la mitad de la cancha. Alguien la recibe de cabeza, otro se arrastra y toca mitad pelota, mitad pantorrilla. Un compañero suyo despeja. Ve que la pelota viene hacia su zona. Sus músculos se tensan. El balón cae, suave, a tres metros por delante suyo. El arco está lejos, pero sólo se interponen un defensor y el arquero. Corre. Pasa la pelota de pie a pie. Un toque a la derecha y el defensor queda atrás. Ve al arquero que sale a achicar. No lo piensa. La emboquillada es perfecta. Uno a cero. El gol se recordará por siempre. Él ya es leyenda. El partido sigue trabado y nada cambia el resultado. El árbitro marca el final. La Libertadores es suya. El estadio se cae, todos corean su nombre. Invaden el campo, alguien lo levanta en andas, le arrancan la camiseta, los botines; las medias desaparecen. Le gritan, lo tocan, le pegan, le tiran el pelo. Lo adoran. Algún fanático arrancó el silbato del árbitro y empieza a sonarlo a unos centímetros de su oído; con mucha fuerza, hasta hacerse molesto. Gira su cabeza para buscar al cargoso, pero sólo ve manos que lo buscan. Su mujer pasa la mano por sobre él y apaga el despertador. "Apurate "le dice". Después llegás tarde y el “Mudo” te descuenta el presentismo.
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Mientras orina, recuerda que alguna vez, cuando era chico, tiró una emboquillada en el campito que estaba cerca de las vías, donde ahora está el corralón del Tano, pero el arquero era el gordo Pereyra, que le llevaba dos cabezas, así que la atajó sin problemas.
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LA GLORIA Leticia García López México Un equipo danza implorando a un dios ganar la contienda y ser alagado por el pueblo. El silbato suena. Los minutos transcurren. El juego en la cancha es una disputa. Los jugadores se paralizan al ver el balón suspendido en el aire. Las porras y los gritos cesan. Los espectadores fijan la vista en el mismo punto. El marcado es 2 a 2. Meter el gol será la gloria para el mejor equipo. El Sol está en lo alto y no permite que un jugador dirija el balón hacia la portería del equipo contrario. Éste rebota en el antebrazo de su enemigo. Otro jugador aprovecha el movimiento y con un toque golpea el balón con el muslo. Los gritos rezumban por todo el estadio. El triunfo es irreversible. El perdedor se siente humillado, sale entre gritos y decepciones, mientras el sacrificio para las deidades está listo con la vida de los ganadores.
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LA MEDALLA Martín Gardella Argentina Mi abuelo Remigio encontró una extraña medalla oxidada, perdida en el fondo de un viejo cajón de gaseosas. Le sorprendió tanto el hallazgo, que decidió convertirla en su amuleto personal. Se encargó de limpiarla hasta sacarle brillo y luego la colgó de un clavito, sobre la puerta de acceso al patio de su casa. Cada fin de semana, previo al partido de futbol de su querido Gimnasia, Remigio se paraba sobre una banqueta y besaba la medalla, para pedirle un resultado favorable. Si el equipo ganaba, era gracias al poder del amuleto, si no, era porque él no había sabido pedirle con suficientes ganas o porque algún fanático del equipo contrario, tenía un talismán aún más milagroso. Y así pasaron los años, alternando alegrías y decepciones, entre gritos de gol y llantos de tristeza, hasta el día de su muerte. Esta tarde, Gimnasia tuvo que enfrentar un partido decisivo, en el que estaba en juego su permanencia en la categoría. Debía convertir tres goles más que su rival y necesitaba, para ello, una importante dosis de suerte. A medida que pasaban los minutos, la difícil misión parecía convertirse en imposible. Lamenté que Remigio no estuviera ahí, para besar la medalla que produjera el milagro. Pero en tiempo suplementario, cuando el descenso parecía ser una cruel realidad inevitable, la pelota cruzó la línea de gol del equipo contrario por tercera vez, y el estadio vibró de incontenible alegría. Por debajo de mi gorro azul y blanco, con la mirada nublada por las lágrimas, me pareció ver a Remigio sonriendo a un costado de la cancha, con la radio portátil en la oreja, besando la medallita.
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MORIRSE NO ES MORIR Sergio Gaut vel Hartman Argentina —¿Qué insinúa? Yo no me voy a someter a sus manipulaciones. —¿Quiere seguir siendo la comidilla de las revistas —replicó el escritor sin vacilar—, un bufón para consumo de los idiotas? Usted tiene que morirse para empezar a ser feliz de nuevo como cuando brillaba en los campos de juego. Tiene que morirse de inmediato, antes de que empiece su declive definitivo. Como Gardel, como James Dean, como mucho antes Mozart y Rimbaud. Morir joven, en la plenitud, garantiza la inmortalidad. —¡Pero yo no me quiero morir! —No sea tonto. Yo manejaré su muerte. Morirá para el mundo de la gente común, para el mundo “real”. Pero seguirá viviendo en otro mundo. Soy el que vende los pasajes, ¿comprende? Algo así como la agencia de viajes. —No sé si lo entiendo. ¿Estaré vivo o muerto? —Coexistirá en ambos estados, no se preocupe. —El escritor abrió una puerta y el ídolo máximo del fútbol de todos los tiempos recibió el impacto del sonido, las luces y el humo. —¿Hay una fiesta? —preguntó. —Todo el tiempo —dijo el escritor—. Venga, le voy a presentar a Marilyn Monroe y creo que Ayrton Senna anda por ahí. —¡Dichosos los ojos! —exclamó Carlos Gardel llegando a la carrera para estrechar a Maradona en un abrazo—. Se hizo rogar, amigazo. ¡Si habré admirado sus gambetas!
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SIEMPRE NOS COMEMOS UN BIZCOCHITO Ricardo Giorno Argentina —Es el amanecer de tercer día —dijo el periodista, micrófono en mano y mirando la cámara—. La algarabía, el fervor, han dejado paso a una tensa calma. —A sus espaldas podía verse una… cancha de futbol parcialmente pintada con rojo y blanco—. La nave aún sigue allí. —Y levantó una mano señalando algo en lo alto. La cámara siguió el movimiento del brazo y enfocó un extraño artefacto, suspendido sobre el estadio, a poca altura—. Los rumores son innumerables, pero ya se descartó que fuese de alguna potencia extranjera. —Bajó el brazo y volvió a mirar la cámara, que enfocó su cara en un excedido primer plano—. Por lo que sólo nos queda la posibilidad de que la nave sea extraterrestre. Y aquí viene la pregunta del millón: ¿Por qué justo sobre el estadio de Argentinos Juniors? No creemos que… La imagen del periodista osciló, se oscureció y se perdió entre esos puntos saltarines, clásicos de la falta de señal. Dejaron de funcionar los televisores del mundo. Por poco tiempo. Un hombre, extremadamente flaco, sonrió, y la humanidad supo que los televisores volvían a transmitir. El extraño mostró dientes perfectos. Aunque el periodista anterior también los había mostrado. Sin dejar de sonreír, el hombre carraspeó antes de dirigirse a cámara: —Hemos decidido —dijo con voz perfectamente modulada— intervenir en el futuro de esta civilización. En nuestra intersección del espacio-tiempo descubrimos un futuro de extinción no sólo del mamífero superior, sino de toda
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forma de vida. Nuestra interposición será breve y concisa. Para ello deberá presentarse el señor Diego Armando Maradona y todos aquellos seres con los que tuvo trato directo. Repito: TODOS con los que tuvo trato directo. Luego de su exterminio, desapareceremos para siempre de vuestras vidas. Cada habitante de la Tierra escuchó la transmisión en su lengua materna. La comunicación fue cortada y la programación volvió a normalizarse.
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MIENTRAS FUTBOLIZO Valentina Gómez México Disfruto la derrota de mi equipo, festejo cada gol en contra, ¡cuánto placer me provoca ver lesionados a los jugadores de mi escuadra! ¡Hemos perdido! En el futbol se gana pocas veces. Por si fuera cosa menor, la pelota es cómplice de nuestras desgracias, ¡es una puta coqueta que siempre le sonríe al enemigo!
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EL ESTADIO EN LA DICTADURA David González México En el Estadio Colosal las tribunas y el terreno de juego están a reventar, lo abarrotan estudiantes y obreros, rehenes de la dictadura. Noche triste, la cancha se riega con la sangre de los cautivos.
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CUATRO PIEDRAS, DOS PORTERÍAS Isabel M. González España Para Kimal el futbol es algo más que un juego. Cuando corre con el balón entre sus pies, regateando a sus contrarios uno a uno, se siente fuerte: su autoestima crece hasta el infinito. En esos 90 minutos no hay límites, ni hambre, ni guerra, ni miedo. Nota su fuerza y su habilidad olvidando el dolor de sus pies descalzos en cada chute, el escozor de sus rodillas heridas en cada caída. En aquel improvisado campo de tierra de todas las tardes los capitanes eligen equipo. El primero en elegir se lleva a Kimal consigo, sabiendo que, de ese modo, su equipo ganará el partido. En los atardeceres de Sudáfrica, diez muchachos sin zapatos sueñan con goles y aplausos, con copas de papel, con unas botas de futbol.
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LA ÚLTIMA FINAL Fernando Gutiérrez México En el último Mundial el estadio lució vacío. Los gritos de los directores técnicos hacían eco en cada rincón del inmueble. Los aficionados aborrecían el juego defensivo que practicaba nuestra escuadra y el equipo contrario; ambas selecciones nos deshacíamos del balón a la primera, lo lanzábamos a la cancha rival buscando a nuestro único delantero. El esférico parecía una papa caliente, ningún jugador lo quería tener consigo, el partido se asemejaba a un encuentro de tenis: la bola pasando de medio campo a medio campo sin hacer daño alguno. El minuto noventa estaba por llegar y se avecinaban los tiempos extras; nuestro portero pateó la bola en un saque de meta, el rodante cruzó suave toda la cancha, parecía un objeto inofensivo, ascendió por el aire y bajó en picada como una águila y se metió por el ángulo derecho de la portería contraria justo antes de que el árbitro pitara el fin del encuentro; fue el gol más hermoso de todos los tiempos que ningún hincha festejó en el estadio. La selección contraria sacó los pañuelos blancos y aplaudió el acontecimiento. Y mientras alzábamos la copa, en un festejo solitario, por todo el mundo los mayores le contaban a los niños las jugadas mágicas de Pelé, Cruyff y Maradona.
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PINK FLOYD SOCCER Armando Gutiérrez Méndez México Saliendo de la escuela corrimos al campo. Me puse de portero, como siempre. La primera jugada y un gol, por en medio de las piernas; enseguida otro, con todo y finta. Me voy a reforzar la defensa. Me quiebran la cintura y por mi zona cae otro gol. A ver si adelante puedo pescar una. Rebano el balón frente al marco, el portero ya vencido. Nos retiramos molidos del campo, cada quien por su lado. Ha sido un partido agotador. Enfrente, esperando el camión, mi papá mira hacia otro lado. Después de cenar, sentados frente al estéreo, mi papá me dice que no sirvo para ese deporte. Chirria la aguja en el disco y se levanta para voltearlo. Es alto y delgado, seguramente cuando era niño también jugaba futbol. Desde mi cama escucho la música. Uno de estos días te voy a cortar en pedacitos, dice el monstruo que sale de la tierra, según mi papá. Pero yo me veo driblando contrarios en el mediocampo, aguantando leñazos y jalones de camiseta, y mandando un pase preciso a la cabeza de Fredi el goleador para que nomás empuje el balón a la puerta. Se escucha el viento en la canción, y el campo se va quedando sólo mientras nos alejamos abrazados hacia el sol que se esconde. Mañana será la revancha, espero que ahora sí me pongan de mediocampista.
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UN DIÁLOGO ESFÉRICO Alfredo Hermosillo México Justo en el momento en que, cigarro en mano, condenabas a todo futbolista al destierro, me disponía a preguntar si querías desvelarte conmigo para ver el futbol. Tú sabes, esa actividad enajenante en la que “veintidós payasos desindividualizados por uniformes de colorines, agitándose en el rectángulo de césped detrás de una pelota, sirven de pretexto para exhibicionismos de irracionalidad colectiva”, como dijiste, citando Los cuadernos de Don Rigoberto. Parece que la novela te gustó, porque, implacable, haces alarde de tu cultura literaria y te burlas del típico imbécil que “atornillado frente a la pantalla del televisor y amenizando el espectáculo con tragos de cerveza, cubalibres o whisky a las rocas, se desgañita, congestiona, aúlla, gesticula o deprime con las victorias o fracasos de sus ídolos, como corresponde al hincha antonomástico… descerebrado, cacaseno y subnormal”. Los varones aplauden de pie. Tus amigas aseguran, a viva voz, que todo fanático del futbol es un déspota barrigón y un amante descuidado. Envalentonada, arremetes con toda la fuerza dialéctica de los dos o tres prejuicios que aprendiste en la universidad: “enajenación de las masas”, “futbolistas y objetos de consumo”, “decadencia de la cultura”; haces cómplice a Borges en tu desprecio al futbol; nos recuerdas, con sarcasmo, que once millonarios representan a un pueblo de millones de muertos de hambre. Te adueñas del escenario. Eres brillante, luminosa, inteligente y culta, pero estás absolutamente equivocada. No lo diré. Esta victoria es tuya. De la pálida tumba que soy no saldrá ni una palabra. No mencionaré a Unamuno, Albert Camus, Beckett o Camilo José Cela. Tampoco las crónicas de Villoro. Me morderé la lengua y no diré que, a fin de cuentas, la
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filosofía puede ser tan enajenante como el futbol, tan absurda una cosa como la otra. Tan ilusoria la pretensión de la verdad como la pasión desbordada que hace sentir un triunfador, cuando gana su equipo, al pobre diablo que trajina todos los días con el arbitraje en contra. Al citar a Vargas Llosa, olvidas que el escritor peruano equiparaba al futbol con la literatura, pues ambas actividades, además de tener un fin común (fabricar ficciones y estimular la imaginación y la fantasía), escapan de la mecanización y de la lógica. Están, pues, en buena medida, regidas por lo inesperado, la irracionalidad y la creatividad. ¿Escandaloso, no? Digo, para los intelectuales enclenques que no son capaces de patear decentemente un balón. ¿No entiendes que se puede buscar el juego por puro placer, para defenderse de la banalidad de la vida, para ampliar los límites de la realidad por medio de la imaginación? No te gusta el futbol, vale, pero, por favor, no me confundas con esos vulgares panzudos que han claudicado frente al televisor. En fin, ¿qué más da? Ya habrá tiempo para discutirlo. De momento aplaudo tus palabras. Tienes el público a tus pies, pequeña diosa. Conozco ese brillo en tu mirada: Cuando ganas, demonios lúbricos te susurran que me ames con toda la lujuria que se concentra en tu pubis de fuego. No vine al mundo para contradecirlos.
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DOS NEURONAS Gonzalo Hernández Baptista España Mi mujer afirma que tengo dos neuronas y que uso ambas sólo para ponderar el valor de las pelotas. Yo me opongo y le digo que puedo contenerme, que no todo es poner un esférico en el centro del campo y Juan se la pasa a Luis, Luis abre banda por la derecha, recorta a un oponente, procede limpio, se acerca al área de peligro, este hombre es una locomotora, levanta la cabeza, qué pase señores, Germán lo ve y arranca en posición correcta, lo intercepta con el pecho, se zafa del defensa, sólo frente al portero, juega a engañarle... y el trueno, gol de Germán, gol de Germán, gol de Germáááááánnn.
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LAS REGLAS DEL JUEGO Bruce Holland Rogers Estados Unidos Nigel terminó de barajar las cartas. “De acuerdo. Las reinas rojas son aves…” Pero la mirada de Martin estaba puesta en la pantalla de televisión; Croacia iba al frente sobre Inglaterra, 1 a 0. Oliver no le prestaba atención a ninguno de los dos; en cambio, observaba a la chica que recogía los vasos vacíos. Kate miraba a Oliver. —Escucha —dijo Nigel. —Ya te oí —contestó Martin—. Reinas rojas. Kate se dirigió a Oliver. —Olvídalo. Ella no va contigo. Nigel echó las barajas sobre la mesa. —¿Puedo mostrarte? Las reinas rojas son aves, y cuando alguien pierde el primero que… —¡Dios! —exclamó Martin. Un gemido colectivo atravesó el bar. —¿Qué? —pronunció Oliver. —Nos hicieron un gol en nuestra meta. Gary Neville tocó hacia atrás para Robinson, y el imbécil de Robinson perdió el balón. Nigel alzó la mirada para observar la repetición de la jugada, y vio que el balón rodaba con delicadeza antes de cruzar la línea de gol inglesa. Eso fue verdaderamente patético. Y con un poco de suerte, el juego de Croacia depende de la fortuna. —¿Me pueden prestar atención? —Nigel deseaba enseñar lo que había descubierto al pleno del Last Drink Bird Head, un club de tragos, pub de apuestas y trucos de cartas. Lo que quería mostrar le vino como un sueño la noche anterior, y era algo que la gente debería recordar y decir: Yo supe que quien inventó eso era un
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habilidoso. Oliver, Martin y Kate pudieron haberlo dicho algún día. “Las reinas rojas…” —Quiero ir al baño —dijo Kate. Y se marchó. —Otra ronda —anunció Oliver. Se levantó y se dirigió a la barra. —¡Vamos Inglaterra! —Martin le gritó a la televisión. Nigel respiró profundo y exhaló. Sin que nadie lo tomara en cuenta, volvió a barajar las cartas. Después de todo Thomas Alva Edison, Charles Darwin, o Albert Einstein pudieron haber tenido noches como esa, noches de futbol.4
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Escobar.
Título original: “The rules of the game”. Traducción del inglés: Aldo Flores
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FABRICANDO ÍDOLOS EN TUBOS DE VIDRIO Daniel Jazar Argentina Año 2019. Desde el estrepitoso fracaso en el Mundial de 2014, disputado en tierras cariocas, cuando un casi inexistente Uruguay lo goleó 7-0 en el partido inaugural y lo condenó a no pasar a la segunda ronda, Brasil perdió sistemáticamente todos los partidos que disputó y sus jugadores no han podido marcar un solo gol en casi cuarenta encuentros. Los mejores resultados del seleccionado que supo ganar cinco copas del Mundo en ese período, fueron sendos empates en cero ante Filipinas y Palau durante la disputa de un cuadrangular en Tokyo, destinado a levantar el alicaído ánimo carioca. En el tercer partido del torneo, Brasil había sido vencido por Japón con un rotundo 4-0. Los macumberos y chamanes ya no sabían qué hacer. Se habían enviado vírgenes al corazón del Amazonas para obtener el guarijabay, la flor mágica que corta los fracasos. Se había apelado a genios de la informática que prepararon programas de idealización y optimización de recursos. Se habían reunido simposios de cantantes, poetas, músicos, arquitectos, dibujantes, escritores y cineastas, imaginando que en el caldero humeante de sus caletres podría hallarse una salida. Nada. El pueblo brasileño, deprimido, había visto descender la producción de las fábricas, las mujeres y los hombres desinteresados de la vida habían dejado de hacer el amor y ni siquiera por obligación, para no convertir al país en poco tiempo en un gigantesco geriátrico, los matrimonios lograban concebir un hijo. El sufrimiento había pasado a ser el signo. Colmo de colmos, algo jamás visto en el país, y con eso la suerte quedó echada: en 2020 no habría carnaval… La única luz de esperanza la encendieron un par de periodistas deportivos, quienes idearon, prepararon y ejecutaron un audaz golpe de mano que consistía en
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contratar a los tres mayores genetistas del mundo, proporcionarles un laboratorio secreto equipado con los últimos adelantos en materia de clonación y conseguir una variedad de células de Diego Maradona, a quien secuestraron durante algunas horas en su palacio de Villa Fiorito, tras ingresar con la excusa de que Brasil adoraba al técnico que había llevado a la Argentina al bicampeonato mundial tras vencer en las copas de 2014 —tras suplantar a último momento a Sabella— y 2018, y deseaban hacerle una entrevista. Los periodistas en cuestión terminaron presos luego del escándalo mayúsculo que produjo en el ánimo de cariocas, paulistas y gaúchos la noticia de que un holodiario había osado pasar el reportaje al somnoliento técnico argentino. Pero los genetistas, entusiasmados, siguieron adelante, y el 28 de diciembre de 2020 tenían tres clones de Maradona, perfectamente operativos y listos para ser sometidos a un proceso de crecimiento rápido. Los científicos, que no entendían nada de futbol, eran capaces, sin embargo, de imaginar a un Maradona de enganche y dos Maradonas de punta, recursos más que suficientes para devolver a Brasil al sendero de la gloria en los campos de juego. Pero el destino del país estaba sellado. Maradona 2 prefirió estudiar danzas clásicas, Maradona 3 se dedicó a experimentar con cuanta sustancia de diseño salía de los laboratorios de Burbank, Zürich y Dusseldorf y Maradona 4 entró al circo Burling Brothers y terminó siendo la estrella del espectáculo como Bachicha, el payaso equilibrista.
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MEMORIAS DE UN FUTBOLISTA J. Enrique Juárez Flores México Mientras Lugo Vásquez calculaba los trazos de un plano para la construcción de un centro cultural, se vio de pie en medio de un estadio repleto. No quiso reconocer que pertenecía al bando tricolor, a pesar de que les miraba a todos el trasero. Recordó que desde siempre había creído que faltaban detalles en el uniforme; si la referencia era la bandera, en el short se omitía el escudo nacional, pero si ni siquiera se permitía el del partido político patrocinador en los calzoncillos de su pugilista, menos un símbolo patrio a la altura más impúdica del cuerpo. Acaso, lo mejor que podía hacerse, era colocar un blanco en la nalga, debido a los constantes resultados. Dejó de divagar cuando un balonazo le despejó lo pensativo de la cara, provocando con ello un autogol. Por segunda ocasión volvió en sí, esta vez ante su mesa de trabajo; miró el recorte periodístico que daba cuenta de lo sucedido y el titular que decía: “Para ser futbolista, es muy buen arquitecto.”
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LAS CALCETAS Víctor Juárez Valencia México Fabricaron un par de calcetas con una tela especial para el número 7 de los Diablos Rojos, las empacaron y las llevaron en un vuelo particular hasta el país de la Mancha donde jugaba el star player; sin embargo, las calcetas no llegaron a su destinatario puesto que cayeron del avión por una ventanilla entreabierta y fueron a parar a las manos de un mendigo que no dudó en usar las prendas; la policía secreta dio con el trotamundos e intentó quitárselas, pero las calcetas se aferraban al hombre como una segunda piel, así que para poder recuperar las vestimentas decidieron cortarle los pies. La empresa patrocinadora lavó y renovó las calcetas únicas, pero no le quedaron al jugador número 7, quien decidió tirarlas a la basura mientras un miserable reclamaba una parte de su cuerpo.
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Medio tiempo
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EL TROFEO GOZA DE VOLUNTAD PROPIA Cuando un equipo obtiene la victoria contra todos los pronósticos es porque el trofeo elige al ganador. Eso lo supe cuando observaba con los amigos de la “Champion’s drinks” la vuelta de la semifinal de la Liga de Campeones de Europa entre el FC Barcelona y el Chelsea FC, en abril del 2012; los que contemplábamos el encuentro le apostamos al equipo catalán porque dominaba el balón con eficacia, su juego era una prosa que se extendía en un flujo de toques, retrasaba la intriga (del gol) como si se tratara de una novela escrita por Proust o Joyce, y considerábamos a los azulgranas con más ventajas para llegar a la final; ya que el encuentro se disputaba en el Camp Nou, su afición no dejaba de alentarlos, además la ventaja de los blues era mínima, de 1 a 0. El conjunto dirigido por Pep Guardiola descargó toda su artillería sobre sus adversarios, dominó el juego; sin embargo, en los tiempos de compensación, tanto de la primera como de la segunda parte, llegaron los goles de la escuadra inglesa y sólo con dos disparos lograron cesar el inmenso bombardeo catalán. A pesar de que los culés acorralaron a su adversario, y se impusieron por unos minutos arriba en el marcador, terminaron derrotados con un marcador global de 3 a 2. Los jugadores de casa se mostraron cabizbajos en el campo de batalla, su afición trataba de revivirlos con su cántico: “¡Ole le, ola la, ser del Barça es lo millor que hi ha!”. El Club Barcelona parecía un Prometeo encadenado, una escuadra que le había entregado un futbol luminoso a los hombres y que por ello recibía una fatal condena. El resultado estaba contra los pronósticos. Antes del encuentro se realizaron silogismos en la “Champion’s Drinks”, pero al final quedaron derruidos; se pensaba por ejemplo: –El equipo con buen futbol debe ganar los partidos; –El FC Barcelona es un equipo con buen futbol;
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–El FC Barcelona debe ganar los partidos. Los silogismos dictan la lógica, pero la lógica también tiene sus excepciones, y tal vez en lugar de decir “El equipo con buen futbol debe ganar los partidos” (que indica un hecho asegurado y que, sin embargo, en la realidad no llega a ocurrir, como en el caso expuesto) se tendría que cambiar el tiempo verbal “debe”, que se encuentra en presente del modo indicativo, al tiempo condicional, y de esa manera quedar en “debería”; es decir: “El equipo con buen futbol debería ganar los partidos”, y debería ganarlos porque sería lo justo; pero el futbol no entiende de justicia. Por ello, los comentaristas sorprendidos ante el resultado a favor de los ingleses dijeron: “Este es uno de los juegos que se gana cada diez años.” Pero a fin de cuentas la estrategia de atraer al enemigo, desgastarlo, someterlo sin luchar y acabarlo en el contragolpe, pretérita enseñanza de Sun Tzu revelada en El arte de la guerra, le funcionó al Chelsea FC; aunque por ello le valieran severas críticas al técnico Roberto Di Mateo, quien dijo que no conocía otro modo de jugarle al Club Barcelona; expresándose como el ingenioso Ulises, quien alguna vez le dijo al hijo de Peleo, Aquiles, en la épica Ilíada: “En la batalla nos ayudamos con lo que nos proveyeron los dioses.” Mientras que Pep Guardiola se lamentaba diciendo: “Le hubiera pedido a los muchachos que dejáramos de atacar un poco para cuidar el resultado cuando íbamos ganando”; pero, el antepretérito del modo subjuntivo no existe (en otras palabras, el hubiera no existe). No obstante, la historia estaba escrita y el Chelsea FC tenía que ser el campeón de la Champion’s League 2012. Un mes después de haber derrotado al Barça se metió al corazón alemán para disputar la final contra el equipo local Bayern Munich. Una vez más las apuestas no favorecían a la oncena visitante (¡pero ni pensar en silogismos!). En aquel partido tendría que intervenir la suerte, la casualidad, la ilógica, el milagro, el azar, el misterio y el destino. Los aferrados londinenses prácticamente jugaron con elementos suplentes ya que las tarjetas
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amarillas que sus titulares fueron acumulando en el encuentro de semifinales les impedirían disputar “La orejona”; sumado a ello, los ingleses tenían que enfrentar una sentencia que han llevado en la espalda, como un dígito en la camiseta, aquélla que dice: “El futbol es un deporte que inventaron los ingleses, pero siempre lo ganan los alemanes.” Y los blues cargaron con tal sentencia hasta el minuto 88, cuando su derrota estaba cerca: perdían el juego por 1 a 0 y un milagro los llevó a empatar en un tiro de esquina, que más tarde se descubriría que no existió; con un gol de cabeza llegó el empate y, después del alargue, el Chelsea FC obtuvo la copa al cabo de ganar la contienda en la tanda de penaltis. A tal resultado, algunos lo han llamado injusticia, como injusticia llamó el rey Pelé a la derrota de Brasil ante México, en la final de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, no podía creer que al equipo de Neymar y compañía se le escaparan tantas opciones claras de gol, y por si fuera poco el segundo tanto de los tricolores cayó después de que cobraran una falta ilegítima; para muchos ese fue otro caso que ya estaba escrito, así como en el Maracanazo, el que Obdulio Varela, capitán de la selección Uruguaya en 1950, recuerda que haberle ganado a Brasil en casa fue producto de la casualidad y de la suerte; suerte de la que habló Di Mateo al obtener la Champion’s League 2012. ¡Si alguien pudiera comunicarse telepáticamente con el pulpo Josh! Aquel crustáceo que sabía quién ganaría los partidos de la segunda fase en la Copa del Mundo de Sudáfrica 2010 y que con sus tentáculos parecía mover los hilos del destino, tal vez él nos pudiera resolver los misterios del balompié. Pero quizá el trofeo, como la sortija de poder en El señor de los anillos de J. R. R. Tolkien, tenga voluntad propia y de esa manera pueda elegir al campeón. De tal modo que se puede pensar que no gana quien mejor juega, sino que obtiene la victoria el elegido por la copa. A. F. E.
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ACCIDENTE ESPACIAL Mario César Lamique Uruguay Primero el golpe, el impacto contra la superficie de Marte, luego el calor de las llamas. Lograron salir, la nave se derretía por el fuego y Walter no se podía concentrar en otra cosa que no fuera ese penetrante, insoportable dolor en su cara. Sus ojos, que eran como dos nubes prontas a llover, no lo dejaban ver con claridad. Se sentían asustados y se presumían solos. —No tan solos —Enzo señaló a los que se acercaban, amenazantes. —¿Qué son? —preguntó Walter forzando la vista. Enzo dirigió la mirada hacia la nave casi destruida, luego la desvió hacia su compañero que, trastabillando, intentaba caminar hasta quienes se acercaban. —So-mos a-miiii-gosssss; veniiimoos en sooon de pazzz. —Habló deletreando, pensando por alguna razón, que si no conocemos cómo habla la otra persona, nos haremos comprender alargando las sílabas. Como respuesta, el líder de aquellos seres disparó directamente a la rodilla de Walter. —Venimos de la Ti-e-rraaaa —pudo decir el astronauta, herido. —¿Planeta Tierra? —preguntó el líder. —Sí, de… del planeta Tierra —contestó Walter, sin deletrear. Luego de un breve instante de silencio, que pareció eterno, el líder de los marcianos dijo: —Oh… ¿Tierra?… Maradona… Les perdonaron la vida, aunque quedaron prisioneros y cada noche deben contar alguna genialidad del 10, sin inventar ni repetir. En eso deben andar por
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estas horas, narrando jugadas, goles, tacos y hasta derrotas para poder estirar sus vidas un dĂa mĂĄs, una gambeta mĂĄs.
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FINAL DE JUEGO Diego Martín Lanis Argentina Caigo de un canasto metálico. Rozo a una compañera y llego al piso. Entra un jugador. Sin notarlo estoy en el aire. Cruzo el cielo. Impacto contra el césped. Cara dolorida y un gajo que cuelga. Estoy en manos de un arquero. Grito. No me sueltes, no lo hagas. Pasa su guante como si sacara lustre. Llegamos al vestuario. Ingreso a su bolso. Descanso. Tranquila. Hasta el próximo partido.
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AFICIÓN Mónica Lavín México Escuchamos a papá gritar GOOOOL. Si cuando niñas nos asustaba y luego nos acostumbramos, ahora corríamos al estudio sorprendidas. Había roto su silencio de varios meses. Desde su sillón gastado, repetía GOOOOL, aunque no había nada en la pantalla de televisión.
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UNA FINTA EXAGERADA Meddy Ligner Francia Al verlo la emoción se apoderó de mí. Ciertamente había envejecido, pero su famosa cabeza calva brillaba a la luz. No había concedido entrevistas en los últimos veinte años. Fabien Barthez me invitó a sentarme en su habitación y fue directo al corazón del tema. —Todo se precipitó aquel 12 de julio 1998. Antes de ese día maldito, yo era un arquero brillante: titular del equipo nacional, ganador de la Liga de Campeones con el OM. Y luego llegó la final del Mundial ante Brasil. Mi vida cambió en aquel maldito minuto 82. Todavía lo recuerdo perfectamente. Marcel me pasó el balón. Y entonces, ¿por qué no pateé con fuerza alejándolo del arco? Todas las noches me hago esta pregunta. Ronaldo se precipita hacia mí e intento driblearlo. ¡Qué disparate! Él tomó la pelota y sólo tuvo que empujarla para anotar el gol. Resultado final: 1-0 a favor de Brasil. Después de esta derrota me convertí en el paria, silbado en todos los campos de juego y hasta recibí amenazas de muerte. Mi nombre se convirtió en sinónimo de una enorme metedura de pata: la salida de Arconada, ¡aquí Barthez! Exiliado en el Manchester United, y luego en el Galatassaray de Turquía; nunca pude recuperar mi nivel. —¿Qué ha pasado desde entonces? —pregunté. —Dejé el futbol y abrí un bar en Marsella, pero de inmediato me encontré lleno de deudas. Mi familia me rechazó después de mi divorcio. Todo el mundo me abandonó. Hoy termino mi vida en este lúgubre apartamento que unos amigos me han prestado. —¿Ha pensado en lo contrario, que Francia ganó aquella final?
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—Muchas veces. Podríamos haber sido héroes… —Las lágrimas brillaron en su rostro y tartamudeó—. Ya escuchó lo que quería. Ahora déjeme. Ni siquiera me acompañó a la puerta. Con el corazón afligido, me fui. Sola.5
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Escobar.
Título original: “Le crochet de trop”. Traducción del francés de Aldo Flores
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FINAL Marcela Georgina López Hernández México Los últimos minutos de la final de una copa del mundo. En el campo, los integrantes de ambos cuadros sacan la casta para obtener fuerza del cansancio. En las gradas los aficionados de uno y otro equipo piden un milagro. Detrás de las pantallas de televisión, millones solicitan lo mismo. Un delantero toca el balón con la punta, éste parece estallar, se ha convertido en una nube de mariposas blancas y negras que se dispersan volando. Todos contienen el aliento mientras las miran alejarse, tienen la certeza de haber presenciado algo extraordinario, sin embargo, en el fondo, no dejan de sentir cierta decepción.
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ÍDOLOS Marcelo Luján Argentina Acordate cómo te colgaste del cuello de tu viejo en aquella remota tarde de un año que no viene a cuento mencionar. El invierno estaba lejos, sí: y tu mundo era un mundo ardiente que volaba cargado de realidades. Acordate del grito, del instante exacto en que viste la pelota inflando un costado de la red lejana. Acordate que lo escribiste —intentando ser ficción: pobre de vos— en un cuaderno ya perdido para siempre. Y que mientras lo escribías, volvías a ver una y otra vez la acción precisa y talentosa del jugador número nueve. El nueve más exquisito. Tu viejo tenía los puños apretados y en alto y todavía podía resistir los embates de tu cuerpo; y tu cuerpo todavía ignoraba que el tiempo se iba a encargar de que ya no puedas volver a hacerlo. Pero acordate cómo gritabas aquel gol inolvidable, cómo la gente saltaba de alegría porque claro, era un partido imposible en una cancha imposible y contra un rival que durante cuarenta y cinco minutos dio clases de cómo se juega al futbol. Acordate el color de las camisetas, del verde fluorescente que alfombraba el rayo de tu mirada. El baile había pasado y la garra todo lo puede. Baile y corazón. Corazón santo que bombea y bombea contra tantos diablos entregados inesperadamente a la derrota.
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EL WING Abel Maas Argentina Hay todo tipo de manías. La que caracterizaba a Américo C. era su pasión por ver los partidos de futbol no de frente, sino a un costado del televisor. Jamás se sentaba en línea recta al aparato, y cuando se transmitían partidos en los que jugaba su equipo, solía refugiarse casi pegado a una pared, de manera que prácticamente no podía ver lo que pasaba en la cancha. —Vení pa, arrímate. De ahí te perdés lo mejor —le dijo una noche su hijo Sebastián—. La advertencia se repitió muchas veces, hasta que una noche de octubre, aún se hacía sentir el frío, Américo C. confesó. —Si no lo marco yo al wing que juega pegado a la raya, ése que no sale en el televisor, ¿quién lo marca? Hay que sacrificarse por el equipo. —El hijo miró a su padre un rato largo y finalmente prefirió callar. Una tarde —se jugaba un partido internacional— el wing escapó en diagonal y con un zurdazo impresionante clavó la pelota en un ángulo. —¿Y pa? Ese hombre era tuyo —acusó Sebastián. —No, hoy me toca jugar de líbero, cosas del D. T. —aclaró Américo C. Desde entonces, Sebastián preguntó al empezar el partido. —¿De qué jugás hoy, pa? —Si mirás donde me siento te vas a dar cuenta. No conviene que sepan cómo formamos antes de entrar al campo —confesó Américo C. Hasta que una tarde terminó el partido y el padre cayó extenuado sobre la alfombra. —Quedé muerto, pero no se me escapó nunca —alcanzó a decir desde el
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suelo—. Fue el último partido que jugó. Ya tenía 59 años. Cuando se recuperó, le dijo solemnemente a Sebastián: —Desde hoy te encargás vos del wing —y lo obligó a sentarse al costado, mientras él ocupaba (por fin) el sillón azul.
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SUEÑOS Nélida Magdalena González Argentina Con los pibes jugábamos en el potrero del barrio, la inscripción en un club era costosa. En cada partido dábamos la vida, más aún si jugábamos contra el Club Rivadavia. Sin permiso de su entrenador, venían mostrando sus camisetas, botines y aires de grandeza. No nos intimidaban, el “Pelado”, nuestro delantero, era un genio. No pateaba la pelota, la acariciaba. Pocas veces nos ganaron, fueron las que él no pudo estar presente. Cuando practicaban, uno de nosotros se escondía en algún sitio, para escuchar lo que hablaban. Un día su entrenador los reunió para decirles que vendrían de un club importante a comprar jugadores. Yo estaba escondido en el baño, salí como tromba: —Jugamos contra ustedes —dije, sin importarme sus risas. Venían a verlos nada menos que de Vélez Sarsfield. Llegó la fecha esperada, nos presentamos temprano. Cada uno de nosotros con una remera blanca para distinguirnos de ellos. Yo tenía un sueño y estaba seguro que se iba a cumplir. Comenzó el partido, los del Rivadavia patearon primero. El mediocampista la pasó al delantero, corrimos detrás de él y le sacamos la pelota. La llevamos hasta su campo, el “Pelado” no pudo alcanzarla. El portero la tomó y pateó lo más lejos que pudo.
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Javier me la pasó a mí, encontré la oportunidad. Se la di al “Pelado”, que corrió como si se lo llevara el viento. Esquivó tres defensores, le pegaron un codazo pero siguió. De espaldas al arco y ya en el área chica, hizo un gol de media chilena. —¿Cómo se llama ese chico? —preguntaron los velezanos. —Es de un potrero, nada importante —respondieron las autoridades del Rivadavia. Llamaron al “Pelado”, mi hermanito, ante el enojo de los del club. A los diecisiete debutó en primera. Lagrimeé varias veces cuando la hinchada lo ovacionaba.
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EL VIEJO Gabriel Mejía Pérez México Su mirada refleja mucha preocupación, el sol le pega en su rostro de manera frontal. Pobre, muchos de los presentes tienen esa paradójica sensación de querer ser aquél y a la vez nunca estar en sus zapatos. Todos tenemos que enfrentar a nuestro destino, tarde o temprano, esa cita es ineludible, es segura y brutal como la muerte misma. Un día, yo también enfrenté a mi destino y lo vencí. Así como lo oyen, gané. A pesar de que nadie estuvo presente en ese momento, yo sé que le gané y eso me basta. Ahora le toca a mi sangre, a ése, mi razón de ser, mi cachorro, para eso lo preparé estos años de infancia y juventud, para eso y para más. El sol no le da tregua. Mejor, así se llenará de coraje suficiente para enfrentar a aquél, que tampoco le dará tregua alguna. Ya paró 2, le clavaron 2, y éste es el último y definitivo. “Uno más hijo, uno más”, le grito desde mi humilde banca. El pitazo, un pie, un balón y el llanto. Aquí termina el drama. “No se pudo. Ya será para la otra viejo”, me dice con cara desencajada, “para la otra”, mastico esas palabras que me saben a estiércol, porque igual no hay otra. Después de lo que me dijo hoy el médico, no creo aguantar un año entero para el siguiente torneo. Él sí que tendrá varias otras más, pero el viejo no más. No estaré gritándole que él puede, que él es mejor, que el futbol lo vale todo, pero eso no importa, es sólo la tristeza de un viejo encariñado con el futbol.
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CABEZA DE RATÓN Leo Mercado Argentina "El arquero es un pelotudo. Amágale a la izquierda y patéale a la derecha. Seguro entra como un caballo "me dijo el zaguero después de la falta. "¿Estás seguro? Mirá que tiene pinta de atajador "dudé. "Naaaaa, qué va. Seguro se come el amague "añadió. Cuando acomodé la pelota en el círculo, que aquí no era de cal como en la cancha del pueblo, miré al árbitro y calculé los pasos desde la línea de gol. Once metros exactos, pero que para mí parecían cien. Hice cuatro trancos hacia atrás, en línea recta a la pelota, y recién entonces levanté la vista. Juro que, con cada grito que provenía de las tribunas, el arco parecía achicarse más, al tiempo que el tamaño de ese arquero “pelotudo” se agrandaba inconmensurablemente. Así estuve. Segundos. Años. Pensé en la cantidad de penales que había metido en los torneos anuales del pueblo; pensé en todos los campeonatos en los que había salido goleador… pero aquí era distinto. Muy distinto. En la corrida, orienté el cuerpo hacia la derecha como para que el arquero se comiera el amague, pero cuando quise cambiar la postura cometí el error de mirarlo a los ojos y descubrir la certeza de que él sabía cuáles eran mis intenciones. Entonces pensé en cambiar de decisión. Pensé. Pensé. Pero con el peso del pie proyectado en el aire no es posible pensar. Creo que hasta sonrió, de brazos y piernas abiertas, diminutamente clavado en el centro del arco de siete metros treinta y dos centímetros de ancho, por dos metros cuarenta y cuatro de alto, cuando la pelota voló por el cielo con destino a la tribuna visitante.
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CUESTIÓN DE FE Juan Manuel Montes Argentina Sabíamos que hasta el Papa estaba de nuestro lado. Pero en el momento de los penales le pusimos tanta oración, tanto paternoster, tantas estampitas, tantas promesas, alaridos y ruegos que al otro día amanecimos con la sorpresa de que todas las montañas del país se habían movido.
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VIDA POSTIZA David Moreno España Se miró al espejo. Se quitó la peluca y los pendientes, limpió su rostro de los restos de maquillaje y guardó raudo y veloz los zapatos de tacón en el armario. Seguidamente cogió una cerveza de la nevera y se sentó en el sofá para poner un partido de futbol en la televisión. Su mujer estaba a punto de llegar.
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DE LOS ANALES DE LA INFAMIA Isaí Moreno México No es de olvidarse esa tarde aciaga, gris y cargada de presagios, en que el mariscal entró con un balón al campo que colindaba con la mísera panadería. Ya se había deslizado el rumor de que miembros de la Waffen-SS jugarían un partido contra los ucranianos del FC Start. Se dice que fue Mykola el primero en rehusarse al saludo nazi. Nazi era también el árbitro. Ya se sabe que ganaron los ucranianos pese a la trampa. También es conocido que Mykola fue el primero en morir bajo tortura por la sublevación. Los camaradas que sobrevivieron al campo de concentración, a la guerra y al olvido, relataron después que uno de los nazis trató de salvar la vida al jugador a cambio del balón con su firma, para entregarlo a su pueblo como prueba de los hombres valientes que conquistaba el Reich. Dicen que Mykola escupió la esfera, y la entregó diciendo que ésa era su firma. Dicen que al final, con sarcasmo, realizó el saludo nazi. Y caminó, sin que nadie lo obligase, por el pasillo de la condena.
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CONFUSIÓN Ester Nievas Molina España Salieron a la calle cientos de personas, chillando, ataviadas con los colores de su grupo. Hondeaban banderas en los balcones, en las puertas de las casas y en los cristales de los escaparates de muchas tiendas. Lanzaban a gritos consignas contra unos y a favor de otros. La masa, enfervorecida, era como una ola que lo arrasaba todo a su paso. Los camiones más grandes del pueblo avanzaban por la carretera cargados sus volquetes de jóvenes exaltados, mujeres y niños que cacharreaban ensordecedoramente sartenes, cazos y tapaderas de ollas. Los coches en procesión avanzaban lentamente uno tras otro con pitidos intermitentemente insoportables, sin miedo a las fuerzas del orden que se ubicaban en la casa de la esquina. Algunos, los del otro bando, no salieron por miedo, y se asomaban tras las rendijas de las persianas observando indignados el espectáculo dantesco de banderas y voces desaforadas. Los más jóvenes se arrancaban las camisetas ofreciendo su pecho descubierto y sudoroso a la causa del momento y se embadurnaban con pinturas de guerra la cara, los brazos, el torso. Las explosiones al aire acompañaban a una ruidosa excavadora cuya pala iba cargada con diez niños pequeños que gritaban vivas de triunfo. Podría haber sido la llegada de la Revolución, podría haberse tratado de la protesta de la clase media contra los temidos recortes, contra la desfachatez de
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Bankia, contra la enigmática prima de riesgo, contra el paro y la maldita crisis. Pero no, sólo era futbol, “panem et circenses”6.
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«Panem et circenses» «Pan y circo», expresión peyorativa de uso actual que describe la práctica de un gobierno que, para mantener tranquila a la población u ocultar hechos controvertidos, provee a las masas de entretenimiento de baja calidad. [Nota de la autora.]
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UN AUTÉNTICO GOLAZO Ernesto Ortega España Estábamos cabizbajos, como si ya hubiésemos perdido antes de empezar. Luis era el único que tenía un balón y no venía. Ya nos íbamos a marchar cuando Jonás tuvo la idea: “¿Y si jugamos sin balón?” “Tú eres tonto”, dijo Toño. “¿Cómo vamos a jugar sin balón? Tú sí que eres tonto.” “¿No jugamos a soldados sin armas o a espadachines sin espadas? ¿Pues por qué no vamos a poder jugar al futbol sin balón?”, argumentó Jonás. A todos nos pareció un poco raro, pero no perdíamos nada por probar. Así que echamos pies para hacer los equipos. Simulábamos que nos pasábamos la pelota, que la golpeábamos o que corríamos a buscarla, hacíamos como que sacábamos de banda y hasta nos tirábamos al suelo para que pareciese que nos la quitábamos unos a otros. Al principio nos costó un poco, pero enseguida le pillamos el truco. Era divertido. Cuando ya llevábamos un rato jugando, Jonás hizo como que la metía en profundidad hacia la banda y yo corrí a buscarla. Simulé que regateaba a Bernardo y, antes de apurar la línea de fondo, hice como si centraba. Ventura, que nos pasaba a todos dos cabezas, saltó dentro del área, elevándose por encima de la defensa. El portero se estiró como pudo para atraparla y cayó sobre la línea. Unos decían que el balón ya había entrado, otros que no. Después de discutir un rato, dejamos de jugar. Desde mi posición lo había visto claro. Fue un auténtico golazo.
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VAMOAJUARFUT Magnolia Itzel Ortiz Limón México Carlos Alfonso sólo podía esperar a que el sol se colocara en su coronilla para jugar futbol. Lo hacía siempre a la misma hora. Su expresión de convocatoria era “Vamoajuarfut”, que repetía cada receso a sus compañeros que apenas irían a celebrar los ocho años en algún verano próximo. No lo tomaban a broma. Era tan veloz como un murciélago hindú. En quinto y sexto año lo veían como un aficionado respetable. De repente, su capacidad lingüística se vio reducida a la frase “Vamoajuarfut”. Sus ojos comenzaban a lucir dispares. Con una beca deportiva logró ingresar al Tec de Monterrey. Dicen que una tarde, entre las clases de Economía y Negocios Internacionales, lo vieron salirse por una de las mallas de seguridad, que una de las púas le perforó un par de centímetros de piel; con una pierna caminaba, se arrastraba, y con la otra hacía dominadas, surcando un camino de arena por el lote baldío. Anocheció. Sabe Dios qué hará a esta hora, cada noche, a las 12 pm.
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ENTREVISTA EN LA CANCHA José Manuel Ortiz Soto México —Dada su capacidad para imponerse al jugador rival, se le considera a usted un sicólogo del marco. ¿Cómo le hace? —continuó el reportero. —Debe ser la presión que los hace errar el tiro. —Disculpe mi incredulidad, pero ¡al mismo Macho Sánchez, cinco veces campeón de goleo, lo he visto cagarse frente a su arco! El laureado guardameta negó meneando la cabeza, y se enfiló hacia el vestidor. El reportero se atravesó en su camino. —Una última pregunta… Visiblemente fastidiado, el Araña Negra comenzó a escupir al hombre del micrófono, que pronto desapareció bajo un capullo de hilillos blanquecinos.
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LA LEY DE LA VENTAJA Armando Oviedo México En la memoria de Don Ángel Fernández Los roces eran continuos debido al marcaje tan apretado. Pitó el árbitro. La enésima falta se cobró. Garcini tocó para Cacho Guzmán que corrió por la entre ala derecha, quebró a Damián justo en los linderos del área, se perfilaba para mandar el zapatazo cuando Urióstegui le clavó los “spikes” en los dorsales, destrozándole cualquier intención de abrir el marcador. El árbitro ni se inmutó y dejó correr la acción, considerando que inventaba de manera correcta una nueva ley de la ventaja.
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¿TODOS LOS JUGADORES ESTÁN EN LA CANCHA? Hermes Palma Argentina —¡Referí, si nos vuelve a cobrar en contra le estrello la pelota en la jeta! —gritó el arquero y le pasó el balón al cuatro, pero mirando al idiota del banderín. Este arquero loco, pensó el lateral, en vez de discutir, tendría que haberme entregado mejor la pelota. Así que se tuvo que esforzar para dominarla y pasársela al dos. El otro lateral, chueco, puso cara de malo por lo que el seis, luego de amagar un pase al centrojás, le hizo un túnel al chueco… que lo barrió, de puro resentido, sin importarle que era un compañero. Absurdo tiro libre sobre la línea media. El ocho pateó apurado y el envío cayó sobre la cabeza del árbitro. Todos se enojaron con él por no esperar: nadie había llegado al área contraria; siempre hace lo mismo, pensamos, cree que juega solo, que puede rifarla, es un morfón, y para colmo, el técnico lo considera el salvador del equipo. En ese preciso instante el enganche se llevó por delante a un defensor adversario antes de darse cuenta que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio. Foul. Él mismo ejecutó tirándole el balón al puntero, que inició una veloz carrera. Y aunque ese wing suele ser un relámpago sin control, ese día no alcanzó el pase, ni con viento a favor. Justo en ese momento un remolino desvió la bola y la puso en los pies del delantero central, quien corrió como estampida de pájaros, sin alzar la testa, hasta que un tirón en el abductor lo dejó patitieso… No importa, me dije, yo soy el escritor y no puedo perder este partido. Oí un coro de ángeles que vociferaba: “¡Que remate, que remate!”. Y rematé, metiendo este cuento ridículo en el ángulo superior derecho del libro, allí donde ni diez arqueros como Lev Yashin podrían alcanzarlo y desviarlo al corner.
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SUEÑOS Juan José Panno Argentina El sábado a la noche el delantero soñó que en el partido del día siguiente ejecutaba un penal y era gol porque amagaba y disparaba a la izquierda del arquero que se iba, engañado, hacia su derecha. El domingo, el árbitro cobró un penal para su equipo y el delantero, que tenía muy presente el sueño, amagó a la derecha y le dio hacia la izquierda del arquero, casi con displicencia, respondiendo a la premonición. El arquero, que se había volcado justamente hacia su izquierda, no tuvo que hacer mucho esfuerzo para detener la pelota. El delantero se quedó estático, azorado. La perturbación se multiplicó cuando el arquero, al pasar a su lado, mientras sacaba la pelota le dijo en tono burlón: “Los sábados a la noche me tiro a la derecha, los domingos a la tarde, no.”
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EL MÁS GRANDE Ernesto Antonio Parrilla Argentina El 13 de julio de 2014 cometí el error más grande de mi vida. Fue 2 a 0 contra Brasil y entre la euforia con mis amigos, los festejos en la plaza del centro, el exceso de cerveza y fernet con coca, salí convencido camino a lo de Esther a pedirle matrimonio. Llegué pasada las diez de la noche, con un pedo pa’ veinte. La muy turra se aprovechó de mi estado y dijo que sí, exultante de alegría. Para el otro día, lo sabía toda la ciudad. Alicia, mi novia de entonces, no me lo perdonó jamás.
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¿LOCOS?... DE REMATE Alfonso Pedraza México Sorprendido observo tras el alambrado, cómo, en un instante, bailan, se mezan las luengas y alborotadas cabelleras, se besan, saltan agitados y sudorosos, gritan y corren tras el causante del gol con certero remate. Todo el equipo brinca, grita, se felicita, mientras yo, inmovilizado, contrariado, los observo durante varios minutos. Después, ya más serenos, los médicos y enfermeras retiran la mirada del monitor y reanudan mi cirugía de riñón.
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FUTBOL DE OTRA GALAXIA Marco Antonio Peña Flores [Niño de 11 años de edad] México En el planeta Gotre, a cuatro billones de años luz de la Tierra, los robots Myroz MA-PF2204 practican el futbol; ahí el juego es violento, no se marcan las faltas, no existen los árbitros, la afición proyecta rayos láser como bengalas. Lo único que necesitan para funcionar es la sangre humana, por eso vemos tantas naves extrañas que merodean la Tierra.
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FUERA DE LUGAR Javier Perucho México No me deja escuchar la crónica del partido esta niña chillona, ya le di su mamila, la arrullé en su cama, le acerqué el muñeco de peluche que abraza antes de dormir, y nada, sigue berreando. La llevé a la recámara y mientras la recostaba, los blanquiazules metieron otro gol a la marea verde, gloria y ensueño de mi vida. Todo por atenderla, apenas me descuido, meten gol a mi equipo. Y en la repetición, clarito se ve que el delantero estaba en fuera de lugar. Ese maldito árbitro lo declaró bueno. Y la niña no para en su llanto, ¿qué tendrá? Su madre dejó la leche tibia preparada en los biberones, la ropa lista, pero no se calla, aunque sigue envuelta en su cobertor. De seguir con sus lloriqueos, la llevaré con la vecina, pues en otro descuido perderá el equipo de mis sueños. Cuando metieron el segundo, palpaba el pañal de la niña que, aunque estaba seco, olía como a vegetales podridos, ya ni tiempo me dio de rabiar en la repetición de la jugada. Otro gol ante mi descuido. En el intermedio fui a buscar a la vecina, toqué a su puerta, pero nadie salió. El segundo tiempo arranca, la madre no llega, pero la niña sigue en su llanto. Con otra distracción mía, perderemos el partido. ¿Y si la encierro en el cuarto de servicio, arropada, con su peluche y el biberón? Al fin la leche sigue tibia.
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LA REVANCHA Eduardo Poggi Argentina El fulbito es una revancha de la vida. Como la segunda oportunidad que te dan los nietos para valorar lo esencial. Aunque las pasiones nos trastoquen la lógica, el fulbito es el fulbito. Acaso, ¿podemos no enamorarnos de la fea? En mi época de pibe había un único campeonato, duraba todo el año, los partidos se jugaban sólo los domingos, no había tele ni barras bravas, íbamos a la cancha en familia, y a menos que compraras la sexta de ese día, las noticias llegaban en la mañana del lunes. Por eso nos quedábamos atados a la radio mientras prendíamos la salamandra, la cocina económica o la estufa a querosén para no morirnos de frío. Porque en aquella época, en invierno hacía frío en serio, y los domingos había que bañarse: el barro y el verde del pasto del potrero en las rodillas manchaban las sábanas, y no era cosa de cargarle el trabajo a la vieja. La vieja. ¡Cómo olvidar a la vieja! Si por ella jugué mi mejor partido. ¡Qué revancha se venía con los de la calle Acha! Ma’ sí, qué me importa, dije. No, no podés jugar en esas condiciones, mirate la cara. Pero a mí no me importó. Me fui igual. Necesitaba un desquite. Y jugué como nunca, de centrojás: pases laterales, precisos, largos. Marca hombre a hombre. Nadie me pasaba, duro como una pared, yo. Uno a cero ganamos. Me sacaron en andas, gritaban mi nombre mientras lloraba. ¿Estás bien?, me preguntaban. Nunca me había sentido mejor. A mí no me digan: el fulbito es una forma de redención. Entré a casa con los cortos, los tapones marcando la pinotea, retumbando en el hueco bajo las varillas del dormitorio. El silencio de
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familiares y amigos me cachetea. Algunos deben creer que fue una incongruencia jugar el partido. Para mĂ, una revancha. El desquite final. Una ofrenda para la vieja. Una despedida.
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ANACRONISMO Basilio Pujante España Para Leandro Hidalgo El pibe nació raquítico y a pique estuvo de no cumplir la mayoría de edad. En varias ocasiones la gripe lo dejó al pie de la tumba, pero su madre se bancó y lo sacó adelante con cariño y leche condensada. Vivían en una casucha en mitad de la Pampa por donde no pasaba ni la diligencia. La madre logró que el pibe llegara a los dieciocho con buena salud, pero tenía las manos pequeñas como un chancho y apenas alcanzaba las tres varas de altura. Logró también, era una hembra de carácter, que el señor le diera trabajo en su hacienda, donde lo pusieron al cuidado del huerto. Sus manitas de pibe no eran capaces de domeñar un potro, pero se esmeraba en el cultivo de las dalias y de los duraznos. El pibe, al que los vecinos tenían por mudo, sorprendió a todos cuando se casó con Antonella, tremenda mina italiana que acababa de llegar de Buenos Aires y que aún no manejaba el castellano del todo bien. En el boliche hacían bromas los muchachos con ello y apostaban a que Antonella no entendió bien las pocas palabras que el pibe le decía y que ella lo tomó por poeta, o por rico, quién sabía. El caso es que se compraron una casita junto a la hacienda y, pasando mil y un trabajos, Antonella y el pibe vivieron juntos treinta años enamorados y felices en su pobreza de Pampa y sequía. Al treinta y uno, una mala fiebre se llevó a Antonella, que aún seguía siendo una hembra silbada por los muchachos y el pibe se quedó sólo con dos hijas que pronto se habrían de casar.
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La tristeza fue su único compañero en esos días y cuando, harto de trabajar, se retiró del huerto del señor, no le quedaba más que un recuerdo agrio de la carne de durazno de Antonella. Para su suerte, su hija lo hizo pronto abuelo y entretuvo sus últimos años cuidando al nietecito, que había nacido raquítico como él y que el doctor Brown tuvo que salvar un par de veces. El pibito era chico y endeble como el abuelo y éste pareció verse reflejado en él cuando gambeteaba alrededor de su mecedora pegándole patadas a una pelota hecha con trapo. El pibito era hábil con la bola y le contó al abuelo que en el colegio jugaban a un deporte nuevo que un cura inglés había traído a la provincia: el football. El abuelo resoplaba y le decía que lo único bueno que habían traído los gringos había sido el ferrocarril y que aún no llegaba hasta aquel rincón. Con el recuerdo de Antonella y con las lágrimas del nietecito, nuestro pibe se fue para el otro mundo como había vivido: sin gritos y sin alzar la voz. Lo enterraron sequito como un jilguero y los sepultureros afirmaban que capaz que no llegaba a los cuarenta kilos de peso. El pibito, que comenzó pronto a echar de menos a su abuelo, iba muchas tardes con su pelota de trapo al camposanto y, al igual que antes alrededor de su mecedora, gambeteaba ahora en círculos junto a su tumba, que sólo tenía una lápida pobre que ponía un nombre y dos fechas: Lionel Messi, 1820-1889.
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LA FLECHA Y EL ARQUERO Homero Quezada Pacheco México Homenaje a Augusto Monterroso La anhelada final; el estadio, fragoroso. Faltan dos minutos para concluir el partido y el marcador se encuentra a favor por un solo tanto. Proveniente de un tiro de esquina, el balón es rematado de cabeza por el delantero más tozudo del equipo rival; el esférico se proyecta como flecha hacia el ángulo inferior derecho de la portería. El arquero, de sagacidad extraordinaria, vaticina la trayectoria y se coloca a la mitad de los postes con el cuerpo y los brazos tirantes, prestos a tenderse para atajar el disparo. Como siempre le ocurre en esos momentos, siente que el tiempo adquiere una lentitud que él aprovecha para reaccionar de manera oportuna; esta vez, sin embargo, calibra la velocidad de la pelota y duda si logrará impedir el gol. Antes de lanzarse, con gran asombro, nota que el balón interrumpe su avance y se queda inmóvil, suspendido en el aire. Advierte también que el entorno permanece estático, como congelado en ese lapso crucial: jugadores, árbitro, mascotas, aficionados, él mismo. Su pasmo se transforma en terror cuando atisba que esa especie de alucinación no cesará y que, de algún modo, se halla cautivo de un instante infinito. En las tribunas, detrás de la portería, en medio del silencio portentoso, se alcanza a escuchar algo parecido a unas carcajadas. Zenón de Elea, desternillado de júbilo, celebra el acontecimiento manoteando y agitando su viejo cuerpo.
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FAHRENHEIT 1976 Rogelio Ramos Signes Argentina No era el futbol que a mí me gustaba. De hecho tampoco era futbol, pero así le llamaban y era el único deporte que se practicaba. La pelota, de cristal transparente y alargada como un chorizo, era trasladada de campo a campo en el bolsillo del delantal; no podía ser tocada con los pies (lo que automáticamente suponía la cárcel para el involuntario pateador); los penales se decidían según cómo cayeran los dados dentro de una pileta de natación; y los goles los anotaban los arqueros, cabeceando la pelota colgados de un helicóptero, y sólo si llovía. No era el futbol que a mí me gustaba, insisto, pero le llamaban futbol y era lo único que se practicaba allí por entonces. Así y todo llegué a ser el goleador del torneo, lo que unánimemente se consideraba una afrenta al país. Por ello es que fui condenado a escribir un árbol (“Graciela y Antonio se aman”, fue mi frase), a plantar un hijo (en el patio de atrás del conservatorio de corte y confiscación, como es bien sabido) y a tener un libro. Eso desencadenó mi tragedia, porque los militares (otra vez) habían derrocado al gobierno. Así fue como cortaron el árbol (porque entorpecía la luz de un semáforo), se llevaron a mi hijo con incierto destino, y quemaron el único libro que tenía en mi biblioteca.
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ELLA SE LLEVÓ LO MÁS DE MÍ Héctor Ranea Argentina Volví al viejo arco. Bajo esos tres palos pude haber sido dios, gran estratega, máximo jugador, pero ahora, gastado, enojado con la vida, con la espalda cargada por los años y los dolores absurdos, no miraba esas tres escuálidas ruinas de palos sino que recordaba aquella mañana solemne en la que el boticario, el intendente y el capellán militar, nos hicieran montar la red, por primera vez, a esos palos entonces flamantes. Estábamos tan emocionados que la red quedó colocada por la mitad. La fanfarria no dejaba que escucháramos al entrenador dictándonos las instrucciones para ponerla correctamente, pero sí veíamos a la profesora de geografía reírse de nosotros, como lo hacía en sus clases. No dábamos pie con bola, ni el colorado, centro forward del equipo, ni el wing derecho, y mucho menos yo, a quien todos llamaban “el ciego”, precisamente por mi habilidad con las manos. Salvo para atajar la pelota. Para eso era un as. Fui un as. Poco después, muy poco después, ella me dejó, se fue para el norte y tuve que seguirla y tampoco bastó, me siguió rehuyendo, eso hizo que mis manos perdiesen seguridad al atajar. Tanto la amaba que mis manos se fueron con ella y ella, que recibió mis manos, me dejó plantado. ¡Qué gran arquero! Titulaban los diarios del pueblo, comentando mis atajadas. ¡Una atajada digna de sus ojos de águila y sus manos de gigante! Comentaba el locutor de los barrios, la mayor voz del pueblo. Y ahora, tan poco después, soy una piltrafa, la red ha desaparecido, nadie clamorea mis atajadas memorables, mis atajadas que ya todos olvidaron.
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Solo me encontré retratado en el “monumento a la red ausente”, esa red que me abandonó, que me dejó yéndose para el norte llevándose mis manos inútiles atadas con sus hilos ahora invisibles.
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LA FRUSTRACIÓN Eder Reyes México Esa noche en su hogar, después del partido en que fallara un tiro de penal, se escucharon los gritos de dolor que emitía el jugador número 10, del Atlético de la Paz. La mamá, que acudió de prisa al auxilio de su hijo, observó horrorizada al delantero, quien con un machete ensangrentado entre las manos quería cortarse los pies porque consideraba que no servían para el futbol.
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CARLOS MARX OBSERVA JUGAR AL BAYERN MUNICH Maite Ríos México Durante un encuentro entre el Bayern Munich versus Chelsea, Carlos Marx toma cerveza fría de una reconocida marca; contempla a los teutones jugar con un ritmo socialista, la oncena roja busca un bien común, trabaja en conjunto y nadie intenta acaparar el balón, los jugadores entregan conforme reciben. Marx piensa que la bola es el medio de producción y que el equipo bávaro, al haberla retenido por más del ochenta por ciento del tiempo jugado, ejemplifica a la dictadura del proletariado; pero los goles todavía no llegan. Hasta que al final del encuentro cae una anotación en contra, un azul se descolgó y quedó mano a mano contra el portero; 1 a 0, no hay tiempo para más. “¡Qué duros son los contragolpes!”, dice Marx a su amigo Engels, a quien le paga la apuesta, su colega inglés sonríe y le recuerda que el futbol, como la vida, está plagado de volteretas.
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UNA PELOTA POR CABEZA Candela Robles Abalos Argentina Por primera vez en meses forcé mi boca sin lengua para darle más énfasis a la advertencia, pero el sujeto ni bolilla. Por lo que él sabía, éramos gente ignorante protegiendo al único entrenador que teníamos de los cargos de abusar de nuestro mejor jugador, de apenas 15 años. Intentamos convencerlp de que no se preocupara, que era una simple muestra de aprecio ese abrazo largo, no era para tomárselo así, pero un segundo partido, en el que al entrenador le dio por animar al pibe con demasiado contacto físico lo puso en pie de guerra contra todos porque no lo hacíamos contra ellos. La gente no sabe lo que pasó después con él. Lo intuyen y eso es suficiente. La pelota que me entregaron unas semanas más tarde era pesada, dura, como si estuviera rellena de paja mojada. No sé cuánto pueda durar antes de que se llene de gusanos y los jugadores se nieguen a seguir usándola. El entrenador me mira antes de que la lance al campo como si quisiera evaluar si me he dado cuenta y qué haré a continuación. El pibe anda tranquilo hasta su posición. Confía en que no soy tan estúpido para cometer el mismo error dos veces, y el jodido pendejo tiene razón. La pelota con mi lengua adentro se ha perdido hace tiempo, gracias al cielo. No tengo ninguna gana de que la próxima cabeza a patear sea la mía, como deberá ser el caso de este desgraciado que al final sólo quería ayudar. Un pelotudo que, por mucho que le advertimos, no se enteró de que así son las cosas. De que ellos, en especial el chico, están bien mientras estén juntos. El problema sería tratar de separarlos. Ése fue el error de los padres.
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TORNEO DE VERANO Adriana Azucena Rodríguez México El futbolista estrella de la temporada, el mejor pagado, el campeón de goleo, el “10”, estrelló su automóvil contra un camión de basura. Entró en coma. La afición sufría con su héroe y temía que el equipo se desarticulara sin su capitán. Pero no fue así: los once titulares jugaban como uno solo; algunos aseguraban escuchar la voz de su líder dando sus estratégicas recomendaciones. El balón se movía como por milagro —o por obra del diablo, decían los contrarios—, entraron goles que nadie había lanzado. Cuando el equipo ganó el campeonato, el 10 volvió en sí; pero no volvería a jugar a causa de las lesiones del accidente y la convalecencia. Ya retirado, en una revista deportiva comentó que, durante el tiempo en coma, había soñado que jugaba toda la temporada. Desde entonces, la afición tiende a propiciar accidentes fatales entre sus astros.
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ANILLO Juan Romagnoli Argentina Apenas comenzado el partido tuvimos el primer encontronazo. Ahí le vi el anillo. Sobre el final del primer tiempo convirtió un gol, de penal, y vi que se lo besaba. En el segundo tiempo volvimos a chocar, sin consecuencias. Faltando pocos minutos me enfrentó con pelota dominada: Lo crucé fuerte, mal, y ambos caímos. Yo me levanté y seguí. Ni se dio cuenta de que le faltaba el anillo. Ella sí lo notaría, estaba seguro.
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GOLAZO Álvaro Ruiz de Mendarozqueta Argentina El futbol es un arte de lo imprevisto. Dante Panzeri Los nervios previos al partido se parecían a los del ingreso a lo prohibido; se lo decía ese cosquilleo en la palma de sus manos. Era el encargado de mover la pelota. Sacó despacio para el diez que la devolvió de primera con un toque sutil. Lo enfrentó un rival, amagó por la derecha y se escapó por la izquierda. Su marcador quedó pegado al piso. Se la dio larga al diez que siguió como un wing de los de antes y tiró el centro atrás. La vio venir y supo que le podía pegar de lleno. Arqueó la zurda y le dio en el aire, con tanta mala suerte que la pelota golpeó el borde del televisor que cayó en medio de la explosión del tubo. —Sonamos —dijo el diez.
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GOL DE ÚLTIMO MINUTO Luis Saavedra Chile A Juan Calamares Se golpeó una pierna con el puño y puteó en silencio. Colombia se ganaba toda la cancha y Chile hacía aguas en los pases. “¡Ándate ahora, huevón!”, le dijo el compañero, pero él siguió mirando el televisor. Alguien afuera gritó que estaban los “pacos” aforrando puertas, pero sabía que no eran ellos. Escuchó azotarse el portón de adelante, pero aún así no podía irse porque faltaba tan poco. Era el empate más insufrible de la historia y cada vez que el “Pibe” Valderrama tocaba la pelota, Esteban se ponía a temblar. En el minuto 105 del partido, escuchó la puerta de casa reventarse y se levantó con el corazón en la mano, abrió la ventana hacia el patio de atrás, salió y puso el pie en la pandereta. Desde allí miró la pantalla. El “Pillo” Vera había entrado a los 81’ para reforzar el ataque y ahí iba corriendo dándole el pase a Salgado. Salgado se la devolvió e Higuitas resbaló en el pasto húmedo de esa noche en Córdoba. La puerta de la habitación se abrió de una patada y Esteban encontró la mirada del agente de la CNI con una subametralladora en ristre. El “Pillo” Vera aprovechó el rebote en el defensa y la peloteó en el aire para dejarla en el fondo del arco. “¡Gol, conchetumadre!”, gritó Esteban y el agente miró la pantalla. Saltó por encima de la pandereta con la adrenalina de la muerte y el éxtasis. Hacía frío ese 8 de junio y corría por el pasaje gritando el gol, y todo Chile lo acompañó. Se iban a la final de la Copa América de 1987 y detrás las balas rajaban el aire de la noche, de la historia, como heridas.
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LOS DOS EQUIPOS Carlos Enrique Saldívar Perú Un día se abrieron dos enormes agujeros en medio de Lima, uno en el cielo; otro, en el suelo. Del cielo bajaron ángeles, bellos y resplandecientes, quienes traían una hermosa pelota. Del suelo surgieron horripilantes y sombríos demonios, los cuales se ubicaron frente a los ángeles y dijeron: —Muy bien, el destino de la humanidad se decidirá con un partido de futbol. Las personas que por allí pasaban se preocuparon, entendieron de inmediato qué ocurría. Si los guardias celestiales ganaban, los hombres irían al Paraíso. Si los diablos vencían, los seres humanos acabarían en el Infierno. Adultos y niños se acomodaron alrededor de los jugadores. Los demonios dejaron sus trinches y se pusieron sus trajes negros; los ángeles soltaron sus espadas y se colocaron sus uniformes blancos. Los diablos tenían de parte suya a toda la barra brava, a los dirigentes futbolísticos, a los dueños de equipos y a los árbitros. Por su parte, los guardianes celestes tenían a gran parte de los mejores jugadores y entrenadores de todos los tiempos, personalidades que habían muerto, terminando en el Cielo debido a sus buenos actos. El juego se inicia, se torna difícil para los ángeles, los demonios ponen fuerza, anotan uno, dos, tres, cuatro, cinco goles en el primer tiempo. La gente se desespera. A los treinta y nueve minutos del segundo tiempo los diablos han anotado cinco goles más. Su victoria es inminente. No obstante, hay cambio de un jugador en el equipo angelical, entra Dios y hace el milagro: marca diez goles en cinco
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minutos. Los demonios, asustados, cambian de arquero; ingresa el mismísimo Satanás y detiene el último tiro del Creador. El pitazo final. Ante el empate, ambos equipos se retiran. Volverán a la Tierra en quinientos años, como siempre han hecho, y jugarán un nuevo partido definitorio.
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DE MEMORIA Maxi Salvioli Argentina El exgoleador está postrado en su silla de ruedas desde que esa enfermedad le robó su pierna izquierda, el único miembro que le quedaba. Hace algún tiempo que perdió conexión con el mundo: casi no come, no duerme, apenas bebe algo, y no reconoce a los suyos que lo asisten sin saber dónde fue. Se refugió en su mente, en un vacío inalcanzable donde escapa de la realidad que lo obligó a estar sentado hasta el final. Sólo de tanto en tanto revolea el muñón de su pierna, levanta sus brazos en alto con los puños apretados, sonriendo y vociferando un grito de extrema alegría. Se olvidó de todo, hasta de quién es. Lo único que recuerda es cómo seguir haciendo goles.
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LO MUCHACHO DEL TABLÓN Saurio Argentina
—¡Hi-jos nuestros! ¡Hi-jos nuestros! —gritan las hinchadas, menos una. La de Sporting Vaticano grita: —¡Pa-dres nuestros! ¡Pa-dres nuestros!
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AL DESCENSO Diego Scharff Argentina A Policarpo Yulet-Pakar, hijo de un kurdo retacón y una curda retozona, maníaco aficionado al tango, nada le importaba más en la vida que sus incursiones sabatinas por los salones del Club Social y Deportivo Villa Progreso, donde podía seducir a las damas gracias a los cortes y quebradas que prodigaba. No era menor, hay que decirlo, la preocupación por el aspecto que presentaba en dichas veladas danzantes. Pulcro traje azul marino con finísimas rayas blancas, camisa negra, corbata blanca, zapatos de charol y peinado a la gomina. Pero nunca la felicidad es completa. Una tarde, tras ver en la tele la decimotercera derrota consecutiva de su amado Villa Dálmine —la pasión futbolera lo poseía de un modo irracional—, se metió en la ducha pensando que la vida (y el futbol) dan revancha y, decidido a cambiar la historia, se le ocurrió que un sacrificio ritual, de ésos que se usaban para aplacar a los dioses bíblicos, podía resultar adecuado. Así que Policarpo tomó la decisión de no volver a pisar los salones del Club Social y Deportivo Villa Progreso, y por ende no volver a bailar el tango; quemó el traje azul marino con finísimas rayas blancas, la camisa negra, la corbata blanca, los zapatos de charol y se rapó por completo. Como Villa Dálmine volvió a perder los siguientes trece partidos, Policarpo se castró, cosa de que su actividad como galán maduro cesara por completo. Sólo cuando Villa Dálmine perdió la categoría, fue desafiliado y disuelto, Policarpo vislumbró, casi como una iluminación, que cuando los jugadores de tu equipo son unos irremediables troncos, pataduras y manos de manteca, los sacrificios rituales no sirven para nada.
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EL PARTIDO Paolo Secondini Italia Estaba sentado sobre la hierba, al borde de una cancha de futbol improvisada donde algunos niños, el mayor no tendría más de quince años, corrían tras una pelota de cuero viejo, tratando de meterla en uno u otro arco. Alfredo los miraba sin alegría, de hecho, sus ojos estaban llenos de una tristeza que parecía pesarle en el corazón como si fuera una roca. Permaneció así, taciturno y serio incluso cuando la pelota, impulsada con habilidad por uno de los chicos, se coló en el ángulo superior derecho de uno de los arcos, dando lugar a un estruendoso entusiasmo expresado con gritos, silbidos, aplausos. El que había marcado el tanto, Marco, realizó una vuelta triunfal alrededor del campo, a la carrera, con los brazos levantados y se detuvo delante de Alfredo. Los dos se miraron fijamente a los ojos durante unos segundos, sin hablar. Luego, Marco le tendió la mano al muchacho sentado en la hierba. —¿Por qué no vienes? —dijo—. Necesitamos un arquero. —No, gracias, yo no —respondió Alfredo negando con la cabeza. —¡Vamos, vamos! Te va a gustar jugar de arquero. Podemos divertirnos juntos. —¡No quiero y basta! ¡Déjame en paz! —concluyó Alfredo con brusquedad. —Como quieras. No insisto —dijo Marco, y regresó junto a los compañeros que lo llamaban voceando su nombre.
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Tan pronto como Marco se fue, Alfredo se levantó del suelo con gran dificultad, tomó sus muletas y se alejó del campo cojeando. Atrás quedaron las voces y gritos de alegría de los jugadores. De pronto se detuvo, giró sobre sí mismo, apretó la mandíbula y por último murmuró entre dientes. —Odio el futbol. Te odio a ti y a todo el mundo.7
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Título original: “La partita”. Traducción del italiano: Sergio Gaut vel Hartman.
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LA RED Maurizio Setti Italia Estaban a pocos minutos para el silbato final y para Armando este partido significaba mucho más de lo que podían pensar los que no pertenecían a ese ámbito. Su sed de recuperación, tras algunos años de ausencia del circo mediático futbolístico, lo había convertido en un endemoniado por el gol y sufría los problemas derivados de no poder meter el balón en un arco. Los primeros años de profesional los vivió en la gloria, demostrando de inmediato un gran talento en los tres cuartos del campo; con pocas excepciones, cuando la pelota pasaba por sus pies tenía destino de red. Luego, tuvo un incidente que truncó su carrera y las hermosas esperanzas. Quedó lejos de los campos de juego por un año y cuando regresó parecía haber olvidado hasta lo más mínimo. Ya no era el jugador mimado, requerido por los mejores equipos, y ni siquiera aquel muchacho agua y jabón que los colegas habían aprendido a conocer. Armando se daba cuenta del hecho y lo entristecía lo que estaba ocurriendo; sabía que su sueño se había roto definitivamente unos años atrás, pero en su corazón conservaba el deseo de enviar la pelota por última vez dentro la red. El partido que estaba jugando sería probablemente el último de su desafortunada carrera, pero antes de salir de la escena quería marcar, con su estilo inolvidable, la tarde que estaba por terminar. Ahora la pelota estaba nuevamente en sus pies y mientras la observaba su mirada apuntaba hacia el arco adversario, la distancia era de treinta metros, y resultaba bastante difícil hacer llegar el esférico hasta allí, pero no se dio por vencido. Afirmó el pie de apoyo en el terreno de juego mientras su
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cuerpo asumía una postura atlética nunca antes vista; golpeó el balón. La expresión de su rostro cambió para siempre, ahora, finalmente, era feliz.8
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Título original: “La rete”. Traducción del italiano: Adriana Alarco de Zadra.
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LA MALICIA DEL DICK TRANZA Vicente Urbina México La mafia, comandada por el Dick Tranza, advirtió al Club Buenavista que no anotara goles en el partido de vuelta contra los Cementeros de Peralta en la Liga de Campeones de la Interdelegación. Los de Buenavista no se intimidaron ante las amenazas y salieron a incrementar el marcador en un total de 8 a 0. Furioso, el líder de la mafia ordenó ametrallar a los sublevados durante el juego, en la propia cancha, pero ante el hermoso toque de los condenados no le quedó más remedio que esperar hasta el final del partido; una vez frente a ellos se rindió ante sus pies y reconoció que hasta ese momento le comenzó a gustar el futbol. Pero la decisión del Dick Tranza no cambió, mandó aniquilar a los jugadores y a enterrarlos en un lote baldío, donde se puede leer un letrero a modo de epitafio: “Aquí descansa mi equipo favorito.”
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ETERNO Jorge Ureta Perú No sé hace cuánto tiempo estoy aquí, ni cuántas veces he hecho esto. Me encontraba en el centro del estadio, con el equipo contrario frente a mí. Toqué el balón y comencé a correr. Esquivé uno, dos, tres cuerpos. Sombras con la forma de un humano. ¿Alguna vez esto fue real? Me precipité hacia la meta, acercándome al arco. El guardameta abrió los brazos y se agachó. Luego, se lanzó hacia mí. Bajé la mirada sin apartarla del balón, y esperé a tenerlo cerca: entonces… salté. El arquero se barrió, deslizándose debajo de mí. Estaba solo; podría lograrlo esta vez. Quizá sería diferente. Acomodándome y en un arranque de aliento, pateé. Pateé con toda la potencia de mi muslo y de mi empeine; disparando el balón hacia las redes bajo los deslumbrantes faros del estadio. La pelota tomó vuelo e impactó en uno de los palos laterales, rebotando hacia a un lado del campo. Rodando por el pasto. Me limité a ver el arco, cayendo de rodillas. La gente comenzó a gritar, a murmurar, a insultarme. Levanté la cabeza. No había nadie en las tribunas del estadio; pero ahí estaban sus voces y su odio, presentes. Desde el comienzo, y hasta el fin de mi existencia, si la eternidad tuviese fin. Me levanté, traté de caminar, tropezando con el balón. Me encontraba en el centro del estadio, con el equipo contrario frente a mí. No sé hace cuánto tiempo estoy aquí, ni cuántas veces he hecho esto.
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JUEGO BONITO Sergio Varela Argentina El futbol había sido desde siempre un aspecto importante de su vida. En su infancia había desarrollado suficientes habilidades en la práctica cotidiana como para incorporarse a los Cebollitas de Argentinos Juniors, entre los que descollaba el mismísimo Maradona. En cambio, prefirió integrarse al equipo de rugby del colegio, vaya uno a saber por qué. Como espectador había disfrutado del Huracán del 73, y años después, por canchas hostiles y peligrosas, acompañó a su padre que seguía la campaña del legendario San Telmo que ascendió a Primera división. En el Mundial del 78, dejó correr como ciega música de fondo el relato televisivo del escandaloso 6 a 0 a Perú, mientras su primera novia exhalaba gemidos orgásmicos acaballada sobre él, interponiéndose, con sabiduría erótica y acaso también futbolística, frente al monitor; y desde entonces los versos de la canción de la Bersuit que hablan de ese partido y “las minas más lindas del mundo” convergen en una misma imagen en su memoria. Ahora, en su tardío debut como periodista deportivo, recuerda ese gran amor interrumpido por el intempestivo exilio de la familia de ella, mientras anota en su cuaderno la frase de Simone de Beauvoir: “Una mujer libre es justo lo contrario de una mujer fácil”, cita que más tarde usará para describir el modo en que la delantera de Boca Juniors, Belén Potassa, se desmarcó para quedar sola en el punto del penal en el momento de recibir el centro desde la derecha y desviar la trayectoria de la pelota con el parietal izquierdo, para así clavarla en el ángulo del arco rival, inatajable. Faltaban menos de diez minutos para que “Las Gladiadoras”
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del club de la Ribera volvieran a consagrarse campeonas. Como dijo alguna vez el genial Fontanarrosa: “Esta ciudad tiene buen futbol y hermosas mujeres; qué más puede pedir un intelectual.”
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ESCENA FAMILIAR Rony Vásquez Guevara Perú Colérica, furiosa y desesperada cogió la maceta que descansaba sobre la mesa y la lanzó sobre su esposo. El niño observó atentamente el viaje violento de la maceta. Su padre se impulsó ligeramente y estiró los brazos con las manos abiertas. El niño pensaba que su padre era el mejor guardameta del mundo, mientras el sonido de sus palmadas inundaba la habitación y silenciaban los gritos de su madre.
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FUTBOLISTA TERMINAL José Luis Velarde México De tantas muertes atestiguadas en mi vida, creí encontrarme listo para afrontar mi propio deceso el día menos pensado. Dije repetidas veces que morir sería la última de mis acciones. Por supuesto que esa frase no es de mi autoría, pero de tanto repetirla comencé a sentirme menos frágil. Al poco tiempo añadí a mi repertorio: “Primero muerto que morir.” Otro dicho anónimo que me iba bien, aunque el transcurrir de los años comenzaba a incomodarme con achaques de todo tipo. Al cumplir los cincuentaiséis mis rodillas comenzaron a crujir; parecían recordar mis años inmerso en el futbol de potrero con la disciplina de un iluso condenado a no pisar jamás un escenario profesional. Por esas fechas abandoné la liga de veteranos sin anunciarlo a los amigos y también comenzaron a incomodarme las fotografías. Maldije a todos los que intentaron retratarme con algún artefacto digital. Las dietas eran asunto condenado al fracaso y el aislamiento se volvió casi definitivo. Me fui de casa. Yo agradezco la distancia que me separa de mi familia. Mis hijos son adultos y bien sé que mi mujer no me extraña desde hace veinte años. Ahora puedo dedicar mis días a mejorar mi lucidez y mis condiciones físicas. Preparo mi último encuentro. La muerte no me descubrirá desamparado. La convenceré de ir hasta una portería del llano de Tamatán, para tirarle un penalti donde se decida mi futuro. Espero engañarla con una finta de inmortalidad postrera. Ojalá acuda antes de ser consumido por el evidente deterioro de mi cuerpo.
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SÓLO CULTURA, SÓLO CULTURA, ¡QUÉ ABURRIDO! João Ventura Portugal Aníbal, mi vecino, estaba aún más enojado que de costumbre. —¿Sabes a qué hora pasaron ayer los resúmenes de los partidos de primera? ¡A las dos de la mañana! Yo tengo mis derechos, ¡también pago impuestos! Y no puedo ver lo que me gusta… He visto una entrevista con el ministro de cultura, una película de un autor oscuro, un programa sobre el lince ibérico, y ni siquiera una pequeña noticia sobre el futbol… Entramos al café “Antonio”, pedimos dos cafés solos, y Aníbal se fue al extremo del mostrador, donde están los periódicos. Los miró y le preguntó al camarero: —Paco, ¿dónde está La Bola? —Mi jefe dejó de comprar ese periódico, señor Aníbal. Son pocos los clientes que lo piden… ¡Aníbal echaba humo! —¿Ves? Hasta Antonio… —Y furioso, me mostró el Jornal de Letras, Le Monde Diplomatique, suplementos culturales… —Sólo la mierda, hombre — concluyó, bajando la voz para evitar las miradas de desaprobación de algunos clientes. Pagamos los cafés y salimos, él a la estación de metro y yo a la parada del autobús. Pasamos el quiosco de los periódicos. Aníbal no es de los que se rinden fácilmente. —Buenos días, señor Fernando. ¿Tiene La Bola?
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—Ahora solo vienen tres ejemplares de La Bola, y la mayoría de las veces no se venden… ¡Aquí está! Aníbal colocó el periódico doblado dentro del bolsillo interior de su gabardina. Se despidió y se fue a tomar el metro. Cuando entró en el vagón se sentó y miró a su alrededor. En el asiento delantero, un hombre leía La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, y una mujer, Ficciones, de Borges. El joven en el asiento de al lado leía poesía. Al otro lado del pasillo, un adolescente estaba leyendo un libro con el título: La Filosofía Griega. Aníbal abrió su libro, forrado con papel marrón opaco, para evitar las miradas condescendientes de los demás pasajeros, y se sumergió en la lectura de La Magia del Futbol…9
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Ventura.
Título original: “Só cultura, só cultura, já chateia!” Traducción del portugués: João
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EL ORBE DEL FUTBOL Stephannie Verú Colombia Existe un orbe maravilloso de sueños y anfiteatros. Anfiteatros aturdidos de espectadores que se entretienen con gladiadores magnánimos que disputan por el orgullo de toda una nación; gladiadores como el “Manco divino” y Giuseppe Meazza que con los pies hechizados y la armadura bien puesta dieron a “La celeste” y a “La Squadra Azzurra” el honor de ser los primeros en vencer. Un orbe de pasión y derrota donde las leyendas nacen a luz del reflector y donde mitos como el Maracanazo perforan corazones con melancolía y euforia, un mundo de comandantes como el gran Ferenc Puskas y sus guerreros húngaros que fusilaban la red cuando les venía en gana. Un orbe de conquistadores de la samba y el balón que con Pelé, Garrincha, Cafú, Zico, Romario, Roberto Carlos, Rivaldo, Kaká, Ronaldinho y Ronaldo al mando del ejército fueron proclamados reyes en Suecia, Chile, México, Estados Unidos, Corea del Sur y Japón. Un mundo donde magos como Johan Cruyff y Gerd Muller tienen que enfrentarse en un duelo decisivo por la anhelada copa. Donde el propio dios hace un gol con la mano y como un barrilete cósmico deja atrás seis rivales para encontrarse con la red y marcar toda la historia. Un orbe donde guardianes de la pelota como Zinedine Zidane deslumbran al público con su arte y son capaces de dejar noqueados con un cabezazo al rival para defender el orgullo. Donde ángeles alemanes como Miroslav Klose guían la pelota al fondo del arco cada vez que quieren, donde las patadas voladoras de Nigel De Jong no surgen
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efecto ante la “roja” y donde nos hacen creer después de 116 minutos que los milagros existen y que Andrés Iniesta tiene los pies benditos. Y ahora señores las luces se vuelven a encender para recibir a nuestros guerreros
que como Messi, Cristiano, Rooney, Forlán Falcao, Dzeko, Yaya,
Mitroglou, “El chicharito”, Neymar, Rivéry, Honda, Vidal, Xavi, Pirlo y otros de los mejores han de dejarlo todo por esta pasión, en este confuso y hermoso universo. El universo del futbol.
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CAMPEONATO Guillermo Vidal Argentina Encontró el cielo desierto, las rejas abiertas de par en par y en la recepción un ángel desganado recostado sobre el mostrador, abstraído escuchando algo por sus auriculares. Una música celestial inundaba el ambiente. El ángel al verlo se incorporó. —Qué lindo el coro —dijo el recién llegado para romper el hielo. —¿Eso? Es todo grabado. Los domingos no queda nadie acá —señaló los auriculares—. Están jugando un partido con los del infierno. —¿Y cómo van? —¡No me hables! Aposté todo al cielo porque los diablos tienen un equipo malísimo pero los santos son tan buenos que los dejan ganar.
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CHUTAR EN LA CIUDAD Laura Elisa Vizcaíno México El jardín se convertía en la cancha, las macetas formaban mi portería y no existía mejor árbitro que mamá alzando la tarjeta roja y marcando mis nalgas por ensuciar las sábanas blancas tendidas al sol, mis mejores contrincantes. Pero esos momentos enternecedores tenían que terminar: cuando construyeron edificios a lado de nuestro jardín, cuando las ratas encontraron refugio en mi portería; el exceso de población se convirtió en la queja constante de mamá y la televisión, el único árbitro.
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AYUDANTE DE CAMPO Sandro Walter Centurión Argentina Señoras y señores, el partido se va a poner interesante en este segundo tiempo. Es la final del campeonato barrial y ninguno de los contendientes ha podido anotar un gol. Hasta ahora ha sido un partido de ajedrez, y la presión en las tribunas comienza a hacerse sentir. Para los Amanecidos sin esperanzas de Villa Soledad el desafío va a ser mayor en lo que resta porque Tyler, el número 10, el mejor jugador de la cancha, no sale para jugar el segundo tiempo. Tampoco van a estar Michel Duré, el 11 y Hank Müllher el 9. Incluso a Luigi Parisi, el arquero, se lo ve inquieto y parece pronto a pedir el cambio. El equipo se queda sin sus estrellas, las que fueron compradas para esta temporada a importantes clubes europeos. Amanecidos entra a la cancha con suplentes en la delantera: Pérez, Caballero y González. Tienen todos los bríos y ahora tendrán la oportunidad tan esperada. Se miran y se dan ánimos ante la sorpresa general en las tribunas. Hay incertidumbre y desazón en el banco de suplentes. Al director técnico la preocupación le ocupa todo el rostro, sin embargo vean como el ayudante de campo, el fiel aguatero, el encargado de saciar la sed de los jugadores, levanta el puño y les sonríe a los recién ingresados mientras las estrellas del equipo son atendidas por un repentino dolor punzante en el estómago, y se retuercen en el pasto.
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UN SILENCIO José Luis Zárate México Terminado el partido hubo un silencio inmenso, la gente que normalmente saldría al tumulto y ondear banderas llenas de triunfo o rencor por la derrota apagó los televisores dudando aún de lo que habían visto. La vida y rutina continuaron pero evitaban mencionar el partido, el destino de los jugadores, que el balón continuara dando vueltas rodeado de una luz blanca, inmensa que se elevaba sobre el estadio.
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EL WING (2) Abel Maas Argentina Ayer sábado murió, joven aún, Américo C., el hombre que miraba los partidos de futbol a un costado del televisor, preocupado por la marcación del wing que no aparecía en la pantalla. Vida sacrificada la suya, perdiéndose lo mejor de cada partido en su entrega a la oscura misión de impedir las corridas del puntero adversario. No es común semejante grado de abnegación, pues, Américo C. no defendía los colores de una determinada institución, sino que, simplemente, se dedicaba a marcar al wing resuelto a aprovechar la ventaja de no ser visto en la pantalla. Podía ser wing de Boca, River o Huracán. Américo C. lo custodiaba con la misma devoción y perseverancia si jugaba contra Chacarita —el equipo de su simpatía— o si le tocaba enfrentar a Quilmes o a San Lorenzo. Un sacerdocio, por cierto, lo suyo. Jamás recibió un aplauso, nunca se interesó por su pase dirigente alguno y su foto no llegó a lucir en la portada de ninguna revista. Sin embargo, estuvo siempre en su puesto, bajo la lluvia y el granizo, en Neuquén o Misiones, agredido por hinchas que anteponen un resultado de futbol a su condición humana. Murió ayer, decíamos, el pobre Américo C. Acababa de jugar un partido de ritmo intensísimo marcando a Ciriaco Gauna, un wing endiablado, y en el segundo tiempo había logrado neutralizarlo acertadamente. Agotado, apenas alcanzó a beber un vaso de agua mineral, y cuando su esposa le preparaba un sándwich de salchichón y tomate, quedó dormido, como siempre, a un costado del televisor. En esas circunstancias, lo mató una bala perdida, disparada en la serie que se inicia a las 23:30.
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“¿Quien mató a mi padre? Gringo ha de ser si no vino de frente”, gritó el hijo, y abrazó llorando el cadáver del notable marcador de punta.
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LA ESGOLÁSTICA Aldo Flores Escobar México En la final del Mundial de Escuadras del Gran Milenio, Emanuel Kant despeja desde su área; Kierkegaard recibe el balón con el pecho, toca para Hegel, Schopenhauer, su enemigo jurado, lo sacude con una violenta barrida, pero el árbitro, Aristóteles, deja correr la jugada, otorga ley de la ventaja; el balón llega al centrocampista Descartes, quien lo retiene, primero piensa y después juega; Guillermo de Ockham se lo arrebata, arranca por la banda derecha, Francis Bacon lo persigue, no puede detenerlo; Ockham sigue avanzando, dribla a Spinoza, mete un centro al área; Nietzsche salta, se suspende en el aire, cabecea de manera violenta, ¡hace un hermoso tanto!, pero Platón, juez de línea, marca fuera de lugar y, en consecuencia, se invalida el gol. Los jugadores afectados reclaman al árbitro central que el fuera de lugar ocurrió en la mente del colegiado auxiliar, mas no en la percepción de los jugadores y, mientras debaten que entre lo ocurrido y el fuera de juego se encuentra el intelecto, el duelo se ha detenido por más de noventa minutos ya que la discusión ha llegado hasta “El mito de la caverna” para poder argumentar si la anotación es válida, o no. Y, sin que se resuelva problema alguno, los futbolistas deciden posponer el encuentro para otra fase del eterno retorno.
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Muerte sĂşbita
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DUELO ENTRE INVESTIGADOR VERSUS ESCRITOR. LA GOLEADA DEL MINICUENTO El microrrelato ha gozado de diversos estudios en el siglo XXI y sin embargo aún ha sido difícil poder clasificar y definir a los textos que se consideren como tal. En el apéndice para el Coleccionista de epitafios (Flores: 2013, 136-142) se considera que han habido tres estadios de la minificción mexicana: I. Escritura inconsciente, II. Preocupación por el género y
III.
Escritura consciente. La primera fase se refiere a la etapa en que
escritores como Julio Torri, Juan José Arreola y Augusto Monterroso, entre otros, crearon microrrelatos sin estar percatados de que desarrollaban un género de la Literatura; por ello, en la segunda fase aparecen estudios tanto de Dolores M. Koch como de Edmundo Valadés, quienes se encargaron de ponerle la atención que el género se merecía y a partir de entonces surgió una tradición literaria que dio pie al Estadio de la escritura consciente, que se refiere a la etapa en la cual los escritores comenzaron a realizar sus ficciones estando al tanto de lo que el género exigía; sobre todo brevedad e hibridez. No obstante, las fases de los tres estadios pueden relacionarse con el microrrelato de manera universal y no solamente con la narrativa mexicana. Por ejemplo, Roland Barthes ha señalado que los relatos son innumerables y que se pueden encontrar en todas las manifestaciones culturales y han estado presentes en todos los tiempos, en todos los lugares y en todas las sociedades; así el relato comienza con la historia misma de la humanidad (Barthes, 1996: 7). Con el microrrelato ocurre lo mismo, puesto que se ha escrito de manera inconsciente desde épocas remotas. Rony Vásquez Guevara señala que: Se reconoce la existencia de textos brevísimos (microtextos) desde los orígenes de la civilización humana, lo cual nos conduce a pensar que la brevedad (en términos
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textuales) existió, existe y existirá, pues responde a características socio-culturales de toda sociedad en determinada época histórica […] No obstante, debemos advertir que estos textos pueden ser leídos como minificciones desde la actualidad, ya que la naturaleza proteica de la minificción nos permite realizar esta lectura. (Vásquez, 2012: XVI-XVII)
De esta manera los investigadores que están al tanto de las características con que cuenta la ficción breve encontrarán microrrelatos en obras de escritores que no la cultivaron como género, pero que algunos de sus textos se emparentan con la microficción. Luis Lorenzano Ferro considera que los cartones, que aparecen en los periódicos, son un relato (Lorenzano, 2000: 32-35); Óscar de la Borbolla sugiere que en los epitafios está el origen del minicuento (Cfr. Zavala, 2000: 23), Karla Paniagua piensa que si a ciertos poemas se les violentaran sus versos y se acomodaran en párrafos surgirían minicuentos (Paniagua, 2000: 59-68); mientras que Enrique Anderson Imbert hace notar que las raíces del cuento brevísimo se encuentran en los relatos más antiguos de la tradición oral como los son los mitos, las fábulas y las parábolas de las civilizaciones clásicas griegas, romanas y orientales (Cfr. Dahl, 2000: 105). De tal manera se pueden encontrar microrrelatos en diversas obras que pertenecen al Estadio de la escritura inconsciente; por ejemplo, “Hun Ahpú e Xbalanqué viajan a Xibalbá”, es un fragmento del Popol Vuh, reunido en la presente antología, y aunque se desprendió de un todo se entiende por sí mismo; como también ocurre con una parte de La guerra del futbol de Ryzard Kapuscinski:
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LA GUERRA DEL FUTBOL [Fragmento]
El que va al campo de futbol puede perder la vida. Tomemos como ejemplo un partido en el que México pierde con Perú por 1 a 2. Desesperado, un hincha mexicano exclama en tono sarcástico «¡Viva México!» Instantes después muere masacrado por la multitud. No obstante, también hay veces en que esas fuertes emociones acumuladas se descargan en otra forma. Después del partido en el que México ganó a Bélgica por 1 a 0, borracho de tanta felicidad, Augusto Mariaga, alcaide de la cárcel de Chilpancingo (estado de Guerrero), que alberga exclusivamente a presos condenados a cadena perpetua, recorre los pasillos pistola en mano, dispara al aire y, al grito de «¡Viva México!», abre una a una todas las celdas, dejando en libertad a 142 criminales peligrosos. El tribunal absuelve a Mariaga, «porque, según se puede leer en la motivación de la sentencia, actuaba llevado por un arrebato de patriotismo». (Kapuscinski, 2008: 190)
Los fragmentos del Popol Vuh y de La guerra del futbol se emparentan con la estructura del minicuento porque llevan consigo la trinidad del inicio, desarrollo y desenlace; no obstante, el primero forma parte de la mitología maya y el segundo pertenece a un reportaje y, sin embargo, pueden ser obras independientes. Para citar otro caso tenemos un microtexto de Juan Villoro: LAS CAMISETAS DEL DESMAYO En la gran explanada de La Defénse la compañía Nike construyó una feria. Todos los juegos practicables con un balón conducen a una tienda en la que se exponen los productos del emporio deportivo. La zona es presidida por retratos de Ronaldo y los demás de tamaño ideal para que King Kong juegue a las estampas. En París, una camiseta legítima del 9 verde amarillo vale 400 francos. Pero la globalidad no es igual en todas partes. Según Le Monde, las costureras de El Salvador reciben menos de un franco por cada prenda (la maquiladora Formosa paga 24 francos por 33 camisetas hechas para Nike). Hace unos días Rosa Virginia Hernández, de 18 años, se desmayó mientras cocía
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el 9 más costoso del planeta. Ayer hubo descanso para los astros de Brasil. Las costureras siguen trabajando. (Villoro, 2006: 175)
El texto de Juan Villoro nos muestra una noticia, pero al mismo tiempo pareciera que relata algún acontecimiento ficticio, puesto que se apoya en el periodismo literario para mostrar la realidad con un singular toque de fantasía. Y a continuación uno de Carlos Monsiváis: [APUNTES SOBRE FUTBOL] En rigor, nunca he visto un juego de futbol y eso me hace pertenecer a una minoría inconcebible. ¿Qué me he perdido al no ver estos juegos? Cito algunos de los muchos estímulos de los que no he participado: no saber de la exaltación patriótica que otorga cada gol de la Selección nacional; no ser un experto a nivel planetario sobre las posibilidades de cada uno de los equipos de la copa; no ser desde la casa el técnico suplente de la Selección nacional; no poder evocar los ídolos de la infancia ni puntualizar la alineación de una oncena en 1965; no ser fan, hincha o como se diga, de un equipo desde el principio de los tiempos personales y hasta siempre cambiar de simpatías futboleras es negarse a nacer de nuevo; carecer del único tema de conversación que jamás cae en el vacío; recordar en los instantes del triunfo o la derrota que las lágrimas y los gritos son los mejores amigos del ser humano; no examinar con dureza el daño que el espíritu comercial y donde todas las patrias de la FIFA le hace a la ilusión deportiva; no entender el 84.3 % de las alusiones en el habla coloquial; no ser capaz de hallar los vínculos entre futbol y política en el estilo de “En el futbol lo que cuenta es el marcador, en política lo que marca es la cuenta.” ¿Para qué sigo? Desde que me acuerdo, al excluirme de las emociones del futbol me he separado de la inmensa mayoría. ¿Que si tengo envidia de la emoción circundante? Sí, desde luego, y muchísima; pero, a colmo de males lo que no se vive desde niño ya nunca más se aprende de verdad. Ya será en otra etapa de mi karma. (Monsiváis, 2010)
Este texto cumple con las características del microrrelato porque está escritos en prosa, es breve y además es híbrido, tiene frontera con el ensayo.
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Y más microrrelatos que tocan el tema del futbol nos otorgan las obras pertenecientes al Estadio de la escritura inconsciente, como por mencionar algunas: El futbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano; La vida es un balón redondo, de Vladimir Dimitrijevic, o Pelé. De la favela a la gloria, de Miguel Méndez Camacho. Futbol en breve. Microrrelatos de jogo bonito se desarrolla en el Estadio de la escritura consciente y reúne 111 ficciones breves, de las cuales en su mayoría son minicuentos a excepción de una decena de textos como “Empate” , de Alejandra Adi (24); “El jugador misterioso”, de Alicia Aguilar (25); “Los Titanes”, de Gloria Aguirre (26); “Tedio”, de Armando Alanís (27); “Síncope”, de Martín Alvarado (32); “Por penales”, de Alejandra Burzac (48); “Alzando el trofeo”, de Héctor Carreto (53); “Mientras futbolizo”, de Valentina Gómez (82); “El estadio en la dictadura”, de David González (83), o “Lo muchacho del tablón”, de Saurio (148); son relatos que omiten uno de los elementos de la triada del cuento clásico, es decir, omiten el desarrollo en su corpus, no se detienen en la descripción de los lugares, ni delinean a los personajes; son textos que se apegan a las observaciones que realizó Dolores M. Koch en tanto que sugería que el microrrelato “carece generalmente de acción. Como juego ingenioso del lenguaje, se aproxima al aforismo, al epigrama o a la greguería…” (Koch, 2012: 5) Y si dentro del microrrelato se encuentran, como se ha expuesto, diversas propuestas de manifestar un relato ya sea el poema en prosa, el aforismo, etc., es el minicuento el que goza de mayor uso entre los escritores. Lauro Zavala menciona que dentro de la antología Alebrije de palabras. Escritores mexicanos en breve los participantes se inclinaron por el minicuento sin considerar las fronteras con otros géneros: La abrumadora mayoría de los textos contenidos en este volumen está formada por minicuentos, es decir por textos narrativos sin ninguna intención de hibridarse con el ensayo, la poesía o algún género extraliterario. En ese sentido, en este volumen hay muy pocas minificciones. (Cfr. Ortiz y Sánchez Clelo, 2013: 54)
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La misma observación se aplica para Futbol en breve; ya que pocos son los textos que tienen una frontera con otros géneros y visto de esta manera se puede considerar que el minicuento ¡está ganando por goleada!, goza de buena salud, los escritores lo prefieren y todo indica que los lectores lo han recibido con agrado. Y a pesar de que en seminarios y coloquios se considera que el microrrelato es un texto fronterizo con otros ámbitos de la Literatura, como se ha señalado de manera constante, no queda más que preguntarse: ¿por qué la mayoría de los escritores imaginan minicuentos y no textos híbridos al momento de crear microrrelatos? Ésa es una gresca que tendrá lugar en otro campo.
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[CUARTA DE FORROS] El futbol está en todas partes y ya tiene su lenguaje, su ritmo, sus rituales y sus dioses. Nadie puede ser indiferente. En Futbol en breve se reúnen 111 textos sobre futbol de escritores de catorce países. El futbol es internacional. Aquí hay textos con humor, con asombro y con coraje. En algunos hay epifanías, sueños y tragedias. En otros hay miradas escépticas, leyendas recreadas y momentos de gloria. Bienvenidos a esta galería de imágenes de la memoria y fantasías compartidas. El futbol ya tiene su antología de textos breves. Lauro Zavala
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Futbol en breve, microrrelatos de jogo bonito, es una antología a cargo de Aldo Flores. Internacional Microcuentista, revista de microrrelatos y otras brevedades. Comité Editorial: Martín Gardella (Argentina), Esteban Dublín (Colombia), Víctor Lorenzo (España), Fernando Sánchez (España), José Manuel Ortiz Soto (México) y Rony Vásquez Guevara (Perú) Publicación no venal para descarga gratuita desde Internet, con el propósito de difundir la obra de los autores. En la web: http://revistamicrorrelatos.blogspot.com En Facebook: Internacional Microcuentista - En Twitter: @Imicrocuentista Contacto: microcuentista@gmail.com © 2014, Aldo Flores. Diseño: Comité Editorial de Internacional Microcuentista. Selección, comentarios y estudio: Aldo Flores. Prohibida su comercialización.
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