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l’enfant terrible
Si todos los compradores fueran unos acérrimos convencidos del comercio online como el que les escribe, las tiendas a pie de calle tendrían los días contados. Sin embargo, parece que hay cosas que por su naturaleza todavía requieren de la experiencia de tocarlas y probarlas para adquirirlas.
Felicidad virtual S oy de esas personas que abrazan los descubrimientos con el entu- siasmo de un enamorado primerizo o un neoconverso. Me ocurrió con la música de baile allá por nales de la década de los ochenta, cuando después de despreciarla durante años por trivial desde la absurda atalaya de mi pureza punk y heavy, experimenté una epifa- nía que de la noche a la mañana me arrojó en brazos del hedonismo de la pista de baile y la expresión gozosa y desinhibida de mi cuerpo moviéndose espasmódicamente al ritmo de las poderosas líneas de bajos y los hipnóticos loops electrónicos. Y me ha pasado lo mismo con las compras de ropa online. Para alguien que siempre ha tenido una idea errática de su imagen, y que ha vivido las visitas a las tiendas de moda como un obligado martirio, la llegada del comercio virtual seguro -y especialmente las webs de ofertas- ha sido como el tercer advenimiento, la puerta a un paraíso terrenal libre de búsquedas infructuosas y colas en los probadores y lleno de chollos de ensueño. Jamás he visto problema alguno en com- prar una prenda sin antes probármela. Ni siquiera la ocasional constatación de que esos pantalones o esa chaqueta me quedan como una patada en los huevos ha ensombre- cido la ilusión casi infantil de la elección y la espera del envío. Además, en la mayoría de los casos, para ello cuento con la impagable asistencia de mi santa madre, auténtica crack de los arreglos, siempre presta a entrarme la cintura o acortar un bajo. Y si la cosa no tiene arreglo, para eso están los servicios de devoluciones de las páginas web, todo un dechado de eciencia, y en algunos casos sin coste alguno. Lo dicho, la felicidad a golpe de clic y a la puerta de casa. Un gozo que en mi caso raya en la pura adicción.
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Ya sé que a las mujeres mi panegírico de lo virtual les sonará a cuento chino. A ustedes lo que les gusta es pisar terreno, peinar estantes y colgadores, tocar, mirar del derecho y del revés, comparar, probar y, sobre todo, torturar a sus abnegadas parejas con preguntas de si les queda bien esto o lo otro. Y más si uno lee la información que me ha enviado una clínica estética acerca de los requisitos para elegir bien un sujeta- dor -una subrepticia estrategia para vender sus cirugías plásticas, supongo-. ¡Ni que fuera un equipo de aire acondicionado! Ya no es suciente con saber distinguir entre copa y contorno; ahora hay que tener en cuenta también aspectos como el ancho del tirante, el tipo de tejido, el aro -tiene que estar pegado al tórax, no puede despegarse o invadir el pecho-, o si una está ovulando o con la regla, porque las tetas crecen de tamaño durante esos días y dan una idea errónea de la talla requerida. Incluso se atreven a desaconsejar los sujetadores push up “ya que deforman el polo in- ferior del pecho” (qué diantres será eso). Sin tetas no hay paraíso
Frente a ese despliegue de ingeniería íntima, la sencillez espartana de unos calzoncillos (de slip, bóxer o calzón) se antoja un remedo textil de esa supuesta dualidad de caracteres que contrapone la simplicidad masculina a la complejidad femenina. El caso es que, mientras ustedes tengan tetas, las tiendas de lencería parece que serán los últimos comercios físicos que so- brevivirán al tsunami virtual. Y ahora, voy a ver qué pillo en Internet, que tengo mono. Complicación de tallas y de modelos de sostén favorecen que las lencerías sobrevivan al tsunami virtual redaccion@v-introversion.com