Modernidad. Los alcances de un sue単o en crisis
Modernidad. Los alcances de un sueño en crisis Versión XIV Cátedra Democracia y Ciudadanía Jaime Alberto Olarte Guasca Compilador
© Universidad Distrital Francisco José de Caldas © Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano (IPAZUD) © Jaime Alberto Olarte Guasca Primera edición, agosto de 2014 ISBN: 978-958-8832-52-4 Dirección Sección de Publicaciones Rubén Eliécer Carvajalino C. Coordinación editorial Miguel Fernando Niño Roa Corrección de estilo Omar Pinilla Diagramación Cristina Castañeda Pedraza Imagen de portada Rocío Paola Neme Neiva Editorial UD Universidad Distrital Francisco José de Caldas Teléfono: 3239300 ext. 6202 Correo electrónico: publicaciones@udistrital.edu.co
Olarte Guasca, Jaime Alberto Modernidad : los alcances de un sueño en crisis / Jaime Alberto Olarte Guasca. -- Bogotá : Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2014. 100 p. ; 24 cm. -- (Ciudadanía y democracia) ISBN 978-958-8832-52-4 1. Modernidad 2. Estado 3. Capitalismo I. Tít. II. Serie. 320.513 cd 21 ed. A1435990 CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango
Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito del Fondo de Publicaciones de la Universidad Distrital. Hecho en Colombia
Contenido Introducción Jaime Alberto Olarte Guasca Imágenes utópicas, utopía de las imágenes Pedro Pablo Gómez Conocer: el problema de ver Manuel Guzmán Hennessey Desarrollo del Estado Moderno: una mirada descriptiva desde la representación pictórica y la política Gisela García Cardona Transformaciones del capitalismo en Colombia: Dinámicas de acumulación y nueva espacialidad Jairo Estrada Álvarez El problema de la institucionalización del Estado en el pensamiento de Michel Foucault Absalón Jiménez Becerra
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Índice de figuras y tablas Figura 1: Realidad no lineal Figura 2: Realidad lineal
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Figura 3: Los múltiples factores de la realidad
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Figura 6: Cristo Pantocrátor, icono del Monasterio de Santa Catalina Sinaí, siglo VI.
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Figura 4: Dalí Carne de gallina inaugural (1928) Figura 5: Dalí Carne de gallina inaugural (1928) bajo el esquema de la realidad Figura 7: Evangeliario de Otón II, Siglo XI. Figura 8: Los Embajadores de Hans Holbein el joven (1533)
Figura 9: Miguel Ángel Hombre de Vitruvio (1485-1490)
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Figura 10: Todo para el pueblo, pero sin el pueblo, Voltaire en la corte de Federico II de Prusia Adolph von Menzel (1850)
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Figura 12: Campamento en el Chimborazo, Rafael Troya (1876)
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Tabla 1: Sociedades y mecanismos de control
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Figura 11: La coronación de Napoleón, Jacques Louis David (1804)
Figura 13: Lenin en Smolny, Isaak Brodsky (1930)
Figura 14: Cuadrado negro, Kazimir Malévich (1913)
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INTRODUCCIÓN Jaime Alberto Olarte1 Nuevas relaciones surgen en la forma como se ordena la sociedad, al punto que vale la pena considerar si la política ha perdido su autonomía y ha comenzado a depender de dinámicas que no percibimos como propias de ella. La impor� tancia de comprender la modernidad se evidencia ante interrogantes como el anterior y representa una entrada para entender los múltiples aspectos que in� volucra el ejercicio político en la actualidad. Podemos retomar algunos planteamientos de Touraine e interpretar cier� tos aspectos de la sociedad contemporánea, como la creciente capacidad del mercado para regular el orden social que se contrasta con el debilitamiento del Estado, para lograr un orden político. Esta transformación puede tener conse� cuencias en campos que parecerían estar muy distantes de las consideraciones políticas y económicas, tal es el caso de las identidades que, dejando de estar ligadas al rol que desempeñamos en la sociedad, han comenzado a acerarse a las dinámicas de consumo. Razón por la que el individualismo que acompaña la economía de mercado se puede ver plasmado en el auge de los nacionalismos y demás formas de identidad basadas en las pertenencias culturales, compi� tiendo con el ideal de ciudadanía fundamentado en el papel económico que se cumple en la sociedad. Las relaciones entre mercado y Estado en la modernidad encuentran un ori� gen teórico en los planteamientos del liberalismo, el cual parece haber inicia� do un inesperado movimiento de múltiples transformaciones en las que los grandes discursos políticos de naturaleza teórica y práctica han motivado y a la vez han sido utilizados estratégicamente para defender intereses, propician� do proyectos que posteriormente son reinvertidos desde procesos que, aunque contradictorios, pueden encadenarse entre sí. 1 * Investigador del Instituto para la Pedagogía la Paz y el Conflicto Urbano de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas (IPAZUD). Candidato a magíster en Investigación Social Interdisciplinaria de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Politólogo de la Universidad del Rosario.
Jaime Alberto Olarte Guasca
Como hitos de los procesos que nos ha legado la modernidad encontramos los grandes debates políticos de las últimas décadas que gravitan en torno a quién deberían pertenecer los medios necesarios para el desarrollo de la ciencia y la tecnología e incluso hacer posible la comunicación dentro de la sociedad. Dentro de las consideraciones que se han hecho con el auge del mercado, se impulsó en distintos escenarios la conveniencia de privatizar las grandes com� pañías, que se ocupaban de ofrecer bienes y servicios siendo administradas por el Estado, e incluso vemos más recientemente cómo estas mismas ideas justi� ficaron que la propiedad de las empresas que se ocupan de la oferta de bienes y servicios públicos (como el suministro eléctrico, el agua o también la salud) pasaran a manos privadas. No es fácil abordar estos debates sin contar con refe� rentes que permitan ubicar a los actores en un espectro ideológico o identificar los intereses que persiguen. Las crisis económicas a lo largo de la historia evidencian los vacíos de las formas de organización políticas y económicas que han caracterizado la mo� dernidad. Movilizaciones como la de los indignados en Europa señalan los sin� sentidos de un modelo que esconde sus prácticas depredatorias bajo un manto de constructos ideológicos cuyas promesas desgastadas pierden su efectividad para controlar el descontento de los que han sido victimizados. Las nuevas relaciones entre política y mercado dejan su impronta más pro� funda en la perspectiva moral de los sujetos. Si bien los ideales de libertad y de racionalidad sobre los cuales se funda la ciudadanía moderna ampararon los orígenes de una moral cuyo fin último era la búsqueda de la felicidad desde la individualidad de cada sujeto, el desarrollo de estas dinámicas ha terminado socavando el espíritu comunitario necesario para preservar la unidad de la or� ganización social. Queda poco de aquellos proyectos ilustrados guiados por la virtud; en su lugar el interés individual y la búsqueda egoísta del placer han terminado materializándose como el resultado del modernismo progresista que no logra convencer ante la indignación que produce las relaciones sociales caracterizadas por la creciente desigualdad. La modernidad representa un proyecto que ha logrado transformaciones trascendentales; un repaso de este proceso hace visibles fenómenos que hoy en día ya no están vigentes. Comprender la modernidad representa un reto, ya que se trata de un proyecto que abarca el conjunto de productos de la civiliza� ción occidental. Para hacer frente a este reto, las memorias de la Versión XIV de la Cátedra Democracia y Ciudadanía, coordinada por el Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas (IPAZUD), dan cuenta de una apuesta pedagógica que buscó no solo alternati� vas didácticas en la estética, sino una lectura de lo político desde el componente cultural, por lo que el arte y su interpretación son componentes que orientaron en buena medida la formación para la comprensión de los fenómenos políticos. 10
Introducción
A continuación se presentan distintas perspectivas que dan cuenta de las dinámicas de fondo que pueden considerarse motores de la modernidad desde varias dimensiones. En primer lugar, Pedro Pablo Gómez nos permite entender la modernidad como una cuestión estética y analizar el problema de la utopía como un elemen� to clave para su comprensión desde una perspectiva no estética. En segundo lugar, Manuel Guzmán Hennessey examina la noción de ver desde su connotación epistemológica, y desde la formación de los paradigmas que guiaron a la civilización occidental entre el periodo fundacional de la cien� cia moderna, y el estadio de consolidación o apogeo de esta ciencia, conocido como posmodernidad. De esta manera, el autor elabora una propuesta para un nuevo modo de visión de la realidad, basado en el enfoque de las ciencias de la complejidad. A continuación y en tercer lugar, Gisela García se refiere a la principal cons� trucción política de la modernidad: el Estado moderno. La autora logra hacer una descripción desde una perspectiva pictórica que ilustra los principales ras� gos de los fenómenos sociales que permitieron la configuración de las estructu� ras sociales, que caracterizan la organización política en la modernidad. En cuarto lugar, Jairo Estrada nos ofrece la posibilidad de observar la mane� ra como la modernidad toma forma en nuestro contexto más cercano mediante un análisis de las transformaciones capitalistas en Colombia. Por último, Absalón Jiménez vuelve a poner el foco en el Estado moderno, a través de un diálogo desde los planteamientos de Foucault sobre el problema de la institucionalización, específicamente respecto a tres asuntos en particular: la soberanía, la disciplina y el control. Las reflexiones que aquí se presentan representan una serie de invitaciones que desde caminos distintos convergen en señalar la necesidad de rescatar la política. Quizá la principal contribución de esta Cátedra sea la posibilidad de reflexionar en formas de educar para vivir sin miedo y así aceptar las múltiples posibilidades que el reconocimiento de la diferencia aporta en la percepción de la realidad.
Nota final En el proceso de edición de este libro recibimos la triste noticia del fallecimien� to de la profesora Gisela García, quien participó en esta versión de la Cátedra Democracia y Ciudadanía. Desde el IPAZUD, rendimos un sentido homenaje a una gran mujer, una excelente docente y una consagrada investigadora, que no obstante, su repentina partida, dejó en sus colegas y estudiantes un gran legado. A ella, está dedicada la publicación de estas memorias. 11
IMÁGENES UTÓPICAS, UTOPÍA DE IMÁGENES Pedro Pablo Gómez2*
Presentación En este trabajo, se trata de demarcar un territorio epistémico que aborda la cuestión de la utopía y su carácter imaginario con el fin de problematizarla, desde una perspectiva que trata de estética antes que de política. El carácter imaginario de la utopía hará posible el establecimiento de vínculos, en concor� dancia con nuestra hipótesis que asume la modernidad/colonialidad como un proyecto fundamentalmente estético. Cinco cortos apartados constituirán la sinuosa línea de trabajo: en el prime� ro se plantea la cuestión de la modernidad desde una perspectiva estética. En el segundo, el tercero y el cuarto capítulo se aborda la utopía desde distintas conexiones: primero en relación con la imagen, después estableciendo si existe en la relación entre la “raza cósmica” de Vasconcelos y la ley del gusto; en el cuarto capítulo se trata de establecer si está presente en el surrealismo. Por últi� mo, desde una noción de canon, se plantea la posibilidad de una utopía crítica e incluyente.
La modernidad, una cuestión estética La pregunta por la modernidad como un proyecto fundamentalmente estético, que funda diversas formas de colonialidad, tiene sentido si se asume que la ������������������������������������������������������������������������������������������������� Maestro en Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia, Magíster en Filosofía de la Pon� tificia Universidad Javeriana y candidato a doctor en Estudios Culturales Latinoamericanos, en la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito, Ecuador. Es docente asociado de la Facultad de Artes (ASAB) de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
Pedro Pablo Gómez
modernidad se ha entendido como un proyecto de construcción de la imagen del mundo. Tal y como lo planteó Heidegger (1996), la modernidad es la época de la imagen del mundo; claro que la construcción de esa imagen no es prerrogativa del arte ni de las ciencias humanas, sino de la ciencia que tiene fundamentación físico-matemática, la cual construye la investigación como un dispositivo para conocer de manera precisa los fenómenos de la naturaleza. Aunque este mismo autor dice que el arte es un fenómeno de igual rango al de la ciencia moderna, el arte moderno se introduce en el horizonte de la estética. Esto significa que la obra de arte se convierte en objeto de la vivencia y, en consecuencia, el arte pasa por ser expresión de la vida del hombre. Sin embargo, el arte al que se refiere Heidegger (1996) no es la expresión de todos los hombres sino de los que producen obras de arte, como Hölderlin y Van Gogh, capaces de expresar en sus obras la esencia misma de la modernidad. Lo propio harán nuestros artistas y pensadores respecto de la denominada modernidad latinoamericana. De esta forma se busca en el espacio-tiempo de la modernidad latinoame� ricana la ubicación de los movimientos y las luchas sociales, que se han dado a lo largo de la historia por construir lo propio, formando una conciencia de la dependencia y, por supuesto, elaborando formas de liberación. Estas van desde la compresión de la utopía socialista y abarcan un amplio espectro que incluye la pedagogía crítica de Freire, la teología y la ética de la liberación de Dussel, la investigación acción participativa de Fals Borda, el pensamiento de lo propio de Cesaire, Fanon, Zapata Olivella, entre muchos otros. Esto nos lleva a un topos más preciso donde se plantea el problema de la colonialidad desde América Latina; es donde se ubica el espacio epistémico y político de unos intereses particulares. Allí, como bien lo muestra CastroGómez (2005), la taxonomía propuesta por John Beverley propone que el cam� po de los estudios culturales latinoamericanos durante los últimos diez años se dividió en cuatro proyectos diferentes, pero complementarios: “los estudios sobre prácticas y políticas culturales, la crítica cultural, los estudios subalternos y los estudios poscoloniales” (p.13). Estos últimos autores comulgan parte de sus ideas con Walter Mignolo y el grupo de la modernidad/colonialidad. Es aquí donde se empieza a construir la propuesta de un giro decolonial, que es el resultado de pensar la modernidad como colonialidad que puede ser del poder, epistémica, del saber, ontológica o del ser. Desde mi punto de vista particular, la modernidad/colonialidad ha sido además o quizá fundamentalmente una colonialidad estética. Quizá sin la colonialidad estética, las otras formas de co� lonialidad no serían posibles o al menos habrían sido procesos totalmente dife� rentes. En esta primera demarcación conceptual se insertan las reflexiones que desarrollaré a continuación. 14
Imágenes utópicas, utopía de imágenes
La utopía: una cuestión de imagen Norbert Lechner, en el mismo sentido que Hinkelammert, entiende la utopía como un concepto necesario para la política en tanto es concebido como un concepto-límite. Este concepto de la imaginación es capaz de convertirse en un horizonte de sentidos de una sociedad (1986). Además de la pluralidad de los sentidos que se dan en la utopía, vale la pena resaltar la capacidad de la imagi� nación para construir conceptos de este tipo; quizá haya que recordar que Kant encuentra en la imaginación una capacidad sintética sin la cual la producción de conceptos se vería seriamente afectada. Aparte de la capacidad sintética de la imaginación para articular lo diverso en un concepto, a mi modo de ver, hay que insistir en la capacidad de articular lo diverso en una imagen; de tal manera que las imágenes del pensamiento no son solamente los conceptos sino también las imágenes a través de las cuales se conoce de manera particular el mundo. Si la autorregulación de la sociedad mediante el mercado, como la sociedad sin clases, la sociedad sin rey ni ley propuesta por los anarquistas y la inclusión de todos los excesos promesa del capitalismo tardío son ejemplos evidentes de utopías, podría pensarse que las nuevas constituciones latinoamericanas tienen una utopía subyacente de cuya fuerza imaginaria dependerá la realización no tanto de la utopía misma sino de los proyectos que en ella se inscriben. Ahora bien, el problema de las utopías en tanto imágenes es pretender rea� lizarlas. Lechner (1986) plantea que en el realismo político existe una doble crítica, tanto contra los que pretenden realizar efectivamente la utopía, como también contra quienes pretenden prescindir de ella. Otro aspecto interesante de la utopía es que esta no se ubica en el reino de la ilusión sino, diríamos con Deleuze, en el plano de inmanencia de la política, que para nosotros está cruzado con el plano de inmanencia del arte, cuya tarea no es quizá convertirse en el objetivo finalista de la historia, sino más bien en una condición de posibilidad para la elaboración de alternativas a las contra� dicciones de la sociedad capitalista contemporánea. De manera paradójica, entonces, la utopía en tanto imposible —y esto vale también para la concepción del consenso y del orden social— es la condición de posibilidad de una democracia plural, que mantenga la tensión entre lo in� dividual y lo colectivo, en un proceso en el que nada está dado, ni la unidad ni la pluralidad ni el sujeto ni el objeto, sino que todos ellos se construyen en el ámbito político, entendido como un campo de conflicto.
El problema de la “raza cósmica” es su demasiada posibilidad ¿La cuestión de la raza cósmica tiene la forma de la utopía de un mundo posi� ble imposible? Para Vasconcelos (1925) en la conformación de la raza cósmica hay un factor espiritual y dicho factor es el que dirige tal empresa. Ese motivo espiritual, antes que una cuestión propia de la reflexión, hay que entenderlo 15
Pedro Pablo Gómez
como algo propio del gusto. Dicho de otra manera, hay una ley del gusto y esa ley es la norma de las relaciones humanas, cuyo resultado no será otro que la conformación, a partir del cruce entre las diferentes razas existentes, de la raza cósmica. Sin embargo, Vasconcelos es claro en afirmar que esa quinta raza y la forma de vida que la caracterizará, ese vivir en Phatos, son algo posible, pero que de ninguna manera algo actual. Esa vida de dioses (1925) será el resultado de un pasaje por los estados previos, en nuestras palabras, un horizonte de llegada de su proyecto. A ese estadio se llega por la vía de la fantasía, que es la única capaz de alcanzar las zonas de revelación, de un solo salto divino; ese salto sobre los posibles, a través de la intuición como un don, artístico, tiene la forma de la pasión. Al final el principio del deber y la razón son superados por la exalta� ción propia del amor, la fantasía y la belleza. Ese proyecto, entendido como la base de una nueva civilización, con una nueva raza resultado de la fusión de las razas existentes, se dará en el territorio americano como una realización del tesoro de todas las razas. Esta será la tarea entendida como un plan del espíritu, la cual se realizará no sin obstáculos. El problema de Vasconcelos está no tanto en la elaboración de la imagen utópica de la raza cósmica sino en los principios mismos que, según él, la ha� rán posible. Por ejemplo, en la afirmación de que el cruce entre las diferentes razas ya no obedecerá tanto a una cuestión de proximidad sino a una esponta� neidad propia del gusto y su ley. La ley del gusto tiene tres estados a saber: el estado material, el intelectual o político y el estado espiritual o estético. Esto, no obstante la homologación entre lo espiritual y lo estético, no deja de ser un problema interesante para abordar las relaciones entre el arte y el pensamiento. El problema consiste en el carácter cuasinecesario que le da a su proyecto como una especie de superación gradual de estadios inferiores para acceder, en el tercer estado3, a una liberación del imperio de la necesidad. Planteado de otra manera, el problema de Vasconcelos consiste en opacar lo mejor de los tres estados anteriores, no canibalizarlos sino superarlos, en un tercer período donde la orientación de la conducta se fundamenta en el senti� miento creador y en la belleza, dejando de lado la razón. Esa belleza tiene una fuerza de convencimiento tal que sobrepasa a la razón explicativa en donde la fantasía, es decir, la imaginación como facultad suprema, será la encargada 3 Si en el primer estado, la mezcla de las razas está dominada por la materia y por el principio de la violencia y el poder, se impone la fuerza material como elemento de colección y así la elección queda reducida. En el segundo periodo prevalece la razón de las conveniencias estéticas, políticas o morales, en una palabra, en este segundo período o estadio estamos presos de la norma, la tira� nía de la ley y de las razones. Finalmente, en el tercer período la orientación de la conducta busca en el sentimiento creador y en la belleza. […] Aquí ya no se trata de las normas de la razón pura, tampoco de la inmediatez ni tampoco del imperativo ético sino de un Phatos estético. Cf. Vasconce� los (1925).
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Imágenes utópicas, utopía de imágenes
de establecer las normas. Aquí ya no se trata de las normas de la razón pura, tampoco de la inmediatez ni de imperativo ético sino de lo que denomina como un Phatos estético. En el tercer estado, la utopía aparece no tanto como algo rea� lizable sino formalmente como ya realizada.
¿Una utopía en el surrealismo? El surrealismo construyó su propia utopía que, en palabras de Breton (1965), consiste en afirmar que “existe un punto del espíritu donde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, lo pasado y lo futuro, lo comunicable y lo incomunica� ble, lo alto y lo bajo, dejan de ser percibidos como contradictorios”, además, agrega, “sería vano buscar en la actividad surrealista otro móvil que la espe� ranza de determinar ese punto” (p. 75). Una utopía, entendida como un punto, nos podría llevar a asumir el surrealismo como un solipsismo o bien como un misticismo. A pesar de la tendencia a desbordar la realidad inmanente y al llamado de un más allá que parece ser el que hace señas en los encuentros, entre ellos el de Najda misma, y a cierto acercamiento a la tradición hermética que se fun� damenta en la Cábala y el Zohar, el surrealismo se mantuvo en una posición inmanentista. No se trata de buscar una clave material que contenga todas las respuestas a todas las cuestiones de la vida, una búsqueda ontológica, sino de un punto en el espíritu; podríamos decir que la búsqueda ontológica se transforma así en una búsqueda psicológica que se asume como una clave que sería la guía de la acción que busca, no sin tensiones ni contradicciones, su realización estética y también su realización política. Además, en ningún momento Breton (1965) de� clara que ese punto haya sido hallado; antes bien, dice que en ningún momento pensó establecerse en ese punto sublime, pues al hacerlo, la clave o piedra filo� sofal habría dejado de ser sublime y, además, el hombre habría dejado de ser hombre. Siendo así, la espera surrealista ya no tendría ningún sentido, tanto la causalidad externa como la finalidad interna serían una misma cosa, el signifi� cante y el significado se corresponderían de manera plena. Si bien el surrealismo se propone una utopía, nunca pretende alcanzarla sino convertirla en una especie de guía del espíritu para las diferentes formas de la acción vehiculadas por la libertad, la poesía y el amor, en la búsqueda y los encuentros de la surrealidad, como una realidad superior no atada a las le� yes de la lógica racional que reduce el mundo a mera utilidad. Sospechando de la necesidad de la historia, se da a la tarea de hacer de la espera misma un ob� jeto de reflexión y, al mismo tiempo, asumiendo las contradicciones, participó en los movimientos sociales de liberación que estaban guiados por el proyecto marxista del Partido Comunista Francés. Dicho de otro modo, los surrealistas experimentaron una especie de desgarramiento causado por un doble llamado, 17
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un doble compromiso, por una parte con el arte y por otra con la contingencia política, dos señores que demandan una decisión en su favor, aunque a veces hizo el intento de servirles a los dos al mismo tiempo.
Política, canon y utopía La definición de la política no es un a priori, sino que la definición misma de lo que es la política es una lucha política (Lechner, 1986), de la misma manera, la definición de lo estético no se da por fuera de un espacio de luchas por el establecimiento mismo de las coordenadas y las reglas de juego que lo cons� tituyen. La elaboración de un canon puede ser un buen ejemplo de las luchas políticas en el campo del arte y la cultura, en el canon se juegan los criterios para la evaluación, revaluación y devaluación, no solo de los objetos artísticos sino también de los artistas mismos y sus proyectos, en tanto agentes del campo que aspiran a construirse una imagen por medio de la acumulación de las dife� rentes formas de capital, para decirlo en términos de Bordieu (2002). El canon, entendido como categoría estética, oculta, muchas veces, los intereses políticos y de poder subyacentes en los procesos de valoración formales de las obras, éste en tanto establece criterios de distinción, es un instrumento tanto para la promoción literaria y artística en general, como también para la remoción de artistas y obras de los espacios de consagración del arte y la cultura. Los con� cursos y los premios son unas de las principales herramientas del canon. Ahora bien, la elaboración de un canon no es exclusiva del campo del arte, como canon estético, sino también podríamos hablar de cánones científicos, fi� losóficos, políticos y sociales. Un canon, lo mismo que en la utopía, es una pro� yección; por ejemplo, el americanismo podría entenderse como el dispositivo que pretende hacer posible la independencia intelectual de América respecto a Europa y, a su vez, una guía para la autonomía del intelectual respecto de los estados nacionales (Mariaca, 1993). El canon, como proyección, además del despotismo ilustrado que muchas veces lo constituye, de la arbitrariedad de sus criterios, de la objetivización o alienación a la que somete la materia de su acción en tanto objeto de estudio y valoración, es la obra de las instituciones que elaboran las políticas culturales dominantes. Un ejemplo de lo anterior es el caso de Ángel Rama, quien representa la lucha por el poder cultural en un proceso de largo aliento que va desde el cues� tionamiento de la representatividad del canon moderno, el señalamiento de sus límites y, a su vez, la búsqueda del derecho de gobernar la literatura latinoa� mericana, a través de la elaboración de su propio canon, transcultural, cuyos criterios unas veces son opacos y otras veces transparentes (Mariaca, 1993). El canon, en tanto estrategia discursiva para la conformación de la nación, ha sido muchas veces un instrumento de homogeneización al servicio de la po� 18
Imágenes utópicas, utopía de imágenes
lítica para el establecimiento de imperios, bien sea el de la escritura o el de las imágenes. Por tanto, un discurso crítico de canon cuestionará, entre otras cosas, los olvidos y los autores olvidados, proponiendo su revaloración no solo por medio de criterios formales, o los significados artísticos que sobreviven al paso del tiempo, como es el caso de la obra los Ríos Profundos de Arguedas, realizada por Ángel Rama, sino también desde sus aportes a los procesos sociales de los artistas, en tanto hijos de su tiempo. Abordando el problema, ya no desde el canon sino desde otro ángulo, pode� mos decir que para Enrique Dussel la elaboración o el diseño de las utopías es una de las tareas que en la política corresponde a los partidos, en los cuales son el lugar donde se discute y produce la teoría política del partido, se bosquejan las utopías, se formulan los proyectos concretos, la estrategia para alcanzar los fines propuestos y los demás niveles de la praxis de liberación (2006). Sin em� bargo, cuando la utopía es dejada en manos de los partidos, que representan el poder delegado por la comunidad, habría que advertir que hay un riesgo de reducción a priori, de la imagen de mundo que construye esta utopía. Debería� mos preguntar si la primera condición de una utopía es su carácter comunitario general, antes de cualquier dicotomía formal, bien sea biológica, de sexo, raza o gusto. Esto como algo previo a cualquier delegación que, en este caso, sería una delegación para fijar la imagen imposible de mundo que, de manera paradójica, hace posible un mundo determinado. En este sentido la vigencia social de la utopía consiste en el carácter no consensual sino estratégico para su elabora� ción, incluso previa confrontación de una diversidad de utopías. Quizá podamos explicar en términos de la utopía los fundamentados re� clamos de Dianna Helena Maffia, presentados por Francesca Gargallo (2006), acerca de la exclusión sistemática que han experimentado las mujeres al ser expulsadas de la construcción del conocimiento, quizá, en muchas ocasiones las mujeres se han visto comprometidas en la realización de un proyecto de democracia en cuya elaboración utópica no han participado. Por ejemplo, la epistemología tradicional no reconoce el valor de la intuición y las emociones para la producción de conocimiento, ella dice que si una mujer afirma que está absolutamente segura de algo porque tiene una intuición profunda al respecto, o porque se inclina emocionalmente a cierto tipo de respuesta, de ninguna ma� nera es aceptado en la ciencia. Si la utopía fuera una construcción colectiva, también deberían serlo las he� rramientas y las guías de la acción, sin exclusión de ninguno de sus medios heurísticos. En este sentido, dice que “urge discutir, precisamente, cuáles he� rramientas se van a legitimar en el acceso al conocimiento, porque en cuanto las feministas legitimamos herramientas, habilitamos sujetos para participar en la construcción de ese conocimiento. Y cuando habilitamos sujetos, herramientas nuevas realimentan nuestra posibilidad de conocimiento” (p. 91). 19
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De esta forma, se afirma que la dialéctica entre qué sujetos participan en la construcción y legitimación de las herramientas y qué cosas quedan adentro y afuera del sistema de conocimiento, es una dialéctica que la filosofía feminista debe desarrollar. Desde nuestro punto de vista, esa tarea no es solo de la filo� sofía feminista sino de la filosofía en general, no de la disciplina filosófica, sino de la filosofía entendida en un sentido más amplio como la capacidad del ser humano de elaborar preguntas acerca de la realidad y del mundo, las cuales lo ponen en la tarea de elaborar respuestas que, en muchos casos, tienen la forma de una nueva colección de preguntas. Sin embargo, de lo que se trata es de legitimar las herramientas cognosci� tivas para participar en la construcción colectiva del conocimiento, y no para transformarse en esos sujetos que son los únicos legitimados para conocer, lo cual implicaría nada más que la inversión de lo que critican, además, se trata, de acuerdo con nuestra argumentación, es de la construcción de una utopía comunitaria y colectiva para que luego la democracia no se reduzca a una serie de procesos de democratización y de inclusión muchas veces solo formal de los excluidos desde el comienzo o simplemente como sujetos diversificados para el consumo. Sabemos que una de las estrategias capitalistas es el multicultu� ralismo neoliberal, que en el fondo esconde un profundo racismo y, además, está muy cerca de la utopía capitalista que consiste en creer que con medidas apropiadas se puede eliminar toda excepción, bien sea étnica, sexual o cultural.
A manera de cierre Hemos tratado de vislumbrar que la estética tiene una especie de vinculación originaria con la política, y en este sentido puede ser una dimensión de la ma� triz colonial y un instrumento de la colonización. Quizá haya que retomar la tarea de abordar la cuestión de la colonialidad estética como un proceso conco� mitante a las demás formas de colonialidad, del poder, del saber y del ser. Además, sabiendo que el conservadurismo y el capitalismo, con su lógica, tienen la virtud de actualizarse de manera permanente, de reinventarse, a veces de una manera más rápida que los proceso críticos y la formulación de alterna� tivas a las órdenes dominantes, nos parece importante insistir en la necesidad de plantear utopías propias e imaginarios capaces de agenciar las subjetivi� dades emergentes, sus praxis y con sus procesos de liberación. En esta pers� pectiva, una teoría crítica de la estética, en diálogo con la tradición crítica de occidente, incluyendo, por supuesto, al marxismo, que no es un mero espectro del pasado, y el pensamiento crítico latinoamericano, puede convertirse en un instrumento de descolonización y de mejores opciones para vivir, más allá de la satisfacción y del imperativo del goce capitalista de la sociedad de consumo contemporánea. 20
Imágenes utópicas, utopía de imágenes
Referencias Bordieu, P. (2002). Las reglas del arte: génesis y estructura del campo literario. Bar� celona: Anagrama. Breton, A. (1965). Manifiestos del surrealismo. Buenos Aires: Ediciones Nueva Vi� sión. Castro-Gómez, S. (2005). Crítica de la razón latinoamericana. Barcelona: Puvill Li� bros. Dussel, E. (2006). 20 tesis de política. México: Siglo XXI. Gargallo, F. (2006). Ideas feministas latinoamericanas. México: UACM. Heidegger, M. (1996). La época de la imagen del mundo (versión castellana de Helena Cortés y Arturo Leyte). En M. Heidegger, Caminos de bosque. Ma� drid: Alianza. Lechner, N. (1986). La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado. Madrid: Siglo XXI. Mariaca, G. (1993). El poder de la palabra. La Habana: Casa de la Américas. Rama, Á. (2008). Transculturación narrativa en América Latina. (2ª ed.). Buenos Aires: Ediciones El Andariego. Vasconcelos, J. (1925). La raza cósmica; Misión de la raza iberoamericana. Notas de viajes a la América del sur. Barcelona: Agencia Mundial de Librería.
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CONOCER: EL PROBLEMA DE VER
Manuel Guzmán Hennessey44
“El problema es conocer de qué manera se va a vivir de aquí en adelante en nuestro planeta” Félix Guattari
Presentación La necesidad de ver bien lo que sucede, no solo en nuestro entorno inmediato, sino en esa parte oculta de la realidad a la que David Bohm (1987) llamó La realidad implicada es un problema que ha ocupado el camino del conocimiento, especialmente desde la modernidad. Los premodernos no miraban mejor que los antiguos, puesto que vieron el mundo desde el velo incipiente de la razón, pero los posmodernos, es decir, nosotros, tampoco vemos mejor que los modernos, porque nos empecinamos en seguir mirando el mundo desde el aún más tupido velo de la razón. Examinar ese velo para intentar asomarnos a un nuevo modo de visión que recupere la libertad de los antiguos para acercarse a lo que se quiere conocer, es el propósito de este trabajo. Me referiré a ese modo de visión que aquí entreveo –el de una visión com� pleja– como el puente necesario que debemos cruzar los individuos del siglo XXI, que hemos comprendido la insuficiencia de la razón pura para interpretar la evolución de la cultura, y las limitadas posibilidades de una noción de pro� greso basada exclusivamente en el uso de este tipo de racionalidad simple. 4 Escritor, periodista de opinión y profesor universitario. Trabaja como director de la Red Klimaforum Latinoamérica Network KLN; columnista de opinión en varios medios, tales como El Tiempo, El Colombiano y Razón Pública; profesor investigador de la Universidad del Rosario de Bogotá, Co� lombia. Es editor de la Revista latinoamericana sobre cambio climático CX4 y director de la serie de publicaciones Aproximaciones teóricas sobre el cambio climático, de la Universidad del Rosario.
Manuel Guzmán Hennessey
Examino, en primer lugar, el problema de ver en la modernidad, y luego, para conocer lo que entraña el acto de ver en el mundo posmoderno, me apoyo en lo que aquí he llamado un ‘breve estudio de caso’, la evolución de la noción de progreso entre la modernidad y la posmodernidad, proceso que correspon� de al origen y desarrollo de la mayor amenaza global que haya afrontado la civilización humana en toda su historia: el cambio climático antropogénico. Para correr el velo, y con ello examinar lo que, a mi juicio, ha representado la ciencia y el conocimiento en la modernidad, me propongo partir de varios supuestos que enuncio a continuación, y que recojo de una hipótesis esbozada por Antonio Elizalde (2006), según la cual las cosas no siempre son como las vemos, generalmente son como son, no todo lo que vemos de las cosas refleja siempre lo que son las cosas. No todo lo que vemos existe en la realidad. Si decimos que vemos el mundo tal cual es, ello probablemente se debe a que no estamos viendo nada y creemos verlo todo. El individuo del siglo XXI deviene de una evolución cultural más o menos reciente: la que empieza con la historia moderna de la ciencia, que no tiene más de trescientos años y que ha logrado los avances más fantásticos de cuantos ha habido desde los comienzos de la historia humana. Pero ello, curiosamente, no nos ha hecho ver mejor, sino, muy probablemente, peor, como consecuencia del paradigma de la racionalidad excluyente que nos domina desde entonces.
Entre Platón, Salvador Dalí y Galileo Para examinar estos supuestos, y empezar a descorrer el velo, de una forma un tanto caótica, como supongo se deben examinar los supuestos de tipo complejo, permítanme dar un salto hasta Platón, y detenerme luego en Galileo. Para ello pongo un pie en el siglo XX, no precisamente en un filósofo, tam� poco en un físico, sino en un artista: Salvador Dalí, pues una de las cosas esen� ciales para recuperar el modo de visión que acaso nos escamoteó la moderni� dad, es el modo de visión intuitivo y profético que encarnan los artistas. El problema de ver la realidad, de saber lo que está sucediendo, la posi� bilidad de interpretar con acierto las señales del mundo, lo resolvió Dalí con una metáfora compleja que dio sentido y trascendencia a su monumental obra pictórica: el método paranoico crítico: “un método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetivación sistemática de asociaciones e interpretacio� nes delirantes” (1935, p. 23). Tal afirmación fue considerada “palabra de loco” por quienes en 1932 no se habían desprendido aún del imperativo racionalista que desde Francis Bacon y Baruch Spinoza había dominado la construcción del modernismo. La ciencia moderna mantuvo durante los siglos XVII y XVIII, la idea de que el mundo había sido hecho por un Dios racional. Era una creencia de sentido 24
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común en ese entonces, y la tarea del científico consistía en entender esa estruc� tura racional del universo y comunicarla, en forma de leyes exactas, al resto de los mortales. Si un artista excéntrico y locuaz se atrevía a opinar sobre física; a decir que la materia no era una sustancia rígida sino blanda como un queso camembert, y que el tiempo no fluía de manera rectilínea como si fuera una línea arrojada desde el pasado hasta el presente, sino en forma caprichosa y circular, este ar� tista debía estar loco, según los cánones de la época. Y sin necesidad de examen clínico o derecho alguno a defensa propia, era excluido de los cerrados conven� tículos donde reinaba el saber. Todo ello le ocurrió a Dalí, pues él había opinado sobre la física, la filosofía y sobre la forma de conocer la realidad, y mucho más, a partir de 1929, cuando acabó su cuadro La Persistencia de la memoria, más conocido como Los relojes blandos. La racionalidad era, además, una e indivisible, de manera que todas las co� sas estaban hechas de la misma manera y, por lo tanto, eran susceptibles de ser explicadas desde un método único, infalible y total: el científico. Todo el andamiaje de la ciencia moderna procede de esta idea rectora: una racionalidad única, dependiente, en últimas, de los propios y eternos “decretos de Dios, que como tal, implican necesidad y vida eterna” (Spinoza, 1989). Y fue a causa de este concepto de una racionalidad única (exclusiva y exclu� yente a un mismo tiempo) que el mundo occidental rechazó, desde principios del siglo XX, lo irracional (léase lo intuitivo) como método para encontrar la verdad. Tan fuerte fue este rechazo que hasta el propio Dios (se supone que sin sa� berlo) quedaba atado a su propia construcción racionalista. San Agustín, en su intento por explicar el milagro, dijo: “No existen los milagros que violen la ley natural, se trata solamente de fenómenos que violan nuestro limitado conoci� miento de la ley natural” (Le Shan & Margenau, 1985, p.20). La noción de progreso único, que se erige como idea dominante, desde la modernidad, es consecuencia de esta racionalidad única. En El mito de la caverna, Platón alcanza a sugerir que la realidad objetiva no existe; no obstante, la ciencia positiva se empecinó en difundir la interpretación sobre lo que se dice que dijo Platón bajo la forma del mito de las sombras, con el fin de no enfrentar el derrumbe de otro mito construido por ella misma: el de la objetividad incontrovertible de la realidad. Platón avizoró la naturaleza subje� tiva de la realidad en el siglo V a. C, pero el positivismo se dedicó a sacralizar, desde el siglo XVIII, una objetividad que la realidad nunca ha tenido. Si la realidad es objetiva el universo puede ser una entidad controlable, si el universo puede ser una entidad controlable, el mundo es controlable, y si el 25
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mundo es controlable, la llave de ese control estaría en poder de los científicos, quienes son los descubridores y productores de las leyes que interpretan aquel supuesto universo controlable. Los científicos se empecinaron en la idea de la objetividad porque ello les representaba poder, no importa que sus propias investigaciones apuntaran, desde siempre, a la consideración de realidades alternas, azarosas e inciertas. Durante casi todo el siglo XX, la tarea principal de los filósofos de la ciencia fue la de sostener ”con babas” el pegamento deshecho de la Física newtoniana que preconizaba realidades objetivas, controlables y absolutas. H. Poincaré fue una voz solitaria, desoída por los apologistas del control absoluto. Hoy día, muchos científicos mantienen la idea de que la realidad puede ser objetiva, y que el desarrollo del mundo puede ser perfectamente predicho, controlado y domeñado por la ciencia. La ciencia de hoy demuestra que existen muchas evidencias, comprobacio� nes e intuiciones, para considerar que la realidad es subjetiva y, por lo tanto, el mundo una entidad impredecible. La incertidumbre a que llegó la civilización humana durante el siglo XX, a partir del avance del fenómeno climático global, es el mejor ejemplo de que el mundo es una entidad impredecible, y de que la ciencia, unida a la evolución de la cultura, no ofrece respuestas suficientes a las afugias de una civilización, hoy en peligro. Esta ciencia de hoy empieza –por llamarlo de alguna manera– tan solo un poco antes de Francis Bacon y Baruch Spinoza, con lo cual quiero decir que la ciencia moderna no fue, en sus orígenes, tan racionalista como lo fue luego, desde Bacon y Spinoza. Fue, por el contrario, libre e intuitiva, pues así fueron Galileo, Kepler y Newton (en ese orden) en quienes se funda lo que hoy cono� cemos como ciencia. Antes de ellos estuvo Copérnico (1473-1543), quien proclamó la teoría helio� céntrica, noción que atentaba contra una de las ideas esenciales de la Iglesia: el universo gira alrededor de la Tierra, por consiguiente, el hombre es el centro de la creación divina y el centro del Universo. Y aunque es cierto que “el método” promulgado luego por Descartes se tiene como modelo del racionalismo, y que Newton sugirió que el universo funcionaba como un mecanismo de relojería, y que por lo tanto podía ser controlado por los astrofísicos, fueron los cartesianos y los posnewtonianos quienes alentaron la idea del racionalismo. Lo que haría Galileo sería confirmar la teoría de Copérnico: el Universo gira alrededor del sol, y la Tierra es uno de muchos planetas. Con esta liberación del pensamiento medieval, la civilización humana se proyectó “hacía el infinito, pues todo se hallaba por descubrir o inventar” (Cuadrado, 2003), aunque hayan 26
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sido los newtonianos quienes dijeron que no podía haber dos newtons, pues ya no había un segundo mundo a descubrir. Descartes escribió su Discurso del Método (1637) en la misma Europa venera� ble que vio abjurar a Galileo y arder a Giordano Bruno; allí Newton sintetizó las obras de Copérnico, Kepler, Bacon, Galileo y Descartes, en una teoría coherente que daba forma a la recién inaugurada concepción del mundo. Descartes es el padre de los compartimientos estancos, pues planteó la duali� dad mente-materia (res cogitan y res extensa) y afirmó que había que fragmentar todo el problema en tantos elementos simples y separados como fuera posible. Los empiristas clásicos ingleses (Locke, Hobbes, Berkeley y Hume) aplicaron este modelo mecanicista (mundo mecanismo de relojería) a los sistemas vivos. El mundo de la ciencia –y por lo tanto “el mundo”– empezó a depender de una explicación única e indiscutible: la explicación Descartes Galileo Newton, según la cual se consagraron los siguientes principios: 1) La objetividad del cono� cimiento, 2) El determinismo de los fenómenos, 3) La preponderancia de la experiencia sensible, 4) La cuantificación aleatoria de las medidas, 5) La lógica formal, y 6) La verificación empírica. Dicho de otra manera: 1) El conocimiento depende de las cosas en sí y para nada interviene el observador de las cosas, 2) Si hubo un fenómeno es porque hubo una causa, todas las cosas dependen de causas precedentes. 3) Las cosas se pueden conocer a partir del uso de los sentidos y a estos se les atribuye una confianza universal; 4) Es necesario medirlo todo, pues solo existe aquello que se puede medir. 5) Las cosas son o no son. 6) Todas las afirmaciones deben poder ser comprobadas por “el método”, de lo contrario son consideradas es� peculaciones. Con este esquema de pensamiento se empezó a desarrollar la noción de ciencia (como la conocemos hoy), con lo cual se puede afirmar que había sido inventado, además, el mundo moderno, pues esta fue la primera explicación ordenada, universal y coherente del mundo. Desde antiquísimas edades de la historia del hombre existía un cúmulo de conocimientos sobre física, astrono� mía y filosofía, pero no se puede decir que aquellas disciplinas obedecieran a un conjunto ordenado de leyes propias que pudieran otorgarle un sentido de ciencia.
Breve estudio de caso: la pregunta por el clima El quehacer de la filosofía suele otorgar mayor importancia a las preguntas que a las respuestas, y en esto se diferencia de la ciencia, que se empecina por entre� gar respuestas pertinentes sobre todo lo que existe, aun a riesgo de equivocar en sus diagnósticos. Las preguntas que hoy se formula la filosofía constituyen una especie de incitación de doble flanco, a las ciencias y a las humanidades, para que aventu� 27
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ren, cada una desde sus nichos del saber, a elaborar las respuestas que a diario demanda el hombre de nuestros días. Tradicionalmente se ha visto a la filosofía como una disciplina que se pregunta sobre los grandes temas del universo y del hombre, pero poco se ha aprovechado de esta vocación indagadora para abordar los problemas que preocupan a la civilización contemporánea. Uno de esos problemas, el del cambio climático global, reviste importancia tal, que un científico de la reputación de James Lovelock ha afirmado que sus efectos amenazan la vida sobre el Planeta. En entrevista dada al diario El País, de Madrid, en el año 2009, Lovelock dijo: Dudo que nos queden más de diez años para encontrar respuestas que nos ayuden a salvar nuestro planeta… hacia el final de este siglo, es probable que el calentamiento global haya transformado la mayor parte de la tierra en un desierto y en un descampado… considero pro� bable que la población actual del mundo pueda verse reducida a un 20% de lo que somos hoy día… Hay muy pocas cosas que podamos hacer ya, hemos apretado el gatillo y la bala ya ha salido.
Y en una entrevista anterior, a la periodista Rosa Montero, había dicho lo siguiente, el 7 de mayo del año 2006: El verdadero problema es que la gente no se ha hecho cargo de la situación medioambiental, y entonces Gaia está haciéndose cargo de ella, por así decirlo. El deterioro ha ido demasiado lejos y ahora el sistema está moviéndose rápidamente hacia uno de esos momentos críticos. Vamos a vernos reducidos a quizá 500 millones de humanos, tan poco como eso, 500 millones de humanos viviendo allá arriba, en el Ártico. Y tendremos que empezar de nuevo. Hace 100 o 50 años hubiera sido posible hacer algo, pero a estas alturas ya no hay manera de detener el proceso. Yo creo que dentro de la ciencia del clima todo el mundo sabe que ya es demasiado tarde. Es como ir dentro de un bote y estar demasiado cerca de una catatara. Por mucho que remes, no podrás evitar la caída. Y ahora lo mismo: no se pueden parar las fuerzas naturales que mueven el planeta. A veces pienso que estamos igual que en 1939, cuando todo el mundo sabía que iba a empezar una guerra mundial, pero nadie se daba por enterado (Lovelock, 2006).
De esta manera, el autor ha dicho en varios de sus libros, y lo ha reiterado en numerosas declaraciones de prensa, que lo único que podemos hacer es adap� tarnos a las consecuencias del cambio climático global, pero para adaptarnos, lo primero que necesitamos hacer es ver y conocer en qué consiste y cuál es la verdadera naturaleza del problema. 28
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Adaptarnos significa, entre otras cosas, comprender lo que sucedió en el mundo desde la modernidad, y tomar medidas de largo plazo para frenar el avance del problema; entender, sobre todo, el origen antropógeno del proble� ma climático, y preguntarse cómo y por qué llegamos hasta aquí; cómo y por qué fue posible que permitiéramos el crecimiento del problema, especialmente, durante la segunda mitad del siglo XX, en la edad del apogeo de la ciencia y la tecnología, cuando la noción de progreso que había incubado la cultura hu� mana parecía concretar sus sueños de grandeza y de máximo confort posible. Deberíamos preguntarnos lo que propone Guattari (1990), y que yo me he permitido poner como epígrafe de este trabajo: cómo vamos a vivir de aquí en adelante. Para ello podríamos hacernos la pregunta desde varias disciplinas, empe� zando por la cosmología, ya no para preguntarnos sobre la razón de la Natu� raleza, el Cosmos, el origen, la evolución y el destino del Universo, sino para preguntarnos a través de esta en que devino la civilización del desmedido con� sumo y la dependencia adictiva a la electricidad y los combustibles fósiles. Desde la epistemología, ya no para indagar sobre el conocimiento, su ver� dad y el método para conseguirlo, sus límites, sus certezas o las raíces psico� lógicas del proceso cognitivo, sino para aproximarnos a lo que los biólogos cognitivistas de la Escuela Santiago de Biología Perceptiva han denominado el conocimiento del conocimiento, en los asuntos del clima y su relación con la cultura humana y la formación de las creencias. O la ética, cómo no, pero ya no para abundar en las cuestiones del bien y del mal, o la justicia, la conciencia, los valores, la virtud y el deber, sino para preguntarnos por la ética del desarrollo que guió el crecimiento de las grandes ciudades, bajo un ideal de felicidad que hoy está en entredicho, en virtud, ya se ha expresado, del excesivo consumismo de la civilización posindustrial. Una pregunta, incluso, desde la metafísica, pero no para preguntarnos acer� ca del ser, en general, de Dios, la inmortalidad, el alma, la vida eterna, sino para indagarnos si más allá de la física puede estarse formando una nueva disciplina que aglutine todos los saberes a la manera de la consiliencia de Edward O. Wil� son (1999), en una especie de nueva metafísica, que agregue sentido humano a las ciencias de la naturaleza. Heidegger escribió que su metaphysica specialis abarcaba tres disciplinas: la cosmología, la psicología y la teología. También podríamos hacernos la pregunta desde la antropología filosófica, que no indague sobre el origen y destino de los seres humanos o la finalidad de la vida, la cultura y la escisión mente cuerpo, sino para que indague por el hombre desde aquella connotación kantiana que dio sentido al libro de Andrés Holguín (1988) que se llamó La pregunta por el hombre. 29
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Y por último, una pregunta desde la filosofía política, pero no para insistir en los temas de la sociedad, el poder, las desigualdades, la propiedad, los con� flictos, la tenencia de la tierra, o los partidos políticos y las formas de gobierno, sino para reflexionar sobre la intervención de una política global en la proble� mática del clima. Intuyo que esta última pregunta bien podría devenir de la famosa pregunta de Kant (1800): ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me es permitido esperar? Si nos hacemos todas estas preguntas, desde las múltiples plataformas del saber actual, y desembocamos en la pregunta de Kant (1800): Qué puedo saber, qué puedo hacer, qué puedo esperar, muy probablemente comprendere� mos lo endeble que resulta el paradigma del control absoluto del mundo preco� nizado por los absolutistas de la razón categórica. Y ello es así porque la más probable respuesta ante el futuro del problema que aquí hemos escogido como estudio de caso, puede ser: poco podemos sa� ber, poco podemos hacer, poco podemos esperar. Ante la incertidumbre a que nos enfrenta la encrucijada del hombre actual frente al cambio climático global, y a su limitado margen de actuación global, bien podríamos concluir que poco sabemos, que poco podemos y que poco es� peramos, porque poco vemos o porque poco hemos visto. La anterior afirmación nos remite a los supuestos que escribí al principio: las cosas no siempre son como las vemos, generalmente son como son. No todo lo que vemos de las cosas refleja siempre lo que son las cosas. No vemos con los ojos sino a través de los ojos. No todo lo que vemos existe en la realidad. Si decimos que vemos el mundo tal cual es, ello probablemente se debe a que no estamos viendo nada y creemos verlo todo.
Tentación de certidumbre La epistemóloga brasilera Heloísa Primavera (1995) considera que los seres hu� manos posmodernos, es decir, casi todos nosotros, padecemos una especie de “tentación de la certidumbre” (p. 172); ello, ‘a su juicio, está asociado con la necesidad de alguna clase de Dios, materia o ley científica universal, y este pe� cado posmoderno, según Primavera, condiciona lo que pudiéramos llamar el modelo posmoderno de realidad: una, simple, inmutable, cierta. Creo sano reconocer que aún los posmodernos (y sobre todo los posmoder� nos contemporáneos, los de la sociedad tecnológica avanzada) nos movemos en este viejo paradigma, que más que tentación de certidumbre es obsesión de cer� tidumbre; no obstante, considero que hay un nuevo paradigma, aún en ciernes, que se puede concretar en un modelo pos-posmoderno orientado a concebir la realidad como una materia múltiple, compleja, cambiante e incierta. 30
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Nuestra educación y nuestra cultura se empeñaron en indicarnos “una ma� nera correcta” de hacer las cosas, y esta manera correcta era siempre la línea del orden establecido, de manera que transgredir siempre fue considerado inapro� piado. Pero el transgresor oculto que todos llevamos dentro se las ha ingeniado siempre para hacernos caer en cuenta de nuestra prepotencia racionalista; sus estrategias se presentan unas veces en forma de azar, otras de duda y otras de denuesto cuasi-irónico, en lo que invariablemente nos descubre el vigía invi� sible de nuestros actos que no cesa de recordarnos nuestra condición de seres limitados, terrenales y vanos. Tal era la función del bufón en las cortes medieva� les y en la comedia lírica, por lo cual no debería asombrarnos que en el antiguo Tarot la carta que representa la totalidad es precisamente el loco, el transgresor, lo cual sugiere que debemos abandonar nuestra propensión a la segmentación del conocimiento y a las visiones parciales. Ver parcialidades en lugar de ver totalidades es consecuencia de querer con� trolarlo todo, pues creemos que si segmentamos lo que vemos, lo podremos controlar mejor que si globalizamos lo que tenemos que ver. La tentación de certidumbre de que habla Primavera (1995) no es otra cosa que una expresión de prepotencia racionalista. La vivencia de la incertidumbre es en cambio expe� riencia de humildad científica, de quien se sabe limitado y adopta la duda como estandarte de su propio conocimiento. Maturana (1996) sostiene que existen múltiples lecturas posibles de cada fe� nómeno y, por ende, múltiples realidades; hay un consenso social sobre algunas realidades muy visibles, pero este acuerdo es tan solo la realidad, con respecto al colectivo que comparte el acuerdo, no la realidad en un sentido absoluto; de manera que “la realidad” es más una convención lingüística que una materia definible por la ciencia; o si se quiere, eso que llamamos realidad, en realidad no es la realidad, sino la más aceptada representación social de la realidad. Ahora bien, todo el acervo acumulado de conocimientos del hombre puede ser sistematizado y reducido a teoría científica o a ciencia empírica; la Reali� dad, el Mundo, es aprehendido/aprehendida a partir de tres saberes básicos: las ciencias de la naturaleza o fisis (física), las ciencias de la vida o bíos (biología) y las ciencias del hombre (humanidades). Cada cultura organiza su realidad de manera distinta y sus miembros están convencidos de que esa es la visión co� rrecta del universo; cada una de estas miradas obedeció siempre a la necesidad de resolver los problemas de los tiempos precedentes, por eso se llaman para� digmas o modelos mentales: forma de hacer las cosas, forma de ver el mundo. La civilización occidental desarrolló su manera de enfrentar la realidad para controlar, pues el paradigma imperante era el de que uno podía controlar las cosas, y ello era la máxima aspiración del avance de las ciencias. Dos cosas pre� tendió controlar la humanidad a partir de la ciencia: las enfermedades (después 31
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de la peste negra) y los problemas del medio ambiente. Hoy conocemos que ambos intentos fracasaron, pues la enfermedad solo pudo ser controlada en sus efectos, de manera parcial y poco anticipatoria, y los problemas del ambiente no pudieron ser controlados ni en sus efectos ni en sus causas. El hombre posmoderno acumula poder para controlar la mayor parte de mundo que le sea posible, y controla la mayor parte de mundo que le sea posi� ble para acrecentar su efímero poder. Los antiguos utilizaban el poder para dominar las fuerzas de la naturaleza, es decir, para sobrevivir, cosa legítima y entendible asaz, pero nosotros acumu� lamos poder para dominar a nuestros semejantes, para ejercer autoridad sobre ellos, para reinar. ¿Y la moderna noción de sociedad? Preguntarán ustedes, y yo les respondo con la conocida, fría e inglesa frase de Margareth Tatcher: la sociedad no existe. Existe el individuo, sacralizado por la globalización y el neoli� beralismo. Existe el poder y el poder deviene de las máquinas, de la tecnología, de los aparatos productivos cada vez más voraces. Existe la prevalencia de lo individual sobre lo colectivo; esquema que perpetúa el poder de los hombres y homogeneiza la masa informe llamada sociedad como ente domeñable. En un aforismo atribuido a Oscar Wilde se enuncia con tono anticipatorio que: en la buena sociedad todo el mundo tiene exactamente la misma opinión. Los realistas cínicos, al igual que John Briggs (1999), sostienen que los humanos por naturaleza nunca pueden cambiar su conciencia jerárquica, avariciosa y dirigida históricamente hacia el poder. La teoría del caos propone otra cosa; sugiere que: La conciencia no está confinada en lo que, de forma privada, sucede en cada una de nuestras cabezas, porque la conciencia es un sistema abierto, como el tiempo atmosférico, formado por el lenguaje, la so� ciedad y todas nuestras interrelaciones diarias; cada uno de nosotros forma parte de la conciencia colectiva del mundo, y los contenidos de esa conciencia se modifican constantemente por las fuerzas del caos que expresa cada uno de nosotros. Las estrategias de la naturaleza humana no están fijadas en absoluto. A través del caos, un individuo o un pequeño grupo de individuos, puede influir profunda y sutilmente en todo el mundo” (Briggs J. & Peat, F. D., 1999, p. 68).
La teoría del caos parte de una interpretación cabal del mundo y su natura� leza, que demuestra su grado de sanidad en forma de irregularidad y libertad. Pero nuestra cultura moderna se empecinó en diseñar la sociedad, no de acuer� do con los parámetros de la naturaleza, no de acuerdo con la manera como fun� 32
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ciona realmente el mundo sino en contra de ello. Diseñó organizaciones forma� les, jerárquicas, estructuradas con base en órdenes poco flexibles, con objetivos y logros precisos, con normas, informes e indicadores que nada tienen que ver con la forma natural en que nos organizamos los seres humanos. El enfoque del caos nos invita a mirar el mundo en términos de atractores, sistemas, flujos azarosos y grados de libertad; nos descubre que, a pesar de que la realidad enunciada en los párrafos anteriores se nos presenta como la “única e indiscutible realidad”, esta no es la realidad, porque la realidad se compone también de un tejido invisible de hechos que subyacen a aquellas versiones aplastantes y unánimes sobre la noción de la realidad. Y al descubrir ese tejido conectivo invisible aprendemos a ver de otra manera y descubrimos que nues� tro problema consistía no en que estábamos equivocados en nuestra percepción de la realidad, sino en que no veíamos la realidad verdadera; dicho en otras palabras, descubrimos que nuestro problema no era ideológico o conceptual, sino de visión. Ya casi para terminar, vuelvo a Dalí: conocer la realidad desde la irraciona� lidad: si no se puede controlar el mundo es preciso admitir que cierto descon� trol sobre las cosas que queremos controlar puede ser un método certero para funcionar en la vida, e incluso para controlar esas cosas. Los teóricos del caos relacionan la irracionalidad con la intermitencia, noción que puede explicarse, desde la racionalidad del siglo XX, de una manera tautológica: unas veces la razón funciona; otras no. Quienes trabajan en asuntos con un alto componente creativo suelen usar la irracionalidad en forma de casualidad como método para obtener nuevas visiones sobre lo que quieren ver o descubrir; suelen apoyarse en lo que Prigo� gine (1997) llama hilachas de caos: residuos de materias primas derramados en el piso de una fábrica, trozos de conversaciones anónimas escuchadas en un ascensor, coincidencias aparentemente disparatadas ocurridas en una céntrica avenida, rostros o expresiones singulares de gente anónima que nos sugieren algo extraordinario; números que emergen al desgaire de un aviso cualquiera, asociaciones insólitas de sueños, ideas, ensueños, visiones, alucinaciones, fija� ciones, exaltaciones, en fin, manifestaciones diversas de un mundo que subyace al mundo de lo sensible, y que suelen pasar desapercibidas para el común de las gentes. Car Jung (1970) afirmaba que ciertos patrones ocultos de la realidad se aga� zapan en aquellos tejidos aparentemente inconexos y absurdos con que se nos presenta la realidad en forma de hilachas de caos. La verdadera forma de pre� sentación de la realidad no es, como solemos creer, “empaquetada en racional y ordenado aditamento”; la realidad se presenta, la mayoría de las veces, de manera francamente caótica e irracional; de manera compleja, pudiera decirse, pero se trata de una complejidad que encierra su propio orden. 33
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Seducidos por nuestras abstracciones simples, escriben Briggs y Peat (1999), muy rápidamente nos acostumbramos a ver el mundo a través de categorías que nos ciegan a las sutilezas y a la riqueza de las pequeñas cosas que nos de� paran la individualidad de cada encuentro y la novedad de cada día; el cerebro tiene tan arraigado el desagradable hábito de aferrarse a su simplista manera de ver las cosas que, pasado el tiempo, ese marco se acaba convirtiendo en la única realidad. La teoría del caos nos dice que hemos nacido con el poder de superar esta limitación y, por lo tanto, podemos descubrir nuestra capacidad natural para detectar la aparición de pequeñas sensaciones que superan las dualidades.
Ver la realidad: entre la modernidad y la posmodernidad La modernidad difundió el criterio de que percibíamos las cosas que había en el mundo tal cual eran, pero una vez descubierta la mecánica cuántica, una nueva manera de ver la realidad se impuso como consecuencia de sus trascendentales descubrimientos; desde la década del setenta, cuando las primeras aplicaciones de la nueva ciencia comenzaron a darse a conocer en campos tan diversos como la neurofisiología, la biología cognitiva, la epistemología y las ciencias del len� guaje, se abrió camino la concepción de que el aparato perceptivo del hombre era algo más complejo y extendido que sus órganos sensoriales. De esta manera, por consenso científico se determinó que el fenómeno de la percepción está mediado por la cultura, por el uso del lenguaje, la semiótica, las emociones y los modelos mentales predominantes. Fue entonces cuando algunos epistemólogos desarrollaron una nueva disciplina a la que llamaron el conocimiento del conocimiento. El conocimiento de la realidad no es, en conse� cuencia, un reflejo neutro de ella sino una construcción cultural. Los ojos son tan solo las partes externas de un aparato perceptivo cultural compuesto por sentidos, creencias, intuiciones y conceptos. Pero la ciencia (y la cultura) desde la modernidad, nos había enseñado otra cosa: 1. Que la realidad era objetiva. 2. Que si vemos algo es porque hubo una causa (sin tener en cuenta que ese algo puede tener varias causas, y muchas de estas causas pueden ser conse� cuencias de ese algo). 3. Que las cosas se pueden ver mejor si dividimos la realidad en partes. Todo parece indicar que no solo vemos a través de los ojos, y tampoco sim� plemente con los ojos, sino que vemos también con el resto de nuestros senti� dos (los sentidos simples y los sentidos complejos), con nuestras manos y con nuestras piernas, con la poderosa intuición y, sobre todo, con nuestro cerebro (la hermosa, compleja y poderosa máquina del conocimiento), cuya esencial 34
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función parece ser no la de generar comportamientos, como aseguraba la psico� logía, sino la de anticipar lo que va a suceder. Uno de los pioneros de la biología cognitiva, Francisco Varela, dijo en 1984 que “lo que el organismo detecta como su mundo, depende de su comporta� miento, ya que ambas cosas son inseparables”. Heinz Von Foerster dijo en 1991 que las sensaciones en sí mismas, resul� tan insuficientes para el fenómeno perceptivo, aludiendo, sin duda, a que en la percepción intervienen con evidente fuerza otros factores de orígenes muy diversos. Un giro inglés nos sugiere una nueva forma de ver la Realidad con todo nuestro ser intuitivo, se trata del modismo enlightened self-interest, que se tradu� ce como percepción esclarecida de los intereses que nos son propios, o dicho de otra manera: percepción intuitiva de esa realidad que, realmente, necesitamos ver. Ver de manera lineal la realidad (la crisis climática global, por ejemplo) im� plica ver desde el viejo paradigma; así alcanzaremos a ver las líneas generales de la realidad, mas no los niveles donde esta se complejiza; allí veremos una zona oscura de líneas entrelazadas que esconde su contenido y nos quedamos sin saber en qué consiste la crisis. En cambio, cuando aplicamos sobre la crisis una visión no lineal, podemos ver todas las líneas del sistema, incluso hasta sus máximos niveles de comple� jización, porque los niveles de profundidad en el análisis no distorsionan las líneas del sistema. La obsesión por interpretar la complejidad desde el punto de vista del orden debe dejar paso a una interpretación global, que salve las fron� teras de las diferentes disciplinas y acepte la paradoja que convierte lo simple y lo complejo, el orden y el caos, en elementos inseparables. De hecho, una de las cosas más complejas que ha concebido la nueva matemática, el fractal de Mandelbrot, se creó a partir de una ecuación iterativa simple. Figura 1. Realidad No lineal
Fuente: Elaboración propia
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Este mismo sistema se vería así desde una óptica lineal: Figura 2. Realidad lineal
Fuente: Elaboración propia
Ver la realidad no es simplemente mirarla, sino percibirla, (fisiológica/psico� lógica/filosófica/poéticamente). Es conocerla, comprenderla y elaborarla en el sentido de aprehenderla y aprenderla, es tener la posibilidad de intervenirla, en lo cual se diferencian los organismos vivos superiores de los inferiores. El hombre que tiene cerebro se mueve, la planta permanece. Los primeros pueden intervenir la realidad porque son capaces de adoptar a voluntad el do� ble juego de sujetos y objetos; los segundos no pueden intervenir o modificar la realidad porque solo pueden ser objetos. Conocer exactamente en qué consiste, de qué se compone y hacia dónde va la realidad es asunto de la mayor importancia, pues constituye una manera apropiada de estar en el mundo, quizás la única manera apropiada de estar en este mundo que, poco a poco, podremos reinventar, después de haber superado sus crisis más acuciantes. ¿Y cómo es la realidad? Una sustancia infinitamente entramada y sutilmente entramada. Figura 3: Los múltiples factores de la realidad
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Fuente: Elaboración propia
Conocer: el problema de ver
La realidad está compuesta por unos factores visibles o invisibles, otros sub� yacentes o invisibles; imaginemos que los factores visibles se encuentran repre� sentados por las líneas curvas seguidas en la parte de arriba del gráfico (arriba del tejido conectivo de lo visible y lo invisible): estas líneas sugieren que la rea� lidad visible es un fluido cambiante y movedizo, atravesado o interconectado por fuerzas que modifican su tendencia y que cambian la dirección dinámica de su decurso; en la parte de abajo está representada la realidad subyacente o invisible; sus factores están representados por líneas curvas punteadas, porque la realidad invisible o subyacente no se ve nítidamente, desde la perspectiva del observador común y corriente. Entre las dos realidades, o mejor, entre sus dos tipos de factores componen� tes, hay un sutil e intrincado elemento conector, que aquí se representa como una red que conecta los dos espacios de la realidad. D. Bohm, a partir de sus descubrimientos en la física subatómica, y basado en su amplio potencial cuántico, encontró que muchas entidades físicas que parecen separadas están realmente conectadas o unificadas mediante una red implícita subyacente; en sus palabras, “bajo la esfera explicada de cosas y acon� tecimientos separados se halla una esfera implicada de totalidad indivisa y este todo implicado está simultáneamente disponible para cada parte explicada” (1987). Dalí lo habría dicho de esta manera: Figura 4: Dalí Carne de gallina inaugural (1928)
Fuente: imágen intervenida por el autor para mostrar los aspectos visibles de la realidad
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Manuel Guzmán Hennessey
Figura 5: Dalí Carne de gallina inaugural (1928) bajo el esquema de la realidad
Fuente en internet: jaquealarte.com/2013/03/25dali-arraso-en-paris-ahora-rumbo-a-madrid/
La obra Carne de gallina inaugural, de Dalí, que parece sugerir el aspecto desplegado de la realidad (arriba) a partir de las líneas (más gruesas y verda� deras) de la realidad (lo explícito) abajo; observen que este aspecto explícito de la realidad, a pesar de estar representado sobre el mismo cielo, está anclado en un plano concreto compuesto de cinco secciones separadas por líneas, mientras que la realidad desplegada flota en el aire movedizo de los días, en la textura veleidosa e informe del azar y la incertidumbre, en plena libertad. He interve� nido esta obra para mostrar los aspectos visibles e invisibles de la Realidad, a partir del esquema mostrado arriba, ahora incorporado a la obra de Dalí como elemento conector de los aspectos implícitos y explícitos de la realidad.
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Conocer: el problema de ver
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DESARROLLO DEL ESTADO MODERNO; UNA MIRADA DESCRIPTIVA DESDE LAS REPRESENTACIÓN PICTÓRICA Y LA POLÍTICA Presentación
Gisela García Cardona5*
Dentro de los múltiples debates sobre el Estado, quisiera, en lugar de seña� larlos, traer aquí una mirada que integre problemas políticos, económicos y sociales que han dado cabida al desarrollo de los Estados modernos. De esta manera me interesa presentar, acudiendo a los procesos históricos de una ma� nera sucinta, cómo ha sido el transcurso que ha permitido construir lo que hoy conocemos como Estado. En tal sentido, haremos un recorrido centrado en los hitos históricos que nos permitan ver las transformaciones que constituyen los fundamentos del Estado moderno. De manera que empezaremos por el final de la Edad Media, en el que el Estado no existe, siguiendo con el Renacimiento, donde aparece el Estado Absolutista; la Ilustración y las revoluciones burguesas que promueven el Estado de Derecho; la consolidación del Estado de Bienestar después de las dos guerras mundiales y, por último, el auge del proyecto Neoliberal, que pro� cura la minimización del Estado. Acudiremos a imágenes representativas de las épocas mencionadas, para dar cuenta de algunos de los cambios que ocurren y que nos pueden ayudar a entender el espíritu de la época.
5 Magíster en Análisis de Problemas Políticos, Económicos e Internacionales Contemporáneos de la Universidad Externado de Colombia, y aspirante a doctor en Estudios Políticos. Se desempeñó como docente-investigadora del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Central.
Gisela García Cardona
De la Edad Media al Renacimiento Quisiera empezar con una metáfora que puede ayudar a visualizar el cambio que se da entre la Edad Media y el mundo moderno. Si pensamos en un castillo medieval con sus altos muros, puente colgante, foso y alguno que otro dra� gón, cuanto menos para defender a los habitantes y señor del lugar, no estamos lejos de una sociedad sin instituciones, normas, orden y en estado de guerra constante (Hobbes, 1982). Cada Feudo se convierte en un peligro para el otro y lograr la supervivencia mueve los intereses de los señores —que siguiendo a Veblen (1971) denominaremos en este texto la clase ociosa—, quienes soportan su vida distintiva en el tesoro familiar, la herencia, los títulos, y que para man� tenerlos usan la riqueza, el gasto suntuario que mantienen desde la explotación y la servidumbre (pp. 212-215). La moral se sustenta en la Iglesia Católica, que a través de su dogma y sistema de representación logra mantener el orden feudal. Al acercarnos a algunas de las obras representativas del período, nos encon� tramos con pinturas que se refieren a pasajes bíblicos o a la reconstrucción de las batallas de los grandes señores, realizadas con formas simples y, en algunos casos, de manera tosca, que configuran un sentido estético que difiere de los cánones modernos, aunque no carecen de belleza y establecen un sentido de la época en que fueron realizadas. En todo caso, las representaciones son fun� damentales, en el sentido que ponen en evidencia los poderes sobre los que se sustenta la sociedad y los hacen visibles y explícitos para las gentes que habitan los feudos y que tienen la obligación de servir y tributar, tanto a sus señores, como a la Iglesia. Los artesanos están supeditados, bien a los reyes, bien a la Iglesia, y sus obras, hechas por encargo, muestran lo que la élite dominante desea mostrar. Decimos artesanos, en el sentido de que la obra no se considera como un objeto de arte en la época. Incluso, es difícil rastrear los nombres de quienes realizaron muchos de los trabajos más representativos e importantes. Lo que queda claro para la historia es desde qué comunidad religiosa o desde qué principado se encargaron. Sin embargo, este orden va a irse transformando en pos de la construcción de una forma de organización que limita la libertad de las personas que viven dentro de ese espacio territorial, pero que a su vez encontrarán seguridad por pertenecer a él. Los centros en donde empiezan a ocurrir estas grandes transformaciones están en España, Portugal, Inglaterra, Bélgica y Holanda, donde se intenta rom� per con los lazos filiales o de servidumbre, en pos de la construcción de ciuda� des y organizaciones que superan el orden medieval.
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Desarrollo del Estado moderno; una mirada descriptiva
Figura 6: Cristo Pantocrátor, icono del Monasterio de Santa Catalina, Sinaí, siglo VI
Figura 7: Evangeliario de Otón II, Siglo XI
En tal sentido, la economía es determinante, pues desde estos centros hege� mónicos salen grandes campañas para conquistar nuevos mundos y para re� configurar los propios, característicos de una sociedad medieval. Es así como se da el desarrollo y afianzamiento del mercantilismo entre el siglo XVI y el XVII (Grampp, 1971). Durante esta etapa en Inglaterra se está consolidando el período manufacturero y la base industrial (Rodríguez, 2000). No obstante es� tas transformaciones, el desempleo es un dilema que se muestra de una manera problemática y tiene, según Grampp, su causa mayor en los cercamientos a las propiedades, que redujeron la labranza y, por ende, el trabajo requerido para esta. Estos cambios significativos llevaron a cantidades de campesinos a migrar a las ciudades o a otras áreas rurales, para conseguir su sustento. Los grandes señores van perdiendo su servidumbre, las ciudades crecen, las rela� ciones sociales se transforman y el trabajo remunerado rompe con el ciclo de la servidumbre medieval. Otro de los problemas que aparece en esta época se deriva de la cantidad de tiempo que los trabajadores están en paro, “consecuencia de la inmovilidad, de 43
Gisela García Cardona
las fluctuaciones estacionales, de la rigidez de ciertos precios y salarios origina� da por las prácticas monopolísticas de los gremios y de las grandes y frecuentes deflaciones” (Grampp, 1971, p. 102). Además, los dueños de la tierra (la clase ociosa), al parecer no tienen ningún interés en fortalecer el empleo generando trabajo, más bien pretenden seguir viviendo a partir de sus condiciones natu� rales de privilegio. Las características de la época generaron problemas centrales que el pensa� miento y la acción intentaron solucionar con modelos económicos y políticos. En tal sentido, “el mercantilismo es justamente el ejemplo histórico que mues� tra cómo la fuerza concentrada de la sociedad en su aparato estatal contribu� yó al desarrollo de la economía mundo europea” (Rodríguez, 2000, p. 51). Así pues, el proyecto mercantilista fortalece de manera profunda al Estado y las políticas gubernamentales en aras de “impulsar la unificación del territorio, la constitución de un ejército nacional, la centralización del manejo fiscal y mone� tario y la expansión colonial” (Rodríguez, 2000, p. 52). Esta propuesta de construcción y consolidación del Estado moderno irá de� bilitando paulatinamente los poderes regionales y por esta vía los particularis� mos medievales que propiciaban la hegemonía de una clase ociosa, propia de la Europa feudal. Dicha clase se expresa en estar “exentos de tareas industria� les y que esa exención sea expresión económica de su superioridad de rango. Comprende a las clases guerrera y sacerdotal, junto con gran parte de sus sé� quitos. Sus ocupaciones no industriales pueden ser comprendidas, en términos generales, bajo los epígrafes de gobierno, guerra, prácticas religiosas y deportes (Veblen, 1971, p. 10-11). Paulatinamente esta clase perderá su capacidad eco� nómica, al ser incapaz de integrarse a los cambios políticos y económicos que constituyen el eje rector del Estado. Por esta vía podemos iniciar la contraposición entre el sistema mercantil y la clase ociosa a partir de la concepción del Estado, fundamental para los mercan� tilistas, en la medida en que su proyecto es nacional, a partir de una economía próspera, expansiva y de pleno empleo, te� niendo como condiciones necesarias: un comercio intenso, un gasto nacional adecuado, una estructura de salarios y precios apropiada, una determinada distribución de la renta, más exportaciones que im� portaciones, una clase obrera diligente y obediente, seguridad para la propiedad privada, eliminación del monopolio, utilización plena de los terrenos de cultivo, una oferta monetaria suficiente, un tipo de interés bajo, y pleno empleo de la fuerza laboral (Veblen, 1971, pp. 77-78).
Desde esta perspectiva la clase ociosa tiene un interés netamente individual, que no quiere acabar con el señorío ni con los privilegios. Esta clase es fuerte� 44
Desarrollo del Estado moderno; una mirada descriptiva
mente conservadora y “su función en la evolución social consiste en retrasar el movimiento y en conservar lo anticuado” (Veblen, 1971, p. 204). Así pues, esta clase, basada en una red de relaciones sociales en la que se distinguen y recono� cen, pone freno a los procesos de institucionalización económica y política que impone el mercantilismo, en la medida en que los ven como una perturbación del orden natural, que quebrantaría el orden social de arriba hacia abajo. Por el contrario, para el mercantilismo el interés nacional está sobre cual� quier otra consideración y para tal fin se requería un comercio intenso, un gasto nacional adecuado, una es� tructura de salarios y precios apropiada, una determinada distribu� ción de la renta, más exportaciones e importaciones, una clase obrera diligente y obediente, seguridad para la propiedad privada, elimina� ción del monopolio, utilización plena de los terrenos de cultivo, una oferta monetaria suficiente, un tipo de interés bajo y pleno empleo de la fuerza laboral (Grampp, 1971, pp. 77-78).
En tales condiciones, los privilegios de la clase ociosa tenían que verse afec� tados y restringidos al pertenecer a un Estado que controla la vida política y económica de la sociedad. El poder monárquico y las estructuras sobre las que se sustenta van a ir perdiendo su poderío, dando paso lentamente a la cons� trucción de sociedades donde prima el derecho sobre el estatus social. El ate� soramiento y la reserva de bienes en los incipientes Estados se contraponen con los consumos ostensibles de bienes valiosos que le permiten aumentar su reputación a la clase ociosa. Con los cambios políticos, la clase ociosa desaparecerá paulatinamente de la sociedad, en el sentido estricto; no obstante, los valores que esta propugna, especialmente desde el reconocimiento de su valor simbólico y de su estatus social, prevalecerán. El valor moral del hedonismo irá desapareciendo, dando paso al valor del ascetismo, del pragmatismo y de los intereses nacionales por encima de la individualidad. El mercantilismo pretendió que la economía estuviera al servicio de la po� lítica; del poder del Estado nacional naciente. Un Estado que tenía como eje central el fomento a las exportaciones y el pleno empleo. Los trabajadores no deberían tener tiempo libre para garantizar la máxima ganancia a la nación y acumular a través de la plusvalía; aquí coinciden la clase ociosa y la política estatal que legitiman la explotación de quienes están en la base de la sociedad; todavía se necesitarán grandes luchas para poner en consideración el tema de la explotación a la clase trabajadora. El nacimiento del Estado moderno tiene tres elementos que podemos dis� tinguir claramente: una economía basada en el mercantilismo, un gobierno 45
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absoluto y el renacimiento de las ciencias y las artes, que promueven y fortale� cen el desarrollo de la ciencia que sirva a la industria y a los grandes viajes en pos de conseguir riquezas y, en especial, metales preciosos escasos en el conti� nente europeo. Podemos decir que el mercantilismo es el motor de la transición del feudalismo al sistema capitalista, y que sobre este se consolidan los impe� rios coloniales, que protegen sus territorios, pero a la vez fomentan el comercio internacional y el flujo de bienes para garantizar la producción en la incipiente industria nacional. La consolidación del Estado se centra en la subordinación total del indi� viduo a las reglas. Este individuo es autónomo y a partir de normas y leyes realiza un contrato con el Estado, al que se subordina. Claro está que esa subordinación le garantiza la protección de su vida y de sus bienes, la sociedad es entonces una sociedad de relaciones de mercado donde cada uno es propie� tario (Hobbes, 1982). Para los absolutistas como Hobbes, rex est populus, pues todos dejan su po� der y lo dan al Estado, quien logra regular las fuerzas centrífugas del mercado. En cuanto a lo político, se institucionaliza la ley, de este modo no pueden do� minar las personas, sino la ley misma. De manera que el poder de las personas está dado es por su precio, precio que impone el mercado, no el estatus o la clase social. Al absolutismo de Hobbes se contrapone Locke, en el sentido de que el or� den adquiere valor cuando se subordina a la libertad. Para Locke existe una tríada de derechos fundamentales que son la libertad, la vida y la propiedad. Estos derechos los garantiza el legislador, que tiene la función legitimadora del dominio, pero a la vez la limitación de este. Además, nadie puede ser ex� ceptuado de las leyes, pues todos en la sociedad política deben acatarlas. Esta igualdad jurídica se aleja de la desigualdad natural de racionalidad que para Locke tienen los individuos, en especial las clases no propietarias a quienes ve sujetas al orden político, pero no activas o con pleno derecho. Gracias a la desigualdad natural, las clases no propietarias pueden ser manejadas desde la moral y la religión, y de esta manera mantenerlas inactivas políticamente, pero sujetas al poder. Es interesante hacer explícita la contradicción, pues: la libertad reivindicada por los liberales no es igualitaria sino discri� minatoria. La concepción liberal del siglo XVIII introduce una forma de racionalidad que expulsa al pueblo del cuerpo político, adopta un mecanismo genético totalmente original que desemboca en la inven� ción del parlamentarismo censatario como modelo ideal del dispositi� vo político liberal (Hermet, 2005, pp. 14-15). 46
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Esta apropiación del poder del Estado por parte de una facción de la socie� dad tendrá múltiples desenlaces en los sistemas políticos occidentales, inmer� sos en pugnas que intentan retrasar lo más que se pueda el sufragio universal. Pugnas que son paradigmáticas en la construcción de las democracias francesa, británica y norteamericana (Hobsbawm, 2001). Siguiendo el camino de la economía y pensando en los clásicos que, como Smith, están de acuerdo con la necesidad de la coerción desde el gobierno, sea como un mal necesario o como motor de despotismo, pero en todo caso intere� sado en los fines del gobierno, es decir, garantizar la propiedad, así cada quien puede buscar el bienestar material por sus propios medios, en un espacio don� de exista un orden social y estabilidad política. De este modo, el contrato que firman los individuos crea las condiciones jurídicas para que sea el Estado el que tenga el monopolio de la violencia. Solo de este modo el individuo puede alcanzar o, por lo menos, buscar sus intereses en medio de un marco jurídico que garantice la libertad de expresión, de religión, de uso de la propiedad y de constituir un gobierno representativo. Si bien la economía y la política van por el camino de la ley, el mundo de la representación también encuentra su propia vía, formulando cánones estéticos que ordenan las maneras de pintar o esculpir. Las grandes escuelas pictóricas construyen la realidad a partir de los avances científicos. Los cuadros se pintan a partir de puntos de fuga, que copian la realidad y hacen parecer tridimensio� nal lo bidimensional. La proporción es fundamental y la belleza debe aparecer en los cuadros o esculturas. Una belleza que está dada por el bien, por lo pare� cido a Dios, por lo que puede ser considerado como bueno. En medio de este renacimiento de las artes, los grandes artistas como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael o Botticelli, entre tantos otros, usan los desarrollos en las ciencias de la óptica y de la matemática para sus creaciones, además de estudios cuida� dosos sobre anatomía y morfología. Los artistas renacentistas con preocupaciones estéticas claras como la belle� za y el equilibrio entre el hombre y la naturaleza, utilizan principios matemáti� cos y geométricos armónicos para dar a sus obras un toque de idealismo. Estos artistas firman sus obras y son estas las que los dan a conocer y los pueden llevar a integrar el circuito aristocrático y eclesiástico que tiene el poder econó� mico para encargar obras de arte. Un trabajo muy interesante del período es el de Los Embajadores, de Hans Holbein el joven (1533), que integra los cánones estéticos renacentistas, además de una cantidad de símbolos de astronomía, matemáticas, música y geometría. En el plano central inferior, el pintor realiza una anamorfosis de un cráneo humano, que solo puede ser vista desde una posición oblicua. Este juego óp� tico nos permite ver la integración de los desarrollos científicos en la pintura, 47
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además de la aparición de un nuevo cuerpo de funcionarios, importantes para el Estado en construcción. Las representaciones renacentistas, que promueven una nueva concepción del mundo y del hombre, son entonces posibles gracias a la renovación en las ciencias y en la vida cotidiana de la sociedad. El pensamiento teocéntrico pro� pio del feudalismo va dando paso al antropocentrismo; la Iglesia Católica se fragmenta con la reforma protestante; la imprenta es determinante en la difu� sión de la cultura propia de Europa occidental, que con los viajes y descubri� mientos expande su proyecto político y económico, este último, el motor del de� sarrollo del capitalismo, y por esta vía de la construcción del Estado moderno, en especial la exigencia de derechos de los individuos que con las revoluciones burguesas buscan consolidar sus intereses (Hobsbawm, 2001). Figura 8: Los Embajadores de Hans Holbein el joven (1533)
Figura 9: Miguel Ángel Hombre de Vitruvio (1485-1490)
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La doctrina Liberal El liberalismo es una concepción de Estado en la cual este tiene poderes y fun� ciones limitados, en contraposición al Estado absoluto; “nace de una continua y progresiva erosión del poder absoluto del rey (…), es justificado como el re� sultado de un acuerdo entre individuos en principio libres que convienen en establecer los vínculos estrictamente necesarios para una convivencia duradera y pacífica” (Bobbio, 1989, p. 14). La doctrina del liberalismo se centra en que los hombres indistintamente tienen por naturaleza y sin importar la voluntad de uno o de unos cuantos, derechos fundamentales como la vida, la libertad, la seguridad y la felicidad. Para garantizar tales derechos, los liberales plantean la necesidad de un Estado mínimo cuyo fin sea la seguridad y la certeza de la libertad en el ámbito de la ley. Ahora bien, el papel del Estado, desde la perspectiva de Smith, se centra en la defensa exterior y la seguridad interior; en la administración de justicia para que los contratos se cumplan; en el mantenimiento de instituciones y obras públicas; y en garantizar el comercio y la educación, específicamente la escuela elemental (Rodríguez, 2000, p. 81). Esta constitución de un Estado de Derecho para Europa occidental, genera una gran tensión entre libertad y autoridad del individuo, pues el Estado parece no tener más límites que su propia consoli� dación. A esta tensión dentro del Estado fomentada por el desarrollo de la econo� mía, se une el ascenso de la clase burguesa que promueve cambios a nivel de representación dentro de los gobiernos. No solo ocurre en el interior de los Es� tados, sino que en las colonias se promueven independencias que claman por sistemas democráticos y libertad de comercio. El parlamentarismo inglés triunfa con la promulgación del Acta de 1689, que declara los Derechos y Libertades de los Individuos y que transforma y restringe la autoridad del Rey. Los Estados Unidos proclaman su independen� cia el 4 de julio de 1776, en su Constitución se pregona libertad e igualdad, los principios básicos de lo que luego se desarrollará en la construcción del Estado Social de Derecho. La Revolución Francesa triunfa en 1789 y siembra los prin� cipios de libertad, fraternidad e igualdad. De esta última se deriva el Código Civil que promueve los Derechos del Hombre, la propiedad privada y la libre competencia, eje rector de las legislaciones democráticas que se construirán después del triunfo de las revoluciones burguesas y las guerras de indepen� dencia americanas. En este orden de ideas es Rousseau quien en contraposición a Hobbes pro� mulga populus est rex, en la medida en que los hombres renuncian a su libertad, derecho y poder para someterse a la voluntad del pueblo que a la vez es sobera� no y súbdito. El orden social, para que sea legítimo, debe ser constituido sobre un convenio, sobre un contrato, no sobre el poder exclusivo del rey. De manera 49
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que el Estado de derecho y la democracia están unidos de forma indisoluble y son a la vez posibilidad y consecuencia. El respeto de las reglas constituye el fundamento de la legitimidad del sistema democrático, en las que la principal es la de las mayorías. Las reglas de juego pueden ser modificadas, no obstante estos cambios se dan a partir de las relaciones que se hacen entre los sujetos actores del juego político (Bobbio, 1989, p. 7). Desde la perspectiva económica es una etapa de libre comercio, donde las ventajas comparativas son el eje rector de la economía, los imperios usan su poderío para incrementar su riqueza y dominio; con base en la explotación de las colonias y en el interior del Estado las clases burguesas incrementan sus capitales y prestigio fundamentados en la explotación de la clase trabajadora. A partir de una mirada cultural, el renacimiento decae y da paso a la Ilus� tración, que critica el desprecio de la razón en el Renacimiento. En este sentido, para los ilustrados es fundamental volver a la razón e instituir una sociedad que, apoyada en los valores que vienen de la Revolución Francesa y en el pro� greso científico, logre construir una sociedad mejor, donde el Estado esté fun� dado en la razón y no en la utilidad. Por este camino la ciencia debe garantizar evidencias para la construcción de conocimiento. Por ello el método científico cartesiano promueve una separa� ción entre el sujeto que conoce y el objeto por conocer, además de la implemen� tación de metalenguajes que permitan alejar lo sensible de lo medible; por ello, la matemática es el paradigma para hablar de lo que se conoce y solo vale como objeto de conocimiento lo que pueda ser medible. Este objeto debe ser frag� mentado en sus mínimas partes para poder ser analizado, ya que entre mayor sea la fragmentación, mayor será la certeza. Lo holístico y la totalidad se des� precian, no pueden ser científicos, es aquí donde se jerarquiza el conocimiento y las ciencias duras se sitúan en la parte alta de la pirámide. La reflexión ética empieza a ser avasallada por la utilidad y necesidad de la ciencia como base del desarrollo y del progreso. En la parte baja de la pirámide del conocimiento se quedarán las humanidades aplastadas por el método científico. En términos estéticos, el período se conoce como Neoclásico, en el sentido de que la mirada y la representación giran hacia la antigua Grecia; de esta ma� nera, los pintores realizan sus obras con un dogmatismo en la representación, que debe ser tanto más real que el propio modelo. Así mismo, las temáticas del periodo se ajustan a los grandes triunfos burgueses, a las transformaciones y revoluciones sociales, y en Francia se le procura un especial vigor a la iconogra� fía napoleónica.
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Figura 10: Todo para el pueblo, pero sin el pueblo, Voltaire en la corte de Federico II de Prusia Adolph von Menzel (1850)
Figura 11: La coronación de Napoleón, Jacques Louis David (1804)
El arte no es ajeno al discurso científico, por ello muchos artistas plantean que el arte debe imitar a la naturaleza, quitando todo subjetivismo posible. Incluso, el arte obedece a reglas matemáticas expresadas en la naturaleza y por ello el pensamiento debe regir el proceso creativo desde la objetividad (Franc� castel, 1978). El arte en algunos momentos se vuelve práctico, es decir, sirve para objetivos específicos como el de los viajeros europeos por las colonias, que describen con sus obras la realidad y las posibilidades de explotación de las riquezas. El artista no es un creador, es más bien un acompañante que regis� tra los descubrimientos. Ejemplo de esto puede ser el trabajo del pintor Rafael Troya, quien a finales del siglo XIX acompaña y registra la travesía de viajeros alemanes en Colombia.
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Figura 12: Campamento en el Chimborazo, Rafael Troya (1876)
El desarrollo de la ciencia, vinculado al progreso del Estado nacional mo� derno, deja de lado los ideales de libertad e igualdad propuestos en las teorías revolucionarias. No obstante, los Estados se fortalecen al igual que el comercio y los proyectos industriales. Sin embargo, la sociedad se ve cada vez más des� igual y empobrecida. El ideario de Smith de que el mercado puede entenderse como una ley natural que al cabo del tiempo tiende al equilibrio sucumbe ante una Europa empobrecida que termina inmersa en dos guerras mundiales en la primera mitad del siglo XX. Sin duda la ciencia había avanzado de manera vertiginosa, pero el Estado era incapaz de garantizar los derechos de las mayorías, el progreso social que trazaba la ilustración había sido traicionado y el mercado servía a la voluntad del hombre, no a la sociedad en conjunto.
Consolidación del Estado social de derecho La Primera y Segunda guerras mundiales, aunadas a la depresión económica de 1929, revaluaron el papel del Estado como actor dinámico en la economía. El Estado liberal, centrado en la no intervención y el mercado libre, había fra� casado en alcanzar la felicidad de la mayoría, por ello se debía intervenir de� cisivamente en la actividad económica para restablecer la paz y construir una sociedad justa, donde libertad e igualdad fueran los ejes centrales del Estado. La concepción de Estado, basada en la libertad de los individuos, se puede contraponer a la forma de gobierno democrática, en la medida en que libertad e igualdad pueden ser antitéticas. Libertad nos conduce a individualismo, a conflicto; mientras igualdad es armonía, es comunidad. Si se es libre, se puede crecer aun en contra del otro; si se es igual, puede ser necesario disminuir la libertad de los otros para buscar el bien común; no obstante, en el Estado de Bienestar van a confluir estas ideologías. La obra de John Maynard Keynes publicada en 1936: Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero, critica al mercado, en el sentido en que este por sí solo no logra un óptimo social y menos una distribución justa de las ganancias. 52
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De tal forma que el Estado debe intervenir en la economía para garantizar el pleno empleo y desde allí el aumento de la demanda agregada, además de una política fiscal que procure la estabilidad económica (Streten, 2003). Esta intervención estatal en las naciones afectadas por la guerra fue determi� nante para posibilitar el progreso social y, en especial, para consolidar el Estado Social de Derecho, un Estado en el que se debe garantizar tanto la igualdad como la libertad y ya no solo los derechos alcanzados durante las revoluciones burguesas sino los derechos de segunda generación, es decir, los económicos, sociales y culturales, que están en estrecho vínculo con el ideal de igualdad. Por ello, “para Keynes la acción del gobierno es necesaria, no solo ni principal� mente para corregir los resultados distributivos indeseados, sino también y so� bre todo para mantener la demanda efectiva local y, por tanto, el pleno empleo y la plena producción” (Streten, 2003). Sin duda, el intervencionismo de Estado funcionó como regulador y promotor de la igualdad social en algunas naciones después de las guerras y para conseguir la estabilidad económica de un país, que no necesariamente se puede leer como desarrollo o progreso social. Al proyecto Keynesiano se le critica, entre otros, lo que tiene que ver con que “el pleno empleo y la estabilidad de precios solo se pueden lograr con una pérdida de libertad” (Streten, 2003, p. 170), eje rector del liberalismo. Además, las políticas anti-recesivas llevan una gran carga de sacrificio y un aumento en los conflictos, pues los costos sociales de la política fiscal incrementan la carga impositiva. No obstante las críticas, el modelo se ejecutó de diversas formas en países desarrollados y también del tercer mundo; en este último, implementar modelos que subsanaran las fallas del mercado, con base en la intervención, sucumbieron ante las fallas del Estado. Entre estas últimas se subrayaban deficiencias en los planes de desarrollo debido al uso de recursos e información inadecuados y la debilidad institucio� nal a causa de problemas con el servicio civil administrativo. De esta forma, la conclusión obvia de los críticos a los herederos de Keynes fue que no se podía delegar en un Estado con fallas protuberantes la tarea de corregir las fallas del mercado: Aunque la racionalidad para la intervención gubernamental había sido la de remediar las fallas de mercado, el resultado perverso fue muy a me� nudo el fallo del gobierno (Carvajal, 2006, p. 7). No podríamos hablar de un fracaso del modelo del Estado de Bienestar, pues grandes sectores vulnerables de las sociedades lograron acceder a los de� rechos fundamentales y hubo una gran movilidad social, gracias a las políticas implementadas. Sin embargo, los excesos burocráticos desembocaron en un incremento en el déficit de las finanzas públicas y una ineficiencia del mismo sector. En términos de representación estética, los gobiernos y las clases burguesas del siglo XX dejan de necesitar a los artistas para consolidar su posición social, 53
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o para mostrar su poderío; sin embargo, no podemos olvidar el realismo socia� lista o el muralismo mexicano que fomentan el espíritu nacional a partir de mo� numentales obras que retratan o por lo menos construyen un ideario de nación. Figura 13: Cuadrado negro, Kazimir Malévich (1913)
El mundo de las artes plásticas se separa de la estética de lo bello, de lo bue� no, de lo virtuoso y las vanguardias artísticas rompen los modelos clásicos de representación, llegando incluso a la abstracción total en obras como Cuadrado blanco sobre fondo blanco o Cuadrado negro del pintor ruso Kazimir Malévich. Si bien una buena parte del mundo del arte se libera de las instancias oficiales y de sus sesgos, no faltarán los artistas ligados a los regímenes totalitarios, que per� duran por los apoyos y garantías que reciben gracias a su filiación partidista; otros, en cambio, en contra del gobierno, serán perseguidos o exiliados, tal es el caso de los dadaístas en la Alemania nazi, o de Picasso, que se exilia en Francia. Figura 14: Lenin en Smolny, Isaak Brodsky (1930)
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Desarrollo del Estado moderno; una mirada descriptiva
Para el siglo XX los medios de comunicación se convierten en un arma inme� jorable para la construcción de ideales nacionales, de propaganda política y, en general, en un instrumento de alienación. Para los gobiernos, el uso de los me� dios de comunicación y su masificación van a permitir la consolidación de su ideario nacional, por lo menos en los momentos en que la industria privada no ha logrado abarcar y desplazar el monopolio del Estado en estos. Además, los medios se pueden convertir en opositores del Estado y deslegitimar el quehacer diario o, por el contrario, apoyar desmedidamente al gobierno. El arte se libera —no del todo, por supuesto—, de la tiranía de la oficialidad y de los recursos de las élites. Pero cae en los círculos de la crítica y de los ex� pertos, quienes tienen en sus manos las posibilidades de alcanzar la fama y el reconocimiento. Para terminar, me interesa exponer cómo el Estado de Bienestar decae, cuan� do economistas de los años setenta muestran cómo la intervención del Estado genera más problemas que beneficios y aumenta las desigualdades y las in� equidades. En tal sentido, los grupos de interés son capaces de influenciar las políticas de los gobiernos para garantizar su prevalencia económica y dejan de lado la eficiencia económica y el bienestar general; los Estados conciben políti� cas que a la hora de implementarse son inviables; la ausencia de comprensión de la situación económica de coyuntura y a futuro y la incapacidad técnica para promover políticas que democraticen los beneficios del crecimiento económico, entre otros. Las distorsiones económicas de los años setenta, el estancamiento en el cre� cimiento, las tasas altas en la inflación, entre otros indicadores negativos, lleva� ron a los especialistas a buscar salidas posibles para las economías nacionales y mundiales. Muchos países desarrollaron importantes programas de privatiza� ción, intentando reducir el peso del Estado y contribuir al saneamiento de las finanzas públicas. Ejemplo de esto fue el Reaganismo y el Thatcherismo, que al optar por las privatizaciones pretendían contribuir con el saneamiento de las finanzas públicas, disminuir la tasa de impuestos, flexibilizar el empleo, bajar las tasas de inflación entre otros. No obstante se logró bajar la inflación, las desigualdades sociales aumentaron, el ahorro disminuyó y muchas entidades financieras quebraron debido a la desregulación. Las salidas económicas po� drían mejorar las cifras, pero la sociedad se vería aún más empobrecida. La historia económica reciente nos ha mostrado desde lo cuantitativo y cua� litativo las fallas que tienen tanto el Estado como el mercado. Dichas fallas no se superan asumiendo una perspectiva teórica u otra; no podemos seguir pen� sando que la economía va bien, en la medida en que los gobiernos interfieren poco en los mercados, gracias a la marginación de los políticos de los temas económicos y, por ende, la profundización de las desigualdades al ampliarse 55
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las brechas entre ricos y pobres. Gobernar al Estado es centrarse en el mundo de los ciudadanos, ciudadanos individuales, o en grupos de presión. Dejar que la sociedad se polarice es permitir la guerra de todos contra todos, con la codicia individual como fuente de la competencia, así es difícil construir sociedades democráticas, donde los ideales de igualdad sean posibles al lado de los ideales de libertad, propiciados por los liberales. Por lo menos algo queda claro: es que en el mundo de las ideas, ya sea para construir o para destruir, todo cabe. El problema es cuáles se llevan a cabo y cómo, evidentemente los procesos de globalización económica y política plan� tean retos para los países, tanto del centro como de la periferia, retos que ideal� mente buscan el desarrollo social en el largo plazo. Construir, entonces, signi� fica formular políticas para el mundo real. Políticas que no pueden renunciar al Estado o al mercado, recogiendo y generando estrategias de bienestar desde los efectos positivos que han producido la diversidad de teorías económicas. Finalmente, y tomando la metáfora del castillo medieval usada al principio de esta exposición, las sociedades actuales donde el Estado malgasta su capaci� dad de proveer igualdad y libertad a sus ciudadanos, también pierden uno de los bastiones fundamentales: la seguridad. Ahora las ciudades se encuentran fragmentadas y las personas construyen urbanizaciones rodeadas por muros, rejas, alambres de púas y circuitos cerrados de televisión que los separan de los otros, de los indeseables. Quien tiene el dinero, puede pagar por su seguridad y se separa del mundo de la ciudad y de la ciudadanía. Hemos vuelto a la Edad Media, construimos castillos infranqueables, estamos en guerra de todos con� tra todos y creemos que el Estado debe desaparecer; qué gran torpeza querer volver al estado de naturaleza, cuando ya ni la propia naturaleza alcanza a so� portar nuestra huella de destrucción. Cada día traicionamos el espíritu primero de la Ilustración de construir un mundo mejor para todos, ahora nuestra propia existencia y supervivencia están en juego.
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Desarrollo del Estado moderno; una mirada descriptiva
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TRANSFORMACIONES DEL CAPITALISMO EN COLOMBIA. DINÁMICAS DE ACUMULACIÓN Y NUEVA ESPACIALIDAD
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Presentación Durante las últimas tres décadas el país ha vivido un incesante proceso de cam� bio y reconfiguración de su formación socioeconómica, en el que se ha interre� lacionado la intensificación con la expansión geográfica de la relación social capitalista7. Tal proceso se encuentra inmerso y es parte a la vez de nuevas diná� micas de la acumulación que trascienden (y hacen estallar) la frontera nacional para adquirir dimensiones regionales y transnacionales. La conjunción entre la lógica capitalista y la lógica territorial transcurre a través de una doble vía, interrelacionada, y en diferente escala, en la que se en� cuentran las dinámicas externas con las dinámicas internas de la acumulación. No se trata simplemente de la imposición de una exterioridad (aunque también lo es). En sentido estricto, es un mismo proceso —complejo, contradictorio, conflictivo, desigual y diferenciado— que da cuenta, por una parte, de nuevas formas de constitución y de reproducción de la relación social capitalista, de
Economista, Ph.D. en Ciencias Económicas. Profesor del Departamento de Ciencia Política, direc� tor de la Maestría en Estudios Políticos Latinoamericanos, director del Grupo Interdisciplinario de Estudios Políticos y Sociales, Universidad Nacional de Colombia. Coordinador del Grupo de Trabajo de CLACSO Economía mundial, economías nacionales y crisis capitalista. Director de las revistas virtuales Espacio crítico e Izquierda, www.espaciocritico.com. 7 Reconozco en buena parte de las reflexiones aquí expuestas un intento de lectura de la teoría marxista de la acumulación capitalista y de las contribuciones de David Harvey (2007) a la geo� grafía del capital (materialismo histórico geográfico), adaptándolas a las condiciones de la reali� dad colombiana. *
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una especie de racionalización forzada, arbitraria, del modo de producción. Por la otra, de la renovada estructuración del proyecto hegemónico, de la (re) conformación específica del poder clase.
Formación socioeconómica y procesos de acumulación Si se pretendiesen presentar y sintetizar en forma un tanto esquemática las principales transformaciones de la formación socioeconómica en el caso colom� biano, se podría afirmar: Primero, se presenció la crisis terminal del régimen de acumulación basado en la industrialización dirigida por el Estado, se inició la transición y, poste� riormente, se asistió a la consolidación del régimen de acumulación flexible y de financiarización. En la instauración de dicho régimen, las políticas de refor� ma estructural del llamado Consenso de Washington, inspiradas en la teoría e ideología económicas del neoliberalismo, han ocupado un lugar central. El nue� vo régimen ha venido produciendo una nueva espacialidad capitalista y una transformación del paisaje social; se ha sustentado en el despliegue de nuevas y múltiples formas de acumulación y en la activación inusitada de la violencia capitalista. Su rasgo esencial ha sido la acumulación por desposesión82. Segundo, se han acentuado las formas depredadoras de la reproducción capitalista, afectando en forma creciente las condiciones generales socioam� bientales de la reproducción de la formación socioeconómica. El capitalismo neoliberal ha impuesto su desenfrenado afán de lucro y sus demandas por una mayor rentabilidad capitalista a través de una relación destructiva con la natu� raleza y con el conjunto de relaciones sociales constituidas en torno a ella. Estas configuraciones depredadoras se han acentuado durante el último período si se consideran las tendencias recientes de la acumulación capitalista en minería, hidrocarburos, agrocombustibles, megaproyectos infraestructurales y, en gene� ral, el alistamiento del territorio nacional para ese propósito. Tercero, se concurrió a la crisis del régimen político de democracia restringida del Frente Nacional y a una reconducción del proyecto hegemónico con base en el diseño institucional —a través del proceso constituyente de 1991— de un ré� gimen de democracia participativa, sellado sobre los acuerdos de paz y la desmo� vilización de sectores derrotados de la guerrilla, el exterminio de la oposición política y social y el tratamiento pendular —entre el diálogo y la confrontación abierta- al conflicto social y armado. Durante la última década se ha asistido a la consolidación de un régimen autoritario en la forma de un Estado policivo, 8
Con este concepto, David Harvey (2003) pretende acertadamente mostrar la vigencia del concepto marxista de acumulación primitiva u originaria (acumulación basada en la depredación, el fraude y la violencia), pero actualizándolo. “No parece muy adecuado llamar primitivo u original a un proceso de que haya vigente y se está desarrollando en la actualidad” (p. 116).
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expresivo de una militarización generalizada e incremental del proyecto hege� mónico. Todo ello se ha acompañado de la entronización de configuraciones criminales y mafiosas en la estructuración del régimen político. Cuarto, se ha asistido al desarrollo de nuevas formas de inserción de la for� mación socioeconómica en el capitalismo transnacional, que acentúan la rela� ción de dependencia económica, política, militar y sociocultural frente al im� perialismo. Tales formas se sustentan en la imposición, por parte del bloque dominante de poder, de una política de abandono total del principio de sobera� nía, que propicia y estimula procesos de transnacionalización y desnacionaliza� ción, por diversas vías y mediante variados mecanismos. La expresión extrema de tal política se encuentra, por un lado, en la producción gradual (no conclui� da) de un régimen jurídico económico, que bien puede definirse como el orden de los derechos del capital transnacional9. Por el otro, en la disposición del territorio nacional para la estrategia de control, injerencia y eventual intervención militar directa del imperialismo estadounidense en América Latina, mediante la insta� lación de bases militares. Quinto, se ha acudido a la imposición de una lógica sociocultural basada en valores genuinamente capitalistas, que se han incorporado en las prácticas coti� dianas y en las subjetividades. Egoísmo, competencia, productivismo y merito� cracia han devenido en principios éticos de la nueva fase capitalista, que se unen a las prácticas históricas de clientelismo y corrupción, y a las nuevas generadas por la cultura del narcotráfico; todas estas reproducidas ahora socialmente. El proyecto hegemónico descansa sobre la pretensión de quebrar toda expresión de cooperación y solidaridad. También, sobre el ensanchamiento de una suerte de fascismo social, expresivo precisamente de la militarización generalizada de la estrategia político-económica y sociocultural en curso y del desarrollo de nuevas formas de control social. Sexto, se ha producido un cambio en el balance de poder de clase. El bloque dominante, que también ha sufrido modificaciones en su conformación y en la correlación interna de fuerzas10, ha logrado consolidar y afianzar su proyecto político, económico y sociocultural, conjugando el ejercicio de la democracia procedimental y de la legalidad burguesa con el consentimiento y la promoción del paraestado, de la parainstitucionalidad y de la violencia paramilitar. El producto ��������������������������������������������������������������������������������������������������� Ese orden, cuyo análisis representa una de las principales preocupaciones de este libro, está con� formado, entre otros, por el régimen de inversión extranjera, los acuerdos de protección y es� tímulo a las inversiones, los tratados de libre comercio, el régimen de zonas francas y los contratos de estabilidad jurídica. 10 De un bloque de poder expresivo del compromiso de clase entre la burguesía cafetera, sectores de la burguesía industrial, el latifundio, y el capital imperialista, propio de la fase capitalista ante� rior, se transitó hacia una nueva conformación ahora en cabeza del capital financiero, aliado con el capital imperialista y transnacional, y la gran burguesía agroindustrial y de los agronegocios, incluidos sectores del latifundio narcotraficante y paramilitar.
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histórico de esa conjunción ha sido la desestructuración de la clase obrera, del movimiento social y popular, así como de sus diversas expresiones organizati� vas, políticas y sociales; asimismo, la fragmentación de la resistencia y la des� articulación en la difícil construcción de alternativas políticas. Pese a que se ha logrado una relativa cohesión en el bloque de poder, la posibilidad de un pro� yecto hegemónico y de dominación de largo plazo no parece suficientemente estable. Sus flancos débiles se encuentran en la persistencia del conflicto social y armado, en los reiterados y valientes esfuerzos de reconstrucción de la resis� tencia y la alternativa, y en la fragilidad implícita de un proyecto que combina el discurso democrático con la ilegalidad y el crimen. Séptimo, las transformaciones capitalistas de las últimas décadas han traído como consecuencia un cambio en la naturaleza del conflicto social y armado. Contrario a estudios especializados u opiniones de analistas que concentran sus miradas en una perspectiva meramente militar o en expresiones del deseo, y que son concluyentes en la no historicidad y obsolescencia de ese conflicto, puede afirmarse que las dinámicas de la acumulación capitalista, especialmen� te su lógica territorial, así como las preocupaciones por un proyecto de he� gemonía imperialista en América Latina de largo plazo, han terminado —sin proponérselo— modificando y resignificando los alcances de esa expresión de lucha. De una cierta marginalidad en la fase capitalista anterior, la cuestión armada se encuentra en la actualidad en el corazón de las nuevas conflictivida� des, trasciende el espacio local y adquiere dimensiones transnacionales. Todas estas trasformaciones, vistas de conjunto, se han acompañado de la puesta en escena de lo que bien pudiera considerarse como la gran transforma� ción de las últimas décadas: una profunda reorganización de las relaciones de propiedad. Durante este período se desató un nuevo ciclo de concentración y centralización de la riqueza y de la propiedad, se acentuó su naturaleza capita� lista privada y transnacional, al tiempo que se produjo la más grande expropia� ción de nuestra historia. A los trabajadores se les despojó parte de su ingreso individual y social, a los campesinos, a los indígenas y a los negros de la tierra y del territorio, y a la sociedad en su conjunto de bienes públicos y comunales. El capitalismo se ha exhibido en forma descarnada y violenta, tal y como es, chorreando sangre, depredador, y profundamente inhumano. En suma, en una incesante tendencia a la acumulación por desposesión se sin� tetiza el rasgo esencial del proceso de neoliberalización de la totalidad capitalista en nuestro país durante las últimas décadas. El despliegue de múltiples y va� riadas formas de la acumulación se ha fundamentado en la producción de una nueva espacialidad capitalista, en la que se interrelacionan la intensificación con la extensión de la relación social capitalista. Allí donde esta relación ya existía, se ha reconfigurado y ha adquirido nuevas formas, acentuando las condiciones de valorización y del domino de clase; la lógica capitalista ha logrado profun� 62
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dizarse. Al mismo tiempo, la relación capitalista se ha extendido a campos de la vida social que antes no estaban organizados como tales, y ha adquirido una dinámica geográfica que la ha llevado a la conquista e incorporación de nuevos territorios a los procesos de valorización y a su sometimiento al poder de clase. En ello ha consistido el proyecto político-económico del neoliberalismo. La historia reciente del país se condensa en una santísima trinidad, expresi� va de un único proceso: acumulación por desposesión, nueva espacialidad capitalista y neoliberalización. En este ensayo preliminar se hará énfasis en la forma como el capitalismo colombiano, en consonancia con la tendencia del capitalismo transnacional, ha enfrentado los problemas de acumulación que se registraron durante las décadas de 1970 y 1980, y que llevaron precisamente a la crisis y la necesaria superación del régimen de acumulación basado en la industrialización dirigida por el Estado y a las transformaciones de la formación socioeconómica aquí esbozadas. La consideración más precisa de los cambios en el régimen político y la nueva conformación del campo sociocultural escapan de los propósitos y alcances de este trabajo.
Formas de acumulación y nueva espacialidad capitalista 1. El proceso de acumulación en el marco del proceso de neoliberalización se ha desplegado durante los últimos decenios a través de diversas vías y de variadas formas: 2. La expropiación de parte del ingreso de los trabajadores en detrimento de la capacidad de consumo de la sociedad y a favor de los fondos de acumula� ción, mediante la flexibilización laboral y la precarización del trabajo. 3. El sometimiento de toda relación social y del Estado mismo a un proceso de financiarización incremental, en el que la lógica especulativa atada a la incesante búsqueda de mayores rentabilidades, activa nuevos dispositivos de riesgo e incertidumbre para la reproducción. 4. El surgimiento y desarrollo de formas ilegales de la acumulación, particu� larmente a través de la economía de la cocaína, produciendo un nuevo tipo de excedentes, que demandan ser incorporados en los circuitos legales de la acumulación y generan de esa forma lo que podría definirse como zonas grises de la acumulación. 5. El despliegue de una nueva geografía regional de la acumulación, tendiente a la explotación de recursos naturales y energéticos y a la creación de pla� taformas para la exportación, basada principalmente en el ejercicio de la violencia y el exterminio, y articulada con la tendencia de la acumulación a escala transnacional. 63
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5. La movilización política del capital transnacional y de sus instituciones, con miras a la consolidación de un proyecto político-económico neoliberal que debe erigirse en referente a seguir por los países de la región, a través de crecientes flujos de capital, en la forma de inversión extranjera, de recursos de crédito y de ayuda militar. Todas estas expresiones y caminos, que describen la trayectoria de la acu� mulación capitalista de las últimas décadas en nuestro país, se presentan por separado solo con propósitos expositivos. En realidad se ha tratado de un único proceso, en el que las diferentes formas de la acumulación se han imbricado, condensando esa interrelación entre la lógica capitalista y la lógica territorial, produciendo una nueva espacialidad.
Acumulación por expropiación y redistribución regresiva del ingreso La tendencia de la acumulación se ha caracterizado por una profunda redefini� ción de la relación entre el capital y el trabajo. En la base de tal redefinición se encuentra lo que ha dado para caracterizarse como el proceso de flexibilización laboral y de precarización generalizada del trabajo, entendido como la contra� cara de la actualización tecnológica del modo de producción y la imposición de un régimen de producción flexible. Se trata de un proceso en el que el conflicto por la distribución, expresado en la contradicción entre salarios y productivi� dad (ganancias), que en la fase capitalista anterior era resuelto en gran medida políticamente, merced al poder obrero y sindical, ha entrado a ser definido eco� nómicamente, por la vía del mercado, con fundamento en la creciente deses� tructuración de la clase obrera. Tal desestructuración ha transcurrido, y continúa su curso en el caso colom� biano, conjugando el principio de legalidad, es decir, a través de procesos de reforma, de deslaboralización y desprotección del trabajo, con el recurso de la violencia, mediante la persecución, la desaparición forzada, el desplazamiento o el extermino físico. La consecuencia fáctica de ello ha sido, por una parte, el debilitamiento del poder de clase de los desposeídos y explotados, el dete� rioro sensible, cuando no la liquidación de su capacidad política, organizativa y de resistencia, al tiempo que se ha fortalecido y recompuesto, adquiriendo nuevas dimensiones, el poder de las clases dominantes. Ese cambio en el ba� lance histórico de poder, ocurrido durante las últimas décadas, ha tenido como consecuencia, desde el punto de vista económico, una redistribución regresiva del ingreso, en detrimento de los fondos de consumo, a favor de los fondos de acumulación. Ello se expresa en la tendencia a la creciente c ad. Aceptando un indicador tan problemático —por lo que él alcanza a esconder— como el coeficiente Gini, nuestro país ha registrado un incremento sistemático del ín� 64
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dice de desigualdad durante las últimas décadas. El nivel actual (0.58) se sitúa dentro de los más altos de América Latina y del mundo. La ofensiva del capital, alentada por las políticas de (re)regulación neoli� beral, se ha sustentado en un proceso de doble expropiación. Por una parte, el ingreso individual —considerado socialmente— se ha visto castigado por las condiciones de contratación, el debilitamiento de los sindicatos, el aumento del riesgo y la incertidumbre en el mercado de trabajo, la presión hacia la informa� lización y la falacia del autoempleo, el creciente desempleo y el subempleo; en suma, por el deterioro de las condiciones generales de financiación de la repro� ducción de la fuerza de trabajo y su familia. A ello se le agrega la imposición de un concepto de tributación, que incentiva a los ricos y presiona por ingresos compensatorios extraídos de los sectores medios y pobres de la población, a través de crecientes impuestos indirectos. Por otra parte, el ingreso social, entendido en términos de los bienes y ser� vicios provistos por el Estado para garantizar la reproducción de la fuerza la� boral, también ha sido objeto de expropiación. La tendencia incremental a la organización de la educación, la salud, las pensiones, la provisión de vivienda, el acceso a la cultura y al deporte, entre otros, de acuerdo con lógicas de mer� cado, es un incontrovertible indicador en ese sentido. Ello no debe conducir al equívoco de la nostalgia por un Estado de bienestar que, en sentido estricto, nunca ha existido en nuestro país; tampoco, no obstante, al desconocimiento de instituciones que cumplieron una función de bienestar de acuerdo con la lógica del compromiso de clase que representó el Estado de bienestar. La organización mercantil de lo que ha sido el ingreso social —una especie de ingreso no monetario o una forma de no gasto—, representa otra forma de acumulación por desposesión, en este caso de bienes comunes históricamente constituidos a merced de la movilización y la lucha popular. Tal desposesión pretende ser compensada parcialmente con la atención selectiva y condiciona� da de las víctimas del mercado a través de políticas de asistencia en la forma de una variada gama de subsidios a la demanda. En el caso colombiano, la principal de esas políticas se encuentra en el programa de Familias en acción, que se ha constituido, además, en un importante recurso para la adquisición de lealtades tendientes a garantizar una reproducción relativamente estable del régimen político. A estas formas de expropiación se le adicionan otras, creadas por las refor� mas neoliberales del Consenso de Washington, particularmente con las políti� cas de liberalización y privatización, así como de estabilización macroeconómi� ca. La nueva acumulación se fundamentó en la expropiación y la reapropiación privada capitalista de distintas modalidades de propiedad pública (empresas industriales, instituciones financieras, empresas de servicios públicos domici� 65
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liarios, de telecomunicaciones y televisión, puertos, aeropuertos, carreteras, fe� rrocarriles, hospitales, función pública, entre otros), y en la creación de nuevos mercados (fondos de cesantías, fondos de pensiones, intermediación financiera en salud, unidos a otros que resultan de procesos de privatización). Durante las últimas décadas se ha asistido a la venta del Estado, a la enaje� nación de sus activos y a la proliferación de lo que se puede considerar como unas de las formas jurídicas más generalizadas de la acumulación por despo� sesión: los contratos de concesión. Por esta vía, el capital sobreacumulado se ha apoderado de tales activos o de los representados en la adquisición de la función pública estatal a un costo muy bajo, para llevarlos inmediatamente a un uso rentable (Harvey, 2003, p. 119). El itinerario de los procesos de privati� zación y de las licitaciones para las concesiones ha sido suficientemente ilustra� tivo al respecto.
Tendencias de acumulación y procesos de financiarización El surgimiento y despliegue del proceso de financiarización es otro de los rasgos de la acumulación capitalista de las últimas décadas en nuestro país. Tal proce� so no debe ser leído exclusivamente en términos de una tendencia creciente a la autonomización del capital dinero y a la ampliación del potencial especulativo del capitalismo, aunque sea evidente que la fase capitalista actual se fundamen� ta en el crecimiento espectacular de los mercados de capitales, y que en estos han surgido las más variadas formas de la especulación financiera a través de los llamados derivados financieros; asimismo, que a merced de las políticas neoliberales de ablandamiento o eliminación de los controles estatales, los ca� pitales especulativos circulan con altísimos márgenes de libertad. La financiarización parece ser significativa de un proceso más complejo que, por una parte, da cuenta del sometimiento creciente del conjunto de la acti� vidad económica y social, así como del Estado mismo a la lógica del capital financiero y, por la otra, al mismo tiempo, es expresiva de la tendencia a la superación de la separación entre la forma de la propiedad privada capitalista y la función del capital. La forma del capital que está emergiendo de la financiarización supera un entendimiento del capital financiero en términos de la fusión del capital industrial con el capital bancario y propone una nueva forma del capital que condensa en ella sola la función productiva, la función comercial y la función crediticia, eliminando márgenes de intermediación y de distribución de la ganancia entre los capitalistas115, y poniendo a tributar a la sociedad en su 11 Cada vez es más frecuente el caso de empresas de la producción que cumplen funciones de comercio y de crédito; o de empresas de comercio que cumplen funciones de producción y de crédito, empresas de crédito que cumplen funciones de producción y de comercio. La pretensión de la anulación de las etapas del proceso de producciónreproducción, con miras a incrementar la velocidad de rotación del capital y así incrementar la tasa de ganancia, es evidente en las formas actuales de la organización empresarial. Hasta las empresas de servicios públi-
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conjunto, a través del interés que pagan los créditos de consumo o de vivienda, pero también la deuda pública. El proceso de reestructuración capitalista que se ha vivido en Colombia no hubiera sido posible sin el gigantesco poder que tiene y ha desplegado el capital con el capital financiero. Desde luego, como lo señala Harvey, dicho capital no es un mero producto de la imaginación. En la medida en que acarrea transfor� maciones del aparato productivo, este capital entra en el ciclo dinero-mercancíadinero, dejando de ser ficticio para convertirse en algo real. No obstante, para conseguirlo siempre depende invariablemente de una base de expectativas que debe construirse socialmente (2007, p. 36). Veamos algunas de las trayectorias del proceso de financiarización en nuestro país. Ellas se sintetizan en las aspiraciones de bancarización creciente del conjun� to de la población, en la imposición de una especie de ciudadanía financiera. A través de la bancarización masiva se garantiza una extensión importante del consumo por la vía de los créditos a la población. Desde luego que de esa forma se acumulan potenciales de crisis. El sistema funciona mientras la población ten� ga posibilidad de pago; en muchas ocasiones, las condiciones de endeudamien� to se reproducen en forma piramidal para sostener las dinámicas desatadas. La apuesta de la financiarización se desenvuelve con base en la contradicción entre el cálculo económico que exige el negocio capitalista, el riesgo y la incer� tidumbre, basados en los fundamentos frágiles del creciente endeudamiento. Su gran rendimiento, además de económico, esto es, la renta proveniente del pago de intereses, es de carácter: se trata de la prolongación indefinida de la dominación por la vía del crédito. De esa forma, quedan definidas y amarradas las trayectorias de vida de los trabajadores, organizadas en función de la pre� tensión de la extensión perenne del consumo a través del crédito. Dada las configuraciones del mercado de trabajo, los escenarios de bancarización no solo comprometen el trabajo asalariado. La flexibilización laboral y el llamado trabajo propio, así como la informalización, han obligado a desplegar otras modalidades del crédito. El programa Familias en acción está igualmente sujeto a una estrategia de bancarización. El capital necesita que todo el dinero circulante esté organizado y se encuentre inmerso en lógicas de financiarización. Dentro de los mayores logros de la estrategia financiarizadora se encuen� tran los fondos de cesantías y los fondos privados de pensiones. A través de ellos se logró convertir el salario (ahorro histórico) de los trabajadores en fuente fundamental de la acumulación capitalista hoy. Pero también, en factor para la distribución del riesgo que trae consigo la inversión. Los inversionistas institu� cionales, como se les conoce a estas empresas, son en la actualidad uno de los cos domiciliarios cumplen hoy funciones de producción, comercialización y crédito de bienes de consumo.
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agentes económicos de gran significado en los mercados de capitales, especulan con títulos valores en el mercado accionario, se han convertido en acreedores importantes del Estado y proveen recursos para proyectos de inversión. La es� tabilidad de tales negocios, que es la estabilidad del ingreso de los trabajadores, se encuentra sujeta a la volatilidad de los mercados financieros. En este caso, no obstante, el capital ha logrado extrapolar sus condiciones de rentabilidad, pero a riesgo cero, y de paso ha convertido a los trabajadores en capitalistas, en empresarios de su propio ingreso, sin que necesariamente se advierta así. Las posibilidades de expropiación del ingreso proveniente del trabajo, de acumulación por desposesión por otras vías, alcanza niveles impensables. La ló� gica de una presunta democratización del capital a través de la sociedad accio� naria, que a finales del siglo XIX posibilitó los discursos acerca del capitalismo popular, ha adquirido con la financiarización de las cesantías y las pensiones di� mensiones inesperadas y, sobre todo, alcances políticos aún no comprensibles en toda su magnitud. En la misma dirección debe considerarse la financiarización a través de la intermediación financiera en salud y en riesgos profesionales. La estrategia de financiarización tiene, por otra parte, una de sus mayores ex� presiones en el sometimiento de las finanzas del Estado. Tanto de sus ingresos, como del gasto público. Los recaudos, el presupuesto público en su conjunto, rubros específicos del gasto, responden en forma creciente a las demandas de tal estrategia. De todos los dispositivos activados, no obstante, el de mayor al� cance tiene que ver sin duda con la deuda pública. En este caso, no se trata solo de su significado en términos de riqueza social y de trabajo social transferido al capital financiero merced al servicio de la deuda que se debe cubrir (amor� tizaciones e intereses), se trata de la función misma y de los alcances de tal función, considerando el circuito que ella genera. En efecto, para financiarse el Estado recurre a la emisión de bonos de deuda pública. Pese a que se trata de bonos de menor riesgo, en comparación con otros que se ofrecen en el mercado de capitales, los rendimientos ofrecidos por los bonos estatales son significati� vamente mayores. De esa forma se compromete el gasto público a futuro con una tendencia incremental. Esos bonos son adquiridos por inversionistas en los mercados de capitales, entre ellos, los inversionistas institucionales, llamados fondos de pensiones. De ese mercado primario de bonos de deuda se derivan hipotéticamente n mercados más, en la medida en que tales títulos son usados por los inversionistas institucionales para cubrir sus transacciones o realizar nuevas. Se produce una tendencia a la autonomización del valor inicial de los bo� nos respecto del valor que estos van adquiriendo realmente en el mercado. El problema aparente es para el tenedor de los bonos, que queda atrapado en su propia ley, en su juego, en este capitalismo de casino. En términos reales, no obstante, los principales tributarios son la sociedad y el Estado. No solo por las acreencias y el pago a que ellas obligan, lo cual impone formas de expropiación 68
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del ingreso individual y social a través de cargas tributarias crecientes hacia los sectores medios y pobres de la población. Sobre todo porque el Estado mismo con su política de endeudamiento se termina constituyendo en una de las fuen� tes principales de la financiarización y de condiciones sistémicas de reproduc� ción basadas en el riesgo creciente, erigiéndose por tanto en amenaza para las condiciones sociales de existencia en su conjunto. Durante las últimas décadas, el capitalismo colombiano se ha sostenido también a través del creciente endeu� damiento. Los niveles actuales, aunque alcanzan montos espectaculares (176.7 billones de pesos), no tienen impactos y proporciones macroeconómicas que sobrepasen los límites técnicamente aceptados. El país está sentado, no obstante, sobre un barril de pólvora que, en presencia de otras condiciones y contingen� cias, puede producir un estallido económico, político y social12. El proceso de financiarización es esencialmente un proceso de alcance trans� nacional. En ese sentido, la nueva espacialidad que ha generado ese proceso en Colombia debe ser comprendida como parte de dinámicas transnacionales de acumulación. Y es probablemente en este campo, en donde el capital, merced a las posibilidades dadas por el desarrollo de las tecnologías de la información y de las comunicaciones, ha podido desplegar con inusitada fuerza nuevos y antes no imaginados potenciales de acumulación. La financiarización ha producido un cambio en el balance político y de poder. El sector financiero, y con él la burguesía financiera, se ha erigido en la prin� cipal facción del bloque dominante. En nuestro país se ha producido una pro� funda reorganización de la propiedad privada capitalista, concentrada y cen� tralizada, en buena medida, en manos de conglomerados financieros. Ello ha sido posible, entre otros aspectos, gracias a las políticas de neoliberalización y particularmente a las privatizaciones de la década de 1990. También a los desa� rrollos legales que estimularon el mercado de capitales. Con la financiarización se está en presencia de una de las principales fuentes de transnacionalización y la desnacionalización de la economía.
Formas ilegales y zonas grises de la acumulación La tendencia de la acumulación capitalista se caracteriza igualmente por una articulación creciente entre formas legales e ilegales de acumulación. La econo� mía capitalista actual tiene una fuerte presencia criminal. Si bien este no es un fenómeno nuevo en la historia del capitalismo, pues en principio acumulación y crimen van de la mano, es evidente que en el marco de la mundialización ca� pitalista este ha adquirido nuevas dimensiones. Ideólogos del establecimiento transnacional, como Moisés Naím, señalan incluso que “las actividades delic�
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Ello depende en buena medida de la tendencia de la tasa de cambio. Esta medida de valor se ha convertido en un verdadero señoraje transnacional que merece ser estudiado con más detenimiento.
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tivas globales están transformando el sistema internacional, invirtiendo las reglas, creando nuevos agentes y reconfigurando el poder en la política y la economía internacionales” (2006, p.20). Desde luego que el interés de Naím no se encuen� tra en develar el carácter consustancial al capitalismo de esas actividades. Su preocupación se encuentra más bien en los impactos sobre la estabilidad de la institucionalidad transnacional. No obstante, la sola constatación del fenómeno resulta importante. Los problemas de la acumulación capitalista, notorios en la década de 1970 fueron resueltos históricamente con el despliegue de nuevas formas de rentabi� lidad del capital a merced de la producción de una nueva espacialidad. Como se ha venido afirmando en este trabajo, se trató: a) de los procesos de reestructura� ción económica y productiva para actualizar tecnológicamente el modo de pro� ducción; b) de la extrapolación del potencial especulativo del capital-dinero, o incluso de la anulación de la diferencia, en términos de propiedad y de función, entre el capital productivo y el capital ficticio en dirección a lo que ha dado en caracterizarse como la financiarización; c) de la promoción de economías ilegales con altísimas tasas de ganancia (armas, drogas, seres humanos, propiedad in� telectual y dinero); y d), como un rasgo específico de la tendencia actual, de la fuerte y creciente imbricación entre a) y b) con c), para dar lugar a la irrupción de un nuevo tipo de acumulación, que se muestra como legal, pero se origina en actividades ilegales. Esa zona gris de la acumulación capitalista actual, cons� tituida sobre operaciones transnacionales de lavado de dinero, es muy difícil de cuantificar; a lo sumo se encuentran estimaciones sobre el conjunto de la economía ilegal que registran una equivalencia con más del 10% del comercio mundial. La nueva tendencia de la acumulación capitalista se caracterizará por la importancia creciente de una nueva modalidad de empresas transnacionales: las Empresas Transnacionales del Capitalismo Criminal (ETCC). Por otra parte, no cabe la menor duda de que las políticas de liberaliza� ción de la economía y de desregulación estatal, propiciadas por el proyecto político-económico neoliberal, se constituyeron en el terreno abonado para el florecimiento sin precedentes de esas transnacionales del capitalismo criminal (no hay nada que se le parezca más a la especulación financiera que la llamada economía ilegal). Asimismo, las dimensiones culturales del proyecto neoliberal (individualismo, competencia, meritocracia, enriquecimiento extremo, consu� mo suntuario) alentarían la aparición de nuevas subjetividades en esa misma dirección13. Las ETCC se acompañaron del surgimiento de un verdadero sistema de po� der trasnacional. Naím lo caracteriza así: 13
“Para manejar grandes masas de capital son necesarios expertos en economía, agentes de bolsa, gerentes de banco, directores y empresarios (…) construir una cultura de empresa mafiosa, necesita de la disponibilidad de sectores del mundo académico y universitario”, (Forgione, Francesco, 2003, p.100).
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Las redes ilícitas no solo se hallan estrechamente interrelacionadas con las actividades lícitas del sector privado, sino que se hallan tam� bién profundamente implicadas en el sector público y en el sistema político. Y una vez se han extendido a las empresas privadas legales, los partidos políticos, los parlamentos, las administraciones locales, los grupos mediáticos, los tribunales, el ejército y las entidades sin ánimo de lucro, las redes de tráfico llegan a adquirir una poderosa in� fluencia —en algunos países sin parangón— en los asuntos de Estado (2006, p. 23).
Ese sistema de poder asume los rasgos propios de una estructura mafiosa cuando se persigue el doble objetivo de “asumir el control total de un territorio y sustituir la autoridad legal del Estado con la propia autoridad y la propia me� diación social. Esto ocurre con la penetración en la política y en las instituciones y, sobre todo, con el ejercicio (…) de la violencia” (Forgione, 2003, p.98). Lo que debe quedar claro es que esa estructura mafiosa cumple siempre una función de acumulación. “La mafia, señala Forgione, es siempre una empresa capitalista, con un fuerte factor adicional: la fuerza intimidatoria de la violen� cia. Pero su esencia es y será la de ser una empresa criminal encaminada a la acumulación de capital” (2003, p. 102). Este marco de análisis me permite un acercamiento a la problemática co� lombiana, teniendo como referente que el abordaje de las transformaciones del capitalismo colombiano debe hacerse como parte de las transformaciones mun� diales del capitalismo; en aquel se expresan la tendencia general y también las especificidades propias. En el caso colombiano, la articulación de las formas legales con las formas ilegales de la acumulación capitalista se remonta, a más tardar, a la segunda mitad de la década de 1970 y se inscribe dentro de la transición del régimen de acumulación basado en la industrialización dirigida por el Estado hacia el ré� gimen actual de acumulación flexible, de financiarización del capital. Sin temor a la exageración, se podría aseverar que esa transición no hubiera sido exitosa sin el surgimiento de un nuevo empresariado vinculado a los circuitos transna� cionales de la acumulación: el empresariado de la cocaína14. No es actualmente medible —y probablemente nunca lo será—, la potencia desplegada para la acumulación de capital por la articulación de las formas 14
Aquí compartimos la distinción de Palacio y Rojas entre el negocio asociado al tráfico de cocaína y el narcotráfico propiamente dicho. “Mientras el tráfico de cocaína es un mecanismo de acumu� lación capitalista, ilegal e internacionalizado, el narcotráfico es una especie de dispositivo político utilizado por los gobiernos y, particularmente, el gobierno de Estados Unidos (aunque no sola� mente por este) para realizar operaciones de represión, disciplinamiento y control social”. (1989, p.81).
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legales con las formas ilegales. Si bien hay cuantificaciones sobre el tráfico de cocaína, no las hay —con la objetividad requerida— sobre el impacto de sus capitales en el conjunto de la economía. La tecnocracia neoliberal y los voceros oficiales siempre se han empeñado en minimizarla, pero lo cierto es que la pre� gonada estabilidad macroeconómica colombiana y la relativa excepcionalidad frente a las profundas crisis económicas latinoamericanas han descansado tam� bién sobre el colchón de los capitales ilegales; asimismo, la persistente prospe� ridad de buena parte de los grandes negocios capitalistas privados en el sector financiero y el mercado de capitales; la industria, la construcción, la hotelería, el turismo, el comercio (incluido el de importación y de exportación), la agri� cultura capitalista y la ganadería, los servicios, el entretenimiento, la salud, la educación; también, ciertos milagros económicos (transitorios) regionales. En ese sentido, la producción de una nueva espacialidad capitalista en Colombia no sería comprensible sin la incorporación en el análisis del papel desempeñado por estas nuevas formas de acumulación. La articulación entre las formas legales con las formas ilegales de la acumu� lación capitalista contribuyó hacia finales de la década de 1980 a la formación de un nuevo consenso a favor de las (contra)reformas estructurales y de la rees� tructuración neoliberal del Estado, y produjo una reconfiguración en el bloque dominante de poder, la cual se anunciaba ya desde la década de 1970 con el surgimiento de nuevos grupos económicos y la influencia creciente del capital financiero. Solo que ahora se agregaba una alianza no santa —construida a lo largo de la década de los ochenta— entre sectores capitalistas legales con los empresarios de la cocaína. Se fortalecían así los rasgos criminales de la econo� mía. Las estructuras mafiosas habían permeado igualmente las instituciones del Estado (todos los poderes públicos), incluidas las Fuerzas Armadas, los par� tidos políticos tradicionales y los políticos profesionales, y sectores de la Igle� sia. Se consolidaba así la estructura mafiosa de la formación socioeconómica. No es casual que sectores de la intelectualidad anunciaran la irrupción del paraestado15. Al respecto señalaban Palacio y Rojas en 1989: El paraestado no solo tenía una fracción del capital que empezaba a ser predominante, sino que los empresarios de la cocaína, aliados con otras fracciones del capital, empezaron a tener control territorial y ba� ses sociales populares en algunas regiones del país (p. 96).
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La noción de paraestado no se refiere a Estado paramilitar; esa es una simplificación inconveni� ente que solo pone de relieve la dimensión militar de la estrategia de poder de la fracción capi� talista vinculada a los negocios de (y en torno) a la cocaína. Estos autores explican el surgimiento y desarrollo del paraestado “en el contexto de las dificultades del Estado y las fuerzas militares para combatir a los grupos guerrilleros y las luchas con potencialidades autónomas populares”. Ob. cit., p. 96.
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Y agregaban: Estamos frente a una especie de paraestado. Incluye una poderosa fracción capitalista; un aparato represivo militar; gastos en bienestar social; control territorial regional y un restringido, pero eficaz apoyo popular (p. 97).
Empresarios de la cocaína, estructuras mafiosas y paramilitarismo se cons� tituyeron en las formas criminales, en piezas del nuevo rompecabezas de la acumulación de capital en Colombia, basada ahora en la creciente articulación entre sus formas legales e ilegales. Ahí se encuentra uno de los principales ras� gos de la producción de una nueva espacialidad capitalista en Colombia. En ese sentido, una explicación esencial del paramilitarismo consiste en su enten� dimiento como el otro brazo armado, junto con las Fuerzas Militares del Estado, de las tendencias recientes de la acumulación capitalista; contrario a la idea de sectores de la intelectualidad del establecimiento que desean explicarlo simple� mente como una reacción contra la violencia guerrillera. La función de acumulación no se ha limitado a la expansión del negocio de la cocaína o a la articulación con negocios legales existentes. A mi juicio, el paraestado ha desempeñado dos funciones adicionales del mayor significado, que muestran claramente cómo se conjuga la lógica territorial con la lógica capita� lista en la producción de una nueva espacialidad. El paraestado ha propiciado una profunda transformación (violenta) de las relaciones de propiedad, y ha incidido sobre la redefinición de las relaciones entre el capital y el trabajo, tam� bién recurriendo al ejercicio de la violencia. En el primer caso no se trata solo de las transformaciones intercapitalis� tas; se trata igualmente de los nuevos ciclos de acumulación originaria o de acumulación por desposesión que ha desatado regionalmente, la expropiación violenta de tierras, el acceso a los dineros públicos, entre otros. El paraestado se ha mostrado igualmente como parte de una estrategia transnacional de resig� nificación de la tierra como fuente de valorización capitalista (biodiversidad, recursos hídricos, recursos minerales), de promoción de megaproyectos in� fraestructurales y energéticos; y de un nuevo tipo de agricultura de plantación, orientada principalmente a la producción de agrocombustibles. En el segundo caso se trata de la flexibilización y desregulación violenta del mundo del tra� bajo, del exterminio de dirigentes políticos y sindicales y del desplazamiento forzado de más de cuatro millones de colombianos que engrosan las filas de la informalidad y contribuyen a la depresión de los salarios urbanos.
Nueva geografía regional y acumulación transnacional La tendencia de la acumulación se ha caracterizado igualmente por una reorga� nización geográfica del proceso de producción-reproducción. La imposición de 73
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una nueva lógica territorial de la acumulación ha traído consigo el surgimiento y el despliegue, no concluido, de una nueva espacialidad capitalista. Tal es� pacialidad se fundamenta, por una parte, en la extensión de la relación social capitalista a territorios anteriormente no sometidos en forma directa o abierta a las dinámicas de la acumulación; por la otra, en la redefinición del papel de territorios ya vinculados a ellas. Ambos procesos se encuentran interrelacio� nados contradictoriamente, y articulados, en forma desigual y diferenciada, a los circuitos transnacionales de la acumulación capitalista. La producción de nuevas dinámicas regionales no solo ha transformado el proceso de acumula� ción en su conjunto, sino la forma como este se inserta en el proceso general de transnacionalización y desnacionalización. Dado que la tendencia de la acumulación se encuentra vinculada con el abandono del proyecto político económico de la industrialización dirigida por el Estado, y que la propia dinámica de este proyecto entró en crisis y no pudo responder a las demandas por nuevas formas de acumulación, la producción de una nueva espacialidad se encuentra asociada con la reorganización geo� gráfica de los circuitos de la acumulación. En efecto, mientras que en la fase capitalista anterior el eje de la reproducción se encontraba en la región andina, en el triángulo Bogotá, Cali y Medellín, con salidas a los mercados internacio� nales por Barranquilla y Buenaventura, en la fase actual se observa un despla� zamiento hacia nuevos lugares del territorio nacional, hacia la Amazonia, la Orinoquia, el Pacífico y el Atlántico, así como un ensanchamiento de la región andina a esa nueva dinámica de la acumulación. Esa transformación del paisaje ha producido (y continúa) produciendo una nueva economía16,11que ha socavado y prácticamente liquidado el viejo aparato productivo y de prestación de servi� cios, para provocar la emergencia de algo distinto que ya no se fundamenta en la producción nacional y mucho menos en la organización nacional estatal de la actividad económica. Se ha tratado de la muerte del proyecto político-económi� co del capitalismo productivo y del mercado interno. Las bases de esa nueva economía descansan sobre la inserción plena y sin condiciones en las dinámicas transnacionales actuales de la acumulación capi� talista. Esas dinámicas vienen produciendo, entre otros, una demanda creciente por energía y por materias primas de origen natural, presiones para el acceso a fuentes de agua y recursos de biodiversidad, exigencias para la generación de oxígeno, nuevos requerimientos a la disposición de la producción agrícola, dado el cambio climático, y nuevas articulaciones con las empresas transnacio� nales criminales. Asimismo, exigen una organización distinta de los procesos de producción (industriales) y de prestación de servicios. 16
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La expresión nueva economía no se usa en consideración a que se estuviese asistiendo a un tipo de organización de la producción-reproducción basada en el cambio científico-técnico. Simplemente, lo que se busca es registrar una ruptura frente al tipo de economía de la fase capitalista anterior.
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En consideración a lo anterior, lo que se ha venido observando durante las últimas décadas es un alistamiento del territorio, organizado, en gran medi� da, en función de esas dinámicas transnacionales. Para tal alistamiento se ha conjugado el diseño de las políticas de neoliberalización, con la preparación del marco jurídico-institucional correspondiente, y el ejercicio de la violencia. Nueva economía, alistamiento del territorio y la acumulación violenta han ido de la mano. Todo indica que la nueva economía, la que está emergiendo de las diná� micas territoriales de la acumulación, posee en lo esencial los rasgos de una economía de enclave, es decir, de una economía cuya disposición responde más a la nueva organización del capitalismo transnacional que a su articulación de acuerdo con una lógica de reproducción nacional. Seis son los pilares de esa nueva economía en el caso colombiano: a) Hidro� carburos; b) recursos minerales; c) agrocombustibles; d) fuentes de agua y re� cursos de biodiversidad; e) producción de cocaína; y f) plataformas para la exportación de bienes y servicios. En el caso de las fuentes de agua y de los recursos de diversidad, aún están por desatarse con toda fuerza las dinámicas de acumulación. En el caso de los otros pilares, pese a sus trayectorias históri� cas distintas, es evidente que ya se han erigido como tales y que se encuentran en procesos expansivos. La constitución específica de los pilares de la nueva economía se ha venido lle� vando a cabo a partir de múltiples dinámicas de la acumulación. Si tales diná� micas se examinasen por separado, pareciera ser que responden a un principio de desenvolvimiento autónomo y conducen a una nueva organización social local de la reproducción capitalista. Aunque esa perspectiva resulta útil para comprender algunos de los rasgos de la historicidad reciente de la acumulación capitalista, es insuficiente para una comprensión más compleja del proceso que se encuentra en curso. En realidad las dinámicas regionales son las piezas del nuevo rompecabezas del proceso de acumulación transnacional que se viene llevando a cabo durante las últimas décadas en nuestro país. Es cierto, eso sí, que al tratar de dilucidar el lugar de esas piezas dentro de la tendencia general de la acumulación, resulta más fácil develar su articulación con procesos espe� cíficos de alcance transnacional, que la interrelación entre ellas mismas. En el corazón de la acumulación regional se ha encontrado la lucha por la tierra. Su fundamento ha sido una redefinición sustancial de las relaciones de propiedad en el campo basada en la expropiación (y el desplazamiento forza� do) a millones de campesinos, de comunidades negras y de pueblos y comuni� dades indígenas17. Tal expropiación ha desnudado cuando menos la candidez 17
De esa forma se ha incrementado dramáticamente el ejército industrial de reserva en las ciudades receptoras de los continuos flujos de desplazamiento forzado, generando una presión adicional sobre las ya precarias condiciones del mercado de trabajo.
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de posturas intelectuales y políticas que de tiempo atrás, aduciendo a mayores niveles alcanzados del desarrollo capitalista, desdecían de la cuestión agraria y de la existencia de movimientos asociados con ella. Evidentemente las dinámi� cas de la acumulación transnacional, al tiempo que han redefinido la cuestión agraria, han puesto la tierra y el territorio en un lugar central; en los territorios en disputa y objeto de expropiación, se encuentran justamente las fuentes de la nueva economía que se está constituyendo. Ello explica en gran medida el papel del paramilitarismo en la historia reciente colombiana y, en general, la tendencia del conflicto social y armado. La nueva geografía del capital, la que ha emergido de la mano de las nuevas dinámicas regionales de la acumulación, ha demandado la ocupación de nue� vos territorios, así como la desocupación o la reocupación de otros. La confor� mación de esa geografía, la necesidad de transformar radicalmente el paisaje social a fin de dar respuesta a la dinámica expansiva del capital, de dar cuenta de su lógica territorial, explica, en buena medida, el núcleo duro de la fase actual de la violencia capitalista. Desde allí se explican también la imbricación del ejército estatal con grupos narcotraficantes y fuerzas paramilitares, de estas con empresas transnacionales, la intervención imperialista a través del Plan Colom� bia y, más recientemente, la instalación de bases militares en el territorio nacio� nal; asimismo, algunos desarrollos legislativos, para darle un cauce institucional al proceso. El ciclo de violencia de los últimos treinta años, además de producir una mayor concentración de la propiedad sobre la tierra, ha provocado más de cuatro millones de desplazados forzosamente y decenas de miles de víctimas. En general, se ha tratado, sin duda, de genuinos procesos de acumulación por desposesión. Aún faltan elementos para una reconstrucción de la verdad histórica sobre las dinámicas regionales de la acumulación y el ejercicio de la violencia que las ha acompañado. No obstante, la evidencia existente permite afirmar que esta se fundamentó en acuerdos políticos y alianzas entre el Estado, el paraestado, el capital transnacional y el paraguas de la ayuda estadounidense. Tales acuerdos y alianzas se llevaron a cabo a través de diversos mecanismos, con sus especi� ficidades propias, de acuerdo con las particularidades económicas, políticas, sociales y culturales de las respectivas regiones. En la producción y activación de una maquinaria del terror, de la muerte y del exterminio físico y moral, es decir, en el disciplinamiento y el control social basado en la violencia, se encuentra una de las claves del cambio en el balance de poder, clase y de la tendencia de la acumulación capitalista en Colombia. El alistamiento y la nueva disposición del territorio han demandado igual� mente una nueva geografía de la infraestructura. La reducción del tiempo de circulación, es decir, la tendencia a la anulación del espacio por el tiempo, se ha convertido en la actualidad en una de las claves de las nuevas posibilidades 76
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de la valorización capitalista. La infraestructura producida históricamente por el capitalismo colombiano estuvo concebida, en lo fundamental, en función de una organización del proceso de producción-reproducción basada en el merca� do interno, aunque con salidas a los mercados internacionales. Tal disposición cumplió una función histórica, pero se agotó. Uno de los principales límites de la actual valorización capitalista se ha encontrado precisamente en la insufi� ciencia de la infraestructura existente. La dinámica actual de la acumulación que, como se ha visto, articula la es� cala regional con el nivel transnacional, demanda corredores infraestructura� les que garanticen circulación de las mercancías y, sobre todo, que aceleren la velocidad de rotación del capital. Pese a que hay un retraso evidente en el desarrollo de tal infraestructura y ello genera malestar en algunas facciones capitalistas, lo cierto es que en materia de infraestructura se encuentra en curso una transformación sin precedentes. Ese sector se ha convertido en uno de los espacios de salida a la sobreacumulación de capital. Si se juzga por los planes gubernamentales y los diseños preparados por diferentes instituciones, en ellos se aprecia un despliegue infraestructural en� caminado a darle salida a la producción al exterior, más que a la búsqueda del mejoramiento de la comunicación interna. Las nuevas carreteras, los ejes multimodales, las líneas de ferrocarril, los oleoductos, los gasoductos, los puer� tos (secos, fluviales y marítimos), los nuevos aeropuertos, están concebidos en gran medida en ese sentido. La expansión y modernización de la infraestructu� ra se ha convertido en otro de los escenarios de los procesos de privatización, dado que la modalidad contractual predominante para la financiación de los proyectos son los contratos de concesión. Por otra parte, es importante resaltar que algunos de los megaproyectos infraestructurales se encuentran incorporados dentro de una estrategia más compleja, de alcance suramericano, con la que el capital transnacional busca un mejoramiento de las comunicaciones entre los mercados de la región y la conexión del Atlántico con el Pacífico. Desde esa perspectiva, la estrategia de desarrollo infraestructural de la actual fase capitalista en nuestro país también debe ser comprendida como parte de la Iniciativa para la Integración de la In� fraestructura Suramericana (IIRSA). Durante los últimos lustros se ha asistido igualmente al ensanchamiento de la infraestructura energética, con miras a evitar situaciones como la presenta� da al inicio de la década de 1990, que condujo a la racionalización de energía y afectó en forma sensible las condiciones de la reproducción capitalista. De acuerdo con los proyectos de inversión en curso, el capital también se ha dis� puesto para cubrir la creciente demanda de energía. La actividad energética se encuentra conectada con los circuitos regionales de transmisión de energía. Estos circuitos, como la generación misma de energía, tienden a ser controlados por empresas transnacionales con presencia en la región. 77
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Las demandas por la modernización de la infraestructura también se han ex� tendido al sector de las telecomunicaciones. En este caso, las transformaciones ocurridas durante las últimas décadas en el país son igualmente significativas. Del monopolio estatal se transitó a un negocio mayoritariamente en poder del capital transnacional. En el mismo sentido deben interpretarse los impactos que las dinámicas regionales de acumulación han generado sobre el negocio financiero. Las demandas por una creciente financiarización en el nivel regional son evidentes. En suma, como se ha visto, la tendencia de la acumulación capitalista ha tenido en los escenarios regionales unas expresiones inusitadas. Ello se explica en buena medida porque es en una nueva geografía en donde se encuentran las fuentes de la acumulación transnacional y las nuevas posibilidades de la valo� rización capitalista. Esa nueva geografía, unida a los desarrollos infraestructu� rales y de abastecimiento de energía, al ensanchamiento de las telecomunica� ciones y al negocio financiero, ha producido una profunda transformación del espacio social. Se trata de procesos en pleno desarrollo de desenvolvimiento, no concluidos. En este punto es conveniente señalar que la producción de una nueva espa� cialidad no se ha circunscrito a los espacios rurales; también las ciudades vie� nen siendo sometidas a una nueva hechura; para eso se concibieron justamente los planes de ordenamiento territorial. Las redefiniciones del espacio urbano vienen operando con la lógica que aquí se ha expuesto. Un buen número de nuestras ciudades ha estado o está actualmente en obra negra; el capital ha desplegado y continúa desplegando su potencial de inversión, y los espacios urbanos también contribuyen a resolver problemas de sobreacumulación. En igual sentido deben considerarse las zonas especiales de comercio ex� terior, especialmente las zonas francas, ellas son una expresión radical sobre cómo el capital viene reorganizando el espacio rural y urbano, en este caso, re� sulta novedosa la imposición de un concepto de espacios deslocalizados, pero crecientemente transnacionalizados. Después de la normalización impuesta por la violencia capitalista a las di� námicas de la acumulación regional, está por verse cómo se configurarán y desatarán los nuevos conflictos sociales y de clase. En muchos de esos territo� rios que hoy conforman la nueva espacialidad del capital apenas se está en el alba de las nuevas conflictividades. Finalmente, debe afirmarse que las dinámicas aquí expuestas llevan a aseve� rar que resulta insuficiente la caracterización de la tendencia de la acumulación capitalista en términos de un proceso de reprimarización de la economía18. Aun� 18
Para un análisis de las tendencias generales de la acumulación capitalista, véanse los trabajos de Daniel Libreros y Libardo Sarmiento:“El régimen terrateniente financiero transnacional” y “Guer�
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que a primera vista pareciera ser así, dado precisamente al carácter histórico de la acumulación, no hay retorno a las formas de la organización capitalista de la producción y del trabajo existentes en otra época. A lo que hoy se asiste es al surgimiento y consolidación de una nueva división capitalista del trabajo, basa� da en una, también, nueva organización trasnacional del proceso capitalista de producción-reproducción. Tal organización le imprime su propia especificidad a la dinámica de la acumulación de capital.
Acumulación y movilización política del capital transnacional Pese a que es incontrovertible el hecho de que la tendencia de la acumulación capitalista se ha acompañado del surgimiento, como ya se dijo, de un orden de los derechos de capital, que ha favorecido sin duda a los inversionistas extran� jeros, el hecho de una movilización del capital transnacional para consolidar la estrategia de la acumulación capitalista no puede pasar desapercibido. Lo que se propone en este sentido es una lectura política de los flujos de capital que han llegado al país durante las últimas décadas, pero particularmente durante el último decenio. Es necesario, además de las razones de rentabilidad, debe considerarse el propósito político de producir un país emblemático, que se pue� da mostrar y se convierta en referente a seguir en el contexto internacional. En desarrollo de ese propósito, son tres los agentes externos que se han constituido en verdaderos pivotes del proyecto político-económico del neo� liberalismo en Colombia: a) los crecientes flujos de inversión extranjera y el apoyo irrestricto de las empresas transnacionales establecidas en el país; b) el acompañamiento político continuo de los organismos multilaterales (FMI, Ban� co Mundial, BID) y el abastecimiento permanente con recursos de crédito por parte de esos organismos; y c) la llamada ayuda militar estadounidense, a tra� vés de la cual no solo han fluido recursos importantes para el financiamiento de la guerra, sino que se ha codiseñado la estrategia de guerra y se le ha dado un espaldarazo a su ejecución. Las razones geopolíticas, económicas y militares son claras. El lugar de Co� lombia en la actual geografía del capital es estratégico. Por ello, es necesario producir un país estable, que demuestre la suficiente capacidad para regular sus conflictos y su macroeconomía y, sobre todo, que sirva de contención frente a los cambios en el balance político y en poder de la región. En suma, en el marco de una estrategia imperial, se trata de una reserva estratégica.
ra y estrategia de acumulación capitalista en Colombia”, publicados en los números 3 y 4 de la Revista Cepa, Bogotá, 2007, respectivamente.
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Referencias Estrada Álvarez, J. (2008). Capitalismo criminal: Tendencias de acumulación y estructuración del régimen político. En J. Estrada Álvarez (coord.), Capitalismo criminal. Ensayos críticos. Bogotá: Departamento de Ciencia Política, Instituto Unijus, Universidad Nacional de Colombia. Forgione, F. (2003). Organizaciones criminales y capitalismo globalizador. Re� flexiones a partir de la experiencia italiana. En J. Estrada Álvarez (Comp.), Sujetos políticos y alternativas en el actual capitalismo. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. Harvey, D. (2003). El nuevo imperialismo. Madrid: Ediciones Akal. Harvey, D. (2007). Espacios del capital. Hacia una geografía crítica. Madrid: Edicio� nes Akal. Libreros Caicedo, D. y Sarmiento Anzola, L. (2007). El régimen terrateniente financiero transnacional. Revista Cepa, 3, Bogotá. Libreros Caicedo, D. y Sarmiento Anzola, L. (2007). Guerra y estrategia de acu� mulación capitalista en Colombia. Revista Cepa, 4, Bogotá. Marx, C. (1986). El Capital. Crítica de la economía política, México: Fondo de Cul� tura Económica. Naím, M. (2006). Ilícito. Cómo narcotraficantes, contrabandistas y piratas están cambiando el mundo. Barcelona: Debate. Palacio, G. (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana. Bogotá: ILSA, CEREC.
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EL PROBLEMA DE LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL ESTADO EN EL PENSAMIENTO DE MICHEL FOUCAULT Presentación
Absalón Jiménez Becerra19
En mayo de 1981 Michel Foucault declaró de modo explícito que en cierto modo siempre había deseado que sus libros fueran fragmentos de su biografía, debido a que sus libros siempre habían sido parte de sus problemas personales como: la locura, las prisiones y la sexualidad. Sin ser esquemático con relación a otro tipo de ejercicio biográfico de Michel Foucault, particularmente respecto a su obra, como académico colombiano he concluido que este intelectual, como un ser humano más, vivió tres etapas fundamentales de su vida: su infancia, su juventud y su madurez. Este intelectual no logra llegar a la vejez, debido a que su deceso ocurre el 25 de junio de 1984, a los 57 años de edad. A lo largo de su vida el problema del Estado (como el de la población y el territorio) lo podemos inspeccionar en torno a la manera como Foucault abor� dó el tema de la religión. En este sentido, para rastrear el problema del origen judeocristiano del Estado moderno y su relación pastoril con el rebaño, es fácil, y no de manera arbitraria, remontarnos a la infancia escolar y parte de la ju� ventud de Foucault, para evidenciar los vestigios de la formación jesuita que tuvo este intelectual20. Sin duda, cierto tipo de formación católica, basada en la Doctor en Educación UPN, magíster en Historia - Universidad Nacional de Colombia, y magíster en Estudios Políticos - Pontificia Universidad Javeriana. Profesor e investigador de la Maestría en Inves� tigación Social Interdisciplinaria MISI - Universidad Distrital Francisco José de Caldas de Bogotá. 20 Los dos principales biógrafos de Michel Foucault tienen una serie de versiones encontradas en torno a la poca información sobre la experiencia de infancia y juventud de este intelectual. Para David Macey (1993), al parecer el peso de la religión católica y su formación jesuita influyó en la disciplina intelectual adulta de Foucault. En cambio, para Didier Eribon (1992) su formación 19
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disciplina impuesta por los jesuitas conllevó a una lectura juiciosa de la Biblia, del Antiguo y del Nuevo Testamento, inquietud que lo seguiría acompañando hasta su formación universitaria e incluso en momentos de su cúspide intelec� tual, cuando escribe los tres tomos de Historia de la sexualidad (Macey, 1993, p. 40), abordando el tema de la moral cristina, la introspección en el sujeto que ella conlleva en la Edad Media, la reivindicación del mismo, pero a la vez el rechazo de su cuerpo como expresión de pecado. En general, la influencia de la religión y del pensamiento religioso la logra� mos evidenciar a lo largo de su vida desde su infancia hasta su madurez como persona. En primer lugar, podemos decir que en momentos en que Paul Michel Foucault nace, el 15 de octubre de 1926, en su ciudad natal Poitiers, ubicada a cuarenta kilómetros de Paris, se respira una influencia clerical bastante fuerte. De hecho, en su infancia, Michel, como se hizo llamar desde niño, compartió con los niños de su edad el rito de la Primera Comunión y fue miembro del coro de la iglesia, a pesar de su falta de habilidad musical. Durante la primera etapa de su vida mantuvo cierto apego por los aspectos más afectos de la religión organizada, y una vez ya en su madurez describió a la Iglesia Católica como: “un instrumento de poder soberbio, tejido por completo con elementos imagi� narios, eróticos, carnales y sensuales (…) es soberbio” (Macey, 1993, p. 40). En su escuela, en la que estuvo toda la primaria y los cuatro primeros años de la educación secundaria, el Liceo Jesuita Henry IV, estableció la devoción dis� ciplinada hacia el trabajo intelectual como parte de un hábito diario. Luego, pasaría a terminar su secundaria a otro colegio jesuita, el Saint Stanislas, donde descolló rápidamente como uno de los mejores estudiantes de la institución. Su vida académica estuvo acompañada también de dos fracasos: el primero, cuando intenta ingresar a la Escuela Normal Superior en la ciudad París, para proseguir su vida universitaria, viéndose obligado a presentar en 1946 un se� gundo examen; y años después, en 1950, al terminar su formación universitaria pierde una segunda evaluación, la agregación, un examen nacional que le de� mandó tres días con el fin de ingresar a la planta de profesores del Liceo, vién� dose de nuevo obligado a presentar una segunda prueba un año después; de hecho para Foucault, mediante el examen como parte del dispositivo escolar, esta institución califica, clasifica y castiga a los sujetos. En su etapa inicial fue un intelectual con altibajos, depresiones personales, al parecer producto de su condición sexual; y también de relaciones aisladas y conflictivas con sus com� pañeros y con el Partido Comunista Francés, en el cual militó con sarcasmo e ironía, entre 1950 y 1953. En mi caso particular, como docente de la Maestría en Investigación Social Interdisciplinaria MISI, de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, en escolar infantil y juvenil fue algo circunstancial que no influye de manera profunda en las preocu� paciones académicas de este intelectual.
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el presente texto, además de abordar la anterior faceta humana de Michel Fou� cault, es mi interés rescatar parte de su pensamiento político con relación a la institucionalización de Estado; por lo demás, dicho tema lo he abordado en va� rios de mis seminarios como profesor de esta unidad académica. Algunos apar� tes del presente texto no son más que un conjunto de apuntes de un docente en ejercicio que se ha acercado a la obra de Foucault, particularmente en torno al problema de las instituciones de encierro. Para tal efecto, desarrollaremos tres puntos fundamentales: en primer lugar, una discusión en torno a la procedencia judeocristiana como un vestigio que acompaña la institucionalización de la sociedad de soberanía; en segundo lugar, abordamos el tema de la sociedad disciplinar como parte del proceso de institu� cionalización del Estado moderno; por último, exponemos algunos elementos claves en torno al tema de la sociedad de control y las implicaciones que ha tenido para la vida contemporánea de los sujetos. Foucault, a lo largo de sus escritos y clases, dio cuenta de tres tipos de gobierno: disciplinario, de soberanía y de seguridad, sosteniendo que aunque pueden coexistir, siempre hay uno que prima en cada época. Es nuestro interés, además de desarrollar dicho balance, acom� pañado de sus principales características, realizar una discusión en torno a la sociedad de control, que como tema es liderado por sus seguidores académicos. Al finalizar, además, encontraremos una tabla que resume las sociedades y me� canismos de control y unas consideraciones finales.
La procedencia judeocristiana del Estado: una mirada a la sociedad de soberanía Para Michel Foucault, el problema del Estado moderno, como máxima expre� sión institucional de la sociedad disciplinar, no se puede leer de manera indepen� diente a la gubernamentalización que, como expresión de la recta disposición de las cosas, es un logro de la Iglesia Cristiana desde Roma, aproximadamente desde el siglo V después de Cristo a la actualidad. Para Foucault, la Iglesia como institución logra el control cotidiano e integral del individuo, influyendo en todas sus prácticas, tanto estéticas y corporales, morales y éticas, lo que le permitió constituirse a la vez en el principal dispositivo de poder que se esta� bleció durante más de quince siglos en la humanidad. La institucionalización del Estado moderno, como máxima expresión de la sociedad disciplinar deviene de las tradiciones y costumbres judeocristia� nas y de las particulares relaciones que establece el hombre con Dios desde una perspectiva religiosa particular21. De la lectura del Antiguo y del Nuevo 21
Esta es una de las ideas centrales que ubicamos en Michel Foucault (2004). Este libro no es más que la digitación, por parte de sus alumnos y discípulos, de su curso y ciclo lectivo dictado en el Collége de France como profesor, entre 1977 y 1978. Para Foucault el problema del control y la vigilancia
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Testamento, para Foucault, se desprende lo que se define como relaciones en� tre un pastor y su rebaño, las cuales son las relaciones entre Dios y su pueblo. Desde la perspectiva de la religión cristiana el pastorado es un tipo fundamental de relación entre Dios y los hombres, encontrándose aquí una diferencia fun� damental entre la cultura hebrea con relación a los griegos, pues estos jamás hallaron la idea de que los dioses conducen a los hombres como un pastor guía a su rebaño. En las lecturas del Antiguo Testamento se concluye que el poder del pastor es un poder que no se ejerce sobre un territorio, sino más bien se ejerce sobre el rebaño, y más exactamente sobre el rebaño en su desplazamiento; el poder del pastor en su etapa inicial es un poder sobre un pueblo nómada, no un pueblo sedentario; es un poder inicial que se da sobre la población y no sobre el territorio. Para Foucault, el poder del pastor se ejerce sobre una multitud en movimiento: El Dios hebreo es el Dios que camina, el Dios que se desplaza y vaga� bundea. La presencia de ese Dios hebreo nunca es más intensa y más visible que cuando su pueblo justamente se desplaza y cuando en esa marcha él se pone a la cabeza y muestra la dirección que es preciso seguir (Foucault, 2004, p.154).
Además de lo anterior, el poder pastoral se define por su benevolencia; lo esencial del poder pastoral es sin duda la salvación del rebaño, y en este senti� do, podemos decir que no estamos muy alejados de lo que tradicionalmente se consideró como el objetivo del soberano, la salvación de la patria, que debe ser la Ley suprema del ejercicio del poder. Para Foucault, el poder pastoral es también un poder de cuidado, cuidar a los miembros del rebaño y velar porque las ovejas no sufran. El buen pastor busca a las ovejas extraviadas y cura a las heridas. Otra característica del buen pastor es su poder individualizador. Del Antiguo Testamento deviene la razón por la cual Moisés fue designado por Dios para conducir el rebaño de Israel. En efecto, cuando este profeta era pastor en Egipto, sabía hacer pastar perfec� tamente a sus ovejas, sabía, por ejemplo, que al llegar a una pradera debía dejar ir ante todo a las más jóvenes, que solo podían comer los pastos más tiernos y, luego, enviaba a las más viejas y a las más robus� tas, capaces de comer los pastos más duros. De este modo, cada cate� goría de ovejas tenía los pastos que le convenía y el suficiente alimento (Foucault, 2004, p. 156).
de los individuos es un problema medieval que, al ubicarse en una relación pastoral, conllevó a la consolidación del código jurídico legal para poner en funcionamiento el sistema.
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Moisés presidía esa distribución justa, calculada y deliberada del alimento, por lo cual Dios termina encomendándole a su pueblo. El cayado asignado a Moisés por el Dios judeocristiano, hace parte de la simbología pastoral con que la Iglesia desde entonces guío a su pueblo, el cual por varios siglos sería una población en movimiento. El poder del pastor se manifiesta por su capacidad de individualizar, e incluso contar a las ovejas y mantenerlas unidas, de manera que la forma del poder pastoral también se define por su celo, dedicación y apli� cación indefinida. Desde la perspectiva cristiana, Jesucristo es un pastor que se sacrifica para devolver a Dios el rebaño que se había perdido; se sacrifica no solo por el rebaño en general, sino por cada una de las ovejas en particular; por consiguiente, Jesucristo es un gran pastor y sus apóstoles también lo son, una vez muere Jesús, sus apóstoles, los pastores, van a visitar uno tras otro los rebaños que les han sido confiados por designio de Dios. Desde la religión cristiana el pastor no es un juez, es esencialmente un mé� dico que debe atender a cada alma y su enfermedad respectiva. Los textos de la Biblia siempre plantean que el pastor es quien se ocupa de manera individual de cada oveja y vela por su salvación, brindando cuidados necesarios y especí� ficos; la relación entre la oveja y el pastor es de dependencia integral. El pasto� rado, en la medida en que individualiza y de manera inmanente, hace presencia mediante cierto discurso moral en el plano cotidiano de los creyentes; logra la recta disposición de las cosas. El pastor es quien hace la ley en cuanto se encarga de distribuir el alimen� to, dirige el rebaño, indica la buena dirección, dice cómo deben acoplarse las ovejas para tener una buena descendencia, etc. Con el cristianismo se difundió una forma de pastorado, pero no en el marco del pensamiento político ni en las grandes ciudades; el pastorado se instaló primero en las pequeñas comunida� des, grupos limitados con formas de sociabilidad específica, las comunidades pedagógicas, grupos de monásticos, comunidades filosóficas y, luego, las co� munidades religiosas. El pastorado comienza con un suceso que, para Foucault, es absolutamente único en la historia, un proceso por el cual una religión, una comunidad religiosa se constituyó en iglesia. Es decir: La iglesia es una institución con pretensiones de gobernar a los hom� bres en su vida cotidiana, su pretexto de conducirlos a la vida eterna en el otro mundo y esto no solo a escala de un grupo definido, no solo de una ciudad, ni de un Estado, sino de la humanidad en su conjunto (Foucault, 2004, p. 177).
Para Foucault, el poder pastoral se introdujo en el mundo occidental por medio de la Iglesia Cristiana. La Iglesia institucionalizó todos los temas del poder pastoral en mecanismos precisos e instituciones definidas e implantó sus dispositivos dentro del Imperio Romano y luego en Europa, organizando un 85
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tipo del poder que ninguna civilización había conocido, el hombre occidental aprendió durante milenios a considerase como una oveja dentro de las ovejas. El poder pastoral se constituye con el transcurrir del tiempo en la principal forma de gubernamentalización en occidente. Es decir, la principal expresión de micro-poder y de gobierno en el plano cotidiano de los individuos. En la sociedad de soberanía la expresión pastoral del cristianismo dio ori� gen a una inmensa red institucional que no encontramos en otros lugares, en el cristianismo el pastorado produjo un arte de conducir, dirigir, encauzar, guiar, llevar de la mano y de operar a los hombres; se constituyó en un arte de seguir� los y de moverlos, es un arte cuya función es tomarlos de manera colectiva o individual a lo largo de toda su vida. El pastorado es el arte de gobernar a los hombres; el pastorado, como expresión de gubernamentalidad, se concibe como la recta disposición de las cosas y del control de los hombres. La Iglesia Católica alcanza el gobierno cotidiano de los hombres constituyéndose en un dispositi� vo de poder sin paralelo, en ningún otro lugar, el cual no dejó de desarrollarse y afinarse durante quince siglos. El poder pastoral es un poder vigente del cual aún en la sociedad contemporánea no nos hemos liberado.
El devenir de la sociedad disciplinar, una expresión de la modernidad Mediante las anteriores características de institucionalización, podemos dar cuenta de cierto tipo de sociedad de soberanía en la que el rey o el monarca a lo largo de la Edad Media se constituyen en el pastor que guía a su pueblo, y de las relaciones entre Dios y su pueblo devienen las relaciones entre el rey y sus súbditos, unas relaciones pastoriles y de dependencia. El súbdito hace parte de un rebaño, pero en la sociedad de soberanía ese súbdito se encuentra inscrito en un territorio, por lo general, en apariencia es un soberano benevolente que cuida a su rebaño y lo salva en momentos de peligro. El soberano, en buena medida, a lo largo de la Edad Media se vale del discurso cristiano para lograr la recta disposición de las cosas, invadir de manera inmanente el control sobre la vida cotidiana de los súbditos, su vida íntima, su vida familiar y privada y su vida pública. Se vale del pastorado cristiano como discurso para instaurar la gubernamentalidad cristiana que le garantiza un alto grado de poder sobre la población en un determinado territorio. La gubernamentalidad, vista en términos prácticos como el gobierno de los demás, demanda de un discurso ético cristiano que es consustancial al control del rebaño y de los súbditos. También el cristianismo medieval, por medio del cuidado de sí, de la introspección y la confesión, se constituye en elemento con� sustancial para establecer unas condiciones de posibilidad para cierto tipo de vigilancia y control del individuo y la población. Aproximadamente desde el año 451 después de Cristo, cuando Roma reconoce la religión cristiana como 86
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religión del Imperio, la disciplina del soberano se ejerce sobre el cuerpo de los individuos. En la sociedad soberana el rey se constituye en un pastor que cuida y guía su pueblo en un territorio determinado. El poder del rey es un poder punitivo y de castigo, se evidencia en el momento que dispone de la muerte del súbdito; particularmente, el tipo de castigo y el momento de la muerte se dan bajo una arquitectura de teatro, es decir, pasar al centro al inculpado y ejecutarlo pú� blicamente. No hay panóptico, hay arquitectura teatral, en esta lógica, hay un derroche de fuerza, hay sangre, suplicio y muerte22. En la sociedad soberana, no hay sujetos, hay cuerpos que son objeto de control por parte del soberano, es la sociedad de soberanía el territorio termina siendo más importante que la población. Ya en el proceso de institucionalización de la sociedad disciplinar, el discur� so cristiano deviene en una especie de edificio de numerosos elementos que compromete, a la vez, la seguridad de la sociedad. La disciplina funciona ais� lando a un grupo de personas, en este caso a la población, en un espacio de� terminado, un segmento de territorio, de allí la consustancial relación entre el territorio y la población. La disciplina por medio del control, de manera inicial, de pequeñas facciones de territorio, concentra, centra y encierra a un grupo de personas para gobernarlas. No obstante, el momento de transición de la sociedad de soberanía a la so� ciedad disciplinar debe pensarse bajo un principio de multiplicidad disciplinar: la disciplina familiar, escolar, militar, penal y la vivida en los talleres, entre otras. Para Foucault, en la sociedad disciplinar, vista como una de las principales características históricas de la modernidad, particularmente aquella sociedad que se constituye a lo largo del siglo XVIII e inicios del XIX, hay una pluralidad de formas de gobierno e inmanencia de las prácticas de gobierno con respecto al Estado por intermedio de las disciplinas institucionales. Por otro lado, para asegurar concretamente el principio de seguridad es necesario recurrir a una serie de técnicas de vigilancia de los individuos, un diagnóstico de lo que estos son, la clasificación de su estructura mental y de su patología; de allí la inicial aversión hacia los pobres, la anormalidad deviene inicialmente de la pobreza. El pobre era encerrado en el hospital bajo la misma lógica con el loco, el miserable, los mendigos, los desocupados, el ladrón y el delincuente (Foucault, 2006, p.131). Individualizar a la población, proteger a la “sana” de la anormal y luego contarla por medio de la estadística, que se cons� 22 Un buen ejemplo de expresión de derroche de fuerza, sangre, suplicio y muerte es la ejecución de Damiens, el 2 de marzo de 1757 en la ciudad de París. Con este caso inicia Michel Foucault la dis� cusión en torno a la transición de la sociedad de soberanía a la sociedad disciplinar, en su clásico trabajo, Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión (1976).
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tituye en la principal ciencia del Estado, es otra característica de la sociedad disciplinar. El panóptico se constituye en toda una nueva arquitectura de la observación; ya no es necesario diseñar una arquitectura del espectáculo, sino una arquitec� tura de la vigilancia que hiciera posible, a partir de una única mirada, el control del mayor número de rostros, cuerpos y actitudes. La arquitectura del panópti� co debe garantizar la vigilancia, el control y la corrección de los individuos en tanto parte de una población. El panoptismo se basa en el continuo cuestiona� miento y examen de la población, siendo uno de sus principales exponentes la escuela, la fábrica y la cárcel. En la modernidad la institucionalización del Estado enfrenta una serie de tensiones propias de una relación triangular entre: soberanía, disciplina y ges� tión. Una gestión cuyo blanco principal es la población y cuyo mecanismo esen� cial son los dispositivos de seguridad. Lo importante para nuestra modernidad es la gubernamentalización del Estado, que como recta disposición de las cosas permitió la supervivencia de esta institución. La gubernamentalización, en la so� ciedad moderna y disciplinar, que deviene del pastorado cristiano, es interior y exterior al Estado mismo, gobierna lo que es público y lo que es privado, lo que es institucional y lo que no lo es. El dispositivo de seguridad juega también con un nivel de permisividad indispensable; deja subir los precios de los productos, deja instalar la penuria y deja que la gente tenga hambre. El dispositivo de seguridad en un inicio en el siglo XVIII trata justamente de no adoptar ni el punto de vista de lo que impide, ni el punto de vista de lo que es obligatorio; ese nivel de laxitud del dispositivo de seguridad en lo económico se mantiene hasta las últimas crisis económicas vividas por hambruna en Europa, hasta la primera mitad del siglo XIX. Luego, las crisis económicas del siglo XX, propias de la sociedad disciplinar; por ejemplo, la crisis económica de 1930 en EE.UU., sería por sobreabundancia de productos. La sociedad disciplinar, después de esta crisis, interviene la economía y la con� trola, interviene el fordismo como expresión de producción en masa, con el fin de regular, de manera inicial, la excesiva oferta, como también la producción, distribución y consumo de mercancías. Otra característica fundamental de la sociedad disciplinar es su carácter bio� político. Para Foucault, a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX se da finalmente el paso de un ‘gobierno de soberanía’, expresado ante todo como el control sobre el momento de suplicio y muerte del individuo, a un gobierno moderno y de sociedad disciplinar, caracterizado por la técnica, la economía política y el control de la vida. La biopolítica, como una de las principales ca� racterísticas de la sociedad disciplinar, tiene como meta principal la población, como forma principal de saber la economía política y como instrumentos los 88
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dispositivos de seguridad. El paso de Estado soberano al Estado disciplinario tiene como principal característica el desarrollo de aparatos y ortopedias institucio� nales que se expresan en saberes difuminados en una serie de prácticas que lo controlan todo. La biopolítica apunta al control de la población en torno a temas como la salud, la higiene, la longevidad, la raza, la crianza, la educación, la pedagogía, la pediatría, la psiquiatría, la psicología, etc. Para Foucault, uno de los fenómenos fundamentales del siglo XIX fue la con� sideración de la vida por parte del poder, un ejercicio de poder sobre el hombre en cuanto ser viviente, una especie de estatización de lo biológico. Una de las transformaciones más masivas del derecho político del siglo XIX consistió, no exactamente en sustituir, pero sí en comple� mentar ese viejo derecho de soberanía, hacer morir o dejar vivir, con un nuevo derecho, que no borraría el primero, pero lo penetraría, lo atravesaría, lo modificaría y sería un derecho o, mejor, un poder exac� tamente inverso, poder hacer vivir y dejar morir (2000, p. 218).
Si las disciplinas eran técnicas de poder disciplinario afín a la consolidación de los absolutismos, con la consolidación de formas modernas de lo estatal y con la entrada en escena de formas de vinculación signadas por el capitalismo industrial, aparece un tipo de poder diferente: el biopoder y su técnica operati� va la biopolítica. En la biopolítica los hombres son gobernados con la ayuda de los procesos vitales globales: nacimiento, muerte, reproducción y enfermedad. Una serie de características permiten diferenciar las disciplinas y la biopolítica como dos formas particulares de gobierno; no solo el objeto de intervención, el cuerpo de los individuos o los procesos vitales de la población, pueden mencio� narse como criterio central para su diferenciación, sino también su localización en el mundo social. La biopolítica es una intervención de tipo estatal, en su forma clásica, a través de la política de la salud, mientras que las disciplinas son prácticas institucionales debido a su carácter público, privado o eclesiástico, en un tipo de institución de encierro23. Las disciplinas funcionan en la formación del sujeto de manera inductiva; se puede apreciar que el paso de las personas a través de las instituciones disciplinarias como escuelas, hospitales, cárceles, fábricas, internados o cuarteles, producirá un efecto acumulativo de ordena� miento del sujeto. La biopolítica, por su parte, es un asunto estatal y su lógi� ca de funcionamiento es más bien de tipo deductivo, ya que sus instrumentos clásicos como las tasas de natalidad y de mortalidad; la mirada a la estructura demográfica y a las condiciones de salud, solo es recolectada y sistematizada por los aparatos estatales en expansión hacía 1850 en Europa. 23
Una excelente discusión y caracterización entre biopolítica y biopoder se encuentra en Marcelo Caruso (2005).
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Por lo anterior, desde esta particular perspectiva se puede hablar de dos polos de gobierno: mientras que las disciplinas se apoderaron de los cuerpos individuales en el marco de las instituciones, el polo de la biopolítica se ocupa en la actualidad de la población. El control de la población y del individuo, del rebaño y de cada oveja, en una dirección caritativa y preventiva, implicó al mis� mo tiempo su control interior. Estas dos técnicas plurales en su aparición, pero clasificables en estas dos corrientes principales, fueron incluidas en un marco interpretativo de orden y sentido que desempeñan un papel fundamental para la modernidad y su gubernamentalización: la normalización de las sociedades occidentales. Parafraseando a Foucault, desde su análisis, el Estado moderno tiene la función esencial de hacerse cargo de la vida, de ordenarla, multiplicarla, com� pensar sus riesgos y recorrer y delimitar sus oportunidades y posibilidades biológicas. Desde una perspectiva biopolítica a lo largo del siglo XIX y pri� mera mitad del XX, se hace preciso bajar y modificar la morbilidad, alargar la vida y estimular la natalidad. Se trata, sobre todo, de establecer mecanismos reguladores, que en esa población global, con su campo aleatorio, puedan fijar un equilibrio, mantener un promedio y establecer y asegurar una especie de compensación. En síntesis, instalar mecanismos de seguridad alrededor de ese carácter aleatorio que es inherente a una población de seres vivos; optimizar un estado de vida. Se establece así una serie de sistemas de salud, de seguros sociales para la enfermedad y la vejez y de sistemas de ahorro, muchos de ellos ligados a la vivienda, su alquiler y adquisición, incluso, desde esta perspectiva debemos ubicar presiones para la organización del espacio, particularmente la transformación de las ciudades en la primera mitad del siglo XX, desde una serie de principios eminentemente biopolíticos. La biopolítica concibe al liberalismo desde el siglo XIX, como una práctica, una manera de hacer, que se orienta hacia objetivos claros y se regula por una reflexión continua que conlleva a la individualización del sujeto. La biopolítica se constituye en la modernidad debido a que demasiadas cosas se escapaban en la sociedad soberana como el control que el Estado moderno ejerce en la natalidad, la salud, la longevidad, la higiene y el desarrollo infantil y humano. La biopolítica busca gobernar al máximo posible sin mayores costos y se mueve bajo el principio de economizar al máximo los esfuerzos para lograr el control de la población. El liberalismo es una forma de reflexión crítica sobre la práctica gubernamental. La biopolítica constituye una tecnología de poder centrada en el cuerpo in� dividual, luego la nueva tecnología no se aplica al hombre en tanto cuerpo, sino al hombre en cuanto ser viviente. La biopolítica trabaja con la población como 90
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problema científico y político; se constituye en una expresión del Estado, de su saber e intervención continua sobre la población, y se expresa como una tecno� logía centrada en el saber de la vida. La biopolítica produce vida en la sociedad contemporánea.
La sociedad de control, una expresión de la sociedad contemporánea En el pensamiento político de algunos discípulos de Foucault, entre ellos Mi� chael Hardt y Antonio Negri, en su libro Imperio24, logramos ubicar un análisis prolongado al devenir de la sociedad disciplinar y sus transformaciones ocurri� das en las últimas décadas del siglo XX e inicios del XXI. Para estos analistas, en la sociedad contemporánea, aproximadamente, desde finales de los años 1960 se pasa de una sociedad disciplinar a una sociedad de control. Para estos y otros como Gilles Deleuze (1991), las instituciones propias de la modernidad como la familia, la escuela, la fábrica y el Estado se encuentran en crisis o viven momen� tos de profundas transformaciones25. La sociedad de control es aquella que se ubica en el borde último de la moder� nidad, en la cual los mecanismos de dominio se vuelven más democráticos y más inmanentes al campo social y se distribuyen completamente por la mente y el cuerpo de los individuos. La sociedad de control evidencia la declinación de la soberanía de los Estados nacionales modernos. Desde los años sesenta del siglo XX los medios de comunicación y la economía de consumo instalan de manera progresiva un nuevo orden mundial que se incorpora en la totalidad del globo 24
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En esta obra, desde una perspectiva inspirada en Michael Foucault, se da a conocer cómo, desde la década de 1960, se instaura de manera paulatina un nuevo orden mundial, que incorpora a la tota� lidad del globo. Este nuevo orden, liderado por la economía de consumo y los medios de comuni� cación, crea una nueva subjetividad constitutiva de los sujetos, las nuevas formas de control ya no solo están instaladas en los sitios de encierro como la escuela, la fábrica y la cárcel, sino también se encuentran interiorizadas en el cuerpo y la mente de los sujetos. La instalación de la sociedad de control, vista como aquella sociedad que se desarrolla en el borde último de la modernidad, ha incidido de manera directa en la transformación de las instituciones sociales modernas, como la familia y la escuela y también en la constitución de los nuevos sujetos. Para Gilles Deleuze, estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisión, hospital, fábrica, escuela, familia. Para este autor, la familia es un interior en crisis como todos los interiores escolares, profesionales y de disciplinamiento. Los ministros competentes no han deja� do de anunciar reformas supuestamente necesarias. Reformar la escuela, la industria, el hospital, el ejército, la prisión: pero todos saben que estas instituciones están terminadas, más o menos corto plazo. Para Deleuze, solo se trata de administrar su agonía y de ocupar a la gente hasta la instalación de las nuevas fuerzas que están golpeando la puerta. Son las sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades disciplinarias. En el marco de nuestra discusión, se podría concluir que, para el caso de las sociedades latinoamericanas, particularmente Colombia, las instituciones disciplinares, más que un momento de crisis, viven un momento de transición, cambio y reconfiguración, los sujetos aún demandan cierto tipo de estabilidad institucional que, como la familia, la escuela, la fábrica y el Estado, juegan aún un papel fundamental en su proceso de subjetivación y constitución.
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y en la cotidianidad de las personas, este orden mundial hacemos parte todos y cada uno de nosotros, no hay dilaciones, no tenemos fronteras claras, ni po� sibles escapes. Este nuevo orden hace énfasis en la globalización creciente de la economía y la cultura, el cual, a su vez, se encuentra montado sobre una red de comunicación altamente desarrollada. En la sociedad de control emerge otro tipo de poder supranacional en el que, por medio de una serie de instituciones globales, se sigue ejerciendo el pastora� do, pero a cargo de instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) Banco Mundial y la Organización de Naciones Unidady, ONU entre otros. Las formas de observación y control sobre el sujeto también se transforman, pasán� dose del panóptico, que como instrumento típico de la sociedad disciplinar se transforma en sinóptico26, el cual, al dar más claridad, permite una observación permanente entre todos y cada uno de los miembros de la nueva sociedad. Las nuevas formas comunitarias de ejercer el poder conllevan a un nuevo tipo de relación con el espacio y el territorio, las cuales no serían tan determinantes. El espacio terminaría siendo un espacio comunitario en el que las fronteras se abren con un mayor grado de permisividad para la población. Los avances de la tecnología, la biotecnología y la biogenética, evidencian la posibilidad de producir vida en los laboratorios; la clonación y los bebes in-vitro son apenas una simple expresión de ese avance. En la nueva sociedad se instalan formas de poder inmanentes que ya se en� cuentran ubicadas en las instituciones de encierro, en la mente y en el cuerpo de los sujetos. Las nuevas formas de control se expresan en el ámbito de la vida cotidiana con la presencia, inicialmente, de varios televisores en el hogar, com� putadores en nuestras casas, escuelas y lugares de trabajo, acompañados de la internet y las nuevas formas de conexión, el chat, el correo electrónico, el mes� senger y el facebook; también en el porte casi obligatorio del celular, el black berry y el ipad; la interconexión del transporte público y las nuevas formas de control de tiempo y el espacio que este expresa para ciudadanos del común. En la sociedad de control es mucho más importante garantizar el crédito que el empleo; en este sentido, el crédito hipotecario, pero ante todo las nuevas facili� dades para acceder al crédito de vehículos y electrodomésticos, es una simple expresión de la nueva lógica. También desde esta perspectiva la facilidad para acceder a las tarjetas de crédito y débito deben ser tenidas en cuenta. En la nue� va sociedad es mucho más importante el endeudamiento que el empleo. Y es
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El sinóptico hace referencia al control de las sociedades capitalistas avanzadas, en el cual, además, todos quieren ser visibles y reconocidos como vía de ascenso social. El sinóptico cumple funciones muy diferentes a las asignadas al panóptico, mientras este es un dispositivo de dominio territo� rial, el sinóptico integra los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la información, transformando las relaciones entre vigilantes y vigilados. Quienes han desarrollado este concepto, encontramos a Zigmund Bauman (2006) y en Colombia Claudia Pidrahíta Echandía (2006).
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mucho más fácil controlar al ciudadano endeudado con relación a aquel que no lo está. De tal manera, los sujetos son efecto de las tecnologías, las mediaciones culturales y el consumo propio del capitalismo contemporáneo. La sociedad de control recorre la naturaleza biopolítica del nuevo paradigma de poder, donde la vida ha llegado a ser objeto de poder. En la sociedad de control el poder llega a ser completamente biopolítico. El control ya está interiorizado en todos los planos de nuestra vida, lo ejercen las máquinas y la tecnología, las cuales ya han invadido nuestra mente. Los grandes poderes industriales y financieros producen subjetividades, producen cuerpos y producen sujetos, mediante el consumo y los medios de comunicación, la sociedad de control pro� duce y reproduce las narrativas rectoras. El control del imperio en la sociedad de control es el no lugar del sujeto y el problema mismo del espacio y el terri� torio en apariencia pasa a un segundo plano. La sociedad de control constituye un nuevo sujeto, un nuevo ciudadano, inacabado, descentrado y complejo que se pierde y se hunde en la multitud. La multitud de ciudadanos es la masa amorfa que reivindica la individua� lidad. Si en la modernidad el pueblo era uno, ya en la contemporaneidad la multitud es plural. En la sociedad de control, “la multitud se compone de in� numerables diferencias internas que nunca podrán reducirse a una unidad, ni a una identidad única. Hay diferencias de cultura, raza, identidad, de género, de sexualidad, diferentes formas de trabajar, de vivir, de ver el mundo y dife� rentes deseos. La multitud es una multiplicidad de tales diferencias singulares” (Hardt & Negri, 2002, p. 35). En la nueva sociedad, en la sociedad de control, hay un espacio altamente garantizado para nuevas formas de producción mate� rial, nuevas formas de comunicación, nuevas formas de relaciones entre sujetos y nuevas formas de vida. En la sociedad de control, como expresión de sociedad contemporánea, el inte� rés común, a diferencia del interés general, que fundamentó el dogma legal del Estado nación, es una producción de multitud. El interés común es un interés general no reducido a la abstracción por el control del Estado, sino recuperado por las singularidades que cooperan en la producción social biopolítica. “Lo común marca una nueva forma de soberanía, una soberanía democrática, en donde las singularidades sociales controlan, en virtud de su propia actividad biopolítica, los bienes y servicios que hacen posible la producción de la propia multitud” (Hardt & Negri, 2002, p. 243). En la sociedad de control la multitud sustituye el paradigma contradictorio en� tre la identidad y la diferencia por el paradigma complementario entre comu� nidad y singularidad. Con la movilización y extensión global de lo común, la multitud proporciona en la práctica, un modelo en el que nuestras expresiones de singularidad no quedan reducidas ni disminuidas en nuestra comunicación 93
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y colaboración con otros en la lucha. El problema de una democracia de la mul� titud se constituye en tema central para el capitalismo en su última expresión. La multitud en el plano político se ve obligada a utilizar otras formas de mo� vilización. Para investigadores como Víctor Sampedro (2005), la multitud que se moviliza entre el 11 y 14 de marzo de 2004 en España, es convocada por inter� medio de la tecnopolítica, por un bien preciado en la democracia, la verdad de los hechos del 11-M, por encima del derecho al voto y la representación. Frente a un gobierno manipulador en el manejo de la información, que utilizaba un modelo comunicativo obsoleto, el carácter flotante y la informalidad laboral de la multitud se movilizó por medio de sus celulares y computadores portátiles: la comunicación directa e inmediata, los mensajes de texto e internet, fueron fundamentales para pronunciarse en contra del gobierno de José María Aznar, con el fin de reivindicar la muerte de 200 de los suyos, que como miembros de la multitud fueron sorprendidos por los atentados terroristas cuando se movi� lizaban en un metro con dirección a sus hogares después de una larga jornada laboral. Para España como en Europa, esta movilización que expresa la multitud por medio de la tecnopolítica desobedece jerarquías o centros rectores, basada en la Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación NTIC, “permitió que los ciudadanos se auto-organizaran sin coordinación central, sin coordenadas estratégicas que respondiesen a un plan de intervención” (Sampedro, 2005, p. 279). La multitud se muestra como un sujeto político inasible, difícil de iden� tificar en sus contornos y de determinar su influencia. El origen de las nuevas movilizaciones reside en la inestabilidad y la precariedad en la que se basa el sistema de producción actual. El capitalismo actual fomenta la movilidad y fle� xibilidad, en general, la precariedad de los trabajadores. La acción política de las multitudes se basa en los estilos de vida, ligados a la telemática alternativa, software libre y conocimiento colectivo. Las nuevas movilizaciones demandan autonomía en el desarrollo de unos proyectos o estilos de vida, que primero son privados y solo en segunda instancia se demandan como colectivos. Lo colectivo puede primar en el tejido social más movilizado, pero lo individual, lo personal, prima en las multitudes. La tecnopolítica de la multitud es fragmentada e inestable, porque no exis� ten organizaciones ni espacios públicos comunes y visibles para el conjunto de la sociedad. No obstante, con la misma tecnología que imprime la precariedad y movilidad de sus trabajos, a través del teléfono celular y el computador por� tátil, que se genera la movilización. Las nuevas formas de protesta son más expresivas que sustantivas, en el sentido de que no evidencian tanto demandas de cambio social, como la necesidad de hacerse presente. El juego político de la multitud es ante todo de movilidad, acompañada de un buen repertorio de actividades de carácter expresivo. Con la rapidez que la multitud ocupa la ca� 94
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lle, la desaloja, es disruptiva, rompe con la normalidad institucional y la vida cotidiana de los individuos que la componen. La multitud que respondió a los acontecimientos terroristas del 11-M en Es� paña ha estado presente con similares características de movilización en países como Venezuela, donde la oposición política ha buscado la vía de la tecnopolíti� ca para oponerse al régimen chavista; en Brasil, en la ciudad de Salvador de Ba� hía, entre agosto y septiembre de 2003, en contra del incremento al transporte público; en Colombia, en las masivas marchas del 4 de febrero y el 6 de marzo de 2008, en contra de las FARC y el paramilitarismo27, respectivamente; las mo� vilizaciones democráticas del norte de África en 2011, en la que los sin partido, la multitud, expresa otras formas de movilización en estos países, en los que la sociedad de control hace presencia. Todo parece indicar que el siglo XXI es el siglo de un nuevo estilo de mo� vilizaciones políticas, es el siglo de la multitud que, como expresión contem� poránea de la población, mantiene un vínculo, si se quiere afectivo, por la rei� vindicación de la verdad en la democracia, la participación y la presencia de “los sin partido”. La multitud depende de la tecnopolítica que, como red de comunicación global, se convierte en el principal vínculo y movilizador de la política contemporánea.
Consideraciones finales Como se logra observar, mediante el pensamiento político de Michel Foucault, se da cuenta del proceso de institucionalización del Estado moderno, el cual deviene de la sociedad de soberanía, cuyo principal rasgo es su procedencia ju� deocristiana. La preocupación por la población en el poder pastoral nómada se constituye en un elemento y rasgo fundamental para la constitución de lo que sería no solo el pueblo de Israel, sino un rasgo que se introduce en occidente mediante la religión cristiana en la constitución de la sociedades soberanas en la que el que el rey y el monarca se erigen en pastores y guías de su pueblo. Sin duda, el pastorado cristiano es un elemento que también marca la constitu� ción del Estado moderno, que en su procedencia judeocristiana mantiene una preocupación por la población, pero en territorios delimitados y establecidos por los Estados nacionales. Y más aún, me atrevería a plantear que en la socie� dad contemporánea, en las lógicas de movilización de la multitud, el pastorado cristiano se encuentra presente en las lógicas de cuidado mutuo, solidaridad y reivindicación de justicia en la distribución de la democracia. Sin duda, el rasgo judeocristiano de la organización de nuestra sociedad e instituciones estatales 27
En el caso colombiano, por medio de un excelente ensayo de Martha Cecilia Herrera y Lina María Ramírez: Políticas de la memoria como forma de socialización política: un análisis histórico sobre el tiempo presente, se realiza un balance sobre las marchas del 4 de febrero y 6 de marzo de 2008. Consultar en Absalón Jiménez (compilador) (2009).
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se encuentra aún presente en la sociedad de control en el que la población en su expresión de multitud se constituye en un elemento central. Las formas de observación, individualización y control sobre los sujetos que devienen de la religión judeocristiana se mantienen. El ojo individualizador de Dios, que es delegado en el pastor, se constituye en un elemento funda� mental de la sociedad disciplinar. En la modernidad, en la sociedad disciplinar, por medio del panóptico se ejerce la observación, individualización y control de los individuos, cuyo interés fundamental es producir individuos dóciles y productivos. El ojo individualizador de la multitud, expresada en los medios y las nuevas tecnologías, busca producir en la sociedad de control sujetos dóciles y funcionales para el capitalismo contemporáneo. Los medios de comunicación y la economía de consumo invaden el plano de la vida cotidiana de los sujetos, sin ser completamente una institución, como lo fue la Iglesia medieval y gobiernan el plano eminentemente intersubjetivo de la sociedad. Los medios, al lograr el control de la cotidianidad, producen una nueva subjetividad que constituye sujetos para la sociedad de control. En la nueva cotidianidad existe una reivindicación del cuerpo no solo como objeto de placer sexual sino de constitución política que, como individualidad, se suma a la multitud. Los sujetos son efecto de los medios de comunicación, las media� ciones culturales y el consumo, pero por ello no abandonan su carácter social y público, su carácter político. La gubernamentalidad, vista como la recta disposición de las cosas, como el gobierno de los demás, basada en las prácticas de sí y el dominio de sí, se encuentra presente en la nueva sociedad y en la institucionalización del Estado contemporáneo. Es el sujeto que se constituye desde su propia experiencia, es cierto tipo de sujeto ético, quien se moviliza para reivindicar la verdad y la transparencia en la nueva democracia. De tal manera, la verdad y la transpa� rencia en el manejo de la información que fluye en la red se constituye en una preocupación para la multitud, por encima del mismo derecho del voto y la representación. Por otro lado, los principales rasgos de la biopolítica se man� tienen en el actual momento de transición, en la que el control de la vida, la necesidad de garantizarla e incluso producirla, es un elemento consustancial a los nuevos avances de la ciencia y la tecnología. De tal manera, categorías com� plementarias como gubernamentalidad y biopolítica apuntan a cuestionar aún hoy elementos fundamentales del micro poder en la sociedad. Por lo demás, de tiempo atrás con Foucault comprendimos que el micro poder es consustancial a la institucionalización moderna y contemporánea del Estado, el cual, en su expresión contemporánea propia de la sociedad de control, se mantiene más vigente que nunca. Para no alargarnos en las consideraciones finales, he decidido elaborar el siguiente cuadro en el que recogemos el devenir de la sociedad de soberanía, 96
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la sociedad disciplinar y la sociedad de control. Mi interés ha sido, recoger de la manera más didáctica posible, tanto en el anterior escrito como en el siguiente cuadro, una serie de ideas sueltas en el pensamiento y en los textos de Michel Foucault para pensar en la institucionalización del Estado en la sociedad con� temporánea. El presente escrito no es más que un aporte para quienes se inician en el pensamiento político de Foucault, y para quienes muy seguramente quie� ren aplicar estas herramientas conceptuales para pensar el proceso de institu� cionalización del Estado colombiano, tarea que, en mi caso, dejaré pendiente para un próximo ensayo. Tabla 1: Sociedades y mecanismos de control Sociedad de soberanía El rey y el monarca se constituyen en pastores que guían y cuidan a su pueblo. La principal arquitectura de observación es la teatral y de espectáculo. Todos se ubican para observar a uno en el centro.
Sociedad disciplinaria El presidente y el primer ministro asumen las funciones de pastores y guías del pueblo.
El panóptico es la principal arquitectura de observación y control de los individuos. Su interés es organizar los cuerpos por medio de un ojo que observa e individualiza al grupo.
Hay una mayor preocupación por el territorio que por la población.
Sigue existiendo preocupación por el territorio, y la población pasa a un primer plano.
Controla el momento de suplicio, castigo y muerte.
Se garantiza la vida por medio del avance de la ciencia y la técnica. Además, hay un proceso continuo de individualización por parte de las disciplinas y un conteo continuo de la población. La estadística en la ciencia, por excelencia, del Estado.
Hay un derroche de fuerza y de poder, que lo ejerce directamente el soberano.
El poder se distribuye en las instituciones disciplinares y de encierro: familia, escuela, fábrica, hospital y ejército. Hay un principio de economía política en el ejercicio del poder.
Sociedad de control Las entidades internacionales, FMI, Banco Mundial, ONU, ejercen un tipo de poder pastoral. Hay un sinóptico, se busca mayor claridad y todos se observan y controlan mutuamente. Ya no le interesa el control territorial. Ejerce controles más inmanentes sobre los individuos, en tanto parte de un colectivo. En tanto parte de una multitud. Ya no solo se garantiza, sino que se produce vida por medio del avance de la ciencia y la biotecnología.
Es un poder inmanente que se ubica en el contorno cotidiano. El poder ya está instalado en las instituciones de encierro y en la mente y en el cuerpo de los sujetos.
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No hay sujeto, hay cuerpos e individuos.
En el derecho de soberanía hay un principio: hacer morir o dejar vivir.
La institución es una expresión de señorío.
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Hay población, cuerpos dóciles y productivos. El sujeto es efecto de las relaciones de saber y de poder. Existe un continuo discurso de individualización. En la sociedad disciplinar se establece un nuevo tipo de derecho, que se expresa en el principio: hacer vivir y dejar morir. La institución política es un Estado nacional, y es la máxima expresión institucional de la sociedad disciplinar.
Los sujetos son efecto de las mediaciones culturales y el consumo. Los sujetos son efecto de las tecnologías y del capitalismo contemporáneo. En la sociedad de control hay un principio: hacer vivir y producir vida.
Es un Estado sin fronteras físicas claras, sin fronteras económicas y culturales. Es una expresión supranacional.
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Este libro se termin贸 de imprimir en agosto de 2014 en los talleres de impresi贸n de la Editorial UD Bogot谩, Colombia