Las Gallinas Zombies (Y OTROS POEMAS CASI INFANTILES)
A le xis F igueroa
A le xis F igueroa
Las Gallinas Zombies (Y OTROS POEMAS CASI INFANTILES)
Alexis Figueroa Aracena. Concepción, Chile, 1956. Estudié Filosofía en la Universidad de Concepción desde 1973, sin terminar la licenciatura. En poesía, publico: Vírgenes del sol inn cabaret –Premio Casa de las Américas 1986-, libro con cuatro reediciones, todas con ligeros cambios respecto a la edición inicial, El laberinto circular y otros poemas (1996), Folclórica.doc (2004) y Finis térrea (2014); en investigación cultural: Arte, Danza, Entorno, crónica historiográfica de Calaucán y Texto, imagen, performance, poéticas en desplazamiento medial, entre otros; y, en el ámbito de la narrativa gráfica –junto al artista visual Claudio Romo-: Fragmentos de una Biblioteca transparente (2008), Informe Tunguska (2009) y “Lota 1960: la huelga larga del carbón”(2014). El 2015 Austrobórea Editores publica una selección de poemas de E. Allan Poe, traducidos por mí. Próximamente aparecerá mi primer libro de cuentos por Ajiaco, en Santiago de Chile y mi traducción de La balada del viejo marinero de S. T. Coleridge, por Das Kapital, también de Santiago. Ilustración portada: Pablo Muñoz Registro de propiedad intelectual: Nº 262.571 ISBN: 978-956-362-381-9
Abre los ojos. Cuenta hasta tres. (proverbio joviano)
Prólogo
Acaso, un título que indique en su característica un “casi infantil”, señale más bien una operación de soslayo. Un avanzar sobre algunos territorios, amparados en la no seriedad e incluso, en la puerilidad, en el sentido de poco valor, poca monta- del discurso elegido. Es esta una operación que -esencialmente no irónica- se constituye como un treta del débil, por parte de aquel que no quiere ni le interesa, reconocerse o ser reconocido en los atributos de la seriedad de una cultura o civilización. Estos poemas, de ser conocidos como algo, pueden serlo en tanto su filiación modernista, que, aun más que los procedimientos, lo ubica en una tradición de lectura amable y miscelánea, en el sentido de sus temas diversos y llanos. Me refiero, a la cercanía posible del lector al texto, un lector no formado en la tradición vanguardista, cosa que a estas alturas -pasadas las exigencias teóricas un fin de siglo afiebrado- me parece un asunto de total elección. Los poemas, diría que pueden ser vistos como anécdotas de la imaginación, más que el escudriño de una sensibilidad, aun cuando tras su apariencia discreta digan más de lo que parecen decir. Las intenciones que tenga algún niño pueden ser irrelevantes para un mundo de adultos, del mismo modo en que una poesía menor puede serlo para la Poesía… pero se trata de nuestra libertad de crear. Entonces, los invito a leer.
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Las gallinas zombies. ¿Escuchas hijo mío el siseo horrible que ululando asciende en la noche oscura? Es la advertencia que hacen con su cacareo las gallinas zombies: su sonido es causa de toda pavura... Cuídate del picotazo de las aves muertas, que en bandada atacan sacado los ojos, y desgarran torsos con sus uñas yertas, y bañadas en sangre, linfa, hiel y moco, avanzan resueltas entre los despojos. Cuídate de sus escuadrones y del cacareo, que cuando lo escuches será aviso tardo, y ya no habrá escape, te lo dice el bardo.... Hoy, las gallinas zombies dominan el mundo: pasó el tiempo humano, pasó su cultura, tan solo podemos correr, escondernos. Y temblar en silencio. Escuchando el chillido insomne
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de gallinas zombies, que sobre este mundo cantan a la luna. DueĂąas son de todo, no nos queda nada. Somos trigo gore, somos su comida, somos su carnada... ÂżSomos?. NO. Son ellas. Ya no somos nada.
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Diván sentimental. Tu boca, como llaga de volcán y terciopelo, es el rastro de una herida abierta en O. Me miras con abandono algo fingido, tendida en tu diván sentimental. Bella mariposa, posada en una rosa de Chanel, libélula costosa, envuelta en cuero negro de la cabeza hasta los pies. Yo ante ti, con mi lastre ruin de inadaptado, recito una romanza de Genet. Un saco de manos palpitantes te he traído de regalo en esta tarde, cortadas en el jardín humano con ternura, para decorar el tapiz del canapé. (La navaja de Auschwitz en mi brazo, tatuada junto a espinas pendencieras, gotas con forma de fresones, gotas púrpura simulando corazones). Y tú náyade carnívora, donosa, dormitas entre hierba y videoclip.
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No haces caso, suenan las sirenas ambulando entre la lluvia y busca la police al hombre lobo de París. Soy yo. Aullador de los ensueños de la luna, que ilumina con su lívido rocío los cromados de mi moto BMW. Mira corazón por la ventana el parachoques esmaltado: suavemente en él, con erótica paciencia he ensartado, cuerpos y más cuerpos, antes vivos, ahora muertos: soy el asesino enamorado de la calle, soy Dennis el hombre lobo que te ama, hombre lobo de pasión automotriz.
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La selva parlante. Bajo el domo de las copas verdes y las enredaderas, cuelgan las crisálidas. Brillan cientos de ojos en la selva oscura. Son las flores negras de la selva que habla. Con su voz de estrella. Recordando las praderas yertas de un planeta muerto. Llegaron del cielo. Esporas de vida envueltas en gasa de un cometa errante golpearon la tierra. Crecieron formando un mundo circular. (En la ciega noche murmuran visajes de lejanos soles, en un cielo de novas y de soledad). Creció así otra selva entre la espesura de los bosques vírgenes, devorando pájaros, encendiendo flores que quemaban sangre. (Todas las mañanas mana de sus tallos,
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una leche roja con sabor a alcohol). Pequeños faroles de papel de cera, encienden fogatas entre la espesura. Y el chamán del pueblo de los más ocultos (aquellos que son sombras entre la floresta) bebe de su alcohol. Se tiende sobre la hojarasca. Inmóvil escucha como los zarcillos se acercan reptando. Y le clavan púas. Luego, duerme y sueña. Y las plantas ávidas devoran su sueño. Y el agua corre y la selva llora. Un cristal de voces que destila el aire, suena, suena, como una campana. Enterrada en agua. Roja. Con sabor de sangre.
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Faquir. Yo soy el Fuki’n fakir. Vestido de trapos, color de los sapos, espantagente de máscara sarro y papel crepé. Yo soy quien escucha ululando en las calles el huevo del mal. Yo soy como el diablo, que pasa ladrando, te cojo y te mato, el hombre del saco. Yo te meto miedo: a puro gangocho, así tan morocho, zapato morado, yo te meto miedo. Cuando abro la boca se asoman mis dientes: son los penitentes que pasan aullando por la población. Yo soy el Fuki’n fakir. Que tiene su sexo como una salchicha.
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Cocida. Y me hei copeteao. Con caña, con pisco, aguardiente, con pájaro verde, licor de barniz. ¿Me besas la boca? Mi boca de rosa, que entrega el encanto y la fluidez. Yo hablo la lengua de ola de las caracolas. ¿Me escuchas? ¿Escuchas mi aliento?. Es el vino. Hoy día se vino a conversarte la mar.
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En el Jardín de la muerte. (En el jardín de la muerte en el jardín. Ella juega con su gorro de bailar en el jardín. Golpea un cascabel ella es un bufón de traje a cuadros en los bosques, la espesura. ¿Quién habla? ¿Quién circula? Son los peregrinos madre, caminando desde los tiempos lejanos donde brilla la luna transparente de los niños. Ella canta una canción escucha el ritmo de los pájaros distantes mientras baila con su gorro y hace tintinear los cascabeles. Vamos adelante vamos, vamos, con las manos estiradas, secos huesos piel marchita. Con la mano en la mano protectora de la oscuridad
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escuchamos las campanas. Caminamos al estanque en medio del jardĂn para ver nuestras mĂĄscaras conformes, ya sin vida.
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Manicomio. Ven hasta mi vida, Circe electroshock. Encantadora de fuerte camisa con trabas de acero. Temblor eléctrico de apretadas mandíbulas, esfínter suelto, orina y mierda que aúlla y cae. Hermana del loquero, hada de los cerdos, apacentadora. Cavilosa araña de la duramadre, vid del risperdal. Baba en que la lengua bate su saliva. Baba sobre el cuerpo. Río de agua viva. Ríe una palabra: grita frente a mí. Yo. Qué soy. Circe electroshock. Moneda falsa dice el mercader. Cuando cae, suena. Como hueco de aire. Moneda sin sello. Todo es cara. Faz. Palabra. Que grita mi nombre, ensartada el habla en el árbol sabio. Encinas parlantes cantan en mi cráneo, es tu fuente viva, Circe electroshock. Soy mis compañeros. Cuando ellos comen porquerías dadas por tu blanca mano,
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y revuelven heces allá en el corral, también como yo. Diosa del curare, enfermera parca del golpe insulínico, buzo de las almas, y de la conciencia experta en sumar dos + dos. El loco retuerce las riendas del carro, guía sus caballos en llanuras de oro, mientras a su espalda grandes velas blancas de rojos navíos esperan el viento. El loco se aferra, con ojos de espanto a su sucia almohada. Hermana del loquero, hada de los cerdos, apacentadora. Cavilosa araña de la duramadre, vid del risperdal.
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Poética, con Holderlin en la biblioteca. Disculpad, pero cuando Holderlin enloqueció, todo era “su majestad”. Las urnas griegas, la pelusa volcánica, el portal de Pompeya, los arcos romanos eran “su majestad”. Trigal y promesa dorada en la nova del cielo era “su majestad”. La voz de la ira y la rabia mendiga era “su majestad”. El suelo de los mecenazgos era “su majestad”. El cuarto y la cama, el yantar del poeta era “su majestad”. Rimada amapola del cerebro escondido, era “su majestad”. Voraz primavera, agostado otoño e invierno sin párpados eran “su majestad”. La vida de las marionetas, el hilo ovillado era “su majestad”. Cuando vino el poeta a la alta colina, cuando levantó su casa en el viento y la arena era “su majestad”. Cuando cayó el aerolito, cuando vino el rayo y descubrió que el cuchillo está hecho del hierro del cielo. El ausente le dijo al silencio “su majestad”.
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Los dones de los condenados. En casa del ahogado el ponche es de piedra y agua. En casa del fusilado el aire es de viento oscuro. En casa del ahorcado cardan la cuerda de la campana. En casa de las suicidas ordenan un calendario: lleva escrito los dĂas y la forma en que hay que morir. En casa de los quemados el sol y la cicatriz. En tu casa, en la mĂa, en casa de Todo, el reloj. En casa de los amantes, la sangre. Bebida en un vaso de dos. (En casa de los espejos, la muerte, que estaba mirando en el vidrio su calavera de luz).
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Tonada de la sirena en el charco de agua. La sirena tiene la boca roja porque no tiene sexo. La sirena tiene la boca roja de los amantes. Tiene su pozo de pura escarcha, tiene su ojo. De puro sexo, de boca de agua. (La sirena tiene dos formas, como los cuerpos de los amantes). La boca roja de los amantes: se abre en un pozo de pura sangre, alguien le habla a la sirena: es la voz de agua. Alguien le habla a la sirena: es la voz tierra, del marinero. Grita en la niebla, grita en el faro grita en la sangre del accidente. Grita en su charco. Grita y no puede abrir sus piernas y si las abre, es que han rajado la carne blanda con el cuchillo del pescador. O alguien que aĂşlla, mientras la sangre, se le desliza desde la boca hasta la calle. La sirena vive en un charco. De vino blanco. Y cuando vienen a remojarse
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gaĂąanes idos de soledĂĄ, pa fantasearla de pura sangre, sangre menstrual, abre su boca. La boca cruel. La boca roja de los amantes, la boca luz, que gira y gira, con cuerpo e paco o de ambulancia, la boca tajo, donde se asoman los huesos blancos, donde se asoman los sapos zarcos cantando a coro con la sirena de la ciudĂĄ.
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Insecto. Había una vez un gato de Chesire, un gato de porcelana gris. Había una vez un gato inglés, que soñaba ser escritor. Había una vez un escritor, un escritor inglés. Que soñaba con un gato gordo, de porcelana gris. Había una vez una niña inglesa, que soñaba con tener un gato, un gato de gran sonrisa, un gato de porcelana gris. Había una vez un gato, una niña y un escritor, incrustados en un libro como en un caparazón…
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El relato. Despertó. Un dosel vegetal se alzaba sobre su cabeza y por él se filtraba el esplendor del sol. Irguióse, levantando la vista a lo alto. Un árbol gigantesco se agitaba en el viento. Miró hacia el denso ramaje y con sorpresa o pavor descubrió que las hojas eran letras. Entonces escuchó una voz: “Mira y observa –decía- son miles y miles de letras que en su danza presentan los verdaderos nombres de todas las cosas”. Por un momento creyó haber llegado al paraíso, mas en su desesperada memoria recordó que no sabía leer. Desmembradas letras, incomprensibles muecas en remedo constante, serían la forma del preciso infierno narrado para él.
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Diosas de la tierra y el humus. Bajo la capa de las hojas muertas tenemos la hoguera. Y reunidas en círculo nos calentamos las manos. Escuchamos las voces en las distantes laderas y los pasos desnudos entre los sembrados. Impulsamos la savia y el violento color, y tendemos la cama de los que han de morir. Mas no deseamos los llantos como solemnidad. Lo nuestro es la sangre de los días de agosto, abriendo sus flores en la joven madera. Y el verde y los cantos: la voz de los pájaros que enjoyan su aliento. Esperamos, conforme los ritmos de las estaciones, frotando las manos alrededor de la hoguera. (Pero cuando descienden, vemos caras con miedo. Peregrinos que vienen por un camino sin agua. El camino baja, cada vez más profundo. Son los muertos solos, de oídos, de ojos cerrados. El rito de un dios, más de vivos, de muertos, ha cosido los párpados,
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y no fructifican al oír nuestra voz). Aquí abajo no hay agua -nos dicen-, tan sólo la roca y la tierra oscura. Y las hojas muertas, plegadas una sobre otra hasta hacerse prisión de la luz. Si hubiese un camino, y alguien, a la vera del angosto camino, mostrase algún pozo, (aún un tercero distante aguardando la seda del lazo que enhebra la cintura de vuestra pareja) abrevaríamos como grandes mamíferos, y tendríamos fuerzas para descender. No tan solos. Ah, nosotras, nosotras, las de ojos abiertos en la hierba oscura. Bajo la capa de las hojas muertas tenemos la hoguera. No te asustes del fin del pequeño orden que llamaste la vida: velaremos los restos, con cierto silencio, con cierto respeto, con duda y con dignidad.
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Frankenstein entre los hielos Ahora, he de caminar hasta perderme entre los hielos. No deseo ver a nadie. Todo es asco. Asco por los vulgares ejercicios del amor, asco por la asustadiza dictadura del dolor. Cuando amé, no amaron y dijeron “monstruo, vete, anda, lejos, tú no eres raza nuestra, y tu sombra no debe recortarse sobre el suelo”. Más cuando odié, se atribularon. Organizaron cacerías, intentos, pugnas, agresiones. Yo, los aventaba como espigas, como un fosco segador agrupaba con la muerte las gavillas. Algo tengo de la muerte, salió mi cuerpo de despojos congelados. No había aliento, álito o espíritu, en los trozos que mi creador manipulaba. Yo era el hombre frío. Nací del hielo y vuelvo al hielo. Pero el aliento fue la electricidad. Una noche de tormenta bajó el rayo. Y allí, entre extraños aparatos en el lecho me moví. Sentí calor, un torrente de colores, una serpiente poderosa paseándose como un mar de terciopelo abrió mi piel. Desperté. Para la soledad.
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Diferente, bello, fuerte. ¿Qué hacía entre esta raza contrahecha?. De físico esmirriado, de espíritu precario, necesitaban desear para el amor. Y amaban, como viéndose al espejo. Él me creó, para su ciencia. Y cuando yo exigí mi derecho a compañera, se asustó. ¿Quería dar origen a un linaje destructor? ¿no intentaba rebelarme contra el límite y en la unión ser un nuevo Prometeo dando nueva luz entre los hombres?. Todo se me prohibió como castigo. Mi compañera, un cuerpo inerte, esperpéntico, espantapájaros, geografía de corte y costurones fue condenada a las hogueras. Todo se me quitó por ser distinto, solo oían su razón y así escuchaban vagidos de mutantes, monstruosos estertores. Entonces odié. Y destruí. Dañé conforme mi fuerza sobrehumana, crucé campos y ciudades ya sin miedo, como quien camina y pisa sin pensar en las hormigas. Pero una herida se agrandaba cada vez: la del amor. Así aprendí a no dañar lo que está vivo a acercarme, ver, sentir, a compartir la pasión de aquella gente para quien los gruesos cortes de mi cara
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eran sólo nuevas formar del querer. Y fue por ellos que partí, a construir mi última morada entre los hielos. Para que ustedes, cazadores de fantasmas no terminen con aquello que no pueden entender. Y recuerden, no deseo que la raza, la mezquina raza humana se me acerque, para quien venga seré rabia, hiel seré, la muerte con su lumbre entre los hielos.
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Prefacio a una página en blanco. Considerad monjes peregrinos el homenaje silencioso de esta página. La he dejado en blanco como ofrenda, Como atributo a las artes de la carne, por consideración a vuestras devoción tan solitaria. Aquí queda, virgen que no ha sido fecundada, incitando con su albor tan primigenio, que recuerda el primer día del mundo, esa luz antes de todo y las estrellas. Considerad este anhelo por los gestos, el verles en acción sobre el vacío, grabando las esquelas de la vida sobre esta lápida marmórea. Rúbrica podrán. Es vuestro intento el echar a los surcos la semilla. Pero a la vez de crear vida dejarán ruinas tras la mano, signos que serán sin ser vosotros, dólmenes vacíos, eriales fúnebres, cuencas, cuencas, en las que sólo quedan ecos -no vosotros peregrinos-, la sacra reliquia de la tinta en sus osarios.
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Poética del juglar. Yo no elegí mi idioma ni mi faz de búho, ni tampoco mis días en un vaso de sol. No tuve un servilletero de plata con mi nombre grabado, ni vine al mundo encerrado entre hojas de col. Me veo en la vida como la metáfora de la bola de nieve: rueda y rueda hasta que el sol la derrite y se muere. De mi mismo, incomprendido he sido: abriendo mis puertas con mi propia mano, muchas veces tuve miedo de lo que iba a encontrar. He puesto la oreja en la tierra para palpar su voz y he oído el tambor sumergido de los que en ella caminan, pero cercano o lejano el sonido -como luz de distantes estrellas-, no me fue dado el don perfecto de la claridad. He intentado, he trabajado, he insistido en mi oficio de palabras y letras, escritor que ha buscado el sonido interior. Como un tímpano inmenso he curvado mis días, haciendo una cesta constante como el ruido del mar. Y escucho el rumor de las cosas sin nombre que escapan de la red, de mi cesto de artista, dejando la angustia celeste de lo que se va. Me calza la imagen del pescador. Me calza la razón matemática entre el pez y la criba. Me calza mi idioma aunque no lo escogí. Y me calza mi cara de búho temprano, Buscando en sus plumas la pluma. Que anote las forma de aquellas palabras que no son saber.
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He bebido mis dĂas, que yo no elegĂ. Y para saciarme he tenido un vaso de sol.
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Potérica de la arcilla. Potérica del caolín blanco. Potérica de lo que miente. Poética de la oruga y Alicia en el país de las maravillas. Potérica de hacer cestos, y de hacer vasos de arcilla. Y vasos comunicantes entre palabra y estrella. Vamos en la barcaza que lleva el numen. Nave y cardumen sí, de los idiomas, van las vocales juntas, boca con boca. Esto de facer versos ya me disloca. Y me disloca ay sí, por puro ruido, a ver si una chiquilla se casa conmigo. Quiero bailar con la Alicia de Lewis Carrol, única pareja digna de trompo cucarro.
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Una amapola. Una amapola encerrada en un vaso de vidrio. Palabras de sangre en un libro tatuado. Un corazón encerrado en la forma de una amapola. Un catálogo de las naves de otro poema y un libro. Una arquitectura de citas, una obra de náufragos. Ulises en otro Dublín. La sombra de un dios como un monstruo marino, demasiada luz brinda una penumbra intranquila. Sustancia. Origen de los nombres y el eco. Revelación de una cifra, conjertura del huevo, matriz de la destilación. Una jaula de pájaros guardando en su reja un monje velado. El vacío corpóreo de una alquimia primera. La lista de las palabras en que los nombres se callan. Una llave, un camino. La lista la lista el sonido en donde los nombres se callan.
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Poema con Papa. Pienso...pienso en el puré de papas... papas mondas, blancas, señoriales. Pienso en el puré de Papa. En una caja de cartón de puré de papas instantáneo. ¿O en un Papa que tiene sesos de puré? ¿O en hacer puré de papa con un Papa? Este Papa es papa instantáneo. Pura papa. Papatético. Peripatético. El Papa se pasea por el mundo, papapleto. Es papa vieja en un sobre de puré de papas nuevo. 1.200 millones de personas se alimentan de su blando, amarillento derrame espiritual. Preparo puré de papas en un ritual chamánico -psicomagia- para moler tu autoridad. Y la de todos los que te antecedieron en la labor de empapar la cabeza de la pobre gente: Papa. Papa y natas. Papanatas.
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Este libro fue compuesto con
tipografía
Donatora
y
diseñado por Hernán Rodríguez I. El papel interior es bond ahuesado de 80 gramos y la tapa de cartulina dúplex de 250 gramos. Fue impreso por Dimacofi en Santiago, Chile, en el 2016.