Revista Literaria Istak Axolotl

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REVISTA LITERARIA

NO.1

ISTAK AXOLOTL

JULIO 2021


© Centro Literario Istak Axolotl Impreso y hecho en México Saltillo, Coahuila de Zaragoza, 2021


Índice

Curvas cuánticas de Gerson Rafael Urbina Méndez

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El peón de la libertad de Rusvelt Nivia Castellanos

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El valle de la luna de Fernando Grossi

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Michelle de Carlos Medina

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Hoy Chaplin, mañana no de Salvador Flores

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La intrusa (El libro secreto) de José Luis Machado

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La espera en el café de Ezequiel Olasagasti

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Los besos furtivos de Martín Morales Garza

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Epístola del solitario de Rolando Reyes López

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No te marches sin decir adiós de Helly Raven

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Plumas negras y amarillas Juan Adán Morales Cortés

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Curvas cuánticas Gerson Rafael Urbina Méndez

Artista digital: galacticus Del sitio web www.shutterstock.com “Jugábamos a ser cosmonautas, por las tardes de domingo el espacio era lo nuestro. Viajábamos entre galaxias; elípticas, espirales y barradas, visitando tus planetas favoritos. Esos de grandes anillos y animales extraños. Cuando mamá llamaba a cenar el juego se detenía. Caíamos en agujeros negros donde la eterna singularidad nos tragaba, volviendo nuestros “sálvame” los fideos de la cena. Al final nadie puede escapar de la atracción, ni siquiera la luz. Nadie puede escarpar de los regaños de mamá, ni siquiera nosotros.”

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Gerson Rafael Urbina Méndez. Nació en Saltillo, Coahuila en el año 2000. Músico, aficionado de la astronomía. Le gusta escribir y hacer música. A sus 21 años cursa la carrea de Letras Españolas en la Universidad Autónoma de Coahuila. Soñador, humorístico, idealista y positivo es lo que lo define. Contacto: rafaelu766@gmail.com

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El peón de la libertad Rusvelt Nivia Castellanos

Desde que tengo memoria, hace muchos años, me levanté del suelo de ajedrez. Soy un peón guerrero de los más legendarios. Llevo bastante tiempo en la insurgencia. Incluso ahora, libro una batalla iracunda contra los enemigos. Audaz, actúo con valentía con tal de defender a la reina negra. Durante la lucha he cometido varios homicidios. Me ha tocado degollar alfiles y jinetes blancos con azarosa gravedad. Por lo demás, descubro que mi destino es un poco curioso. En el instante, yo sigo con vida extraña y precisamente yo hago la diferencia en esta guerra civil. Por lo valioso, soy la ventaja de mi legión negra. Siempre me muevo con sigilo entre cada casilla de cristal. El peligro es que la reina blanca es muy fuerte. Ella tiene la mejor posición en su campo imperial. Por tal motivo, todavía no puedo asediarla, porque sé que me vencería con facilidad. Está de frente a mí. Por lo cual; debo ser fuerte y debo resistir hasta el final, así quizá sea el salvador de esta barbarie. Ya de repente, se rompe el espacio compacto. Los centros se separan como agujeros. Mientras, yo subo con coraje de camino al castillo maligno. Al día de hoy los libertarios vamos unidos por la victoria. En efecto, queremos acabar con el terror. Nos duele el ver tantas muertes. Por eso como héroes vamos con las torres a conquistar el reino blanco. El rey nos acompaña con cautela. Juntos, corremos de marcha por la justicia humana. Añoramos un mundo nuevo. Más si al declive del sol ganamos, nuestros compatriotas por fin dejarán de ser esclavos y ellos volverán entonces a nuestro país. Todo esto tan revolucionario lo inspiramos, para luego irnos a rescatar la otra nación igual de humilde a nuestro pueblo. Y 5


rebelde por mi ideología; yo sigo peleando en pie de ataque. Ahora sin temor, combato contra un peón adversario. Sufro un poco sus arremetidas. Es duro estar vivo en este tablero de indecencia. Sobre el furor, hiere mi brazo con su daga. Menos mal, lo cojo de la cabeza. Se siente angustiado. Acto seguido, le destrozo la garganta. Por ser cruel, lo acabo de matar a punta de cuchilladas. Era un terrorista de los racistas. Tras la acción, veo como él empieza a desangrarse horriblemente, cayendo despacio a un costado mío. Me acostumbré además a subsistir, entre cualquier cantidad de cadáveres esparcidos, por los diferentes cuadros. En verdad, son muchos los gladiadores quienes han agonizado durante esta inmunda matanza. Ante mi ruda destreza, por aquí dejo al soldado rezagado. Desde lo lógico, sé que como misión tengo que convertirme, por lo menos en un digno caballero. Por eso yo no retrocedo. Esto causal, para gestar bien pronto la independencia social. Al tanto, voy para arriba siendo sigiloso. De paso como prosigo, resurge la hecatombe tan arrasadora, sólo hay mortandad. Sobre lo colosal, me debato entre los espectros y la supervivencia. Así de dual, evidencio este ambiente. De resto, yo consigo ya avizorar el futuro cual tendré que encauzarlo. Para lo certero, parece venirse encima el acabose de esta masacre sin restricciones. Por ahí, quedan algunos enfermos moribundos. Aún ellos, siguen de brutos soportando nuestra arremetida, guerreada contra la dama aria. Pero ninguno nos podrá aguantar por más de cinco minutos. De sorpresa, sucede un sortilegio y es que logré llegar a la corona. Entonces, mejor escojo ser un alfilero antes que pedir ser un jinetillo. Más rápido, me alisto para comerme a la reina tirana. Y sí, victoria, sorprendente victoria; jornaleros, hoy somos los vencedores. Hasta cuando por fin pudimos derrotar a los ignorantes. Mientras; yo me quedo con la dama cautiva, ilustrándola a ella con ideas fraternas. Devoto; le ofrendo la dignidad y así con recanto, volvemos de a poco a la felicidad, ahora todos en paz.

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Rusvelt Julián Nivia Castellanos. 24 de septiembre de 1986 de Ibagué - Tolima – Colombia. Comunicador social y periodista por Universidad del Tolima. Tallerista en el taller de cuento; Hugo Ruiz Rojas, Universidad del Tolima, además asiste al taller de Relata, Escribarte, Ibagué. Contacto: rusvelt1@hotmail.com rusveltnivia@gmail.com Mundo cibernético: La librería libre Blog: http://literaturadelarte.blogspot.com.co/

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El valle de la luna Fernando Grossi

Fer, nunca estuve con alguien como vos… noble, contenedor, inteligente y sensible. Me miró con sus ojos de un sepia otoñal; estábamos sentados sobre una piedra baja, una de las muchas piedras fantásticas que se desparraman sobre el Valle de la Luna, en la provincia de San Juan. Le dije yo: -Mi amor… estar con vos, así, y en este lugar… es lo que siempre soñé. Melia salió del negocio de regalos cerrando la puerta con mucha más violencia de la necesaria; estaba realmente enojada. -Esto no era en lo que habíamos quedado. -Pero Melia… entendeme. No puedo comprar todo lo que quisiera. Hay que pagar el gas, la luz, las expensas, el tratamiento de conducto de Sofi. -Para otras cosas sí te alcanza la plata. -¿Para qué, por ejemplo? Se paró y me miró con indignación.

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-¿Querés que te lo diga, acá, en el medio de la calle? Para ir a jugar al golf con tus amigos, por ejemplo. -Hace como dos meses que no voy. -Dejemos que el colectivo se vaya. Nos quedamos acá, toda la noche, los dos solos, en éste lugar fantástico. Mañana a la mañana ya vendrán otros turistas. -Estás loco, Fer. Vamos a comer y dormir al hotel. Mañana podemos volver. -¿No te animás? Bueno, cucuruchito. Como vos quieras. -No me digas cucuruchito, sino me siento que soy un helado, que soy fría. -Vos sos un helado de fuego. -Para vos es más importante jugar al golf que que yo vaya a la peluquería. -Si estás hermosa. ¿No fuiste hace poco a la peluquería? -Hace poco es un mes y medio. -Y andá, si nadie te lo prohíbe. Pero no lesiones nuestra relación por una pavada. La plata va y viene. -¿Así que soy yo la que lesiona nuestra relación? Se hizo una larga e incómoda pausa. -No sé… ¿porqué lo decís? -Vos sabrás. -¿Otra vez vamos a volver con el tema aquel? -¿Y a vos te parece que no es importante? ¿Que yo me lo voy a olvidar así nomás? Una infidelidad no es ir al almacén a comprar fideos. -Ya te aclaré que esas dos histéricas prácticamente me forzaron. 9


-No podés ser tan cínico y caradura. Dejá de hablar, por favor. Volvamos a casa que Sofi está sola. Comemos algo y nos vamos a dormir. En otro momento continuaremos ésta discusión. Subimos al micro de miniturismo. Volvimos al hotel mirando los hermosos paisajes sanjuaninos, riéndonos y hablando de muchas cosas. A la noche cenamos con otra pareja del tour. El pollo al verdeo con papas españolas estaba delicioso. Lo acompañamos con un vino blanco de buena cosecha. -¿El vino blanco no va más con el pescado? –dijo Melia. -Así dicen…. pero éste igual acompaña muy bien –dijo el muchacho. -¿Ustedes también están de luna de miel? –les pregunté. -No, nosotros ya tenemos cinco años de casados –dijo el muchacho, - pero seguimos muy enamorados, más que el primer día –se miraron y se besaron. -Eso es lo más lindo –dijo Melia, –uno se casa con esa ilusión. Pero bueno, la gente habla tanto del desgaste, de la meseta, la rutina. Yo también, hoy por hoy digo que haber conocido a Fer es lo más maravilloso que me pudo haber pasado. -Y yo a ella –dije yo. -Van a ser muy felices –dijo ella, una mujer con una enigmática mirada y labios delgados. – Tienen lo que toda pareja necesita para un inicio promisorio: la pasión. -Vos no sos el mismo. Vos cambiaste. -Meli, todos cambiamos. ¿No sabés que no se puede tomar agua dos veces del mismo río? La persona cambió, el río cambió. Hablábamos acostados en nuestra cama. -No te hagas el filósofo repitiendo frasecitas que leíste en el facebook. Vos cambiaste para mal. Yo, en cambio, si vos no hubieras cambiado tanto, te seguiría amando con el mismo amor de siempre.

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-No prolonguemos una discusión estéril. Dejame leer un ratito antes de dormir que mañana me tengo que levantar a las ocho. -¿Qué estás leyendo? -Sartre; El ser y la nada. De pronto Melia me arrebató el libro de las manos. -Las aventuras de Sherlock Holmes. ¿Para qué me mentís? -Era una broma, para ver que decías… ya te iba a decir la verdad. Melia suspiró profundamente. -Tal vez cuando cumplimos los doce años debimos volver al Valle de Luna. Yo creo que así nuestro amor se hubiera sellado. Yo te lo pedí… pero preferiste ir a cagarnos de frío a Puerto Pirámides. Después de eso vos empezaste a despatarrarte. -No te pongas mística y supersticiosa. Pasó lo que tenía que pasar. Y yo todavía te quiero. Acá estamos, juntos, como siempre. Además el viaje al sur fue genial. -No sé. Tengo ganas de llorar. No puedo manejar todo ésto. -Tenés un mal día, Meli. Vamos a surfear esta ola, vas a ver. Teikirisi.

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Fernando se bajó del taxi en la banquina de pescadores. Fue hasta la escollera sur y empezó a caminar hasta la punta.En su casa Melia pasaba los canales y encontró una película que estaba empezando, con Nicholas Cage. Ya la había visto dos veces pero le dieron ganas de verla de nuevo. Contacto: fergrossi70@gmail.com

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Michelle Carlos Medina

No dejaba de llorar. Estaba sentada viendo a la ventana y no dejaba de llorar. Acababa de terminar mi último toquín en el vagón. Era sábado, hubo poca gente ese día en la línea B. Me senté justo delante de ella y coloqué la guitarra en el asiento de aun lado, el amplificador lo dejé debajo de mis piernas. Ella no me miró. De esas había un montón. La gente se acostumbra a verlas andar por ahí descalzas, entregando papelitos con frases que nadie lee y después recogiéndolos, o con cajas llenas de cualquier golosina. Pero ella era diferente a las demás. Lloraba. Saqué una bolsa de plástico y comencé a contar mi dinero de diez en diez. Eso atrajo su atención por unos instantes. No me miraba a mí, sólo al dinero. Después de unos minutos se distrajo de nuevo en la ventana. Llovía. Por el reflejo del vidrio se alcanzaban a ver un par de ojos aceitunados. ¿Cómo te llamas? Le dije sin voltearla a ver. No respondió. ¿Dónde está tu mamá? Ella sólo miró a la ventana y comenzó a llorar de nuevo. La gente que estaba a un lado nos observaba. No me gustaba involucrarme en los problemas de los demás, pero esta niña lloraba. Nunca había visto a una llorar tanto, tan despacito, apenas se escuchaba un pequeño sollozo, y las lágrimas caían constantemente por ambos lados de la cara. Probablemente su madre la había abandonado y no tenía a donde ir. O quizá sólo la regañaron por no haber ganado suficiente dinero o por perder alguna mercancía. 13


Un hombre gordo vestido con un traje de corte Slim, y un reloj de oro que ya no marchaba, se devoraba una torta. Nos miraba de reojo y se la comía más rápido. Sudaba. La niña había dejado la ventana y estaba atenta a aquel hombre. Saqué un pan de dulce que llevaba guardado en mi morral. ¿Tienes hambre? Dudó unos minutos y después lo tomó con sus pequeñas y sucias manos. Le quitó la bolsa de plástico ¿Te gustó? No me respondió, comía y lloraba, algunas gotas le escurrían por la cara y llegaban hasta el pan, que comenzaba a salpicarse de pequeños círculos color ceniza. Tenía una playerita sin mangas sucia, un short que dejaba ver unas piernas apenas más gruesas que los brazos, llenas de raspones, sus zapatos eran iguales, aunque uno parecía más nuevo y más grande que el otro. Tenía una cicatriz en el brazo derecho, justo a la altura de la primera vacuna, pero era más bien como la mordedura de un perro. Comió sólo la mitad del pan, la otra mitad la guardó para después. Un policía abordó para revisar que todo marchara en orden. Una señora le llamó y nos señaló. Él se acercó y le preguntó a la niña si estaba todo bien. Ella sólo asintió con la cabeza. Después de mirarme de manera amenazante caminó de nuevo a la puerta y desde ahí me observó por unos segundos. Antes de que el vagón anunciara que estaba por avanzar se bajó en la misma estación. La señora no dejaba de vernos y mover la cabeza hacia los lados en señal de desaprobación. En la siguiente estación se sentó a un lado de la niña. ¿Te está haciendo algo este hombre? Ella negó de nuevo sin decir una palabra. ¿Vienes sola? No respondió. Si te hace algo este señor me dices. De nuevo no respondió. La señora se levantó del asiento y fue a sentarse donde estaba antes. No tenía necesidad de andarme involucrando en una situación como esas. Esperaría a que pasaran dos estaciones más y me iría a sentar cerca de la puerta. Aunque después me puse a pensar: qué pasaría si no tenía a dónde ir, qué tal si su madre en verdad la había abandonado. Dónde dormiría. Qué iba a comer después. No es asunto mío. Pero, y si se va sola. Dónde pasará la noche. Muchos niños duermen en la calle, no va a pasarle nada, a esas niñas no les pasa nada, saben andar mejor que uno. Pero, y si no come en varios días. Y si ya no tiene nada qué vender. Pero, y si después me meten al bote. No podía llevarla conmigo, es decir, qué haría yo con una niña. Jamás me habían gustado los niños, por eso no tuve hijos, por eso nunca me casé. Me las arreglaba bien viviendo solo en aquel cuarto. Tenía lo necesario para mí. 14


Casi llegaba a “Ciudad Azteca”, faltaban cuatro estaciones. Por primera vez en todo el trayecto me miró, levantó la cara y me miró con esos grandes y hermosos ojos color aceituna. El llanto le había dejado dos líneas de sal marcadas en las mejillas. Podría llevarla conmigo y bañarla. ¿Cómo la bañaría? Nunca había hecho eso antes. ¿Y si piensa mal? ¿Sabrá bañarse ella sola? Bueno, podría llevarla a dormir un par de días a mi cuarto, pero y los vecinos, y el señor de la renta, qué dirían. Saben que no tengo hijos, y si piensan mal. Quizá podría hacerla pasar por mi sobrina. ¿Y si ella no se quiere ir conmigo? Habría que preguntarle. Quizá podría comprarle alguna ropa nueva con los ahorros que tenía. Podría llevarla a comprarle un par de vestidos, uno amarillo le quedaría bien. Después podríamos buscarle alguna escuela cerca. Yo pasaría por ella en las tardes y haríamos su tarea aquí, en el metro. Ella haría su tarea mientras yo tocaba, y entre cada canción me acercaría a preguntarle si tiene dudas. Me vendrían bien unas clases porque ando un poco oxidado con eso, qué tal si tenía dudas cuando llegara a ver fracciones o figuras geométricas. Los primeros meses le prestaría mi cama, yo dormiría en el suelo. Ya cuando hubiera confianza dormiría con ella, pero sólo unos años, hasta que fuera adolecente, después necesitaría su espacio, se pondría rebelde y habría que rentar un lugar más grande, mínimo con dos habitaciones. Sólo era pensamientos, quizá si no pensáramos tanto las decisiones serían más fáciles. Faltaban dos estaciones para que yo bajara, y aún no sabía qué hacer, el tiempo era mi enemigo en esos momentos. Necesitaba pensar más. Qué pasaría cuando le bajara por primera vez. No sé nada de toallas o tampones. ¿Y su primer novio? ¿Qué va a pasar cuando me cuente de su primera relación sexual? ¿Cómo debería de reaccionar? No sabía si tenía nombre, o si estaba registrada. Yo le pondría Michelle. Me gustaba ese nombre. Espero que a ella también le guste. Pensaba que querría cenar algo después, el pan no era suficiente. Con lo que había ganado bien podía arreglármelas para que ambos cenáramos algo. Llegamos a “Plaza Aragón”. Ella me miraba. Qué debía hacer. Nos miramos. Llegó el sonido que anuncia que las puertas están a punto de cerrarse. Todavía alcanzo a bajar. Todavía. Me miraba. Qué voy a hacer con una niña. Las puertas se cerraron. El metro volvió a avanzar. 15


Bueno, había tomado mi decisión, estaba nervioso, estaba emocionado. Cómo podía estar pasando eso. Aún podría bajarme en la siguiente estación y tomar el que viene en dirección contraria. Pero no, ya estaba ahí, no podía decepcionarla. Llegamos a la última estación. Suspiré largamente. ¿Vienes conmigo? No dijo nada, sólo me miró. Le extendí la mano y después de unos segundos la tomó. Algo dentro de mí sonreía. Le apreté fuerte la mano, con la otra tomé la guitarra y el amplificador. Bajamos del vagón. Debería decirle que me espera afuera cuando llegáramos al cuarto, había mucho que limpiar, había que recoger envases, basura, comida echada a perder. Saldría cada cinco minutos a observar que no se hubiera ido. Después iríamos a cenar. Una señora con un rebozo de donde se escapaban un par de pequeños pies nos interceptó antes de salir. No me dijo nada, sólo me arrebató a la niña de un solo golpe, no tuve tiempo de reaccionar. Le dio un jalón en la oreja, le quitó la mitad del pan que aún llevaba en la mano y comenzó a comérselo mientras se alejaban. No volví a tocar en esa estación.

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Mi nombre es Carlos Medina y soy originario de la Ciudad de México. Estudié la licenciatura en Estudios Literarios con línea terminal en Escritura Creativa por parte de la Universidad Autónoma de Querétaro. He ganado un premio en poesía a nivel universitario y otro más a nivel nacional (Somos Universitarios). Actualmente laboro como docente de preparatoria en el área de literatura. Contacto: https://instagram.com/alemonterocabrera alemonterocabrera@gmail.com

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Hoy Chaplin, mañana no Salvador Flores

Estábamos hablando del autor más importante del naciente siglo XX, aunque, en ese momento, nadie lo sabía, ni siquiera él. Seguramente era un genio excéntrico, exquisito, especuló Huguito, y especular era lo único que podía, puesto que no conocía su obra, y nadie sabía dar razón bien a bien de su escritura; ¡incluso pasados cien años! Pero ¿cómo sería este tal Kafka?, con cuya presencia, juraba Tristancillo, recuperarían a los dadas que juraron no volver al Voltaire[i] después del escándalo de la semana pasada. Y ¿Cuánto habría que cobrar por su estancia? ¡100 francos el minuto, 10 céntimos por palabra dicha o escrita! Un costo tan alto, o incluso superior al arancel de la cortesana mejor pagada de Zúrich. Una locura. ¿Locura? Locura fue como terminó el espectáculo de la semana pasada, pensó Huguito al recordar aquella tarde noche cuando, ante la espera de Chaplin y en un lleno total, Tristancillo anunció: Disculpen las molestias, pero hoy no se presentará Chaplin sino un imitador, que es y no es un imitador de Chaplin, ya que no siempre es imitador de Chaplin y no solo es imitador de Chaplin. La audiencia no soportó la burla. Al preguntar al MP18 quién la había detonado, el arma se limitó a contestar que únicamente recordaba, debido a su estado de ebriedad, estar escupiendo balas sobre el techo sin percatarse quién le apretaba el gatillo. ¡Qué escándalo! Escándalo de saldo rosado, pues no había sido ni rojo ni blanco: Dos hombres ligeramente apuñalados, 25 botellas rotas, cuyas fracturas fueron irreparables, 4 bragas rasgadas, que se presumía ya se conocían, un par de mancuernillas perdidas en otras muñecas y montones de perlas regadas en el piso; ningún collar completo. 18


“Pero eso no pasaría con Kafka, era un mito caminante ese hombre”, se repetía para sí Huguito ayudado por la voz de Tristancillo, quién intentaba convencer, y convencerse, del éxito que venía. Incitando a imaginar cómo Kafka en los treintas sería alabado en Alemania por Bretch, en los setentas elogiado en París por Deleuze, asegurando que sus obras serían filmadas por Orson Welles a principios de los estrepitosos sesentas y por Haneke a finales del siglo. Mas a Huguito le preocupaba el rumor de la inestabilidad emocional del genio, que podría detonar con cualquier falta de respeto. Tristancillo replicó: ¿Una falta de respeto? En este cuento no debes preocuparte del respeto porque no respeta. No respeta idiomas, tiempos, fronteras, contextos o nacionalidades. ¡Está escrito en español y habla de dadaístas suizos! Huguito se tranquilizó, aunque si alguien en la audiencia tocaba algún tema sensible como la paternidad, el amor, la alienación o predecía el trastorno esquizoide de la personalidad, esto podría terminar en tragedia. Tenía que correrse el riesgo. Llegó el día de la presentación, Huguito preparó todo, acomodó las butacas, ayudó a elaborar los bocadillos y algunas bebidas. Sin embargo, cercana la hora del comienzo sintió un escalofrío, al ver a su amigo Tristancillo correr hacia la entrada lo más rápido posible para mostrarle la fecha del diario: ¡3 de junio de 1924! Con tristeza en la voz dijo: ¿Cómo pudimos ser tan ciegos? ¿Quién igual de grande para remplazarlo, si hoy se encuentra en su sepelio? Se tuvo que postergar el evento y agregar entonces, con gran pesar y jubilo, una palabra a la marquesina: Mañana, el cadáver de Kafka.

[i] Cabaret que cedió su nombre a un francés revoltoso unos doscientos años antes de su apertura.

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Salvador Flores (Schava) egresado de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la carrera de Filosofía. Colaborador constante en la editorial La Sombra de Prometeo, ha publicado en algunas revistas electrónicas como Los de abajo y Marabunta. Actualmente, junto a Eduardo Ruiz, lleva a cabo un proyecto de experimentos de creación literaria bajo el nombre Carne de Hiena.

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La intrusa (El libro secreto) José Luis Machado

La intrusa se quedó escondida en un baño del fondo, hasta que cesaron todos los ruidos del lugar. Buscó entonces la tarjeta, y abrió la puerta de la vitrina de las primeras ediciones. Encendió una linterna y se paró frente al gran libro que guardaba el secreto de los fundadores, y que tenía los nombres de todos los personajes que participaban en los ritos orgiásticos de fines del siglo XIX. La intrusa extendió las manos y acarició las letras de los nombres que sobresalían del papel. Cada nombre que tocaba emitía un murmullo, un llamado primitivo y sexual, hasta que de pronto una voz clara dijo: -¡Atrévete! ¡Escribe tu nombre! Así lo hizo y las letras comenzaron a convertirse en las personas que sus dedos tocaban y cobraron movimiento y fueron apareciendo en la sala. Comenzó la orgía, y los libros en los vértices de los estantes se encendían como pequeños fanales. Ante la intrusa, los personajes del libro iban postrándose en agradecimiento. Así la amaron y la gozaron uno a uno, las mujeres y los hombres.

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Antes del amanecer, como era costumbre, tacharon el nombre del más viejo de todos, para que la intrusa pudiera ocupar su lugar. Y así se hizo. Doña Teresa Saavedra de Moncada, sería esta vez la encargada de volver a cerrar el libro para vivir sus últimos años en el Montevideo del siglo XXI.

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José Luis Machado (1974) -Santa Catalina-Montevideo, Uruguay. Es docente y escritor. En 2015 publica sus primeros libros. Ha obtenido varios premios y menciones, Sus poemas, artículos y microcuentos han sido publicados en blogs, revistas y libros en más de una docena de países. Micrositio http://abrelabios.com/general/indexjose.html Santa CatalinaMontevideo-Uruguay Contacto: eljolu@gmail.com 23


La espera en el café Ezequiel Olasagasti

Mi sueño de la niñez era tener un bar de cabecera. Esos a los que vas todo el tiempo, tal vez a la misma hora, donde los mozos te conocen de nombre y no te tratan de usted. Pasa que fui un nene criado a pura televisión. Me la pasaba viendo historias que se desarrollaban en bares y cafeterías. Me maravilló la idea de vivir algo parecido de grande. Llegar al bar cuando el sol ya se esconde tras los edificios de la ciudad. Entrar con mi saco negro, camisa blanca y tal vez una boina. Siempre me pareció un detalle sofisticado. Apoyarme en la barra y decirle al que atiende - ¿Qué hacés, Tito? Tito o Cacho o Pepe u Osvaldo. No sé, siempre suelen tener esos nombres los camareros. Pero lo más importante es que anhelaba la frase soñada, quería que preguntaran: - ¿Lo de siempre? Entonces yo le haría una seña con la cabeza y a los pocos minutos me traerían un cortado con dos medialunas de manteca. Me gustan las de grasa también pero en esa época de infante, cuando soñé todo esto, las medialunas eran de manteca o nada. Un día dejé de ser un nene. Mi vieja me dejó salir solo, después empecé a recorrer La capital y una mañana sacaba del cajero el primer sueldo de mi trabajo. Ahora soy un adulto que para a tomar un café cada vez que puede y hasta deja más del veinte de propina.

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Hay un bar en Almagro donde paro seguido desde hace cinco meses. Casi siempre a la misma hora, poco después de las seis y media de la tarde. Se llama “La orquídea” y queda cerca de Corrientes y Medrano. Ahora sé que no necesita mi presentación porque es lo que se llamaría, un lugar clásico de la ciudad de Buenos Aires. Yo no conocía su existencia. La primera vez que arreglamos para vernos me dijo que la espere ahí hasta que salga de la facultad. El subte B me dejó en la estación mucho antes de la hora convenida así que terminé pidiéndome algo antes que llegara. Como siempre, un cortado y dos medialunas. Como era la primera vez fui a lo seguro y pedí de manteca. El lugar no difería mucho de cualquier otro café que haya visitado. Aunque se sentía, entre el aroma del torrado en la máquina y el olor a cigarro del señor que se sentaba atrás mío una familiaridad cómoda. El detalle del nombre del café en la taza y las servilletas me sacó una sonrisa. Se terminó convirtiendo en nuestra rutina. Cada vez que ella llega ya tengo mi merienda por la mitad. A veces me encuentra leyendo un libro, otras mirando redes sociales en el celular o dando vueltas las páginas del segmento deportivo del diario. Cuando, de milagro, no lo está leyendo algún tachero. Ella también pide siempre lo mismo, un chop de cerveza y un tostado. Las horas de clase no le dan tiempo de almorzar. El mozo que nos atiende es siempre el mismo, muy prolijo. Creo que tiene una camisa para cada día de la semana ya que parece nueva cada vez que la veo. “La orquídea” es una dimensión paralela donde me siento Bill Murray en “El día de la marmota”. Nunca supe el nombre del mozo, quiero pensar que es Tito, Pepe, Osvaldo o alguno de esos que creía de pibe. Al principio era muy respetuoso y servicial. Pasaba el trapo húmedo sobre la mesa apenas me sentaba quitando cualquier posibilidad de adivinar que había consumido mi predecesor. Los círculos pegajosos que dejaban las tazas se resistían un poco, pero él no dejaba de pasar el trapo hasta que desaparecían mientras ya me iba preguntando qué iba a servirme. Recuerdo que un día había cuatro círculos unidos que parecían formar el logo de las olimpiadas pero el mozo lo borró sin compasión. Me hubiera gustado terminar de formarlo con la marca de mi taza. La cantidad de veces que nos atendió lo fue animando a soltar algún comentario simpático. Estas últimas semanas directamente me preguntaba -¿Viene su novia hoy? Yo le contestaba con una sonrisa: –Eso espero.

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La sonrisa se me dibuja apenas cruzo la puerta, porque sé que ese día ella se va a sentar frente a mí. Vamos a chocar las piernas entre el pequeño espacio que nos brinda la mesa de madera hasta que nos acomodemos bien para tomarnos las manos. A veces le suena el celular. Me dice: –Perdón, pero tengo que atender- y sale. Aprovecho el momento para sacarle un pedacito de su tostado. No por hambre, sino porque me los hizo probar la primera vez que vine y caí flechado ante su crocancia y sabor. Más aún cuando le ponen tomate fresco. Mientras tanto ella camina. Va y viene por la vereda con el teléfono en la oreja, fumando y con el ceño fruncido. Hay veces que se nota que habla a los gritos. Entra con los ojos llenos de lágrimas, se le intensifica ese celeste eterno que tiene en el iris. Agita sus manos frente la cara para que se le sequen antes de que se le corra el rímel. Esos días me quedo consolándola. Pido una cerveza y no nos vamos a ningún otro lado. Hay días que al entrar me da un beso y me pide perdón por no poder quedarse. Me da beso tras beso mientras me explica su situación y vuelve a pedirme disculpas. Yo pongo mi mejor sonrisa y le digo que la entiendo. Me aseguro que se vaya sin remordimientos. Esos días nuestro amigo el mozo (Pepe, Tito, Osvaldo), me pregunta si pasó algo y le respondo que ella tuvo que irse por un trámite. Hay otros que al verla entrar ya sé cómo va a seguir todo. Me manda un mensaje claro cuando su mirada me esquiva. Es tan contraria a la actitud de “merendamos y nos vamos a pasar toda la noche juntos”, pero a veces se lee en su cara que debo acompañarla a casa temprano. Estos últimos días, son muchas las veces que solo veo escrito en su cara “está todo mal” o “tengo que irme ya”. Se le nota, es un cartel gigante escrito con letras tan negras como su rímel corrido. Esas veces me quedo un rato más en Almagro, en el café. Pido un fernet y me pierdo en la gente que parece nunca irse. Miro que comen, que leen, que escriben. El vacío se va poblando con el murmullo de los que se preparan para cenar. El mozo me trae el trago y ya no pregunta nada. Creo que sabe leer lo que dice mi cara esos días como yo sé leer la de ella.

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Hoy no sé cómo será el día. Me senté en el lugar de siempre, junto a la ventana y con la tele de frente para chusmear el noticiero. Intento leer los sócalos porque las conversaciones sobre el doble cinco en la selección y el papel del estado en la economía de la mesa del al lado tapan el volumen de cualquier cosa. El mozo me habló desde la barra y pude leer en sus labios que la pregunta fue: - ¿Lo de siempre? Se me eriza cada pelito del brazo. El escalofrío es una ola que me baja del pecho y termina por romper en mis piernas. Me lo dijeron al fin. La frase que siempre quise oír. Este es mi bar. Este lugar es aquel sueño de chico por fin cumplido. Le hago un gesto afirmativo con la cabeza y me acomodo recto en mi silla como todo un señor a esperar mi cortado con medialunas. No tengo ningún traje y mucho menos una boina. Todo no se puede. Me llega un mensaje. Es de ella. - Voy a ir más tarde, tengo que arreglar una cosa. Mi vista deja de enfocar todo y bajo las pupilas a la altura de la mesa. Siento que se me traban. Abro la nariz y no puedo evitar escuchar mi propia exhalación. Me recupero en los arabescos de la espuma del cortado. Es de un tono apenas más oscuro que el color marfil de la taza. Me gusta cómo sostiene todo el contenido del sobrecito hasta que no puede más, afloja su resistencia y deja que el azúcar choque contra el fondo de la taza. Me encanta que queden un par de granos en la espuma que saboreo en el primer trago. El mozo llega y me pregunta: - ¿No viene la rubia hoy? Creo que mi cara de disfrute por la espuma azucarada le dio confianza para preguntarme. Levanto los hombros y las cejas sin articular palabra. Me deja un pequeño plato con un triangulito de tostado. Le clavo la mirada y me dice: - Yapa. Me llega un mensaje justo cuando muerdo el tostado. Me limpio las migas de la mano derecha en el pantalón y lo abro. Es de ella.

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- Ya se enteró de todo, no sé qué va a pasar. La verdad es que no quiero terminar mi matrimonio así. Sabés que te quiero, te quiero mucho, más de lo que pensás. Ahora necesito tiempo. Tengo que estar en casa. Perdón. Espero que no me odies. Salgo del mensaje, lo marco y borro la conversación. Doy otro mordisco al tostado pero sin ganas. Me termino el café de un sorbo sin disfrutar los granitos flotantes de azúcar. Choco los ojos con el hombre de la mesa del al lado que escribe en un cuaderno anillado pero baja la cabeza en el acto. Vuelvo a agarrar el celular, busco en los contactos su nombre y le escribo. - Está bien, no hay problema. Te entiendo. Escribo otra cosa pero me arrepiento y la borro. Espero que se envíe y vuelvo a borrar la conversación. Miro a Pepe, Tito, Osvaldo o como se llame el mozo. Le hago una seña como de empinar una botella. No fue lo más certero pero me salió de forma automática. Prendo de nuevo el celular y busco el número de mi novia. Antes de poner la primera letra me ponen el fernet en la mesa. Tapa el círculo pegajoso que dejó el cortado que me tomé. No levanto la cabeza. Soy malo para las despedidas y sé que esta es la última vez que lo voy a ver. Doy el primer trago, termino de escribir el mensaje que dice: - Mi amor, al final se canceló la reunión del laburo. Me tomo algo con los chicos y voy para tu casa si querés. Voy a extrañar Almagro. Voy a extrañar al mozo al que nunca le pregunté el nombre. Pero sobre todo voy a extrañar el café, mi café, donde, por un tiempo, se me cumplió un sueño.

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Ezequiel Olasagasti nació en 1989 en San Nicolás, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Es escritor y periodista. Tiene tres libros de cuentos publicados. Colaboró con cuentos para revistas literarias de Argentina, México y España. También colabora con el medio deportivo “Globalonet” haciendo columnas y cuentos deportivos. Correo electrónico: eze_pka@hotmail.com

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Los besos furtivos Martín Morales Garza / Nevekém Sousa

Un viernes de curiosidad del 2016 me condujo a crear una cuenta en Hornet, conocí a Adonaí Gallardo Manzanero, quien afirmaba en su perfil que buscaba un tercero para tener relaciones junto a Garniel Rinrán Ribalda, su esposo. Con el tiempo, esa primera intención de dejarlo en una relación bígama, derivó en una amistad cercana, en la que hubo salidas a comer y cariño por parte de Adonaí. Dos años después de ese primer mensaje en la aplicación, salimos los tres a merendar en una cafetería. La pareja de mi amigo me hizo ver como un mal tercio de ese par atractivo, su carisma era latente y su sentido del humor trascendía nuestra mesa, pues algunos contenían la risa por sus chistes. De pronto, sentí que había más temas en común entre nosotros que con la persona que nos presentó. En el camino a la parada del camión, porque se ofrecieron a darme RIDE, la pareja Rinrán Gallardo confesó su agrado en todos los sentidos y propusieron que nos conociéramos bajo el contexto sexual, lucían nerviosos y temerosos de una negativa, pero esa respuesta hipotética estaba lejos de la realidad. A Rinrán le temblaban las manos mientras buscaba un motel en su celular, Adonaí conducía hacia una farmacia, se bajaría a comprar preservativos, lubricante, enjuague bucal, cepillos de dientes, jabones neutros y los de nuestra preferencia. Ellos cubrieron todos los gastos. 30


— Por la cena, no se preocupe. Cuando salgamos, iremos a donde guste. En camino al lugar elegido, bromearon sobre la reacción del empleado que nos recibiría y Garniel afirmó que peores casos habrían atestiguado. En un alto, estaba la entrada al motel, ingresaron y un señor hizo la señal de la cochera libre; tras un vistazo rápido, dijo la cifra y mi amigo sacó la cartera para pagar. En el cuarto, nos quitamos los zapatos, propusieron que entrara primero a ducharme mientras ellos fumaban en la cochera, tomé el jabón neutro, el de crema y me tomé el tiempo bajo el agua caliente. Al salir, ellos se encontraban en toalla, dijeron que se bañarían juntos y yo aguardé en la cama, pensé en la leyenda urbana de que había cámaras en los moteles, traté de olvidarme de ese temor y encendí la televisión. Cuando salieron, vistieron suspensorios blancos, se recostaron a mis costados, luego Adonaí tomó la iniciativa de besarme los labios, Garniel tomó mi mentón y sus besos fueron más suaves, más delicados e identifiqué una diferencia entre sus besos: deseo en Gallardo; en Ribalda, timidez y curiosidad. Adonaí acarició mi abdomen, descendió hacia el elástico de la ropa interior y me despejó del bóxer, jugueteó con mi entrepierna mientras Garniel besaba mi oreja izquierda, luego hubo oral. Por un momento, temí terminar pronto, pero volteé y fui besado hasta que, sin preverlo, tenía los glúteos de Adonaí en mi cara, me recosté para estimularlo, lamerlo y pedirle que se sentara mientras ellos se besaban con mi miembro en medio. Para distraerme de la excitación, pedí que nos incorporáramos, el esposo de mi amigo me abrazó por la espalda, su esposo me besó de frente, lamió el cuello mientras descendía para enfocarse en los genitales y Rinrán llevó a cabo el RIMMING. Cuando mi amigo saboreó el líquido pre-seminal, se posicionó en cuatro al filo de la cama, Garniel besó un glúteo, luego tomó un preservativo, lo abrió con los dientes y lo introdujo en su boca para acomodármelo, untó lubricante y estimuló a su esposo mientras me masturbaba viéndolos. — Te van a gustar. Sus nalgas están muy suaves.

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Su esposo no mentía en cuanto a la tersidad de los glúteos mayores de mi amigo. Las embestidas por completo, como el golpeteo constante de sus glúteos con la parte baja del abdomen, entre los sartorios y los piramidales, nos excitaron. Como una pausa, me dirigí al lavabo después de quitarme el condón, lavé el pene con jabón neutro hasta que hizo espuma, sequé y Rinrán pidió que me acostara para proseguir con el RIMMING, Adonaí y yo hicimos la posición sesentainueve mientras tanto. — Garniel quiere que usted lo penetre. Con lentitud, fue asimilándome, su esposo lo excitó con oral y luego de unos minutos, los tres retomamos el ritmo y mientras las embestidas proseguían, Gallardo volvió a sentarse sobre mi cara y practicaba mamadas a su esposo. El gemido y la manera abrupta de detenerse señalaron que había terminado, se besaron y averiguó si quería probar el sabor, pero la duda de unos cuantos segundos provocó una degustación mustia de labios. En la ducha, enjabonamos a mi amigo hasta que consideramos que no habría ningún olor desagradable, practiqué oral mientras Garniel lo abrazaba y lo besaba, estimuló sus pezones hasta que identifiqué el líquido pre-seminal, me detuve y lo masturbé hasta que eyaculó. Los tres nos besamos al mismo tiempo, luego nos enjabonamos. Al término de la ducha, me secaron el cuerpo y nos recostamos. Mi amigo terminó con el silencio: — Falta usted, ¿verdad, amor? A mis costados, se situaron y se besaron con el miembro en medio de ellos, juguetearon hasta que eyaculé, lamieron el glande y saborearon. — Esto me recordó a la orgía sangrienta de Lady Gaga en American Horror Story –comparó Garniel. A las tres horas de haber ingresado al cuarto de motel, acordamos que era mejor retirarnos para alcanzar un restaurante abierto y cenar.

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En el camino, afirmaron que había sido su segundo trío como matrimonio, el primero no había sido memorable, porque el tercero fue un CRUSH de Rinrán, sintieron que no estaba cómodo a la hora de besar y sólo quiso penetrar a Adonaí. La amistad con ese matrimonio perduró, hubo dos ocasiones posteriores a esa primera vez en el motel, pero acontecieron en su hogar. Como en todos los aspectos posibles, la pandemia por coronavirus impidió la posibilidad de volvernos a ver.

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Martín Morales / Nevekém Sousa: La dama de los perdidos, (CJL-UANL tercer lugar cuento infantil ilustrado, 2017). La búsqueda, “Microtopias” (Dispensario Servicios Editoriales, 2020). La casa de la tía Rebeca y Añoranza navideña setentera, Revista COMA N° 15 (2020). El lado cósmico, “Fin del Mundo” (Teresa Magazine, 2021). A la espera de nuestra suerte. Revista Soles N° 2 (2021). ¿Adónde fue la viuda? Revista Espejo Humeante FANZINE 8.5 (2021) Contacto: martin.moralesgarza991@outlook.com

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Epístola del solitario Rolando Reyes López

Mientras los poetas dialogan sobre la efectividad del tiempo, yo, figura virtual en la imaginación de algunos corro a esconderme en las inmediaciones de un espacio que ya no existe a simple vista.

La ciudad es solo un punto en la memoria de los hombres, la poesía es también otro punto (no de puntuación): los poetas saben de qué hablo. La ciudad me exige estar aquí, los hombres me exigen estar aquí, 35


a las mujeres les da lo mismo.

He visto a los árboles hermosos deshacerse de sus hojas antes del otoño; contemplé desde las graderías el triunfo de los poetas y la amargura de los otros; hice pausa en mi viaje a través de las arenas y el agua que alguien bebió con entereza; en vano abrí las puertas de mi casa y de mi espíritu; pude ayudar al necesitado de pasos cortos y al niño que apenas sabía caminar; leí hasta la fatiga los mandamientos de Dios y los libros del poeta.

Melani y los niños no preguntarán cómo se llamaba el vate que un día escribió sobre la paz y los disturbios. Los tendidos en el asfalto vociferan versos que apenas logro descifrar, yo había abandonado el Coliseo y las mazmorras, me establecí lejos de la tribu y las bestias, asumí que con esa actitud recuperaría la esperanza

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y el sosiego. Aquí todo es silencio, silencio… silencio.

Un hombre llegado de otras latitudes habla de la desesperanza, de los niños asesinados en las escuelas, maldice la hora en que llegó a este mundo y maldice la hora en que tenga que irse, seguramente a otro mundo peor.

Lo miro como se mira al horizonte, distante siempre, lejos, equidistante; no le hablaré de los huesos que reposan bajo los míos, tampoco diré nada sobre las heridas que conservo envueltas en los pañales de la hija que algún arma separó de mis brazos; le voy a ocultar los secretos que domino; haré de sordo y enterraré la cabeza en el polvo, nuevamente.

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Soy uno de esos toros azules que alguna vez vino de las barandas de los puentes, los otros disfrutan de las cervezas y de las señoras de vestidos verdes, disfrutan el pedazo que alguien dispuso para los perdedores, no intentaré comprender el fracaso ni el por qué del mar frente a la ventana, no revisaré más en sus plegarias, Dios ha perdido la capacidad de complacer a los humanos.

Dios se revela hoy como un gran ganador, los niños fallecen en las alambradas, sus restos fueron a parar a un sitio que se le escapó a la palabras EXISTENCIA.

El verso que ahora juega entre mis manos una vez retozó en otras manos y así hasta el fin de todo cuanto repta y camina.

Desde los malecones del tiempo observan los desamparados

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con nuevas máscaras para sus rostros fáciles y tontos, regresando al páramo de los silencios y las quietudes, Talet aguarda junto al auto de Pessoa, Pessoa fue un momento al paraíso a recoger un par de vírgenes traviesas y a las chicas X de un poeta que no soy yo; el que ahora escribe estas líneas intrascendentes fue visto por última vez cerca de los ríos, arrojando un trozo de madera rumbo al Sur, dicen quienes lo vieron irse que deseaba ir a ese horizonte de nubes imperecederas.

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Rolando Reyes López. (Pedro Betancourt. Matanzas. 1969). Miembro del Taller Literario “Placido Valdez desde 1995.Resido desde el año 1971 en el Municipio de Jovellanos. Matanzas. Cuba Graduado de Bachiller. Actualmente es jubilado por Baja Visión. Correo electrónico: rolando6908@nauta.cu

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No te marches sin decir adiós Helly Raven

Ana destroza todo a su paso. Se encierra en el baño, sola, sintiéndose más miserable que nunca. Prisionera de las palabras que no puede decir y de las que sí puede escuchar. En un hogar que no es el suyo y donde su opinión vale menos que la del perro. Se acerca al espejo, se frota molesta los ojos para impedir que broten las lágrimas, la impotencia es el peor de los castigos. Piensa en su casa, en sus padres y en la ironía de haberse marchado para ser libre... ¿allí? Echa al suelo los frascos sobre la repisa, arranca las toallas de su soporte, desprende parte de la cortina, y, aunque sabe que no es más que una rabieta tonta, que tendrá que recoger todo luego, no puede evitar la satisfacción de haber destruido el orden imperante. Se sienta, la espalda apoyada en la pared fría. Comienza a despojarse de los anillos, se arranca las pulseras. Hasta que sus manos tocan el collar con su dije en forma de guitarra eléctrica, por unos segundos no sabe qué hacer, pero finalmente, también lo tira con furia al suelo, junto al revoltijo que ya ha hecho. —Estúpida, tonta, idiota... —se insulta en murmullos. Deseando tener cerca una cuchilla, un vidrio roto, algo que la ayude a hacerse todo el daño que querría hacerle a los demás. Fija la vista en la superficie de azulejos. En las toallas... ¡Qué fácil sería! Se pone en pie, toma una, la ata a la llave de la ducha. Sabe que no se necesita más que un pequeño espacio entre sus nalgas y el suelo para que la presión de la tela sobre su

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cuello la sofoque hasta que todo termine. Se decide con un encogimiento de hombros. ¿Quién va a extrañarla? Un nudo fuerte y se deja caer lentamente. —¿Te marchas así, princesa? —la voz viene de su mente que comienza a obnubilarse con la falta de aire, pero es su voz. La mirada corre sola hacia la pequeña guitarra abandonada. Una réplica casi perfecta de la que él siempre lleva, de su favorita. Esa con la que hace maravillas, con la que la ayuda a soñar. —¿Te vas sin despedirte? ¿Sin conocerme siquiera? ¿Sin decirme lo que piensas? —es ridículo escuchar a alguien de ese modo, como a un fantasma. Alguien que aún no ha muerto. Quiere reírse de su propia locura, pero la tela le corta cada vez más la respiración. Puede que alucine, pero lo siente ahí, junto a ella, sujetándole el cuerpo para evitar que caiga y termine ahorcada en serio. —De pie, Ana... ¡¡¡ahora!!! —y ella obedece. Sin fuerza apenas, pero consiente de que sus órdenes no son replicables. Con mucho esfuerzo se levanta, desata el nudo que le oprime la garganta y comienza a toser, sujetándose del lavamanos. Cuando intenta rescatar el collar el mareo la vence y acaba de rodillas, abrazada a su talismán, llorando las lágrimas que le quemaban el pecho. Las que no había dejado escapar en días. Las que se llevan el recuerdo de su alocado intento de dejar de existir. —No me voy a ir. No sin agradecerte... No lo haré... Lo prometo —murmura entre sollozos, sonriente.

En algún lugar de la diáspora, él toma su guitarra y sale al escenario. Con un torbellino de luces y sombras en la mente. Con la certeza de que alguien, allá afuera, vive por su causa.

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Mi nombre es Helly, tengo 27 años, soy cubana y escritora autodidacta. Graduada de Veterinaria. He participado en varios concursos literarios a nivel nacional, sin recibir galardón en ninguno, por desgracia. Hasta el momento mis historias solo están publicadas en Wattpad, un relato corto en el blog de Míster Floser y una colaboración con el podcast La Casa Embrujada de Twitter. Además, colaboro también con unarevista online de rock, de nombre Opia Magazine. Correo electrónico: gunneraven@gmail.com

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Plumas negras y amarillas Juan Adán Morales Cortés

Había finalizado una tormenta en día de invierno. Y las pocas aves que se hallaban cercas a un pueblito rural, empezaban a salir de sus nidos con silbidos y vuelos que, era como si ellas hablarán unas con otras y entre ellas mismas de lo maravilloso y hermoso que eran las gotas de lluvia caer por todos lados. Dejando un color vivo sobre las hojas de las plantas y en las múltiples flores de colores. Soltando aromas sin igual, impregnándose tan fácil cómo un valioso recuerdo. Volaban por doquiera, tapizando como pelotas sin rumbo en el cielo albino lleno de esponjosas nubes con destellos rojizos de un sol a pleno salir. Hasta que después, transcurrido minutos de vuelos sin parar, una de las aves bajó con plena decisión a una rama de un nogal de una casa de adobe. Extendiendo sus alas hacía el aura fresca que llegó postrándose como un elegante para ver a una niña; que jugaba plácidamente en un charco de lodo con una botella en la mano, fingiendo ser aquel frasco, una linda y hermosa muñeca. –¡Buenos días, querida amiga!, ¿cómo se encuentra hoy en un día hermoso y tan agradable? – saludó el pájaro con tono alegre, desde la rama. Pero la niña no respondió. Ella solamente escuchaba el silbido de un pájaro que era normal para ella. O tal vez no daba cierta importancia porque oía aquellos cánticos de las aves todos los días a todas horas. Que siguió jugando con detenimiento con aquella botella. Mientras tanto, aquella ave, con mirada enternecida, pensó que no había recitado fuerte y

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claro al momento de preguntar, así que decidió saludar de nueva vez con mucha más fuerza abriendo su pico. Pareciendo bostezar: – ¡Buenos días, querida amiga!, ¿cómo se encuentra el día de hoy? – dijo. Y la niña dejo la botella. Enseguida miró hacía una lado y luego sé giró hacía el otro en busca de la persona que le había hablado, pero no sé encontraba nadie cercano a ella. El patio de la casa parecía abandonado. La chiquilla se había quedado de tal modo quieta con mirada sorpresiva, viendo de pronto a la puerta más cercana de una recamara qué, parecía por anunciar algo: – ¡Hola! – dijo –. ¡Hola!, ¿mamá, eres tú?... ¡papá!. Y el ave, que parecían también agarrar una mirada de sorpresa, inclinó su cabeza para ver si la pequeña le había respondido a su cumplido, o más bien, si había entendido lo que con su cántico había anunciado. Esperando respuesta de los padres de la niña si ellos también le habían hablado al mismo tiempo, pero nadie respondía, ni siquiera sus hermanos mayores que estaban en otras habitaciones. El ave dijo por fin: – ¡Oh, no, no, no!, fui yo pequeña, yo, acá arriba en el árbol – expresó, fascinado aún con la cabeza en lo bajo. La mirada de la niña subió de instancia a la copa del nogal en busca del ave entre las ramas, o eso era lo que buscaba. De hecho, era el árbol más grande y hermoso de todo el pueblo, y un ave, era lo más probable de encontrar. Después de estar viendo manchas de tonalidades verdes y conjuntos de hojas moviéndose de un lado a otro, apareció de pronto una bola esponjosa de plumas amarillas con plumas negras en los costados, con ojos diminutos como si fuesen semillas de limón, y un pico gris. Y ambos personajes tuvieron un choque de miradas sin igual; sonrisas de oreja a oreja. – ¿Tú me hablaste? – preguntó de pronto la niña, curiosa al observar el ave. – Eh, bueno, ¡sí, claro!, fui yo quién te dio los buenos días pequeña – contestó el pájaro, 45


tomando su pose de elegante –. Y todavía no has respondido a mi saludo querida, pero descuida, dada la situación es normal que no lo hayas hecho, no hay porque preocuparse. – ¡Oh!, lo siento señor pájaro, no fue mi intención no hacerlo – dijo, con ligero sentimiento en sus palabras –. Es que, estaba jugando con mí muñeca; iba a salir de fiesta con sus amigas y se estaba poniendo un vestido que… – y de repente, como si hubieran dicho una mala palabra; se tapó la boca con ambas manos y puso sus ojos como platos, pues empezó a reírse tímidamente concluyendo la oración en voz baja –. Lo que pasa es que, el vestido le queda chico y se le ve toda la pierna, y sus, ya sabes. Pero una risa interrumpió. El ave reía a sonora carcajada que también le hizo segunda la pequeña. Pues le hizo mucha gracia como interpretó la niña aquella situación con la inocencia y gracia en su palabras. Que duró un buen rato con aquel jolgorio. – ¡Vaya, como me eh reído hoy! – expresó el ave, con regocijo –. Ya tenía demasiado tiempo que no reía así, ni siquiera con las palomas que suelo burlarme de su «brr, brr», y su cabeza, que forma tan rara de caminar, ¿no?. Y así como cambian de prisa los segundos de un reloj, la niña cambió de mirada. Había tomado un aspecto de enojo y había cruzado sus manos por detrás, tal vez por disgusto o por cuestionar algo: – ¿Por qué te burlas de ellas? – preguntó –. Creo que son muy lindas, además, son las únicas que convienen con nosotros. No veo porque la burla señor pájaro. Las alas del ave se extendieron a lo máximo dejando su esplendor de color negro sobre todo lo demás. Se veía hermoso aquél, más con el follaje de las hojas y el movimiento adecuado en la rama. Emprendiendo su vuelo hacia los aires. Verlo volar era; como ver copos de nieve caer sobre jardines llenos de rosales blancos en plena primavera. Y así, surcando libremente en el aire, llegó hasta el charco de lodo junto a la botella que estaba impregnada de pequeñas piedras en su interior, portando un vestido echo de barro. – ¡Oh pequeña!, no me lo tomes a mal, no – reveló el pájaro, intentando ver a la niña –. Yo solo quería ser amable, gracioso.

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– Pues esa no es la forma de ser gracioso, ni amable – dijo la pequeña, con cierta molestia – . Si lo quieres ser, no hace falta burlarte de los demás, incluso si es para quedar bien con alguien o en tu manada, en tú manada de aves. – ¿Enserio?, ¿entonces cómo es ser gracioso?, digo porque, no sabría cuál sea la forma correcta de serlo, y si lo que hice estuvo mal, le ofrezco disculpas, ¡ah!, y no es manada, es parvada. Y la niña le sonrió. A continuación, pensó en ponerse de rodillas para ver de cercas al ave y verlo como un amigo más, así que sin ningún problema o contratiempo lo hizo. Ahora tenía una imagen mucho más extensa de un Calandria dorso amarillo ante sus ojos, y ella la miraba con cierto afecto. – Eres muy bonito – admiró ella, con caricia –. Y te lo digo en serio, nunca en mi vida había visto un ave como tú, eres muy lindo. – ¿Nunca?, ¡eh!, pues gracias pequeña, me halaga tus palabras – recitó el pájaro, un tanto enrojecido de su pico. Un rayo de sol apareció sin previo aviso que fingió ser un proyector alumbrando a la cabeza de la niña, enseñando una mata de pelo marrón y unos ojos grandes y redondos, llegando a tal punto que aquellos brillarán ante aquella luz. Algo parecido le ocurría al ave. – Se qué en el fondo eres bueno, tal vez aparentas ser otra persona por cuestión de como los demás quieres que seas, y ya has olvidado lo que está bien y lo que está mal, y todo eso no está bien – formuló de nuevo la pequeña, pacífica con mirada de alivio –. Y yo te puedo ayudar, solamente sí es que quieras. – ¿De verdad? – interrogó el alado, maravillado. – ¡Sí, claro!, pero con una condición, que te disculpes con las palomas. El ave acento con la cabeza y sonrió a la niña, dio media vuelta y de nueva vez extendió sus alas. – Me tengo que ir, pero antes solo quiero decirte que tienes un corazón muy noble pequeña, sigue con esa carisma y sencillez que tu apoyo lo pórtate por toda la vida. Pero también 47


quisiera saber tú nombre, ¡vaya que te recordaré como mí mejor amiga! – dijo aquél, con humildad –. Por eso es qué me escuchaste, porque escuchas a todos con tu nobleza y no por obligación, cuídate pequeña. – Y yo también te veré como mi amigo señor pájaro – respondió –. Y me llamó María, pero todos me dicen conchita. Y la niña vio, o eso quiso observar, que su amigo le guiñó un ojo tan rápido y se preparó para volar. Pero algo sucedió. Decenas de plumas negras y amarillas formaron la figura del ave y con la poca brisa que hacía, se las llevo como una nube en el atardecer; perdiéndose en las ramas del nogal cómo si fuera rastros de humo. Todo se volvió tranquilo y pacífico. – Adiós amigo mío, te veré muy pronto en donde quiera que estés, cuídate mucho – dijo por último la niña, con felicidad. Conchita volvió a pararse y siguió con la mirada hacia arriba. El cielo empezaba a limpiarse y el sol ya estaba en su esplendor. Y una pluma bicolor de los colores del ave caía al tiempo que la mamá de la pequeña salía del umbral, viendo la pluma caer ante sus ojos.

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Mi nombre es Juan Adán Morales Cortés, nací el 17 de agosto de 1998, en la ciudad de San Luis Potosí, México. Tengo 22 años. Terminé mis estudios hasta la preparatoria como técnico en alimentos y bebidas. En este tiempo eh querido salir adelante vendiendo postres casa por casa y hamburguesas en las noches. Y lo que sueño o me motiva es, tener un negocio propio y seguir escribiendo. Correo electrónico: Cortesadan988@gmail.com

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