Enrique Valdez Flóres - Universidad ESAN

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Enrique Valdez ... o la gente que hace falta | Entre Escila y Caribdis

viernes, 28 de septiembre de 2012

Enrique Valdez ... o la gente que hace falta

Hace ya varios años, cuando apenas empezaba mi vida laboral, presencié un curso de Administración dictado por Enrique Valdez. Quien quiera que estuviera en el mundo de la gran empresa lo conocía. Yo y los participantes del curso no teníamos ni idea. Lo conocí en su casa unos días antes del inicio del curso. Entonces me dijo “Es la primera vez en mi vida que preparo un currículum” “Nunca me ha faltado trabajo” “Jamás he tenido vacaciones”. Me entregó una hoja mecanografiada con algunos datos y la copia de un diploma de ESAN de los tiempos en que ésta no era universidad. Los estrictos requisitos gubernamentales lo obligaban a presentar C.V. y título para el curso que se aprestaba a dictar en INICTEL, así que lo hizo. El título universitario no era obstáculo, Enrique Valdez era de aquellos que no necesitan cartones. El día de inicio de clases estuve temprano, sentado en la parte trasera del aula. Yo era su coordinador. Entre el público menudeaban los gerentes, jefes, secretarias de jefes e ingenieros A1 del MTC. Algunos estuvieron puntuales, los más llegaron con un poco de tardanza. Don Enrique Valdez ingresó al aula a las 9 de la mañana en punto. Se quitó el saco quedando en chaleco al estilo Los Intocables y empezó su clase. En verdad, aquél señor un poco anciano parecía un cristiano entre los leones de la Roma imperial; se aprestaba a enfrentar a la plana mayor de los ministerios de la dictadura: una pandilla de envanecidos mandamases, expertos en hacer esperar en la antesala de sus despachos y negar todo lo que se les pidiera. Estaban allí para cumplir una orden ministerial, pero, ¿qué se les podía enseñar si lo sabían todo? Enrique Valdez empezó diciéndoles “Quiero confesarles lo que deseo: quiero hacer perro chino con ustedes”. Perro chino, pensé, ¿Qué es eso?, ¿Alusiones al régimen? Don Enrique empezó a pasear junto a la pizarra su mediana figura. ¿Cómo se hace perro chino?, dijo, y continuó, “Se toma un perro de cualquier raza, recién nacido; abres el hocico al animal, introduces una mano, la ingresas sin miedo en el interior del perro deslizándola hasta que tomas la punta de la cola, agarras fuerte, y le das un tirón sacando la cola por el hocico del animal completamente. Y ya está, ya tienes perro chino”. “Eso quiero hacer con ustedes”. Los funcionarios se miraron sorprendidos. El viejito era cosa seria: quería cambiar completamente la forma de pensar de esos presumidos servidores gubernamentales. Yo pensaba entonces, “Esto será una guerra y el Profe la lleva perdida”. Luego les dijo cómo eran: “Estoy seguro”, “Que cuando les han dicho que tienen que ir a capacitación, muchos de ustedes han pensado: “Sábado en la mañana, ya me fregaron”. Varios de los presentes sonrieron. Luego continuó diciendo, “Miren señores, los hombres se dividen en dos clases: los chupes y los gerentes” “El chupe viaja en el ómnibus prendido del pasamanos, roncando; el gerente puede viajar en ómnibus, pero viaja despierto, atento a todo, dispuesto a http://entreescilaycaribdis.blogspot.pe/2012/09/enrique-valdez-maestro-o-la-gente-que.html

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atrapar la oportunidad ¿Hay gerentes o chupes aquí? Silencio total, Enrique Valdez empezaba a sorprender a sus victimarios. Luego habló de la deformación profesional. Escribió un cálculo en la pizarra erróneamente y dijo “Si un ingeniero ve esto, inmediatamente me dirá “Profesor, allí hay un error”. “Pero no es un error”. Y empezó a explicar el porqué. En tanto pasaron los minutos y llegó un participante, tomó asiento, observó la pizarra y levantando la mano dijo “Profesor, el cálculo tiene un error”. Sin perder la calma Valdez le respondió “Usted es ingeniero, ¿verdad?”, “Sí señor” respondió con evidente orgullo el interpelado, mientras sus compañeros soltaban la risotada. Don Enrique Valdez enseñó mediante casos como administrar mejor las situaciones cotidianas. Uno de esos casos trató de cómo lograr que un mecánico entregue una llave que él había diseñado y la empresa necesitaba. Nada de “órdenes superiores”, ni gritos o amenazas. Nada de empresario Picapiedras, dijo. Alabar su ingenio, su habilidad, pedirle por favor que se hiciera una réplica, decirle “¿Nos ayuda, amigo?”. Como ese otros casos enseñaron a los participantes la ventaja de actuar no por impulsos sino por razones, meditando mucho los pasos y las palabras cuando se presentaran casos difíciles. Ese sábado y los siete siguientes, Enrique Valdez enseñó a pensar como administradores a su defectuoso auditorio; les quitó la arrogancia convirtiéndolos en gente sencilla y amable. Los despojó de títulos y privilegios y les cambió la vida convirtiéndolos en gente ávida de conocimientos. Nadie nunca más llegó tarde y la atmósfera de clases fue de compañerismo total entre esas personas ayer apenas cargadas de ego y distancias. El último sábado de clases al que asistí, Enrique Valdez había terminado de hacer “Perro Chino” con sus inicialmente renuentes pupilos. Su figura añosa de hombre “desactualizado” había demostrado que la sabiduría es años, que el sentido común y la sencillez enseñan más que la juventud y los diplomas. Los mismos que habían lamentado la mala suerte de asistir a clases en sábado por la mañana, solicitaron y lograron que el MTC comprara un segundo curso de Administración con Enrique Valdez. Entendieron que levantarse temprano en el día de descanso para aprender cosas nuevas, era una necesidad de sus espíritus. Ignoro a cuantos empresarios buenos hizo malos Enrique Valdez; cuantos, y si fueron más, los empresarios malos a los que Valdez hizo buenos. Ignoro si fueron muchos más los que llegaron en blanco y él convirtió en buenos empresarios, éticos, útiles, hábiles, ganadores. No lo conozco para afirmar esto o lo otro. Lo que si puedo afirmar es que don Enrique Valdez hizo de esos hombres y mujeres que conocí, personas asiduas del esfuerzo. Gente que entendió que podía dar más de lo se le pedía. Que cada uno traía un arsenal de recursos que usar si los descubrían. Que los detalles hacen lo extraordinario. Que nunca algo es mucho. Que el ego es mal consejero y que una sonrisa y un gesto amable conquistan personas y abren puertas y espíritus. Esos hombres y mujeres escaparon al hombre y mujer común que eran y al sino de arrogantes envanecidos que les estaba señalado, porque un maestro cruzó sus caminos para hacerlos mejores. Y en estos tiempos de verdad hacen falta maestros, gente comprometida con su misión. Gente que no quiera hacer hora, sino que desee hacer trascender a otros. http://entreescilaycaribdis.blogspot.pe/2012/09/enrique-valdez-maestro-o-la-gente-que.html

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San Isidro 27 de setiembre del 2012

Publicado por Jorge Ulloa en 0:14

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