Proyecto de Renovaci贸n Arquidiocesano - Etapa Previa Equipo de Liturgia
Arzobispado de Huancayo
Proyecto de Renovaci贸n Proyecto de Renovaci贸n Arquidiocesano - Etapa Previa Equipo de Liturgia
Arzobispado de Huancayo
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Presentación “La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19)”
Queridos hermanos y hermanas: El Papa Francisco, que desde el inicio de su pontificado, en “una nueva etapa evangelizadora”, invita a cada cristiano, “en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él” (La Alegría del Evangelio, N° 3). Precisamente, la Cuaresma de este año 2015, como nos pide el Papa en su mensaje anual, es el momento oportuno de poder intensificar en nuestra Iglesia Arquidiocesana de Huancayo el Proyecto de Renovación Pastoral basado en la “espiritualidad de comunión”, la globalización de la pastoral de conjunto en nuestras comunidades parroquiales a través de la participación activa de los fieles laicos en la labor evangelizadora de la Iglesia para la transmisión de la fe y también la impostergable renovación del creyente en su modo de pensar, sentir, actuar y ser. Este año 2015, como nos hemos propuesto en el Retiro anual del Clero, las reuniones del Consejo Arquidiocesano de Pastoral (CAP) y del Equipo Arquidiocesano de Animación Pastoral (EAAP), vamos a intensificar la Etapa Previa del Proyecto de Renovación Arquidiocesano (PRA), que desde hace tres años estamos viviendo en la Iglesia Particular de Huancayo. Es preciso, por tanto, comunicar a todos los bautizados y bautizadas, a los que participan más de cerca en las parroquias y a los que se han alejado por algún motivo o circunstancia, que ya estamos viviendo este tiempo oportuno de comunión con Dios y con el prójimo, especialmente con los pobres y excluidos de nuestra sociedad. Así mismo, les invito muy cordialmente como hermano y pastor, a involucrarse en el proceso de renovación de la Iglesia propuesto por el Papa Francisco a fin que “nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor”. Esta “Espiritualidad de Comunión” nos debe llevar precisamente a promover la “Nueva Imagen de la Arquidiócesis de Huancayo” que tiene que ser incontrastable en la fe, esperanza y caridad.
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La Misión del Proyecto de Renovación Arquidiocesano consiste en revisar las estructuras de nuestras parroquias, “comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando y centro de constante envío misionero”( La Alegría del Evangelio, N° 28). Debemos alentarnos mutuamente para promover en cada uno de los creyentes “una comunión dinámica, abierta y misionera” (La Alegría del Evangelio, N° 31) “como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad” (La Alegría del Evangelio, N° 46). Que la Iglesia sea capaz de acoger y de salir al encuentro de todos, siendo corresponsables de esta nueva etapa de evangelización para la transmisión eficaz de la fe en Jesús. Que este “tiempo de gracia”, que es la Cuaresma, sea el momento oportuno de poder fortalecer nuestra esperanza en Jesucristo vivo para que nuestra vida de creyentes no parezca ser la de una Cuaresma sin Pascua (La Alegría del Evangelio, N° 6). La visión del Proyecto de Renovación Arquidiocesano es ser una Iglesia en salida “de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (La Alegría del Evangelio, N° 20). Por este motivo he pedido al Equipo de Liturgia del Proyecto de Renovación Arquidiocesano de Huancayo elaborar, con motivo de la Cuaresma, un subsidio litúrgico-pastoral que llegue a sus hogares, especialmente de los más alejados que por algún motivo o circunstancia no pueden participar en sus respectivas parroquias o no llegue la presencia de un Sacerdote. Deseo que ninguno quede excluido de la alegría de celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Deseo, también, expresarles este tiempo de Cuaresma mis palabras de aliento para caminar juntos como Iglesia estos cuarenta días, previos a la celebración del Misterio Pascual, porque: “¡Caminando juntos, somos Iglesia!”. Pidamos a nuestra Madre María que nos enseñe a caminar con Jesús y a vivir con alegría nuestra pertenencia a la Iglesia para participar en los sacramentos de la Reconciliación (Confesión) y de la Eucaristía (Misa) “fuente y culmen de la vida cristiana”. Con un cordial saludo, su hermano y pastor.
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Mons. Pedro Ricardo Barreto Jimeno s.j. Arzobispo Metropolitano de Huancayo
CUARESMA “El Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado por el diablo, y después de estar sin comer cuarenta días y cuarenta noches, al final sintió hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en pan.» Pero Jesús le respondió: «Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.» Después el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso en la parte más alta de la muralla del Templo. Y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, pues la Escritura dice: Dios dará órdenes a sus ángeles y te llevarán en sus manos para que tus pies no tropiecen en piedra alguna.» Jesús replicó: «Dice también la Escritura: No tentarás al Señor tu Dios.» A continuación lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todas las naciones del mundo con todas sus grandezas y maravillas. Y le dijo: «Te daré todo esto si te arrodillas y me adoras.» Jesús le dijo: «Aléjate, Satanás, porque dice la Escritura: Adorarás al Señor tu Dios, y a Él solo servirás.» Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles a servirle” (Mt 4,1-11; Cf. Lc 4,1-13; Mc 1,12). 5
SIGNIFICADO Cuaresma o cuadragésima significa cuarenta días de preparación a las celebraciones del Misterio Pascual en la Semana Santa que tiene como máxima expresión la triunfante Resurrección de nuestro Señor Jesucristo que venció la muerte de una vez para siempre. El número cuarenta tiene origen bíblico y acompaña al hombre a su encuentro con lo divino. Pero, este encuentro con lo divino, en la realidad bíblica, requiere de una preparación, por medio de pruebas y purificaciones, para llegar finalmente al encuentro con Dios. Este proceso previo es denominado, actualmente por la Iglesia, como el tiempo de Cuaresma, que prepara al hombre para su encuentro gozoso con Cristo Resucitado en la solemnidad de la Pascua. La Carta Apostólica del Papa Pablo VI “Mysterii Paschalis”, dada en forma de motu proprio por la que aprobaba las normas universales sobre el año litúrgico y el nuevo calendario general, decía que: “El tiempo de Cuaresma está ordenado a la preparación de la celebración de la Pascua: la liturgia cuaresmal prepara para la celebración del misterio pascual tanto a los catecúmenos, haciéndolos pasar por los diversos grados de la iniciación cristiana, como a los fieles que recuerdan el bautismo y hacen penitencia” (N° 27). Este acontecimiento cuaresmal también está fundamentado en los cuarenta días donde “el Espíritu empujó a Jesús al desierto” (Mc 1,12) para ser tentado por satanás, en el inicio de su vida pública. Las Sagradas Escrituras describen la victoria de Dios sobre el mal, a pesar de haber sido “sometido a las mismas pruebas que nosotros, pero que, a él, no lo llevaron al pecado” (Hb 4,15). De esta manera: “La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto” (Catecismo de la Iglesia Católica, N° 540). Las tentaciones de Jesús en el desierto, en efecto, coinciden con las tentaciones del mundo actual cuando el consumismo pone el tener por encima del ser (el hambre), cuando el creyente manipula a Dios para
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sus propias conveniencias (tentar a Dios) y cuando sometemos nuestra vida al dominio del dinero, el sexo, el poder, etc. (idolatría). La Iglesia propone a sus hijos éstos cuarenta días como tiempo apropiado para la reflexión íntima de la vida cristiana de cada día. Es una peregrinación hacia el interior de nuestra vida para tener un encuentro personal con nosotros mismos, con Dios, con el prójimo y con la creación. San León Magno, refiriéndose a la Iglesia universal, afirmaba de la Cuaresma como: “Un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo de Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana” (sermón 42) Afirmaciones fundadas en la carta del Apóstol san Pablo a los Romanos, cuando invitaba a la comunidad a configurarse con Cristo, en el sufrimiento y la gloria (Cf. Rom 8,17). Es así que el tiempo de Cuaresma expresa la realidad humana y divina donde “el conjunto de palabras que anuncia los acontecimientos de la salvación, oraciones, ritos y prácticas ascéticas es un gran signo sacramental, mediante el cual la Iglesia participa en el misterio de Cristo que por nosotros hace la experiencia del desierto, ayuna, vence la tentación y opta por el camino del mesianismo del siervo humilde y sufriente hasta la cruz”.
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La cuaresma es también un tiempo de renovación individual y eclesial. Renovación individual porque demanda el esfuerzo personal del cristiano de ser distinto cada día y renovación eclesial porque está dirigida a la Iglesia entera de ser santos como el Señor nuestro Dios es santo (Cf. Lv 19,1). Debe haber reciprocidad en ambas partes porque es necesario sentirse solidarios con el Cuerpo místico de Cristo: “Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un único cuerpo. Y a todos se nos ha dado a beber el único Espíritu” (1Cor 12,13). El tiempo de cuaresma empieza exactamente el Miércoles de Ceniza y se prolonga hasta antes de la celebración de la Cena del Señor. La Cuaresma habilita el camino para llegar a celebrar con fe el sagrado Triduo Pascual que celebramos fervorosamente durante la Semana Santa. Por eso, este tiempo de gracia que ofrece la cuaresma, tiene que ser un tiempo especial que ayude al cristiano a volver a encontrarse consigo mismo, a levantar la mirada a Dios, a reconciliarse con el hermano y vivir en armonía con la creación. La oración conclusiva, del día sábado de la segunda semana, de la Liturgia de las Horas, reza el significado de la Cuaresma de la siguiente manera: “Señor, danos la gracia de celebrar esta Cuaresma con alegría y penetrar a fondo el verdadero sentido del misterio pascual, para que podamos alcanzar plenamente su eficacia”.
Preguntas para reflexionar 1.- ¿Qué significa la Cuaresma? 2.- ¿Cuáles fueron las tres tentaciones de Jesús en el desierto? 3.- ¿La Cuaresma es tiempo de renovación? 4.- ¿Qué quisieras renovar en tu vida este tiempo de Cuaresma? 5.- ¿Qué quisieran reflexionar esta Cuaresma en tu familia? 6.- ¿Qué quisieras renovar en tu comunidad parroquial? 7.- ¿Qué te gustaría que renueve la Iglesia?
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El Papa Francisco nos dice: “La Cuaresma es un punto fuerte. Un punto de giro que puede favorecer en cada uno de nosotros el cambio, la conversión. Todos necesitamos mejorar, cambiar, cambiar para bien”. Oración: Enséñame a conocer, Señor, el significado que tiene la Cuaresma para vivir intensamente mi fe. Compromiso: Mi compromiso ante Dios será participar de la Misa en la parroquia que está cerca de mi casa. Escuchar atentamente la Palabra de Dios y meditarla en mi corazón para saber lo que Dios quiere de mi vida. Recibir con devoción el Cuerpo de Cristo para alimentar mi fe y tener fortalecida mi alma.
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HISTORIA En los primeros siglos de la Iglesia, la Cuaresma estaba relacionada fundamentalmente al ayuno y complementariamente a las otras prácticas penitenciales como la mortificación, la abstinencia, la oración prolongada, etc. A medida que transcurrían los años, la cuaresma fue adquiriendo su propio nombre y enriqueciéndose como un tiempo de reflexión, conversión y renovación. La Cuaresma, con el transcurso de los siglos, ha tenido un proceso marcado por tres componentes fundamentales: La preparación de toda la comunidad para la celebración de la solemnidad de la Pascua de Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. La reconciliación de los penitentes por medio de las prácticas cuaresmales. La preparación de los catecúmenos para el Bautismo que se les administraba en la Vigilia Pascual. A continuación describiremos, brevemente, la formación y consolidación de este tiempo de gracia:
En el siglo II, se entendía como el tiempo breve de uno o dos días de preparación adecuada a la Pascua de Resurrección, mediante las prácticas penitenciales de la oración y el ayuno. San Ireneo de Lyon se dirigió con una carta al Papa Victor con el siguiente testimonio: “Pues- continúa- algunos piensan que hay que ayunar durante un día, otros que durante dos, y otros que durante varios, e incluso otros aceptan que afirman que deben hacerlo durante cuarenta horas continuas, de día y de noche” (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica V, 24). De esta manera estaba catalogado el tiempo de Cuaresma: El ayuno que debía guardar el cristiano antes de la celebración de la Pascua de Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Estas prácticas, a finales del siglo II, eran impuestas a los candida-
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tos al sacramento del Bautismo, llamados catecúmenos; ellos tenían que ayunar el viernes y el sábado antes de recibir el sacramento, en la noche santa de la Vigilia Pascual.
Al inicio del siglo III, la Didascalía testimoniaba la práctica del ayuno, abstinencia, sacrificio y mortificación que duraba una semana. A mediados del siglo III, el ayuno se extendió a las tres semanas que antecedían la noche del sábado santo, conocida como la Vigilia Pascual. El ayuno estaba ordenado a la preparación de los catecúmenos que debían recibir el sacramento del Bautismo durante la celebración de la Vigilia Pascual. Las dos primeras semanas se ayunaban de lunes a viernes y la tercera semana se ayunaba de lunes hasta después de la celebración de la Vigilia Pascual. En el siglo IV, se estableció la norma de los cuarenta días y se comenzó a llamar tiempo de Cuaresma. En este siglo fue establecido el miércoles como día que marcaba el inicio de los cuarenta días de preparación, imitando a Jesús en el desierto, para la celebración del Misterio Pascual. En el siglo VI y VII, en el afán de prolongar la vida ascética de la Iglesia, por influencia de la Iglesia de Oriente, el cómputo de la Cuaresma era la Cuadragésima (cuarenta días), aumentó a la Quincuagésima (cincuenta días), luego la Sexagésima (sesenta días), hasta la Septuagésima (setenta días). En el siglo XI, se estableció la costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles, en señal de penitencia y reconciliación. Luego fue exclusivisado, el día miércoles de ceniza, para marcar el inicio del tiempo de Cuaresma.
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Preguntas para reflexionar 1.- ¿Cómo se conformó la Cuaresma a través de los siglos? 2.- ¿Qué sentido tenía celebrar la Cuaresma? 3.- ¿La Cuaresma estaba relacionada a la conversión de nuestros pecados? 4.- ¿Cuánto ha cambiado la Cuaresma en nuestros tiempos? El Papa Francisco pregunta a las familias: “Yo les pregunto: sus hijos, sus niños, ¿saben hacer la señal de la cruz? Piensen. Sus nietos, ¿saben hacer la señal de la cruz? ¿Les han enseñado a hacerlo? Piénsenlo y respondan en su corazón...” Compromiso: - Mi compromiso esta vez será conocer más lo que creo. Que no me quede en la oscuridad de la ignorancia como muchas veces me quedo en la oscuridad del pecado. Que sea capaz de conocer más el Credo o la Profesión de fe. - Aprender el Credo y meditar, con la mente y el corazón, todos los días de esta santa Cuaresma. - Leer el Catecismo de la Iglesia Católica e ir meditando cada uno de los símbolos de nuestra fe. Credo Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso. Desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén
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FUNDAMENTO BÍBLICO En la Biblia, cuarenta es un número simbólico que no indica precisamente cantidad sino un mensaje. El mensaje del número cuarenta es el “cambio” de un período a otro, de los años de una generación a otra. (Cf. Ariel Álvarez Valdés, http://www.buzoncatolico.es/formacion/bibliaestudiobiblico/numerosylabiblia.html). Veamos, a continuación, el mensaje que contiene el número cuarenta en el Antiguo y el Nuevo Testamento.
1.- Noé y el diluvio universal simboliza el cambio hacia una nueva humanidad; a través de una alianza con el hombre y con la naturaleza. “Dios vio que la maldad del hombre en la tierra era grande y que todos sus pensamientos tendían siempre al mal…Dijo a Noé: “entra en el Arca tú y tu familia… Porque dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches…” (Gn 6,5-7,24) 2.- Los Israelitas que peregrinaron en el desierto simboliza el cambio de una nueva generación. Esta nueva generación tuvo que pasar por pruebas y sacrificios, pero, finalmente obtuvieron la tierra que Dios había prometido al pueblo de Israel, sacándolos de la esclavitud de Egipto. “El año cuarenta, después de la salida de Egipto…Moisés comunicó a los hijos de Israel…Estaban en el país de Moab, al otro lado del Jordán” (Dt 1,1-3). 3.- Moisés, antes de recibir el Decálogo de la mano de Dios, en el monte Sinaí, simbolizó el cambio de un nuevo estilo de vida, guiado por los mandamientos. Mandamientos que guiarán la vida de los pueblos
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por el camino de la santidad. “Yo, pues, estuve en el monte cuarenta días y cuarenta noches, como la primera vez. También escuchó Dios mi súplica y renunció a destruirte. Y me dijo Dios: Levántate y ponte al frente de este pueblo para que vayan a tomar posesión de la tierra de la que juré a sus padres dársela en herencia” (Dt 10,10). 4.- La peregrinación de Elías al monte Horeb simboliza el cambio de vida. Peregrinación que le llevó al encuentro con Dios, que le hizo profeta de las naciones. “Se levantó, pues, para comer y beber, y con la fuerza que le dio aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al cerro de Dios, el Horeb” (1 Re 19,8). 5.- El anuncio de conversión que hizo el profeta Jonás a los habitantes de Nínive. Después de un período de purificación, el pueblo de Nínive vivió muy agradecido a Dios por la infinita misericordia que les había mostrado, a consecuencia de su conversión. “Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día pregonando: ‘dentro de cuarenta días Nínive será arrasada’. Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron de sayal, grandes y pequeños” (Jon 3,4-5)
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6.- Jesús en el desierto simboliza el cambio de su vida privada a la vida pública. Jesús, antes de ejercer la misión que el Padre de la había encomendado, fue conducido al desierto y tentado por el diablo. Cuarenta días de constante lucha con el maligno, que quiere imponerse sobre la bondad de Dios.
“Luego el Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado por el diablo. Y después de estar sin comer cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre” (Mt 4,1-2. Cf Lc 4,1 y Mc 1,12).
Preguntas para reflexionar 1.- ¿Qué significa el número cuarenta en la Biblia? 2.- ¿Hay alguna relación del diluvio universal con la Cuaresma? 3.- ¿Cuántos años peregrinó el pueblo de Israel por el desierto antes de llegar a la tierra prometida? 4.- ¿Cuánto tiempo estuvo Moisés en el monte, antes de recibir el Decálogo? 5.- ¿Cuántos días caminó Elías para llegar al monte Horeb? 6.- ¿Cuántos días caminó Jonás por la ciudad de Nínive para anunciarles la conversión o cambio de vida? 7.- ¿Cuántos días y cuántas noches permaneció Jesús en el desierto para ser tentado por el maligno? Oración: Acompáñame, Señor, al desierto de mi vida para tomar conciencia de las tentaciones que acechan mi vida. Asísteme en mis debilidades para no caer en la tentación del egoísmo, la indiferencia y la maldad. No me abandones en mis debilidades sino Más bien asísteme con tus ángeles de la fe, La esperanza y la caridad.
El Papa Francisco nos dice: “Él (Dios) no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede” (Mensaje para vivir la Cuaresma 2015).
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SIGNOS DE LA CUARESMA 1.- La cruz: Es el punto de referencia de todo el tiempo cuaresmal. En la cruz está el mensaje de salvación que Dios nos ha dejado “para que todo aquél que crea tenga por él vida eterna” (Jn 3,15). San Pablo en su carta a las primeras comunidades enseñaba a configurarse a Cristo “que tomando la condición de servidor…se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz” (Fil 2,7-9). Tenemos que ser conscientes que Jesucristo “fue tratado como culpable a causa de nuestras rebeldías y aplastado por nuestros pecados. El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados” (Is 53,5). Por eso, el cristiano debe sentirse orgulloso del signo de la cruz; porque “por él, el mundo ha sido crucificado” (Gál 6,14) y para llegar a la perfección de vida “es necesario imitar a Cristo, no sólo en los ejemplos que nos dio durante su vida, ejemplos de mansedumbre, de humildad y de paciencia, sino también en su muerte, como dice Pablo, el imitador de Cristo: Muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos” (San Basilio Magno, Sobre el Espíritu Santo, Cap. 15,35: PG 32, 127-130). 2.- La penitencia: Es la gran oportunidad de cambio que ofrece el tiempo de cuaresma en la exhortación que hacía San Juan Bautista: “cambien su vida y su corazón, porque el Reino de los Cielos se ha acercado” (Mt 3,2). Todo hombre está llamado, en el ejercicio de su vida, a una renovación íntima en el modo de sentir, juzgar y vivir. En efecto, “todo ser humano siente la necesidad de la penitencia, pues todos somos conscientes de cómo nos apartamos una y otra vez del camino rec-
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to. Entonces la persona necesita tomar la decisión de volver a comenzar de nuevo” (Anselm Grün, La penitencia: celebración de la reconciliación, Editorial San Pablo, 2002, p. 8). La penitencia, práctica concreta de conversión, es el ejercicio que el cristiano debe adoptar para su vida de cada día; a través de una novedad en el comportamiento agradable a Dios y una actitud de rechazo al pecado. Entonces, la penitencia debe entenderse como la misericordia que brota del corazón del cristiano y no los sacrificios de purificación externa (Cf. Mt 12,7). “Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel” (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23). En el tiempo de Cuaresma, principalmente, el cristiano está llamado a demostrar su penitencia como un acto de resarcimiento a las faltas cometidas en la vida personal, familiar, eclesial y social: “El que tenga dos capas dé una al que no tiene, y quien tenga qué comer haga lo mismo… No cobren más de lo debido…No abusen de la gente, no hagan denuncias falsas y conténtense con lo que les pagan” (Lc 3,10-14). O sea, que “la penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social” (Sacrosanctum Concilium, N° 110). 3.- El bautismo: Es el signo que “marca profundamente con su impronta el espíritu de la Cuaresma” (La oración de la mañana y de la tarde, Tiempo de Cuaresma, p. 276). Todo cristiano debe saber que, a partir del bautismo, “somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1213). Para entender mejor el bautismo en el tiempo de Cuaresma haremos la siguiente distinción: a.- Juan el Bautista: El bautismo de Juan era de conversión y purificación. Si el hombre quería acoger la Buena Nueva de la salvación
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tenía que convertirse a Dios, es decir, dirigir el camino de su vida a Dios. “Mi bautismo es bautismo de agua y significa un cambio de vida. Pero otro viene después de mí y más poderoso que yo” (Mt 3,11a; Cf. Jn 1,26). b.- El Mesías: Jesucristo era la plenitud del bautismo con el Espíritu Santo y fuego (Cf. Mt 3,11d). Es el bautismo que hace renacer a los hombres para la Iglesia. “Entonces fue cuando Jesús empezó a predicar. Y les decía: Cambien su vida y su corazón, porque el Reino de los Cielos se ha acercado” (Mt 4,17). Por eso, el tiempo de Cuaresma invita a redescubrir el bautismo como un regalo de Dios y el renacimiento de vida al estilo de Jesucristo, único salvador del mundo. Si el pecado hace morir la vida de gracia con Dios, el Bautismo hace revivir la vida reconciliada consigo mismo, con el prójimo y con Dios.
Preguntas para reflexionar
1.- ¿Cuáles son los signos que se deben tener presentes el tiempo de Cuaresma? 2.- ¿Qué significado tiene la cruz durante el tiempo de cuaresma? Para responder esta pregunta te invito, antes, a contemplar el crucifijo que tienes en tu hogar, en tu institución o en la parroquia? 3.- Lee el texto bíblico de Jn 3,14-17 y compártela con tu familia: “Recuerden la serpiente que Moisés hizo levantar en el desierto: así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, y entonces todo el que crea en él tendrá por él vida eterna. ¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Unico, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él”. Palabra del Señor
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4.- ¿La penitencia es la práctica concreta de la conversión? Entonces ¿qué actitudes debes adoptar en tu vida este tiempo de Cuaresma? 5.- ¿Te gustaría revivir tu bautismo este tiempo de Cuaresma sintiéndote renovado por la gracia y la bendición de Dios? ¿Cómo debería vivir entonces el bautizado esta Cuaresma? Canto: Bautízame, Señor. Bautízame, Señor, con tu Espíritu, bautízame, Señor, con tu Espíritu. bautízame, Señor, con tu Espíritu. Bautízame y transfórmame Señor. Y déjame sentir el fuego de tu amor aquí en mi corazón Señor (2). Renuévame, Señor, con tu Espíritu. Renuévame, Señor, con tu Espíritu. Renuévame, Señor, con tu Espíritu. Renuévame y transfórmame Señor.
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PERSONAJES La Iglesia, Madre y Maestra, propone desde la realidad bíblica personajes que ayudan a vivir mejor la Cuaresma. 1.- En el Antiguo Testamento: En el Antiguo Testamento se encuentran los personajes que, desde la creación hasta la promesa de redención, han forjado el camino de liberación del pecado y salvación de la humanidad; temas imprescindibles que ayudan a vivir la Cuaresma. a.- Adán y Eva (Gn 3,1-24): Representan el rompimiento de unidad entre Dios y los hombres, la alteración de armonía entre los mismos hombres y la tensión con la creación. Ante esta triste realidad, Dios nunca abandonó al hombre, sino al contrario, le hizo una promesa de victoria sobre el pecado y la redención eterna del “nuevo Adán” y la “nueva Eva”. b.- Noé (Gn 6,5-9-28): Representa la plena confianza en Dios, el afán perseverante de trabajar por la salvación, la invitación generosa a la conversión y la promesa del cielo nuevo y tierra nueva.
c.- Abraham (Gn 12,120; 22,1-14): Representa el desprendimiento de todas las comodidades que atan al hombre, la confianza en la promesa de un mundo mejor que Dios hace y las difíciles pruebas que el hombre tiene que superar cada día, paso a paso.
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d.- Moisés (Ex 2,1-24,35): Representa la permanente fidelidad de Dios con el pueblo elegido que, después de haber sido probado, le convocará a la misión de liberación del pueblo de Israel, sometido a la esclavitud por muchos siglos. Moisés recibió de Dios los mandamientos, con los mandamientos guió el pueblo de Israel a la tierra prometida e intercedió, ante Dios, por el perdón de los pecados de su pueblo.
e.- El Rey David (Salmo 51[50],3-20): Representa al pecador arrepentido, la súplica insistente a Dios, la renovación del pacto de fidelidad y una vida totalmente entregada a Dios bueno y misericordioso.
f.- Los profetas: Los profetas del Antiguo Testamento, hombres santos escogidos por Dios (Cf. 2 Pe 1,21), eran los encargados de convocar al pueblo de Dios al arrepentimiento de sus pecados y de volver la mirada hacia Dios, clemente y misericordioso. El Antiguo Testamento ofrece a la Iglesia 16 libros que enriquecen la vida cuaresmal del cristiano, llamados libros proféticos. Ellos son: Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuq, Sofonías, ageo, Zacarías, Malaquías y Daniel. 2.- En el Nuevo Testamento: Los personajes del Nuevo Testamento ayudan al cristiano, especialmente en el tiempo de Cuaresma, a redescubrir la buena noticia de Dios que vive en medio del pueblo y la consiguiente liberación de las ataduras del pecado. a.- La Samaritana (Jn 4,1-31): Representa la transformación y gozo del hombre que es ocasionado por el encuentro con Jesucristo vivo, agua que purifica la conciencia y calma la sed de eternidad. La Samaritana representa, además, al hombre alejado de Dios, que deja interpelar su conciencia, al hombre que transforma su vida en gracia y se hace testimonio vivo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. b.- La mujer adúltera (Jn 8,1-11): Representa a todo ser humano que ha pecado, a aquellas personas que han sido acusados por sus pecados, pero, fundamentalmente representa el amor de Dios por el pecador que se arrepiente de sus faltas.
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c.- El Padre misericordioso (Lc 15,11-32): Representa el inconmensurable amor de Dios por cada uno de sus hijos. En este padre se representa la imagen de Dios rico en misericordia, amor, bondad, paciencia, espera, etc. El Dios, Padre de misericordia, que olvida las ofensas de sus hijos y proyecta hacia adelante la vida dentro de la gran familia de Dios que es la Iglesia. d.- El hijo pródigo (Lc 15,11-32): Representa al hombre que, obstinado por el mal, desvía su camino hacia una vida licenciosa y pródiga. Pero, también, es la expresión de la capacidad que tiene el hombre de pedir perdón por las faltas cometidas, a causa de la necedad e ingratitud. e.- El hermano mayor del hijo pródigo (Lc 15,11-32): Representa a todas aquellas personas que, en su afán de búsqueda de perfección de vida, ostentan su altanería al punto de llegar a atropellar, aún más todavía, la dignidad del pecador. f.- El enfermo de la piscina de Betesda (Jn 5,1-16): Representa la actitud de espera paciente del hombre por recobrar su salud espiritual y corporal y la participación de los demás por recobrar el estado normal y habitual de la gracia de Dios. Además, el enfermo es modelo de agradecimiento y testimonio por los beneficios obtenidos de Dios. g.- El ciego de nacimiento (Jn 9,1-41): Representa la oscuridad de la vida de pecado, la impotencia de no poder ver a Dios en el prójimo y la creación; y la luz que devuelve la esperanza. Asimismo, representa el gran poder de Dios para sanar, utilizando la propia naturaleza, y ser testigos de la luz de la fe.
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h.- Nicodemo (Jn 3,1-21): Representa al hombre religioso que busca la verdad, a través de la fe. Asimismo la promesa de ver la luz de la verdad, siempre en cuando nazca el hombre renovado en el espíritu. i.- Lázaro (Jn 11,1-44): Representa el trato íntimo que debe haber con Dios. Lo primero que rompe el pecado es la amistad con Dios; frente a esta situación adversa, el hombre está llamado a volver a tener la experiencia de Betania, como lo tuvieron Lázaro, Marta y María. Además, la resurrección de Lázaro significa el comienzo de una nueva vida, fiel a las proezas realizadas por Dios. j.- La virgen María (Jn 19,25-27): Es el ejemplo máximo de la paciencia, humildad y perseverancia. María, junto a la cruz, se convierte en la maestra que enseña la promesa de redención, a la humanidad entera. La virgen María enseña a contemplar, desde la cruz, el sacrificio de Cristo por la salvación de la humanidad entera.
Preguntas para reflexionar 1.- ¿Dónde podemos encontrar a los personajes que nos ayudan a vivir mejor el tiempo de Cuaresma? 2.- ¿Qué pasó con Adán y Eva después de haber sido creados por Dios y puestos en el paraíso? 3.- ¿Por qué Noé construyó el arca y qué le decía al pueblo? ¿Era necesaria la predicación de Noé? 4.- ¿Por qué Abraham es el padre de la fe? ¿Te gustaría imitarlo este tiempo de Cuaresma? ¿Por qué? 5.- ¿En qué nos ayuda Moisés en la Cuaresma? ¿Es Moisés quién recibió el Decálogo en el monte Sinahí?
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6.- ¿El Rey David se arrepintió de sus pecados? Te invito a leer y meditar el Salmo 50 de la Biblia. 7.- ¿Quiénes eran los profetas? 8.- ¿Quiénes son los personajes del Nuevo Testamento que nos ayudan a vivir la espiritualidad de la cuaresma como un tiempo de renovación. El Papa Francisco nos dice: “La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan” (Mensaje para vivir la Cuaresma 2015). Hoy debo recordar el Decálogo o los diez mandamientos y ponerlo en práctica: 1. Amarás a Dios sobre todas las cosas. 2. No tomarás el Nombre de Dios en vano. 3. Santificarás las fiestas. 4. Honrarás a tu padre y a tu madre. 5. No matarás. 6. No cometerás actos impuros. 7. No robarás. 8. No dirás falso testimonio ni mentirás. 9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros. 10. No codiciarás los bienes ajenos.
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ACTITUDES Son los medios concretos que la Iglesia recomienda a los laicos discípulos y misioneros de Jesucristo. Éstas actitudes “están resumidos en el trinomio querido por los Padres: ayuno – oración – obras de caridad. ‘Ayudando, oramos, damos’ era la palabra de orden que Agustín de Hipona daba a los suyos” (La oración de la mañana y de la tarde, Tiempo de Cuaresma, p. 276). Vayamos a detallar cada una de éstas.
1.- Ayuno: Es el acto voluntario de abstenerse a la comida, propuesto por la Iglesia, especialmente en el tiempo de Cuaresma. “Tú, cuando ayunes, perfúmate el cabello y no dejes de lavarte la cara, porque no son los hombres quienes deben darse cuenta de que tú ayunas, sino tu Padre que está en el secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te premiará” (Mt 6,17-18). El ayuno, como privación exterior y corporal, se convierte en el alimento interior del hombre, fortaleciendo la vida de fe y enriqueciendo los valores supremos de la salvación. San Pablo lo confirma: “Como los atletas que se imponen un régimen muy estricto. Solamente que ellos lo hacen por una corona de laureles perecederos, mientras que nosotros, por una corona que no se marchita” (1 Cor 9,25). La humanidad, con el avance de la ciencia, la tecnología, la economía, la globalización y el libre mercado, ha perdido el sentido del ayuno; y, consecuentemente, adolece de un alimento interior que solamente podrá saciarlo Dios. Por eso es importante que, en la Cuaresma, el cristiano ayune consciente, libre y voluntariamente la exterioridad de su vida para preocuparse más por la interioridad de su alma. El ayuno purifica el cuerpo de los vicios, placeres y comodidades. La sociedad mercantilista y consumista en que vivimos ofrece todo tipo de excentricidad humana; ante esta realidad, el ayuno, consiste en el termómetro que mide la privación y la ambición. Ante el consumo desmesurado del cuerpo, es necesario un proceso de purificación donde “ayunen los ojos de toda mirada curiosa; ayunen los oídos, no atendiendo a las palabras vanas; ayune la lengua de la murmuración, de las pala-
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bras vanas, inútiles; ayune la mano de estar ociosa; pero ayune mucho más el alma misma de los vicios y pecados”; decía San Bernardo. El ayuno tiene que reflejar la contrición y el arrepentimiento del pecador. Jesucristo cuestionó la manipulación del ayuno por parte de los fariseos (Cf. Mc 2,23-28). Con razón recuerda San Juan Crisóstomo que debemos “ayunar de no decir nada que haga mal a otro. Pues ¿de qué te sirve no comer carne si devoras a tu hermano?”. En todo caso “el ayuno no es una cuestión de estómago, sino de corazón”, como lo estigmatiza San Agustín. Sacia tu vida con el ayuno. Ayuna de juzgar a otros; descubre a Cristo que vive en ellos. Ayuna de palabras hirientes; llénate de frases sanadoras. Ayuna de descontento; llénate de gratitud. Ayuna de enojos; llénate de paciencia. Ayuna de pesimismo; llénate de esperanza cristiana. Ayuna de preocupaciones; llénate de confianza en Dios. Ayuna de quejarte; llénate de aprecio por la maravilla que es la vida. Ayuna de las presiones que no cesan; llénate de una oración que no cesa. Ayuna de amargura; llénate de perdón. Ayuna de darte importancia a ti mismo; llénate de compasión por los demás. Ayuna de ansiedad sobre tus cosas; comprométete en la propagación del Reino. Ayuna de desaliento; llénate del entusiasmo de la fe.
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Ayuna de pensamientos mundanos; llénate de las verdades que fundamentan la santidad. Ayuna de todo lo que te separe de Jesús; llénate de todo lo que a Él te acerque.
2.- Oración: Es la práctica piadosa que comunica con Dios, amigo y confidente en las alegrías y las tristezas, en los triunfos y los fracasos, en el bien y el mal. “Tú, cuando reces, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre que comparte tus secretos, y tu Padre, que ve en los secretos, te premiará” (Mt 6,6). Lo más sorprendente de la oración de Dios es que “aprendió a orar conforme a su corazón de hombre” (Catecismo de la Iglesia Católica, N° 2599), adherido firmemente al misterio de la voluntad del Padre (Cf. Ef 1,9); porque “en los días de su vida mortal ofreció su sacrificio con lágrimas y grandes clamores. Dirigió ruegos y súplicas a Aquél que lo podía salvar de la muerte, y fue escuchado por su religiosa sumisión. Aun siendo Hijo, aprendió en su pasión lo que es obedecer; y, llegado a su propia perfección, pasó a ser el que trae la salvación eterna a todos aquellos que le obedecen” (Hb 5,7-9). a.- Las parábolas de la oración: El Evangelio de Lucas presenta catequéticamente tres parábolas que ilustran la oración; que se deben intensificar en la Cuaresma. • El amigo desprevenido (Lc 11,5-13). Es la parábola que invita a orar insistentemente ya sea en el tiempo y a destiempo. “Porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y, al que llame a una puerta, se le abrirá” (Lc 11,10). • La viuda insistente (Lc 18,1-8). Es la parábola que invita a orar paciente y perseverantemente. “Ahora bien, ¿Dios no les hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche” (Lc 18,7). • El Fariseo y el publicano (Lc 18,9-14). Es la parábola que aclara el valor y aplicación de la oración.
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“Dos hombres subieron al templo a orar…el fariseo de pié oraba en su interior de esta manera: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres’…El publicano, en cambio, se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo…Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa…” (Lc 18,10-11.13-14). b.- Las fuentes de oración: Es necesario tener fuentes de oración para enriquecer y degustar el contacto personal con Dios. El Espíritu Santo “nos enseña a recogerla en la misma Fuente: Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica, N° 2652). 1.- La Misa. Es la máxima expresión de la oración comunitaria bajo dos aspectos esenciales. En cada Misa se conmemora el Misterio Pascual y se anticipa la salvación eterna. 2.- Lectio Divina. Es la lectura orante de la Palabra de Dios que “está en la base de toda espiritualidad auténticamente cristiana” (V.D. N° 86). El Papa Benedicto XVI ha manifestado su preocupación por acercar la Palabra de Dios a la Iglesia por medio de “la lectio divina, que es verdaderamente capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios, sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente” (V.D. N° 87). Los pasos de la lectio divina son los siguientes: Lectura (lectio). Es la lectura del texto que suscita un cuestionamiento bajo la siguiente pregunta: ¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo? Meditación (meditatio). Es la fase de interpelación, personal y comunitaria, bajo la pregunta: ¿Qué nos dice el texto bíblico a nosotros? Oración (oratio). Es la expresión de cambio que ha ocasionado la Palabra de Dios bajo la pregunta: ¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? La contemplación (contemplatio). La mirada de la realidad como un don de Dios bajo la pregunta: ¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor?
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Algo muy importante que se tiene que resaltar en el tiempo de Cuaresma, es “que la lectio divina no termina su proceso hasta que no se llega a la acción (actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás por la caridad” (V.D. N° 87). 3.- El Vía crucis. Significa camino de la cruz. Son las catorce estaciones que relatan los momentos impactantes del camino al calvario. Este acto de piedad invita, durante la Cuaresma, a configurarse con el sufrimiento y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Revivir la vía crucis no es un acto frívolo del sufrimiento de Jesús en la cruz, sino que es la disposición del espíritu cristiano que acompaña a Jesús por el camino del dolor, a ofrecer la humilde compañía, a ofrecer el corazón contrito y manifestar el arrepentimiento del pecado. Cada vez que se reza la vía crucis se recuerda el amor tan grande que tuvo Dios por la humanidad, capaz de entregar a su Hijo único por la salvación de los pecados de la humanidad. “Tanto amó Dios al mundo que entregó su Hijo Único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). 3.- Obras de caridad: La caridad es un don de Dios que consiste en ayudar al que lo necesita, especialmente a los pobres. “Tú, en cambio, cuando das limosna, no debe saber tu mano izquierda de lo que hace tu derecha; cuida que tu limosna quede en secreto, y tu Padre, que ve los secretos, te premiará” (Mt 6,3-4). El Papa Benedicto XVI, en su primera Encíclica, enfatizó la caridad como una tarea de la Iglesia desde sus comienzos (Hch 2,44-45). Luego, exhortó a no descuidar el servicio de la caridad entre los hombres, porque la Iglesia es la familia de Dios en el mundo y “en esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario” (Deus Charitas est, N° 25).
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La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe (CELAM), reunidos en Aparecida, del 13 al 31 de mayo del 2007, sostiene que “los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos” (Documento de Aparecida, N° 393). Por eso, el clamor de los pobres debe interpelar enormemente la vida de la Iglesia; porque ellos son la voz de nuestra conciencia (Cf. Mt 25,40) y en ellos están reflejados los “rostros sufrientes de Cristo” (Documento de Santo Domingo, N° 178. Cf. Documento Puebla, N° 31-39). “Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente extraordinario y aparezca como tal, es necesario que se vea en el prójimo la imagen de Dios según la cual ha sido creado, y a Cristo Jesús a quien en realidad se ofrece lo que se da al necesitado” (Concilio Vaticano II, Apostolicam Actuositatem, Decreto sobre el Apostolado de los Seglares, Nº 8). En la Cuaresma, las obras de caridad o limosna consisten en ayuda a los pobres y necesitados. La limosna, como acto de donación, mide la capacidad de generosidad del cristiano, ayuda a controlar el temperamento humano, trata de restablecer la justicia y acrecienta el amor por los pobres; porque ellos siempre existirán (Cf. Jn 12,8). “Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17). a.- Tipos de obra de caridad: El Sato Cura de Ars enseñaba a sus fieles diciendo que “la caridad no se practica solo con el dinero. Pueden visitar a un enfermo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio, arreglarle la cama, prepararle los remedios, consolarle en sus penas, leerle algún libro piadoso”. Es desde esta enseñanza que las obras de caridad se traducen como obras de misericordia. 1.- Obras de misericordia espirituales. Son aquellas obras que velan por la promoción humana (Cf. Is 58, 6-7. Hb 13, 3). Enseñar no que no sabe. Dar buen consejo al que lo necesita.
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Corregir al que se equivoca. Perdonar al que nos ofende. Consolar al triste. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.
2.- Obras de misericordia corporales. Son aquellas obras que velan por el bienestar del cuerpo (Cf. Mt 25,31-46). Dar de comer al hambriento. Dar de beber al sediento. Vestir al desnudo. Visitar a los enfermos. Visitar a los presos. Dar posada al peregrino. Enterrar a los muertos. Las obras de misericordia ayudan a sensibilizar la mente y el corazón del cristiano, de manera especial en la Cuaresma. Himno de la caridad. “Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor sería como bronce que resuena o campana que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios, -el saber más elevado-, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor nada soy. Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve. El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. El amor nunca pasará” (1Cor 13,1-8).
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Preguntas para reflexionar 1.- ¿Cuáles son las actitudes principales de la Cuaresma? 2.- ¿El ayuno es importante este tiempo de Cuaresma? ¿Qué día debo ayunar? Además ¿De qué debo ayunar en mí, en familia, en mi trabajo, en la sociedad, etc? 3.- ¿Qué es la oración? 4.- ¿Conoces las parábolas de la Biblia que hablan de la oración? Podrías mencionarlas. 5.- ¿Cuáles son las fuentes de la oración? 6.- ¿Qué obras de caridad te gustaría practicar esta Cuaresma? 7.- ¿Cuáles son las obras de misericordia espirituales? 8.- ¿Cuáles son las obras de misericordia corporales? Examen de conciencia - ¿Participas de la Eucaristía los domingos y fiestas de guardar? - ¿Lees la Palabra de Dios personalmente y con tu familia? - ¿Rezas el Via Crucis en tu casa con tu familia, en el colegio con tus compañeros, en la parroquia, en el trabajo, etc? - ¿Rezar los misterios dolorosos del santo Rosario? El Papa Francisco nos dice: “Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su propio Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y en la resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra.” (Mensaje para vivir la Cuaresma 2015). Los misterios dolorosos del Santo Rosario 1.- La agonía de Jesús en el huerto de loa Olivos (Mt 26,36-46) 2.- La flagelación por orden de Pilato (Mc 15,1-16) 3.- La coronación de espinas (Mt 27,27-31) 4.- Jesús carga con la cruz hacia el calvario (Mc 15,20-22) 5.- La crucifixión de Jesús (Lc 23,33-46)
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CARACTERÍSTICAS La Cuaresma ofrece al cristiano ciertas características que le ayudarán a vivir mejor este tiempo de gracia y salvación. Todo tiene su tiempo. “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora: Tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado, tiempo de matar y tiempo de curar, tiempo de destruir y tiempo de edificar, tiempo de llorar y tiempo de reír, tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar, tiempo de esparcir piedras y tiempo de juntarlas, tiempo de abrazar y tiempo de abstenerse de abrazar, tiempo de buscar y tiempo de perder, tiempo de guardar y tiempo de tirar, tiempo de rasgar y tiempo de coser, tiempo de callar y tiempo de hablar, tiempo de amar y tiempo de aborrecer, tiempo de guerra, y tiempo de paz”
(Eclesiastés 3,1-8).
1.- Tiempo de reflexión: Es el momento oportuno que la Cuaresma invita al cristiano a peregrinar hacia la profundidad de su propia conciencia y tener un encuentro personal con Dios: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo…” (Salmo 42[41], 2). Esta facultad reflexiva, invita al hombre a desarrollar una vida interior que le permite ser consciente de sus pensamientos, sentimientos y acciones. En la medida que el cristiano reflexiona su vida, buscará mejorarla cada día. Por eso, se dice que la reflexión, en el período cuaresmal, es una característica que ayuda a encontrarse con lo más sagrado e
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inabarcable de la conciencia humana. Se trata de “entrar en un análisis insobornable del propio corazón y ponerlo al descubierto ante el rostro de Dios”. Sin embargo; el ritmo frenético de la vida, poco o mucho, impide desarrollar esta capacidad reflexiva. Ante esta realidad contrastante, la Cuaresma ofrece este tiempo de reflexión como una gran oportunidad de sentir el amor de Dios, la admiración por la creación, la capacidad de cambiar los aspectos negativos de la vida y la oportunidad de volver al estado de gracia que Dios ha regalado en el Bautismo. Es importante el tiempo de reflexión porque permite meditar detenidamente los diversos aspectos de la vida del cristiano con la finalidad de sacar conclusiones que favorezcan al crecimiento y fortalecimiento de la fe (Cf. Ap 21,10). Recuerda que la reflexión ennoblece el espíritu cristiano y lo conduce por el camino de la santidad. Cuanto más reflexiona el cristiano, tanto más posibilidades de perfección de vida alcanzará (Lev 19,2; Mt 5,48). San Agustín, después de haber viajado por muchos países, después de haber escudriñado las ciencias, después de haber ocupado su vida en tiempo vano y después de haberse alejado de Dios, reflexiona: “Tarde te amé, Belleza, tan antigua y tan nueva, ¡tarde te amé! Estabas dentro de mí, y yo te buscaba por fuera... Me lanzaba como una bestia sobre las cosas hermosas que habías creado. Estabas a mi lado, pero yo estaba muy lejos de Ti. Esas cosas... me tenían esclavizado. Me llamabas, me gritabas, y al fin, venciste mi sordera. Brillaste ante mí y me liberaste de mi ceguera... Aspiré tu perfume y te deseé. Te gusté, te comí, te bebí. Me tocaste y me abrasé en tu paz” (San Agustín, Las Confesiones, Libro VI, Capítulo 1).
2.- Tiempo de perdón: Es el grado de conocimiento que ofrece la Cuaresma a todos los bautizados: “Ustedes, pues, recen así: Padre nuestro, que estás en el Cielo,
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santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo. Danos hoy el pan de cada día; y perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno” (Mt 6,9-13. Cf. Lc 11,1; Mc 11,25). En efecto, el cristiano debe tener conocimiento y consentimiento del perdón para que la Cuaresma sea una oportunidad de cambio de vida; que perdona las ofensas de sus semejantes como las ha perdonado Dios (Cf. Mt 18, 23-35). El mundo de hoy necesita conocer profundamente el sentido y significado que tiene el perdón de Dios. Con el perdón, como presupuesto gnoseológico y existencial, el mundo tiene que ser edificado en la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Muchas veces los hombres afirman que se perdona, pero, no se olvida. Estas afirmaciones, cargadas de rencor y resentimiento, obnubilan las aspiraciones del Reino de los Cielos. Por eso, el discípulo y misionero de Jesucristo, debe tener entrañas de misericordia para perdonar y ser perdonado (Cf. Lc 10,25-37). Aquél que ha aprendido a perdonar, ha aprendido a ser feliz y como lo consigna Martin Luther King “el que es incapaz de perdonar es incapaz de amar”. 3.- Tiempo de conversión: La conversión es el gesto concreto de la Cuaresma que significa volver a empezar “en referencia al aspecto exterior de cambio de vida práctica o costumbres (epistréfein) y al aspecto interior de cambio de mentalidad (metanoía)” (Dionigi Tettamanzi, El hombre imagen de Dios, secretariado trinitario, 1978, p.213). “…Ayúdame a volver y volveré, ya que tú eres Yavé, mi Dios. Ahora me arrepiento de haberme desviado, me doy cuenta y me golpeo el pecho” (Jer 31,18e-19). La conversión se desarrolla en función a la toma de conciencia del pecado; porque solamente habrá una verdadera conversión en la medida que el cristiano reconozca el pecado como un atentado al pacto de alianza con Dios.
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a.- Dinámica de la conversión: La conversión, en el discípulo y misionero de Jesucristo, comienza en el interior y se refleja exteriormente. Por eso, la conversión debe asumirse desde estas dos actitudes: • Conversión interior: Consiste básicamente en el cambio de mentalidad. “Volveré donde mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti” (Lc 15,18). La conversión interior es el fruto de la reflexión paciente y humilde.
• Conversión exterior: Consiste básicamente en el cambio de actitudes. “Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios, por ser sus santos muy queridos;…revístanse de sentimientos de tierna compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Col 3,12; Cf. Tit 3,4). La conversión exterior es el conocimiento y consentimiento del perdón que Dios otorga apasionadamente a la Iglesia.
b.- Dimensión de la Conversión: Las dimensiones de la conversión ayudan a replantear el estilo de vida más humano y más cristiano. Debe empezar en la persona, atravesar la comunidad que es la Iglesia y anunciar a los demás. Estas son las tres dimensiones fundamentales de la conversión. 1.- Conversión personal. Es la conversión que implica directamente a la persona; sin condicionamientos circunstanciales ni evasión de responsabilidad. “El hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí” (Gn 3,12).
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La conversión personal transforma al hombre en una nueva criatura, consciente de sí mismo, consciente de su pecado y consciente de la misericordia de Dios que le hace volver a nacer. Es la opción preferencial por el Reino de Dios. 2.- Conversión comunitaria. La conversión personal no se encierra en un mundo individualista e intimista; por eso, debe atravesar por la conversión comunitaria de la Iglesia. “Al oír esto, se afligieron profundamente. Dijeron, pues a Pedro y a los demás apóstoles: ‘Hermanos, ¿qué debemos hacer?’ Pedro les contestó: Conviértanse y háganse bautizar cada uno de ustedes en el Nombre de Jesucristo, para que sus pecados sean perdonados” (Hch 2,37-38). La conversión comunitaria conlleva a la construcción de una nueva sociedad humana, justa, fraterna y solidaria.
3.- Conversión pastoral. Las estructuras sociales en el mundo, en América latina y en el Perú reflejan una alarmante situación de injusticia y desigualdad. Ante esta realidad, la Iglesia Universal está llamada a ser discípula y misionera de Jesucristo y su mensaje de Buena Nueva de salvación. “La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que “el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial” (NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (Documento de Aparecida, N° 370). La conversión pastoral pide, pues, un “nuevo punto de partida para la Nueva Evangelización de nuestros pueblos” (Documento de Aparecida, Mensaje final, N° 3); de acuerdo a la consigna evangélica: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos” (Mt 28,19). c.- El testimonio de la conversión: La conversión, por lo tanto, es el estado de vida del cristiano que anhela vivir la gracia y el amor de Dios; que por su infinita misericordia ha reconciliado a los hombres
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para que vivan como la gran familia de Dios que es la Iglesia. La Iglesia, desde la Palabra de Dios, transmite una gama de testimonios de conversión. Citemos solamente algunos: • La conversión de Nínive (Jon 3,1-10). • La conversión del Rey David (Salmo 51[50],3-20). • La conversión de Mateo (Mt 9,9-13). • La conversión de Zaqueo (Lc 19, 1-10). • La conversión del hijo pródigo (15,11-32) • La conversión de Pablo (Hch 9,1-30).
La conversión de San Pablo afianza, de manera excelente, la vida del cristiano en la Cuaresma como un tiempo que hace tocar con el corazón el amor y la felicidad que provienen de Dios. Para San Pablo “el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable” (San Juan Crisóstomo, Homilía 2 sobre las alabanzas de San Pablo: PG 50,477-480).
4.- Tiempo de reconciliación: Es la acción de conversión que, después de haber roto el pacto de amistad con Dios y con los hermanos, se vuelve a unir. Es la expresión del sentimiento de arrepentimiento y las ganas de recomenzar el camino de unidad y armonía, amor y comprensión. “Por esa misma razón, el que está en Cristo es una criatura nueva. Para él lo antiguo ha pasado; un mundo nuevo ha llegado. Todo eso es la obra de Dios, que nos reconcilió con Él en Cristo… Pues, en Cristo, Dios reconciliaba al mundo con él; a los hombres ya no les tomaba en cuenta sus pecados, y a mí me entregaba el mensaje de la reconciliación” (2Cor 5,17-19).
Las sagradas escrituras hablan de la reconciliación del hombre con Dios porque, precisamente, la relación con Dios se había roto por culpa del pecado; pero, “él quiso reconciliar consigo todo lo que existe, y por
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él, por su sangre derramada en la cruz, Dios restablece la paz tanto sobre la tierra como en el cielo” (Col 1,20-21. Cf. Rm 5,10). Las buenas relaciones siempre tienden a distanciarse por la humana debilidad; pero, la reconciliación siempre se encargará de restablecer la amistad con Dios (Cf. Jn 15,15). Es la amistas que, también, debe brillar entre los cristianos, hijos de la gran familia de Dios que es la Iglesia. La Exhortación Apostólica post-sinodal “Reconciliación y Penitencia” del Papa Juan Pablo II mira la realidad del mundo hecho pedazos por la división entre las personas y los grupos, naciones contra naciones y bloques de países enfrentados en una afanosa búsqueda de hegemonía (Cf. Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, Sobre la reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia hoy, N° 2). Ante esta realidad contrastante, la Iglesia se convierte en sacramento de reconciliación y la reconciliación se presenta como un don de Dios, rico en misericordia (Cf. Ef 2,4). La reconciliación se debe aplicar intra y extra eclesialmente a fin de promover en el mundo entero una cultura de justicia y paz. a.- Reconciliación hacia dentro de la iglesia: Vivir en armonía eclesial con los ministros ordenados y los fieles laicos (Cf. Hch 4,32). “Frente a nuestros contemporáneos — tan sensibles a la prueba del testimonio concreto de vida— la Iglesia está llamada a dar ejemplo de reconciliación ante todo hacia dentro; por esta razón, todos debemos esforzarnos en pacificar los ánimos, moderar las tensiones, superar las divisiones, sanar las heridas que se hayan podido abrir entre hermanos, cuando se agudiza el contraste de las opciones en el campo de lo opinable, buscando por el contrario, estar unidos en lo que es esencial para la fe y para la vida cristiana” (Reconciliatio et paenitentia, N° 9).
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b.- Reconciliación fuera de la Iglesia: Vivir en armonía con las diversas confesiones religiosas y con aquellos que no profesan la fe en Dios (Cf. Jn 17,21). “Es inevitable que en esta situación quede oscurecido también el sentido del pecado, que está íntimamente unido a la conciencia moral, a la búsqueda de la verdad, a la voluntad de hacer un uso responsable de la libertad. Junto a la conciencia queda también oscurecido el sentido de Dios, y entonces, perdido este decisivo punto de referencia interior, se pierde el sentido del pecado. He aquí por qué mi Predecesor Pio XII, con una frase que ha llegado a ser casi proverbial, pudo declarar en una ocasión que «el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado»” (Reconciliatio et paenitentia, N° 18). 5.- Tiempo de dar frutos: Un árbol frutal es bueno cuando da buenos frutos (Cf. Mt 7,17) y para que así sea se requiere de muchos cuidados. La vida del cristiano es como un árbol que durante la Cuaresma se preparara para dar buenos frutos en la Pascua de Resurrección de nuestro Señor Jesucristo y esos frutos se prolonguen por toda la vida; como el sembrador que salió a sembrar la semilla, cayó en tierra buena y produjo el ciento por uno (Cf. Lc. 8,5-8). Durante la Cuaresma, se tiene que preparar el terreno del árbol de la vida, quitando la mala hierba del pecado, sacando las piedras que dañan, regando con el agua pura, echando el abono de la misericordia, etc. “Entonces los trabajadores fueron a decirle al patrón: ‘Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo?; ¿de dónde pues viene esta maleza?’. Respondió el patrón: ‘Esto es obra de un enemigo’. Los obreros le preguntaron: ‘quieres que lo arranquemos’. No, dijo el patrón…Corten primero la maleza” (Mt 13,27-30).
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Este proceso requiere un tiempo determinado de cuarenta días para desarrollarse y dar frutos de conversión. Sin embargo; los frutos de la conversión pueden ser de baja calidad debido a la frigidez del clima de la fe, a la sequía del corazón que se tenga que afrontar y a alguna plaga que se haya apoderado del pensamiento y las acciones del cristiano. Ante esta realidad; se requiere de paciencia, concentración y atención para que los frutos de vida del cristiano puedan alimentarse y afianzarse en el gran amor de Dios que está a la raíz de todo cuanto existe en el mundo. “Como la rama no puede producir fruto por si misma si no permanece en la planta, así tampoco pueden ustedes producir frutos si no permanecen en mí. Yo soy la Vid y ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí, y yo en él, produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15,4-5). Por eso, la Cuaresma es una estupenda ocasión que ayuda a dar frutos de vida cristiana en los pensamientos, palabras y obras (Cf. Mt 7,1617); que los demás saborearán en la bondad y la verdad, en el amor y la misericordia, en la alegría y la esperanza, en el perdón y la gracia, en la Resurrección y la vida. “Es como un árbol plantado junto al río que da su fruto a tiempo y tiene el follaje siempre verde” (Salmo 1,3).
Preguntas para reflexionar
1.- ¿Cuáles son las características principales que se deben tener en cuenta durante la Cuaresma? 2.- ¿La Cuaresma es tiempo de reflexión? ¿Por qué? 3.- ¿La Cuaresma es tiempo de perdón? ¿Por qué? 4.- ¿La Cuaresma es tiempo de conversión? ¿Por qué? 5.- ¿La conversión interior es el fruto de la reflexión paciente y humilde del cristiano? 6.- ¿La conversión exterior se demuestra con los actos de vida cristiana? 7.- ¿En qué consiste la conversión personal? 8.- ¿En qué consiste la conversión comunitaria? 9.- ¿Podrías mencionar seis testimonios de conversión en la Palabra de Dios?
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10.- ¿La Cuaresma es tiempo de Reconciliación? ¿Por qué? 11.- ¿En qué consiste la reconciliación intra eclesial? 12.- ¿En qué consiste la reconciliación extra eclesial? 13.- La Cuaresma es tiempo de dar frutos? ¿Por qué? En tu Parroquia ¿Es necesaria la conversión pastoral en tu parroquia? ¿Por qué? ¿Podrías mencionar algunos aspectos que tiene que renovarse en las estructuras espirituales de tu parroquia? ¿Cómo te comprometerías? ¿Te gustaría ser parte de la solución a los problemas y las falencias de la pastoral parroquial? ¿Te comprometerías ayudar a tu párroco? ¿Te comprometerías a formar parte del Proyecto de Renovación Arquidiocesano que trabaja para ponerle una nueva imagen a la Iglesia? El Papa Francisco nos dice: “La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, solo se puede testimoniar lo que antes de ha experimentado” (Mensaje para vivir la Cuaresma 2015).
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Padre nuestro Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y RECONCILIACIÓN Este sacramento es una propuesta saludable que ofrece la Iglesia a todos aquellos que desean obtener el perdón y la remisión de los pecados cometidos a partir del Bautismo (Cf. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, Constitución dogmática sobre la Iglesia, 11); suscitando en el pecador un nuevo impulso de vida reconciliada consigo mismo, con el prójimo, con la creación y con Dios. “Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen, queden perdonados, y a quienes no libren de sus pecados, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23). Este sacramento es administrado por el sacerdote que debe mirar al penitente con ojos de misericordia, no consiste en acusar, sino, precisamente, en curar. Para que el sacerdote pueda estar dispuesto en la administración de este sacramento es necesario tener experiencia de la misericordia de Dios en la vida personal y en los fieles laicos que concurren frecuentemente a la sanación y salvación de su alma. En la medida que el sacerdote guste del sacramento de la penitencia y reconciliación encontrará la fuente inagotable de la renovación de vida en la gracia de Dios. “Los ministros de la gracia sacramental se unen íntimamente a Cristo Salvador y Pastor por la fructuosa recepción de los sacramentos, sobre todo en la frecuente acción sacramental de la Penitencia, puesto que, preparada con el examen diario de conciencia, favorece tantísimo la necesaria conversión del corazón al amor del Padre de las misericordias” (Presbyterorum Ordinis, Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, 18).
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a.- Aspectos del sacramento: Los aspectos complementarios e indisolubles del sacramento de la penitencia y reconciliación son la individualidad y la eclesialidad. 1.- Individualidad. Esta primera dimensión del sacramento es el encuentro íntimo entre Dios y el hombre. Ante la presencia de un Dios, bueno y misericordioso, no se puede evadir ni justificar la culpabilidad del pecado personal. Tampoco se puede concebir que el perdón se lo conceda uno mismo. “Ante todo, hay que afirmar que nada es más personal e íntimo que este Sacramento en el que el pecador se encuentra ante Dios solo con su culpa, su arrepentimiento y su confianza” (Reconciliatio et paenitentia, 31).
2.- Eclesialidad. En esta segunda dimensión del sacramento, la Iglesia, ofendida y herida por el pecado personal del bautizado, se convierte en casa y escuela del perdón. El ministro designado para esta misión es el sacerdote; que en nombre de Dios y de la Iglesia perdona los pecados; devolviéndole la gracia de ser Hijo de Dios y miembro de nuestra santa madre Iglesia. Rechazar este segundo aspecto del sacramento sería caer en el error del ego-penitencierismo o narci-penitencierismo. “El Sacerdote, ministro de la penitencia, aparece en virtud de su ministerio sagrado como testigo y representante de esa dimensión eclesial” (Ibidem, 31). b.- Nombres del sacramento: La Iglesia, a través de los siglos, ha reconocido este sacramento bajo las siguientes denominaciones.
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Sacramento de conversión. “Volveré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra Dios y contra ti” (Lc15,18). Sacramento de penitencia. “Muestren los frutos dignos de la penitencia” (Lc 3,8).
Sacramento de confesión. Porque es la declaración o manifestación de los pecados ante el sacerdote (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, N° 1424). Sacramento del perdón. “Y cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que el Padre del Cielo, Padre de ustedes, les perdone también sus faltas” (Mc 11,25-26). Sacramento de reconciliación. ¡Déjense reconciliar con Dios!: se lo pedimos en nombre de Cristo” (2Cor 5,20).
c.- Efectos del sacramento. Los efectos son todos aquellos beneficios saludables que ocasionará el sacramento en la vida del cristiano. Los efectos son los siguientes: “La reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia; La reconciliación con la Iglesia; La remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales; La remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado; La paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual; El acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano” (Catecismo de la Iglesia Católica, N° 1496). d.- Formas de confesión. La Iglesia reconoce oficialmente tres formas de administración del sacramento. Cada una de éstas se tiene que administrar de manera adecuada. “Siguiendo las indicaciones del Concilio Vaticano II, el Ordo Paenitentiae ha autorizado tres formas que, salvando siempre los elementos esenciales, permiten adaptar la celebración del Sacramento de la Penitencia a determinadas circunstancias pastorales” (Reconciliatio et paenitentia, N° 32).
1.- Reconciliación de cada penitente. Es la tradicional confesión de un solo penitente y la más recomendada.
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“constituye el único modo normal y ordinario de la celebración sacramental, y no puede ni debe dejar de ser usada o descuidada” (Ibidem., N°32). Esta primera forma resalta el diálogo del penitente con el confesor. El penitente solicita espontáneamente la sanación de su alma herida por pecado. Es la fórmula que anima a salir de la apatía espiritual e invita a recorrer el camino que lleva a la salvación.
2.- Reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individual. Es una convocatoria masiva para la administración del sacramento. En esta convocatoria masiva, que la Iglesia enfatiza durante la Cuaresma, deben estar presentes varios sacerdotes que faciliten la administración. “Aunque con los actos preparatorios permite subrayar más los aspectos comunitarios del Sacramento, se asemeja a la primera forma en el acto sacramental culminante, que es la confesión y la absolución individual de los pecados, y por eso puede equipararse a la primera forma en lo referente a la normalidad del rito” (Ibidem., N° 32). Dentro de la actitud comunitaria que le distingue de la primera forma, “subraya mejor el carácter eclesial de la conversión y de la reconciliación” (Ibidem., N° 32); iluminada por la lectura de la Palabra de Dios. Esta fórmula no debe caracterizarse por motivaciones coyunturales y subjetivas, sino, fundamentalmente por la obediencia a la disciplina penitenciaria de la Iglesia. Como por ejemplo, durante la Cuaresma, las peregrinaciones, retiros espirituales, celebraciones penitenciales y jubileos.
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3.- Reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución general. Es la confesión que debe aplicarse en situaciones de emergencia. “Reviste un carácter de excepción y por tanto no queda a la libre elección, sino que está regulada por la disciplina fijada para el caso” (Ibidem., N° 32). Esta tercera fórmula se utiliza “en casos de grave necesidad” (Ibidem., N° 33). Por lo que “no se deja en efecto a la libertad de los pastores y de los fieles el escoger entre las mencionadas formas de celebración” (Ibidem., N° 33). Cabe resaltar que en esta tercera fórmula “aquel a quien se le perdonan pecados graves con una absolución general, debe acercarse a la confesión individual lo antes posible, en cuanto tenga ocasión” (Código de Derecho Canónico, N° 963). Esta forma se aplica en las siguientes circunstancias: “Cuando hay un peligro inminente de muerte sin que el sacerdote o los sacerdotes tengan tiempo suficiente para oír la confesión de cada penitente” (Catecismo de la Iglesia Católica, N° 1483). Por ejemplo, un accidente y por una concurrencia masiva de los penitentes ante la presencia de un solo sacerdotes. e.- Pasos de la confesión. Para realizar una tranquila confesión se debe conocer los cinco pasos.
1.- Examen de conciencia. Es la detallada evaluación de nuestra conciencia; que se debe realizar previamente según la voluntad de Dios (Cf. Col 1,20). “Conviene preparar la recepción de este sacramento mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, N° 1454). 2.- Dolor de corazón. Es la expresión de arrepentimiento de los pecados cometidos; dolor que se hace consciente de los pecados cometidos y el corazón dirigido firmemente a Dios (Cf. Salmo 51[50],6). Es el sufrimiento voluntario del corazón por los pecados que alejan
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del amor de Dios y de la Iglesia (Cf. Catecismo de la Iglesia católica, 1450). 3.- Propósito de enmienda. Es la promesa que hace el cristiano consigo mismo, olvidando lo que queda atrás y lanzándose por el camino de la esperanza que Dios ofrece (Cf. Fil 3,13). “Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador” (Catecismo de la Iglesia Católica, N°1453). 4.- Confesión de boca. Es la acción de contar al sacerdote los pecados cometidos con la finalidad de expresar nuestro sincero arrepentimiento y quedar limpio de toda maldad (Cf. 1Jn 1,9). “La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia” (Catecismo de la Iglesia Católica, N° 1456). 5.- Satisfacción de obra. Es la complacencia que el cristiano obtiene y la enmienda que tenga que realizar; dando testimonio de la bondad de Dios, Padre de misericordia (Cf. Tit 3,4-5). “Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas)... Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo” (Catecismo de la Iglesia Católica, N° 1459).
Preguntas para reflexionar 1.- ¿La confesión es un sacramento? 2.- ¿Con qué otros nombres se le conoce a la confesión? 3.- ¿Cuáles son los efectos que ocasiona la confesión? ¿Podrías mencionarlos cada uno de ellos? 4.- ¿Cuántas formas de confesión hay? ¿Podrías enumerarlos? ¿Cuáles son las diferencias en cada uno de éstos? 5.- ¿Cuáles son los pasos de la confesión?
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Propósito de la Cuaresma Promete confesarte de corazón por estar arrepentido de tus pecados. Seguir los pasos de la confesión. Acercarte al sacerdote para confesarle tus pecados. Arrepentirte de tus pecados. Hacer la promesa de no someter tu vida al dominio del pecado. El Papa Francisco nos dice “Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.” (Mensaje para vivir la Cuaresma 2015). Oraciones: Yo pecador Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los Ángeles, a los Santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, Nuestro Señor. Acto de contrición ¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amen.
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Confesión del pecador arrepentido “Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad, por tu gran corazón, borra mi falta. Que mi alma quede limpia de malicia, purifícame tú de mi pecado. Pues mi falta yo bien la conozco y mi pecado está siempre ante mí; contra ti, contra ti sólo pequé, lo que es malo a tus ojos yo lo hice. Por eso en tu sentencia tú eres justo, no hay reproche en el juicio de tus labios. Tú ves que malo soy de nacimiento, pecador desde el seno de mi madre. Mas tú quieres rectitud de corazón, y me enseñas en secreto lo que es sabio. Rocíame con agua, y quedaré limpio; lávame y quedaré más blanco que la nieve. Haz que sienta otra vez júbilo y gozo y que bailen los huesos que moliste. Aparta tu semblante de mis faltas, borra en mí todo rastro de malicia.
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Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un firme espíritu. No me rechaces lejos de tu rostro ni me retires tu espíritu santo. Dame tu salvación que regocija, y que un espíritu noble me dé fuerza. Mostraré tu camino a los que pecan, a ti se volverán los descarriados. Líbrame, oh Dios, de la deuda de sangre, Dios de mi salvación, y aclamará mi lengua tu justicia. Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza. Un sacrificio no te gustaría, ni querrás si te ofrezco, un holocausto. Mi espíritu quebrantado a Dios ofreceré, pues no desdeñas a un corazón contrito. Favorece a Sión en tu bondad: reedifica las murallas de Jerusalén; entonces te gustarán los sacrificios, ofrendas y holocaustos que se te deben; entonces ofrecerán novillos en tu altar” (Salmo 51[50],3-21).
PARÁBOLAS DE CONVERSIÓN Y PERDÓN Las parábolas son relatos figurados que, por analogía o semejanza, se basan en la experiencia cotidiana de la vida y revelan una verdad espiritual. Las parábolas eran contadas por Jesús para asegurar su mensaje eficaz del Reino de Dios a la gente sencilla y de buen corazón (Cf. Mt 10,11-14). El evangelio de Lucas ofrece, de manera excelente, tres parábolas que enseñan el perdón de Dios y la verdad de la conversión de la persona. Las tres parábolas expresan el proceso ascendente y descendente de la conversión. En la primera, describe la opción preferencial que Dios hace por el pecador, no exclusivo ni excluyente; en la segunda, describe la fusión de sentimiento del perdón entre Dios y el hombre; en la tercera, el gozo y la alegría que ocasiona el perdón. Parábolas que, análogamente, describen el proceso de conversión en la liturgia Cuaresma.
1.- La oveja perdida (Lc 15,3-7). Esta parábola enseña el infinito amor de Dios por sus hijos que se han perdido en el pecado y busca hasta encontrarlos. Es la parábola de la opción preferencial de Dios por los pecadores y no por el pecado. “Entonces Jesús les dijo esta parábola: «Si alguno de ustedes pierde una oveja de las cien que tiene, ¿no deja las otras noventa y nueve en el desierto y se va en busca de la que se le perdió, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra se la carga muy feliz sobre los hombros, y al llegar a su casa reúne a los amigos y vecinos y les dice: “Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido.” Yo les digo que de igual modo habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse”.
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Preguntas para reflexionar 1.- ¿A quién representa el buen pastor? 2.- ¿A quién representa la oveja perdida? 1.- ¿Valió la pena haber dejado las 99 ovejas para ir en busca de la perdida? El Papa Francisco nos dice “También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir.” (Mensaje para vivir la Cuaresma 2015). 2.- El Padre Misericordioso (Lc 15,11-32). Es una radiografía de todo el proceso de conversión de vida cristiana. Esta parábola describe el sentimiento humano de Dios, Padre de Misericordia y el sentimiento divino del hombre, hambriento de la misericordia de Dios. “Jesús continuó: «Había un hombre que tenía dos hijos. El menor dijo a su padre: “Dame la parte de la hacienda que me corresponde.” Y el padre repartió sus bienes entre los dos. El hijo menor juntó todos sus haberes, y unos días después, se fue a un país lejano. Allí malgastó su dinero llevando una vida desordenada. Cuando ya había gastado todo, sobrevino en aquella región una escasez grande y comenzó a pasar necesidad. Fue a buscar trabajo, y se puso al servicio de un habitante del lugar que lo envió a su campo a cuidar cerdos. Hubiera deseado llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero nadie le daba algo. Finalmente recapacitó y se dijo: ¡Cuántos asalariados de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Tengo que hacer algo: volveré donde mi padre y le diré: «Padre, he pecado contra Dios y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus asalariados.» Se levantó, pues, y se fue donde su padre. Estaba aún lejos, cuando su padre lo vio y sintió compasión; corrió a echarse a su cuello y lo besó. Entonces el hijo le habló: «Padre, he pecado contra Dios y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo.» Pero el padre dijo a sus servidores: «¡Rápido! Traigan el mejor vestido y pónganselo. Colóquenle un anillo en el dedo y traigan calzado para sus pies. Traigan el ternero gordo y mátenlo; comamos y hagamos fiesta, porque este
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hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado.» Y comenzaron la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercaba a la casa, oyó la orquesta y el baile. Llamó a uno de los muchachos y le preguntó qué significaba todo aquello. El le respondió: «Tu hermano ha regresado a casa, y tu padre mandó matar el ternero gordo por haberlo recobrado sano y salvo.» El hijo mayor se enojó y no quiso entrar. Su padre salió a suplicarle. Pero él le contestó: «Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y a mí nunca me has dado un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. Pero ahora que vuelve ese hijo tuyo, que se ha gastado tu dinero con prostitutas, haces matar para él el ternero gordo.» El padre le dijo: «Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero había que hacer fiesta y alegrarse, puesto que tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado»” Preguntas para reflexionar: 1.- ¿A quién representa la el Padre misericordioso? 2.- ¿Cuáles son las virtudes y los defectos del hijo menor, más conocido como le hijo pródigo? 3.-¿Qué piensa el hijo mayor de su hermano menor? El Papa Francisco nos dice “Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y a las hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.” (Mensaje para vivir la Cuaresma 2015) 3.- La dracma perdida (Lc 15,8-10). Esta parábola resalta la doble alegría de Dios y el hombre: la alegría de Dios por el pecador que se convierte y la alegría del mismo pecador que ha sido perdonado.
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“Y si una mujer pierde una moneda de las diez que tiene, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y apenas la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: Alégrense conmigo, porque hallé la moneda que se me había perdido. De igual manera, yo se lo digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte.»”. Preguntas para reflexionar 1.- ¿Cuál es más importante en la parábola, la dracma perdida o la actitud de la mujer? 2.- ¿Cuál era más importante, el valor de la moneda o la esperanza que la mujer había puesto en encontrar la moneda? 3.- ¿Cuál fue la actitud de la mujer al encontrar la dracma perdida? El Papa Francisco nos dice “La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar el interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad”. (Mensaje para vivir la Cuaresma 2015)
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LA CONVERSIÓN EN EL MUNDO ACTUAL El mundo actual en que vivimos requiere del cristiano una nueva conversión que le conduzca al encuentro de Jesucristo vivo, “luz para alumbrar a las naciones” (Lc 2,32). El Apóstol de los gentiles, al dirigirse a la comunidad cristiana de Roma, exhorta de la siguiente manera: “Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de despertar. Nuestra salvación está ahora más cerca que cuando llegamos a la fe” (Rm 13, 11). Este texto de la Sagrada Escritura aviva la conciencia de conversión para estos tiempos, marcados profundamente por los pecados actuales. La IV Conferencia de Episcopado Latinoamericano, para empezar este camino de conversión, que lleva a una transformación de las realidades humanas, propuso renovar la actividad misionera de la Iglesia, en los diversos ámbitos de la sociedad, con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones (Cf. Documento de Santo Domingo, conclusiones, N° 48). Para continuar firmes en el camino de la conversión, especialmente en estos tiempos, se debe “adquirir una mirada contemplativa de la realidad, que le permita reconocer a Dios siempre y en todas las cosas; contemplarlo en todas las personas; buscar su voluntad en los acontecimientos” (Iglesia en América, N° 29). Acontecimientos que requieren una conversión pastoral, ecológica, social y bíblica. 1.- Conversión pastoral No obstante, destaco que lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes. Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una «simple administración»[21]. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un «estado permanente de misión» (Papa Francisco, La Alegría del Evangelio, N° 25).
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La pastoral de la Iglesia es la actividad permanente que se desarrolla conjuntamente entre los ministros y los fieles laicos. Este ejercicio misionero se fundamenta, desde la Palabra de Dios, en la persona de Jesucristo que dice: “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). La pastoral de la Iglesia consiste, precisamente, en el mandato misionero de ir por el mundo entero, anunciar la Buena Noticia de la salvación y fomentar el discipulado de Jesucristo (Cf. Mt 28,19-20; Mc16,15); para que en él, nuestros pueblos, tengan vida plena en abundancia (Cf. Jn 10,10). En estos últimos tiempos, la Iglesia de tradición apostólica, se ha convertido en testigo de las grandes transformaciones sociales y culturales del mundo; transformaciones que han ido exigiendo nuevos retos y desafíos a la misión de la Iglesia en la espiritualidad de comunión y el consiguiente Proyecto de Renovación Pastoral. Esta realidad socio-cultural interpela una conversión pastoral “de la Iglesia que no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros” (Documento de Aparecida, N° 367). Ante esta realidad, nuestra santa madre Iglesia ha asumido con caridad y esperanza los retos y desafíos del mundo actual; exigiendo a las diversas comunidades existentes en la Iglesia, el paso de una pastoral apoltronada a una pastoral misionera. “Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe.” (D.A., N° 365). Es decir, una conversión misionera en la actualidad de la Iglesia, fundamentada en el testimonio misionero de los Apóstoles. Para que la eficacia de la conversión pastoral esté latente y patente en el corazón y vida de la Iglesia es necesario experimentar una conversión personal que aliente el servicio amoroso y generoso de la Iglesia entera. Esta conversión personal, que debe ser el punto de partida de todos los miembros de la Iglesia, tiene que ser viva y eficaz en la consi-
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guiente renovación pastoral de la Iglesia. Con exactitud resalta La V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe: “La conversión de los pastores nos lleva también a vivir y promover una espiritualidad de comunión y participación, “proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades”. La conversión pastoral requiere que las comunidades eclesiales sean comunidades de discípulos misioneros en torno a Jesucristo, Maestro y Pastor. De allí, nace la actitud de apertura, de diálogo y disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación efectiva de todos los fieles en la vida de las comunidades cristianas” (DA 368). La Cuarta Conferencia del Episcopado Latinoamericano, realizado en Santo Domingo, ya había enfatizado esta actitud al decir que “la nueva evangelización exige la conversión pastoral de la Iglesia. Tal conversión debe ser coherente con el Concilio. Lo toca todo y a todos: en la conciencia y en la praxis personal y comunitaria, en las relaciones de igualdad y de autoridad; con estructuras y dinamismo que hagan presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz, sacramento de salvación universal” (Documento de Santo Domingo, N° 30). Definitivamente; todos estamos llamados a asumir esta actitud permanente de conversión pastoral, cada uno según la vocación específica (Documento de Aparecida, N°366). Por eso, la Cuaresma se une a la propuesta programática la Iglesia en la persona del Papa Francisco para fomentar, con gozo y esperanza, una impostergable renovación eclesial; haciendo de nuestras parroquias comunidad de comunidades. Porque es necesario esta conversión “tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión” (Papa Francisco, La Alegría del Evangelio, N° 28).
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2.- Conversión bíblica “No hay que mutilar la integralidad del mensaje del Evangelio… El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos…Si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro peor peligro. Porque no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener «olor a Evangelio»” (Papa Francisco, La Alegría del Evangelio, N° 39). “La palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo” (Hb 4,12). Todo aquél que lo lea y escuche encontrará, sin duda alguna, aliento y esperanza para su vida. “Así, pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados “la palabra de Dios se difunda y resplandezca” y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene más y más los corazones de los hombres” (Dei Verbum, N° 26). La Iglesia, madre y maestra, en estos últimos tiempos, caracterizada por el activismo y pragmatismo, está llamada a ser “luz del mundo” (Cf. Jn 8,12) por medio de la Palabra de Dios que “es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual” (Dei Verbum, N° 21). A pesar de estas inconmensurables riquezas, el hombre se ha alejado de la Palabra de vida eterna, ha cerrado su mente y su corazón al entendimiento y ha preferido vivir de espalda a las enseñanzas de Dios. Ante esta realidad, la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y El Caribe, dentro del proceso de conversión bíblica, propone la renovación pastoral que “difunda la Palabra de Dios, la anuncie con alegría y valentía y realice la formación de los laicos de tal modo que puedan responder a las grandes preguntas y aspiraciones de hoy e insertarse en los diferentes ambientes, estructuras y centros de decisión de la vida urbana” (Documento de Aparecida, N° 517h). En estos tiempos modernos, es necesa-
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rio redescubrir nuevas experiencias a partir de las Sagradas Escrituras que animen la vida de nuestros pueblos. Por eso, “Nunca hemos de olvidar que el fundamento de toda espiritualidad cristiana auténtica y viva es la Palabra de Dios anunciada, acogida, celebrada y meditada en la Iglesia. Esta relación con la divina Palabra será tanto más intensa cuanto más seamos conscientes de encontrarnos ante la Palabra definitiva de Dios sobre el cosmos y sobre la historia” (Verbum Domini, N° 121). Es impresionante el discurso de Jesús, en el Evangelio de Juan, cuando se dirigió a la gente en Cafarnaún. Muchos de sus seguidores lo dejaron por el duro y profundo lenguaje que hablaba acerca de la vida eterna. Quedándose solamente con sus apóstoles les preguntó: “¿Quieren dejarme también ustedes?” (Jn 6,67). De aquí surge la respuesta de Pedro, más impresionante aún: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). Por eso, es necesario volver a tener esta experiencia gozosa de la Palabra de Dios que ilumina la mente, robustece las voluntades, enciende los corazones y alimenta a sus hijos con las divinas enseñanzas en el amor de Dios y el prójimo (Dei Verbum, N° 23). El cardenal François-Xavier Nguyen van Thuan, en la predicación de los ejercicios espirituales dados en el Vaticano, en presencia del Papa Juan Pablo II, con motivo del Gran Jubileo del año 2000, preguntaba: “¿Cómo puedo realizar, en este año jubilar, un cambio de mentalidad, una constante reevangelización de la vida, una auténtica conversión?” La respuesta lo encontró en la experiencia del mismo Juan Pablo II que atravesó la Puerta Santa únicamente con el Evangelio. Entonces aprendió una gran lección al decir: “he ahí el camino para recorrer el tercer milenio: una iglesia que acoge, vive, comparte y anuncia el Evangelio de la esperanza” (Cf. Testigos de la esperanza, p. 80). El tiempo de Cuaresma, desde sus raíces bíblicas, requiere de cada uno de los hombres la auténtica conversión que “debe prepararse y cultivarse con la lectura orante de la Sagrada Escritura” (Iglesia en América, N° 26). Definitivamente, en la conversión bíblica, la Palabra de Dios es “una palabra que transforma los corazones y lleva al pueblo a la conversión” (Cf. Ez 33,10-20). 3.- Conversión social “La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la
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humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean” (Papa Francisco, La Alegría del Evangelio, N° 24) En los textos de los Evangelios, Nuestro Señor Jesucristo, después de haber hablado a la gente acerca del Reino de Dios, “dijo a Simón: Rema mar adentro y echa las redes para pescar” (Lc 5,4). “Remar mar adentro”, orden que dio Jesús a sus apóstoles, significaban los desafíos que tenían que afrontar en la sociedad de entonces. “Remar mar adentro”, fueron las primeras palabras pronunciadas por el Papa Juan Pablo II, al iniciar una nueva era de la civilización, invitando a “pensar en el futuro que nos espera” (Al comienzo del nuevo milenio, Exhortación Apostólica sobre la clausura del Gran Jubileo del año 2000, N° 3). Ante los desafíos actuales que se oponen a la enseñanza y estilo de vida del Evangelio, nuestra santa madre Iglesia expresa su pleno conocimiento de tres realidades muy importantes que tengan que ser afrontadas con caridad y esperanza: “El primero de los grandes desafíos, que la humanidad enfrenta hoy, es el de la verdad misma del ser-hombre. El límite y la relación entre naturaleza, técnica y moral son cuestiones que interpelan fuertemente la responsabilidad personal y colectiva en relación a los comportamientos que se deben adoptar respecto a lo que el hombre es, a lo que puede hacer y a lo que debe ser. Un segundo desafío es el que presenta la comprensión y la gestión del pluralismo y de las diferencias en todos los ámbitos: de pensamiento, de opción moral, de cultura, de adhesión religiosa, de filosofía del desarrollo humano y social. El tercer desafío es la globalización, que tiene un significado más amplio y más profundo que el simplemente económico, porque en la historia se ha abierto una nueva época, que atañe al destino de la humanidad” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, N° 16). Debemos tener presente que la sociedad ha progresado enormemente en muchos aspectos de la realidad como el “crecimiento econó-
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mico, cultural y tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no sólo a millones y millones de personas al margen del progreso, sino a vivir en condiciones de vida muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana” (Al comienzo del nuevo milenio, N° 50). Estos niveles ínfimos de vida, ocasionados por la globalización de nuestros tiempos, son denominados por la Iglesia Latinoamericana como los nuevos rostros de la pobreza. Ellos son: “Los migrantes, las víctimas de la violencia, desplazados y refugiados, víctimas del tráfico de personas y secuestros, desaparecidos, enfermos de HIV y de enfermedades endémicas, tóxicodependientes, adultos mayores, niños y niñas que son víctimas de la prostitución, pornografía y violencia o del trabajo infantil, mujeres maltratadas, víctimas de la exclusión y del tráfico para la explotación sexual, personas con capacidades diferentes, grandes grupos de desempleados/as, los excluidos por el analfabetismo tecnológico, las personas que viven en la calle de las grandes urbes, los indígenas y afroamericanos, campesinos sin tierra y los mineros” (Documento de Aparecida, N° 402). Estos nuevos rostros de la pobreza deben interpelar al cristiano, desde la Doctrina Social de la Iglesia, a la solidaridad, el respeto, el amor y la promoción humana que comienza siendo “un pequeño arroyo que confluirá en el gran río de la caridad cristiana que recorre la historia” (Al comienzo del nuevo milenio, N° 53). Definitivamente; el pecado de la sociedad está encarnado en los nuevos rostros de la pobreza que repercuten en la Iglesia y en la misma sociedad; por eso, en el tiempo de Cuaresma, prime la espiritualidad de conversión social para que nuestros pueblos tengan vida plena y en abundancia (Cf. Jn 10,10). La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y El Caribe asume la Doctrina Social de la Iglesia, dentro de la espiritualidad de conversión, como “una invaluable riqueza, que ha animado el testimonio y la acción solidaria de los laicos y laicas, quiénes se interesan cada vez más por su formación teológica, como verdaderos misioneros de la caridad, y se esfuerzan por transformar de manera efectiva el mundo según Cristo” (Documento de Aparecida, N° 99f); todo esto, de acuerdo al testimonio de las primeras comunidades cristianas que tenían “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Tener un mismo sentimiento cristiano implica el deber de vivir pa-
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cíficamente entre los hermanos, respetar el derecho del prójimo y la contribución eficaz en la edificación de una sociedad más justa, más fraterna y más solidaria donde “el moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la interdependencia, que intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a la familia humana, pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra comunión” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, N° 33). La conversión social plasma en la Iglesia y la sociedad un cambio de mentalidad que le haga más cristiana y más humana. Por eso, “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (Gaudium et Spes, N° 1). En la conversión social, Dios baja en medio de su pueblo para liberarlos de la esclavitud del pecado, conducirlos a la tierra prometida y devolverles la liberación de hijos de Dios. (Cf. Ex 3,1ss) 4.- Conversión ecológica “Los seres humanos no somos meros beneficiarios, sino custodios de las demás criaturas. Por nuestra realidad corpórea, Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación. No dejemos que a nuestro paso queden signos de destrucción y de muerte que afecten nuestra vida y la de las futuras generaciones. Pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (Papa Francisco, La Alegría del Evangelio, N° 214-215). La Iglesia ha asumido en estos últimos tiempos, con gozo y esperanza, la preocupación por el daño y deterioro de la casa común que es el planeta. Esta preocupación no es ajena e indiferente a la Iglesia porque el planeta donde vivimos es la misma creación de Dios que un día, después de haber creado todo, encomendó al hombre diciendo: “Llenen la tierra
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y sométanla…Hoy les entrego para que se alimenten, toda clase de plantas, con semillas que hay sobre la tierra y toda clase de árboles frutales” (Gén 1,28-29); misión divina que no quiso expresar, exactamente, autoridad sino responsabilidad del hombre sobre la creación. El tiempo de Cuaresma, dentro de las propuestas de conversión, invita a tomar conciencia de las maravillas de la creación y reconocer el infinito amor de Dios: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?” (Salmo 8,4-56). El hombre asumirá conciencia ecológica en la medida que contemple las maravillas de la creación; y, consiguientemente, entrará en el proceso de conversión ecológica al saber “que toda la creación sigue con sus gemidos y dolores de parto” (Rm 8,22). Sufrimiento que “a la vista de todos están las crecientes devastaciones causadas en la naturaleza por el comportamiento de hombres indiferentes a las exigencias recónditas —y sin embargo claramente perceptibles— del orden y de la armonía que la sostienen” (Juan Pablo II, Paz con Dios creador, paz con toda la creación, Mensaje con motivo de la XXIII Jornada Mundial de la Paz, N° 5, 1 de enero de 1990). Ante esta realidad, el Papa Benedicto XVI interpela la conciencia del hombre ante una inminente crisis ecológica, con los siguientes cuestionamientos: “¿Cómo permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales? ¿Cómo descuidar el creciente fenómeno de los llamados «prófugos ambientales», personas que deben abandonar el ambiente en que viven —y con frecuencia también sus bienes— a causa de su deterioro, para afrontar los peligros y las incógnitas de un desplazamiento forzado? ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales?” (Si quieres promover la paz, protege la creación, Mensaje con motivo de la XLIII Jornada Mundial de la Paz, N° 4, 1 de enero del 2010). Este examen de conciencia ecológico conlleva a un análisis de la
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realidad que invita a tener “un cambio efectivo de mentalidad que nos lleve a adoptar nuevos estilos de vida” (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, N° 51) porque “las generaciones que nos sucedan tienen derecho a recibir un mundo habitable y no un planeta con aire contaminado” (Documento de Aparecida, N° 471). La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y El Caribe, dentro de sus propuestas y orientaciones para una conversión ecológica, pide “evangelizar a nuestros pueblos para descubrir el don de la creación, sabiéndola contemplar y cuidar como casa de todos los seres vivos y matriz de la vida del planeta, a fin de ejercitar responsablemente el señorío humano sobre la tierra y los recursos, para que pueda rendir todos sus frutos en su destinación universal, educando para un estilo de vida de sobriedad y austeridad solidarias” (Documento de Aparecida, N° 474a). Es necesario reconciliar al hombre con la creación entera para mirar con nuevos ojos las huellas de Dios en el mundo; “por el contrario, la arrogancia del hombre que vive «como si Dios no existiera», lleva a explotar y deteriorar la naturaleza, sin reconocer en ella la obra de la Palabra creadora” (Verbum Domini, N° 108). La Cuaresma invita a mirar con humildad la humanidad, enseña a reconocer los pecados que atentan la ecología y alienta a redescubrir la creación como un don de Dios. La Cuaresma, como tiempo privilegiado de conversión, extiende su reflexión a la ecología humana, ecología social y ecología política.
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Oración del Proyecto Arquidiocesano de Renovación Pastoral Padre nuestro, que enviaste al mundo a tu Hijo Jesús, para que tengamos vida y vida en abundancia. Mira nuestra pequeñez, como Arquidiócesis de Huancayo, y envíanos al Espíritu Santo. Que su aliento creador nos anime en la búsqueda de tu voluntad; que su gracia nos haga crecer como discípulos en la Espiritualidad de Comunión para que nuestras comunidades parroquiales sean la expresión de una Iglesia de puertas abiertas y en salida misionera. Que tu Espíritu ilumine la conciencia de los bautizados y bautizadas que formamos la Iglesia Arquidiocesana de Huancayo para que, con un corazón renovado, nos incorporemos al dinamismo espiritual del Proyecto de Renovación Pastoral, como respuesta a los desafíos de la Iglesia y de la sociedad en la que vivimos. Ayúdanos a asumir el compromiso que nos corresponde como miembros de esta porción de pueblo de Dios que es la Arquidiócesis de Huancayo. Fortalece nuestro testimonio con una voluntad entusiasta para que mantengamos viva la Alegría del Evangelio y estemos atentos a los sufrimientos y clamores de nuestro pueblo. Por la especial intercesión de nuestra madre, la virgen de Cocharcas, seamos fieles, como ella, para colaborar contigo en la creación de un mundo más justo, humano y solidario. ¡Venga a nosotros tu reino, Señor! Amén.