PRร FUGOS
AMBIENTALES
Serie - Literatura ecolรณgica
Jaime Quispe Palomino
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Prรณfugos ambientales Jaime Quispe Palomino
Prófugos ambientales Jaime Quispe Palomino
Es una publicación de: © Jaime Quispe Palomino Dirección: Jr Bruno Terreros N° 1521 AA. HH. Justicia Paz y Vida - El Tambo - Huancayo
jaime-quispe@hotmail.con
ISBN: Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2018-09076. Agosto 2018, Primera edición
Tiraje: 1000 ejemplares
Editado e impreso en Editora Imprenta Ríos SAC Jr. Puno 144, Huancayo Editado e Impreso en Perú / Printed in Peru
Queda prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización del titular de la propiedad intelectual.
Presentación Fiel a su irrenunciable vocación de educador, el escritor Jaime Quispe Palomino nos entrega un nuevo libro “Prófugos ambientales” referido al problema ecológico. Anteriormente publicó “Visión Ecológica de la Región Junín” (2010) “Ley de gravedad ecológica” (2011), los fascículos “El nevado de Huaytapallana”, “El lago Chinchaycocha”, “El paradisíaco río Cunas”, “El serpenteante Jatunmayo”, “El sueño del sapo y la rana”, “La legendaria laguna de Paca” y “Ecofábulas” (2012), ahora nuevamente la preocupación por el ecosistema y la biodiversidad motivan al autor a continuar su cruzada por preservar nuestra casa universal: la madre tierra. Si hay un punto de coincidencia en todos los credos religiosos del mundo es, casualmente, el de reconocer el carácter sagrado de la tierra. Las tres grandes religiones de occidente, el cristianismo, 5
el islam y el judaísmo, comparten las enseñanzas del Génesis que recalcan el carácter sagrado de la naturaleza como obra de Dios, dejada en heredad y señorío a los hijos de Adán y Eva. La sacralidad de la tierra ya era resaltada en los credos babilónicos, griegos, romanos, aztecas, yorubas, etc. También en el mundo andino encontramos a la Mamapacha y a las otras diosas como Mama Sara, Mama Coca, Mama Cocha, etc. Los budistas afirman que todos los seres sensibles comparten las condiciones fundamentales del nacimiento, crecimiento, plenitud, vejez y muerte; las personas son inseparables de la naturaleza, somos parte de un solo ente universal, grande, poderoso y sagrado; por eso el budismo extiende el respeto más allá de las personas, en este sentido, su filosofía lleva a pensar que la solución a grandes crisis globales, como el cambio climático, empieza dentro de cada uno de nosotros, pues el mundo es interdependiente en lo existencial, moral, cosmológico y ontológico, el cambio que se produzca en nosotros mismos, posibilitará el cambio del todo universal. Es el mismo mensaje de las Naciones Unidas, 6
que en la Resolución 63/278 de la Asamblea General, reconoce a la Madre Tierra como “… una expresión común utilizada para referirse al planeta Tierra en diversos países y regiones, lo que demuestra la interdependencia existente entre los seres humanos, las demás especies vivas y el planeta que todos habitamos”. En la encíclica “Laudato si, mi Signore», el papa Francisco dice: – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba »… Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y 7
en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura…” Coincide con lo que decía Carlos Marx, desde la perspectiva del análisis histórico materialista: “…todo progreso de la agricultura capitalista no es solo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de este durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. […] La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajo…”, es decir, el desarrollo industrial deshumanizado puede llevarnos a la gran catástrofe universal; la tierra no es propiedad de nadie, en todos los tiempos, los hombres sólo somos sus usufructuarios y por eso, tenemos la 8
obligación de conservarla y dejarla en mejores condiciones a las futuras generaciones que vendrán, esa es nuestra responsabilidad ética. En eso también coincide el cardenal Pedro Barreto Jimeno quien al comentar el libro “Ecofábulas” y que puede extenderse como mensaje de este nuevo aporte, escribió: “invito a la lectura de este libro que describe la situación dramática que atraviesan la naturaleza, los nevados, los animales y el mismo hombre por el cambio climático…” No podemos, sino, unirnos a ese reclamo universal de proteger nuestra casa común, nuestra Mamapacha. Finalmente, aunándome a esta cruzada, comparto un fragmento de “Gaia”, el poemario de mi autoría, publicado en 1993, participando en este concierto de voces de la tierra: “Amo/ mi planeta/ enfermo/ grave/ e indefenso/ le amo/ y cortan sus árboles/ matan a sus animales/ ensucian su aire/ su agua/ su viva roca/ hasta su mismo fuego.” Nicolas Matayoshi
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Prófugos ambientales En un parque donde abundaban árboles y plantas de diferentes especies, habitaban también aves como los gorriones, jilgueros, picaflores y palomas; éstos no querían alejarse de la ciudad porque habían aprendido a vivir de la generosidad del hombre e hicieron del hábitat una gran amistad que nada los separaría. Hasta los pinos y cipreses se confundían entre ellos por su color característico, creyendo ser los mismos; y se dedicaban a adornar el entorno del parque con sus gruesos troncos, sus ordenadas ramas y sus escamosas hojas. Las personas que concurrían a este parque ecológico eran bienvenidos con los canticos de los gorriones, a veces lentos por la tristeza y otros rápidos por la alegría; pues reflejaban la emoción de la estación porque no siempre era primavera 13
en su corazón. Los arbustos, por su parte, se ponían en filas y ordenadamente abrazaban a todos los visitantes con el frescor de su sombra. Ambas especies se enraizaban en el suelo y sonreían al viento como en los días felices de su infancia; pues estaban acostumbrados a vivir sin esperar porque la contaminación varias veces quiso frenar el aliento de su trinar y avanzar su caminar. *** En el amanecer del nuevo día, refulgente por el sol primaveral, después de haber refrescado la tierra con la lluvia nocturna, Arón Gorrión se daba unos chapuzones en el pequeño charco de agua que se había formado con la lluvia, muy cerca del robusto Andrés Ciprés que por décadas se encontraba plantado en el mismo lugar. Por donde uno iba, al regresar, siempre se encontraba plantado en el mismo lugar, cual fiel amigo que quisiera buscar y encontrar. —¡Qué rica agua! —dijo Arón Gorrión, cantando el con el típico sonido de su armoniosa voz. —¡Provecho Arón! —gritó Piero Jilguero, colgado de una de las frágiles ramillas del ciprés 14
que se meneaba de un lado para otro por los inquietos movimientos que realizaba. —¿Y porqué tú no lo haces Piero Jilguero? — preguntó el adulto ciprés con su gruesa voz. —Nos estás pisando Piero Jilguero —los jazmines interrumpieron a una misma voz, que con sus tiernas y perfumadas voces se alzaban desde la tierra y se abrazaban en las robustas ramas del Andrés Ciprés. —¡Perdón, perdón! —se excusó delicadamente Piero Jilguero que de inmediato levantó sus alas para bajar al suelo y colocarse en las orillas del charco de agua donde se bañaba contento Arón Gorrión —¡Oye tú Piero Jilguero! —gritó Arón Gorrión por la confianza que se tenían— Hace qué tiempo que estás aquí, pues no me había dado cuenta —dijo el gorrión chillón muy sorprendido, mientras se terminaba de dar un chapuzón. Piero Jilguero, junto con sus amigos, habían huido del parque porque un día de aquellos, las autoridades del lugar, decidieron talar una gran cantidad de arbustos, arrancar las plantas y destrozar la grama que adornaba el lugar, para pavimentar con cemento cada rincón del parque 15
porqué así les había parecido mejor. Aquella vez, los arbustos que habían demorado muchos años en crecer, algunos hasta cincuenta años, fueron arrancados en un par de horas con las maquinarias que la tecnología ofrecía, aduciendo estar viejos y dar mal aspecto al ornato público; olvidando que los años no se miden por la apariencia sino por lo esencial de la vida. Estas autoridades, que un día regaban los parques y jardines para mantener en buen estado, de manera sorpresiva, cambiaron de actitud para extirpar irracionalmente lo que cuidaban; hasta el razonamiento crítico se transformó en producto descartable. Recordemos que los árboles, las plantas y la grama son los pulmones de la ciudad que oxigenan y purifican el medio ambiente donde vivimos; éstos aspiran el inservible dióxido de carbono que emiten los vehículos, las industrias, la basura, etc. y como una gran maravilla del mundo la purifican en su interior y sorprendentemente exhalan el oxígeno al medio ambiente donde vivimos. Por eso, la lógica ecológica consiste en mantener la conexión del hombre con la naturaleza que guarda el equilibrio proporcional entre la cantidad de vegetación y la respectiva 16
cantidad de oxígeno; pues a menor cantidad de vegetación se acrecienta la contaminación y el consiguiente calentamiento global. El parque quedó en escombros como si en él se hubiera liberado una batalla de depredadores. Las ramas quebradas estaban tiradas por todo lugar, el polvo había enterrado sus frágiles hojas, pues ya no podían respirar porque los escombros habían aplastado sus vidas. Los arbustos que quedaron temblaban de espanto, esperando la hora de su muerte; habían perdido la tranquilidad de su sombra y no podían descansar ni de noche ni de día. Las aves, a quienes les habían destruido sus nidos, de la misma manera, no tenían donde vivir y volaban espantadas sin encontrar un lugar donde habitar. El pequeño pulmón de la ciudad había quedado un desierto y las aves al no encontrar tranquilidad tuvieron que escapar prófugos a cualquier lugar. A la pregunta qué hizo Arón Gorrión, el Piero Jilguero respondió: —¡La semana pasada! —respondió con voz alta por el sonido ensordecedor que ocasionaban 17
los autos y buses que pasaban por el lugar. Definitivamente, somos testigos de la cantidad de vehículos que transitan cada día por las calles de la ciudad; rápidos que hasta los hombres se estaban acostumbrando a su ritmo como si fueran máquinas, olvidando el equilibrio emocional. —¿Cómo te fue el viaje? —preguntó Arón Gorrión que tenía las plumas estrujadas por el chapuzón que se había dado en el pequeño charco de agua—. Te fuiste mucho tiempo —le reclamó. —No tanto, pero, fueron momentos difíciles. Me fui porque no se podía vivir en este parque que destrozaron, de un momento a otro, nuestros nidos que estaban en las ramas de los arbustos. ¡No se podía vivir en paz! —argumentó Piero Jilguero. —La vida siempre seguirá siendo bella, aunque se entorpezca al andar, cual sea el motivo — Arón Gorrión reflexionó por todo lo que le había acontecido con la remodelación del parque y por la fuga que tuvo que realizar ante el inminente peligro de muerte. —Es cierto lo que dices —correspondió Piero Jilguero—. Yo también emigré a otro lugar pero 18
tuve que regresar para no dejar solo a nuestro viejo amigo Andrés Ciprés que se salvó de morir —comentó Arón Gorrión. —Gracias amigo —correspondió el viejo Andrés Ciprés—. Yo siempre guardé sus nidos por más que ustedes escaparon fugitivos de la muerte; pero tenía guardado en mi interior la firme esperanza que un día regresarían, pues no se olvidarían de este viejo amigo que siempre cuidó de ustedes —rebosaba de alegría. En efecto, Andrés Ciprés, Arón Gorrión y Piero Jilguero eran grandes amigos; habían muchos más pero solo estas aves regresaron; de los demás no se supo nada. —Yo también sabía que a mi regreso encontraría a nuestro amigo Andrés Ciprés —dijo Piero Jilguero— Me da alegría amigo volverte a ver—silbaba contento de alegría, saltaba entre las ramas de su viejo amigo y extendía sus pequeñas alas para abrazar sus ramas grandes. En esta conversación se desconectaron del mundanal ruido para transportarse al mundo entretejido por la alegría y la tristeza, por la tranquilidad y la larga travesía que las aves experimentaron en una determinada etapa de la 19
vida. —Como le dije a nuestro amigo Andrés Ciprés me fui al campo pensando encontrar un lugar tranquilo, no muy lejos de aquí, a unos kilómetros de distancia —describía Arón Gorrión—. Allí habían árboles, hierbas silvestres, aunque escasamente; pero a los pocos meses empezó el bullicio de la gente que, de la noche a la mañana, empezaron a construir sus casas. Entonces tuve que seguir emigrando lejos del lugar hasta encontrar un espacio donde habitar —a medida que terminaba de hablar su voz empezaba a temblar. Este drama que estaban experimentando las aves como Arón Gorrión y Piero Jilguero también sufrían los árboles, arbustos y plantas que por naturaleza no podían volar ni caminar; vivían resignados en el mismo lugar con la dramática situación de la vida como si fueran soldados de guerra en pie de lucha, dispuestos a vivir o morir; los animales, de igual manera, sufrían esta dramática situación de la contaminación y el desarrollo urbanístico que les obligaba a emigrar forzadamente a otros lugares donde habitar porque en la ciudad no había lugar; no se pensaba en la conservación de reservas naturales 20
del medio ambiente que favorezcan la protección de los animales y la variada vegetación, tampoco en la conciencia ecológica de preservar los alvéolos pulmonares de la ciudad que observan la contaminación y respiraban el oxígeno que purificaba el medio ambiente en que vivimos. Arón Gorrión estaba describiendo la situación como si la vida fuera una frustración; hasta que Andrés Ciprés interrumpió abruptamente: —¡Qué pasa amigo! ¡No hay porqué llorar! — dijo con socarrona voz. —Así es amigo —corroboró Piero Jilguero, queriendo reanimar la alegría ahogada de Arón Gorrión, en medio de su llanto. —Me siento alegre de volver a verlos y eso es lo que importa —expresó el motivado Andrés Ciprés. —Tienen razón —sollozó Arón Gorrión—. No debo dejar que la tristeza embargue mi corazón —recapacitó un momento, estiró el cuello, sacudió sus alas, levantó el pico y volvió a sonreír. El motivado Andrés Ciprés, con ganas de conocer sus aventuras, pidió a Arón Gorrión: —No has terminado de contarnos tu viaje 23
Arón Gorrión —pidió continuar. —¡Sí! —Piero Jilguero gritó efusivamente—. Termina de contarnos amigo —insistió. —Está bien, está bien —correspondió Arón Gorrión, secó sus lágrimas y retomó la conversación con la alegría de su corazón. —Te escuchamos —dijo el ocurrente Piero Jilguero, y se acomodaba en la grama del lugar. —Subí cerros hasta llegar a las altas cordilleras donde el sol brillaba esplendorosamente, en medio del firmamento azul. Las lagunas de aguas cristalinas tenían vida dentro de ellas. Las diversas especies de árboles, oriundos del lugar, como el quishuar, árbol sagrado de los incas, el aliso, que adornaban los bosques ribereños, arbustos como el quinual; también estaban los árboles frutales como la guinda y los nísperos, etc.; los campos de cultivo de papa, choclo, habas, quinua, maca, etc que parecían alfombrar la naturaleza adornaban el camino de esperanza por vivir un mundo mejor; también estaban los ríos que nacían en las altas cordilleras que a su paso, entre cascadas y quebradas, entre arroyos y riachuelos, cargaban sus agua en el río… —¿Viste a mis hermanos? —interrumpió 24
repentinamente Andrés Ciprés. —Sí, pude hablar con tus hermanos cipreses y también le hablé de ti querido amigo; eran tantos que se encontraban por todo lugar —respondió Arón Gorrión. —Pues somos una familia extendida por el mundo entero —dijo orgulloso Andrés Ciprés; luego preguntó preocupado—. ¿Cómo están ellos? —Contentos —respondió Arón Gorrión. —¿Qué te dijeron? —curioso por saber más de su gran familia. —Que la vida no está hecha para sobrevivir sino aprender a disfrutar el día porque en el sendero de la vida siempre encontraremos al pasajero de la adversidad que si no es hoy día será mañana —le transmitió Arón Gorrión. —¡Ahhhhhh! —atinó decir Andrés Ciprés—. Tienen muchas razón —le asintió. —¿Viste a algunos de los míos? —preguntó por su parte Piero Jilguero, siempre inquieto. —Por supuesto que si —respondió Arón Gorrión que no dejaba de silbar con su melodiosa voz. 25
—¿Cómo están ellos? —preguntó Piero Jilguero, por supuesto emocionadísimo. —Ellos están contentos y se pasan la vida viajando del campo a la ciudad —respondió el Arón Gorrión—. Viven en el campo y van en busca de comida a la ciudad, pero, antes del atardecer vuelven al campo para cobijarse en las ramas de los eucaliptos; también son buenos amigos del ciprés y del pino que con sus cantos alegran el día desde el alba hasta el ocaso. Tienen familias, dispersadas en todo lugar. Las inquietudes eran tantas por querer saber cómo estaban las diversas especies de aves, árboles y arbustos en el mundo, ya que todos estaban experimentando la misma situación, aunque de diversas maneras y en diversos lugares. Se trataba de un fenómeno migratorio y deforestación, de nivel mundial. —Disculpa la interrupción amigo Arón Gorrión —expresó Andrés Ciprés— continúa contándonos tu viaje —pidió otra vez. —¡Viaje interesante! —siguió interrumpiendo Piero Jilguero. —Gracias —retomó Arón Gorrión con respeto y continuó la narración—. Recuerdo que me dijo 26
aquél ciprés de la sierra —quedó suspendido en su memoria y después de un instante de silencio continuó—; era más viejo que tú Andrés y que a pesar de haber afrontado el frío aturdido de la sierra también tuvo que afrontar las sequías del campo, la contaminación de la ciudad, el sol que abrasaba con los rayos ultravioletas y las granizadas calamitosas. La realidad que estaba describiendo Arón Gorrión era el cambio climático irreversible que se manifestaba por medio de fenómenos como el recalentamiento global que está ocasionando las sequías, el efecto invernadero que hace descender la temperatura del medio ambiente a niveles inferiores de su normalidad, el agotamiento de la capa de ozono que afecta la salud de todo ser viviente y otros fenómenos más que se irán descubriendo con el transcurrir del tiempo. En efecto, la contaminación humana corrobora este daño y deterioro; por eso, es importante tomar conciencia ecológica del cuidado de nuestro planeta que es la casa de todos los hombres, animales, vegetales y minerales; en general, toda la biodiversidad. —Lo mismo está sucediendo con nosotros —confirmó Andrés Ciprés la grave situación 27
del cambio climático y continuó diciendo—. No pude movilizarme como ustedes, pero, me mantuve enraizado en la fuente de la vida, aunque afuera no pasaba el peligro. —No todas tuvieron la misma suerte porque en el camino vi volar otras aves más frágiles que nosotras pero murieron, otras ya estaban en peligro crítico de extinción y otras penosamente habían desaparecido —explicaba el Arón Gorrión. En el Perú, así como en muchos otros países del mundo, ya existen guías e inventarios de especies amenazadas, en peligro crítico y las desaparecidas por el cambio climático; así como el apéndice de nuevas especies descubiertas en las zonas costeras, alto andinas y tropical amazónicas del aire, la tierra y el agua; por otra parte, la formación de microclimas que se van adaptando al acelerado cambio climático. Todos éstos irán variando de acuerdo al comportamiento del ambiente y la gravedad con la que están siendo afectadas. —Esos fenómenos climáticos afectan nuestra frágil existencia; seguro que también afecta a los hombres—habló la voz de la experiencia del viejo Andrés Ciprés. 28
—¡Oh nooooo! ¡No puede ser! —exclamó Piero Jilguero, aunque con cierta ponderación. Continuó describiendo Arón Gorrión: —Decidí regresar a este lugar, después de haber estado en la sierra por poco tiempo, por valorar el cariño que hoy te he de expresar a ti querido Andrés Ciprés y a ti amigo Piero Jilguero. Me he dado cuenta que, al fin y al cabo, esos lugares también están siendo afectados por la contaminación vehicular, industrial, explotación minera e industrias metalúrgicas; he de mencionar también por el desarrollo urbanístico y la propia indiferencia humana —Arón Gorrión dio a conocer la situación que vivían los pueblos y ciudades de la serranía andina. —¡Alegrémonos amigos por estar vivos! — Piero Jilguero celebraba la vida con su atónitos silbidos. —Los cipreses desde hace mucho tiempo venimos adaptándonos a la situación —dijo el viejo Andrés Ciprés—, veo que ustedes también lo hacen —animó a Arón y Piero. —¡Siiiii! —aseveró de contento Jilguero—. ¡Viva la vida! —silbaba.
Piero
—¡Siiiii! —también celebraba Arón Gorrión, 29
contagiado por la alegría. Entre las aves existentes, el gorrión, el jilguero y las palomas fueron adaptándose a la experiencia urbana y doméstica; pues les gustaba vivir en los parques y al no encontrar su alimento, buscaban entre los jardines de las casas o algún otro lugar. Por supuesto, muchas otras aves más se fueron adaptando a las circunstancias. Ante el cambio climático vulnerable, la adaptación es una actitud de cambio involuntario que tienen que experimentar los seres vivos, especialmente los hombres, a fin de perpetuar su especie en la tierra; si no fuera así, el riesgo contrario sería la condena a desaparecer o extinguirse. La alegría se convirtió en la sustancia de la vida que continuaron compartiendo sus emociones. —Cierto, debemos estar alegres —aprobó el viejo Andrés Ciprés con voz lenta y gruesa que le caracterizaba—. Sin embargo, nuestra preocupación está en todos aquellos seres vivos que están en peligro crítico de extinción —llamó a la reflexión. —¡Sí, claro! —exclamó Piero Jilguero—. Ellos son nuestra preocupación porque dentro de 30
poco ya no estarán con nosotros, ni ellos ni su especie —aseveró. —Así es —correspondió Andrés Ciprés—. Adaptarnos no asegura nuestra existencia futura —aclaró sabiamente porque ya habían vivido la situación dramática de tala indiscriminada de árboles. —Tiene razón Andrés Ciprés —dijo Arón Gorrión por la confianza que se tenían. —Tal vez, nosotros ya no estemos, pero, pensemos en los que vendrán—sacaba a relucir las palabras de Andrés Ciprés como sabias enseñanzas. —¡Es verdad! —confirmó Piero Jilguero. —El cambio climático que está desestabilizando nuestra propia existencia no afecta solamente a las aves, las plantas y los peces sino también a los hombres, a quienes respetamos y consideramos nuestros amigos — Andrés Ciprés volvió a traer a colación el comentario. —Si todos somos parte del problema, entonces todos tenemos que ser parte de la solución — habló atinadamente Piero Jilguero. Se armó un barullo entre los tres que no lograban entenderse porque hablaban los tres a 31
la vez. Era como una cuerda que se jalaba de un lado a otro, culpando al hombre un momento y defendiéndolo en otro. *** Para terminar con la controversia humana, Andrés Ciprés pidió a Piero Jilguero: —Y ahora tú, estimado Piero Jilguero cuéntanos tu viaje. ¿Dónde fuiste? ¿Dónde estuviste? Para cambiar de ánimos, después de la acalorada conversación que tuvieron sobre los hombres, se trasladaron a las escamosas ramas de Andrés Ciprés que otra vez se sentía contento de poder abrazar a sus amigos con su aroma de amor. Ellos se meneaban entre sus ramas de arriba a abajo, una y otra vez. Piero Jilguero afinó el tono de su voz, después de una estrepitosa conversación, para contar su travesía por la Amazonía tropical; a diferencia de Arón Gorrión que había migrado a la serranía alto andina. Tenía mucho que contar. —Yo también me fui de este lugar, pocos días después que tú te fuiste —dijo mirando a Arón Gorrión—. Aposté quedarme aquí, a pesar del 32
riesgo que había, pero no pude porque arrasaban con todos los árboles y plantas; es allí donde vi arrancar cruelmente las ramas de nuestro amigo Andrés Ciprés—hablaba dirigiéndose a las ramas de Andrés Ciprés—. Vi caer sobre el suelo sus ramas que amontonadas se marchitaban tristemente en la muerte. No quise ver más; tal como estaba, emprendí el vuelo y escapé, en medio de los ruidos aturdidores y ensordecedores que producían las maquinarias de última tecnología que utilizaban para talar. —Sí. Recuerdo perfectamente lo sucedido aquél día —confirmó el sobreviviente Andrés Ciprés. —Ha debido ser fatal para ti amigo Andrés Ciprés—dijo estupefacto Arón Gorrión; que aprendía otra vez la fortaleza de Andrés Ciprés. —La vida me ha enseñado a ser fuerte y el tiempo a ser valiente —expresó el sabio Andrés Ciprés. —Por eso, me causó alegría volverte a ver — dijo contentísimo Piero Jilguero. —¡Cierto! —Arón Gorrión, exclamó emocionado—. Pues no me habías contado amigo —le reclamó. 33
—Guardaba para el momento preciso en que tú necesitarías de mis palabras —respondió el sabio Andrés Ciprés. —¡Ahhhh! —atinó en decir Arón Gorrión y quedó pensativo. —¡Bueno, bueno! Les seguiré contando mi viaje —retomó, de repente, el joven Piero Jilguero—. Mi viaje fue largo que duró varios días. Tuve que volar por las cordilleras que mis alas quedaban congeladas, mi vista nublada, mi respiración tapada como un nudo en la garganta que no me permitía respirar; mientras tanto, yo sólo quería viajar, pasar y llegar a un mejor lugar para habitar. —¡Fuiste valiente como tu amigo Arón Gorrión! —animó, otra vez, el paternal Andrés Ciprés. —Fue tortuosa mi travesía que me detuve a descansar en medio de la noche oscura y el viento helado, ocultándome entre cerros, espinas, piedras y heladas, porque mis vuelos son cortos y no de largas distancias como las palomas, mis alas frágiles y no como los cóndores que surca en medio del viento, mi voz suave y no como las águilas que silban en medio de la tempestad — 34
recorrió su travesía por las rutas del recuerdo—. No soy robusto como ellos pero me enseñaron a ser fuerte y también de ti querido amigo Andrés Ciprés —Piero Jilguero sacaba muchas enseñanzas de lo bueno y lo malo que le había sucedido. —¡Bravo Piero Jilguero! —silbaba alegre Arón Gorrión que había vivido similar situación. —Debemos aprender a ser fuertes, que de no ser así hemos de desaparecer —reflexionó el sabio Andrés Ciprés. —Que todas las especies de aves, plantas y animales aprendan a ser fuertes para no desaparecer por el cambio climático —expresó el Arón Gorrión su más grande deseo. En efecto, ellos ya estaban en pleno proceso de adaptación; difícil pero no imposible para aquél que tenga ganas de vivir. —También los hombres —añadió Andrés Ciprés. —Tienen razón —aprobó Piero Jilguero. —Hasta el momento, son ellos los que van ocasionando esta difícil situación de contaminación, consciente o inconscientemente —argumentó Arón Gorrión. 35
—Si —corroboró Andrés Ciprés. *** Hoy en día, los informes científicos del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático concluyen, después de décadas de estudios e investigaciones, que la causa del cambio climático es antropogénica, es decir el hombre, que ya está despertando la conciencia ecológica en el cuidado del medio ambiente que si no toma conciencia de su preservación, el perjuicio redundará en su propia afectación. Andrés Ciprés, Piero Jilguero y Arón Gorrión se detuvieron para reflexionar el proceso y las condiciones de adaptación como prófugos ambientales. No tenían por qué andar prófugos pero la situación y el instinto de sobrevivencia les empujaban ir de un lugar a otro lugar. *** Piero Jilguero continuó describiendo su travesía. —Bajé la cordillera, guiado por ríos que primero eran riachuelos y cada vez se hacían más 36
grandes, hasta llegar a la Amazonía, que me dejó el pico abierto de sorpresa —dijo Piero Jilguero, con cierta exageración. —¿Por qué? —Arón Gorrión, preguntó curioso. —¡Era el mismísimo paraíso! —silabeaba en su rostro cada palabra que pronunciaba Piero Jilguero. —¡Cuéntanos jilguero! —Andrés Ciprés pidió emocionado. —Sí —aprobó Piero Jilguero—. Conocí el río Amazonas —seguía sorprendido como si fuera la primera vez—. Es un río grande de aguas caudalosas y profundas que hasta los barcos navegan sobre él; pues era el camino accesible para trasladarse a los diferentes pueblos asentados en sus alrededores. Dentro de sus aguas, había cantidad de peces de agua dulce; en sus riberas existe abundante vegetación y muchísimos árboles de belleza incomparable; y hermanas aves que jamás había visto, desde las más similares a nosotros hasta las más raras — describía estupefacto. La Amazonía es una gran región que actualmente une los países de Perú, Colombia y 37
Brasil. En esta región amazónica se encuentra el río más grande del mundo con más de seis mil kilómetros de longitud, llamado Amazonas, de quien deriva el nombre de la gran región; río que nace en la cordillera alto andina y abarca gran parte del territorio peruano, recorre el país vecino de Colombia y por Brasil desemboca en el océano atlántico. El río Amazonas es considerado también una de las siete Maravillas Naturales del mundo así como una de las reservas de agua más importante del mundo. El Amazonas se puede calificar asimismo como el río extenso, caudaloso, navegable y la cuenca más grande del planeta. Es por eso que desde hace varios años, científicos y estudiosos han visitado la Amazonía y han puesto su interés en la conservación de la biodiversidad, realizando inventarios de todas las especies de peces, aves, mariposas, flores, arbustos, árboles, felinos, serpientes, monos, reptiles, insectos, animales, etc. de vida doméstica, silvestre y salvaje. Estos inventarios son sólo aproximaciones a cifras exactas por la vasta extensión de terrenos explorados hasta la actualidad; otros, terrenos sin explorar donde, aparte de la flora y la fauna exótica, existen tribus con sus respectivas 38
lenguas nativas, sin contacto con la civilización actual; tampoco se puede tener cifras exactas por la constante movilidad de especies por las precipitaciones fluviales del lugar y los caudales de agua que bajan desde la serranía alto andina; alterando el hábitat más todavía por los efectos de cambio climático. Otro detalle que se debe tener en cuenta en el inventario es que, según los últimos informes científicos, cada día nacen nuevas especies; mientras que, por efecto contrario, otras desaparecen por la depredación, dificultad en el proceso de adaptación debido a los efectos producidos por el cambio climático. En la descripción de haber visto tantas maravillas naturales, Arón Gorrión preguntó: —¿Existen aves como nosotros? —Sí. Muchísimas de todo tamaño y color que se hacen imposibles de contar—respondió Piero Jilguero. —¡Ah caray! —Arón Gorrión se sorprendió porque durante su viaje migratorio no había visto en la sierra tantas diversidades de especies juntas. —Encontré un guacamayo de quien me hice 39
amigo, era bueno pero hablaba hasta por los codos. Me hizo conocer un pedacito de la extensa Amazonía —el guacamayo es una especie de papagayo grande, colorido y escandaloso a la hora de silbar—; como buen papagayo me hizo volar entre los árboles robustos, íbamos despacio que a cada paso encontraba a sus amigos y se ponía a hablar con ellos; en eso, recibió la noticia de parte de los loros cabeza roja que a unos cuantos kilómetros del río Amazonas unos hombres habían talado miles de árboles de cedro, caoba, copaiba, tornillo, quina quina, lupuma obata, etc. —describía algunas especies vegetales—. El guacamayo aceleró el vuelo preocupado y estando todavía lejos me hizo ver un hueco en medio de la extensa vegetación. —Y ese hueco —pregunté. —De eso me hablaba el loro cabeza roja — respondió el guacamayo. —¿Quién lo hizo? —buscaba una respuesta. —Un grupo de hombres que no respetan la naturaleza —respondió el guacamayo. Estaba contando Piero Jilguero, cuando Arón Gorrión exclamó sorprendido: —¡No puede ser! —quedándose con el pico 40
abierto. —Lamentablemente se dio amigo —Piero Jilguero respondió tristemente. Piero Jilguero continuó describiendo la dramática situación. —¿Cuándo hicieron eso? —le pregunté al guacamayo. —No se sabe exactamente cuando lo hicieron —me respondió—. Sólo atinaban decir que llegaron en la oscuridad, talaron sin contemplación alguna y se fueron sin que alguien se diera cuenta. —Dónde estarán ahora esos destructores —pregunté. —No sé. Así como se aparecieron sorpresivamente, así se fueron —respondió apenado el guacamayo. —¿Volverán? —pregunté. —Seguramente —me respondió el guacamayo— porque el que se aferra a la maldad termina haciéndolo. Arón Gorrión, indignado de lo que estaba escuchando a Piero Jilguero, continuó interrumpiendo con su pregunta: 41
—¿Qué hiciste al ver esa masacre ecológica? —Estaba consternado por la situación — retomó la conversación Piero Jilguero—, tome un poco de agua que caía de la cascada para calmar mi sed de tristeza. —¿Y qué fue de tu amigo guacamayo? — preguntó Andrés Ciprés. —Consolaba a los árboles que se habían salvado de morir. Ellos contaban dramáticamente el hecho que de un momento a otro se aparecieron grupos humanos con grandes maquinarias y sin piedad alguna talaron los árboles que encontraron a su paso. —Cuántos árboles eran los que estaban tirados en el suelo —preguntó el viejo Andrés Ciprés. —No se podía contar. Estaban tirados en el suelo, uno encima del otro, en medio de charcos de agonía, abrazados entre sus ramas, lloraban su triste destino que discurrían en riachuelos de lágrimas — describía dramáticamente Piero Jilguero. —Serían como mil árboles —propuso un calculó Arón Gorrión. —Muchísimo más —respondió Piero Jilguero—. Tal vez cincuenta y hasta cien veces más de lo que tú acabas de calcular. 42
Se había dañado una arteria pulmonar del planeta. —¡Waoooo! ¡Qué horror! —se escandalizó Arón Gorrión— ¡tantísimos! —exclamó pasmado. Continuó narrando Piero Jilguero el acto fúnebre donde unos empresarios talaron ilegalmente los finos y robustos árboles del bosque amazónico para su comercialización. Habían dañado un pedazo del pulmón amazónico que da vida a la humanidad sin ninguna intención de reparar con nuevas plantaciones. Una mala costumbre humana que tiene que ser cambiado por buenos hábitos. —Nos quedamos algunos días en el lugar —dijo Piero Jilguero. —¿Para qué? —ignoraba Arón Gorrión. —Para velar por los árboles caídos —comentó compungido Piero Jilguero. —¡Caramba! —lo único que atinó decir Aron Gorrión. —A nuestra llegada, ya estaban muchas otras aves que cantaban lamentaciones y animales que aullaban de tristeza —describió Piero Jilguero. 45
—¡Me apena lo sucedido! —dijo limitado Andrés Ciprés. —Tal vez sea porque los hombres desconocen la importancia que tienen los árboles en dar oxígeno al medio ambiente —dijo Arón Gorrión. —Tal vez —comentó escéptico Andrés Ciprés. Este ecocidio amazónico se estaba dando, aunque de diversas maneras, en la costa, sierra y selva; en América, África, Oceanía; en los polos árticos y antárticos. Piero Jilguero continúo describiendo la situación: —Algunos días después, todos se fueron a vivir su rutina y mi amigo guacamayo continuó haciéndome conocer la Amazonía; ya no era lo mismo porque no se podía quedar indiferente ante semejante masacre forestal. —¡Qué pena! —dijo entristecido Andrés Ciprés. —Tuve que pasar días de tristeza para recobrar la alegría —compartió Piero Jilguero. —¿Qué hizo sobreponer tu alicaída tristeza? —preguntó Arón Gorrión. —Mi amigo guacamayo —respondió Piero 46
Jilguero. —Amigo en el momento exacto —dijo sabiamente Andrés Ciprés. Luego, Piero Jilguero retomó la narración de la exploración de la Amazonía: —Era tan extensa que de cuando en cuando regresábamos al río Amazonas para no perdernos —dijo y estiró las alas—. Después de una larga travesía, me llevó a comer frutas a un precioso lugar donde crecía piña, papaya, mango, coco, aguaje, camu camu, noni, pepino, zapote, etc. Comimos tanto hasta empacharnos —decía contento. Al escuchar hablar de comida, Arón Gorrión, despertó el apetito: —Tengo hambre —dijo. —No me digas que te vas gorrión; pues nuestro amigo Piero Jilguero no ha terminado de contar su viaje —pidió Andrés Ciprés porque se iba sin terminar la conversación. —Está bien —asintió Arón Gorrión. Continuó narrando Piero Jilguero, aunque eran breves experiencias, a diferencia de lo que se tenía que describir con exactitud. 47
—Era cerca del mediodía cuando mi amigo guacamayo me invitó a descansar encima de una palmera que estaba plantado en las orillas del río Amazonas. Desde allí pude divisar un paiche, el pez de agua dulce más grande del mundo, que mide más de dos metros y pesa aproximadamente trecientos kilos; la irracional explotación de los hombres puso algún momento en peligro de extinción —argumentó. —¡Waooo! ¡Gigante! —se sorprendió Arón Gorrión, tan sólo imaginar. —Dices tú amigo que está en peligro de extinción —Andrés Ciprés preguntó inquieto. —Sí, el guacamayo me dijo que los hombres habían aprendido a cuidar y se preocupaban más de su conservación y reproducción —respondió Piero Jilguero. Esta medida de protección fue extendiéndose por toda la Amazonía mediante el uso y consumo responsable de todo tipo de especies de árboles, frutas, animales, peces, etc. Consistía en beneficiarse responsablemente de todo lo que produce la naturaleza pero también de cuidar el hábitat para que sigan produciendo frutos que beneficien a las generaciones presentes y futuras. 48
El problema está en la tala ilegal e indiscriminada de los árboles, la caza furtiva de animales, aves y peces al punto de poner en peligro su existencia y por supuesto el deterioro de nuestro medio ambiente. Se trataba de conservar el equilibrio ecológico. El viejo Andrés Ciprés preguntó otra vez: —Existen otros peces en el río Amazonas. —¡Claro que sí! —respondió Piero Jilguero. Los peces viven en diferentes zonas de la Amazonía, algunos cerca de los afluentes y otros por parentesco de especies, todos ellos adaptados al hábitat más conveniente, bajo la ley del más fuerte y el instinto de sobrevivencia; la gama de peces existentes son carnívoros, herbívoros, omnívoros y detritívoros. Por citar solamente algunos, están el pez hachita, el paco, las rayas, las palometas, las carachamas, las pirañas y muchos otros más que proceden de los ríos tributarios como el río Marañón que recorre la mayor cantidad de regiones del Perú que a su paso recoge las aguas de otros ríos; por ejemplo el río Huallaga que es el afluente principal del Marañón, y otros como el Ucayali, Tambo, Ene, Urubamba, etc. También hay ríos de otros países 51
que por medio de los tributarios llegan a la cuenca del Amazonas; algunos de éstos son el río Madera de Bolivia, río Cutuchi de Ecuador, río Curaray de Colombia, río Negro de Venezuela y muchos otros tributarios de Brasil. Luego, el guacamayo condujo su exploración al sur de la región tropical y junto con Piero Jilguero viajaron a uno de los ríos tributarios de la Amazonía peruana. Se metieron entre la floresta y de pronto encontraron muertos a los peces, aves y reptiles, en las orillas del río Inambari. El gorrión recordó la conversación de aquella vez. »—Qué pasó por aquí —le pregunté al guacamayo. »—Tampoco lo sé —me respondió. »—Mira esos barcos —indiqué las perjudiciales dragas. Las dragas son equipos y maquinarias que se utilizan para excavar material debajo del nivel del agua, y elevar el material extraído hasta la superficie ensuciando el agua del río. Para extraer pepas de oro que están en el fondo del río utilizan el mercurio, elemento químico altamente contaminante, que después ser 52
dispersado irresponsablemente en el ambiente, beben las aves, reptiles y peces que de inmediato mueren por envenenamiento; agua que no será purificada ni con el recorrido longitudinal del cauce de los ríos. Este era el otro tipo de ecocidio que sufría la Amazonía. »—¡Qué horror! —gritaba escandalizado el guacamayo—. ¡Otra vez! ¡No puede ser! — refunfuñaba. »—Vamos a acercarnos —le dije y bajamos a ver de cerca los peces que por altas temperaturas, características de las zonas tropicales, entraban en estado de putrefacción. Los buitres que andaban en busca de carroña, rondaban el lugar. Tanta era la preocupación del guacamayo por conservar el medio ambiente que investigaba la raíz del problema. »—¡Ellos tienen la culpa! —indicó furiosamente el guacamayo a los hombres que movían la draga a un lado del río y echaban el lodo en el espacio que había sido habilitado mediante la tala de árboles por querer buscar pepas de oro. De esta manera, la extracción minera artesanal, informal e ilegal contaminaban el medio ambiente y mataban vidas inocentes en 53
la amazonia peruana, no solamente las especies vegetales y animales sino también perjudicaban la vida y salud de la misma persona humana porque el mercurio es un elemento químico de alta peligrosidad y los hombres trabajaban sin ninguna medida de seguridad, esclavos de la minería ilegal. »—¡Vamos a botarlos de este lugar! —dijo el guacamayo a sus demás amigos papagayos, loros, etc. que volaban el lugar con sus gritos estrepitosos pero no pudieron espantarlos. Perecían esfuerzos inútiles porque el enemigo seguía firme en su propósito a costa de cualquier cosa. Al contrario, con unos disparos los espantaron que volaron despavoridos. El precioso bosque, otra vez, había sido herido por el barro y la arena, los árboles caídos, el río contaminado con mercurio y cadáveres ambientales en sus riberas. El guacamayo se cansó de tanta criminalidad, también Piero Jilguero; y reflexionaban decepcionados las catástrofes ecológicas que estaban sufriendo el medio ambiente. Después de haber evocado su recuerdo Piero Jilguero, volvieron a sintonizar con el momento presente, culminando la conversación ecológica. 54
—Ese fue el motivo de tu regreso —preguntó Andrés Ciprés. —Si, por una parte, pero, también por ustedes que a cada momento los extrañaba; hice la travesía con la firme esperanza de volver a verlos —argumentó su retorno Piero Jilguero—; y sí valió la pena, porque los amigos valen más que el oro —él mismo aprobaba su viaje de retorno a casa. —Gracias por estar aquí con nosotros Piero Jilguero —palabras gratificantes que pronunció Arón Gorrión de buen corazón. —Yo estoy agradecido por ustedes y sepan que un día donde vayan, y después tengan que volver, yo les estaré esperando en este mismo lugar — dijo Andrés Ciprés. —Sí, amigo —correspondió Arón Gorrión. —Por eso estamos aquí —suspiró alegremente Piero Jilguero. *** Estos amigos estaban viviendo una resilencia ambiental, es decir, un proceso de restauración, después de haber experimentado peligros en la existencia de su especie y el estado anímico que alteraba constantemente sus emociones; aunque 55
los estudios demuestran que los animales no tienen sentimientos sino solamente emociones no se les considera menos porque ellos, así como nosotros los hombres, son parte esencial del ecosistema. Esta resilencia de las especies vegetales y aves también están experimentando los animales que tienen que andar prófugos por doquier, buscando un lugar donde adaptar su hábitat; por ejemplo, los osos polares que cada vez más se ven replegados de su territorio por la desglaciación de zonas árticas y antárticas; otro ejemplo son las aves migratorias que van en busca de un lugar donde perpetuar su especie, no sólo de acuerdo a las estaciones sino también del peligro de morir por las altas temperaturas del sol, las bajas temperaturas de frío y la contaminación del medio ambiente; así podríamos citar los inventarios nacionales, regionales y mundiales de especies en peligro grave de extinción por contaminación de lagos, lagunas, ríos, bofedales, manglares, etc, la explotación irracional de los recursos naturales, la tala indiscriminada de árboles. Resiliencia que toca el sentimiento humano que sufre las consecuencias del cambio climático, buscando salir de la crisis con el uso de sus facultades intelectivas y emocionales. Hoy en día 56
se va dando la movilidad humana que, dejando lugares deteriorados por la contaminación y agotamiento de los recursos naturales, tienen que emigrar obligatoriamente a otros lugares que favorezcan su sobrevivencia; esto se vive ya en el continente de Asia y África que tiene que recorrer kilómetros de distancia por conseguir el agua que si no se preserva hoy no será posible gozar mañana de sus bondades. Hoy se habla de la crisis del agua, y como profetas de calamidades nos anticipamos a vivir una situación calamitosa; ante esta situación, porqué no ser profetas de buenas noticias que las futuras generaciones tengan que agradecernos por haber asegurado el agua que beberán. No seamos seguidores de la corriente de vida que hace más de lo mismo o siendo uno más del montón. Es necesario un cambio de mentalidad, un cambio de perspectiva, para obtener resultados diferentes. Un mundo mejor es posible. Nos han demostrado Andrés Ciprés, Arón Gorrión y Piero Jilguero con la actitud resilente que tuvieron para adaptarse al ambiente y la circunstancia; demanda esfuerzo y sacrificio pero al fin y al cabo lo hicieron hasta volver a verse. 57
*** El paternal Andrés Ciprés invitó alzar vuelo a sus amigos para que libres en el viento puedan buscar su comida; estaban adaptados a vivir en la ciudad porque siempre encontraban algo de qué vivir. —Vayan a comer amigos, aquí los espero —dijo con impostergable alegría. —Espérame aquí Andrés Ciprés que en seguida regresaré —respondió Piero Jilguero. —Será sólo un momento —le advirtió el alegre Arón Gorrión. —¡Lo sé! —respondió el viejo Andrés Ciprés. —No te vayas a mover —le dijo Piero Jilguero. —Ja, ja, ja —sonrió Andrés Ciprés. —¡Vayan amigos que la comida se acaba! — gritaba contento, mientras sus amigos iban a buscar comida. Piero Jilguero y Arón Gorrión volaban entre jardines, terrazas, techos y mercados. Nunca les faltaba comida. En medio de la contaminación, siempre había algo que comer. Andrés Ciprés se deleitaba con los nutrientes que le ofrecía la tierra y perfumaba con su oxígeno el medio ambiente donde vivía. 58
Ante la situación crítica de desaparición de aves, plantas, sapos, ranas y diversas especies de nuestro medio ambiente, urge responder la pregunta: ¿dónde están? Algunas especies ya han desaparecido para siempre, otras están en proceso de desaparición o extinción; a éstos últimos que están siendo discriminados de su propio hábitat las denomino “prófugos ambientales”, título de este libro, porque han sido desterrados de su hábitat, involuntaria y forzadamente, por el crecimiento urbano, el recalentamiento global, efecto invernadero, agotamiento de la capa de ozono, etc. que son efectos de la contaminación. Este fascículo trata de la dramática situación que atraviesa Piero Jilguero, Arón Gorrión y Andrés ciprés que vivían en un parque que repentinamente las aves tuvieron que fugar en busca de un lugar donde habitar en paz; pero el ciprés tuvo que quedarse plantado, dejando su suerte en manos del destino. Las dos aves fugaron uno para la sierra y otro para la selva; pero se dieron cuenta que en todos lugar se estaba viviendo la misma situación de peligro de extinción. Después de una incómoda travesía, tuvieron que regresar al mismo lugar porque nunca dejaron de pensar en su amigo Andrés Ciprés que lo encontraron en el mismo lugar. Jaime Quispe Palomino