El espejo de obsidiana

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Ilustrado, adaptado y diagramado por Isabel García Original “Caminos de Iximché” Carlos Fletes Sáenz


Escrito en

PIEDRA CAPÍTULO I


S

i pudiese ser dueño de la estrofa que en mis manos se agita como un venadito salvaje cogido entre amarras; si pudiese conservar el lenguaje de nuestros antepasados sobre el éxodo al sol por los caminos del tiempo por donde ellos vinieron sembrando amaneceres; ese lenguaje sencillo, fresco, como el de la fuente que resbala por las faldas de la montaña sin más arte que el que hay en la

tela con la que la araña y el rocío cómplice ponen trampas al sol de las mañanas, escribiera esa historia magnífica, esa gloriosa epopeya que realizaron nuestros antepasados en inmortales jornadas, cuando por los caminos de la muerte llegaron a posar sus plantas a la sombra del árbol bajo el cual debiera amanecernos a nosotros los cakchiqueles. O escribiera un poema sencillo que cantaran los niños cuando van a la escuela, ligero e ingenuo, como el que ellos escriben en sus juegos alados como fiestas de pájaros; o una historia maravillosa como un cuento de hadas o como una mañana de esta primavera que da el pecho a la tierra en que soñamos la vida. Escribiera un poema como flor de leyendas, que brotase de esa historia que hemos venido tejiendo desde que nos dieron nuestras armas en Tulán para que nosotros mismos nos trazáramos nuestro destino. Escribiera este poema con el sabor de la sangre con la que nuestros héroes abrieron caminos, para que los niños y los mozos de la tribu se eleven sobre sí mismos por los pasos de la gloria.

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Historia

CAPĂ?TULO II

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“Y

o fui soldado de Quicab, el Grande” decían nuestros abuelos, cuando florecido el corazón a la luz del recuerdo, sentados en el alero de las tardes, aquellas tardes magníficas de Iximché llenas de flores y tórtolas, recorrían los caminos del tiempo y lo eterno.

Debemos saber —nos decían— de dónde venimos y quiénes somos, a fin de mantener templado el corazón y dispuesto a la lucha en defensa del bien que nos abre los brazos ganado por la sangre de nuestros guerreros. Así nos lo enseñaban nuestros abuelos, invitándonos a repetirlo a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos para que crezcan y vivan en el espíritu de sus antepasados, eleven sus corazones y emulen las hazañas que vencieron al tiempo y a la muerte, consagrados al amor de la tierra que conquistaron sus mayores, con sus valles y sus montañas, en donde habrá de amanecernos día a día y para siempre a nosotros, los cakchiqueles.

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Destino CAPĂ?TULO III

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L

os cerros hicieron luz en los caminos de las tribus desde que el hombre vino al sol, del maíz custodiado por el coyote y el cuervo y, cuando fue descubierta la piedra de obsidiana en el país de Xibalbay para elevarnos el corazón.

Nosotros pagamos nuestros tributos de piedras preciosas, de guirnaldas de plumas tejidas de azules y verdes, de calendarios que anticipaban el vuelo del tiempo para rendirle culto a los dioses y pronosticar el favor de las lluvias; de flores, de cacao, de pataxte, de canciones que nos habían enseñado los pájaros, los ríos grávidos del invierno y el grito de los guerreros en el furor de las batallas. Y, la piedra de obsidiana, hija de Xibalbay y de la luz, así amasada y puesta a nuestro alcance para encender la sangre de los héroes, nos dijo: “Id, a vuestros valles, ahí seréis dichosos y grandes”. Así fue como partimos al encuentro de las salidas del sol.

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A

Anécdotas CAPÍTULO IV

brimos camino por las noches de la selva rompiendo horizontes con el aliento de nuestros corazones, venciendo a la muerte a nuestro paso.

Más allá de los ríos impetuosos y de los barrancos ciegos, más allá del cansancio, del sudor, de la sangre, nos estaba esperando la tierra prometida, en donde tendríamos nuestras piedras preciosas, nuestros tesoros, nuestras plumas, y, en donde se alegrarían nuestros corazones y florecerían nuestros rostros. Nuestros enemigos eran poderosos en magia “Una vez —contaban nuestros abuelos— nos escondimos en los troncos de los árboles y, ellos, al instante, nos lanzaron bandadas de pericos, cotorras, pájaros carpinteros para descubrirnos y hostilizarnos.” Los pájaros carpinteros nos siguen buscando todavía picando en los troncos de los árboles.

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Derrota

C

CAPÍTULO V

aminábamos silenciosos la senda de la angustia, oyendo el llanto que corría por nuestra sangre, mirándonos las caras marchitas y desoladas.

Habíamos sufrido una derrota porque no habíamos velado a lo largo del ensueño, porque dejamos que se perdieran nuestros ojos de maravilla en maravilla, olvidando que detrás del encanto está el desencanto como el punzón traidor en la abeja de miel. Celebramos consejo buscando nuestra salvación y escuchamos a los representantes de todas las tribus; unos señalaban el camino del cielo, otros el pico de las guacamayas, aquel los valles tendidos, las llanuras abiertas, y los demás nos perdíamos sin caminos. Sufrimos esta derrota, decían nuestros abuelos, para poder así llegar al país que hemos soñado, a la tierra que palpita nuestros corazones, la que hace florecer nuestros rostros.

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Esperanza CAPÍTULO VI

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as estrellas jugaban con nuestro esfuerzo pues nos llevaban sin rumbo al punto de partida.

Entonces se nos quebraba la esperanza como un cántaro, deséabamos caen el los brazos fríos de la derrota o dejarnos llevar por el río viajero hasta donde se ahoga en las aguas lejanas. Pero la voz de la obsidiana volvía a encendernos la esperanza en la sangre y la confianza en las estrellas protectoras, nuestras guías. Seguimos caminando, interminable, eternamente y llegamos a donde el volcán de Fuego y el de Hunapuh sostenían las otras puntas del cielo. El volcán exhalaba sus entrañas de fuego proyectando sus iras en inmensas llamaradas; haciendo temblar la tierra como una cáscara. Con sus lenguas de fuego pintaba alas de guacamayas en la cara del cielo.

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¡Oh, tremendo espectáculo! ¿Será acaso, —decían los nuestros— el fuego en que el comal del cielo cocina las tortillas de los dioses? ¿O será ese el lenguaje del amor y pasión entre los volcanes? Pero nosotros habíamos perdido nuestro fuego y caminábamos por los caminos del frío y el hambre.


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Gloria

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CAPÍTULO VII

argo es de referir lo que contaban los abuelos de cuanto aconteciera a las tribus viajeras por tierras y montañas por donde acaso nunca antes pasó la sombra del hombre. Cerca del lago, rumoroso y dulce como un sueño de ondas, las tribus suspendieron su marcha ante un prodigio: como si fuese una oración de la montaña se elevó el espíritu santo de la tribus, el divino quetzal. Al beso de la luz manantial, al suave balanceo del aliento del bosque, al soplo rumoroso de

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los pinos jugaban sus colores desde el verde más puro hasta el azul de ensueño. El oro y el carmín de la mañana dejaron en su cuerpo una señal inolvidable; su hermosa cola se tendía como una palma ofrecida a la frente de los héroes. Volaba sosegado, majestuoso, solemne, como flotando en ondas que gozasen meciéndola; sus alas animaban la brisa matinal, limpiando las neblinas de la cara del cielo.


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Dioses CAPÍTULO VIII

amás nos sentíamos solos, decían los abuelos, en la profunda soledad de los caminos; jamás nos sentíamos desamparados en las trágicas danzas de la guerra; jamás cuando el cansancio nos ahogaba el aliento, porque iba nuestro dios con nosotros. Solo aquel que ha perdido esa brasa encendida que brilla en los horizontes como estrella en las heladas noches de angustia, puede sentirse solo, perdido en su propio abismo.

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Florecía el amor en nuestros pechos y nos corría por dentro como un dulce murmullo igual que la oración de las colmenas cuando hacen las abejas el manjar los dioses.

Se derramaba el bien como la luz del sol sobre todas las tribus que ahora bendecían la noche que angustiosos tuvieron que vivir para llegar al día. Éramos libres, libres y fuertes, porque éramos sanos, sanas las manos que labraban y ofrendaban, sanas las palabras que endulzaban los gestos, sanos los pensamientos y sanos los sueños.

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Aurora CAPÍTULO IX

C

uando el mal se desborda, es como si una noche sin auroras cayese dispersando el estrago; cuando el terremoto sacude su ira o azota la tempestad las playas desoladas; es cuando el hombre siente su soledad, su inmensa soledad en la eternidad del infortunio; es cuando se siente juguete de fuerzas incógnitas como un ala perdida en la furia del torbellino. Debemos, decían nuestros abuelos, pasar por estas pruebas que tienen que suceder y permanecer serenos y limpios y pensar en la labor constructiva. Son éstas las pruebas para los hombres fuertes, para las tribus que deben alcanzar su destino. No hay mérito en ser libres si te regalan esa libertad y no se lucha por ella desde que se es esclavo.

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Iximché

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CAPÍTULO X

ramos libres, libres, dueños de nuestra fe, de nuestros dioses, de nuestras montañas, de nuestros valles, de nuestras auroras con plumas rojas y de nuestras tardes con sus cantos de tórtolas y hermosos pájaros! ¡Era glorioso sentir el levantarse de la muerte y lanzar nuestro grito de vida sobre los escombros! ¡Habíamos encontrado a Iximché! La ciudad bella como un amanecer, luminosa como el mismo sol, grande como el cielo y el mar, tierna como una flor, alegre como una fiesta de los dioses. Así habremos hecho historia y nosotros seremos dueños del tiempo, porque no hay baluarte más fuerte que el amor a la tierra y a la tribu.

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