JOSE MILLA (SALOMÉ JIL)
La Historia de un Pepe es una historia de amor y misterio que se desarrolla en Guatemala, en los años finales del siglo XVIII y principios del XIX. Gabriel Fernández, siendo cadete, descubre que es hijo de “Pie de Lana”, el bandido más famoso de la época; ahora Gabriel deberá perseguir y capturar a su propio padre para aplicar justicia.”
Adaptado, diagramado e ilustrado por Jorge Adalberto Espinoza López 200219454 - DV07 - USAC 2017
INDICE
Un regalo del dĂa de los inocentes.......................1 Un Protector Misterioso..................................... 8 El Paseo................................................................ 12 Compromiso con Matilde..................................18
Un Regalo del Día de los Inocentes
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ún no hace cincuenta años la manzana que cae al oriente de la catedral era un lugar destinado a guardar los despojos de la muerte. Un día se notificó a los difuntos la orden de desocupar el campo y las blancas osamentas tomaron, en silencio, el camino de San Juan de Dios. Aún nos parece que vemos desfilar por las calles la fúnebre procesión. Hoy ocupa el antiguo palacio de la muerte todo cuanto puede contribuir a mantener la vida. ¡Qué bullicio! ¡qué algazara! ¡qué animación! Cuando solemos atravesar el mercado, abriéndonos paso con dificultad al través de los promontorios de vendimias y entre la apilada muchedumbre de los expendedores, nos asalta la idea de que sería un espectáculo curioso el que se ofrecería a aquella multitud si se presentaran de repente los antiguos propietarios del local, reivindicando el sitio de que se les despojó sin oirlos.
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A las dos de la mañana del día 28 de diciembre se deslizaba una figura blanca pegada a la pared exterior del panteón. Avanzaba lentamente y como con temor, tanto que necesitó emplear más de un cuarto de hora para andar las cien varas que hay desde la esquina noreste a la sureste de la plaza.
var -en los brazos algún objeto que le interesaba mucho resguardar del frío, pues procuraba cubrirlo con el mayor esmero.
Todos se armaron como pudieron antes de afrontar el peligro; siendo el más temible, en apariencia al menos, de los instrumentos bélicos de que echaron mano, una pistola de Es decir, que aquella figura humana Eibar, medio descompuesta, que llevenía de la calle de Santa Teresa ha- vaba uno de los dependientes. cia la parte central de la población. No obstante la lentitud con que Al frente de aquel improvisado pero caminaba, podía advertirse que era decidido ejército, dio la orden de joven, y el traje que vestía revelaba abrir y se colocó denodadamente… una mujer de lo que se llamaba en- detrás de la puerta. Quitó la llave el tonces clase media. más viejo de los dos españoles, un vizcaíno mal encarado, que debía Cubríale la cabeza y la mitad del ser descendiente del que peleó con cuerpo un gran paño blanco (proba- don Quijote. blemente una colcha), y parecía lle-
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a ciudad parecía, pues, un vasto panteón, donde no se veía criatura viviente, ni se oía otro rumor que el que formaba el cierzo helado que hacía retemblar los cristales de las ventanas. En el centro mismo de aquel cementerio de vivos había otro de muertos, el de la parroquia del Sagrario, que ocupaba el sitio donde se levanta hoy el mercado central. Extrañas vicisitudes las de las cosas de este mundo.
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La mujer sacudió el aldabón con toda la fuerza de que fue capaz y repitió otras dos veces los golpes, que resonaron en el interior de la casa. Los primeros que escucharon los aldabonazos fueron dos enormes perros que velaban en el corredor y cuyos aullidos penetrantes y prolongados, despertaron a la servidumbre y alborotaron a las muías del coche que dormitaban en la caballeriza.
En una noche frĂa, una mujer corre llevando en brazos a un bebĂŠ, que deja abandonado en la grada de una lujosa casa; ella, sin darse cuenta era seguida por un hombre embozado. Al dejar al niĂąo, la mujer se desmaya del dolor y el hombre, la toma en sus brazos y se la lleva.
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acó la cabeza, vio, escuchó; pero todo fue inútil. No se divisaba alma viviente, ni se oía más ruido que el del viento que silbaba en la desierta y silenciosa calle. Iban a retirarse todos, cuando uno de los criados observó que había alguna cosa delante de la puerta. Recogió el objeto, vio que era un cestillo cubierto con un lienzo blanco, y habiéndolo levantado por orden de Fernández, se ofreció a la vista de éste y de los que lo acompañaban, un niño profundamente dormido. En la casa, recogen al niño y es criado como hijo de familia, pues los señores no habían podido tener hijos propios. El niño es bautizado como José Gabriel, y crece siendo la idolatría de su supuesta madre, doña Josefa de Alvarado y Guzmán, pero lamentablemente ella muere y su esposo don Fernando Fernández de Córdova, quien nunca sintió afecto por el expósito, se va a España, dejándolo sólo.
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El día que don Fernando se marcha, Gabriel recibe una esquela en donde lo invitan a presentarse a la casa de Comercio de Agüero y Urdanache, la más importante de la ciudad, donde es recibido por don Andrés de Urdanache, quien le dice que tiene carta abierta en la casa, que puede elegir la carrera que desee y también le da donde vivir.
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Un Protector Misterioso
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iendo alejarse al que creía su padre, Gabriel experimentó un sentimiento extraño, en que una cierta satisfacción se mezclaba con el más vivo dolor. La partida de aquel hombre duro y cruel aliviaba su alma de un gran peso, por una parte, y por otra le desgarraba el corazón aquella indiferencia y la idea del abandono en que quedaba. El anciano contó el dinero que contenía la bolsa. -Son -dijo-, cincuenta duros. Con esto habrá para algún tiempo. Dígame usted ¿qué oficio quiere aprender? -Ninguno -contestó Gabriel-. Me moriré de hambre antes de hacer uso de ese dinero. Vea usted -replicó el criado-, que eso de dejarse morir de hambre, es más fácil decirlo que hacerlo. Si usted no recibe lo que le dejó el amo, no sé qué hará. Sin aguardar contestación comenzó el sirviente a cerrar las puertas.
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n el cuartel hace amistad con el teniente don Luis de Hervías, quien le presenta al capitán don Feliciano de Matamoros, maestro de armas. Al recibir unas clases de esgrima, conoce a Rosalía, hija del capitán y se enamora de ella, y pronto se comprometen.Gabriel habla con su tutor don Andrés y le solicita permiso para el matrimonio, a lo que el anciano le responde que le escribirá una carta a don Fernando para pedir permiso. Si el capitán soñó dormido, Gabriel contó las horas una tras otra, asediado por la encantadora imagen de Rosalía. La veía, la oía, el ecb de su dulce voz vibraba en el fondo de su alma, como una armonía celeste. Era el rumor de la cascada, el eco blando de la brisa, el arrullo de la tórtola, el canto con que la madre hace dormir a su hijo en su regazo.
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Quisiéramos poder decir que el sentimiento que experimentó Gabriel en aquella primera noche dé amor, fue todo puro, y que la grosera y vulgar intervención de los sentidos, no manchó aquellos sueños de oro. Pero, ¡ay! no fue así. Aquel joven que estaba para cumplir diez y ocho años, amaba y deseaba ya ardientemente poseer el objeto amado. Al siguiente día se levantó más temprano que de costumbre, se puso el uniforme, fue al cuartel y cuando hubo cumplido con sus obligaciones de soldado, se dirigió a.. ¿a dónde había de ser? La casa del capitán! Hacía poco que se había levantado don Feliciano, cuyo rostro conservaba las señales de la borrasca del día anterior.
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Los ojos eran dos brasas, la nariz una acerola madura y los pómulos dos tomates. Llevaba una casaca medio militar y medio paisana; azul, sin las vueltas rojas del uniforme de su cuerpo; pero con unos grandes botones de plata, o algún metal blanco que lo parecía. Tres o cuatro de ellos, de mayor dimensión que los otros, pues tenían casi el diámetro de un peso, estaban en las mangas de la casaca, formando un círculo, en la parte que caía sobre las manos.
dad de ésta ponía término a los dos días al galanteo, y el cortejo lo dejaba, llevando un sentimiento de estimación y de simpatía hacia la joven, pero con la convicción profunda de que su alma era insensible al amor. Tal fue la idea que corrió entre las vecinas, y Rosalía misma, a fuerza de oir que era fría, llegó a creer que era así. Nunca le había hecho joven alguno otro efecto que el que le hacía una hermosa pintura. Le halagaba al sentido de la vista y nada más.
Para los niños, Rosalía no era una hermana, era una madre. Su gravedad natural le había hecho fácil aquel papel, desde que tuvo que comenzar a desempeñarlo, siendo ella misma una niña todavía. No es preciso decir que los jóvenes oficiales que frecuentaban la casa no se habían mostrado insensibles a las gracias de la hija del maestro de armas. Cada discípulo que llegaba a recibir lecciones, comenzaba por hacer la corte a Rosalía; pero la amable serie-
Gabriel Fernández, lo hemos dicho ye, no era un buen mozo; era un joven agraciado a quien no sentaba mal el uniforme blanco. Rosalía veía diariamente oficiales, más o menos interesantes, con uniformes blancos; y así esas circunstancias no hubieran sido bastantes a hacer en aquella alma seria y grave una impresión que durara más de cinco minutos.
El Paseo
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l balcón de palacio estaba completamente ocupado por las señoras principales de la ciudad. En el centro se veía a la esposa del capitán general, que tenía a su derecha a la del regente de la Audiencia y a su izquierda a la hija del que desempeñaba las importantes funciones de alférez real. Se oyó una exclamación general de asombro cuando pasó Gabriel y deteniendo un momento su fogoso bridón, hizo a la presidenta el saludo militar, al mismo tiempo que sus dos pajes moros, con los brazos cruzados sobre el pecho, inclinaban la cabeza hasta tocar casi con la tierra, en demostración de reverencia. Gabriel fijó los ojos involuntariamente en la joven que ocupaba el lado izquierdo de la presidenta, y se encontró con la mirada de Matilde, que no se apartó ya de él como cuando lo había visto en casa del maestro de armas. Una llama azul oscura parecía salir de las pupilas de la altiva joven. Había en aquella mirada una expresión inexplicable de asombro, de cólera, de interés, que hizo bajar los ojos al cadete.
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Pasa el tiempo y Gabriel conoce en casa de Rosalía a Matilde Espinoza de los Monteros, que era hija de uno de los sujetos principales del reino de Guatemala, quien le parece odiosa, ella llegó a medirse un vestido, pues Rosalía era su costurera.
Días después en la fiesta de Santa Cecilia, Gabriel causa gran impresión por la montura con que se presenta y sin querer cruza mirada con Matilde, quedando prendido de ella, durante la fiesta, ella trata de conversar a solas con Gabriel, pero se le acerca el abogado don Diego de Arochena, quien está perdidamente enamorado de ella y quien jura destruir a Gabriel por los celos.
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Al siguiente día el cadete Gabriel es enviado junto al teniente Hervías a encabezar una escolta para proteger una remesa que llegaba de España. Cuando regresaban a la ciudad fueron atacados por la banda de Pie de Lana, que era una partida de ladrones, y Gabriel resultó herido. En la ciudad se habló del acontecimiento y se rumoraba que éste había muerto.
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ientras tanto, Matamoros, que caminaba tan ligeramente como se lo permitía el pesado lastre que llevaba en los bolsillos, avanzaba hacia su casa, que estaba algo distante de la de Pedrera. Ya no le faltaban más que dos cuadras y se consideraba libre de cualquier encuentro peligroso, cuando al volver una esquina, sintió una cosa como lá punta de una espada que lo detenía y
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vio a un embozado cuyo brazo, extendido hacia adelante, sujetaba aquella arma. El capitán dio un paso atrás y desnudando el sable, se enrolló la capa en el brazo izquierdo y se puso en guardia. - ¡Apártate, canalla -gritó con voz firme-, o te hago vomitar el alma! -Usted es el que va -a dejar aquí -contestó el embozado-, o la vida o el fruto de sus trampas. Entregue inmediatamente la ganancia que ha debido a los botones de sus mangas, o cuéntese por muerto. Algo desconcertó a don Feliciano al oir que aquel desconocido sabía la estratagema a que pocos momentos antes había recurrido; pero, recobrando luego su sangre fría, replicó: -Pues ni el dinero ni la vida, perverso; toma -y tiró a su adversario un tremendo sablazo, que éste supo parar muy hábilmente. El maestro de armas comprendió que se las había con alguno que no era extraño
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al arte, y apeló a todos sus recursos. Por desgracia para el pobre capitán, su tesoro mismo no le permitía rivalizar en ligereza con su contrario, que esquivaba el sable de don Feliciano huyendo el cuerpo cuando era necesario, y que tres veces estuvo a punto de pasarlo con su espada. Quiso el maestro recurrir al famoso tiro de la zancadilla, que tan útil le había sido en Roatán; pero el contendiente con quien ahora se las había, era más ladino que el inglés, y no se dejó atrapar la espada. Diez minutos había durado ya el combate, y la victoria parecía indecisa entre aquellos dos hombres igualmente ejercitados en las armas. Matamoros comenzaba a cansarse, lo cual hubo sin duda de advertir su
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contrario, pues redoblando la viveza del ataque, hizo retroceder al pobre capitán, que buscaba ya un apoyo en la pared. Pero antes de que lo consiguiera, la espada de su enemigo le penetró por el costado derecho, haciendo salir la sangre a borbotones. - ¡Muerto soyl -exclamó don Feliciano, y cayó. El embozado suspendió el ataque; se acercó y sin darse mucha prisa, vació las faltriqueras del capitán, despojándolo hasta del último duro que había ganado, y que iba echando en una especie de bolsa grande que llevaba atada a la cintura. Terminada la operación, limpió su espada en la capa de Matamoros y se marchó.
Compromiso con Matilde
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ervias se encontró muchas noches con Gabriel en casa de Matilde. Los ojos vieron lo que un leal corazón se negaba a creer: pero al fin tuvo que rendirse a la verdad. La idea de que lo traicionaba aquel amigo, aquel compañero de armas, a quien amaba más que a un hermano, hizo sufrir a su alma el más acerbo dolor. Nada dijo a Gabriel, y éste por su parte tampoco procuró una explicación que no hubiera dejado de serle muy embarazosa. Matilde de los Monteros era culpable, pues sabía que arrebataba el amante a su amiga, a su protegida; pero no había recibido confidencia alguna de Rosalía. No así Gabriel, que faltando a sus juramentos y a un compromiso formal contraído con aquella pobre joven, traicionaba además a su amigo, que lo había hecho depositario del secreto de un profundo amor a Matilde. Ella y él procuraron acallar la voz de la conciencia con pretextos frivolos y se entregaron sin reserva al delirio de la pasión que abrasaba sus corazones.
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abriel regresó tres días después y mientras se recuperaba recibió la noticia de que lo habían ascendido a capitán. Cuando se recuperó por completo fue a visitar a Matilde y así, sin más, rompió el compromiso con Rosalía. Felices los nuevos novios, aguardaban la aprobación del padre del joven para poder casarse; mientras eso sucedía Gabriel se involucró, persuadido por un falso amigo llamado don Cristóbal de Oñate, con una joven de dudosa reputación llamada Manuelita la Tatuana, esa relación termina con una herida en el pecho de Gabriel.
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Mientras tanto, el abogado Arochena, trabajaba día y noche en destruir la relación de su amada, él conocía las ideas que ella y su familia tenían en cuanto a la diferencia de clases, y él sospechaba que Gabriel no era lo que aparentaba, sospechaba que su origen era vergonzoso. De tanto trabajo, logró que lo nombran alcalde y así capturó a la cuadrilla de Pie de Lana, que se había atrincherado en el patio de la casa del escribano real don Ramón, desarrollándose una sangrienta lucha, el abogado es atravesado por la espada del jefe de la cuadrilla a quien logra verle el rostro y descubre que es don Juan de Montejo; Gabriel atacó al malhechor para defender al abogado, pero el malhechor le dice que es su padre, a lo que el abogado asiente y luego expira.
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La Historia de un Pepe es una historia de amor y misterio que se desarrolla en Guatemala, en los años finales del siglo XVIII y principios del XIX. Gabriel Fernández, abandonado en la puerta de una casa de gente de dinero de la época crece sin sus padres, al crecer se convierte en cadete, donde debe capturar al más famoso ladrón de la época, llamado Pie de Lana con lo cual descubrirá algo que cambiará su vida y todo lo que creyó acerca de sí mismo.
osé Milla y Vidaurre (Ciudad de Guatemala, Primer Imperio Mexicano, 4 de agosto de 1822- Ciudad de Guatemala Guatemala, 30 de septiembre de 1882) fue un escritor guatemalteco del siglo xix, considerado uno de los fundadores de la novela en la literatura de su país natal; en especial, él destacó en la narrativa histórica. El notable escritor hondureño Ramón Rosa, - quien fuera alumno de Milla mientras estudió en Guatemala entre 1867 y 1871, y quien fuera el ideólogo de la Reforma Liberal que se inició en Guatemala 1871 y luego de la de Honduras en 1876describe así los méritos literarios del conservador José Milla y Vidaurre: «Nadie que haya leído La hija del Adelantado, Los cuadros de costumbres, El libro sin nombre, Un viaje al otro mundo, pasando por otras partes, y el primer tomo de la Historia de la América Central podrá negar a José Milla sus dotes de eminente escritor. Nadie podrá negarle un ingenio fecundo, una imaginación amena y chispeante, una erudición vastísima, un selecto y delicado gusto, un estilo lleno de intención y de agudezas, y un lenguaje puro y correcto que valióle el honrosísimo título de Miembro Correspondiente de la Real Academia Española. Nadie que haya leído y estudiado las muchas obras, de diverso género, de José Milla, del escritor más fecundo de Guatemala, podrá negar que tan insigne hombre de letras es una honra, es una gloria nacional de Centro América.