Virgilio Rodríguez Macal Autor
La Mansión del Pájaro Serpiente
Sofi Pem Ilustradora
Virgilio Rodríguez Macal Autor
La Mansión del Pájaro Serpiente
Sofi Pem Ilustradora
¡Que estas historias sean para mis hijos! Que las lean primeramente con su mente infantil. Que vuelvan a leerlas más tarde y que traten de comprender o sobrepasen entendiendo lo que yo escribí con toda sencillez en la mañana de mi vida.
V.R.M
El “Anda Solo”
C
uando nació, su madre se sintió muy feliz. La joven madrecita no había tenido hijos, y eso que habían ya pasado dos inviernos, desde que se apartó de su familia, en el bosque de la Poza Redonda, para seguir al ser que el destino puso ante su faz. Desde entonces, había procurado ser una esposa modelo, y su señor y dueño estaba muy agradecido. Muy felices habían sido los dos durante su primer verano. Ambularon solitarios por los parajes más hermosos. Atravesaron una gran selva, de árboles tan altos y tupidos que
el sol apenas si lograba filtrarse como a través de un enorme cristal verde… Todo estaba silencioso, y el rumor del airecillo meciendo las ramas, con el cantar de los pájaros, era lo único que se escuchaba calladamente. Tan hermoso encontraron el lugar que ella quiso quedarse para siempre y , para darle gusto, él se puso inmediatamente a buscar una casa cómoda. Pronto la encontraron. Husmeando aquí y allá llegaron los dos al pie del Inup, la vieja ceiba, cuyo altísimo tronco estaba totalmente cubierto por el matapalo.
Él dirigió los ojos hacia lo algo y sus hermosos bigotes blanquecinos se agitaron cuando la sabiduría de su nariz exploró el ambiente. Todo debió parecerle sin novedad porque miró a la compañera pidiendo su aprobación. Aquélla contemplaba la hermosa red verde del matapalo salpicada profusamente de quiebracajetes morados, blancos y rojizos… ¡Qué lindo sería tener esa hermosa escala para su casa! Entonces él se acercó al tronco y comenzó a subir calmadamente. Había más de mil lugares dónde encontrar seguro apoyo, así que iba ojo avizor y siempre con el olfato alerta. Pero a pesar de que iba trepando con calma, lo hizo
con gran rapidez y pronto estuvo muy lejos del suelo. Llegó a las primeras ramas del INUP, que tenían un grosor de muchas veces su propio cuerpo. En la horqueta donde se bifurcaban su grandes brazos se detuvo él con observación. Más arriba no era conveniente subir. Atravesó la horqueta y se encontró nuevamente entre el matapalo, al lado opuesto de donde subiera. Había descendido algunos pasos cuando sintió que la red se hundía bajo sus pies. Con gran tiempo se escurrió a un lado y, afianzándose bien a las ramas, comenzó a separar con la cabeza las hojas y los quiebracajetes.
Cuando hubo hecho un pequeño agujero, aplicó inmediatamente el poder de su olfato. Con gran detenimiento giraron las ventanas de su nariz por los cuatro puntos. Nada. Entonces se movieron sus bigotes con señal de satisfacción. Sin esperar más, metió la cabeza, y, tras esta se fue el resto del cuerpo. Se encontró en una vivienda espaciosísima el olfato le juraba que nadie la habitaba por entonces… ¿Podría ser cierta tanta dicha? Se asomó al exterior para que ella subiera; y el lo que tarda un coco en caer al suelo, ella estaba a su lado. Juntos recorrieron la mansión, que se les figuraba un palacio. Algo oscura estaba, pero pronto descorrieron la verde persiana del matapalo y entró la claridad a
borbotones… ¡Qué hermosa! Ella estaba feliz. Se acariciaron largamente. ¿Quién había construido aquel palacio? ¿Quién sería el que hizo tanta maravilla en la solidísima pared de la gran ceiba? ¡Algo oscuras estaban las paredes, como ahumadas y agrietadas!... Probablemente fue víbora del cielo, que se lanza sobre la época de las grandes lluvias y los grandes ruidos. Pero, fuera quien fuese, él y ella habían encontrado lo que buscaban: un lugar seguro donde poder ser felices y donde esperar tranquilamente la llegada de los herederos. Pasó un tiempo y en verdad, fueron muy felices. La comida era fácil, aunque no muy sustanciosa y ya no podían estar más tiempo sin
carne porque era muy escasa. Ella estaba desconsolada, habĂa pasado ya muchisimo tiempo, el tiempo suficiente en ese su paraĂso.
Había sido muy feliz… pero todavía no había la menor esperanza de que viniera algún pequeñuelo y ya la época de las grandes aguas venía a toda prisa. Ya comenzaban a haber manchas amarillentas en el más blanco de los cushines y ya en alguna de sus vainas había ella encontrado algún miembro de la familia de Amalló, el gusano. Ella misma comenzaba a darse cuenta que su paraíso no reunía todas la buenas condiciones para un invierno largo, pensaba, ¿Y si
Vívora del cielo volvía a seguir desgarrando el cuerpo de la vieja Inup? Por fin una mañana nebulosa, húmeda, él dispuso la marcha y con gran sorpresa, notó que ella no hizo objeción alguna. Por última vez descendieron por la escala verde, sobre los quiebracajetes ya marchitados, listos para renacer con más vigor en las primeras lluvias. Llegaron al suelo y dio principio la larga caminata.
Él había dispuesto reunirse a su familia a la cual había abandonado para lanzarse en busca de compañera. Su familia podía ambular por un bosque al pie de un barranco profundo que guardaban en su seno un río escurridizo. Él recordaba que allí no hacía tanto calor como en la selva de la vieja Inup y que la vegetación era diferente. Por lo tanto caminaron en línea recta y cuando lo consideraban prudente caminaban por las ramas, por
lo general iban siempre juntos y silenciosos. Pero otras veces, andaban por el suelo, ligeramente separados, buscando alimento. En una de esas ocasiones él logro sorprender a Bay, la taltusa que había amanecido tonta esa mañana, cosa inmensamente extraña de ella. Salió de una del las innumerables puertas de su vivienda subterránea. La noche anterior había caído una hermosa semilla de Tux, especie de bellota,
y estaba en la puerta misma de su casa, fresca y húmeda de rocío. Subió Bay con sus agilísimos movimientos, rechinándole los diminutos dientecillos. ¡Allí estaba Tux! Se sentó cómodamente sobre la colita y recogió a Tux. Comenzó a darle vueltas con las manecitas, y los incisivos principiaron a triturar la pulpa… Cuando Bay quiso tirarse de espaldas al túnel de su vivienda ya era tarde… ¡Clac!... las mandíbulas de él se cerraron sobre su cuello y su cabeza… ¡Clac! Cuando el último fragmento de Tux rodó por el suelo, Bay se comió a Tux y él
se comió a Bay. ¡Así lo dispuso Destino, el dios que rige la selva, aquella mañana! La carne le dio nuevo vigor. Pronto se le unió ella que no había encontrado más que el nido de Ut, la paloma espumuy, con tres huevecitos que a ella le parecieron tres insignificantes granitos de placer. Siguieron caminando, y poco a poco, la vegetación variaba. Las selvas se iban aclarando en grandes bosques donde los helechos, parásitas y trepadoras desaparecían para ceder su lugar al zacatillo húmedo, salpicado de florecitas amarillas.
Una mañana se internaron en un pajonal seco, caminaban sin ver absolutamente nada porque el pajonal se obstinaba en levantar sus crenchas a muchos pies sobre sus cuerpos. Preocupados por conseguir alimento en terrenos desconocidos y evitar, al mismo tiempo, servir ellos de alimento. Avanzaban muy lentamente y nada se encontraba en aquella desolación, por más que aguzaran el olfato y husmearan ávidamente en cada rincón donde el pajonal se añudaba.
Repentinamente él saltó de costado con rapidez increíble y ella se quedo quieta. Muy quieta, viendo cómo de milagro, habíase salvado su dueño morir… ¡Chrrrrrr!... sonó un tableteo seco y rápido en el matorral exhausto. Ambos se acercaron con el pelo punta de plata de la espalda en forma de I. ¡Entonces la vieron! Chrrrrr… Sochoj, la Víbora cascabel, tenía la cabeza levantada y su cuello arqueado caprichosamente. Su cuerpo permanecía arrollado como el nido
de Ut, la espumuy y por uno de sus lados salía la cola que batía como chinchín. Los dos se miraron , sacaron las lenguas y luego enseñaron las dentaduras. La víbora en respuesta mostró también su lengua bífida, y lo más extraño es que lo hizo sin abrir la boca… La agitaba y la guardaba en su estuche de la muerte… Luego volvía a proyectarla en ansias de orientación. Él y ella se miraron. Con qué placer clavarían sus colmillos en ese cuerpo gris-amarillento con adornos negruzcos… Pero no se atrevían. Sabían que el tamaño de la dentadura de su enemiga desmentía su poder. Por lo tanto, comenzaron ambos a gruñir sordamente y a caminar de un lado a otro, simulando cada instante que iban a lanzarse,
pero cuidando siempre guardar buena distancia entre sus cuerpos y la terrible zoga del cuello de la víbora. La insultaron de lo lindo y a cada movimiento que hacían, Sochoj giraba la cabeza sin desviar un instante la orientación de su lengua de la cara, del frente de sus enemigos. Consiguieron exasperarla de tal manera que la cascabel había subido el tono de sus advertencias en tal forma que parecía ya el Chrrrr prolongadísimo como el de cien Sochoj furiosas. Por fin se marcharon pavoneando sus colas. Inmediatamente todo quedó en el silencio. La víbora bajó la cabeza en posición de descanso y la cola dejó de agitarse. Ya sólo se escuchaba el murmullo que hacían las pieles de él y ella al rozar suavemente el pajonal.
Ya bien caída la tarde lograron salir del potrero, casi a rastras, y dieron con Akanyá, el río, que brincaba entre las piedras bajo un bosque de mangos. Allí se sintieron felices. Bebieron hasta reventar y, aunque a ninguno de los don les fascinaba un baño, él comenzó a caminar con las patas dentro del agua, husmeando bajo las piedras. Pronto vio sus esfuerzos coronados porque
logró mata a Tap, el cangrejo, no sin que éste lo atenaceara dolorosamente en una pata. Cojeado ligeramente y moviendo los bigotes en su eterno gesto de alegría, llegó donde ella descansaba y le mostro el cuerpo inerte de Tap que colgaba de su hocico. Juntos lo comieron y juntos lograron matar otros dos, varios momentos después.
Al cabo de muchos días de penas y largas jornadas, llegaron al bosque donde vivía su tribu. Se presentaron ante ella sencillamente y, luego que él fue reconocido después de mucho olfateo, paso inmediatamente en compañía de ella, a ser otra de las tantas parejas que formaban aquella familia de pizotes.
Pasó el tiempo y cuando esta historia da principio , estaba ella en su casa, un espacioso nido de paxte en el hueco de un gran árbol rojo llamado Cakchee lamiendo con infinita ternura el más hermoso de los hijos que ella había visto nacer de cualquier hembra de su raza. No le importaba no haber tenido
dos o más a la vez, como era la costumbre más generalizada entere la gran familia. Había llegado por fin, al hueco del rojo Cakchee, por voluntad de Destino, el hijo que ansiaba su corazón . Y , aunque de vez en cuando recordaba su linda casita de la lejana Inup, con su verde enredadera y sus quiebracajetes, le parecía ahora mucho más hermoso este su hogar en donde había pasado ya dos inviernos largos y húmedos, protegida por las recias paredes del árbol rojo que se alzaba majestuosos en la sombría montaña, viendo de frente a Cigüán, el barranco, con sus grises pañuelos de paxte, jugueteando al viento. Él también contemplaba al pequeñuelo con orgullo y sus ojo observaba con atención el obscuro color del pelaje, aun tan ralo, de sus heredero, así como el tamaño de su cuerpo regordete que , a pesa de haber pasado Gij, el sol, tan sólo tres veces sobre su cabeza dese llegar al mundo, ya era mucho mayor que le de
cualquiera de los diez y ocho hijos de sus compañeros que nacieron el mismo día. Fue creciendo muy aprisa. Itzul, pues ha de llamarse el hijo de él y ella, que fue el más hermoso de cuantos pizotes habían cumplido cuatro Ics, cuatro lunas, en la Gran montaña que mira de frente a Cigüán, el barranco. Demás está decir que ella se volvía loca cuando el jovenzuelo salía por la rama de su vivienda con su andar bamboleante de gordura y sus cortas patas muy rígidas, Y, en verdad, era muy hermoso Itzul, porque las otras madres miraba con envidia su gran talla, su esponjada cola y la despreocupación y gracia de su andar. Juntos él y ella , en el tibio nido de paxte, observaban en silencio a Itzul que jugueteaba y que, cada vez que algún jovenzuelo de edad se acercaba en busca de retozo, era alejado inmediatamente con un sordo gruñido. Itzul era diferente a todos.
Algún tiempo después, una mañana, descendió Itzul de Cakchee y se mezcló entre la gente que andaba en busca de alimento. El olfato de Itzul era poderosísimo, tanto que cuando salían en busca de comida padre e hijo, siempre era éste el que la encontraba. Así pues que, la mañana que Itzul buscaba el alimento con la familia,
varios adultos pasaron al lado del nido de Ut, la paloma espumuy, sin sentir los cinco huevos que en él estaban a la vista. Pasó Itzul y en el acto comenzó a comer en el nido de Ut. Un macho que había pasado por allí hacía dos momentos y que andaba enfermo del hambre, oyó el ruido que hacían los huevos de Ut al quebrarse en la boca de Itzul. Se revolvió en el acto y se fue sobre el nido. Cuando llegó, su cabeza gacha chocó contra el cuerpo del jovenzuelo y lo mandó rodando. Desde lo alto del Cakchee, ella vio a su hijo golpeado. Con la rapidez de una
rama cuando cae, bajó del árbol… Pero no tuvo tiempo de lanzarse en defensa de su pequeño Itzul, porque ya el pequeño Itzul estaba sobre el macho rabioso… Las hojas comenzaron a volar de un lado al otro en el lugar del combate. El macho gruñía sordamente e Itzul luchaba en el más completo silencio. Por fin se quedó inmóvil la bola de pelo. El macho ya no gruñía. Se deformó la pelota y salió una parte de ella, la parte más obscura. Itzul quiso dar el golpe culminante y se lanzó al que sangraba y luego caminó con gran calma hacia el nido de Ut.
Ella contempló la escena largo rato, como si su cerebro hiciera esfuerzos por dar cabida a lo que veía… Su pequeño Itzul había dado muerte a un macho adulto frente a frente. Y los miembros masculinos de la gran familia de pizotes contemplaban con admiración e inquietud la hermosa figura negra que estaba inclinada tranquilamente sobre el nido de Ut. Las hembras jóvenes que estaban ya para toar marido, comenzaron a rondar cerca del nido, moviendo con coquetería las lindas orejas, en señal de complacencia y sumisión. Una mañana salió Itzul en dirección a Cigüán, Gij, el sol, comenzaba a brillar en todo su esplendor y Cigüán disperzábase descorriendo las cortinas de niebla azulina que ocultaban su fondo. Por toda esta belleza. Itzul venía alegre, bajando rápidamente por el monte del barranco, Había salido a divertirse , a conocer un poco de su gran Mundo Verde.
A él le gustaba caminar solitario y callado, viendo y sintiendo las cosas antes que nadie, sin compartir sus emociones. Venía, pues con cautela y de pronto oyó un ruido sobre él y una sombre negra le pasó por encima… Guz,guz, guz hizo la sombra cuando paso y cuando Itzul levantó la cabeza para mirarla. Sobre una rama esta Cuch, el zopilote, con las alas abiertas amenazadoramente, Guz, guz, guz –le decía a Itzul con rabia y saltaba de un lado a otro mientras sus pequeñuelos de pelusa blanquecina gritaban a voz en buche, y aquello parecí ya un campo de batalla de tanto ruido y tanto alboroto. Itzul estaba encantado, Nunca habría pensado que Cuch, el zopilote pudiera haber sido en si infancia de un color blanquecino… ¡Quién lo diría! Luego decidió cerrar sus mandíbulas sobre uno de esos cuerpos repugnantes para exasperar a Cuch. Pensando
en ello adelantó su cabeza hacia el nido. Entonces Cuch se desprendió de la rama y se lanzó sobre el intruso… Pero éste, cuando lo tuvo cerca lanzó un golpe con su mano armada de macizas uñas. Cuch evitó el golpe y se paró en una piedra cercana con las alas abiertas y gritando guz, guz, guzzzzz. ¡ Verdaderamente parecía que Itzul se estaba riendo! Estaba encantado. Para asustar más a Cuch, se le fue acercando en actitud de combate, con el pelo erizado sobre la encorvada espalda y gruñendo ferozmente, Cuch comenzó a retroceder espantado, moviendo las alas como si fuera a volar, con su cabeza gacha y su pico abierto en un guzzzz prolongado ataque… ¡Allí fue donde el juego se transformó en tragedia!... Cuch se elevó al seguro de una rama, pero un instante antes
vomitó con fuerza hacia Itzul… Por serte, el proyectil pasó a un lado, pero fue suficiente,,, Al instante sintió Itzul la más espantosa de las torturas en sus largas narices, ¡Pobrecito Itzul, que para mayor desgracia tenía el olfato tan fino! Dando un chillido de disgusto, de asco y de pena, se lanzó barranco abajo hecho una pelota, Como Akaj, el panal, Cuando cae rodando, así bajó Itzul el barranco cuando Cuch vomitó … Pasó por toda la extensión de Cigüán, desde la superficie hasta el fondo , chocando de árbol en árbol, rodando de monte en monte ¡PacParáááá, pac-paráá, pac-parááá, gritaban las chachas cuando Itzul pasaba como pelota asustándolas! Por fin llegó al fondo de Cigüán y se detuvo en la arena de la margen del río. Se levantó tambaleando y comenzó a lamerse los costados doloridos y a arrancarse con los dientes los
mozotes que tenía enredados en la pelambre. Luego miró para arriba y le pareció imposible haber rodado de tan alto. Ni siquiera se veía el rojo Cakchee de su hogar. Su primer pensamiento fue, ¡No volvería a molestar a Cuch en los días de su vida! En el fondo del barranco fue donde comenzó a sentir el ansia de vagar por los grandes montes, las grandes selvas,,, Allí comenzó a nacerle en el fondo de su ser el deseo de ambular solitario, luchar por lo que ansiaba, por lo que comía.
En aquel lugar silencioso donde el ancho río se deslizaba con sencillez jugueteando con las ramas y lo bejucos, Itzul sintió el placer de la vida solitaria. Ignoraba él que ese pelaje negro con que naciera y esa gran talla que de día en día iba creciendo, eran las características de los de su raza que el hombre llama “anda solos”, que nacen uno entre cada mil y que ambulan por los bosques separados de la manada, sin más compañía que su valor indómito.
Buscando entre las piedras metió la mano en un agujero que había debajo de una muy grande y muy reluciente, Al instante la retiro con brusco tirón y, prendido fuertemente de su mano sacó a Chom, el camarón, que al sentirse en el aire soltó su presa y cayó al agua. Itzul sintió un gran dolor y una gran cólera. Cayó Chom, y aun no se había hundido del todo cuando aquél se lanzó al agua, ¡Que diferente era Itzul del resto de su raza, que huye del agua siempre que puede!
Nadó, pues, hacia abajo con rapidez. Nadie le había enseñado, pero lo hacía casi con la soltura de Jucú, el pez. Chom había llegado al fondo arenoso del río y seguía corriendo por él hacia la parte más profunda. Levantó la vista y vio la sombre de Itzul que venía rodeada de burbujas. Entonces Chom se asustó grandemente y se preparó para la defensa. Con rapidez comenzó a ocultarse entre la arena, a enturbiar el agua, a revolverla.
Después, abrió sus tenazas formidables y esperó… Pero Itzul pasó muy por encima de las peligrosas tenazas, y como si no hubiera visto a Chom. Pero de pronto, su enemigo dio la vuelta y lo atacó como una flecha, entrándole por la cola. Con tal fuerza lanzó Itzul la dentellada que al abrir la boca el agua le entró a borbotones, y fue verdaderamente un milagro que no se ahora; pero las mandíbulas se cerraron por la mitad del cuerpo de Chom.
Itzul y Chom salieron juntos del agua, Itzul estaba sacudiéndose y vomitando lo que se había tragado, Chom estaba sobre la arena, con el cuerpo quebrado, muriéndose,,, Cuando la tarde caía, un Itzul muy cansado subía por la rama del hermoso Cakchee hacia su casa. Antes de entrar en el tibio agujero lanzó una mirada hacia abajo, el fondo lejano de Cigüán donde vivían Chom, el de la carne blanca, tierna deliciosa.
Muchas fueron , en verdad las aventuras de Itzul en su infancia, y poco a poco aprendió los secretos de su verde mundo, unas veces por experiencia propia y otras guiado por su tierna madre y por su padre. Pero en verdad, poco era lo que Itzul no veía con eses admirable sexto sentido que para la percepción de las cosas ocultas tienen los animales. Muchas como digo, fueron, en verdad , las aventuras de Itzul en su infancia pero cuando la madurez comenzaba a endurecer sus carnes y ya no había secreto pare él en la Montaña que mira de frente a Cigüán , el barranco,
Itzul desapareció de la tribu para siempre. La vida de Itzul se deslizó con tranquilidad, como se desliza la corriente profunde de Aknyá, el río. Estaba muy satisfecho de sí mismo y de su mundo, que habíale dado fuerza y alegría. Encontraba comida en abundancia. La carne se la procuraba con los pájaros y los huevos o con la gente de Bay, la taltuza, que habitaba por doquiera; y Vuach, la fruta, que vivía en todos los rincones Paso el verano, pasó el invierno, paso de nuevo el verano y volvió a pasara el inverno… La vida Itzul seguía como siempre. La
experiencia le había enseñado muchas y sabias lecciones. Ya no caminaba como antaño, despreocupado, con la vista en alto haciendo ruido entre el matorral. Había aprendido a avanzar diez metros, después de olfatear diez momentos, uno por cada paso que daba, por cada metro que avanzaba su cuerpo a través del Mundo Verde… Aprendió que siempre había alguien tan bien o mejor dotado que él para emplearlo como alimento, como medio de subsistencia. También tuvo momentos de vitoria, momentos de lucha en que triunfó y mató…
Entonces comía bien. Otros momentos fueron amargos, cuando Víbora del cielo partía a Caj en dos pedazos y se precipitaba sobre la selva, sobre Uléu, la tierra, ensartando su terrible colmillo en los grandes árboles, los pequeños árboles, que morían inmediatamente, convertidos en ceniza por la acción del veneno brillante y ardiente… Por mucho tiempo conservaron sus vidas y sus faces verdes Chaj e Inup… Gran tiempo, grande y largo, quizá tan grande como la vida, la historia de cientos de Tix, de cientos de Itzules. Y, de pronto, Víbora del cielo que
despierta en el invierno, bajaba desde Caj a matarlos, a partir y desgarrar a Inup y a convertir a Chaj en un ocote inmenso, llameante , que quemaba por largo tiempo la obscuridad de la selva. Entonces Itzul se escondía, se agazapaba en la primera cueva, la primera cavidad que encontraba en suelo o tronco, temeroso de Caj, el cielo, y de Destino. Veía morir a Inup o a Chaj o a Cakchee envueltos en el ardiente veneno. Muchas fueron las veces que, acurrucado en el fondo de la cueva, sintió a su lado el frío y tembloroso cuerpo de Sochoj, la víbora cascabel… Pero nunca se hicieron daño porque también
Sochoj venía huyendo, asustada, temblorosa de las iras de Caj y de otra más poderosa que ella: Víbora del cielo… Mucho vio y aprendió Itzul, Pero nunca se cansaba de ambular, de vagar por los grandes montes, los pequeños montes…. Hasta un día, una tarde en que venia por la rama alta de un cushinal. De pronto llego a su olfato un olor extraño, un olor rarísimo que nunca en su larga vida había percibido. Fue un olor que puso sus pelos de punta y lleno su corazón de un gran temor, de una gran duda. Itzul quiso averiguar, inspeccionar inmediatamente antes de salir huyendo, antes de que el miedo
se adueñara de sus patas. Por lo tanto, descendió poco a poco por la rama hasta llegar a escasos metros de Uléu, la tierra. En ese momento oyó un ruido y sintió el olor con mas fuerza. Se movió uno de los arboles extraños y apareció el ser, la cosa mas increíble… era una cosa que caminaba erguida sobre dos patas, con una piel de diferentes colores y lo mas extraño de todo era que su lado caminaba otro ser no menos extraño, otro ser nunca visto, que se parecía mucho a Utiú, el coyote. Fue tanta la curiosidad que Itzul que el miedo se fue olvidando de su corazón… además, no tenia que temer puesto que el extraño ser caminaba sobre Uléu, la tierra, en compañía del que se parecía a Utiú, el coyote. ¿no? Itzul no se movería. No podría atacarlo estando el arriba en Chee, el
árbol. De pronto el que se parecía a Utiú alzo la cabeza y lo vio… inmediatamente comenzó a gritar, ha hacer un ruido tan espantoso que los pelos todos del cuerpo de Itzul, se erizaron de miedo… bajo la cabeza y sus ojos se encontraron con los de Utiú que hacia ruido tan espantoso. Ahí se quedó como fascinado. Entonces oyó otro ruido y vio que el ser de las dos patas le apuntaba con un palo negruzco… cuando miro la cara de este ser, vio uno de sus ojos muy abierto que lo miraba a él, lo miraba muy fijamente… Itzul sintió verdadero frio en su corazón, como su Job, la lluvia, hubiera caído de improviso dentro de su ser. Sintió que su cuerpo se helaba, que sus fuertes patas, sus fuertes garras temblaban… ¡Nunca había experimentado Itzul cosa tan terrible! Bummm… sonó un ruido
espantoso, como si Víbora del cielo hubiera reventado ahí en mil pedazos. Sintió que por su cuerpo corría una cosa hirviente y que no podía sostenerse sobre la rama, que se caía, se caía del árbol… vio que la tierra se agrandaba y sintió el golpe de su cuerpo contra ella. Inmediatamente, Utiú cayo sobre él y comenzó a destrozarlo… Entonces volvió al corazón de Itzul todo el valor, la pasión a la lucha… se revolvió y apretó sus mandíbulas en la garganta de Utiú. Esta ves si fue el cuello de Utiú lo que quedo aprisionado entre sus terrible colmillos… apretó
fuerte, muy fuerte, con intención de no soltar jamás… poco a poco sintió que ya no sentía, vio que ya no veía… se fue oscureciendo, oscureciendo todo ante sus ojos y Agá, la noche, cayo sobre su corazón… ¡Itzul había muerto! Pedro Culán, el cazador Cakchiquel, separó a Canelo, su perro, del cuerpo de Tix, el pizote… cuando lo retiro vio que Canelo había muerto. Tix no soltó la garganta de viejo Canelo ni aún después de muerto.
Pedro Culán se quedó largo rato contemplando los cuerpos del pizote y del perro que estaban uno al lado del otro, sobre la tierra pringada de sangre. Pedro Culán sentía una cosa atragantada en su garganta, como si fuer a llorar… aquel (chucho) tan viejo y tan noble lo había seguido por todos los caminos, por todas la montañas, las selvas, por todas las rancherías… aquel (chucho) flaco que salía con él a la siembra, que salía él a “chapear”, a cazar… aquel su “chuchito” que corría adelante por los eternos caminos polvorientos. ¿Quién lo había matado? ¿Cómo fue que murió el que había pelado tantísimas veces con los tacuazines, con muchos pizotes, con muchos coyotes, con la
comadreja? Pedro Culán se arrodilló al lado del Itzul y se puso a examinarlo… con la luz del ocaso saltándole en sus ojos apagados como la semilla seca del cucuyuz, vio el gran tamaño y la piel negra del pizote… entonces una sonrisa triste iluminó su rostro de barro. Ahora lo explicaba todo. Nadie podía haber matado a Canelo sino un “Anda solo”… tanta impresión hizo a Culán la muerte de su perro que paro admirando a Itzul. Por lo tanto, cuando regreso a su rancho abrió un hoyo grande bajo un jocotal y los enterró a los dos juntos sin quitar la piel del pizote. Así fue como Itzul se canso de caminar, de vagar, de ambular. El día que vio, el día que conoció al hombre, ese día se canso de vivir.
Las narraciones que, capítulo tras capítulo, captan intensamente la atención del lector, pequeño o grande, hablan –como dice el autor- “de las cosas que le contó Pedro Culán, el viejo cazador de animales y visiones en nuestro mundo tropical, tan cruel, tan bello y tan complejo.”
Editorial Sur, 20 de noviembre de 1997 Guatemala, Centroamérica. Recreación, Agosto de 2017 Guatemala, Centroamérica.