La Tatuana Ilustrado por Yocasta de Leรณn
La Tatuana
Versión escrita por Francisco Barnoya Gálvez. Diseño y Diagramación por Yocasta de León. Proyecto por Jairo Choché. Asesorado por Jairo Choché. Ilustraciones por Yocasta de León. Universidad de San Carlos, Agosto del 2017
Por esos portales mรกgicos que abren nuestras mentes jovenes...
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¡Extraña mujer fue La Tatuana! ¡Llego al Reyno de Goathemala en un barco que no arribó a ninguna de sus playas!
P
aró en el Mesón de San Agustín, como era costumbre lo hicieran los forasteros en esos
tiempos. Luego paseó a su arrogancia y su belleza por las calles de la segunda ciudad colonial de América, en las cuales le formaba valla la admiración de empolvados marqueses y condes que la colmaron de piropos y galanterías, y después, como una acara, la fue a encerrar tras las cuatro paredes de una casita del barrio de La Parroquia Vieja. El vecindario la recibió con rayana indiferencia, que se tornó en el más acendrado de los odios el día en que los que lo formaban se dieron cuenta de que la misteriosa extranjera había convertido su mansión en templo de placer y de vicio.
Los umbrales de su casa eran atravesados todos los días, a la hora en que el cielo principia a tachonar de lentejuelas su bello manto azul, por esbozados y caballeros cuya mirada se perdía en La Tatuana, y por alegres mujerzuelas, que no se retiraban de ella, sino hasta que las tímidas luces del alba caían sobre Santiago de los Caballeros, tras una noche entregada a la música, al vino y al amor…
¡Y era cierto que la había convertido en tal!
Pero un día, en lugar de los esbozados caballeros y sus miradas, llegaron a la casa de La Tatuana dos corchetes. Cautelosamente golpearon con los nudillos las puertas que siempre se franqueaban a la gente alegre. Esperaron un instante. Y al cabo de la espera salió a hacerlos pasar la extraña mujer que con sus escándalos y fiestas tenía alarmado a todo el vecindario. La belleza enigmática de La Tatuana les hizo enmudecer. Y sin cruzar con ella una sola palabra pusieron en sus manos, blancas como los sagrados corporales, una orden que leyó sin inmutarse. Se le conminaba en ella a darse presa en virtud de que el Tribunal del Santo Oficio había acogido una acusación contra ella:
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¡Que La Tatuana había llegado al Reyno de Goathemala en un barco que nunca arribó en sus playas!
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a Santa Inquisición acusó a La Tatuana por el gravísimo delito de la hechicería, basándose en el hecho de que había llegado al Reyno de
Goathemala en un barco que nunca arribó a sus playas. Cuando terminó de leer, por sus labios sensuales no pasó la menor voz de protesta. El puebló comentaba: -¡Esto tenía que pasar! -¡Es porque el piche me cantó por atrás! ¡Y se dejó Prender! Y la noche de ese día, y las noches de los siguientes, ya no las pasó rodeada de apuestos y libertinos caballeros, ni de música, ni de vino ni de la alegría de las mujerzuelas; sino de la soledad, que junto con ella estaba encerrada en un lóbrego calabozo, que ahora era su hogar dentro de lo que llamaban La Casa de Recogidas.
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ace ya mucho rato que los indígenas de Mixco y Chinautla han llegado al atrio de la Catedral Metropolitana, trayendo
desde sus montañas, para que la cristianidad los ofrezca al Dios Niño, el rojo Pie de Gallo, las verdes hojas de Pacaya, las aromadas ramas de pino, las amarillas sartas de manzanilla, las piñuelas provocativas como sensuales labios y los chinchines, pitos y tortugas…
Es 24 de Diciembre de 16…
¡Esta es Nochebuena! ¡Nochebuena para todos los habitantes del Reyno. Noche mala para La Tatuana, cuyo cuerpo blanco y bello ha ordenado el Tribunal del Santo Oficio arda mañana en la hoguera! Mientras el pueblo se desborda por las calles adyacentes, ala Metropolitana, en demanda de una ofrenda, de las que han traído los indígenas, que brindar al Dios Niño, una larga y alta figura, envuelta en un manto negro, llega a la Casa de Las Recogidas.
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Era el comisionario del Santo oficio, que va a poner la sentencia fatal en conocimiento de la mujer que morirá el mismo día en que el mundo celebra el nacimiento del
-Muchas gracias son las que me adornan, señor inquisidor.
que nos enseñó a perdonar a los pecadores. El de la alta figura se da a conocer. E inmediatamente que le son
Respondió jactada la condenada a muerte,
franqueadas las puertas de la cárcel, se hace conducir al calabozo que ha sido fiel guardián de la hechicera.
-Según me decían mis muchos admiradores. ¡Lamento
Ya en él, sin saludarla siquiera, su voz gangosa
que no hayáis reparado en ellas! Pero como no es
principia a leer, uno tras otro, los pliegos que contienen
mi ánimo desairaros, os voy a pedir una. Que ordene
la larga sentencia, cuya lectura es escuchada por la
vuestra paternidad me sea traído un trozo de carbón.
desgraciada mujer sin que su rostro acuse la menor
Es mi deseo pasar las últimas horas de mi vida
inquietud. Terminada aquélla, el clérigo, que velado por
entregada al arte del dibujo, que siempre ha sido muy
la penumbra de la celda, parece un fantasma, manifiesta
de mi agrado. No os pido lienzo, pues en lugar de él
a la reo que la justicia por su medio le manifiesta que
emplearé las blancas pareces de mi celda. Quiero dejar
está llana a concederle la última gracia.
en ellas un recuerdo de mi paso por la vida.
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-Os será concedido Respondió el Comisario y se marchó del calabozo. Así, sin haber brindado a La Tatuana, que mañana sería pasto de la hoguera, ni una sola palabra de consuelo. A las diez de la noche le llevaron el trozo de carbón. El júbilo más grande la embargó cuando lo tuvo entre sus manos. Jugueteó con la negra barrita unos momentos. La acarició con la misma finura con que sus manos acariciaban a sus amantes. Y pasados los primeros transportes de su infantil alegría, principió a dibujar.
S
us delicadas y finas manos, que para dibujar eran tan sabias como para prodigar caricias, dibujaron un tranquilo mar, sin tempestades que
lo embravecieran, por que tenía suficientes en su alma. Y sobre el mar, navegando con proa hacia el norte, un barco diminuto y perfecto… Terminada la obra, se puso a contemplarla con la misma unción con que un artista contempla la suya. Le dio uno, dos, tres y más retoques. Y cuando estuvo ya segura de que en ella no faltaba ni el más leve detalle, se embarcó en el velero que maravillosamente habían dibujado sus blancas y hermosas manos.
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¡Y así se fue La Tatuana del Reyno de Goathemala! ¡En el mismo barco en que llegó! ¡En el barco que no arribó a ninguna de sus playas…!
La Tatuana vino a Goathemala en un barco que nunca arribó a ninguna de sus playas‌