Pájaro Serpiente

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VIRGILIO RODRÍGUEZ MACAL


La obra obtuvo el mprimer premio en la categoría “Libro de la juventud” en el concurso realizado por la casa editora de New York Farrar & Reinhart, el año de 1942. Autor: Virgilio Rodríguez Macal Adaptación: Monica Villanueva Diseño y diagramación: Monica Villanueva


DEL TRÓPICO CENTROAMERICANO

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La g ente de Ba t z, e l m o n o , e r a n l o s habi tantes má s pe cu l i a r e s de e s t a s montañas.

Mucha hablabase de este Batz, y, Muy buenos abrigos tenía la gente entre otras cosas, se decía que no de Batz para librarse de Joron, el servía para nada, que no hacia mas frió. que comer, dormir y gritar. Cuando lo sorprendió, tuvo mucho Batz, el mono mas fuerte y que era el miedo, tuvo gran espanto y pataleo, jefe de la familia, estaba muy quieto chillo y trato de morder... Todo en sobre una rama baja, observándo- vano. Este Achi lo ato como paquelo todo con la espalda encorvada te y se lo llevo metido en un costal y los ojillos brillantes girándole de obscuro... un lado a otro bajo la maraña de su cabeza... Verdaderamente eran Si Gug hubiera podido verlo; estás Batz, de esas que conocemos seguramente le diría que el: “Batz, es siempre Batz”... como las altísimas montañas. Su pelambre negra era tan larga que algunos casi la arrastraban... P. 7

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La niebla fue cayendo sobre el corazón de la montaña, tratando de ocultar la escena. Fueron descendiendo, fueron perforando la sombra de la neblina, que han sido intensas, otras sombras más oscuras, las sombras peludas de la gente de Batz. Cayendo al lado del cuerpo de Coj, con el silencio de las gotas de Job, la lluvia.

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Algún tiempo después, una mañana, descendió Itzul de Cakchee y se mezcló entre la gente que andaba en busca de alimento. El olfato de Itzul era poderosísimo, tanto que, cuando salieran busca de comida padre e hija, siempre era este el que la encontraba.

Itzul, que era otro hijo de la soledad, venía alegre, bajando rápidamente por el monte del barranco. Había salido a divertirse, a conocer un poco de su gran Mundo Verde. No le gustaba caminar como el resto de sus congéneres, en grupo y armando gran barullo por los árboles.

Así pues que, la mañana en que Itzul buscaba el alimento con la familia, varios adultos pasaron al lado del nido de tu, la paloma espumuy, sin sentir los cinco huevos que en el estaban a la vista.

A el le gustaba caminar solitario y callado, viendo y sintiendo las cosas antes que nadie, sin compartir sus emociones.


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El día que vió, el al hombre, ese d

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l día que conoció día se cansó de:

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Su madre, llegó a decirle que por su forma de ser no podia convivir en la selva, pero no por ello terminarian los sufrimientos que ha diario pasaba el Itzul que paso muchas horas en un frenesí de dolor y Gij, el sol, se paseó tres y más veces por la cresta de los árboles sin que el rostro del hermoso Itzul adquiriera su forma primitiva.

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Pedro Culán decidió marcharse al norte. Trocar el fácil corte de maíz, recogimiento de alimento rubio, abundante y sencillo, por el corte de maderas preciosas, por la sangría del chicle, ardua tarea de titanes, de héroes anónimos que luchan como gusanos arrastrando su existencia por las inmensas, interminables soledades verdes; destruyendo los místicos, cavernosos silencios, con estrépitos de caídas de cedros, caobas, matilishuates... Prendiéndose como sanguijuelas en cada árbol de chicozapote...

Muchas y largas fueron, en verdad, las horas que pasé junto al fogaron que dormitaba a la sombra de comal, en el limpísimo rancho de mi amigo indio, escuchando con avidez las historias que por su boca destilaba su corazón, de las cosas que vio en sus andanzas por las tierras del norte, de los animales y las flores y las plantas y las vidas extrañas que conoció por los crics, los suampos y las selvas húmedas.

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Caminaban uno junto al otro, haciendo un ruidito como de ronquido, suave y prolongado, que era como se manifiestan su cariño.

Si pasaba a su lado sin prestarles atención, ellos lo celebraban grandemente; si los atacaba, se replegaban en sus corazas.

Cuando el enemigo llegaba, no podía verlo... Se admiraba de no poder descubrir a Iboy, ni siquiera de ver donde se había metido.

Por lo tanto, pues, se dirigió casi con despreocupación hacia la piedra donde resaltaba la linea rojiblanquinegra del coral. Ixociboy no se movió de su escondite, entre unas hojas ni le advirtió nada a Iboy.

Pero esto solo lo hacían cuando el peligro era muy grande. La mayoría de las veces esperaban al enemigo en actitud sumisa.

Pedro Culan cuenta con misterio y detalle historias de las selvas escondidas que vió en sus aventuras.

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Distintas en verdad, eran estas inmensas montañas que habían logrado llegar a enterrar las puntas de sus arboles en la entraña misma de Caj, el cielo. Allí no existía suampo traidor, de aguas negras y muertas. Allí no había el calor agobiante de la selva costeña, ni el horro de la maraña exuberante, devoradora, terrible... Allí Gij, el sol, manda sus rayos de manera acariciante, como el suspiro de un niño, débil a través del llanto de las nubes...

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Divino en verdad, era el pájaro serpiente, pues estás serpiente que lo seguían no eran sino la cola de Gug, una cola con tres y más larguísimas plumas, que parecían cada una un arco iris delgado... Una vez, Gug voló silenciosamente y se posó en la comba de un altísimo bejuco.

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Al instante llegaron sus hembras y comenzaron a murmurarle su cariño. Pero Gug permaneció indiferente, con la vista fija hacia el suelo. Estos grandes bosques eran, como digo, distintos a las selvas costeñas. Allí puede verse todo lo bello, aunque a distancia solo se permite ver lo cerrado de la arboleda.


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VIRGILIO RODRÍGUEZ MACAL


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