Recorriendo leyendas

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“Recorrido de Leyendas” Adaptación de tres leyendas guatemaltecas, El Sombrerón, La Llorona y La Siguanaba. Diseño, diagramación e ilustraciones por: Lizania Nathaly Peña Rodriguez Estudiante Diseño Gráfico, USAC Facultad de Arquitectura.





El Sombrerón

Seguramente que al caminar por las calles de La Antigua Guatemala, tu curiosidad e imaginación habrán volado y te habrás preguntado qué cosas han pasado en este lugar, cuáles historias han sido escritas en cada uno de esos edificios que aún se encuentran en pie, qué quejidos se esconden susurrando entre las ruinas, y qué clase de pasos han marcado con su ritmo cada una de las piedras que componen estas calles.



Esta es una de esas historias que todavía resuenan en las noches silenciosas y de luna llena, así que si un día deambulando llegas hasta el mercado y te dejas arrastrar hasta el barrio de la Recolección, no te asustes; simplemente déjate llevar y permítete experimentar y sentir un poco de la historia y la magia que hacen de este lugar lo que es.


Cuentan por ahí, que hay un personaje que sale a pasear a la hora del crepúsculo. ¿Es este un hombre? ¿Es un duende? ¿Es un demonio? Nadie lo sabe, pero entre los que lo han visto y escuchado – y también entre los que no – todos concuerdan que se trata de alguien muy pequeño, vestido de rojo con un cinturón negro grueso y brillante. Sobre la cabeza lleva un sombrero muy grande; en sus pies, un par de botas que al caminar retumban en las paredes por el gran ruido que hacen; y al hombro, una guitarra de acústica café.


Dicen que El Sombrerรณn, suele recorrer los barrios y la ciudad con cuatro mulas, haciendo sus travesuras. A veces le gusta subirse a los caballos, a los que hace correr durante toda la noche hasta cansarlos y a veces les hace trenzas en la cola y en las crines.


Pero también le gusta enamorar a jovencitas, especialmente aquellas que tienen ojos grandes y cabellos largos, a las cuales atrae con su dulce voz y los acordes más finos de su guitarra. Cuando éstas salen a la ventana a mirar, quedan embrujadas por él. Les persigue; les trenza el pelo; no las deja comer ni dormir. Han caído bajo su hechizo el cual perpetúa amarrando sus mulas al poste de la casa, mientras él canta y baila para su enamorada. Así que si un día tú o una amiga se siente atraída por la voz que endulza los oídos a través de la ventana y siente recorrer por las venas el influjo de la luna llena, recuerda las palabras anteriores, ya que hay un sombrerón listo para cometer sus travesuras.



La Llorona

Cuenta la leyenda que hace un montón de tiempo cerca del Cerrito del Carmen vivía una mujer de sociedad, joven y bella, que se casó con un hombre mayor, bueno, responsable y cariñoso, que la consentía como una niña, su único defecto era que no tenía fortuna. Pero el sabiendo que a su joven mujer le gustaba presumir con sus amigas de alta sociedad, trabajaba sin descanso para poder satisfacer las necesidades económicas de su esposa, la que sintiéndose consentida se gastaba todo lo que le daba su marido y exigía cada día más, para poder estar a la altura de sus amigas, las que dedicaban tiempo a fiestas y constantes paseos.


Marisa López de Figueroa, tuvo cuatro hijos los cuales eran educados por la servidumbre de la casa, ya que ella nunca se ocupó de sus hijos, solo se dedicaba a cosas triviales, repulsaba estar en su hogar. Así pasaron varios años, hasta que el marido enfermó gravemente, y al poco tiempo murió, llevándose todo, la viuda se quedó sin un centavo, y con sus hijos que le pedían comida, por lo tanto comenzó a vender sus muebles.


Pocos eran los recursos que le quedaban, al sentirse inútil para trabajar, y sin un centavo para mantener a sus hijos, lo pensó mucho, y un día reunió a todos sus hijos diciéndoles que los llevaría de paseo. Los patojos saltaban de alegría, ya que era la primera vez que su madre los llevaba de paseo al campo. Llegaron al río, los bajo del carruaje y los fue aventando uno a uno de los pequeños, que con las manitas le hacían señas de ayuda porque se estaban ahogando. Pero ella tendenciosa y fría, veía como se los llevaba la corriente.


A los pocos días cayó en cuenta de lo que hizo y regreso al río, y al no encontrar a sus hijos, se tiro ella también al río. Dice la leyenda que a partir de esa fecha, a las doce de la noche, la señora Marisa viene de ultratumba a llorar su desgracia, se cruzaba la zona con su carruaje, dando alaridos y gritando ¡Ayyyyy mis hijos! ¡Dónde estarán mis hijos! Y así hasta llegar al rio donde desaparecía.


Las personas juran que con la luz de la luna veĂ­an un carruaje conducido por una dama esqueleto vestida de negro, del carruaje salĂ­an grandes llamaradas y se escuchaban unos largos y tristes gemidos de mujer.



La Siguanaba

Según lo que cuenta la leyenda, todos los trasnochadores están propensos a encontrarla. Sin embargo, persigue con más insistencia a los hombres enamorados, a los Don Juanes que hacen alarde de sus conquistas amorosas. A estos, la Siguanaba se les aparece en cualquier tanque de agua en altas horas de la noche, o a orillas de ríos según otras versiones. La ven bañándose con una palangana de oro y peinando su hermoso cabello negro con un peine del mismo metal, su bello cuerpo se trasluce a través del camisón.



Dicen las tradiciones que el hombre que la mira se vuelve loco por ella. Entonces, la Siguanaba lo llama, y se lo va llevando hasta un barranco. EnseĂąa la cara cuando ya se lo ha ganado, su rostro se vuelve como de muerta, sus ojos se salen de sus cuencas y se tornan rojos como si sangraran. Su antes tersa y delicada piel se torna arrugada y verduzca, sus uĂąas crecen y suelta una estridente risa que paraliza de terror al que la escucha. Para no perder su alma, el hombre debe morder una cruz o una medallita y encomendarse a dios.





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