Nada de nombres -Diario de las estaciones- (extractos) por José Alias

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JOSÉ ALIAS

Nada de Nombres Diario de las estaciones

-extractos

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© José A. Sánchez, 2018 e-mail: hasta25m@gmail.com http://josealiaslibros.blogspot.com © 2018 Turpin Editores S.L. e-mail: turpin@graficasalmeida.com

e Producción: Gráficas Almeida almeida@graficasalmeida.com Director: José Manuel Martín Maquetación: Yurema Martín Antón Impreso en España ISBN: 978-84-949166-1-8 Depósito Legal: M-30330-2018 Reservados todos los derechos. Este extracto puede ser reproducido o transmitido, total o parcialmente, por cualquier medio, electrónico o mecánico, por fotocopia, grabación u otro sistema de reproducción de información, sin el permiso por escrito del titular del copyright para esta edición.


VERANO _______________________


El Vecindario Empezar diciendo que mi vecino de patio ha dejado de cantar, un alivio. El hombre se explayaba con cualquier musiquilla y en ese sentido me parece que mejor en la playa, en una solitaria, para que las gaviotas sean las que decidan si picotear al tipo o emigrar a otros pagos. A su mujer la veo como más contenta y los niños en su línea, pero es algo nuevo este silencio de sus inacabables cantinelas a todas horas. Veremos con el tiempo si es una cuestión de afonía u otra cosa menos evidente. Nunca se sabe, pero algo hay que decir; los humanos nos pasamos la vida opinando sin ton ni son sobre esto o aquello, al buen tuntún. De esto van un poco estas anotaciones que voy haciendo cada día y que son cómo un paréntesis entre idas y venidas al delfinario que han abierto a cinco minutos de mi casa y no parece haber otra cosa; llevamos dos semanas con él y los niños y mayores hemos cambiado el paso por las aceras que se han llenado ahora de sonrisas y voces saltarinas. Como estoy ya prejubilado, según las estadísticas y la legislación vigente, me he sacado un abono y paso las mañanas y algunas tardes contemplando a esos mamíferos que dicen


son más inteligentes que los listos de los humanos. No sé, pero lo cierto es que se me ha quitado lo de la artritis y estoy comiendo cosas que antes ni me entraban, por olvido o rechazo. Como carne magra y pescado blanco y azul, aunque esto me recuerda a los delfines y quién sabe si aguantaré en la duda. Huevos cocidos, fritos o en tortilla que antes eran raros en la dieta, ahora ocupan buena parte de mis platos. Las bananas o los plátanos me los llevo al acuario y me ha dicho mi cuñado que no es bueno darles comida de fuera, que se pueden enfermar. Ni se me habría ocurrido, pero si a mí no me hace daño, pienso, no creo que a unos animales tan fuertes y ágiles… aunque no, mejor no. Pero lo que quería contar es lo del destino, que yo nunca me había fijado en cosas así, aunque me da qué pensar lo del vecino y los delfines, si no será una casualidad y por qué no decirlo, la otra noche pusieron por la tele esa película De óxido y hueso, ella trabaja en un delfinario, que ya me dirán si no es casualidad… pero, a lo que iba: a mí, en principio, esos sonidos como de serrucho me recordaban a Kafka, rara cosa esta de las asociaciones mentales, a ese relato de Josefina la cantora o el pueblo de los ratones; tal vez porque los hijos del vecino van siempre tras él como ratoncitos silenciosos. Justo el día en que abrieron el delfinario, todo el barrio estuvo allí, pasó la familia del cantor al


completo por delante de mi casa y pude oír como el más pequeño de los ratones le decía al padre: ¿papá eso que hacen los delfimes, dijo delfimes, es cantar? No pude evitarlo y me asomé raudo por la ventana, justo a tiempo para ver la cara del padre que no dijo una palabra mientras miraba a su hijo cómo si fuera un extraterrestre; los dos. La madre me miró con cara de no haber roto un plato; con la de agudos que suele emitir, más allá de otras evidencias, durante las discusiones familiares. Los demás niños, tiene cuatro, cada uno por su lado saltando como delfines. Han pasado los días y el vecino sigue sin cantar, las higueras del patio parece que tienen ahora más higos, las parras repletas, los pájaros suenan más afinados en sus gorjeos y los gatos miran para otro lado cuando ven a alguno de los hijos del vecino, cómo si ya no les interesaran o interesasen que decía mi profesora de gramática en los ya lejanos días de mi infancia en niñez ya fábula de fuentes. Sigo yendo al delfinario pero ya no llevo bananas o plátanos, no quiero que nada me distraiga de ese cantar de serrucho que tanto bien me hace.


La desaparecida Si hubiera sido cuestión de suerte no la habría tenido más clara, lo que no quiere decir que fuera buena. Me había sentado, cómo cada mañana, en la mesa del rincón donde la sombrilla me resguardaba del sol y de las miradas indiscretas, la cerveza estaba fría y apenas se oía algo más que la tenue música de fondo por los altavoces y siseos de conversaciones en las pocas mesas ocupadas o en las gradas que empezaban a llenarse para el primer pase. Le reconocí enseguida, aunque apenas le había entrevisto alguna vez cuando tendía la ropa los fines de semana en la ventana del segundo piso que suponía sería la del salón, ya que la de al lado mostraba una salida de humos y la más alejada era apenas un ventanuco de cuarto de baño en una construcción moderna, de varias plantas, que nos tapaba el sol a las casitas bajas del patio. Miró alrededor y se sentó en la mesa más cercana a la salida, justo al otro extremo de la diagonal que nos separaba atravesando la piscina Una vez más ni pista de los niños, que ya era raro en ese ambiente que empezaba a animarse, apenas quedaban unos minutos para el espectáculo.


La cosa, para no andar con más rodeos, me volví a repetir, era que él seguía tendiendo la colada cada sábado y entre otras prendas había camisetas, pantalones cortos y ropa interior diversa de talla infantil, pero nunca se oía una pequeña voz ni movimiento alguno relacionado con esa ropa. Durante varios años una mujer con acento sudamericano solía hablar con otra vecina mientras tendía esas mismas prendas, u otras de similar tamaño y colorido hasta que, un día, no se la vio más. Pasaron los meses y cuando pensaba que ella habría tenido que volver a su país por la crisis o por los motivos que fueran, apareció el hombre y retomó la rutina de la ropa del fin de semana como si nada hubiera cambiado. Ya las gradas están casi repletas, poco a poco la música de los altavoces va subiendo de volumen, se abren las compuertas de la piscina y una animadora se desliza sobre el agua agarrada a las aletas de dos delfines que parecen sonreír a toda velocidad. El público aplaude como cada mañana, los ayudantes dan pescado a los delfines, el tipo de mis devaneos apura su cerveza y se dirige hacia la salida. Los delfines depositan con suavidad a la animadora en la esquina de la piscina, justo cuando el tipo se vuelve como a cámara lenta y saca una pistola con silenciador del bolsillo para, con un certero


disparo entre las cejas, dejar a la animadora llamando a las puertas del cielo. El público aplaude esta parte, sin saber que no estaba prevista en el guión y que la sangre no es maquillaje. En un instante, el hombre ha desaparecido por donde entró. Algún tiempo después, alguien colgó en la red un video de esa mañana que sólo recogía la parte de la piscina, yo no lo había visto, ni buscado, me lo dijo mi vecino que volvía a cantar bajito. Miré las imágenes y volví a verlas de nuevo, una y otra vez, hasta no tener la menor duda: la animadora defenestrada y la vecina del tendedero eran como dos gotas de agua, delfines aparte. No he vuelto a ver más ropa tendida en aquella ventana de enfrente y los periódicos nunca mencionaron el incidente de la piscina. Al final del video había una dedicatoria que podías leer si activabas las notificaciones: Con amor, Costello.


Blueseando

Pasa que a ratos me cansan las palabras, tanta ideas y conceptos son como cabezas de hidra saliéndome del cuello, a cada cual más importante, se pavonean ellas, y entonces las corto de un tajo enchufando mi stratocaster china y perdiéndome en los blues que desafino entre algunos riff más o menos particulares que me dejan el coco suave como un baño de espuma. En una de esas abrí los ojos, se me cierran sin querer cuando toco, y me encontré al vecino cantor parado junto a la ventana, dio un respingo e hizo ademán de irse pero le tranquilicé preguntándole si le gustaría cantar algo, dudó por un momento y luego me dijo si sabía tocar boleros que a él le gustaban mucho y mire usté el otro día viendo una película asiática, que no suelo yo ver esas películas, añadió, me quedé de piedra cuando cantaron uno en español. Sería In the mood for love, le solté y se encogió de hombros. Le dije que me diera un par de días y algún título que ensayaría la música y el podría cantar, se le iluminó la cara y me preguntó si me importaba que viniera su mujer. La respuesta era sencilla, pura formalidad social, pero me vino a la cabeza el beso del sueño y no


sé exactamente qué dije pero me miró de otra manera y dijo que bueno, que lo dejara, además últimamente no cantaba mucho y no sabe si recordaría la letra. Me quedé como en tierra de nadie y entonces volví a tocar la guitarra con ganas, esta vez el blues parecía un lamento de delfín solitario atrapado en una red de un mar desconocido.


Desplazamiento Tras disfrutar la noche de autos en su casa, pasé por la mía para meter algunas cosas en una bolsa y hacer una pequeña escapada a un chalet que tenía la rubia en la sierra. Con el coche en ralentí a la puerta del patio apenas tuve tiempo de sacar la cinta del magnetófono, meterla en un sobre y garabatear una nota para mi editor, indicándole que hiciese las correcciones oportunas y enviase el texto a dos o tres periódicos. Ni me quité las gafas de sol ni me despedí del gato, al que llené el comedero de granos por si no tenía suficiente con lo que cazaba por los baldíos cercanos. Salí como alma que lleva el diablo deseando llegar cuanto antes a nuestro destino para descansar y seguir solazándonos en ese encuentro que seguro habíamos deseado más de una vez en nuestras soledades. La rubia arrancó y pude ver por el espejo retrovisor a los ratones con su madre que miraba hacia el coche, no sé si me había reconocido pero, en aquellos momentos, eso no era una prioridad. Unos días después pude comprobar lo que ya sabía, aunque una y otra vez se nos olvida, cuando mi guapa rubia volvió del pueblo con el periódico y leí lo que mi editor había enviado para que se publicara. No descarté tampoco, claro está, las condensación del editor del


periódico con lo que, cualquier parecido con lo que escribí en un principio, o en este caso dicté, no es que fuera pura coincidencia es que apenas era reconocible. Los despistes de la pasión me dije para tranquilizarme, falta de profesionalidad susurré con un tono más mordaz. Tenía que haberlo corregido antes, dije, ya casi gritando. Te volvieron a cagar un texto, dijo entre carcajadas mi amante. Por tu culpa, le contesté, riendo a mi vez… mientras rodábamos por el suelo. Aquel día, como los anteriores, el desayuno se retrasó, y la comida y la cena. Comíamos, o mejor: devorábamos en las pausas, cuando ya no podíamos más, nos quedábamos dormidos y el primero que abría un ojo despertaba al otro que no se enfadaba por la interrupción, al contrario. Si estábamos demasiado pegajosos o el olor era ya de hippies irreductibles como los galos de Asterix, nos metíamos bajo la ducha de la que apenas podíamos salir por otro largo, intenso y cálido rato. ¿Dónde has estado todo este tiempo? Dije yo o tal vez la rubia, o los dos, o ninguno. Sobraban las palabras, como en Hierro 3. Te quiero, dijo alguno y luego el silencio se llenó de besos.



OTOÑO _______________________


… Sombras en la niebla Ahora pasa una nube, luego otra, la tercera me cae sobre la cara y se deshace en cientos de hojas secas que me envuelven y me elevan en el aire hasta la entrada de un castillo de hielo con una puerta de marfil. Muy lejos se oye el tic– tac acompasado de un reloj de péndulo que da la hora cada pocos segundos con un ruido infernal que despierta a los habitantes de la llanura que corren a refugiarse en el castillo que les devora entre grandes llamaradas, entre risas chillonas y disparos de revólver, es de noche y amanece, abro los ojos, el gato me está mirando, en sus ojos de vidrio claro se refleja una nube, luego otra y una tercera que me llena los ojos de agua. Alguien enjuga mi cara empapada. – No es nada, ya pasó… oigo la voz de la viuda. Otros conocidos están cerca, en medio de una calma inquietante, como una tormenta perfecta. Recuerdo y sigo en silencio. Algo no me cuadra, decido esperar. Todos parecen comprender que no diga nada, sonríen sin prisa, cruzan miradas ¿estaré muerto? Por la ventana semiabierta que da al patio veo pasar, como un relámpago en el agua, al hombre que disparó contra la domadora de delfines. Desvío la mirada con rapidez, creo que no me ha visto y aunque así hubiera sido no


creo que me reconozca, no creo que me viera en la piscina. Entonces vuelve a pasar hacia el otro lado y detiene una mirada apenas perceptible sobre mi rostro, lo justo para permitirme ver a la mujer que empuja en una silla de ruedas… Intento que la sorpresa no asome a mi cara. Es, estoy seguro, la mujer que tendía ropa en la ventana de enfrente. Luego, ambos desaparecen hacia el fondo del patio. Al incorporarme ligeramente les veo salir a la calle. No hagas tonterías, dice rápidamente mi cuñado, tan leal. Aunque hace ya varios años que mi hermana desapareció de nuestras vidas, nos hemos seguido viendo casi cada domingo. Estás mejor tumbado, aún estás muy débil y necesitas reposo. Le agradezco con la mirada, sin saber muy bien de qué va todo esto. ¿Por qué están aquí, qué esperan? ¿O es la hora de visita y han coincidido? Aunque no están todos, en un momento me doy cuenta que falta mi vecino el cantor, su mujer y los ratoncillos que tienen por hijos. Se va a poner bien, ya verá, oigo decir a la madre de la viuda… que prosigue la cháchara con su voz monótona y llena de infinitos y triviales detalles que acaban por adormilarme. Cuando despierto es de noche, no queda nadie en el cuarto, escucho cómo se abre la puerta de la entrada, reconozco el clic del resbalón, unos pasos se acercan y la puerta entreabierta de la habitación deja paso a una sombra. En un acto reflejo alargo el brazo y el celular está donde


siempre, pulso a ciegas sobre la cámara y el disparo con flash deslumbra al intruso que huye a toda velocidad… pero tengo la foto y en ella su cara. De pronto sé que estoy soñando. Entonces me despierto y compruebo en el móvil que la foto sigue allí: es el tipo de la piscina, el pistolero, 4 3 2 1… como una cuenta atrás laten rápidamente los números en mi corazón desbocado… pero ¿cómo puedo estar viendo la foto que hice en un sueño? Pura magia, me digo, como aquella historia chamánica en que alguien sueña que viaja al paraíso y encuentra una planta increíble y al despertar la flor está en la mesa de luz… Entonces vuelvo a despertarme, ahora parece que es de veras, y casi sin aliento cojo el móvil, lo abro y compruebo, entre aliviado y decepcionado, que la foto ha desaparecido. Intento moverme, me duelen todos los huesos. …


La visita Sobre las dos de la mañana sonaron unos ligeros golpes en la puerta. Dejé el libro que estaba leyendo y me levanté hasta llegar a la ventana entreabierta y mirar con cuidado a través de la verja. Era el cantor. Me aseguré de que estaba solo y le dejé pasar. Apagó el interruptor de la luz en cuanto entró y la casa quedó en penumbra, la lámpara de lectura apenas alumbraba hasta la entrada de la que mi vecino no quiso pasar. – No tengo mucho tiempo… Si ve a mi mujer, dígale que estaré bien y que no se preocupe, nadie la molestará… – Hace días que no la veo. – No, no está por aquí. – ¿Qué sucede? – Nada que no pueda solucionar por mí mismo, sólo quería verle para dejarle el recado para mi mujer. – ¿No estaba usted detenido? Me miró y negó con la cabeza, luego me dio un ligero abrazo y salió mientras miraba a uno y otro lado y se perdía en la noche. Cerré con sigilo las dos cerraduras. Por si acaso, arrastré un sillón procurando no hacer ruido y lo pegué a la puerta. Fui a la cocina y me serví un güisqui sin hielo que engullí sin más. Sentado junto al fregadero miré sin moverme una cucaracha que desapareció por el desagüe.


Encendí un cigarro y me acordé de Aterriza como puedas cuando alguien dice: elegí un mal día para dejar de fumar. Tuve que taparme la boca para que las carcajadas no despertasen al vecindario, al recordar que tampoco era un buen día para dejar de tomar. Los efectos del alcohol, tras esa larga temporada sin beber, me relajaron y me tomé lo del vecino con distancia y sin saber muy bien qué pensar. Desde luego mi cuñado, al menos en ese aspecto, no parecía saber de la misa la media. Ya veríamos cómo acababa esa historia. Volví al salón, miré el libro y decidí dejarlo para mañana. Buenas noches, dije en voz alta a los espíritus y me fui a dormir. …


INVIERNO _______________________


El encuentro Podemos empezar con una breve descripción de la escena, el ambiente, la temperatura… era fría en una tarde gris que amenazaba nieve sobre la metrópoli, cuyas calles se iban vaciando poco a poco de automóviles y peatones que caminaban a paso rápido camino de sus casas o de las cafeterías que se veían bastante animadas desde fuera. Por eso me sorprendió que alguien permaneciese parado frente al inmenso escaparate de una de las librerías más importantes de la ciudad, como si no le importase el frío ni, según fui viéndola mas cerca, parecía que ninguna otra cosa. Entonces, la reconocí. Me fui acercando desde el lateral, conteniendo la respiración, intentando parecer calmado mientras le decía: No se vuelva. Nuestras miradas se cruzaron en los reflejos del cristal del escaparate y ella asintió de manera casi imperceptible. Ahora entraré en la librería y luego lo hará usted, nos veremos en la primera planta, al fondo, en libros de bolsillo. Eché un par de miradas cortas al escaparate, como interesado, y luego entré.


Ahora me alegraba, aunque no sé si debía hacerlo, de haber hablado con la morena que me comentó que habían soltado al vecino, tenían su dirección por si le necesitaban y no, no le habían puesto vigilancia, pero le había dado su número personal por si necesitaba ayuda. Ningún problema, dijo, si quieres salir, pero no vayas muy lejos. En eso no le había hecho caso, me sentía un tanto enjaulado y decidí que ya era hora de hacer el recorrido completo del flamante metro que nos habían puesto en el barrio. Y parece que eso era lo que tenía que hacer, dadas las circunstancias en las que me encontraba. Cogí el primer libro que me vino a la mano, Galápagos, y lo abrí para señalar algún párrafo mientras le decía que su marido había pasado una noche a verme para que le dijera que estaba bien, pero de eso ya hacía algún tiempo. Se lo agradezco, contestó, señalando en cualquier parte de su libro, Leviatán, hace tanto que no sé nada de él. Me preguntó por los niños también, le dije mientras señalaba otro libro que cogí del estante, “Julio y Carol”, y la vi en el barrio huyendo de la policía. Casi se le cae Tom Sawyer que había cogido al vuelo mientras señalando la portada me decía que no quería ir a comisaría, había un topo. Me quedé de piedra. Le conozco, enfatizó señalando una página, porque fue una noche a ver a mi marido… ¿Un poli? No, un mafioso tuerto al que luego vi en una esquina hablando con una poli, me señaló otro libro del estante, no recuerdo cuál. Dejé el


mío y lo cambié por Tristan Shandy que fue a abrirse por la página en negro. ¿Un tuerto hablando con un poli? Bueno, añadió, en realidad era una mujer. ¿A la que empujó en la esquina? pregunté casi jurando sobre Pedro Páramo. No, esa no. Me llevaré este dijo, mostrándome La llave de cristal. Yo me he decidido por Adiós muñeca... comentamos ya de manera cordial y con tono natural, como de dos personas que se han conocido buscando un libro. Me llevaré también este, “Nada de nombres”, me gusta el título. Lo abrí y le comenté que el subtítulo tampoco estaba mal, “Diario de las estaciones”. Me lo llevo, remató. Camino a la caja, entre bromas y veras, quedamos en vernos otro día. Le comenté que había otra sucursal no tan céntrica y le pareció buena idea. El próximo jueves, sobre esta hora, me respondió. Pagamos y salimos a la calle. Ya estaba nevando. Quise preguntarle algo más, pero ella se despidió con un hasta luego y como una figura fugaz e inapresable desapareció deshaciéndose entre los copos.


PRIMAVERA _______________________


… El entorno La primera vez que me miré en uno de los pocos espejos de mi nueva casa, apenas ayer, no me reconocí. Por indicaciones de los que me protegían había cambiado mi imagen, la ropa de progre con vaqueros por tejidos más actuales, los grises y marrones suaves, algo de negro y blanco roto, las botas por zapatillas deportivas de marca, gafas de sol y bifocales que no eran de pega, mi vista lo agradecía, un bigote como recuerdo de mi poblada barba y, la entrega más dolorosa, mi melena que ahora era un corte de pelo estilo mod. En los papeles un nuevo nombre, la dirección del bulevar de la playa y de profesión jubilado. Si alguien me preguntaba diría que había sido contable en el extranjero, un empleo poco emocionante para que la gente se interesase en detalles, a no ser que les dijera que un día en la empresa contraté un asesino a sueldo. Caminando por el paseo marítimo llegué a la zona de tiendas. Me indicaron que el supermercado estaba un poco más adelante; terminaban los bloques, un pequeño descampado


y ahí estaba, junto al acantilado, no había pérdida. De lo que no me advirtieron es que era domingo y estaba cerrado; abrían uno de cada tres, este no tocaba. Bueno, me dije, al menos ya sé dónde está prácticamente todo en esta ciudad. Lo vi desde lejos, antes del descampado y me volví por donde había venido, no sin antes parar en una especie de todo a cien y comprar cuatro cosas hasta el día siguiente que volvería a las andadas. Podría haberme quedado a comer en cualquiera de los restaurantes, los había para todos los gustos y estaban bastante animados, supongo que por el día de fiesta, pero preferí volver a casa y disfrutar de mi tiempo sin más. Tras la comida y una corta siesta me senté y me puse a escribir con la idea de volver a hacerlo de manera regular, para intentar terminar lo que había empezado: el diario de mis experiencias, impresiones y sucesos. Las notas de mis pasos… Comentan que han matado más hombres que las bombas, los domingos. No sé de dónde vendrá ese dicho pero tampoco quiero meterme en más investigaciones. Lo mismo me sucede con algunas palabras de las que me gusta el sonido y apenas me fijo en lo que quieren decir, algo raro para un escritor dirán algunos. Pues no sé… me pasa a veces que ni al cementerio del diccionario oficial voy para ver


el significado de las palabras atrapadas en él y me quedo con el sonido porque me gusta su musicalidad –zarzaparrilla, torrefacto, zazicamí– sin preocuparme de si es pronombre para mujer u hombre, substantivo superlativo o adjetivo demostrativo, verbo transitivo o intransigente o un soberbio adverbio entre preposiciones deshonestas. Eso hace que a veces diga cosas que para los demás puedan sonar raras en su obsesión con la lógica pero que yo lo suelto y me quedo más ancho que largo. Cuando era más joven íbamos los domingos a las carreras a apostar a ganador o colocado, pero no creo que fuera por los caballos. Estoy seguro, uno de mis amigos se casó pronto, que lo que buscábamos era un largo domingo de noviazgo en una especie de tierra de nadie, no sé por qué pensábamos que algo así podría darse en el hipódromo. Algunos de mi barrio siempre quisieron codearse con los de los barrios altos, o eso parecía, yo iba un poco por pasar el rato, por no estar solo. Alguna novia tuve en aquellos balbuceos, pero luego llegaba el verano y las vacaciones sucedían en lugares muy distintos para cada uno y ahí ya no había vuelta. No sé, esto de aburrirse o aletear debe ser cosa del momento aunque los domingos, sobre todo a media tarde, uno desearía que alguna mujer querida le contase sus aburrimientos y así compartir los propios. Algo complicado en estas circunstancias en que los recuerdos son un lujo pero que, me parece, mejor dejar pasar para no


entrar en nostalgias, sin sentido ni remedio, porque lo que se fue no vuelve... Cierro el cuaderno y me voy a ver el atardecer, las gaviotas y ese color plateado del mar en calma, que ya va siendo hora.

Agua salada Decidí probar a primera hora de la mañana, la playa estaba casi desierta, y me di un baño que me supo a gloria. Una mujer envuelta en harapos, como una apestada del Medievo, avanzaba por el paseo empujando su carro del súper lleno de vaya a saber qué mientras discutía en voz alta con alguien que revoloteaba por su cabeza. Luego se paró sin avisar y por un momento se me quedó mirando desde arriba y dijo: – Yo a ti te conozco. Me encogí de hombros envuelto en la toalla con un gesto impreciso que pareció no gustarle. – No te hagas el listo. Luego giró la cabeza, cogió algo del carro y mientras lo zarandeaba y volvía a iniciar la marcha, dijo mirando al tendido: – Algunos no saben cuándo desaparecer.


En fin, me dije mientras terminaba de secarme, parece que la mujer anda por su mundo encontrando lo que se le presenta y dándole su crédito. No creo que los demás hagamos algo muy distinto, sólo las formas parecen diferentes. Pero algo había tocado mi tranquilidad. Me quedé pensando en mi situación ¿Realmente estaba a salvo? ¿No había ninguna posibilidad de que alguien me reconociera o me encontrase a pesar de todas las precauciones? No sabía hasta donde podía confiar en los que me habían ayudado. No porque dudase de ellos si no por mi convicción de que no había nada perfecto ni duradero. Aparte de que los malos no duermen y acechan infatigables con su cerebro reptiliano a las presas de su desvarío, mientras los buenos dudan cómo tapar los huecos por donde se cuela la carcoma que va devorando todo sin pausa hasta que se desmorona. Un escalofrío recorrió mi espalda, la brisa fresca de la mañana me despejó al rozar mi cara como una niebla de alfileres. Respiré hondo, me levanté sacudiéndome la arena y volví a casa.


Casa 2 Las dudas empezaron a diluirse cuando a la caída de la tarde siguiente mientras contemplaba la puesta de sol, un ritual imprescindible para mí desde hacía nada, el foxterrier vino a saludarme con sus dueños detrás. Tras las frases comunes en estas circunstancias no pude negarme por una cuestión que el lector o lectora comprenderán tras los regates a las anteriores insinuaciones e invitaciones a la sugerencia de la mujer, eso sí muy amable y educada, de que probara los macarrones que recordó habían sido parte de nuestro encuentro en el súper. Tiene muy buena mano con la pasta, añadió el marido. Bueno, deja que sea el señor quien lo diga… A las nueve ¿le parece bien? Sí, perfecto. Muy bien, damos una vuelta con el can y volvemos para ir preparándolo todo, Ciao. Ciao. Pues nada, pasaría por casa, cogería una botella de vino y a empezar mi vida social en el destierro. Acta est fabula, me dije, hice copia y cerré el portátil. … José Alias 2018 © Madrid/Galín Gómez/Granada


ÍNDICE

VERANO EL VECINDARIO / EXTRATERRESTRES / HELADOS/ LA DESAPARECIDA / CALORES Y TORMENTOS/ LOS VIAJES / BLUESEANDO / A DESHORAS /ALTOPARLANTES / METRO / FLASHBACK / CRISIS Y ESTAFAS / HUMO / DELFINES / LA CARTA / DESPLAZAMIENTO.

OTOÑO CAMBIOS / ENTREVELA / SOMBRAS EN LA NIEBLA / POCO A POCO / RECUERDOS / FRAGMENTOS (1/ 2 /3) / EL TIEMPO PASA / LA PODA / LA VISITA / A TODO DAR / PRESENTACIONES / LA HUIDA / OTROS RITMOS / CONCIERTO / OBRAS SON AMORES / NOTICIAS / VIERNES / SÁBADO / EL DÍA DEL SEÑOR / CONCRETANDO / PINTÁNDOLA / TODO PASA / TODO QUEDA.


INVIERNO LEÑA AL FUEGO / RETOMANDO / POR PARTIDA DOBLE / CANTORES /EL ENCUENTRO/BLANCO / VOLVER A VERLAS / LA CONFIANZA / A CUBIERTO / LENTA ESPERA / PERDER EL JUICIO / POSTDATA.

PRIMAVERA LA VITA NUOVA / EL ENTORNO / OLEAJE / CONSUMO / AGUA SALADA / CASA / DELFINES SALVAJES / CASA2 / CASA2 (CONT) / EXTRAÑO LUGAR / A RENGLÓN SEGUIDO / ACTO FINAL / CEREMONIAS / EN EL AIRE.


José Alias. Títulos publicados India el viaje (imaginario fotográfico alrededor de un poema). Tres décadas Tres poemarios 33 fotografías (edición bilingüe español/ inglés). Frágiles evidencias (reeditado en 2016 en Dinamarca por Aurora Boreal Editorial) y Grafías del agua (ambos con fotografías originales del autor). Entretanto (Tu nombre entre mis dedos) Turpin Editores Madrid (2017). La bionovela Julio y Carol, Crónica de una amistad (Ediciones Mirada Malva, 2014) un entrañable libro enriquecido con cartas facsimilares de Julio Cortázar y Carol Dunlop y fotos inéditas, que muestra un particular e irrepetible retrato de la vida cotidiana del enormísimo cronopio y su última mujer y gran amor, Carol; Los autonautas de la cosmopista. Un asunto provisional (Dharmajazz 2016) novela comic, ilustrada con dibujos del autor y b.s.o. musical de diversos artistas, editada por el desaparecido y añorado Xavi Alongina. Ha colaborado de 2006 a 2013 en la revista Cuadernos de Budismo (edición cuatrimestral). En 2015 figuró como poeta invitado en la revista Luna Nueva que ilustra en su totalidad con su trabajo fotográfico. En octubre 2016 fue el artista español invitado por Omar Ortiz al Festival de la Imagen y la palabra en la Universidad Central del Valle, Tuluá, Colombia, donde compartió charlas y talleres que se extendieron a las universidades de Pereira y Cali con Fabio Martínez. Sus textos figuran en diversas revistas especializadas cómo la española Ómnibus, la danesa Aurora Boreal, la mexicana Avispero o las colombianas Literarialidad o Corónica, capitaneada por Daniel Ferreira, donde ha publicado diversos ensayos, cuentos y poemas.


En el verano de 2018 seleccionó para Turpin Editores y su colección Palabra de Johnny Walker cuatro títulos de poetas colombianos ya editados. Y la nave va…


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