CUERO DE CULEBRA © Gabriel Mejía Jardín Publicaciones www.jardinpublicaciones.com ISBN 978-958-44-8906-7 Primera edición, 2011 Impreso en Colombia
CUERO DE CULEBRA
Deslumbrante. Mi primera batería. Darío nos la había vendido a mi hermano y a mí por quinientos mil pesos. Darío medía dos metros y tenía el pelo largo negro y rizado, nunca confié en el, siempre tenía alguna camiseta manga sisa que dejaba ver sus tatuajes que eran como pasados oscuros. Debo decir que con la batería se fajó: blanca, dos tambores de aire pequeños y uno de piso, redoblante forrado en imitación de piel de culebra y una colección de dieciséis platillos totalmente desafinados, algunos de ellos rotos, otros simplemente erosionados por los constantes ataques de Darío. Unos años después cuando tuve la plata para comprar una Tama no podía entender por qué no sonaba como mi batería blanca, como debe sonar una batería de rock1, es decir como cuatro cajas de cartón y una olla vieja para hacer arroz. Así era el cuarto de mi hermano en el segundo piso: la humedad había dañado el papel de colgadura de la pared y tuvimos que arrancar un pedazo grande. Parecía que hubiéramos escarbado buscando alguna imagen divina, no encontramos ni mierda. El rasguño en la pared quedó así por varios meses hasta que mi mamá decidió, cortador en mano, hacer algún tipo de figura para que no se viera tan feo. El experimento resultó en un pino que abarcaba casi toda la pared, era un dibujo esquemático, casi infantil: el tronco del árbol era café oscuro y las puntas triangulares de color verde, en definitiva un árbol tradicional. El cubrecama era azul y tenía globos de varios colores, naranjas, verdes y rojos, había una repisa de mimbre con algunos juguetes viejos y una persiana metálica a medio abrir todo el tiempo. En ese cuarto pusimos nuestra batería blanca. El conjunto era enigmático. Insertada a la fuerza en la habitación de un bebé aparecía esta increíble pieza de chatarra musical adolescente. De vez en cuando subía el equipo de sonido e intentaba seguir las canciones que me gustaban. Nunca lo lograba. Terminaba haciendo algún extraño y destiempado solo. Siempre tocaba de día y casi siempre medio vestido con el uniforme azul del colegio. 1 Steppin’ Stone, Minor Threat
Mi casa se estaba derrumbando, había que poner baldes en la sala cuando llovía, todo olía a perra mojada y enferma y yo sentía que en cualquier momento iba a salir y en el techo iba a encontrarme con una manada de gallinazos hambrientos. Los podía oír a veces caminando, rompiendo las tejas y picoteando los canales llenos de hojas muertas. A ese mismo techo me subía y miraba los techos de las trescientas casas iguales a la mía construidas por Fernando Mazuera en esos terrenos que algún día fueron lodazales y lagunas. Veía el pesebre, el barrio que quedaba arriba en la montaña. Cuando llegamos allí esas casitas formaban la figura de algo que parecía un dinosaurio, ahora no parecía nada, sólo casitas arrumadas en el cerro. Decidí tener un grupo y José Mario me contactó con Pablito y el Zorro. El Zorro tocaba la guitarra y Pablito el bajo, nos llamamos Cuervo Rojo y ensayamos tres veces en total, luego el grupo murió por culpa del Cacao Sabanero. La primera vez que los vi timbrando en la reja de mí casa sentí pánico y vergüenza por culpa del árbol silueteado de mi mamá, luego simplemente hicimos lo que todos sabíamos hacer: ruido. Intentábamos infructuosamente hacer Ska mezclado con Punk, Punk mezclado con Rock, Punk mezclado con Hard Core y terminamos haciendo Punk mezclado con Punk. Queríamos escribir algo encima del árbol en letra metalera y marcador negro pero nunca se nos ocurrió qué. Tal vez ahora escribiría en ese árbol “Omaira Sánchez se inventó esta canción en 1985”, o “Mi casa se está derrumbando y tengo miedo”, o tal vez no escribiría nada.
LA MUERTE ES MORADA COMO LA CARA DE JUANCHO
“Suceso obtenido como resultado de la incapacidad orgánica de sostener la homeostasis. Dada la degradación del ácido desoxirribonucleico (ADN) contenido en los núcleos celulares, la réplica de las células se hace cada vez más costosa.” (Wikipedia).
Ese día Juancho y yo estábamos jugando en el pasamanos, no sé exactamente cómo se cayó porque yo estaba mirando para otro lado, solo sentí un golpe seco contra la tierra y cuando miré la cara de Juancho estaba morada, se estaba quedando sin aire y yo no podía dejar de reírme. El papá de un compañero del colegio se murió; era un colegio católico así que nos montaron a todos los del curso en un bus y nos llevaron a la funeraria. Si a mi me hubieran puesto a escoger no hubiera mirado el cadáver del papá de mi amigo, pero no hubo opción, simplemente nos pusieron de nuevo en otra fila y nos obligaron a observar la muerte con nuestros propios ojos. Yo estaba muy serio, estaba casi paralizado por el miedo mientras hacía la fila, pero cuando llegué hasta el ataúd y miré fijamente el cuerpo, no pude contener la carcajada que me venía desde adentro. Nunca había visto al señor en vida, era muy pequeño y calvo.
CRUCIFIXIÓN
Marcos era el celador de la cuadra. Era casi albino y siempre parecía estar riéndose. La esposa de Marcos era pequeña, flaca y blanca; había quedado embarazada dos veces y las dos veces había perdido al bebé porque tenía la matriz muy pequeña, como de una niña. Tal vez sí tenía la matriz muy pequeña o tal vez simplemente era una niña. Un día Marcos timbró en mi casa, como siempre se estaba riendo y me dijo: ¿Quiere ver cómo mato una rata que sacaron de donde Doña Beatriz?, está toda atontada por el veneno. Vi que en la acera había una pala y sobre la pala estaba la rata que estaba muy quieta, parecía borracha y no tenía más de quince centímetros. Me puse los zapatos y salí a la calle. Marcos llevaba bien cogida la pala. Yo pensé que iba a poner a la rata en el piso y le iba a pegar un golpe certero, pero al contrario de eso lo que hizo fue lanzar a la rata con todas sus fuerzas hacia el aire utilizando la pala como catapulta. Vi volar la rata y oí cuando cayó sobre el cemento a algunos metros de nosotros, fuimos corriendo, y al llegar notamos que seguía viva, atontada pero viva. Entonces Marcos la volvió a poner en la pala y otra vez la aventó al aire. Esta vez no quise mirar a la rata voladora. Preferí mirar a Marcos. Como era casi albino al mirar hacia el cielo tuvo que entrecerrar los ojos, parecía que se reía y al mismo tiempo estaba llorando. La rata volvió a caer y esta vez estaba más quieta que la anterior pero seguía respirando y movía la cola lentamente. Empezaron a llegar otros niños de la cuadra que querían ver morir la rata. Todos estábamos aterrorizados pero insistíamos en que Marcos la lanzara otra vez al aire, y así lo hizo, por tercera vez la rata voló y por tercera vez se estrelló contra el piso. Esta vez no se movió más.
Fue a Juan Esteban a quien se le ocurrió abrir la rata para ver como era por dentro. Juan Esteban vivía tres casas más al sur de la mía con la abuela que era una señora muy gorda, costeña y con gafas culo de botella. Juan Esteban tenía un ojo torcido, a veces tartamudeaba al hablar y arrastraba el pie del mismo lado del ojo torcido. Había veces que se la salían babas cuando hablaba emocionadamente. Yo sentía por Juan Esteban una mezcla de respeto y lástima. Clavamos las patas de la rata con agujas a una tabla de madera, compramos en la farmacia dos cuchillas de afeitar y tratamos de afeitar la zona por donde íbamos a hacer el corte, pero era difícil, nos llevábamos con el poco pelo pedazos de piel aún caliente. Entonces decidimos no afeitarla y simplemente abrirla. Con cada cuchillada aparecía una nueva textura y con ella una exclamación de júbilo. Los intestinos, el corazón, el cerebro, vimos todo y todo lo despedazamos con un hambre atroz. Luego simplemente nos fuimos y dejamos lo que quedaba de la rata crucificada en la tabla al lado de un árbol.
ARMERO
Iba montando en bicicleta y estaba lloviendo. Mi mamá me llamó y me contó que en Armero se había muerto mucha gente, volví a salir a la calle, pensé que seguíamos nosotros. Todos nosotros. Después pasé por Armero y no vi nada, sólo había barro seco y rastrojo. Abajo miles de personas abonando la tierra, arriba ni mierda. Así son los cementerios.
Pola se murió de cáncer. YOKO DE DIABETES. Ahogué un canario en la poceta Con una aguja atravesé el cerebro de un sapo.
LAS POLILLAS
Un condenado a la guillotina, en 1836, hizo un pacto científico con sus verdugos. Convino que cuando le hubieran cortado la cabeza le habrían de llamar por su nombre, y el respondería con un parpadeo. Nunca movió los párpados, su cabeza quedó inmóvil y el resto de su cuerpo también. ¿En qué estaría pensando el pobre hombre que olvidó responderle a los que le cortaron la cabeza? Es mejor no hacer pactos con muertos, nunca cumplen lo que prometen y si cumplen lo hacen de maneras tan extrañas que nunca podemos entenderlas. A los diez años hice un pacto con las polillas, ellas me dejaban en paz y yo a ellas. En San Jerónimo, el pueblo al que iba en vacaciones, muy cerca de Medellín, cuando entraba una polilla negra a la casa vieja donde nos quedábamos todo el mundo se daba la bendición, se persignaba. Era común pensar que si una polilla negra entraba en la casa alguien se iba a morir. Claro que cada año alguien se moría, al siguiente también, y yo contaba con los dedos las polillas que había visto. También había alacranes, se quedaban en el techo de la casa, ahí dormían y ponían huevos que luego se convertían en alacrancitos que caían desprotegidos sobre la cabeza de alguien. El pacto que hice con las polillas fue sencillo: ustedes no se meten conmigo y yo no me meto con ustedes. Pero los muertos siempre incumplen. Anoche estaba en mi cuarto y sentí un ruido leve de fondo, unas alitas moviendo el aire. Prendí la luz, prendí la lámpara. Una polillita color madera volando cerca de mi oreja. Esta hijueputa es prima de las de San Jerónimo, pensé, ¿Ahora quién se va a morir, quién es el de este año? La miré de reojo y se largó buscando la luz de la lámpara. Puse el disco de Tego Calderón, esa canción que me gusta, la primera. El coro dice: “Tranquilidad espiritual carnal”. Apagué la luz y dejé que la polilla se fuera. Pensé en los muertos: mi tía Genia, mi abuelo Arturo, el primo de Miguel, mi tío Sergio. Malditas polillas.
EN LA CIUDAD
La ciudad es negra y está oscura. Perros y ratas viven en los caños, unos cazan a los otros; los perros cazan solos, las ratas en grupos, de los ojos les salen rayos rojos que señalan un solo punto: mi casa. ¿Cómo recorrer los caños si están cercados con alambres de púas? La basura crece junto a los postes, alguien la sacó de las bolsas hace un momento, en algunas horas ya no estará. Cientos de hombres y mujeres van a sus trabajos, aún es de noche. De las alcantarillas salen horrendos quejidos, las ratas siguen creciendo allá abajo, ya nada va a detenerlas. No podremos detenerlas. Los perros tienen las narices frías y mueven la cola. Por sus anos salen chorros de pus y marcan su territorio en este barrio. Se miran unos a otros, desconfían. Hay en el aire un nuevo olor, la ciudad es café y oscura, ya nada va a detener la cacería. No hay tiempo para eso. Veo los rayos a través de la ventana, están afuera y yo tengo frío. Sigue creciendo esa cosa en mí, los rayos atraviesan mi cara. Una rata alcanza una polilla negra que estaba quieta sobre el baldosín, hay un nuevo polvo en el aire, no hay certeza, todo se está derrumbando. ¿Cuándo llegarán los cuerpos de paz?
MENSAJEROS
Son los pájaros mensajeros del diablo. Yo los he visto reírse de mí, los he visto entre los matorrales, son pequeños como ratas y tienen el cerebro pequeño, demasiado pequeño para cualquier ser vivo, están muertos pero vuelan. Sin control completan trayectorias por el cielo, líneas curvas y altibajos sin sentido, contornos de viento. Luego bajan sólo para fastidiarme por las madrugadas. He caminado mucho hoy, déjame en paz para no volverme loco. ¿Por qué me sigues llamando si no me quieres?, deja que el tiempo vuele como los pájaros y la rapiña, deja que ya no te piense y que siga con mis frágiles instrumentos.
LA NUBE NEGRA QUE NOS UNE
Hay una maldición sobre mí, todo está perdido, sin embargo sigo levantándome por las mañanas esperando que en la nevera haya dos huevos para hacer el desayuno. Es gracioso que todo se condense en dos huevos, las noches en las que no puedo dormir bien, en las que sudo como caballo, esas noches pienso también en los dos huevos metidos en la parte de arriba de la nevera; están fríos y son culpables de mis pesadillas. También el aire está maldito y es difícil de respirar, si abro la ventana una horda de moscas se meten en mi cuarto, si la cierro un olor a podrido invade todo: es mi propio olor, el olor también de los dos huevos. El agua, las ratas, la memoria, todo pierde sentido y peso porque afuera hay demasiado sol. Esta mañana me desperté feliz, de ese sentimiento no queda nada. En la televisión los pobres diablos se confiesan ante sus compañeros de oficina y a mí me da risa, una mujer se queja, dice que es una aguafiestas, su compañero que está esposado a una silla de madera y tiene una camisa negra, le dice que no es una aguafiestas, que simplemente es la nube negra que los une, ella se tranquiliza y llora de emoción. La nube
negra que une mis ojos con el televisor, que une mis oídos con la música de los parlantes, mi piel con el aire maldito y con la basura de las bolsas negras en las aceras. Hay un tono siniestro en todo esto y siento que soy el eje de la sinfonía, el director de la orquesta de las lágrimas y los somníferos de fin de semana. Por todas partes se despiertan las pandillas, se encuentran en las esquinas, se amenazan; tienen uniformes negros, bates, chacos, tatuajes de golondrinas y tristeza en sus ojos marchitos, hay perros que los miran, hay infartos y balas de oxígeno, qué maldita crueldad, qué maldito infierno, cuánta desesperación en una solo pedazo de ciudad. En esa calle pasó que vinieron también tres niños y se estrecharon la mano, uno de ellos la tenía húmeda y fría como una culebra, se arrastraron los tres hasta la tienda y juntaron las monedas que tenían en los bolsillos, entre los tres alcanzaron a recoger mil pesos y compraron cuatro mentas y un cigarrillo; fueron al parque, a un lugar escondido y fumaron, luego se comieron las mentas y cada uno fue a su casa, el niño de manos de culebra se miró al espejo y juró que siempre iba a fumar, el techo de su casa se llenó de cuervos y una tormenta se desató en el horizonte; las lágrimas de su mamá brotaron y cayeron en la sopa de güineo que se cocinaba lentamente, el mundo colapsó, de entre las alcantarillas salieron aguas inmundas y cucarachas, y las visiones de los locos se volvieron reales; los aviones se desplomaron del cielo y cayeron en estridentes parajes. Un hombre al que le decían “Ternura” observaba todo esto desde la ventana de su casa y lloraba y se hacía la señal de la cruz sobre su pecho, abajo una mujer a la que le decían “Peligro” sintió en sus manos un calambre y se enamoró de Ternura.
COSMO TEARS
Vi en la televisión cómo se quemaba un barco muy grande, de entre las llamas salía un hombre que se quemaba también, el fuego cubría todo su cuerpo. El narrador del programa decía que el dolor a veces hace que el cerebro se invente una realidad paralela simplemente para no sentir y no entrar en pánico. El hombre intentaba quitarse las llamas de encima con la delicadeza de alguien que le quita las motas a un saco de lana.
RADIO ARRUYO
Aquí hay más migajas de las que jamás pensé: residuos, contradicciones y sentimientos de culpa que derriten todo a su alrededor, como una pequeña materia sólida hirviente sobre la cera que conforma una vela. Destruye, excava, retuerce y desintegra. Nunca se queda quieta; a veces duerme, a veces continúa despierta durante la noche. La materia quemada jamás se recuperará, como las neuronas, su pérdida es irreparable, incompactable e inconmesurable. Estoy aquí encerrado desde hace más o menos tres días, no he contestado el teléfono y he olvidado descaradamente a mis amigos. Se preguntará usted querido amigo o amiga el por qué de esta actitud egoísta. Yo también me lo pregunto cada segundo y en diferentes versiones y la respuesta es que definitivamente estoy vencido. Anoche perdí la guerra, antenoche perdí la guerra, hoy perdí mi brazo derecho y perdí también la oportunidad de conocer a la mujer de mi vida, eso dice Andrés de la chica que quiso presentarme el jueves. Desaparecí, escapé, escondí cualquier pista de mi existencia y vi tres películas seguidas; lloré viéndolas porque todo en ellas me hablaba de mi vida; las partículas, las películas, las partículas hirvientes sobre el techo de una carpa a las tres de la mañana. ¿Qué puedo decirles juventud?
CARTA AL QUE ME ROMPIÓ LA NARIZ
Si estuvieras aquí malparido te rompería los dientes con estos zapatos beige que acabo de comprar al lado de la Plaza de las Nieves por ochenta mil pesos. Son tejidos en cuero y puntudos, con entresuela y suela de madera oscura y contrafuerte delgado; perfectos para caminar por los andenes y el frío. Te los clavaría en la mitad de la cara, en la nariz, con fuerza, con un impulso maldito, hasta que la materia gris te saliera por las orejas. Si esa noche hubiera tenido estos zapatos beige no me habría caído, no me habría salido sangre por la nariz y no habría tenido que devolverme a timbrar en tu casa para lavarme la cara casi pidiéndote perdón; porque cuando salí me miré en el espejo del ascensor y parecía que tuviera una máscara de sangre seca. ¿Cómo iba a salir así a la calle? ¿Cómo iba a coger un taxi? ¿Quién me iba a llevar a las seis de la mañana casi sin poder caminar y con la cara llena de sangre y lágrimas? Si hubiera tenido estos zapatos beige de cuero barato no te hubieras atrevido a tocarme. No sé por cuál estúpida razón le seguiste el juego a Sandra cuando estábamos sentados en la mesa de la casa de la mamá de Jairo. No nos veíamos desde el colegio y cualquier cosa que se dijera en esa mesa tenía un aire a verdad, a revelación. Ella dijo que ahora le gustaban las mujeres y yo le creí, Jairo le creyó, Sara le creyó. ¿Por qué habríamos de no creerle? ¿Cómo íbamos a saber que tú estabas saliendo con ella? No se hacen esas bromas con amigos de hace tiempo, se hacen esas bromas con idiotas que acabas de conocer en una fiesta, en la fila del baño, les dices que te llamas diferente o que eres extremadamente rico o extremadamente intelectual, dices cualquier cosa porque no importa, porque a los diez minutos esa persona va a desaparecer de tu vida y si no desaparece le confiesas tu estupidez y te casas, tienes un perro y una casa elegante a las afueras de Bogotá; pero a los amigos viejos no se les puede mentir con tonterías y menos cuando al mentir haces una cara de tristeza y de desesperación tan sutil, tan políticamente correcta –Ahora soy lesbiana, sufro–.
A la mierda con tu jueguito lésbico, a la mierda las filas de los baños, la sangre, las lágrimas y los amigos del colegio. Que se pudra todo: el frío, los charcos y las ambulancias, que se pudran los corredores de los hospitales gringos donde Jairo tuvo que pasar meses enteros para curarse, para volver a Bogotá y sentarse en la casa de su mamá con Sara, con Sandra, contigo y conmigo y comernos una zanahoria cortada en julianas. Que se pudra todo menos mis zapatos beige. Tenía un saco verde esa noche, un saco color loro, unos jeans, una camiseta que dice Coca Cola en chino o en árabe o no sé, una camiseta que dice en letras rojas: párteme la cara. ¿Tenías celos? Claro que tenías celos, tenías celos porque sabías que Sandra y yo un día nos acostamos, ella te lo contó. Salimos de fiesta y nos dimos besos toda la noche en un cuchitril de Chapinero, en la esquina al lado del baño donde olía a orines y solo se respiraba humo de cigarrillo; luego fuimos a un motel barato y nos quedamos hasta las once de la mañana; ella se fue a su casa y yo a la mía. Tú eras el único que sabía que a Sandra le seguían gustando los hombres, como siempre, tú eras el único que sabía que me había acostado con ella, entonces esperaste el momento en el que yo ya no pudiera responder y me sacaste sangre. Nos pudimos haber caído por la ventana de tu apartamento que estaba abierta de par en par cuando peleábamos, pudimos haber caído encima de un taxi, o de una reja metálica, nuestros cráneos pudieron haber estallado contra el borde del andén, pero nada de eso pasó, sólo me quedó una tendinitis en la mano derecha que aún me duele cuando toco la guitarra o cuando hago mucha fuerza. También me duele cuando muevo la perilla de una puerta. Dicen los cineastas: el cine está en la vuelta de la esquina, no nos dejemos engañar por Hollywood. Yo digo: Las esquinas son como Hollywood, en las esquinas aparece alguien ensangrentado con un saco verde y mirada perdida, alguien que no entendió el chiste de la noche, tal vez algún papel secundario en Cristina F.
TEARS NATURALE
“La sensación persistente de sequedad, pinchazo y quemazón en sus ojos son signos del síndrome de ojo seco. Algunas personas tienen la ‘sensación de cuerpo extraño’, como si hubiera algo en el ojo”.
Cuando aplico las gotas en mis ojos, generalmente cinco o seis veces al día siento que estoy asistiendo a mi propio funeral. Segundos después de que la gota fría entra y baña mi ojo, la visión se vuelve borrosa. No tiene sentido iniciar alguna actividad que necesite de enfocar algún detalle o realizar movimientos de precisión, tampoco resulta fácil moverse con seguridad en ninguna dirección, sobre ningún eje. Ponerse el frasco de Tears Naturale sobre el ojo y disparar la gotita helada implica morir por unos segundos en los que lo imperceptible y desconocido se apodera de la visión. Estoy enterrado vivo entre sombras, y cuando la imagen se aclara levemente y puedo ver en el espejo mi cara bañada por lágrimas artificiales pienso que no hay tanto por que llorar.
ACICLOVIR DE 800 mg
“Tome la dosis perdida tan pronto como lo recuerde, tome la dosis que olvidó tan pronto como lo recuerde y tome las dosis restantes, programadas para ese día, a intervalos iguales de tiempo. Sin embargo, si es hora para la siguiente, sáltese aquella que no tomó y siga con la dosificación regular. No tome una dosis doble para compensar la que olvidó”
Solo tomo Aciclovir cuando la mancha está creciendo, la mancha está dentro de mi ojo izquierdo, lleva años allí. Si dejo que la mancha crezca demasiado me va a tapar la retina y entonces no voy a poder ver por ese ojo. La mancha crece más rápido cuando estoy triste o cuando no como bien, entonces empiezo a sentir un mugre que no veo, una basura diminuta que vibra y me hace llorar. Ya sé lo que tengo que hacer: tomar vitamina b, no fumar, salir con gafas negras, lavarme las manos y tomar Aciclovir de 800 mg Cada 12 horas. En Coveñas fue imposible conseguir Aciclovir de 800 mg así que la mancha creció y creció hasta que tuve que volver solo, asustado y apenado en un bus de mierda, llorando sólo por el ojo izquierdo.
SUNDOWN FPS 50
“Especialmente indicado para aquellas personas con piel muy clara y sensible, que se queman muy fácilmente pero nunca oscurecen”.
No puedo salir a la calle sin bloqueador solar en la cara. Algunas personas (Miguel y Sofía) me han dicho que soy de raza roja, esa raza que nunca oscurece. Si supieran lo oscuro que puedo llegar a ser si llego a salir sin 50 puntos de protección solar sobre la cara.
CANCIONERO
CANCIÓN DE ADOLFO HITLER
El señor Adolfo Hitler era un tipo normal, pero se sentía solo, solo e irracional. Empezó por afeitarse un pequeño bigotico negro y lineal, luego pintó sus cruces por toda la ciudad. Berlín era muy grande, hacía un frío invernal, y Adolfo ya no sabía si podría volver a amar. METROS
Te conocí un sábado en la tarde en un parque feo de esta ciudad. Paseabas a tus beagles entrenados para tumbarse y luego parpadear. Yo te vi, yo te vi, había tanto espacio entre tu y yo. Yo te vi, yo te vi, había tantos metros entre los dos. AMIGA
Amiga, te escribo desde el fin del mundo. Todo es tan real que a veces me confundo. Hoy se abrió un agujero y yo ya no me entero, si vivo en el cielo o en el infierno.
RESPUESTAS
¿Se interesa Dios por nosotros? NO ¿Acabarán algún día las guerras y el sufrimiento? NO ¿Qué nos sucede al morir? NADA ¿Hay alguna esperanza para los muertos? NINGUNA ¿Cómo tenemos que orar para que Dios nos escuche? GRITANDO ¿Cómo encontrar la felicidad? GRITANDO
FOTORTURA
Andrea me dijo que la acompañara. Caminamos entre los edificios y los árboles, entre los caminitos de cemento y los pasamanos de colores; llegamos a un lugar en el que empezaban dos construcciones pero no había nada. Era una especie de caja de cemento con piso de hierba. Era el lugar donde fumábamos, donde quemábamos fósforos, donde hacíamos experimentos con cucarrones bañándolos en líquido de batería y podíamos hablar de cualquier cosa. Andrea no dijo nada, sólo se subió la falda y empezó a cagar. Andrea era muy linda, me había gustado hasta un día que llegó a mi casa llorando, tenía la cara muy roja y congestionada, casi no podía hablar porque se ahogaba con su propio llanto; ese día no habló conmigo, habló con mi mamá, yo la miraba desde la sala asustado. Nunca supe que pasó y yo no soportaba ver a ninguna mujer llorando. Miré de reojo y pude ver caer la mierda sobre el prado, pude ver incluso como salía de entre las nalgas de Andrea, ella no sentía pudor y yo no sentía asco; sólo quería ver más. Aspiré el aire y pude sentir también el olor, al aire libre la mierda huele diferente, el olor no se condensa ni se calienta como en un baño, sólo es un olor mas, una ráfaga que se parece más al olor de un animal. Me volteé y la vi de frente, su cara bonita con rasgos de gato y una que otra peca, la falda arriba y los cucos sobre los zapatos. Creo que me excité pero no estoy seguro, no sé si fue excitación o simplemente la grandiosa sensación de ser el único espectador. Así como empezó la cosa, la cosa terminó, Andrea se subió los cucos y salió casi corriendo. No me fui detrás de ella, me quedé viendo su mierda por un minuto, luego me fui. Al día siguiente volví a aquel lugar a visitar el bollo de mierda. Al día siguiente también. Fui durante mucho tiempo. Vi las moscas venir y las vi irse, vi cómo la mierda se ponía negra y luego blanca, percibí cómo cambiaba el olor hasta desaparecer y pude sentir como entre Andrea y yo se abría un abismo más profundo que cuando fue esa noche llorando de mi casa.
TUS DEDOS SOBRE LA PIEL
Llegamos a la casa de Camilo después del colegio en uniforme. Yo tenía hambre y él me dio un pan con Coca Cola. No se me quitó el hambre. Tenía ganas de ir a mi casa, de comer en mi casa las cosas de mi casa. El apartamento era pequeño y lleno de muebles, había que esquivar unos para sentarse en otros. Hacía calor. Paula se sentó al lado de Camilo, en el mueble más grande y yo estaba sentado al frente de ellos en una poltrona de otro siglo. Se miraban y no me miraban, se besaban; podía ver sus lenguas retorciéndose, podía ver el sudor en la frente de Paula, ¿Qué hacía yo ahí? Tenía hambre y podía oír las lenguas de Camilo y Paula. Dejaron de besarse. Paula estiró el dedo índice y Camilo sacó la lengua, ella se untó las babas de él en su dedo y luego, muy lentamente me miró. Una risita creció en su boca carnosa, entonces se pasó el dedo untado de babas por sus labios. No dejó de mirarme.
ENSAYO DE FELICIDAD
Te sucederá lo que al río en la primavera. El río crece, se hace más caudaloso, alimenta la tierra de sus riberas, y guarda su propio carácter hasta penetrar en el mar que lo recibe agradecido. (...) Pero otras veces el río anega sus riberas, pierde su forma, demora su curso, ensaya contra su destino la formación de pequeños mares tierra adentro, perjudica los campos; sin embargo, no puede mantener ese nivel, y acaba por volver a sus riberas para secarse miserablemente cuando llega el verano. (Franz Kafka, La muralla china)
El término ensayo, aunque positivo en su forma más pura, lleva también, dentro de sí la contradicción innegable del desastre. Según Paul Virilio en El museo del accidente, cada cosa que el hombre inventa lleva tras de si el signo de su propia caída. La locomotora, por ejemplo, lleva implícito en su naturaleza su descarrilamiento, así como la llanta su pinchazo o el vidrio la disociación de sus partículas en un estallido violento que las separa para siempre. El ensayo, como prueba científica, da por sentado que para descubrir algo “útil” es necesario fallar una cantidad de veces indeterminada. La mayoría de las veces, antes de llegar a descubrir algo, el científico comete miles de errores que desecha como pruebas y que invariablemente lo deberán ir conduciendo por el buen camino de una verdad probable (que se puede probar) o de una probabilidad de una entre millones. Es decir, el ensayo es un error en la búsqueda de una verdad y la verdad, en últimas no es sino una gran suma de errores. Por ende, el siguiente ensayo no busca superar esa noción en lo absoluto, por el contrario, lo único que quiere es poner de manifiesto el carácter errático y catastrófico de su propia naturaleza. No recuerdo muy bien cuál fue el primer error que cometí en la vida, de lo que si estoy seguro es que ese primer desastre, aunque imperceptible a los ojos de un adulto, me marcó con su signo para siempre. Aprender a errar es casi tan complicado como aprender a descubrir, y entre estos dos términos, tan cercanos por vía causa – efecto, existe una verdadera distancia a la hora de ponerlos en paralelo en las nociones más básicas de la vida. Aprender a montar en bicicleta, por ejemplo, es un ritual crítico que propicia un descubrimiento, sin embargo, una vez llegado el grandioso momento en
el que puede uno pedalear manteniendo el equilibrio y la seguridad, olvida de inmediato el proceso que lo llevó hasta allí. Somos desagradecidos y distantes con nuestros errores y demasiado condescendientes con nuestros descubrimientos. Cuando logramos por unos instantes ser felices olvidamos inmediatamente la cantidad de pequeñas tragedias que nos llevaron a la convicción de que nuestra vida no podría ser de una mejor manera. Nos aferramos al descubrimiento y desde allí observamos pasado, presente y futuro con un lente que excluye de lo que observa todos los sinónimos del desastre. Nuestra felicidad se convierte en un gran imperio despótico y autoritario en el cual los errores del pasado son solo humildes obreros dedicados a la construcción de un muro que les tomará mucho más tiempo que sus propias vidas. Esta mañana me levanté muy feliz, y como no quería terminar como esos seres que todo lo olvidan y a los que importa menos que nada la muerte o la caída, intenté hacer un recuento de los errores y los desastres que me llevaron a tal felicidad. Entonces me vi cometiendo viles atrocidades, dando pasos convulsos y desilusionantes, me vi entregado a promesas sin sentido y a amores que nunca lo fueron, me vi persiguiendo alucinaciones y espesas bolas de nada, me vi en la lluvia mojado por babas de dolorosas mamadas y me vi errático e hiriente, y con cada palabra que decía a los que me querían los hacía desviar la mirada. Terminé el recorrido de todos estos sinsabores y descubrí que estaba feliz porque te amo. Y que el error y la ruina fueron los que me llevaron a amarte y que aunque ya no sirve de nada decirlo, porque es tan confuso decirlo ahora como no haberlo dicho antes, es el registro catastrófico de la felicidad que descubrí cuando te amaba.
CARNE MUERTA
Carne muerta, carne de cañón. En el cielo se pelean los caídos con los que aún no han nacido. El cielo es rojo carmín ahora. Hay que salir de aquí rápidamente, debemos concentrarnos en el viaje que vamos a hacer. Desde arriba nos sigue cayendo vómito e intestinos. Mientras tanto sigo coleccionando mujeres para mi película porno de gran tiraje. Casi siempre me gustan de perfil, pero cuando las veo de frente ya no me gustan, prefiero las líneas a los puntos y las caras son puntos, los perfiles son líneas. No tengo nada que decir por ahora.
POR EL CIELO
Por el cielo pasa un avión. El viento silva, deja una línea. El cielo está lleno de líneas. Por el suelo pasa cojeando un perro. En el cemento fresco deja su huella, el piso está lleno de huellas.
TELEGRAMAS
• Subía por la calle 51, impermeable azul chino. Pensaba en una canción de Narcosis. Rompí el bolsillo en el solo de guitarra. • Baño de damas sin seguro. Aseguré la puerta con el pie. • 9 am. Mujer cristiana me pregunta si me gustaría saber la verdad. • Querida amiga, llevo 4 días con diarrea. • Escaleras eléctricas. Ximena y María Angélica. Se miran con odio. • Gracias por las sillas. Me gusta el azul claro. • Me levanté temprano. Compré zapatos por 20.000. Cafés, bota, como los de Kevin. • Una mujer de 40 paseando su perro. Los cordones de sus zapatos del mismo color que el collar del perro: naranja. • Ahora me gustas más que antes. • Paola: hoy la volví a cagar.