“La escritura es, originalmente, el lenguaje del ausente.” S.F. 1929
ANDRÉS FELIPE URIBE CÁRDENAS. Bogotá, 1982. La escritura como suceso creativo es parte fundamental de la obra de este artista bogotano. POSITIVE PAIN compila textos en los que el lenguaje y la imagen se entrecruzan en forma y contenido, atravezados por patetismos extrovertidos con urgencia.
POSITIVE PAIN © Andrés Felipe Uribe Cárdenas Corrección de estilo: Luisa Ungar Jardín Publicaciones www.jardinpublicaciones.com ISBN 978-958-44-8905-0 Primera edición, 2011 Impreso en Colombia
LISTA DE COSAS ORDINARIAS
40 ml de spf100 365 ml de coca-cola light 4,7 mg de alquitrán por 16 unidades 900 mg de carbonato de Litio 200 mg de fluoxetina 5 L de agua 1700 ml de café negro 100 mg de gomas ácidas en forma de gusanos de azúcar 1 chocorramo 300 g de pan de queso con bocadillo 4,6 Gb de Mega Mario Bros Wii 36 Mb de pornografía escatológica 27 años de existencia forzada 1 patineta rota 1 iPod prestado 6 lapiceros de colores 1 lápiz HB grueso 1 portaminas de mina HB 5 posterman F colores varios 1 posterman negro de caligrafía 1 marcador de óleo dorado M 1 marcador de óleo plateado F 1 marcador de óleo plateado ultra fino 1 posterman de acrílico negro ultra fino 1 pluma Lamy Vista B 1 pluma Lamy roja Safari M 1 pluma Parker negra 1 lápiz multicolor neón grueso 1 resaltador Pelikan rosado neón 1 resaltador Faber-Castell amarillo neón 1 resaltador Faber-Castell naranja neón 1 resaltador Faber-Castell verde neón 1 juego de marcadores permanente varios colores Bic 1 Sharpie azul retráctil mediano y una crayola.
LIVING DEAD (Morning of the)
Cannot rest in peace. Cannot die. Cannot live. Cannot cry. Cannot eat. Cannot run nor hide, only fools watch behind.
CORAZÓN
Deli comerte. Quiero comerte tanto que tú no sabes nada, corazón. Corazón de pollo de mujercita divina, indiferente y rabona. Corazón de alien tierno. Corazón de bella durmiente borracha. Corazón de perro agitado. Corazón de perra follando en la calle con el perro agitado. Corazón helado con palito de paleta.
comerme_tu_cerebro.txt
me quiero comer tu cerebro, le digo cuando está triste. después de explicarle mis motivos (variedad de ellos, desde lo cinematográfico hasta lo psicológico), agota sus lágrimas y le chupo las gotitas que le quedan en el rostro.
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-te quiero comer el culo. -a ver, dale. ella se gira y empieza a bajarse el pantalón y las bragas justo frente a mi cara. revela un camino en sombras que se interna hacia abajo en su cuquita recién afeitada. abre sus nalgotas con ambas manos, y puedo pillarle el bello orto con el que me mira la boca. le clavo la lengua sin pensarlo. intento trazar amplios círculos sobre las paredes del ano, introducirme a medida en que se expande. me encuentro ahogado bajo su trasero, busco una bocanada de aire y me sumerjo nuevamente. siento que se abre un poco más y mi lengua profundiza su búsqueda. ella está inclinada hacia adelante. yo agachado sostengo su carne con mis dos manos, y aparto sus nalgas para darle cabida a mi cara. mi nariz también intenta penetrarla. si pudiera hacerlo, por entero me metería dentro de su recto, saldría a decirle que es una sensación hermosa y saludaría a mi verga para decirle que ya puede entrar también y venirse allá adentro donde la oscuridad es color carne.
fetish_in_black.txt
jhjhjhjhjhj ok me pongo unas pantaletas de una tía que ni conozco personalmente, pero que por azares de la vida llegaron a mí, en la cabeza por un rato, como si fuera una máscara de luchador, una máscara de “el follador negro”... y me siento de lo más excéntrico, y me miro al espejo (que es en realidad una ventana) y sonrió, pero me incomoda el triangulito ese que se asoma en el culo y entonces me los cuelgo al cuello. es decir, meto mi cabeza por allí donde sus largas piernas entran, no tengo dos cabezas... y el caso es que sale por esos hilos negros de estas tanguitas negras que llevo al cuello. mientras me hago un café frío, mientras busco el frasco, puedo percibir el aroma íntimo de la desconocida... y puedo fantasear fácilmente. masturbarme no es necesario, lo hice mientras tragaba su venida, esta mancha que he succionado durante noches, en principio dura costra transparente adherida a la tela y luego ablandada por mi saliva, y luego jugo salivalvaginal y luego mi lengua raspando la tela como una gata que lava a una de sus crías. es demasiado, me digo a mí mismo, y sin embargo aquí están colgados a escasos centímetros de mi nariz y boca. y los adoro.
POLVOS FATALES
Cada vez que nos tirábamos un polvo asesinábamos a alguien. Las pocas veces que nos veíamos, nos queríamos el uno al otro, en silencio, solamente por medio de sonrisas espontáneas, flirteos escondidos entre la muchedumbre que nos rodeaba en ocasiones sociales. Estando solos limitábamos el contacto físico al irnos a la cama. Alguno que otro abrazo excepcional, muestra de impaciencia por no vernos con la frecuencia suficiente. Compartíamos la tarde escribiendo cada uno sus trabajos, sirviéndonos té o café y pequeños chocolates rellenos de menta que ella guardaba en una cajita elegante; hablábamos intentando solucionar nuestros oficios, parábamos de escribir, alguno exponía una idea y luego la debatíamos un tanto, sin concluirla. Pensábamos en qué hacer al almuerzo, a dónde ir si acaso. Todo eso sin tocarnos en lo más mínimo, los afectos eran solamente de labios hacia adentro. Me despertó el teléfono de repente la mañana del día después de follarnos divertidamente. Ese tono fatal de alguien que en su triste sorpresa tiene que dar una noticia funesta era inconfundible. La muerte ajena me hizo levantar de la cama afanado y viajar a un funeral y a un sepelio. No estuvo tan aburrido. En una segunda ocasión la llamada, igualmente temprano en la mañana post-coito, me avisó de otra muerte. -Siempre que nos acostamos alguien se muere, le dije. Tenemos unos polvos fatales.
NO FUCKBUDDY
ella me dijo: hola, amigo. cómo está, amigo.
GOLDEN TALK
-Entonces, ¿te meo?, fue la respuesta que me dio la chica esta, alargando el cuello desde el abrigo y brotando sus enormes ojos negros; mantuvo abierta la boca unos segundos después de pronunciar la pregunta más explícita de toda la noche. -Dale, méame la cara, méame dentro de la boca que no quiero que desperdicies nada en un sucio baño. Quiero beber todo lo que sea tuyo, absolutamente todo lo que provenga de tí. Nada de eso le dije. Acto seguido, ella comentó que alguna vez se había meado encima de un man, y que, de facto, el tipo se había enamorado. Dijo que otro se le confesó diciéndole que si lo hubiese meado, también se habría enamorado de ella. -No seas tan sexy, querida. Fueron las únicas palabras que alcancé a presentarle.
POSITIVE PAIN
Montar patineta ha sido, en lo personal, una gran terapia metafísica. Rodando he aprendido a aprender, a caer y a levantarme otra vez dejando atrás la vergüenza del juicio ajeno.
He aprendido a confiar en el ensayo y en el error de forma ciega y terca, todo para lograr subirme a un andén. He reforzado mi conciencia de la mugre repulsiva y perpetua del mundo que cae permanentemente al suelo, al que luego caigo yo de frente abriéndome la piel contra el asfalto, reventándome por diversión. Toda una experiencia de dolores infligidos con gusto y sonrisa. Un sinnúmero de pequeños golpes en serie, que nunca dan aviso, pero que son previsibles desde la primera patada. Y que al otro día, y en los que siguen me recuerdan la fragilidad de mi esqueleto.
O mi mortalidad. La mortalidad presente cuando uno atraviesa una calle corriendo tras la tabla que rueda lejos y sin direcci贸n, y oye los pitos y los frenazos de varios carros furiosos. La mortalidad cuando uno resbala sin control en plena avenida. En un instante de sudor y adrenalina potenciado por los peligros de esta ciudad destruida, pocas cosas como esta me hacen confesar con orgullo que todav铆a puede ser divertido sentir una tendencia suicida.
MATARON A JIMMY
¡Gomelito, regáleme para un pan! Me decía al abordarme, repetidas veces, rogando, mientras yo cruzaba algún callejón sucio rumbo a clase, cambiando con el pasar de los meses el tono del limosneo, hasta llegar a pronunciar esas mismas palabras con verdadera alegría cínica, una mueca destruida y un tumbao de exagerados gestos, ofreciéndome su mano amigablemente, mezclando la exigencia amenazadora del donativo con un saludo cordial. Su mano, amigablemente, manchada de todo tipo de óxidos callejeros, callos y partículas abrasivas al tacto, pero sincero, si quiero jugar a imbécil, sincero, si quiero creerle todavía. ¿Qué hizo a la monita? No sé. ¿Está triste? Sí. Entonces yo lo invitaba a un tinto para no darle unas monedas que gastaría en bazuco, sintiéndome buena persona por saludarlo, por regalarle el tinto y a veces un pan. No esté triste, gomelito.
Esa vez yo no podía esconder el malestar. Y fue él quien supo preguntar y alentar, en esa calle sucia y maldita, de putas y ñeros, de putas y gomelos borrachos estudiando carreras universitarias. Él supo preguntar ofreciéndome la mugre de su vida y algo de compañía, en mi soledad de adolescente llorón y confundido. Cuídeme a esa monita, Jimmy. Pilas con ella. Todobién gomelito. Usted sabe que todobién. Más fuerte que la vergüenza de saludar a Jimmy con tanta frecuencia, era el pensamiento de creerlo más persona que a muchos de mis compañeros; saber que si me ponía a llorar en frente suyo sería más cálido que cualquier gomelito maquillado, más real, más físico, más franco, más fiable en sus palabras falsas, en su puñal famoso, en sus cicatrices y sus golpes. Y siempre era más o mucho menos simpático, mucho más o mucho menos intoxicado y ausente y perdido, hasta que yo dejé de ir al centro a diario. Luego sólo lo veía accidentalmente por alguna contingencia. Aunque volvía a saludarme, ya casi no me reconocía. Sinceramente, a veces también me daba miedo cuando aparecía todo roto, con la cara reventada, cojeando, con un yeso en el brazo y con cicatrices nuevas. Un colega casi que tramó amistad profesional con Jimmy. Tan cierta amistad que perdió su videocámara y algunas otras cosas al querer retratar su vida, entre la explotación y la camaradería. Aun así, nos preguntábamos por él cuando no se le veía durante varios días seguidos. Luego me decían: es que se metió en tal o cual lío.
Si bien Jimmy me enseñó una especie miserable de amor, a mi colega, en cambio, le enseñó definitivamente a matar. Años después lo recuerdo con estima, incluso me gustaría buscar un par de fotos que personalmente le tomé, para verle esa sonrisa brutal, volviendo a sentirme como un lacrimógeno rodando por una calle vacía, un día después de ser informado de la manera más llana, sin asombro, de que claro: lo mataron. Lo quemaron y ya.