"Ahora que debería estar haciendo otras cosas"

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Ahora que deberĂ­a estar haciendo otras cosas.



Hoy, 9 de diciembre, desde el número 28 de la calle Valencia, en Madrid, publico este relato en la plataforma issuu ya que, con este aire simulador-de-libro, permite mantener el formato de la versión que leyó el jurado del concurso CreaMurcia 2015 -anterior CreaJoven- compuesto por Marisa López Soria, Alberto Caride Brocal y Javier Puebla Rabanal, quienes reunidos el 28 de septiembre decidieron otorgarle el primer premio.

Javier García Herrero



El autor de este texto advierte que se dispone a completar, o a cubrir, más bien, el espacio que le separa de los 12 a 15 folios necesarios para presentar el susodicho texto al concurso-X, de la única manera en la que hoy, martes 14 de abril de 2015, a las 23:52 horas, considera que puede escribir algo que merezca la pena sin dar lugar a una “infinita” sucesión de pasos en falso e hipótesis narrativas, estructurales, temporales y, en suma, sin errar mentalmente por el grandioso y abismal territorio de la literatura nunca escrita: escribir-del-tirón, sin retroceder más allá de la frase presente. Admite, como si de un delito se tratase, que, tras muchos años sin escribir ficción, se ha decidido a comenzar este texto el día después de haber sabido que se había ampliado hasta los 35 años el límite de edad para la presentación de obras al certamen-X. La anterior ocasión también fue con motivo de un concurso en el que su relato no resultó premiado, injustamente por supuesto, y rápidamente descarta la opción de revisar aquel relato y probar a ver si. Para dar una idea de la velocidad (o quizá sería más correcto usar celeridad) a la que escribe, anota que son las 0:07 del ya miércoles, añade que se encuentra en el 2º D del número 25 de la Calle Magdalena de Madrid, que tiene dudas sobre si lo que está haciendo “servirá de algo”, y trata de frenar la extensión de ese pensamiento a la situación general de su-vida, lo cual sería del todo improductivo, cerrando paréntesis: ) Reconoce que tiene en mente, y que no desea evitarlo, el relato de Roberto Bolaño Sensini y una frase de Antonin Artaud que le acompaña constantemente desde hace algunos años, provocándole siempre una sonrisa, y que termina una de las cartas que Artaud dirige a una señora rica y potencial mecenas: (…) y yo tengo una lamentable necesidad de dinero. Por respeto a los lectores, que consistirán básicamente en unas pocas amistades primero y, a-la-hora-de-la-verdad, en los miembros del jurado, abandonará por un tiempo la tercera persona y siento un alivio como de quitarte los zapatos, lo cual aprovecho, de paso, para hacer. Por respeto a los lectores, sigo, que me leéis precisamente por serlo, es decir, por ser-lectores, dejo fuera algunas tentaciones como alardear de mi sinceridad, ya que es obvio que narrador y lector jugamos mutuamente el uno con el otro. No soy un lector compulsivo, como muy posiblemente seréis algunos de vosotros, pero últimamente he leído varios libros de Bolaño y, fundamentalmente, recuerdo dos citas y una dedicatoria al comienzo de tres de sus libros. Cronológicamente, una de Artaud al principio de Una novelita lumpen:


Toda escritura es una marranada. Las personas que salen de la nada intentando precisar cualquier cosa que pasa por su cabeza, son unos cerdos. Todos los escritores son unos cerdos. Especialmente los de ahora.

Ahora, me parece “excesiva” y “demasiada cita” para “una novelita lumpen”, pero en su momento… y ahora venía a cuento por razones evidentes. La segunda, en La pista de hielo, es de Mario Santiago, y ésta no tengo que copia-pegarla de mi blog: Si he de vivir, que sea sin timón y en el delirio. La leí en un avión a Bruselas después de una noche sin dormir, y todavía me emociona. La dedicatoria es la de Los detectives salvajes: Para Carolina López y Lautaro Bolaño, venturosamente parecidos. No hace daño a nadie apuntar que Mario Santiago es uno de los protagonistas de Los Detectives, y estos párrafos ya muestran que enlazar autores, ciudades, otros artilugios, y también personas, es una de esas cosas que. Anoche, conduciendo solo por Murcia, pensaba en la “escritura literaria”, la metaliteratura, la literatura de escritores y esas variables y metacategorías, tan meta, que sin llegar a irritarme como el “arte” meta-arte, y el arte desde para y por el museo y los “cureitors” y los doctorandos y los artistas, sí que me produce cierto hastío en ocasiones y, siempre, sentimientos contradictorios. Recordé una entrevista a un joven escritor que había trabajado en la Fnac y contaba que en la clasificación de libros robados, la sección de autoayuda era líder en solitario. Estadísticas frente a la azarosa fortuita y delictiva trayectoria lectora del joven Roberto Bolaño en México, mítico ladrón de grandes y selectas obras en encantadoras y polvorientas librerías del D.F. Pensé que, relacionándonos con personas que no leen absolutamente nada, puntual, esporádica, constantemente, a veces durante largas temporadas, seguramente todos pasamos

por

fases

parecidas

(por

ejemplo:

incredulidad,

condescendencia,

inseguridad, superioridad, inferioridad, pesimismo, desolación, etc.), y que lo mismo les ocurrirá a los deportistas, cazadores y aficionados a los coches teledirigidos. Endogamia, encuentros, foros, y actividades autorreferenciales varias. Me dormí leyendo Cuervos, un cómic protagonizado por un sicario mexicano de 18 años que dibuja muy “rollo-Caravaggio”.


[Justamente ahora (1:21 h.) un tal “tesinpan” escribe un :D en una foto que publiqué en instagram hace 21 semanas y que tiene 21 “megustas” en la que se ve un dibujo de Bolaño que hice hace dos veranos y una esquina de Los detectives salvajes.] Por la hora que es, una breve escena: - Pues yo ahora estoy leyendo este truño de la “coaching” de la tele. Dice la copiloto, de la que sólo he visto el cogote, el pelo grasiento, el hombro derecho con su jersey blanco de rejilla de lana y su móvil. Me asomo por el lado izquierdo y veo que del bolso de florecitas saca un libro azul de unos cinco centímetros de grosor. Media portada es para un SÍ y la mitad inferior para la foto de una señora sonriente. Copiar narración por wassap del viaje, cruda y sin retoques. Seguir con las lecturas presentes. El partido del Atlético en el bar Castilla, la plaza de Lavapiés, el pianobar con los actores secundarios olvidados y el camarero parsimonioso, y volver a Atocha y al Seat Alhambra.

13:18 - 16/04/15 La libertad de caminar tampoco sirve de nada si no se tiene algún lugar a donde ir. Rebecca Solnit Una historia del caminar

00:59 – 17/04/15 Una hora. Anoche, antes de dormir, pensé que, en el fondo, escribir literatura literaria, era de cobardes. No tuve ni que acordarme del Quijote para responderme: eso, o lo dice un personaje más bien necio, o ni se te ocurra escribirlo. Esta tarde he estado en la nueva Biblioteca Vargas Llosa (de quien no he leído una sola línea salvo algunas citas-literarias que había por las paredes) para trabajar en un proyecto que presentaré a una convocatoria-G cuyo plazo finaliza el 23 de abril y con el que llevo más de un año. De lo escrito esta tarde, leído pero sin corregir: Como destino de la publicación en papel, de tirada reducida, se plantean: bibliotecas públicas, la red de bibliotecas de la Fundación M, centros especializados (mncars, cendeac, musac), así como otros lugares menos habituales, escogidos según “parámetros subjetivos”, donde depositar los ejemplares a modo de consulta:


peluquerías, bares, centros sanitarios, educativos, y “personas físicas”. La distribución en sí (argumentada y documentada en cada momento), la elección de los lugares y personas a los que llegarán las revistas, forma (claramente) parte de la obra. Esta mañana -como ahora, en mi piso de la calle Magdalena- después de leer un rato a Rebecca Solnit escribía (extraigo, igualmente leído rápidamente y sin retoques): Suponiendo que, frente a los procesos de investigación/creación de carácter científico (por su rigor, planificación, orden, etc.), la “improvisación” no se encuentre en un momento de forma demasiado bueno en determinados ámbitos, mi respuesta, y no es mía ni nueva, remite a dos ideas o argumentos: 1-no hay objetividad posible, y su búsqueda es una quimera, 2-un eventual menosprecio del triángulo básico “intuiciónsubjetividad-improvisación” por parte de ciertos sectores del arte contemporáneo (experimentado personalmente en varias ocasiones, de ahí la excusatio) resulta sorprendente y pone de manifiesto que se pasa por alto el hecho de que entre planificación (rigurosa si se quiere) e improvisación la diferencia es única y literalmente cuestión de tiempo y que depende de la velocidad a la que se toman las decisiones definitivas ya sea en el guión o en la materialización de la obra. Ejemplo paradigmático, ya que las metodologías de Pollock o Keith Haring “no se valen”, la pasión de Duchamp por el ajedrez, o, casi infantil, el propio uso del Lenguaje. Esta velocidad, el tiempo dedicado a la toma de cada decisión, y la escala de las propias decisiones (y esta “escala” apunta al carácter espacial de la acción, aunque el espacio, en la creación visual, es, siempre y además, el sensible/obvio), vendrá dada en parte por el grado de interiorización de los códigos de cada lenguaje, y la propia subjetividad (con toda su complejidad, tanto individual como colectiva) será cuando menos uno de los principales motores de estas acciones. Alrededor de las 20:30 he llegado a El Búho Real, donde iban a presentarse seis libros del sello independiente Ediciones Oblicuas. He ido porque uno de ellos era Ave que no vuela muere, de Adriana Bañares, una poeta a la que vi y escuché recitar hace algunos meses y que me encantó. El lunes presentó su libro en solitario, pero no pude ir porque estaba en Murcia y un tipo no aceptó la reserva online que hice para el viaje que ofrecía en blablacar y no había más plazas libres ni tampoco en amovens (la más conocida de las alternativas a blablacar, donde todavía no hay gastos de gestión). “No lo entiendo, el otro día, en el viaje de Madrid a Murcia, el conductor… no recuerdo el nombre, me dijo, he visto que ya eres “embajador””. Le dije a mi hermana con una mezcla de ironía, tristeza y alivio al posponer un día más el viaje.


El acto ha empezado a las 21:00. Adriana ha leído la primera de los seis. Uno de los poemas comenzaba con una cita de Cesare Pavese: Para liarse a golpes es preciso estar solos. Creo que las citas, si son buenas, pesan demasiado sobre los poemas, y normalmente lo son, aunque el poema sea malo (y después de haberlo leído en el metro no es el caso), por lo que escoger una buena cita resulta una mala elección. Dándome a mí mismo la razón (qué correcto), en el recital, la frase de Pavese, aparentemente contradictoria, ha silenciado a Adriana. Mientras esperaba el metro en la estación de Tribunal, empapado por la lluvia, pensaba en hacer o no “trampa”. Pensaba en la importancia del principio de un relato, más bien imaginando el de una película, y en las diferencias que implican los “términos” arranque, inicio, planteamiento, obertura, introducción, preámbulo etc. Pensaba en que lo primero que escribí ayer se iría a la basura en la primera revisión, y también que quizá un principio cualquiera resulte estratégicamente más acertado que empezar por un doble homicidio, por poner un ejemplo “efectista”. Aprovecho para adelantar, ya que por hoy sólo quedan 5 minutos, que habrá un doble asesinato basado en un hecho real, y que, como mandan los cánones, conozco al asesino. Subiendo las escaleras en la estación de Antón Martín he reconocido que no voy a escribir un segundo relato con telón entre cada uno de los tres actos y los doce-pasosde-Vogler bien marcados, como me planteé ayer mientras subía desde la estación de Atocha por la calle Santa Isabel, con la maleta en una mano y una bolsa del Día en la otra. “llevo tres años en Irlanda y estoy genial. Siempre hace feo, pero bueno” – dice la jipi que va en la tercera fila de asientos junto al montón de maletas y bártulos varios. El astrofísico que presentaba su libro de relatos titulado El astrofísico poeta que (…) y que he estado a punto de comprar, criticando mordazmente a sus cinco compañeros de editorial en el ínfimo espacio cubierto en la puerta de El Búho Real inmediatamente después de las presentaciones junto a cuatro amigos que añadían comentarios y reían sus ingeniosas observaciones. Les daba exactamente igual que mi hombro estuviese tocando uno de los suyos mientras fumaba y esperaba a que saliese Adriana. 2:08 h. Para presentarme (no está de más) utilizaré el texto que terminé el martes por la noche, después de haber empezado éste, a petición del colectivo La Mano Robada, que está preparando una guía –que no suena demasiado bien, pero decir antología o listado…. - de artistas murcianos. 3:05 h.


-2001,

Escuela

de

Arquitectura

de

Alicante,

años

fundamentales

en

lo

creativo/cultural/social. 2007, punto y aparte, período negro rojo blanco, primera exposición individual; caída importante y transición desde la Arquitectura hacia las Bellas Artes en la Universidad de Murcia. Después de estar becado en Palermo, donde participo en la formación del colectivo transnacional Fare Ala, y en Córdoba (Argentina), donde creo la plataforma Ediciones Aerostáticas, termino carrera en 2012 y sigo buscando. Me gustan los Hermanos Marx, los árboles muy grandes, que me presten libros sin haberlos pedido, el café y las palabras esdrújulas. Me inquietan, interesan y preocupan, con intensidad variable pero constante:

la

guillotina, los países y las nacionalidades y sus consecuencias y derivados y sucedáneos, la vejez, el color naranja, la infancia, México, la historia de mi familia, las aves, los trastornos mentales, el juego, lo húngaro, el asesinato, los grifos y los circos. 15 de abril del 2015

Y, precisamente, de circos. 1:31 h. A veces, entre tantas y tantas tantas, “aparecen” cosas maravillosas en facebook. Hace 8 minutos he visto que una cierta “Ana Finicaluna”, que ahora mismo no sé quién es pero que es-mi-amiga (de hecho, compartimos-23-amigos), ha compartido una función que Alexander Calder representó en el 1955 con su famoso Circo. Una edición de cinco minutos en la que lleva una camisa oscura y no la clásica roja. Creo que todavía no he hecho ninguna recomendación explícita. En ciertos ámbitos se da por hecho que todos han visto y leído todo… y las maneras de reconocer que se desconoce algo, dicen tanto de las gentes. Empezando por las mínimas miradas al suelo o a los lados cerrando muy ligeramente los párpados ensanchando medio milímetro las fosas nasales y ese leve arqueo de ceja del que no lo reconoce, la que muestra honestamente que le jode, el que dice ese no pero el otro día fui a la filmoteca y vi, la que responde medio en broma madre mía no he visto nada, y ese adorable compañero de charla sediento de cultura y de nuevas experiencias que saca un cuaderno y un lápiz pequeñito y toma nota. El Circo de Calder es una de esas cosas que me aclaran lo que pienso de las personas. Es decir, hay gente con la que sé que puedo hablar de Calder, y disfrutar de la conversación y de su sonrisa sin importar en absoluto que no lo hayan oído


nombrar, y gente con la que no es opción a pesar de que puedan decir “ah, claro, los móviles de Calder”. Esto, obviamente, no es absoluto, extensible ni extrapolable, pero seguro que se entiende y que todos tenemos uno o varios circos-de-Calder con los que calibrar personas. Puede que suene muy mal, pero a buen entendedor. Hoy he subido tres veces la cuesta del Ave María, que va desde el teatro Valle Inclán hasta el pianobar de al lado de mi casa y que sin ser de las más empinadas del barrio de Lavapiés, tampoco es de las cortas. La última, hace una hora, volviendo del festival de hip-hop Pacha Mama en la sala Caracol. Cuando conocí al asesino, en octubre del 2006, yo no tenía ni idea de que Calder hubiera tenido un circo, y es posible que él tampoco, pero sin duda podríamos haber hablado de él. 03:12 h.

12:47 h. El otro día leí que lo más difícil es ser libre. No sé si en La Caída de Camus, o en Luces de Bohemia de Valle Inclán, pero podría estar en las dos. Efectivamente, el asesino está en la cárcel (y no sé por qué, pienso en el estar-en-el gimnasio; no en el gimnasio de la cárcel, sino en un gimnasio cualquiera pero con el artículo “el”, como decir está-en-el colegio o en-el supermercado, sin especificar en cuál), y además “ocupó grandes portadas” con una perturbadora foto a color, pero por el momento la cosa no va por ahí. Pensando en la “difícil libertad”, me acuerdo de la versión cinematográfica de La Máquina del Tiempo de H. G. Wells que vi hace un par de semanas. La antigua, protagonizada por el tipo de Los Pájaros de Hitchcock. Entre todas las posibilidades que ofrece semejante artefacto, al señor Wells, “no se le ocurre nada mejor” que mandar al tipo de los pájaros al espaciotiempo en el que las criaturas azules oprimen a las criaturas rubias etc. En la película, el guionista encuentra la limitación, más o menos paradójica, del tiempo, en forma de longitud de metraje, al margen de la fidelidad a H. G. y el lote de “cláusulas” de la industria cinematográfica, pero en teoría el autor de la novela no tuvo ninguna limitación, y escogió centrar su obra en ese viaje y no en otro. Obviando la situación personal del novelista (plazos y compromisos adquiridos, estado de salud y de ánimo, entorno meteorológico…) el resultado desilusionará al espectador (al expectante) en un aproximado 99% de las veces. Inevitablemente, como cuando juega “la selección”, pensamos que nosotros lo habríamos hecho mejor. Dos grandes obras de la historia de la animación fantástica me-vienen a la mente: Los Pitufos y El planeta salvaje, pero no seguiré por ahí.


Aseguran que (después de aterrorizar a su país con una “ambigua” lectura radiofónica de otra obra de H. G. y) antes de hacer Ciudadano Kane, Orson Welles, vio La Diligencia de John Ford como mínimo treinta y cinco veces. El primer libro que leí después de la “importante caída” del 2007, a la que me refería en uno de los párrafos autobiográficos y que cerró el período rojo-negro-blanco (durante el cual veía frecuentemente al asesino), fue uno de cuentos de Guy de Maupassant. Muy fino, de una colección que publicó El País y que estaba y sigue estando en la esquina superior izquierda de la maravillosa estantería de la casa de mis padres. Las cubiertas de la colección son blandas y blancas. La estantería es corredera y de madera, y junto al libro de Maupassant, quien no me sonaba de nada y cuyo título no recuerdo, saqué también El Lobo Estepario de Herman Hesse, que estaba más o menos en la zona central del segundo plano de la estantería. El nombre de Hesse sí me sonaba, y el título de su novela era más que atractivo, pero empecé por el de cuentos con la duda de si sería capaz de seguir algún argumento, en mi estado mental, por muy blancas que fuesen las tapas del libro. Todos sabemos, y no es sólo una frase hecha, que los libros son las auténticas máquinas del tiempo, y muy posiblemente eso pensaba H.G. Wells cuando escribió “El viaje a la tierra en la que los salvajes azules oprimirán a los rubios ingenuos”. Ahora recuerdo la lectura del primero de los cuentos de aquel libro blanco como si hubiese durado varios días. recuerdo que eran las siete de la tarde y que estaba en la camahecha de mi estrecha-habitación, fumando un “luquiestraic” tras otro, con la puerta cerrada, con mi familia dando vueltas por el pasillo en silencio sin atreverse a llamar, sin saber qué decir. Recuerdo que tenía la espalda contra el cabecero de la cama y que el libro estaba sobre mis rodillas y que llevaba el mismo pantalón corto negro y rojo que llevo ahora y que nunca he vuelto a leer en esa posición aunque sea la que siempre se ve en los cómics. Pienso, inevitablemente como si hubiese que evitarlo, que era una situación bastante carcelaria, no “kafkiana”, pero es un adjetivo que da gusto escribir, como “dantesco”, aunque la imagen que visualizo es una viñeta de un cómic en blanco y negro chorra pero “bien dibujado” en el que un detective desnudo y con la raya en medio lee una revista del corazón. Recuerdo que la persiana estaba entrecerrada y que tenía el flexo encendido y me pregunto qué libros habrá leído el asesino desde que está preso. Mientras leía, los esto me suena, esto ya, pero dónde, aumentaban, y sentirme capaz de concentrarme en la lectura durante más de un minuto es algo que no soy capaz de describir ni siquiera de adjetivar. Las imágenes, desde luego, eran en blanco y negro, y recuerdo que “la cesta de víveres” olía cada vez que aquella descarada la abría y


que me gustaban los sombreros que llevaban los pasajeros y que a las señoras les puse la cara de algunas urracas de mi pueblo a las que detesto. Ahora mismo, a las 14:27 h., cada vez que levanto las manos del teclado para beber agua o liarme un cigarrillo, imagino las ruedas de madera del carruaje traqueteando sobre un camino polvoriento yanqui y también pienso en el principio de El Discreto Encanto de la Burguesía de Buñuel aunque no estoy seguro de si la escena es de esa o de El oscuro objeto de deseo, pero veo cómo el enano le pregunta a Fernando Rey: ¿quiere Le Mond? Después de una breve pausa, pienso en la pregunta del enano, ¿quiere-El-Mundo? Cómo responder que no, o que sí, aunque claramente se refiere a un periódico, pero quizás, tratándose de Buñuel. En fin, también me pregunto si algún (o alguna) miembro del jurado del certamen será enano. Tengo la seguridad (quizás injusta) de que no será así, pero me pregunto si en ese caso esa persona se sentiría ofendida o si, por el contrario, a su edad, habría “superado ese tipo de alusiones”. El otro día vi el principio de una película en la que una pareja de asesinos (personajes por-supuestoopuestos en todos los aspectos) espera instrucciones en la ciudad de Brujas. El personaje de Collin Farrell se acerca al rodaje de una película junto al que pasan casualmente, demostrando una sorprendente fascinación por los enanos, y poco después dice “la mayor parte de los enanos terminan suicidándose”. Cine dentro del cine etcétera, me dormí poco después de que al día siguiente el actor-enano-actor ignore el saludo del asesino Collin Farrell, quien casualmente lo ve pasar por la acera de enfrente, de día, en la ciudad de Brujas, vestido con un precioso abrigo. Puede que no sea un momento muy, pero quizá no haya otro mejor, o puede que se me olvide o piense que mejor no, por lo que ya que me he propuesto contar sólo cosas-reales y cumplir la condición de no corregir, diré que hace un par de meses vi una entrevista al “inevitable” Vila-Matas en la que decía que La ficción siempre supera a la realidad, porque la realidad está contenida en la ficción. Después del vuelo a Bruselas durante el que leí la frase de Mario Santiago con la que Roberto Bolaño inicia una novela en la que sabemos de antemano que los hechos autobiográficos estarán magistralmente trenzados con etc., cogí un autobús que me llevó una estación de trenes en la ciudad de Lille, donde por segunda vez en 9 meses me esperaban mi gran amiga y compañera de trabajo Stefania Arcieri y mi grandísimo amigo Jonathan Niebroj, con quien viví en Palermo durante mi año Erasmus y a quien citaré más adelante si se presenta la ocasión.


Ahora, paso constantemente del documento de Word titulado “1” a éste, titulado “Ahora que debería estar haciendo otras cosas”. Ahora, 16:22 h., escribo mientras como y veo un documental sobre Alberto Corazón. Disperso, porque así soy, o estoy, o somos, o son las cosas. Con una especie de nube de autocensura que apunta al primero de los párrafos que he escrito hoy. Tan sencillo, qué hacer con la libertad, cómo, por y para qué. Siempre he pensado que el relato que presenté al “concurso para estudiantes que se van a ir de Erasmus” no obtuvo ni una mención porque en él había sexo y fumábamos lucky strike. Tuve un serio conflicto con esto hasta la última corrección. Me cambié el nombre y fui Raúl en lugar de Toni porque mi padre me dijo que el protagonista de una road-movie como esta que se pelea con dos tíos en Sevilla, aunque se lleve una tarea de hostias que no se menciona en el relato, no puede tener por nombre un diminutivo y además tiene que ser-aguda y llevar tilde. No quité ni el tabaco ni el sexo, firmé con el pseudónimo (requerido) de Rosa Delgado, y entregué las tres copias consciente de que no ganaría nada, en el último momento, y dando las gracias a la oficinista por perdonarme los tres minutos de retraso. Aquel relato sí tenía una estructura clásica y marcada, e incluía un diálogo, dentro de mi coche, sobre finales de película al principio del tercer acto. Después de entregarlo, en la puerta principal del campus de la Merced, encendí un cigarrillo y llamé a la protagonista, que entonces era mi novia y había escrito el penúltimo párrafo, y sin decir ni hola peque, le pregunté ¿te acuerdas de la última frase de Eyes Wide Shut?, y ella respondió: -No. John y Stefania viven en un pequeño apartamento en un barrio medio chungo de Lille. Una noche, vino a cenar Jean-Baptiste, que estuvo de Erasmus en Palermo con nosotros y también iba a la Accademia pero que vivía en un quinto sin ascensor de un barrio completamente chungo, frente a la iglesia de la Maggione, que es maravillosa, principalmente porque desde que le cayó una bomba en la Segunda Guerra Mundial sigue sin “techo” aunque sí está restaurada. Dentro de la iglesia, en la que se hacen conciertos muy buenos a los que nunca fuimos, hay un gran árbol. Dicho así, suena casi ridículo, tópico, pero la imagen es preciosa. En el otro documento de Word, titulado “1”, sobre el proyecto que presentaré a la convocatoria de artes visuales de la Fundación M, escribí anoche: Un desarrollo orgánico no implica una ausencia de estructura. Es sólo una anotación que no tiene nada de original. En Palermo me sentí por primera vez fascinado por los árboles grandes. También por los perros callejeros, que


conversan entre sí de una acera a otra cuando se cruzan por la vía Maqueda, pero sobre todo por los enormes ficus del tipo columnaris. En enero del 2011, expuse en el Colegio de España en París parte del trabajo que hice en Palermo. La exposición se llamó Ficus Columnatis, y también estuvo, con un montaje distinto, en el Lab de Murcia. John escribió un texto que el director del Colegio de España calificó de fantástico, pero no pudo ir a la inauguración. Sin embargo, y se me ponen los pelos de punta, Jean-Baptiste me dio una de las mejores sorpresas de mi vida, llegó a mitad del discurso del director, y al abrazarlo se me saltaron las lágrimas. Jean-Baptiste es un tipo muy elegante en todos los sentidos, con un humor fino y encantador tanto en la conversación como en sus dibujos. Hablando, un hoyuelo en la mejilla izquierda completa un gran repertorio de gestos que añade a un italiano lleno de arcaísmos muy apropiado para sus observaciones. Dibujando, el desorden y la naturalidad con la que sus cómics y caricaturas se extienden por su pequeño cuaderno de papel infame, y la presencia recurrente del pato Donald, el tío Gilito, y el resto de la familia… simplemente, me encantan. Si bien su nombre no es extraño en Francia, aunque sea de “gama alta”, su apellido, Gradisnik, es menos corriente, y la verdad es que había pensado en ello y en preguntarle varias veces, pero aquella noche, en Lille, nos contó la historia de su abuelo a raíz de una clásica y tonta broma-de-invierno acerca de su “moreno natural”. John fue breve en su turno. Todos sabíamos que el Niebroj es de su abuelo, residente en Cerdeña y causante de que él fuese de Erasmus a Palermo, porque aunque no sea muy lógico, en Italia lo decía cada dos por tres. Una de las familias de Stefania es de un pueblo llamado Buscemi, también sabido, y según ella, al margen de la maestría culinaria, eso es lo más cinematográfico que tiene. Yo empecé por mi abuelo materno, sobre el que había escrito en el avión de Madrid a Bruselas porque el olor de un yogur de fresa que se comió una tipa al otro lado del pasillo me recordó a él. Traté de ser breve y sólo conté su viaje relámpago al Canadá (imaginármelo en un avión transatlántico es de las cosas más extrañas que), y su proyecto frustrado de emigrar a la Argentina (frustrado, con todos los papeles en regla, porque mi madre y mi tío, con 9 y 12 años respectivamente, se negaron rotundamente y como estaban aproximadamente a seiscientos kilómetros de sus padres, a mi abuelo le fue difícil imponerse). Viendo las caras de mis tres amigos empecé a darme cuenta por primera vez. (01:26 h.) Mi tío y mi madre ayudaban a uno de los hermanos de mi abuelo en un restaurante que tenía en Sitges. Allí, mi tío aprendió a hacer cócteles y años después dio la vuelta al mundo varias veces trabajando como barman en grandes barcos. No es que


hablemos a menudo, ni mucho menos, pero una noche, en un tanatorio de Molina de Segura, me senté a su lado, y le hice un par de preguntas. ¿El restaurante del tío Angel? Eso te habría gustado a ti. Allí tenía cobijaos a un montón de artistas que le pagaban con cuadros, y había uno que pintaba unos caballos, y ya sabrás tú que un caballo es de lo más difícil que hay de hacer dicen… Iba por allí una hija de Picasso con copas de cristal de bohemia… aquello… Todavía ahora me pienso si escribir que el tío Angel era homosexual, por si acaso alguien de mi familia se enterase de que lo he escrito y que no he cambiado los nombres ni nada, y pienso un claro, por aquellos entonces, en un pueblo de cinco mil habitantes, que me parece bastante vulgar, y también que el primer y único adjetivo escrito sobre el tío Angel es sobre su sexualidad. Aquella noche, en Lille, la narración era muy rápida y efectista. Ahora, lo contaría de otra forma, dando más cancha al pintor de caballos que lo que en realidad vendía a buen precio eran encargos pornográficos, quizás alguna anécdota extravagante de la hija de Picasso que me ha contado mi madre después, y mencionando la sexualidad del tío Ángel de modo que no quepa duda de que tener un tío-abuelo maricón es lo más normal del mundo y que mi mentalidad es tan abierta como parece y más aún. Como quería seguir escuchando historias, y todavía no se había subido al barco, no se me ocurrió mencionarle el tema a mi tío. Con 17 años, se compró una pistola, bueno, un revólver precioso, en Acapulco, y sólo lo sacó dos veces, las dos en Nápoles, pero no llegó a disparar. El otro hermano de mi abuelo del que hablé durante aquella cena se llamaba igual que mi tío, y, en el contexto, era irresistible empezar por su huída de la España franquista por el mismo paso por el que cruzó Walter Benjamin en sentido inverso. Aunque la semana pasada mi abuela aclaró los motivos de aquel exilio y no mencionó al ilustre suicida, prefiero la versión que les conté a mis ilustrados comensales. Hay una cosa que no he visto más que en conciertos de rap, y que anoche me llamó la atención. El MC está cantando y de repente dice no, no, Randy, páralo páralo, yo yo you, y el DJ empieza a girar un plato hacia atrás y escrachea con el otro. El MC entonces aprovecha y dice algo que puede ser desde un saludo a su gente de Alcorcón y a sus hermanos de Caracas que acaban de aparecer hasta una reivindicaciónoquejasociopolítica. El propio funcionamiento del tocadiscos, a la vista y trasteable, incita a partir la reproducción-correcta de la música grabada, y en eso consiste fundamentalmente el papel del DJ de hip-hop. Partir no es el verbo exacto, dirían muchos expertos, pero cierto es que partirlo es un término que se utiliza cuando un DJ se sale (y eso es muy bueno), y que un MC que parte es uno que las clava, y


que no son expresiones muy escuchadas en otros “géneros”. El MC cuenta con ello. No es lo mismo decirle a un guitarrista deja de tocar que voy a saludar a mi primo. El DJ le da la vuelta al tema y eso suena de una forma concreta. Algunos en la pista dicen joder ya ha vuelto a cortar el rollo y otros piensan joder el tema entero lo tienes en el puto disco. Tienen la atención. Puede que quieran presentar un tema nuevo, o que se le haya ido la cabeza, olvidado la letra, o que le estuviese dando asco cómo estaba rapeando. Lo paran ( 3:48 ) Y siguen. Estaba escuchando un podcast de radio que hacía Adriana Bañares en el 2013 sobre poesía y literatura independiente (no deberíamos hacer distinciones, jóvenes poeticoliterarios, pero al final lo hacemos). Su voz es muy bonita, lee muy bien tanto poesía como narrativa, propia y ajena, y cuando comenta o introduce las lecturas es simpática y encantadora. Lo sabía porque la he visto recitar, pero oír a alguien hablarpor-internet en tu casa es muy distinto. De hecho, digo que la he “visto” recitar. Es obvio, por no decir “evidente”, pero ya se sabe lo que dijo el muerto, lo que no es tradición es plagio. Después de media hora escuchando su voz (también es sabido que en radio “no está permitido el silencio”), ha sonado un trrrannn de guitarra, y he pensado, no me jodas, y sí, era la Bambola, de Patty Bravo. Una canción que hace un par de semanas me dio por escuchar una y otra vez y que los lectoras seguramente recordarán. (Lo de los lectoras ha sido un lapsus, pero no lo voy a borrar). He pensado, voy a escribirlo, porque me apetece, porque no ha habido música hasta ahora y es demasiado tiempo y qué coñazo, porque así vuelvo a traer a Adriana y puede que, y eso estaría muy bien, y porque por mucho que la historia de solo tres de mis parientes diese para una o varias películas, como dijeron mis amigos en aquella mesa en Lille, claro está que no es lo mismo contarla allí que escribirla tú solico y en silencio. Esa noche, no hablamos de Calder, que habría sido lo normal, hablamos de hiphop francés, no imaginaba que el elegante Jean-Baptiste fuese un gran oyente de (qué mal suena, estereotipos aparte, pero ¿escuchador?) rap, y vimos un montón de videoclips de malotes y empezamos a dibujar a raperos cabezones y al final ni salimos y nos quedamos hasta que amaneció y fue una de esas noches que no olvidas nunca. Entonces, como no puedo escribir detrás del punto, para llegar hasta ahora, he vuelto a los conciertos de anoche, pero hasta que no he escrito el título de la canción, no he pensado en lo que, precisamente, dice su primera frase. (4:39 h.) Es imprescindible decirlo. Acabo de revisar las bases del concurso y he formateado el texto según las reglas. Como es lógico, no estaba escribiendo en Arial, cuerpo 11 y


espacio entre líneas 1,5. Ten cuidado, no vayas a escribir una novela… me ha dicho mi hermana por teléfono alrededor de las 23:30. Ahora veo que, en lugar de llevar 9 páginas, estoy ya en la 14; de manera que, efectivamente, con La Bambola termina el segundo acto, y es muy probable que pase varios días sin escribir. (5:04 h.)


Murcia. 25/05/15



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