No todo es clínica La historia nos enseña Fernando J. Ponte Hernando Doctor en Medicina y Cirugía. Unidad docente de Historia de la Medicina. Universidad de Vigo. Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Pediatra. EAP de Santa Eugenia de Riveira. A Coruña.
La historia da vida a la propia especialidad profesional, pues a cada práctico le explica la razón de ser de la dirección de ella y de los vicios, rutinas o corruptelas de que tal vez convenga purificarla. La historia proporciona economía al pensamiento. Nadie puede saber si lo que él concibe es nuevo o rancio para el mundo, mientras no averigüe qué cosas lleva pensadas la humanidad. La historia, enseñándonos cuánto se ha intentado y en qué medida se ha obtenido, nos determina con admirable precisión la altura personal que hemos de adquirir como punto de apoyo de nuestra individual contribución al común progreso. José de Letamendi1
PUNTOS CLAVE
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«Conócete a ti mismo» es un pensamiento también válido en lo que se refiere a la propia profesión. El nivel médico alcanzado hoy no justifica el «adanismo» ni el desprecio del de ayer. La historia explica lo que antes fue el «hoy» de nuestra profesión, cómo y por qué fue como fue y no de otra manera, lo que nos sirve de aviso y experiencia. No sabemos lo que en el futuro repudiaremos de lo que hoy juzgamos como cierto. Quienes fueron médicos antes que nosotros, sin duda, partieron de una situación peor. Gracias a nuestros predecesores, la medicina, que es una sucesión de peldaños científicos, nos llegó como nos llegó, y no de peor manera, y ellos tienen su parte en el nivel de desarrollo actual. La medicina no es la misma en todos los sitios ni siquiera en la misma época. Como todo en la vida, la medicina no sólo avanza, también puede retroceder por malos hábitos científicos, y a veces lo ha hecho, o al menos se ha estancado un tiempo más o menos largo. El descubrimiento o la doctrina más perfecta siempre tendrá como cercana o posible otra que la ayude a complementarse o a mejorar aún más. Los más grandes médicos siempre han acabado siendo superados por el trabajo de todos los demás, los de hoy
también lo serán y no por ello su labor desmerecerá para el futuro. Cualquier experiencia, ya sea propia o recibida, es pasado, y por lo tanto, en mayor o menor grado, historia.
INTRODUCCIÓN Hablar de historia de la medicina resulta a veces controvertido. Durante la carrera es una asignatura que, vista en medio de contundentes materias como las anatomías, médicas y quirúrgicas, da una sensación de elemento más o menos exótico y que, en algún momento, parece ocupar un tiempo precioso que se podría dedicar a ellas. No obstante, nos vamos acostumbrando a que se encuentre permanentemente presente en las conversaciones, en forma de síndromes, maniobras o instrumentos que portan epónimos históricos. La maniobra de Heimlich, las pinzas de Kocher, la respiración de Kussmaul2 o el síndrome de Down, son cuatro ejemplos cotidianos de esta presencia permanente de la historia, con permiso del omnipresente fonendo y de su creador Renato Laennec3. Es difícil que los nombres de personajes históricos no aparezcan de continuo, bien en una simple conversación entre profesionales o al iniciar el estudio de un tema o lección, ya que, raro es el caso en que no aparece una breve introducción histórica al mismo, y puede decirse otro tanto de los prólogos de los libros de medicina.
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VISIÓN RECIENTE De la misma manera se siente a veces en carne propia el paso de la historia. Quienes están ahora en la mitad de su vida médica, posiblemente se hubieran llevado una gran sorpresa si, en la década de 1980, alguien les hubiera hablado de cuál sería el actual tratamiento de la úlcera péptica y de su naturaleza infecciosa, del estado de la ciencia oncológica, de la problemática del sida y otras enfermedades de transmisión sexual o del esplendoroso presente de la especialidad de diagnóstico por la imagen, que, en aquel entonces, languidecía a la espera de la tomografía computarizada, la resonancia magnética, la tomografía por emisión de positrones, la telemedicina o la gran especialización y tecnificación actual de la ecografía.
Adolf Kussmaul (1822-1902)
La naturaleza del estudio histórico es servir como crítica de su propia materia, entendiendo crítica como «arte de juzgar con conocimiento y propiedad»4. Al hablar de «historia de la medicina» no lo estamos haciendo de una realidad rígida, estática e inmutable, por cuanto su significado, alcance, metodología e incluso su esencia, ha cambiado y sigue haciéndolo con los tiempos y con la evolución de su propio objeto, la medicina. Esto ocurre de la misma manera que, por ejemplo, cuando hablamos de patología general, nada tiene que ver aquella que practicaban los vitalistas románticos seguidores de Letamendi con sus continuadores en las cátedras, fisiopatólogos imbuidos de las doctrinas de Ludolf von Krehl, como Roberto Nóvoa Santos, incluso siendo como eran los unos seguidores inmediatos de los otros, pues desde la misma cátedra que ocupó Letamendi, explicó Nóvoa, con el solo entreacto de los bastantes años en que fue su titular D. Amalio Gimeno, ilustre letamendiano, por tanto, sin solución de continuidad entre unos y otros.
INICIOS DE LA HISTORIA DE LA MEDICINA COMO CIENCIA En el siglo XVI, la historia de la medicina se obtenía casi exclusivamente de biografías de médicos, como la Vita Arnaldi Villanovani de Champier, autor también del Liber de medicinae claris Scriptoribus, así como de algunos repertorios biobibliográficos útiles para consultar la ciencia coetánea. En el s. XVII aparecen algunos tímidos intentos de periodificar las etapas anteriores de la medicina, aún con una gran dependencia de los autores antiguos. Fue frecuente la presencia de revisiones bibliográficas de la literatura médica y, más adelante, se destacó la historia de las diversas escuelas médicas, que determinaron los progresos médicos teóricos, para en el s. XVIII convertirse en historia científica de la medicina a partir de la obra de Leclerc (1696), Historia de la medicina, que hasta las primeras décadas del s. XIX tuvo un carácter absolutamente pragmático5,6.
Renato Laennec (1781-1826)
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Leclerc fue el primer gran historiador de la medicina por dos motivos:
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1. Hizo un constante esfuerzo por exponer el engranaje de razonamientos y experiencias sobre el problema médico de la humanidad. 2. Su intención de descubrir el sucesivo progreso de la medicina. Con ello, socavó el argumento de autoridad, la consideración del magister dixit como criterio de certidumbre, por el cual Hipócrates y Galeno eran indiscutibles desde hacía siglos. Durante el s. XVIII, el más destacado historiador médico fue Albrecht von Haller, cuyo mérito principal reside en haber potenciado la labor de crítica y acentuado el rigor en la búsqueda historiográfica. La cumbre de la época se alcanzó, en el siglo de las luces, con la obra de Sprengler, en cinco tomos, Ensayo para una historia pragmática de la medicina (1792-1803), que marcó el fin de una época y el comienzo de otra.
José de Letamendi y Manjarrés (1828-1897)
En España la historiografía médica tuvo un brillante comienzo7, como lo atestiguan la Historia de la epidemiología de Joaquín de Villalba y los Repertorios biobibliográficos de Antonio Hernández Morejón (1842-1852)8 y de Anastasio Chinchilla (1841-1846); tras ellos, sólo merece ser destacado9, Luis Comenge y Ferrer, íntimo amigo de Letamendi, con su obra La medicina en Cataluña (1908) y su inconclusa Historia de la medicina española ochocentista, cuyo único volumen, editado en 1914, es una prolongación de la obra de Morejón y Chinchilla. Hasta entonces no estuvo desatendida la historiografía médica, proliferaron todas sus manifestaciones: estudios críticos, de los orígenes, catalogación de materiales, monografías, investigaciones histórico-epidémicas, estudios históricos de todas las disciplinas, teniendo en cuenta los modernos métodos históricos y la coincidencia en el tiempo con importantes hallazgos arqueológicos, como los realizados en Egipto por Henry Mariette y otros, en la década de 1850, así como los de la localización de la antigua Troya, por Heinrich Schliemann y de Mesopotamia, por Ernest de Sarzec, todos en la década de 1870, que contribuyeron muy notablemente al interés por la materia; así como el importante auxilio que supusieron la filología y las otras ciencias auxiliares10. La mejora de las comunicaciones y los medios de transporte (telégrafo, tren, barco) fomenta el incremento de las relaciones intelectuales y culturales que atraen a personajes de talentos escogidos pertenecientes a otras áreas, como demuestra el gran interés que mostró Rudolf Virchow por las cuestiones históricas y cómo colaboraba en ellas.
Roberto Nóvoa Santos (1855-1933)
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El romanticismo terminó, en parte, con dichos criterios, introduciendo sus postulados de auténtica reacción revolucionaria contra el racionalismo, en toda la ciencia, incluso en la historia de la medicina, produciendo un claro retroceso en esta materia, ya que da primacía al sentimiento frente al conocimiento racional y a lo establecido como clásico11.
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La historia de la medicina, a primera vista, se puede considerar de varias maneras: una disciplina no muy exigente del plan de estudios, otras veces se ha dicho de ella que es una afición de profesores y doctores jubilados o bien un área de ocupación de médicos diletantes con ínfulas intelectuales o, en el mejor de los casos, un saber culto de cierta utilidad para combatir el bárbaro especialismo. Trataremos de alejarnos de tan pobres premisas en estas líneas; para ello, emprenderemos una esperanzada reflexión teorética sobre algunos aspectos, con el objeto de determinar en qué punto de la trayectoria vital de la disciplina nos encontramos.
Es al menos comprensible que, a finales del s. XIX, momento de auge de la microscopía, la bacteriología, la vacunación y con el avance de las doctrinas anatomoclínicas primero y fisiopatológicas y etiopatogénicas después, los estudiantes y profesionales de la época percibiesen este tipo de historia, en cuanto estudio de una serie de teorías más o menos pintorescas y, desde luego, plenamente superadas, como una rechazable antigualla.
ETAPAS EVOLUTIVAS DE LA HISTORIA DE LA MEDICINA
A tal punto llegó este rechazo que los estudiantes de medicina de Berlín en plena fiebre romántica se rebelaron abiertamente contra su enseñanza, ya que no toleraban en su currículum algo en lo cual veían un cadáver.
La historia contemporánea de la medicina ha pasado por diversas etapas. En una primera etapa, que podríamos llamar historiogénica, el historiador médico se limitaba12 a relatar los hechos constitutivos de la historia médica, las escuelas teóricas y prácticas, las vidas y obras de los grandes médicos y los descubrimientos importantes. Coincide esta etapa, avant la lettre, con la que Laín Entralgo13 denominaba etapa documental y archivística de la investigación histórico-médica y cuyo máximo exponente fue Karl Sudhoff. Era la culminación, hacia 1928, de un largo y fecundo período iniciado en el s. XIX por Littré, autor de la mejor edición crítica del Corpus Hippocraticum, y Haeser, que marcó el comienzo del abandono de los postulados románticos y el acercamiento a los positivistas, desde un punto de vista más filológico el primero y más histórico el segundo. Baas desarrolló una labor muy objetiva entre los años 1870 y 1890. La historia de la medicina había vivido, en tiempos de estos autores, un período extraordinariamente vital y fecundo, por cuanto el pasado del saber médico gozó de una gran actualidad hasta bien entrado el s. XIX, ya que: «En el autor antiguo, veían todos, total o parcialmente un verdadero coetáneo; tan vigente que, los libros a ella consagrados podían ser para sus lectores meros recordatorios de los autores y las doctrinas que el médico culto debía conocer, tanto para ser verdaderamente culto como para ser actualmente médico»14. Es decir y, para entendernos, algo parecido a lo que un libro antiguo de anatomía o de aritmética, cuyos postulados sigan plenamente vigentes, puedan significar hoy para nosotros como libros de historia de la ciencia y como manuales de posible uso actual. Pero igual que los autores citados, hemos de preguntarnos si un saber histórico metódicamente constreñido al descubrimiento, examen crítico y mutuo ensamblaje, de manuscritos y libros antiguos, puede ser interesante para el médico deseoso de formación intelectual o para el historiador general. La respuesta es desalentadora, para el primero poco, para el segundo casi nada. Como dice Laín, en
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términos nietzscheanos, sólo podría tener interés para «cultivadores gremiales» de la historia de la medicina, para especialistas, en suma.
En la segunda etapa, que podríamos denominar de cronopatología, se aplican los conocimientos médicos, biológicos y de otras ciencias auxiliares a un análisis retrospectivo, de carácter fundamentalmente clínico, de los grandes protagonistas de la historia, describiendo la enfermedad, física o psíquica, y la muerte de reyes, héroes y políticos, como pudieran describirse detalladamente sus hazañas. Esto, no cabe duda de que amplía el horizonte y tranquiliza a los críticos de algún modo, ya que muestra una nueva utilidad de aquello que ya parecía muerto e inservible, tanto más, cuanto que lo hace, desde el uso de los nuevos conocimientos médicos aplicados a la clínica histórica; el médico historiador de la medicina se ve obligado, además, a mantenerse al día como médico. La necesidad de darle un giro copernicano al enfoque de la disciplina era tanta que se percibía con claridad, sobre todo en la más notable escuela de la materia, la alemana, cuya cima era el Institut für Geschichte der Medizin de Leipzig con Sigerist (1) a la cabeza, poco después de haber sustituido a su fundador Karl Sudhoff. Corría 1928, el mundo estaba en los prolegómenos de la «gran depresión», con todo lo que ello supuso, y la ciencia alemana era una máquina formidable, admiración y guía del resto de países, que había alcanzado su cumbre y su punto de inflexión apenas 10 años después de terminar la «gran guerra». Sin embargo, Sigerist15 supo diagnosticar el mal con acierto, cuando dijo: «La historia de la medicina ha entrado en una fase decisiva. Llamada a la cooperación desde la medicina viva –esto es, desde la más pura actualidad del saber y el quehacer de los médicos–, deberá demostrar si en verdad es capaz de responder a esa apelación y tomar parte activa en la solución de los grandes problemas en que hoy se afana el mundo médico.
(1) Henry Sigerist: prestigioso catedrático suizo, que trabajó en Leipzig y en la John Hopkins, discípulo de Karl Sudhoff y fundador de la escuela moderna de análisis sociológico de la historia de la medicina.
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Esta nueva concepción de la historia de la medicina, como historia social de la medicina, fundada por Sigerist, no tiene el sentido de una rama especializada, destinada a estudiar unos aspectos sociales complementarios de un enfoque tradicional. Sirve para referirse al acercamiento que aspira a llegar a la vida histórica real, integrando la medicina en una historia total, en una historiografía cuyo objeto sean todos los aspectos de la vida humana17,18.
Instituto de Historia de la Medicina, Universidad de Leipzig
El rostro de la historia de la medicina es doble, jánico. Por una de sus caras mira con los ojos del médico hacia el porvenir, la otra se halla vuelta hacia el pasado, y con los ojos del historiador trata de poner luz en lo que fue.» Aquí planteaba el deber de la historia de la medicina, de pasar airosa la prueba de demostrar si los nuevos aires del espíritu científico en todos los dominios del saber pasaban de largo para ella o era la ocasión de cogerlos como viento de popa para acompañar a la ciencia positiva de un modo eficaz, a la manera en que un buen, amplio y limpio retrovisor nos ayuda a conducir con eficiencia y seguridad, observando lo ya recorrido, situando con precisión el presente y anticipando el inmediato futuro, para el buen transcurrir del viaje hacia nuestro destino. Todo ello, dejando atrás el mero alineamiento de hechos interesantes con mentalidad positivista, para, con este nuevo enfoque, interpretar el pasado, vivificarlo y hacerlo fecundo para el logro de un porvenir mejor. Esta actitud nos sumerge directamente en una tercera etapa que podríamos denominar de medicina de la historia, en la cual se aplican los conocimientos biológicos y médicos a la interpretación del temperamento y del carácter de los personajes, para buscar así, en su misma raíz humana, el origen de los hechos que se archivan luego en los anales y en las crónicas es una suerte de etiología de la historia. Así, la historia no son los hechos sino los motivos de los hechos, y la erudición no son los datos sino su interpretación16.
Esto resulta evidente si pensamos en la imposibilidad de que la historia general pueda prescindir de la influencia de sucesos con claro carácter médico, como las epidemias, las vacunaciones, el auge de las técnicas de saneamiento o las oscilaciones demográficas en la vida de la sociedad de las diversas épocas. Pues bien, creemos firmemente que la historia de la medicina, vista así, resulta un conocimiento histórico y humanístico de gran utilidad para la formación de la conciencia del ser médico y para la prosecución de su progreso, siendo capaz de producir la «conexión de sentido» de Sigerist entre el pasado, el presente y el futuro de la medicina. En este último enfoque no sólo cambia la meta del conocimiento histórico, que pasa de ceñirse al simple contenido objetivo de cada documento, a ver aquello que le otorgó una determinada significación intelectual y vital en el momento en que fue concebido y que se le otorga ahora, cuando lo estamos examinando y comprendiendo aquella. Así, va también dirigido al destinatario, el médico al que va a servir este conocimiento19, que ante esto, ha de pasar del mero contemplar el asunto histórico a emplearlo como instrumento a su servicio para comprender mejor su profesión y el trayecto evolutivo de la misma que la ha traído al presente y la proyecta hacia el futuro.
Es decir, no basta con saber que existen las historias clínicas de las epidemias del Corpus Hippocraticum y traducirlas correctamente, garantizando la unidad de texto y sentido del mismo, sino plantearse por qué se hicieron en los s. IV y V antes de Cristo, qué significaron entonces, qué significan hoy y cómo deben ser leídas y traducidas. El tema, visto así, problematiza, vivifica y fecunda el contenido del hoy14; además, suprime la presente rutina, nos hace reflexionar a la luz de nuestros actuales conocimientos y sienta las bases de nuestra intelección del asunto en el futuro.
Pero la nueva situación nos lleva a darnos cuenta de que ya no es cuestión de si la historia de la medicina sigue a un ritmo adecuado al objeto de su estudio, sino que además se involucra con ésta y con todo el cortejo de las técnicas y las ciencias sociales y biológicas acompañantes, que hoy tienen presencia activa en nuestras vidas20. Es decir, hoy la historia de la medicina tiene una presencia tanto más activa y eficaz cuanto que su estudio se ha tecnificado, apoyándose para su interpretación de los hechos históricos, de la patología individual o de los grupos de los tiempos pretéritos y de las lesiones, o en los signos de éstas encontrados en los restos antiguos, en las nuevas posibilidades de diagnóstico clínico, de manejo de información, de la informática, la archivística, del análisis de restos, de textos, de la estadística, etc., e interacciona con la antropología, la sociología, la matemática o la ciencia forense. De este modo, «la historia de la medicina actúa como elemento fundamental cohesionador y configurador de la identidad de la profesión médica, por ser la única disciplina que proporciona una mirada unitaria sobre los conocimientos y las prácticas que la conforman, en sus dimensiones científica, social y cultural. Sólo la historia, a través de la cual se enriquece la experiencia perso-
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nal con la experiencia del pasado, facilita la recta comprensión —razonada, crítica, fundada— de la significación actual de las tareas médicas» (2). Esperamos que esto contribuya a que se grabe en nuestras mentes, aprehendiéndolo con firmeza, lo dicho por el maestro Laín en el discurso de despedida de su cátedra: «La historia de la medicina, rectamente enseñada, puede otorgar al médico dignidad ética, porque le muestra quiénes, a lo largo de los siglos, le han ayudado a ser lo que es y a hacer lo que hace; claridad mental, porque le permite entender mejor la génesis y la estructura de lo que como médico sabe; libertad intelectual, porque le ayuda a librarse del riesgo de convertir en dogma las ideas del tiempo en que vive; y opción a la originalidad, porque suscita en él la voluntad de emulación y porque le pone a veces ante los ojos ideas o hechos olvidados después de su publicación y todavía válidos, e incluso valiosos»14.
RESUMEN El desarrollo de la medicina, como el de cualquier otra ciencia, se basa, en parte no pequeña, en la transmisión de los conocimientos que, con el tiempo se van acreditando como válidos, esto es, en la transmisión de experiencias de certeza. Todas ellas son, por tanto, pasadas y se han ido integrando en la historia de nuestra ciencia, ya sea reciente o más o menos remota. El conocimiento de lo que fue y ya no es, nos es asimismo útil, bien para saber por qué senda no se debe transitar, por haberse evidenciado incierta o falsa, bien para considerar los puntos de vista que otros manejaron y que pueden darnos alguna luz sobre el aspecto concreto del que tratamos en cada momento, o sobre la evolución de las ideas o de parte de ellas, a lo largo del tiempo. En esto radica la grandeza y utilidad del saber histórico, que es un recuerdo de lo que fue al servicio de una esperanza de lo que acaso sea13. Historia semper magistra vitae.
LECTURAS RECOMENDADAS Diepgen P. Historia de la medicina. 2.ª ed. Barcelona: Labor; 1932. p. 245-414. El autor, contemporáneo de ellos, adopta una postura ecléctica entre Sudhoff y Sigerist, con interesantes aportaciones sobre las corrientes de esa época en Alemania. Su obra se malogró en parte, bajo el nacionalsocialismo. García del Real E. Historia contemporánea de la medicina. Madrid: EspasaCalpe; 1934.
(2) Sociedad Española de Historia de la Medicina. «La Historia de la Medicina ante el proceso de integración del Sistema Universitario Español en el Espacio Europeo de Enseñanza Superior». Declaración Institucional. XII Simposio de la SEHM. Universidad Miguel Hernández. Alicante, 26 y 27 de junio de 2003.
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Su metodología es mediocre; sin embargo, realiza una excelente revisión por especialidades de toda la Europa desarrollada, muy bien enmarcada en la situación histórica y política general 22. Laín Entralgo P. Ciencia, técnica y medicina. Madrid: Alianza; 1986. Véanse sobre todo capítulos I, XXVI y XXVII, sobre el saber científico en la historia humana y la situación de la medicina y la historia de la medicina en la España reciente. Granjel LS. Medicina española contemporánea. Salamanca: Edic. Universidad; 1986. Libro que recorre la historia reciente de la medicina española, desde principios del siglo XIX hasta la Guerra Civil. Contiene un abundante repertorio biográfico de los médicos más notables y de las corrientes científicas y sociales europeas y españolas que han configurado este período.
BIBLIOGRAFÍA 1. Letamedi J. Historiología general. Obras completas. Tomo V. Madrid: R. Forns; 1907. p. 325. 2. Garrison FH. Introducción a la historia de la medicina. Tomo II. Madrid: Calpe; 1922. 3. Haggard H. El médico en la historia. 3.ª ed. Buenos Aires: Editorial Sudamericana; 1946. 4. Temkin O. Futuro de la historia de la medicina. Historia universal de la medicina. Tomo VII. 2.ª ed. Barcelona: Salvat; 1976. p. 457. 5. Babini J. Historia de la medicina. Barcelona: Gedisa; 2000. 6. Diepgen P. Historia de la medicina. 2.ª ed. Barcelona: Labor; 1932. p. 245-414. 7. Sánchez Granjel L. La medicina española contemporánea. Salamanca: Universidad de Salamanca; 1986. 8. Hernández Morejón A. Historia bibliográfica de la medicina española. Tomo III. Madrid: Imprenta de la Viuda de Jordán e Hijos; 1843. p. 37-47 y 283-304. 9. Sánchez Granjel L. Historia de la medicina española. Barcelona: Sayma; 1962. 10. Lyons A, Petrucelli RJ. Historia de la medicina. Barcelona: Doyma; 1987. 11. Mena Calvo JM. Historia de la medicina universal. Bilbao: Mensajero; 1987. 12. López Piñero JM. La medicina en la historia. Madrid: La esfera de los libros; 2002. p. 435-663. 13. Laín Entralgo P. Mi oficio en el año dos mil. Revista de Occidente. 1971:103. 14. Laín Entralgo P. Vida, muerte y resurrección de la historia de la medicina. Ciencia, técnica y medicina. Madrid: Alianza editorial; 1986. p. 367. 15. Sigerist H. Kyklos. Jahrbuch des Instituts fr Geschichte der Medizin an der Universitt Leipzig [prólogo]. Tomo 1. Leipzig: Georg Thieme; 1930. 16. Marañón G. Historiadores de la medicina. Discurso en la sesión inaugural del X Congreso Internacional de Historia de la Medicina. Hospital de la Santa Cruz, Toledo, 23 de septiembre de 1935. 17. López Piñero JM. Las nuevas técnicas de la investigación histórico-médica. Historia universal de la medicina. Tomo VII. Barcelona: Salvat; 1971. p. 454. 18. Laín Entralgo P (coord.). Historia universal de la medicina. Tomo VII. Barcelona: Salvat; 1972. 19. Marañón G. La medicina y nuestro tiempo. Madrid: Espasa Calpe-Austral; 4.ª ed.; 1969. 20. Perdiguero Gil E. La aportación de la historia de la medicina a las ciencias sociales. En: Martínez Pérez J, Porras Gallo MI, Samblás Tilve P, del Cura González M, editores. La medicina ante el nuevo milenio: una perspectiva histórica. Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha; 2004. p. 1099-112. 21. Laín Entralgo P. Descargo de conciencia (1930-1960). Barcelona: Barral Editores; 1976.
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