El romance del buen arriero

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EL ROMANCE DEL BUEN ARRIERO por Javier Berger


Personajes:

Arriero Ladrón

Un camino de tierra seca, ajada, con apenas unos arbustos famélicos y contrahechos goteados aquí y allá. Entra un arriero, buen zapato, buena media y una bolsa de dineros a su cinto. Arrastra una cuerda que no ata nada. Sobre sus hombros unas espuertas tapadas con paño.

ARRIERO.- Mala fortuna la mía. Siete acémilas como siete soles tenía no ha una hora y me veo transportando sobre mis espaldas parte del cargamento que tiene que estar a la mañana en Sanlúcar. Teniendo que viajar de noche con el riesgo que supone y el poco amparo del bosque. Pero he de llegar antes del alba si no quiero perder mi cabeza. Ánimo Nicolás, ánimo barbón que las piernas te lleven donde las mulas y la ojeriza no pudieron.

(El día comienza a clarear. Algunos pájaros madrugadores cantan. ¿Será el ruiseñor, será la alondra? Será el tiempo que se le acaba al buen arriero).

ARRIERO.- Ya anda el día de amanecida, he de aligerar el paso si no quiero dejar de pisar este mundo como un vivo. LADRÓN.- Nada ibas a perder. ARRIERO.- ¿Quién? LADRÓN.- Tras los arbustos, julandrón. ARRIERO.- No tengo tiempo para escondites. Muestra tu cara o deja marchar a un hombre de buena fe.

(Sale el pillo de los arbustos, andrajoso , barba hirsuta y daga a su cintura)


LADRÓN.- ¿A dónde caminas buen mozo? ARRIERO.- Camino de Sanlúcar. LADRÓN.- ¿Invitado a la fiesta del rey? ARRIERO.- No te importa. LADRÓN.- ¡Cuánta soberbia en tan poca pieza! ¿Qué llevas sobre tu chepa? ARRIERO.- No es asunto tuyo. LADRÓN.- Razón tienes, a mi nada me interesa; pero mi daga es muy curiosa y si no la satisfacen se pone muy nerviosa. Y me cuesta convencerla cuando se empeña en algo y no se lo conceden. Tiene un enfado muy fácil y , sinceramente, cuando se lía a dar tajadas no hay quien la pare. (Con la daga en la oreja) ¿Cómo? No tendrá ningún reparo en enseñarnos la carga que lleva al rey este buen... ¿Cuál es tu oficio? ARRIERO.- Arriero. LADRÓN.- ¿Y tus mulas? ARRIERO.- Se me murieron. LADRÓN.- Entonces ya no eres arriero. ARRIERO.- Sí lo soy, porque conozco el oficio. LADRÓN.- Sin animales que arriar no hay arriero. ARRIERO.- ¿Acaso un zapatero deja de serlo por no tener zapatos que remendar o un Galeno no lo es si nadie enferma en su aldea? LADRÓN.- Ya se encargaría él de hacerlos enfermar. ARRIERO.- Hoy se me murieron y hoy no dejaré de serlo. LADRÓN.- Todas en un día, me he topado con un mártir. Cuéntame esa historia que no debe tener desperdicio tanta mala suerte con la que vas a completar el día. ARRIERO.- Está amaneciendo, me cortarán el cuello. LADRÓN.- Quizá no te haga falta viajar para ello. Cuenta. ARRIERO.- Esta mañana salí con siete mulos. LADRÓN.- ¿No te importa que coja tu bota? Gracias, continua. ARRIERO.- Como decía siete mulas, algunas con carga y otras para ayudar en las fiestas que le dan los duques al rey. LADRÓN.- Lo sabía, camino a la realeza de cabeza. ARRIERO.- La primera algo comió, algún veneno que le destrozó el estómago y murió entre espumarajos, se le hinchó tanto el vientre que parecía que reventaría; la que iba en la cola se quedó dormida y se despeñó por un barranco cayendo sobre un lecho de hojas de pizarras afiladas como alfanjes; otra, cuando subíamos un monte salió corriendo


como si quisiera ser la primera en llegar a la cima, al poco la siguió otra al galope tras ella y ya en la cima se reventaron los cráneos y sus grupas a cozes, algo increíble, nunca vi nada semejante; llevaba también un burro que aprovechando que me alejé tras unos árboles para liberar el vientre montó a la única yegua que llevaba , que andaba la pobre preñada, escuché los relinchos de la yegua, el maldito animal podía hacerle daño al potrillo, con los pantalones bajados corrí hasta la bestia y le indiñé un vergajazo en su miembro con tan mala fortuna que le rajé el capullo y se desangró; la pobre yegua tuvo un aborto allí mismo y murió; ya sólo que quedaba una bestia y carga para cinco, no anduvo el pobre animal ni medio día antes de morir del propio cansancio. LADRÓN.- Siete muertes como siete pecados. Valiosa carga has de llevar, arriero sin bestias. ARRIERO.- No es la carga sino a quién la llevo. LADRÓN.- Suéltala, que aún hay sitio para otro pecado en tu historia: la ira de mi daga. ARRIERO.- No puedo. LADRÓN.- Déjala en el suelo y huye. ARRIERO.- Róbame el dinero, la ropa , los zapatos, el honor; pero no te lleves la carga. LADRÓN.- ¡Suéltalo ya! ARRIERO.- No, ya es de día. Me marcho. LADRÓN.- ¿Qué dices, daga? Yo tampoco quiero quedarme sin saber qué hay en las espuertas. ARRIERO.- Adiós, buen día. (Da media vuelta e inicia la salida) LADRÓN.- ¿A dónde vas, corredor?

(Lo atrapa por la espalda y le hinca la daga en el cuello. El arriero, termina su mal día con un borbotón de sangre en su garganta y la muerte cuando ya el sol se yergue en el cielo).

LADRÓN.- ¿Por qué no soltaste el lastre y saliste corriendo como una liebre frente a un galgo? Sí daga, yo también estoy ansioso. Fuera estos paños húmedos. Hay un gran charco bajo las alforjas.

(Tras quitar los paños se queda mirando el contenido de las espuertas. Mete la mano y saca un puñado de hielo medio derretido).


LADRÓN.- ¡Hielo! Se ha dejado matar por una carga de hielo para la fiesta del rey. Para que los aristócratas remojen sus labios, enfríen su pescado o limpien sus heridas. Hielo que ya es agua. Vida que ya es muerte. Una vida por hielo. ¡Maldito perdedor! Al menos llevaba un buen dinero en los bolsillos, no se levanta un mal día. (Canta)

Un mal día por el bosque caminaba un arriero: Buen zapato, buena media, buena bolsa de dinero. Arreaba siete bestias, las siete se le murieron. También él encontró la muerte por una carga de hielo.

(El ladrón sale feliz contando su dinero. El mal trago ha pasado. El día comienza claro , caluroso y fresco.)


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