E s la palabra que condensa la realidad del
hombre cuando se
abre al don de Dios y deja que brote ese manantial, ese torrente de vida que es el regalo de la fe. Convocando a un Año Santo de la Fe, Benedicto XVI nos invita a vivir este año como un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe, manteniendo una vida testimonial y coherente con el Evangelio de Jesucristo, abriendo de par en par las puertas de la fe, iniciando o continuando un camino que será motivo de paz, gozo y libertad en nuestras vidas. A eso nos convoca este Año Santo: a vivir sincera e intensamente la alegría de la fe, la belleza de la fe, la grandeza de la fe, por el encuentro con Jesucristo en la comunión de la Iglesia. Fieles del Sagrado Corazón de Jesús, esto nos concede toda una espiritualidad más allá de una legítima devoción, es decir un modo de vivir la fe que tiene en el centro el amor. Que no es solamente “descubrir” la ternura de Dios, sino que se refiere a la actitud de Jesús donándose por amor siempre. Algo que nos conecta directamente con la Eucaristía, en que Jesús nos dice: “Tomad y comed… tomad y bebed… Esto es… Soy yo, entregado por vosotros para la vida del mundo”. Estas palabras son la mejor referencia en las Escrituras a lo que sucede en el Corazón de Jesús. Es precisamente ese estilo, el de la lógica del amor y de la entrega de sí mismo, el que debe dar sentido y calado a cada uno de los que formamos esta parroquia del Sagrado Corazón de Jesús. Con mi sincera gratitud a cuantos colaboráis, os deseo unas fiestas llenas de alegría fraterna
Jesús Franco Martínez, Cura.
“Cristo es el centro, no el Sucesor de Pedro: Cristo. Cristo es el centro. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia. Sin él, ni Pedro ni la Iglesia existirían ni tendrían razón de ser.” (Francisco, Papa, el 16 de marzo de 2013)
E n Octubre del año pasado el Papa Benedicto XVI inauguraba un año de la Fe,
con motivo del 50 Aniversario del Concilio Vaticano II y de los 20 años de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica.
Este año de la Fe ha sido un tiempo privilegiado para profundizar en nuestra fe, para ir conociendo más y mejor a Jesucristo, el Señor, para adentrarnos en lo más íntimo del Corazón de Jesús. Año de la fe donde hemos ido comprendiendo que todos los creyentes, que cada creyente formamos parte de una gran familia, que es la Iglesia, una gran familia en la cual todos estamos unidos por el Bautismo. En este año de la fe se produjo la renuncia del Papa Benedicto XVI. Una renuncia que debemos de interpretarla, como creyentes que somos, a la luz de la fe. Y desde esta perspectiva descubrimos un gesto de amor inmenso. El Papa Benedicto XVI nos ha transmitido a todos los creyentes una gran lección: Quien capitanea la barca de la Iglesia es Jesucristo. Es el Señor el que va guiando a la Iglesia, es el Corazón de Jesús el que va impulsando a la Iglesia hasta el puerto seguro. Celebrando el año de la Fe, hemos descubierto la caridad. Fe y Caridad están estrechamente vinculadas. Fe y Obras siempre van unidas. Así es el Corazón de Jesucristo. Un corazón que constantemente se está dando, por nosotros y por nuestra salvación, y así nuestra fe se fortalece. Año de Fe y de Caridad. Fruto de las dos surge un año de esperanza en la persona del sucesor de Pedro, el Papa Francisco. Cuando el cardenal Bergoglio eligió el nombre de Francisco, muchos pensaron en San Francisco de Asís. Y esto es precisamente lo que el Papa Francisco está realizando en la Iglesia. A San Francisco de Asís el Señor le mandó que reparase su Iglesia, no tanto en el aspecto externo, sino en el plano interior, espiritual. Esto es lo que está realizando el nuevo pontífice. Aires frescos venidos de América están trayendo signos de esperanza, de renovación interior, de vuelta a lo esencial del Evangelio. Las palabras misericordia, fraternidad, perdón, reconciliación son las que más están siendo utilizadas por el Papa Francisco para manifestar la esperanza de la salvación que el Señor nos trae a todos los hombres. La Fe, la Esperanza y la Caridad. Las tres virtudes teologales brotan del Corazón Misericordioso de Jesucristo, el Señor, y nos traen a la memoria las palabras que rodean nuestra cúpula: Venid a mí, dice el Señor, todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. JJoosséé M Ma an nu ueell B Ba assccu uñ ña an na a..
A mediodía del domingo 17 de marzo de 2013, el Papa Francisco, en el rezo del Ángelus, decía a los 150.000 fieles congregados en la Plaza de San Pedro, sobre la Misericordia de Dios. “Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, jamás se cansa de perdonar, y un poco de misericordia cambia el mundo” y añadía, “¿Han pensado ustedes en la paciencia que Dios tiene con cada uno de nosotros? Esa paciencia es su misericordia nunca se cansa de perdonarnos.” El Papa les recordaba el Salmo donde se nos habla precisamente de la misericordia de Dios (Sal 102, 105, 106). “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.” Por las maravillas que hace con los hombres, es como un Padre que siente ternura por sus hijos, sabe que somos de barro; y el Papa Francisco nos recordaba que: “Un poco de misericordia hace que el mundo sea menos frío y más justo”, y terminaba diciendo, aquella misma mañana “No debemos olvidar esta palabra: ¡Dios nunca se cansa de perdonarnos, nunca!”, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Así pues la Revelación de la Misericordia Divina tiene su lugar concreto: Jesús de Nazaret. Él es el que nos ha elegido desde toda la eternidad porque Él es misericordioso, compasivo, pero mucho más que todo lo que decimos, Jesús es la misericordia de Dios hecha carne. Por eso, las Bienaventuranzas son el mejor retrato de Jesús, manso, humilde, pobre, misericordioso, y precisamente Jesús llegó a decir: “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” . Porque Dios es fiel, podemos confiar en que él mantendrá su Sí hasta el final y que movido por su amor-misericordia nos salvará y también al mundo. Cuenta el Padre Eloi Leclerc en su libro “La Sabiduría de un pobre” que un día San Francisco decía al hermano Tancredo: “"Nos es preciso aprender a ver el mal y el pecado como Dios lo ve. Eso es precisamente lo difícil, porque donde nosotros vemos naturalmente una falta a condenar y a castigar, Dios ve primeramente una miseria a socorrer. “. ¿Qué placer puede tener el Padre Dios en destruir lo que ha hecho con tanto amor? Nadie ama como Él. Y nosotros qué hemos hecho hasta ahora, nada. Como nos ha dicho el Papa Francisco: Empecemos a ser misericordiosos como Dios lo es, porque un poco de misericordia cambia el mundo. Que así sea. Gracias Papa Francisco.
Jaime Ribera, Adscrito Parroquial.
l Santo Padre Benedicto XVI convocó, desde el 11 de Octubre de 2012 al 24 de Noviembre del 2013, un Año de la Fe, al objeto de que los creyentes reflexionemos, nos afiancemos en nuestras creencias y profundicemos en ellas.
La
Carta
Apostólica
“Porta
Fidei”
escrita
en
conmemoración del cincuentenario del Concilio Vaticano II, con la que se nos convocaba a este Año de la Fe, llegaba en unos momentos muy oportunos por esta crisis religiosa y el fracaso social de nuestro sistema económico que le dan plena actualidad.
Por la Fe podemos ver las
cosas en la distancia y sus frutos
dependen de la disposición del que la recibe, si bien ha de ir siempre unida a la caridad, ya que sin ella carece de contenido.
La
dimensión caritativa de las actividades de Cáritas y
Manos Unidas no puede ser excluyente, y de hecho se atiende sin distinción a todos, sin que influya para nada ni su raza ni su credo religioso, en el hermano pobre el voluntario solo intenta buscar el rostro de Cristo.
Cáritas tiene identidad eclesial propia ya
que el tesoro de la
Iglesia son los pobres. Jesucristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza y el voluntario con sus luces y sombras intenta con su cercanía y amistad “oler a pobre”.
El Papa Francisco, en una reciente alocución precisó que si
no hay esperanza para los pobres, no lo habrá para nadie, tampoco para los ricos.
S
e me ha pedido que explique cómo se vive la fe en nuestro grupo parroquial de Manos Unidas.
Cada una sé que vive la fe, aunque no sé si sabré explicar algo tan profundo y personal como es estar ante el Sagrario. ¡Y ahí está Él, Jesús!, al que sientes con todo el corazón, le hablas, le miras y te comunicas con solo mirarlo, en la capilla de la oración y en la Santa Misa. Todas mis compañeras llevamos esta vida de fe. Estamos unidas a nuestra parroquia y a muchos grupos de trabajo. Trabajamos para los más necesitados del “Tercer Mundo” y en cuanto nuestra parroquia, en cuyo Consejo de Pastoral estamos representadas, necesite de nosotras. Es posible que en algún momento nos encontremos con desaliento, falta de esperanza ante dificultades en el apostolado, en el trabajo, la familia, en el día a día, que nos parezcan insuperables. El llamamiento de Cristo exige una respuesta firme y continuada, y a la vez penetra más profundamente en el sentido de la cruz. todas.
En su resurrección aviva la fe y resucita la esperanza, y en eso confiamos
Pedimos a Jesús y a la Santísima Virgen que aumente nuestra fe y no nos abandonen.
I
« d, pues, a todos los pueblos y haced discípulos míos…». De esta manera Cristo nos obliga a todos los cristianos a llevar el mensaje de la Buena Nueva por el mundo. Este encargo, debe ser en la familia vocación y misión. No obstante, en la situación actual que vivimos, es necesaria una nueva forma de evangelización, «en su ardor, en sus métodos, en su expresión» (JUAN PABLO II, Discurso al CELAM).
L
a familia es considerada, en el designio del Creador, como « el lugar primario de la “humanización” de la persona y de la sociedad » y « cuna de la vida y del amor ».
EEn la familia se aprende a conocer el amor y la fidelidad del Señor, así como la necesidad de corresponderle los hijos aprenden las primeras y más decisivas lecciones de la sabiduría práctica a las que van unidas las virtudes.
PPara la Iglesia la familia tiene el deber de educar y transmitir la fe cristiana desde el comienzo de la vida humana. Dando un claro testimonio de la fe cristiana, en sus vivencias y actitudes de la vida cotidiana. Dar criterios, disciplinar la voluntad de los niños y hacer atractivo el bien son claves necesarias para transmitir las virtudes, y la fe es una. En efecto, la virtud se transmite principalmente por ósmosis y, si no hacemos atractiva la virtud, no lo conseguiremos. Es necesario pues, el ejemplo. «El hombre contemporáneo, dijo Pablo VI, escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio» (Evangelii Nuntiandi). La fe es sobre todo una gracia, un don de Dios, algo que sobrepasa al hombre de sus fuerzas propias. «Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto por aceptar y creer la verdad. (Concilio Vaticano II, Dei Verbum)
E
l hecho de que la fe sea una gracia tiene muchas consecuencias a la hora de hacerla llegar a los demás. No son nuestras palabras lo que hará que las personas se conviertan y se adhieran a Cristo, sino el don mismo de Dios. Lo que significa que, si queremos transmitir la fe, es preciso que oremos por aquellos que queremos acercar a Dios. Hay que rezar, y mucho, por los hijos, los amigos, por la conversión del mundo. iEs tarea de Dios!. Nosotros sólo le ayudamos. A menudo nos olvidamos, y pienso que rezamos muy poco, y pedimos poco, para que la fe se extienda por todas partes. Recordemos las palabras de San Josemaría: «Primero, oración; después, expiación, en tercer lugar, muy en "tercer lugar", acción». (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 82)
PPara terminar, una llamada a los padres: manifestemos con nuestras vidas la belleza de nuestro amor fundamentado en Cristo y seremos capaces de mostrar a nuestros hijos que este amor, el único digno de suscitar la fe, es la opción más atractiva aquí en la tierra. Este es el gran reto que tenemos en las manos, en parte herencia de lo que aprendimos de nuestros padres, pero que requiere nuevos modelos, nuevas maneras de hacer, y esta es la antorcha que tenemos que pasar a los que vienen detrás nuestro. iNos jugamos mucho!. ( COSTA, JOAN. El camino de la felicidad, p. 58.) G Grru uppoo ddee PPaaddrreess ddeell S Saaggrraaddoo C Coorraazzóónn ddee JJeessú úss.. EEllcchhee..
Vivir la fe E
l Grupo Parroquial de Mayores de nuestra parroquia, todas las semanas nos reunimos para orar y también para recibir formación en la fe. Nuestra edad nos concede más tiempo para orar, para dialogar, para conocer mejor y con más serenidad los fundamentos de nuestra fe. Un tiempo que, tal vez, no fuimos capaces de donarle cuando estábamos en la plenitud de nuestras fuerzas y nos ocupaban muchas otras cosas. No es cuestión de resignación, sino de tomar conciencia de lo que nos enseña la Biblia “Corona de los viejos es la mucha experiencia, su orgullo es el temor del Señor” (Sab 25,6). Cada miembro del grupo aporta su propia experiencia de vida y de fe. Unos hemos llegado a nuestra edad con una fe sólida y rica. Otros hemos llegado viviendo una fe más o menos rutinaria y una débil práctica cristiana: entonces necesitamos un espacio de nueva luz y de experiencia religiosa. Podemos llegar con profundas heridas en el alma y en el cuerpo: el itinerario de la fe, entonces, nos hace descubrir que necesitamos orientación para vivir esta situación con una gran paz interior. Un denominador común es que todos los miembros del grupo queremos de verdad vivir más intensamente el regalo de esa fe que nos ayuda a vivir confiados y abandonados en las manos de Dios, Padre providente y misericordioso. Queremos “confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza” como nos pedía el Papa Benedicto XVI al convocar este Año de la Fe (Porta Fidei, 9). Recogemos aquella invitación que el Papa Francisco hizo a los cardenales: "No nos dejemos llevar nunca por el pesimismo ni por la amargura que el diablo nos ofrece a diario, ni por el desaliento". ¡No señor!. Y por eso todas las semanas buscamos un ratito de oración en común y una oportunidad de profundizar en nuestra fe, porque nos aporta la luz y los ánimos que tanto apreciamos a nuestra edad.
l grupo de los Ministros Extraordinarios de la Comunión de la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús intentamos vivir de manera muy especial el Año de la Fe. Sabemos que la liturgia es la expresión de la fe de la Iglesia, y que la Eucaristía es el culmen de dicha fe. Es así porque fue el mismo Cristo quien, en la noche del Jueves Santo, antes “ttoom de su Pasión, “ móó eell p pa an n,, d diijjoo lla a bbeen nd diicciióón n,, lloo p pa arrttiióó y y ssee lloo d diioo a a ssu uss d diissccííp pu ullooss d diicciieen nd doo:: ttoom ma ad d,, eessttoo eess m mii ccu ueerrp poo”” (Mc 14, 22).
D
esde entonces, cuando el sacerdote reproduce estas mismas palabras en la consagración de la misa, hace que el pan blanco que tiene en sus manos se convierta en el Cuerpo de Cristo entregado por todos nosotros.
E
s ese Cuerpo inmaculado y sagrado el que los Ministros Extraordina‐ rios de la Comunión tienen el encargo de ayudar a repartir en las eucaristías o de llevar a nuestros hermanos enfermos, ancianos o impedidos, siempre por expreso encargo del párroco y siempre con la oportuna aprobación del Obispado. Todos acudimos a esta misión extraordinaria conscientes de nuestro privilegio y con la humildad de quienes, en palabras de San Pablo, ““p poorrtta am mooss eessttee tteessoorroo een nv va assiijja ass d dee bba arrrroo”” (2Cor 4, 6‐7).
Su Santidad Pablo VI, en la constitución apostólica Sacrosanctum
Concilium, nos recordaba que la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, es la fuente de donde mana toda su fuerza. Los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos nos reunamos para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participemos en el sacrificio y comamos la cena del Señor. De la Liturgia y, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios, a la cual tienden las demás obras de la Iglesia.
En este Año de la Fe es preciso que todos los cristianos redescubramos
con mayor fuerza en la Eucaristía la fuente inagotable de nuestra vida, el manantial permanente de la gracia de Dios, que es imprescindible para nuestra salvación. Y es misión de los Ministros Extraordinarios de la Comunión colaborar a que esa Cena del Señor y la gracia que de ella emana pueda ser repartida con más facilidad y comodidad entre quienes tienen alguna dificultad para acudir a ella de la manera habitual. Grupo Parroquial de los Ministros Extraordinarios de la Comunión.
C
u uando me pidieron que escribiera sobre la mujer y la fe pensé que no sería difícil siendo mujer y cristiana comprometida, sólo tendrá que decir lo que siento y tratar de decirlo lo más compresiblemente posible.
¿Cuál es la misión de la mujer en la Iglesia hoy en día? Somos una parte activa, responsable y mayoritaria dentro de la Iglesia y nuestra misión es evangelizar. Evangelizar allí donde estemos, en la familia, en el trabajo, en la vecindad, con los amigos, en cada acto de nuestra vida diaria… Ya que estamos en una nueva evangelización y en tierra para evangelizar, somos discípulos de Cristo y estamos en misión. En estos momentos de crisis en todos los terrenos, las mujeres, todas, porque todas somos válidas, estamos en primera fila aportando los dones que Dios nos ha dado a cada una de nosotras y dando testimonio a los que tenemos muy cerca porque las cosas habituales hechas con amor son diferentes. La fe y la vida deben de ir juntas. No se pueden separar y damos la Buena Nueva con ilusión demos alegría a los que nos rodean. Somos sal en la tierra para dar sabor al mundo de sinsabores. La fe no se puede vivir en soledad porque lo bueno hay que compartirlo. En la Iglesia hay muchos movimientos o grupos de donde se nos invita a los cristianos a formarnos y vivir la fe en comunión, como por ejemplo a la Acción Católica a la que pertenecemos, en la que se ha formado un laicado fuerte y fiel a los principios de la Iglesia. Sabemos ser mujeres de nuestro tiempo con valores renovados para saber llegar y transmitir aquellos que vivimos a diario y dar a conocer a Cristo en toda su dimensión. Necesitamos con urgencia salir a la vida pública y dar testimonio de la Iglesia viva, debemos ser más protagonistas en custodiar la vida, la libertad, la razón, la convivencia, la paz y la justicia, pues intentémoslo desde ahora mismo, con los sacramentos y la oración llegamos a una fe fuerte y firme que todo lo puede. Montse Sánchez Mujeres Trabajadoras Cristianas
H
ay servicios en la parroquia que, normalmente, pasan desapercibidos para la inmensa mayoría de quienes asisten a las ceremonias o simplemente visitan el templo.
Uno de esos servicios es el de las Manteleras, pues nuestro trabajo lo hacemos normalmente en casa. Es nuestra colaboración a la dignidad y el esplendor de la sagrada Liturgia, conscientes de que es cosa de toda la comunidad que celebra su fe, su vida. Nuestra labor es el mantenimiento de los ornamentos litúrgicos como son los ornamentos sacerdotales, los manteles del altar y los paños sagrados. No buscando la riqueza ostentosa, sino que su cuidado, su dignidad, su limpieza y su belleza expresen la majestad del sacrificio eucarístico. Queremos manifestar nuestra gratitud a las personas que apoyan nuestro servicio litúrgico con aportaciones voluntarias en dinero, en tela, etc., y de este modo ayudan de manera especial a cuidar la dignidad del altar, manifestando de algún modo importancia del culto divino en la vida de fe. Por ello, cada prenda es cuidada con suma delicadeza y cariño, pues va a recibir al Cuerpo de Cristo en el altar, contribuyendo así una mejor participación en el Sacrificio Eucarístico. Es la fe lo que nos hace estar siempre entre manteles, albas, corporales, casullas purificadores, toallas… Es la fe y el amor a nuestra parroquia. Nos consideramos personas privilegiadas por poder hacer lo que toca a Dios y lo mismo estamos cosiendo que limpiando el altar. Nos organizamos muy bien, pues igual planchamos, que lavamos o cambiamos los manteles de acuerdo con el tiempo litúrgico, realizando este servicio con alegría y mucho orden pues todo lo hacemos por amor a Dios en su Iglesia.
a Fe, como la música, se educa, se incentiva pero, como en la música hay
quien nace con un oído total y una sensibilidad mágica, también en la Fe hay personas que reciben la voz del Señor con total claridad. La Fe es un misterio del Señor, y como misterio se mantiene al margen de los sentidos que tenemos, no depende del tacto, el gusto, la vista, el olfato o el oído, los cubre a todos a la vez. Necesita de todos. La vida con Fe realza todos estos sentidos que tenemos, también los sentimientos, y por supuesto aumenta todo lo bueno de tí.
Es por eso por lo que existe la Catequesis, y las personas que imparten ésta: los catequistas. Porque si la vida es mejor con Fe, ¿Por qué no incentivarla? ¿Qué querría el Señor, si no que divulgáramos su obra?. Pero no como un cuento, con un principio y un final, no como una asignatura para la que debes examinarte. Los catequistas estamos encargados de hacer SENTIR a los jóvenes. Impulsarles a que sientan la Fe, darles a conocer la historia de Jesús, que sí empieza, pero no termina, una historia de la que ellos mismos lleguen a ser parte activa.
La vida del catequista es rica en abundancia, cuando se necesitan fuerzas para seguir, cuando no es el mejor día y se ven sombras en el optimismo y la alegría de la vida cristiana, entonces es cuando estos jóvenes y niños te devuelven el favor, te manifiestan sus inquietudes sobre Dios, despiertan tu sed de saber, de querer más al Señor.
Pero, al igual que en la música, en la vida cristiana se necesita un maestro que nos enseñe a tocar un instrumento, un director que nos guíe en la interpretación de la obra que es nuestra vida. Alguien que nos cuide en las partes fortes de la vida y en las más débiles, ese es El Señor, que se presenta en todo y está en nosotros como comunidad cristiana; por ello necesitamos estar unidos todos los que hacemos de nuestra vida, una vida de seguimiento a Jesús.
En la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, no estás solo y no sientes miedo a desempeñar tu papel; siempre es una experiencia positiva… Cuando llega la reunión semanal con los chicos solo esperas ser capaz de trasmitirles la fe que tú has recibido y acompañarles en el inicio de su camino vital, pero nunca ser protagonista, porque eso lo son ellos y Jesús en su Iglesia.
Es entonces cuando el catequista recibe el regalo más valioso: ver cómo le descubren a ÉI, le sienten, le comparten con los demás y se convierten en sus apóstoles. Y siempre, cada semana, sales del grupo anidando la esperanza de haber sido su instrumento y de no haberle fallado, porque tienes la certeza de que tú ya has aprendido y recibido más de lo que merecías. Es entonces cuando sientes que tu vida es plena, escuchas la armonía de tu vida, tu camino comprometido con el Señor y con los niños que, curiosos, sienten necesidad de Él y tú estás ahí para ayudarles a descubrir e interpretar los sonidos de la Fe. El Grupo parroquial de catequistas.
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