REVISTA 2013

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E s la palabra que condensa la realidad del

hombre cuando se

abre al don de Dios y deja que brote ese manantial, ese torrente de vida que es el regalo de la fe. Convocando a un Año Santo de la Fe, Benedicto XVI nos invita a vivir este año como un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe, manteniendo una vida testimonial y coherente con el Evangelio de Jesucristo, abriendo de par en par las puertas de la fe, iniciando o continuando un camino que será motivo de paz, gozo y libertad en nuestras vidas. A eso nos convoca este Año Santo: a vivir sincera e intensamente la alegría de la fe, la belleza de la fe, la grandeza de la fe, por el encuentro con Jesucristo en la comunión de la Iglesia. Fieles del Sagrado Corazón de Jesús, esto nos concede toda una espiritualidad más allá de una legítima devoción, es decir un modo de vivir la fe que tiene en el centro el amor. Que no es solamente “descubrir” la ternura de Dios, sino que se refiere a la actitud de Jesús donándose por amor siempre. Algo que nos conecta directamente con la Eucaristía, en que Jesús nos dice: “Tomad y comed… tomad y bebed… Esto es… Soy yo, entregado por vosotros para la vida del mundo”. Estas palabras son la mejor referencia en las Escrituras a lo que sucede en el Corazón de Jesús. Es precisamente ese estilo, el de la lógica del amor y de la entrega de sí mismo, el que debe dar sentido y calado a cada uno de los que formamos esta parroquia del Sagrado Corazón de Jesús. Con mi sincera gratitud a cuantos colaboráis, os deseo unas fiestas llenas de alegría fraterna

Jesús Franco Martínez, Cura.


“Cristo es el centro, no el Sucesor de Pedro: Cristo. Cristo es el centro. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia. Sin él, ni Pedro ni la Iglesia existirían ni tendrían razón de ser.” (Francisco, Papa, el 16 de marzo de 2013)


E n Octubre del año pasado el Papa Benedicto XVI inauguraba un año de la Fe,

con motivo del 50 Aniversario del Concilio Vaticano II y de los 20 años de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica.

Este año de la Fe ha sido un tiempo privilegiado para profundizar en nuestra fe, para ir conociendo más y mejor a Jesucristo, el Señor, para adentrarnos en lo más íntimo del Corazón de Jesús. Año de la fe donde hemos ido comprendiendo que todos los creyentes, que cada creyente formamos parte de una gran familia, que es la Iglesia, una gran familia en la cual todos estamos unidos por el Bautismo. En este año de la fe se produjo la renuncia del Papa Benedicto XVI. Una renuncia que debemos de interpretarla, como creyentes que somos, a la luz de la fe. Y desde esta perspectiva descubrimos un gesto de amor inmenso. El Papa Benedicto XVI nos ha transmitido a todos los creyentes una gran lección: Quien capitanea la barca de la Iglesia es Jesucristo. Es el Señor el que va guiando a la Iglesia, es el Corazón de Jesús el que va impulsando a la Iglesia hasta el puerto seguro. Celebrando el año de la Fe, hemos descubierto la caridad. Fe y Caridad están estrechamente vinculadas. Fe y Obras siempre van unidas. Así es el Corazón de Jesucristo. Un corazón que constantemente se está dando, por nosotros y por nuestra salvación, y así nuestra fe se fortalece. Año de Fe y de Caridad. Fruto de las dos surge un año de esperanza en la persona del sucesor de Pedro, el Papa Francisco. Cuando el cardenal Bergoglio eligió el nombre de Francisco, muchos pensaron en San Francisco de Asís. Y esto es precisamente lo que el Papa Francisco está realizando en la Iglesia. A San Francisco de Asís el Señor le mandó que reparase su Iglesia, no tanto en el aspecto externo, sino en el plano interior, espiritual. Esto es lo que está realizando el nuevo pontífice. Aires frescos venidos de América están trayendo signos de esperanza, de renovación interior, de vuelta a lo esencial del Evangelio. Las palabras misericordia, fraternidad, perdón, reconciliación son las que más están siendo utilizadas por el Papa Francisco para manifestar la esperanza de la salvación que el Señor nos trae a todos los hombres. La Fe, la Esperanza y la Caridad. Las tres virtudes teologales brotan del Corazón Misericordioso de Jesucristo, el Señor, y nos traen a la memoria las palabras que rodean nuestra cúpula: Venid a mí, dice el Señor, todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. JJoosséé M Ma an nu ueell B Ba assccu uñ ña an na a..



A mediodía del domingo 17 de marzo de 2013, el Papa Francisco, en el rezo del Ángelus, decía a los 150.000 fieles congregados en la Plaza de San Pedro, sobre la Misericordia de Dios. “Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, jamás se cansa de perdonar, y un poco de misericordia cambia el mundo” y añadía, “¿Han pensado ustedes en la paciencia que Dios tiene con cada uno de nosotros? Esa paciencia es su misericordia nunca se cansa de perdonarnos.” El Papa les recordaba el Salmo donde se nos habla precisamente de la misericordia de Dios (Sal 102, 105, 106). “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.” Por las maravillas que hace con los hombres, es como un Padre que siente ternura por sus hijos, sabe que somos de barro; y el Papa Francisco nos recordaba que: “Un poco de misericordia hace que el mundo sea menos frío y más justo”, y terminaba diciendo, aquella misma mañana “No debemos olvidar esta palabra: ¡Dios nunca se cansa de perdonarnos, nunca!”, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Así pues la Revelación de la Misericordia Divina tiene su lugar concreto: Jesús de Nazaret. Él es el que nos ha elegido desde toda la eternidad porque Él es misericordioso, compasivo, pero mucho más que todo lo que decimos, Jesús es la misericordia de Dios hecha carne. Por eso, las Bienaventuranzas son el mejor retrato de Jesús, manso, humilde, pobre, misericordioso, y precisamente Jesús llegó a decir: “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” . Porque Dios es fiel, podemos confiar en que él mantendrá su Sí hasta el final y que movido por su amor-misericordia nos salvará y también al mundo. Cuenta el Padre Eloi Leclerc en su libro “La Sabiduría de un pobre” que un día San Francisco decía al hermano Tancredo: “"Nos es preciso aprender a ver el mal y el pecado como Dios lo ve. Eso es precisamente lo difícil, porque donde nosotros vemos naturalmente una falta a condenar y a castigar, Dios ve primeramente una miseria a socorrer. “. ¿Qué placer puede tener el Padre Dios en destruir lo que ha hecho con tanto amor? Nadie ama como Él. Y nosotros qué hemos hecho hasta ahora, nada. Como nos ha dicho el Papa Francisco: Empecemos a ser misericordiosos como Dios lo es, porque un poco de misericordia cambia el mundo. Que así sea. Gracias Papa Francisco.

Jaime Ribera, Adscrito Parroquial.





l Santo Padre Benedicto XVI convocó, desde el 11 de Octubre de 2012 al 24 de Noviembre del 2013, un Año de la Fe, al objeto de que los creyentes reflexionemos, nos afiancemos en nuestras creencias y profundicemos en ellas.

La

Carta

Apostólica

“Porta

Fidei”

escrita

en

conmemoración del cincuentenario del Concilio Vaticano II, con la que se nos convocaba a este Año de la Fe, llegaba en unos momentos muy oportunos por esta crisis religiosa y el fracaso social de nuestro sistema económico que le dan plena actualidad.

Por la Fe podemos ver las

cosas en la distancia y sus frutos

dependen de la disposición del que la recibe, si bien ha de ir siempre unida a la caridad, ya que sin ella carece de contenido.

La

dimensión caritativa de las actividades de Cáritas y

Manos Unidas no puede ser excluyente, y de hecho se atiende sin distinción a todos, sin que influya para nada ni su raza ni su credo religioso, en el hermano pobre el voluntario solo intenta buscar el rostro de Cristo.

Cáritas tiene identidad eclesial propia ya

que el tesoro de la

Iglesia son los pobres. Jesucristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza y el voluntario con sus luces y sombras intenta con su cercanía y amistad “oler a pobre”.

El Papa Francisco, en una reciente alocución precisó que si

no hay esperanza para los pobres, no lo habrá para nadie, tampoco para los ricos.



S

e me ha pedido que explique cómo se vive la fe en nuestro grupo parroquial de Manos Unidas.

Cada una sé que vive la fe, aunque no sé si sabré explicar algo tan profundo y personal como es estar ante el Sagrario. ¡Y ahí está Él, Jesús!, al que sientes con todo el corazón, le hablas, le miras y te comunicas con solo mirarlo, en la capilla de la oración y en la Santa Misa. Todas mis compañeras llevamos esta vida de fe. Estamos unidas a nuestra parroquia y a muchos grupos de trabajo. Trabajamos para los más necesitados del “Tercer Mundo” y en cuanto nuestra parroquia, en cuyo Consejo de Pastoral estamos representadas, necesite de nosotras. Es posible que en algún momento nos encontremos con desaliento, falta de esperanza ante dificultades en el apostolado, en el trabajo, la familia, en el día a día, que nos parezcan insuperables. El llamamiento de Cristo exige una respuesta firme y continuada, y a la vez penetra más profundamente en el sentido de la cruz. todas.

En su resurrección aviva la fe y resucita la esperanza, y en eso confiamos

Pedimos a Jesús y a la Santísima Virgen que aumente nuestra fe y no nos abandonen.





I

« d,
pues,
a
todos
los
pueblos
y
haced
discípulos
míos…».
 
 De
 esta
 manera
 Cristo
 nos
 obliga
 a
 todos
 los
 cristianos
 a
 llevar
 el
 mensaje
 de
 la
 Buena
 Nueva
 por
 el
 mundo.
 
 Este
 encargo,
 debe
 ser
 en
 la
 familia
vocación
y
misión.
No
obstante,
en
la
situación
actual
que
vivimos,
es
necesaria
una
nueva
forma
de
 evangelización,
«en
su
ardor,
en
sus
métodos,
en
su
expresión»
(JUAN
PABLO
II,
Discurso
al
CELAM).

L

a
familia
es
considerada,
en
el
designio
del
Creador,
como
«
el
lugar
primario
de
la
“humanización”
 de
la
persona
y
de
la
sociedad
»
y
«
cuna
de
la
vida
y
del
amor
».

EEn
 la
 familia
 se
 aprende
 a
 conocer
 el
 amor
 y
 la
 fidelidad
 del
 Señor,
 así
 como
 la
 necesidad
 de
 
 corresponderle
los
hijos
aprenden
las
primeras
y
más
decisivas
lecciones
de
la
sabiduría
práctica
a
las
que
 van
unidas
las
virtudes.

PPara
la
Iglesia
la
familia
tiene
el
deber
de
educar
y
transmitir
la
fe
cristiana
desde
el
comienzo
de
la
 
 vida
humana.
Dando

un
claro
testimonio
de
la
fe
cristiana,
en
sus
vivencias
y
actitudes
de
la
vida
cotidiana.
 Dar
 criterios,
 disciplinar
 la
 voluntad
 de
 los
 niños
 y
 hacer
 atractivo
 el
 bien
 son
 claves
 necesarias
 para
 transmitir
las
virtudes,
y
la
fe
es
una.
En
efecto,
la
virtud
se
transmite
principalmente
por
ósmosis
y,
si
no
 hacemos
 atractiva
 la
 virtud,
 no
 lo
 conseguiremos.
 Es
 necesario
 pues,
 el
 ejemplo.
 «El
 hombre
 contemporáneo,
 dijo
 Pablo
 VI,
 escucha
 más
 a
 gusto
 a
 los
 que
 dan
 testimonio
 que
 a
 los
 que
 enseñan,
 o
 si
 escucha
a
los
que
enseñan
es
porque
dan
testimonio»
(Evangelii
Nuntiandi).

La
fe
es
sobre
todo
una
gracia,
 un
don
de
Dios,
algo
que
sobrepasa
al
hombre
de
sus
fuerzas
propias.
«Para
dar
esta
respuesta
de
la
fe
es
 necesaria
la
gracia
de
Dios,
que
se
adelanta
y
nos
ayuda,
junto
con
el
auxilio
interior
del
Espíritu
Santo,
que
 mueve
el
corazón,
lo
dirige
a
Dios,
abre
los
ojos
del
espíritu
y
concede
a
todos
gusto
por
aceptar
y
creer
la
 verdad.
(Concilio
Vaticano
II,
Dei
Verbum)

E

l
hecho
de
que
la
fe
sea
una
gracia
tiene
muchas
consecuencias
a
la

hora
de
hacerla
llegar
a
los
 demás.
No
son
nuestras
palabras
lo
que
hará
que

las
personas
se
conviertan
y
se
adhieran
a
Cristo,
sino
el
 don
mismo
de
Dios.
Lo
que
significa
que,
si
queremos
transmitir
la
fe,
es
preciso
que
oremos

por
aquellos
 que
 queremos
 acercar
 a
 Dios.
 Hay
 que
 rezar,
 y
 mucho,
 por
 los
 
 hijos,
 los
 amigos,
 por
 la
 conversión
 del
 mundo.
iEs
tarea
de
Dios!.
Nosotros

sólo
le
ayudamos.
A
menudo
nos
olvidamos,

 y
pienso
que
rezamos

muy
poco,

y
pedimos
poco,
para
que
la
fe
se

 extienda
por
todas
partes.
Recordemos
las
palabras
de
San
Josemaría:

 «Primero,

oración;
después,
expiación,
en

tercer
lugar,
muy
en

 "tercer

lugar",
acción».

(SAN
JOSEMARÍA
ESCRIVÁ,
Camino,

n.
82)

PPara
terminar,
una
llamada
a
los
padres:
manifestemos

 

 con
nuestras
vidas
la
belleza
de
nuestro
amor
fundamentado
en

 Cristo
y
seremos
capaces
de
mostrar
a
nuestros
hijos
que
este

 amor,
el
único
digno
de
suscitar
la
fe,
es
la
opción
más
atractiva
 
aquí
en
la
tierra.
Este
es
el
gran
reto
que
tenemos
en
las

 manos,
en

parte
herencia
de
lo
que
aprendimos
de
nuestros

 padres,
pero
que
requiere
nuevos
modelos,
nuevas

maneras
de

 hacer,
y
esta
es
la
antorcha
que
tenemos

que
pasar
a
los
que

 vienen
detrás
nuestro.
iNos
jugamos
mucho!.

 










(
COSTA,
JOAN.
El
camino
de
la
felicidad,
p.
58.)
 
 G Grru uppoo ddee PPaaddrreess ddeell S Saaggrraaddoo C Coorraazzóónn ddee JJeessú úss.. EEllcchhee..



Vivir la fe E

l Grupo Parroquial de Mayores de nuestra parroquia, todas las semanas nos reunimos para orar y también para recibir formación en la fe. Nuestra edad nos concede más tiempo para orar, para dialogar, para conocer mejor y con más serenidad los fundamentos de nuestra fe. Un tiempo que, tal vez, no fuimos capaces de donarle cuando estábamos en la plenitud de nuestras fuerzas y nos ocupaban muchas otras cosas. No es cuestión de resignación, sino de tomar conciencia de lo que nos enseña la Biblia “Corona de los viejos es la mucha experiencia, su orgullo es el temor del Señor” (Sab 25,6). Cada miembro del grupo aporta su propia experiencia de vida y de fe. Unos hemos llegado a nuestra edad con una fe sólida y rica. Otros hemos llegado viviendo una fe más o menos rutinaria y una débil práctica cristiana: entonces necesitamos un espacio de nueva luz y de experiencia religiosa. Podemos llegar con profundas heridas en el alma y en el cuerpo: el itinerario de la fe, entonces, nos hace descubrir que necesitamos orientación para vivir esta situación con una gran paz interior. Un denominador común es que todos los miembros del grupo queremos de verdad vivir más intensamente el regalo de esa fe que nos ayuda a vivir confiados y abandonados en las manos de Dios, Padre providente y misericordioso. Queremos “confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza” como nos pedía el Papa Benedicto XVI al convocar este Año de la Fe (Porta Fidei, 9). Recogemos aquella invitación que el Papa Francisco hizo a los cardenales: "No nos dejemos llevar nunca por el pesimismo ni por la amargura que el diablo nos ofrece a diario, ni por el desaliento". ¡No señor!. Y por eso todas las semanas buscamos un ratito de oración en común y una oportunidad de profundizar en nuestra fe, porque nos aporta la luz y los ánimos que tanto apreciamos a nuestra edad.





l
grupo
de
los
Ministros
Extraordinarios
de
la
Comunión

 
 















de
la
parroquia
del
Sagrado
Corazón
de
Jesús

 




 















intentamos
vivir
de
manera
muy
especial
el

 Año
de
la
Fe.
Sabemos
que
la
liturgia
es
la
expresión
de
la
fe
de
la

 Iglesia,
y
que
la
Eucaristía
es
el
culmen
de
dicha
fe.
Es
así
porque

 fue
el
mismo
Cristo
quien,
en
la
noche
del
Jueves
Santo,
antes

 “ttoom de
su
Pasión,
“ móó eell p pa an n,, d diijjoo lla a bbeen nd diicciióón n,, lloo p pa arrttiióó y y ssee lloo d diioo a a ssu uss d diissccííp pu ullooss d diicciieen nd doo:: ttoom ma ad d,, eessttoo eess m mii ccu ueerrp poo””


 (Mc
14,
22).

D

esde
entonces,
cuando
el
sacerdote
reproduce
estas
mismas

 palabras
en
la
consagración
de
la
misa,
hace
que
el
pan
blanco
que
tiene
en

 sus
manos
se
convierta
en
el
Cuerpo
de
Cristo
entregado
por
todos
nosotros.

E

s
ese
Cuerpo
inmaculado
y
sagrado
el
que
los
Ministros
Extraordina‐
 rios
de
la
Comunión
tienen
el
encargo
de
ayudar
a
repartir
en
las
eucaristías
o

 de
llevar
a
nuestros
hermanos
enfermos,
ancianos
o
impedidos,
siempre
por
 expreso
encargo
del
párroco
y
siempre
con
la
oportuna
aprobación
del
 Obispado.
Todos
acudimos
a
esta
misión
extraordinaria
conscientes
de

 nuestro

privilegio
y
con
la
humildad
de
quienes,
en
palabras
de
San
Pablo,

 ““p poorrtta am mooss eessttee tteessoorroo een nv va assiijja ass d dee bba arrrroo””
(2Cor
4,
6‐7).

Su
 Santidad
 Pablo
 VI,
 en
 la
 constitución
 apostólica
 Sacrosanctum

Concilium,
 nos
 recordaba
 que
 la
 liturgia
 es
 la
 cumbre
 a
 la
 cual
 tiende
 la
 actividad
de
la
Iglesia
y,
al
mismo
tiempo,
es
la
fuente
de
donde
mana
toda
su
 fuerza.
Los
trabajos
apostólicos
se
ordenan
a
que,
una
vez
hechos
hijos
de
Dios
 por
la
fe
y
el
bautismo,
todos
nos
reunamos
para
alabar
a
Dios
en
medio
de
la
 Iglesia,
participemos
en
el
sacrificio
y
comamos
la
cena
del
Señor.
De
la
Liturgia
 y,
sobre
todo
de
la
Eucaristía,
mana
hacia
nosotros
la
gracia
como
de
su
fuente
 y
se
obtiene
con
la
máxima
eficacia
la
santificación
de
los
hombres
en
Cristo
y
 la
glorificación
de
Dios,
a
la
cual
tienden
las
demás
obras
de
la
Iglesia.

En
este
Año
de
la
Fe
es
preciso
que
todos
los
cristianos
redescubramos

con
 mayor
 fuerza
 en
 la
 Eucaristía
 la
 fuente
 inagotable
 de
 nuestra
 vida,
 el
 manantial
permanente
de
la
gracia
de
Dios,
que
es
imprescindible
para
nuestra
 salvación.
 Y
 es
 misión
 de
 los
 Ministros
 Extraordinarios
 de
 la
 Comunión
 colaborar
 a
 que
 esa
 Cena
 del
 Señor
 y
 la
 gracia
 que
 de
 ella
 emana
 pueda
 ser
 repartida
con
más
facilidad
y
comodidad
entre
quienes
tienen
alguna
dificultad
 para
acudir
a
ella
de
la
manera
habitual.
 
 Grupo Parroquial de los Ministros Extraordinarios de la Comunión.



C

u uando me pidieron que escribiera sobre la mujer y la fe pensé que no sería 
difícil siendo mujer y cristiana comprometida, sólo tendrá que decir lo que siento y tratar de decirlo lo más compresiblemente posible.

¿Cuál es la misión de la mujer en la Iglesia hoy en día? Somos una parte activa, responsable y mayoritaria dentro de la Iglesia y nuestra misión es evangelizar. Evangelizar allí donde estemos, en la familia, en el trabajo, en la vecindad, con los amigos, en cada acto de nuestra vida diaria… Ya que estamos en una nueva evangelización y en tierra para evangelizar, somos discípulos de Cristo y estamos en misión. En estos momentos de crisis en todos los terrenos, las mujeres, todas, porque todas somos válidas, estamos en primera fila aportando los dones que Dios nos ha dado a cada una de nosotras y dando testimonio a los que tenemos muy cerca porque las cosas habituales hechas con amor son diferentes. La fe y la vida deben de ir juntas. No se pueden separar y damos la Buena Nueva con ilusión demos alegría a los que nos rodean. Somos sal en la tierra para dar sabor al mundo de sinsabores. La fe no se puede vivir en soledad porque lo bueno hay que compartirlo. En la Iglesia hay muchos movimientos o grupos de donde se nos invita a los cristianos a formarnos y vivir la fe en comunión, como por ejemplo a la Acción Católica a la que pertenecemos, en la que se ha formado un laicado fuerte y fiel a los principios de la Iglesia. Sabemos ser mujeres de nuestro tiempo con valores renovados para saber llegar y transmitir aquellos que vivimos a diario y dar a conocer a Cristo en toda su dimensión. Necesitamos con urgencia salir a la vida pública y dar testimonio de la Iglesia viva, debemos ser más protagonistas en custodiar la vida, la libertad, la razón, la convivencia, la paz y la justicia, pues intentémoslo desde ahora mismo, con los sacramentos y la oración llegamos a una fe fuerte y firme que todo lo puede. Montse Sánchez Mujeres Trabajadoras Cristianas





H

ay servicios en la parroquia que, normalmente, pasan desapercibidos para la inmensa mayoría de quienes asisten a las ceremonias o simplemente visitan el templo.

Uno de esos servicios es el de las Manteleras, pues nuestro trabajo lo hacemos normalmente en casa. Es nuestra colaboración a la dignidad y el esplendor de la sagrada Liturgia, conscientes de que es cosa de toda la comunidad que celebra su fe, su vida. Nuestra labor es el mantenimiento de los ornamentos litúrgicos como son los ornamentos sacerdotales, los manteles del altar y los paños sagrados. No buscando la riqueza ostentosa, sino que su cuidado, su dignidad, su limpieza y su belleza expresen la majestad del sacrificio eucarístico. Queremos manifestar nuestra gratitud a las personas que apoyan nuestro servicio litúrgico con aportaciones voluntarias en dinero, en tela, etc., y de este modo ayudan de manera especial a cuidar la dignidad del altar, manifestando de algún modo importancia del culto divino en la vida de fe. Por ello, cada prenda es cuidada con suma delicadeza y cariño, pues va a recibir al Cuerpo de Cristo en el altar, contribuyendo así una mejor participación en el Sacrificio Eucarístico. Es la fe lo que nos hace estar siempre entre manteles, albas, corporales, casullas purificadores, toallas… Es la fe y el amor a nuestra parroquia. Nos consideramos personas privilegiadas por poder hacer lo que toca a Dios y lo mismo estamos cosiendo que limpiando el altar. Nos organizamos muy bien, pues igual planchamos, que lavamos o cambiamos los manteles de acuerdo con el tiempo litúrgico, realizando este servicio con alegría y mucho orden pues todo lo hacemos por amor a Dios en su Iglesia.



a
Fe,

como
la
música,

se
educa,
se
incentiva
pero,
como
en
la

música

hay

quien
nace
con
un
oído
total

y

una

sensibilidad
mágica,

también

en
la
Fe

 
 







hay
 
 personas
 que
 reciben
 la
 voz
 del
 Señor
 con
 total
 claridad.
 La
 Fe
 es
 un
 misterio
del
Señor,
y
como
misterio
se
mantiene
al
margen
de
los
sentidos
que
tenemos,
 no
 depende
 del
 tacto,
 el
 gusto,
 la
 vista,
 el
 olfato
 o
 el
 oído,
 los
 cubre
 a
 todos
 a
 la
 vez.
 Necesita
de
todos.
La
vida
con
Fe
realza
todos
estos
sentidos
que
tenemos,
también
los
 sentimientos,
y
por
supuesto
aumenta
todo
lo
bueno
de
tí.

Es
por
eso
por
lo
que
existe
la
Catequesis,
y
las
personas
que
imparten
ésta:
los
 catequistas.
Porque
si
la
vida
es
mejor
con
Fe,
¿Por
qué
no
incentivarla?
¿Qué
querría
el
 Señor,
si
no
que
divulgáramos
su
obra?.
Pero
no
como
un
cuento,
con
un
principio
y
un
 final,
 no
 como
 una
 asignatura
 para
 la
 que
 debes
 examinarte.
 Los
 catequistas
 estamos
 encargados
 de
 hacer
 SENTIR
 a
 los
 jóvenes.
 Impulsarles
 a
 que
 sientan
 la
 Fe,
 darles
 a
 conocer
la
historia
de
Jesús,
que
sí
empieza,
pero
no
termina,
una
historia
de
la
que
ellos
 mismos
lleguen
a

ser
parte
activa.

La
vida
del
catequista
es
rica
en
abundancia,
cuando
se
necesitan
fuerzas
para
 seguir,
cuando
no
es
el
mejor
día
y
se
ven
sombras
en
el
optimismo
y
la
alegría
de
la
vida
 cristiana,
entonces
es
cuando
estos
jóvenes
y
niños
te
devuelven
el
favor,
te
manifiestan
 sus
inquietudes
sobre
Dios,
despiertan
tu
sed
de
saber,
de
querer
más
al
Señor.

Pero,
al
igual
que
en
la
música,
en
la
vida
cristiana
se
necesita
un
maestro
que
 nos
enseñe
a
tocar
un
instrumento,
un
director
que
nos
guíe
en
la
interpretación
de
la
 obra
que
es
nuestra
vida.
Alguien
que
nos
cuide
en
las
partes
fortes
de
la
vida
y
en
las
 más
débiles,
ese
es
El
Señor,
que
se
presenta
en
todo
y
está
en
nosotros
como
comunidad
 cristiana;
por
ello
necesitamos
estar
unidos
todos
los
que
hacemos
de
nuestra
vida,
una
 vida
de
seguimiento
a
Jesús.

En
la
Parroquia
del
Sagrado
Corazón
de
Jesús,
no
estás
solo
y
no
sientes
miedo
a
 desempeñar
 tu
 papel;
 siempre
 es
 una
 experiencia
 positiva…
 Cuando
 llega
 la
 reunión
 semanal
con
los
chicos
solo
esperas
ser
capaz
de
trasmitirles
la
fe
que
tú
has
recibido
y
 acompañarles
en
el
inicio
de
su
camino
vital,
pero
nunca
ser
protagonista,
porque
eso
lo
 son
ellos
y
Jesús
en
su
Iglesia.

Es
 entonces
 cuando
 el
 catequista
 recibe
 el
 regalo
 más
 valioso:
 ver
 cómo
 le
 descubren
a
ÉI,
le
sienten,
le
comparten
con
los
demás
y
se
convierten
en
sus
apóstoles.
Y
 siempre,
 cada
 semana,
 sales
 del
 grupo
 anidando
 la
 esperanza
 de
 haber
 sido
 su
 instrumento
y
de
no
haberle
fallado,
porque
tienes
la
certeza
de
que
tú
ya
has
aprendido
 y
 recibido
 más
 de
 lo
 que
 merecías.

 Es
 entonces
 cuando
 sientes
 que
 tu
 vida
 es
 plena,
 escuchas
 la
armonía
de
tu
vida,
tu
camino
comprometido
con
el
Señor
y
con
los
niños
 que,
 curiosos,
 sienten
 necesidad
 de
 Él
 y
 tú
 estás
 ahí
 para
 ayudarles
 a
 descubrir
 e
 interpretar
los
sonidos
de
la
Fe.
 
 El Grupo parroquial de catequistas.





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