El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo Contenido
Derechos de uso
Editorial
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Primera vez, primera edición, primeramente Aquí me pongo a cantar
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La primera vez (Crónica personal) El elefante funambulista
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A tiro de piedra
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No hay quinta mala (Crónica personal) Ágape
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Breveratura
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Derqui y los fantasmas (Relato)
El espejo Un negro porvenir (Relato)
Atribución. Debe reconocer los créditos de la obra de la manera especificada por el autor o el licenciador (pero no de una manera que sugiera que tiene su apoyo o apoyan el uso que hace de su obra).
7
Historias casi verdaderas
Y no será la última (Cuento)
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Primera vez (Minificción)
Diario de un estafador
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Mi primera vez (Cuento)
El río (Relato)
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Primer amor (Minificción)
De paso
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No comercial. No puede utilizar esta obra para fines comerciales.
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo
Editorial
Aquí me pongo a cantar
Primera vez, primera edición, primeramente
La primera vez (Crónica personal)
La redacción
Victoria Asís
Esta es la primera vez que ve la luz esta publicación, como un esfuerzo de varias personas de decir cosas simples, de la manera más simple. De esta forma, en un arranque de originalidad se nos ocurrió el mejor tema que pudimos encontrar, utilizando la lógica más simple, si es la primera vez, entonces hablemos sobre la primera vez.
La primera vez. Es siempre el inicio sin lugar a dudas de algo traumático o por otro lado algo feliz. Cuando pienso (en esa primera vez) surge el momento cuando alguien con mucha propiedad, me dice: es muy bueno lo que escribís. Pensé simplemente que era un cumplido. Pero al pasar el tiempo me encontré leyendo mucho más que antes y con un interés inusitado por saber todo lo relacionado con la Literatura, la Música y la Plástica.
Pero no caigamos en la trampa de pensar que nos referimos únicamente a la acepción sexual de la frase, aunque si bien es cierto que hablar sobre primeras veces por lo general nos puede remitir inexorablemente a pensar en el primer encuentro sexual, hay muchos otros temas que podemos abordar a partir de esta simple frase.
A partir de allí se me abrió un mundo maravilloso de palabras. También surgió algo hermoso que tiene que ver con el descubrimiento de personas tan interesadas como yo con este desafío de ponerle palabras a la vida; porque para mí escribir, es sentirme viva, acompañada y tenida en cuenta.
La vida de los hombres, y las mujeres por supuesto, está llena de primeras veces, y lo mismo puede referirse a sexo que al primer beso, a la primera piedra lanzada al vacío o a la primera ocasión en que vimos de cerca el mar o las montañas. Primeras veces que aunque nunca se habrán de repetir, sí dejan algo imborrable en nuestra memoria individual o colectiva.
En otras palabras, descubrir la escritura fue, mi primera vez más gratificante.
He aquí una pequeña colección de primeras veces, reales o ficticias, posiblemente eso sólo lo sabrán sus propios autores, que nos habrán de llevar por este mar de letras que se leen en el mejor de los casos, de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Y tú, amigo lector ¿en qué piensas la primera vez que piensas en la primera vez?
El elefante funambulista Primer amor (Minificción) Gabriel Bevilaqua Todas las noches me escapaba para espiarla. La visitaban hombres muy disímiles. Ella sabía que lo hacía, así que, cuando tenía poco trabajo, me llamaba para darme caramelos. Pero como era tímido, la obligaba a dejarlos sobre un peldaño. Olían a ella. Un día reuní coraje… Enseguida congeniamos y comencé a frecuentarla. Yo le leía -ella no sabía hacerlo- novelas románticas. «Si tuvieras edad»,
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo decía, y suspirábamos. Pero una tarde la casera me vapuleó: ella se había marchado. Como única despedida me dejó un sobre con un beso inmaculado. Entonces, desde que pude comencé a buscarla de burdel en burdel como a un fantasma.
A tiro de piedra No hay quinta mala (Crónica personal) Francisco Arriaga Es imposible no haberlo encontrado antes. En las adaptaciones minúsculas y desangeladas para anunciar que tenemos una llamada entrando al celular, en los juegos de consolas con sus controles pensados para ser operados por pulpos, en la entrada y salida de ese programa hoy caricaturizado llamado „El chavo del ocho‟. Gary Oldman lo personificó insuperablemente, y sólo una película antes, en „The professional‟, dejó dicho lo que todo mundo sabe: „o te gusta Mozart… o te gusta Beethoven‟. Contrariamente a lo que se cree, Beethoven perdió completamente el oído ya entrado en plena madurez, su juventud la pasó con una capacidad acústica que despedazaba a cuanto pianista se atrevía a poner las manos en sus sonatas. Virtuoso él mismo, pedía y exigía a los pianistas el poseer un alto grado de conocimiento de su instrumento. Innovador también, compuso una sonata que permanecería como el Everest de las sonatas para piano por más de 30 años: La Hammerklavier Sonate. Dicha sonata pretendía exprimir hasta el límite las innovaciones del recién perfeccionado piano de „martillos‟, el antecesor inmediato de los pianos de mazas actuales.
en arranques de furia con arpegios extendidos y acordes quebrados en armonías bien definidas. Y su música sinfónica no se queda atrás: en la Novena Sinfonía, ya completamente sordo, dejó plasmados pasajes que son acústicamente hablando „perfectos‟, y de una hermosura y bravura imposibles de no advertir, pero estos mismos pasajes llevan a los coros a obrar verdaderos prodigios y hazañas haciéndoles topar con el límite de lo que puede ser alcanzado y cantado por la voz humana. Las indicaciones para la matización de los temas fluctúan entre los pianisísimos y los fortisísimos [ppp-fff] esto es, matices acústicamente apenas perceptibles o resonantes con un sonido robusto, „alla bravura‟. Es imposible no haberse encontrado con los temas de su novena y quinta sinfonías, con el tema del adagio que abre la sonata Claro de luna, con la Marcha Turca. En el mes de noviembre de 1987 ignoraba todo esto. Entonces un compañero de secundaria me prestó un disco „LP‟ con la Quinta Sinfonía, una edición alemana. Mucho tiempo pasé creyendo que dicha versión la había soñado, y sólo en fechas recientes me encontré con una reedición digital de aquel disco impreso a mediados de los 70. Recuerdo el aroma de los guamúchiles, de la tierra mojada, la lluvia cayendo y cubriendo poco a poco la ladera del cerro coronado por el Santuario a Nuestro Señor de Jalpa. La emoción de colocar el disco, mover el brazo del aparato con su aguja milagrosa, y ese clap-clap-clap que era más una prolongación de la respiración propia que un sonido ajeno o molesto.
Y aunque la música de Beethoven se ha popularizado tanto, sigue sin ser música popular. Extremos encontrados, sus obras están impregnadas de „temas femeninos‟, es decir, cadencias y melodías que comienzan en tiempos débiles del compás permitiendo un carácter muy cantable, que culmina
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo Comenzó. Ya conocía el inicio de la sinfonía –creí que lo conocía-: la fuerza, el temple; apenas enunciado el tema contundente y enérgico apareció otro tema sutil, enmarcado por los bronces y alientos, un tema dulce. Por alguna razón que sigo sin comprender escuchar a Beethoven exige que el volumen de los altavoces se abra al máximo. Infinidad de minúsculos detalles encerrados en aquellos compases que se extienden uno tras otro, indagando, gritando, cuestionando. Nada más lejos de las sinfonías de Mozart, de Haydn, de las grandes obras de Bach o Vivaldi. Antes de Beethoven no había lugar para la vorágine, los instrumentos podían permitirse expresarlo casi todo, alegría, tristeza, melancolía, tranquilidad – incluso con Vivaldi llegaron a alcanzar el „Estro‟-, pero hasta Beethoven nadie había logrado que tomaran conciencia de su propia voz, y que pudieran gritar de una vez para siempre qué es lo que subyace bajo cada nota. Conforme avanzó ese primer movimiento la música me llevó a ser partícipe de una lucha descarnada, grupos de instrumento definidos con intenciones propias, algo que brotaba conforme las notas iban quedando y siendo borradas de la memoria. Pensé que allí terminaba todo, y esta fue una de las poquísimas veces que mi error no ha sido lamentable. Escuchaba por vez primera una sinfonía completa, y dicha sinfonía era la Quinta Sinfonía de Beethoven, y lo que terminaba era sólo el primer movimiento. Aún quedaban otros tres por escuchar. El segundo movimiento fue un respiro. Algo se mantuvo constante, era „aquello mismo‟ que había sido enunciado en el primer movimiento, pero de manera distinta. Como una reflexión tardía de algo que se hizo y obliga a hacer un alto en el camino, para constatar lo que hay antes y lo que hay después. Era como decir: „hay que seguir andando‟. Ambos movimientos estaban en una cara del disco. Al volverlo para escuchar el segundo lado ya la música no era como antes. La orquesta había dejado de ser algo abstracto, frío y sombrío para ser desde entonces una manifestación de algo que ciertos hombres a quienes llamamos „compositores‟ llevan dentro: una visión del mundo, una comprensión de lo que sucede dentro de cada uno de los demás hombres. Enero/2009
Faltaban dos movimientos. No podía saber que serían los dieciocho minutos más deliciosamente agotadores de mi vida: ambos con indicaciones de „Allegro‟ exprimen las intenciones y las armonías de los dos movimientos anteriores, son la transformación milagrosa de notas en repercusiones acústicas de esas mismas notas. El tercer movimiento semejaba una marcha: majestuoso, casi militar, poco después ese aire marcial cedía a un aire de danza, las premuras ocasionadas por algo que escapa de nuestras manos sin nosotros quererlo, y la reflexión de aquello mismo que hemos conseguido. Pero el verdadero encontronazo se dio en el cuarto movimiento. Beethoven inicia con una declaración triunfal, semejante a aquella que da inicio a la sinfonía, y sobresale de los acordes lúgubres y melancólicos para alcanzar un furor envuelto de gloria y triunfo apasionado. Resaltan las cuerdas, que se sostienen sobre el resto de la orquesta y remontan hasta notas que se antojan larguísimas, mientras en el subsuelo la orquesta obra prodigios para que la armonía y los temas no se desmoronen. Sólo entonces me percaté que estaba de pie, dando traspiés embriagado de sonido, la sensación de la sangre hirviendo y fluyendo en una carrera indescriptible era tan clara que sin culminar en un mareo fue un momento de furor extático. Hoy después de veintiún años, puedo ver claramente que aquel disco LP nunca terminó del todo. Que sigue su danza infinita sobre ese eje hueco, que continúa expandiéndose por el espacio abstracto y omnipresente de la memoria, que sigue permitiendo que Beethoven y sus acordes, que Beethoven y sus armonías no sean un grito lanzado al vacío, muerto y encerrado con tinta y papel. Su música nos alcanza, y sigue exigiendo una atención absoluta. Después de la música de Beethoven sólo hay algo más: la música de Beethoven.
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo Ágape Mi primera vez (Cuento) Francisco Cenamor Escuché el sonido que hacían sus tacones contra la escalera. El resto era silencio. Me agazapé en lo más profundo del portal y esperé. Enseguida salió hacia la calle. Salió con paso firme, como andaba siempre ella. Yo la esperaba allí cada día antes de ir con la pandilla a jugar al fútbol o al escondite. Mis ojos infantiles quedaban fascinados por su belleza. Siempre iba muy arreglada al trabajo. Sólo usaba vaqueros cuando su novio venía a recogerla. Desde mis escondites observaba todos sus movimientos, sus ojos negros, como su pelo, y su cara dulce y morena. Era la hermana mayor de Jorge, y de Castor, el chico del portal al que mató un coche cuando perseguía gorriones por el barrio. Precisamente entre los coches me quedé escondido aquella tarde. Yo llevaba mi escopeta. La había hecho sobre una tabla, con un clavo al extremo, donde se sujetaba la goma que portaba la bala homicida: el muelle de una pinza. El disparador era otra pinza. Esperé a que ella saliera al claro del aparcamiento. Apoyé sobre mis dos piernecitas mi cuerpo menudo y apunté a su pantorrilla. Pude ver toda la trayectoria del proyectil a cámara lenta y escuché con nitidez el silbido de aquel pedazo de acero. Después el impacto seco, acolchado, contra su piel viva. Vi con deleite el muelle perforando su carne, rebotando después en sentido contrario. Mordiéndome los labios y entornando los ojos disfruté del momento. Ella aprovechó mi pasividad para darme un fuerte guantazo. Mi cabeza sufrió entonces un giro repentino, mi pelo dibujó en el aire una suave onda, una gota de sangre salió de la comisura de mis labios. Cuando recuperé la perspectiva me quedé embelesado mirando el contoneo de su caminar. Se paró, se agachó para tocarse la zona impactada y uno de sus dedos entró en contacto con la sangre de la herida. Un fuerte calor subió hasta mi rostro. Me Enero/2009
moría de placer sin saber que aquello era el placer. Una gota de mi propia sangre entró en mi boca produciendo un agradable sabor. Mis piernas comenzaron a temblar y me senté en el suelo, reposando la cabeza en la rueda de un coche. Cerré los ojos sonriente. Aquella fue mi primera vez.
Breveratura Primera vez (Minificción) Delfín Beccar Varela Él, otra vez humillado en un rincón. Ella ahí, al borde de la cama, insultándolo y recriminándole como siempre, pero esta vez da un paso más y lo fulmina con una tremenda estocada al ego masculino: - tu poca hombría me obliga a tener que acostarme con otros… El hombre se convierte en un volcán y explota en un rapto de violencia. Extiende los brazos y con manos firmes ahoga los últimos agravios que suelta su víctima. Atónito mira como la mujer pierde el aliento, la ve apagarse y con esa última exhalación llega al éxtasis, tras años de impotencia se pierde en un orgasmo liberador. Consternado, descubre su inevitable destino.
Historias casi verdaderas Derqui y los fantasmas (Relato) Zumm Dice la leyenda que Derqui es una zona privilegiada, porque tiene en sus cercanías a un pueblito
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo abandonado, y que es el elegido por los poetas y escritores fallecidos, para vacacionar, si se le puede llamar así, al descanso que se toman después de muertos, por algunos días en este lugar. Esta es la primera vez que me atrevo a venir. El sol estaba bajando. Al mediodía estaba blanco, ese blanco que ciega, luego derivó al amarillo y dentro de un rato, se pondrá rojo. Cuando el horizonte se tiñó de arrebol, empecé a caminar hacia el pueblito abandonado. Tenía puesto un viejo gabán con los bolsillos llenos de libros de diferentes autores. Si le leyenda era verdad, regresaría a mi casa con muchos de ellos autografiados. Tomé por el viejo camino vecinal, ahora casi intransitable, donde las piedras y las ramas caídas de los árboles eran un tormento para mis pies. Tendría que haberme puesto las botas. Salí del camino, hacia la izquierda, donde me dijeron que había un sendero, que acortaba el camino, pasando por medio del bosque, casi impenetrable por su densidad. Centenarios árboles constituían este grandioso bosque, al que ningún habitante de Derqui osaba acercarse. La caída de la noche, me sorprendió bajo los árboles. Nubes de mosquitos comenzaron a molestarme. A través de las nubes, la luna proyectaba un hilillo de luz. Ya era de noche, cuando descubrí allá lejos, en el pueblo deshabitado, unas extrañas luces. Caminé lentamente y con precaución hacia las luces que parpadeaban, como diciéndome que me alejara. Que no me acercara mas a ese lugar prohibido para los mortales. Deseché mi temor y continué avanzando, esforzando la vista para tratar de ver algo. Al acercarme a unos cien metros pude ver que lo que antes fue la calle principal, ahora solo era un montón de casas derruidas. Sentí una congoja terrible, como si una mano espectral, apretara con fuerza mi corazón Me arme de valor y entré en la calle apenas iluminadas por unas lámparas desnudas.. Enero/2009
Había gente en sus veredas. Paseaban los hombres, fumando la mayoría y otros hablando y moviendo los brazos en forma ampulosa. También habían damas que paseaban cogidas del brazo y riendo suavemente. No había niños. Solo gente adulta. Parecía mas bien una calle del lejano oeste, que hemos visto tantas veces en los films. Veredas entablonadas de viejas y crujientes maderas y en la calle propiamente dicha, tierra y pedruscos y algún matorral suelto llevado por la brisa. En la primera esquina había más luz. Era, por lo que su desteñido letrero anunciaba, el Café Tortoni. En nada se perecía al café Tortoni de Buenos Aires. Se escuchaban cantos y risas y podía verse en su interior, lo que se ve en todo Pub irlandés. Gente acodada en el inmenso mostrador, bebiendo jarros de espumosa cerveza, otros con copas de licores, todos charlando animadamente. Algunas de las pequeñas mesas estaban ocupadas. Era todo un espectáculo observar a ese bestiario humano en pleno tren de fiesta. Pensé que algo festejaba esa gente. Detrás del mostrador, había un largo espejo, manchado por la humedad de los siglos, donde había colocado un letrero que decía “Bienvenidos personajes de J.L.B.” Entré, sin que nadie me mirara más de dos segundo y me senté en una mesa un tanto apartada del centro. Se acercó un mozo rubicundo y me preguntó qué quería tomar. Le pedí que me trajera una pinta de cerveza negra. -Usted es argentino -me dijo - me dí cuenta por el acento y porque hoy tenemos mayoría de clientes argentinos. ¿Me podría decir de cuál cuento es? Se me hizo la luz. Estos clientes argentinos y el cartel de bienvenida en el espejo, se referían sin duda a los personajes de los cuentos de Jorge Luis Borges. Por suerte, soy un fervoroso lector de la obra de Borges y algo me acuerdo de sus temas. -¡Yo soy Juan Dahlmann! -le contesté muy suelto de cuerpo. Se hizo un silencio sepulcral en la taberna. Solo se escuchaban las respiraciones agitadas de los parroquianos que me miraban con asombro.
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo -¡Juan Dahlmann! El que compró un ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil y luego se enfermó -dijo uno… -¡No se enfermó! Se rompió la cabeza con una ventana abierta -aseguró otro. -Y después fue a su estancia a recuperarse -recordó un hombre alto, de ojos afilados y barba gris a quien reconocí enseguida. Era nada menos que Stephen Albert, del cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan”. -Pero no alcanzó a llegar, porque se metió en el almacén de Ramos Generales a comer -continuó una mujer que no podría ser otra que Beatriz Viterbo (Todavía recuerdo la frase -Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, Borges) Se me acercaron todos y me saludaron con calor, a pesar que yo sentía el frío de la muerte en sus manos. Decidí seguir con mi papel. Conocía el cuento “El Sur” como la palma de mi mano, pues una vez hice para unos amiguitos, el guión de dicho cuento, para ser representado en el colegio. Demás está decir que fue un éxito. Todos me hablaban a la vez. Todos recordaban partes del cuento, pero lo que absolutamente todos querían saber, aunque ahora ya lo sospechaban, era el verdadero final del cuento. Borges hizo un final abierto. Un final que cualquiera podría imaginar a su manera, pero que siempre quedaría con la duda, de si ese final elegido era el real. El final que había imaginado Borges. Ahora tenían ante ellos a Juan Dahlmann y no mostraba ninguna lesión. Para dar más credulidad a esa idea, me quité el gabán que llevaba puesto y lo dejé sobre el respaldo de una silla. Se fueron tranquilizando y aunque conversaban animadamente me di cuenta que mi respuesta los había dejado satisfechos. Cuando quedé solo en mi mesa, me dispuse a beber mi pinta de cerveza. Estaba eufórico. Me había hecho pasar por un personaje de Borges y todo había resultado bien. Pagué mi cuenta y salí a la calle. Quería caminar por las pocas calles que quedaban en pie, todavía en este pueblo fantasma. Enero/2009
Al llegar a una esquina se me acercó un hombre tambaleándose. Era un compadrito de cara achinada. Me injurió con mil palabras, a los gritos, como si estuviera muy lejos. Jugaba a exagerar su borrachera. Sacó su largo facón y me invitó a pelear, diciéndome que ya me había matado una vez y ahora lo repetiría. Objeté con trémula voz que estaba desarmado. En ese punto algo imprevisible pasó. Desde la vereda de enfrente, casi arrastrando los pies, se acercó un viejo gaucho que me tiró una daga desnuda que vino a caer a mi lado. Me incliné a recoger la daga y sentí dos cosas. La primera que ese acto casi instintivo me comprometía a pelear. La segunda, que el arma en mi mano torpe, no serviría para defenderme, sino para justificar que me mataran. ¿Sería este el final ideado por Borges? ¿O acaso ahora desde el universo de los Grandes Escritores había decidido cambiarlo? Me enrollé el gabán en mi brazo izquierdo y decidí averiguarlo.
De paso El río (Relato) Pablo Matilla Me acuerdo de que el día del entierro de Rubén, Álvaro y yo corríamos por entre los bancos de la iglesia. Le había preguntado que dónde estaba Rubén y él, en un susurro, me dijo: “Sígueme, yo sé dónde está.” Y entonces comenzó a correr por entre la gente. Como en una carrera de obstáculos, íbamos esquivando las piernas de los mayores, que estaban pendientes de lo que decía el cura. El camino era tortuoso: había un hombre con pantalones de pana gruesa; otro con unas botas embarradas por la lluvia de afuera; una mujer que tenía las piernas cruzadas y que movía arriba y abajo la punta de su zapato (me
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo resultó difícil de sortear: me agaché y gateé por debajo de ambas piernas. Álvaro me cogió algo de ventaja porque había gateado más rápido que yo); y un señor mayor con su bastón, que me quiso poner la zancadilla, aunque yo fui más hábil. Recuerdo que nos reíamos y que mi madre, tres filas más atrás, nos chistaba para que guardáramos silencio.
obligación hacia Álvaro y Rubén. Di un paso más, aunque no sirvió para acortar la ventaja de mi amigo. Grité para que me esperara, pero fue en vano. Intenté que el ruido del río me tranquilizara, pero yo sólo pensaba en que mis manos no eran lo suficientemente fuertes para sujetarme. Miré hacia delante y no vi a Álvaro: había llagado a la curva. Su falta en el paisaje me hizo sentir más nervioso y, sin darme cuenta, aceleré mis pasos. Fue entonces cuando oí el golpe. Como yendo detrás de una certeza, mis manos se volvieron más ágiles; a pesar del miedo, quería llegar a la curva. Para salvar el nerviosismo volví a concentrarme en el sonido del río a mis espaldas, sólo me sirvió para olvidar unos segundos el dolor de las manos, que apretaban con fuerza la barandilla. Lo que no pude evitar de ningún modo fue encontrar tras la curva lo que no quería encontrar. En el río, la nariz y la boca abierta de Álvaro asomaban fuera del agua, la sangre se diluía alrededor de su cabeza y se iba, como si nada, río abajo. Creo que fue en ese momento cuando, por vez primera, comprendí que Rubén no volvería.
Sorteamos el último par de piernas del banco y llegamos al pasillo central. Echamos a correr hacia la puerta principal, compitiendo por ver quién llegaba antes. Él llegó primero afuera. Aunque apenas lloviznaba fuimos pasando de morera en morera hasta al río, que pasaba por detrás de la iglesia. “¿Ves? Mi padre dijo que Rubén se fue río arriba”, Álvaro señalaba la curva en la que el río se dejaba de ver. “¿Y a dónde se llega por ahí?”, dije. El río discurría dentro de un muro hecho de ladrillos ya viejos. Había agujeros en la pared, parecía sencillo avanzar junto con el río. Justo eso hizo Álvaro, tras saltar la pequeña barandilla. “Comprobémoslo nosotros mismos”, dijo desde abajo. El otoño acababa de comenzar y el río tenía aún poca agua, por lo que el muro medía unos cuantos metros, no recuerdo cuántos. Antes de seguir a Álvaro, que ya había dado cinco o seis pasos en el muro, grité: “¿Volverá Rubén?”. No respondió. Afiancé bien los pies en sendos agujeros, y me agarré bien las manos en la barandilla antes de seguir adelante. A pesar de que la lluvia me hiciera resbalar, me parecía que caminar por aquel muro ya era casi una cuestión de honor, una especie de Enero/2009
Diario de un estafador Y no será la última (Cuento) Jesús Humberto Olague Alcalá Ya habían pasado veinte años, pensaba Graciela mientras veía al hombre salir lentamente de la habitación a atender a quien tocaba el timbre de la puerta del diminuto departamento, que se lograba ver sin obstáculo desde el lugar en que ella se encontraba. Veinte años que no habían sido fáciles, aunque tampoco tan difíciles, al menos no como pensaban la mayoría de los amigos y conocidos, no como se rumoraba en el pueblo, - ¡pobre Chelita!, mira nada más, haberse quedado fuera de la iglesia esperando a un tipo que no sólo no llegó, sino que pasó frente al templo del brazo de otra -, de Lucía, la que siempre se había autoproclamado su mejor amiga y que todos
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo sabían que vivía con un fulano, un viejo que le triplicaba en edad, por mucho, pero no en experiencia. Los primeros días fueron de llanto y amargura, y no por desamor o por despecho, sino del coraje y la vergüenza de que le hubieran hecho eso, a ella, que se había enamorado de Antonio de tal forma que aunque estaba acostumbrada a una vida de lujos y comodidades, pensaba dejar todo para entregarle su vida entera, con la única condición de que no le pidiera acostarse con él antes de la boda.
Pasaron unos meses en los que se fue recuperando y convenciendo de que por algo pasan las cosas, al final, seguramente, todo habría de ser mejor lejos de la gente en la que confió ciegamente y tanto la había lastimado. Después de todo se vino a dar cuenta de que ella no había perdido las ganas, al menos las de vivir, ver, viajar, vencer, y encontraba en la situación el pretexto perfecto para tomar ventaja y salirse con la suya, ahora sí no habría poder humano que la retuviera en el pueblo, se iría a estudiar a la capital y ya después Dios diría.
A Antonio, por supuesto, no le había caído en gracia que Graciela le negara la prueba de amor que le exigía y pensó mil veces la forma de vengarse, de hacerle pagar por sus desplantes de niña mimada, de bajarla de la nube y humillarla, no importaba que fuera la hija del más importante textilero del estado y uno de los hombres más ricos de toda la región.
Sólo había algo que arreglar consigo misma, convencerse de que nunca nadie volvería a engañarla ni burlarse de ella, que nadie tendría su virginidad a menos que fuera para vengarse de Antonio y de Lucía, o porque encontrara a la persona adecuada para regalar el que ahora se convertía en su más preciado tesoro.
El caso de Lucía era diferente, a ella la había adoptado, o algo parecido, como su hermana mayor, su única hermana, ya que las dos eran hijas únicas y aunque Lucía era un par de años mayor eso no cambiaba el cariño que Graciela sentía por ella, y la pena desde que un par de años atrás sus padres habían muerto en un accidente automovilístico; así que la había llenado de regalos sin saber que aquella estaba celosa y le odiaba porque pensaba que todo lo que hacía por ella era para hacerle menos en frente de la gente; celos que la llevaron primero a no hacerle caso cuando le decía que no estaba bien que se acostara con cualquiera que le pasara por delante; luego a no querer hablar más con Graciela, a escondérsele con cualquier pretexto; para después irse a vivir con el viejo don Alfonso, el abarrotero del pueblo; y finalmente, a acostarse con su novio con el afán de destrozarle la vida, oportunidad que, en cuanto se presentó, aceptó gustosa.
Convenció a sus padres de dejarla irse, con el pretexto de que si se quedaba ahí corría el riesgo de que todos la señalaran y se burlaran de ella por haber sido humillada y puesta en evidencia frente a todo el pueblo. Así las cosas una mañana de verano, atípicamente fría para la época del año, partió a estudiar a la capital del estado sin que nadie en el pueblo se enterara, aunque seguramente todos lo hubieran sospechado. ¡Ah!, pero no se fue sin antes hacer a sus padres prometerle que no habría represalias en contra del ex novio y la hasta hace algunos meses mejor amiga, que en todo caso a ella le habría de corresponder vengarse si así era preciso.
Sus padres, buenas personas a pesar de todo, nunca pensaron en cobrar venganza de Antonio, y mucho menos de Lucía, al menos no mientras se dedicaran en cuerpo y alma a lograr que su nena estuviera más tranquila y pasara del duro golpe que seguramente significaría para ella toda esta situación, y no hicieron otra cosa que llenarla de regalos, cumplirle sus más mínimos caprichos y darle todo el cariño que creían conveniente. Enero/2009
No faltaron los que intentaron acercarse a ella, pero a todos rechazaba con la idea fija de cumplirse la promesa que se había hecho a sí misma; siempre virgen, al paso de los años fue a vivir a Europa, la que recorrió un par de veces hasta que se le ocurrió avecindar en Madrid, desde donde se dedicó a la importación de las prendas de ropa que se fabricaban en la empresa familiar, haciéndola crecer hasta alcanzar proporciones que nadie hubiera imaginado. Veinte años tardó en regresar Graciela convertida en toda una mujer, hermosa, para hacerse cargo de los negocios familiares, ¿qué más podría hacer ella ahora que su padre estaba seriamente enfermo?, sin hermanos y con una madre que a falta de experiencia en amamantar chamacos y cambiarles los pañales,
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo no sabía de otra cosa que no fuera hacer de comer, tejer ganchillo, jugar a las damas chinas y dar órdenes a la servidumbre, mientras rezaba una y otra vez la misma fórmula, un rosario con letanía, seguidos del viacrucis y una larga cadena de jaculatorias, - para que Dios guarde al viejo y nos lo devuelva bueno y sano, si es que esa es su santa voluntad, porque si no, pues que nos socorra con su infinita misericordia y no lo tenga demasiado tiempo sufriendo ahí nomás postrado en cama, y pues ya que estamos en pedir, nos perdone de una vez por los malos pensamientos -. Al poco tiempo de haber vuelto al pueblo se enteró, sin desearlo en realidad, de boca de la Güerita Loperena de que Antonio y Lucía no lo pasaban de la mejor manera. Se vino a dar cuenta de que a Lucía, don Alfonso le puso una paliza, al enterarse de sus amoríos con Antonio, hasta mandarla al hospital, para encontrarse una vez dada de alta, con que el vejete le había vaciado la casa en que vivía, única herencia que le quedaba de la muerte de sus padres. De Antonio supo que su padrino, don Pepe, dueño del rancho en que aquel trabajaba, le había despedido apenas le había vuelto a ver después de la afrenta a su ahijada consentida, y le era muy difícil encontrar trabajo porque todos en el pueblo le repudiaban por lo que le había hecho. Se enteró que en un afán de reparar las cosas, se casaron y tuvieron un hijo, pensando que en el pueblo, al verles ya como una familia, su suerte sería mejor, cosa que no había sucedido, sino todo lo contrario, el desprecio de la gente había aumentado mientras que era su hijo quien había tenido que trabajar desde pequeño para convertirse en el único sustento de sus desafortunados padres. Así pues, pensando que no tenía caso ya organizar una venganza, porque el tiempo y el destino ya se habían encargado de hacer lo propio, se fue olvidando del tema mientras se dedicaba a la empresa en donde volcaría todas sus pasiones y saciaría todas sus ansias de ahora en adelante. En las primeras semanas, mientras hacía una revisión de la nómina de la empresa, encontró en la plantilla de personal a un joven, Rodrigo Martínez, Enero/2009
que estaba encargado de mantener el archivo de la compañía y que había sido contratado personalmente su padre en condiciones un tanto extrañas, ya que su expediente no contenía la más mínima información, y que causaba en todo el personal de la fábrica la misma reacción, silencio total, cuando ella intentaba indagar sobre su origen y la causa de tan extraña contratación, hasta que le preguntó a su padre quien por única respuesta le dijo que él trabajaba bien y eso era lo único que debía importarle, que no se preocupara porque ni era hijo suyo, ni pariente o cosa por el estilo, y que le pedía no volver a tocar el asunto porque entonces sí tendría un problema con él. Convencida, conociendo la testarudez de su padre y la lealtad que todos sus empleados le tenían, de que no obtendría más información por más que lo intentara, una vez confirmada la historia con su madre, decidió llevar con ella a Rodrigo a trabajar como su asistente personal, al fin que si su padre lo protegía con tal vehemencia y todos decían que era honrado y trabajador, pues seguramente no habrían de equivocarse. El trabajo y la convivencia diaria, la soledad y toda una colección de cuentos en común fueron haciendo que ya no sólo se vieran como patrona y subordinado, sino que se lograran una confianza y familiaridad mayor a la que había tenido jamás con otro hombre; hasta que un día, en el pequeño departamento de Rodrigo, mientras trabajaban en la documentación para el embarque de un pedido urgente hacia España, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo cuando el se acercó demasiado para cotejar los pedidos del cliente contra las órdenes de embarque; fue entonces que, viendo el nerviosismo que a él también se le notaba, supo que ese joven de escasos diecinueve años recién cumplidos que bien pudiera ser su hijo, era el hombre con el que quería compartir una virginidad que si bien nunca le había estorbado, hoy comenzaba a perder fuerza en su interior y a recobrar sentido. Así volteó lentamente hasta que la cercanía de sus labios fue tanta como la lejanía de sus ojos y no había forma ya, ni deseos, de rehuir al encuentro. De lo que habría de seguir no hay mucho que contar, besos, caricias, dos bocas y cuatro manos que desnudas denotaban la misma inexperiencia y las
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo mismas ganas, a pesar de las diferencias de edades y de tiempos, de las diferentes circunstancias que les habían llevado hasta ese punto, que eran sólo el prólogo de lo que habría de ser una obra maestra de ternura, dolores, caricias, gemidos, sollozos, embestidas violentas, humedades, penas y alegrías, que concluirían en la fusión de un abrazo largo y silencioso. Así era como veinte años se le iban borrando de la memoria poco a poco y los recordaba al ver salir a Rodrigo de la habitación, abrochándose la camisa y acomodándose los mechones del cabello para abrir la puerta a la que llamaba una visita inesperada.
para dar su primer discurso como presidente electo ante 65.000 afortunados que lograron obtener un boleto para el acto, y ante tantos otros miles que llegaron sin entrada, obligando a la policía a organizar un sitio alternativo para albergar a tanta gente.” Leo en voz alta, a sabiendas que disparo a quemarropa a los muchachos del barcito, ese que está debajo de la autopista, en la infaltable cita de los sábados por la tarde. Cuando termino, doblo cuidadosamente el diario, lo dejo a un lado y los miro expectante.
Cual sería su sorpresa al descubrir en el quicio de la puerta el rostro lleno de curiosidad de Lucía que espiaba para descubrir a la chica que adivinaba estaba ahí, cual cuando vio la cara descompuesta de Lucía al verla desnuda, recostada en la cama de su hijo, al ver como se desvanecía entre los brazos de Rodrigo, al escuchar el sonido hueco de su cabeza rebotar varias veces contra el piso, y darse cuenta de que, a pesar de todo, el tiempo le había otorgado la satisfacción de la venganza al mismo tiempo que hacía el amor por primera vez - y no será la última -, se dijo sonriente mientras daba una fumada lenta al cigarrillo que acababa de encender. -Yo no sentí emoción alguna. No se me mueve un pelo. Me gustó eso que dijo Noam Chomsky, ese extraño peñasco rojo en medio de un inmenso y embravecido mar capitalista. Algo así como “Obama es un blanco que tomó dos horas de sol”. Otro que no cree en el gran acontecimiento, en el nacimiento de un nuevo destino manifiesto, en la refundación de una nación, que los entusiasmados seguidores de Barak no dejan de prometer a los cuatro vientos.
El espejo Un negro porvenir (Relato) Arqui “Terence Scott manejó durante nueve horas sin parar desde Tennessee para llegar a Chicago. Los hubiera hecho caminando con tal de estar aquí para escuchar al primer presidente negro en la historia de Estados Unidos. ´Sólo porque es Obama. Es un gran hombre`, dice desde sus 20 años. Está emocionado, como cada una de las miles de personas que vinieron al inmenso Grant Park para festejar la victoria del demócrata. Obama citó a sus votantes en este parque al borde del lago Michigan Enero/2009
Lanza su réplica el Tano luego de pensar un momento y, seguramente, buscar en su arcón lingüístico esos adjetivos y metáforas tan floridos que guarda para la ocasión. -Quizás se pueda esperar una relación más equitativa con nuestros países: no olvidemos que el hombre es demócrata, el partido de Kennedy, de Carter; en fin, siempre será mejor que el que está ahora. La negritud le puede dar otro punto de vista, supongo,
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo por aquello de la esclavitud y la cabaña del tío Tom y Malcom X y Luther King.
Lectores opinantes
Tercia Richard con ánimo de encontrar alguna baraja buena en esa mano de naipes perdedores que siempre nos toca a los latinoamericanos cada vez que los grandotes del norte reparten las cartas, fijan la apuesta y, por supuesto, deciden a qué se juega.
En esta edición no contamos aún con opiniones de lectores, pero esperamos que pronto, con tu participación, tengamos mucho que contar de gente que comparte nuestro interés por expresarse.
-Estás completamente equivocado, es un negro integrado a la burguesía norteamericana: el color, en esto, es lo de menos. Y para ellos, sean blancos, negros o amarillos, el mundo se divide en dos: América y el resto del mundo. Y América, sépanlo señores, es la tierra elegida por el Señor y el resto es territorio de Darwin y sus monos. Ironiza Leo, provocando risas y aplausos con la última frase. Ingenioso y brillante siempre, Leo. -Otros cuatro, por favor. Pido al mozo que está recostado en la barra, acompañando mis palabras con el gesto universal que simboliza el pocillo de café. Una nueva ronda a la que todos adhieren bulliciosamente, un pasaporte para alargar la charla, perdernos en ensortijadas cavilaciones, lanzar teorías y aventurar opiniones que harían palidecer de envidia al analista más pintado. Sí, podemos arreglar el país, enderezar el mundo y, si cabe, ajustar el recorrido cósmico de la Vía láctea. Pero nuestras vidas, las propias miserias, los errores de los que nunca aprendemos, ¿seremos capaces de lidiar con ellos?, ¿tendremos alguna receta a mano?
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-¿Y quién gana el campeonato?
Enero/2009
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Participan en esta edición
Francisco Arriaga (México)
Victoria Asís (Argentina) Escritora, poeta, comunicadora. Ha participado en diversos proyectos antológicos como la primera Antología Poética de la ciudad de Magdalena, la Antología Poética, Imágenes Perfumadas, la Antología 300 escritores hacia el 2000, Antología de lujo de la literatura actual; participa de los Torneos Abuelos Bonaerenses, siendo finalista en Mar del Plata con «Más fino que el oro . . .»; edita dos libros personales: «Voces del Paraíso» en 2002 y «dúo» (bilingüe, español - portugués) en 2004 con el poeta brasileño Iacyr Annderson Freitas (Minas Gerais). En 2006 publica el poema «Ciber - Poema» y en 2007 «La rosa azul», sobre la película de Brian de Palma y el libro de James Ellroy sobre la muerte de Beth Short. Actualmente prepara el libro Poesía erótica. Es directora y editora de la revista cultural «Alas del Sur» y colabora con la revista digital «Estrellas Poéticas», de la diáspora judía en la columna de Danzas Clásicas. Entre otros proyectos ha coordinado talleres literarios en unidades penitenciarias de Buenos Aires, Magdalena y La Plata; dirigido el programa radial La radio y los creativos en FM Ciudad 92.9 de Magdalena; compone junto al músico Rubén Calandria el tema apertura del Primer Festival de la Danza y el Folklore ´98 - A tubicha - en ritmo kaani; y participado como jurado del primer Concurso literario del Regimiento 8 de Tanques General Necochea. Gabriel Bevilaqua (Argentina) Técnico, aunque ya olvidé en qué y lector indisciplinado. Por lo demás siempre me ha gustado creo que como a todos - escuchar historias. Lo que me ha llevado, ahora, a intentar ser yo - ¡pobre iluso! -, el que logre esbozar alguna trama que atrape vuestra atención. Si lo logro, más que pagado estaré. ¿Qué más puedo decir de mí? Que me interesa el cine, la historia, el arte, la tecnología, etc., ... y el animé.
Escritor zacatecano que nació en Aguascalientes y vive en Tamaulipas. Coleccionista de libros, impresos o virtuales, que también le hace a la música, la patrología, la historiografía, y en sus ratos libres escribe para algún periódico zacatecano, pero ya el lector verá qué va descubriendo en sus propias palabras. Francisco Cenamor (España) De formación autodidacta, comienza tarde a escribir poesía. En 1999 Talasa Ediciones publica su primer libro, Amando nubes, lo que le posibilita viajar por toda España dando recitales. En 2003 sale su libro Ángeles sin cielo, editado por Ediciones Vitruvio, editorial que publica en 2007 su último libro, Asamblea de palabras. Ha sido incluido también en numerosas antologías y revistas impresas y digitales. Ha organizado y organiza numerosas actividades poéticas. Dirige la revista digital Asamblea de palabras. Es coordinador del Club de Lectura de la Universidad Carlos III de Madrid. Profesionalmente se dedica a la interpretación, apareciendo en televisión, teatro y cine. Delfín Beccar Varela (Argentina) Periodista, escritor. Trabaja como asesor en áreas de comunicación y en el desarrollo de proyectos vinculados a la gestión pública. Escribe para una revista cultural una sección sobre historias y leyendas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. También redacta artículos de actualidad, política y opinión para distintos medios de comunicación. Escribió una serie de crónicas de viaje para una revista relacionada con el turismo. Publicó el libro de cuentos 'Esclavos de la Sombra' en el año 2006. Es redactor fundador junto a Alejandro Gelaz del sitio minificciones.com.ar. Publicó artículos y entrevistas en distintos sitios web dedicados al ámbito de la cultura. Trabajó en publicidad y en agencias de promoción de eventos culturales.
Lo demás, ya habrá tiempo para develárselo a quién le interese... Enero/2009
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo Zumm (Chile/Argentina) Mauricio Castillo, nació en Viña del Mar, hace ya mucho tiempo. Por motivos que no vienen al caso, vivió muchos años en un generoso país de Europa, donde quedó la mitad de su vida. Hace 17 años que vive en la Argentina, a la que considera su segunda patria, pero sin olvidar sus raíces. Trata de escribir siempre con humor, para no tener que pensar. Se declara ateo y considera que la amistad es lo más valioso de la vida. Ha escrito una gran cantidad de libros entre los que destacan 'Mujeres. Manual de uso y mantenimiento', 'Las aventuras de Mirinda', 'Vida de ladrones y algo más...' y una serie de libros de cuentos, entre otros; disponibles para descarga gratuita en su tienda en Bubok (http://zumm.bubok.com/). Pablo Matilla Gutiérrez (España) Nació el año de 1986 en Oviedo (Asturias), aunque desde 2005 vive en Barcelona, donde estudia Filosofía. Escribe principalmente cuentos, por los que ha recibido algún premio literario. Lleva el blog Los ritos de paso, donde publica periódicamente temas relacionados con la literatura. Jesús Humberto Olague Alcalá (México) Ingeniero en Sistemas Computacionales, chilango (originario del D.F., México) de nacimiento, zacatecano por herencia, adopción, convicción y querencia; que escribe por afición y pudo ser médico pero siente repulsión hacia las heridas; le gusta casi toda la música, en especial la trova, y casi toda la lectura, principalmente la de escritores latinoamericanos como Taibo II, Ibargüengoitia, Benedetti, entre otros; prefiere las ciudades coloniales a las playas y las corridas de toros a las peleas de gallos; y que tiene el gran problema de que todo lo demás se le olvida si tiene un aparato de TV frente a él, aunque esté apagado. Participa en algunos proyectos colectivos sobre temas tan diversos como su tierra, Zacatecas, amigos, música y Enero/2009
cuentos, y aunque no tiene experiencia en esto, es el inventor de este invento. Arqui (Argentina) Juan Carlos Sánchez, arquitecto, bonaerense, ha logrado arrimar las palabras con los ladrillos. Se dedica, entre otras cosas, a la producción editorial y de contenidos de dos revistas institucionales de arquitectura. Pero es en estos espacios virtuales donde se entrega a su adicción, la ficción en todas sus formas. Le gustan los textos breves, los cuentos, los microrrelatos: la intensidad con recursos escasos, la punta del iceberg, los silencios y los huecos antes que la verborrea y los llenos. Ahora, espera ser leído y juzgado con benevolencia. Carlos Alberto Olague Alcalá (México) Soy publicista, director general de una agencia BTL. Nacido en la ciudad de México, pero radico en Zacatecas. Soy candidato a portador de la vela perpetua, aunque la vela perpetua no está muy de acuerdo. También soy monero, y la mayor parte del tiempo no sé qué hago aquí además de ser el responsable del diseño de portada. Arte fotográfico Las imágenes utilizadas para ilustrar las secciones, y todos sus derechos son propiedad, tal como se indica a continuación, de sus respectivos autores de los que se obtuvo permiso expreso para su uso. Aquí me pongo a cantar, Writing de Carsten Spielman (www.7zeichen.net/). A tiro de piedra, Piano de Esther Seijmonsbergen (www.goodredroad.nl/webgallery/home.html) Breveratura, Primera vez de Alejandro Gelaz (minificciones.com.ar). De paso, Flood water de Johnny (www.flickr.com/people/johnnyramsay/)
Ramsay
El espejo, Obama 2088 Profile con autorización de Cubaprensa (www.flickr.com/photos/41404891@N00/)
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