El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo
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Editorial ..................................................................... 4
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Hablando con la muerte, o de ella ......................... 4 Poesía desde el otro lado del estercolero.................. 4 Repaso mis tres muertes ....................................... 4 Diario de un estafador ............................................... 4 Desde el rincón...................................................... 4 Memorias de una bruja… y loca ................................ 5 Loving Cris3n......................................................... 5 Ágape ....................................................................... 6 Perros .................................................................... 6
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Desde el otero ........................................................... 7 Sin palabras .......................................................... 7 El elefante funambulista ............................................ 8 Juan y yo ............................................................... 8 A tiro de piedra .......................................................... 8 Muertes de papel ................................................... 8 Historias casi verdaderas .......................................... 9 Tres muertes misteriosas (primera parte) .............. 9 En nombre de todas las letras ................................. 11 Un hombre frente a la fuente ............................... 11 La casa en el ciruelo ............................................... 12 Poema 31 ............................................................ 12 En negro sobre blanco ............................................ 13 Las tres muertes .................................................. 13 La almadraba .......................................................... 15
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El hombre del laberinto ........................................ 15 Lectores opinantes .................................................. 17 Participan en esta edición ....................................... 18
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Editorial
Poesía desde el otro lado del estercolero
Hablando con la muerte, o de ella
Repaso mis tres muertes
La redacción
Carlampio Fresquet Triturado entre las fauces férreas de cualquier miserable cuneta, repaso el instante de mis tres muertes, sin las tragedias ni los violines que acompañan al resobado último aliento. Después, lágrimas de mar negras y la leve sonrisa cansada de la póstuma brisa de poniente.
Si hay algo de lo que podemos estar absolutamente seguros es de la muerte, y es por ello que nos resulta tan temida como tentadora, porque no sabemos a ciencia cierta lo que detrás de su velo nos espera. Es tema que nos lleva a diferentes latitudes de la imaginación, y aunque por lo general cuando hablamos de la muerte nos referimos a la del cuerpo, también a veces podemos hablar de otros tipos de muertes que nos atañen, nos interesan, nos llaman en un coqueteo sin fin y, en el peor de los casos, nos agobian. Tal vez encontremos en la expresión aquellas cosas que perdimos en el camino, que se nos murieron de a poco entre las manos, como la infantil candidez de las tardes de domingo. Posiblemente nos lleve a pensar en la muerte que nos busca y nosotros a veces le buscamos, unas desesperadamente y otras sin ganas de encontrarle, para quitarnos de un mal de amores, para vengarnos de nuestra suerte o, simplemente, para sentir por dentro, mezclada con la sangre, correr una savia de vida que rejuvenece al más cansado, al propio Matusalén después de novecientos y tantos años.
Una por el pasajero oscuro, dos en cada noche efervescente, tres, son tres, en la cuneta de la vida. En día de difuntos cambiarás los ramos de la tapia, mientras alguien cuenta tres historias para que la carcajada rompa el silencio. Una por el pasajero oscuro, dos en cada noche efervescente, tres, son tres, en la cuneta de la vida. Aunque otros morirán más tarde y serán encontrados en el eco de la risotada nunca podrán olvidar mi nombre.
Podríamos hablar de tantas vidas como las que los gatos, siete o nueve según la cultura popular les quiera otorgar, pueden disfrutar, e invariablemente tendríamos que hablar de otras tantas muertes que siempre vendrán, tarde o temprano y con rigurosa puntualidad, a acompañarles al final de su camino. Pero no caigamos en la tentación de entrar en otros asuntos menos terrenales, ya que hacerlo resultaría, para lo que acá nos ocupa, poco menos que un despropósito fenomenal, mejor veamos lo que a este bando de simples mortales les evoca el tema de la muerte, no una sola, sino tres.
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Diario de un estafador Desde el rincón Jesús H. Oague Alcalá Enjuta, famélica, seca, así podríamos describir a la mujer que mira la escena desde el rincón más alejado de la habitación, su hirsuta cabellera gris se confunde con el tono percudido de una pared encalichada que hace mucho tiempo fue blanca, que ha perdido brillantez por el paso de los años y la acumulación de
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo cochambre, sus manos artríticas aprietan el abrazo que se da a sí misma, tan estrecho que no cabría ni un silbido entre sus rodillas y el pecho semi-desnudo que debió alimentar bebés y en lugar de eso amamantó borrachos.
sucia, destrozada, como ésta pero sin olor a muerte.
La escena de esta noche no es muy distinta a las que han visto muchas veces, una habitación cuyas paredes sangran mugre, un par de borrachos tirados en el suelo que sangran alcohol y un piso de cemento irregular que absorbe cualquier sangre, como si bebiendo estas sangres inhumanas pudiera repeler el icor humano que escurre de las uñas de la mujer que arrinconada mira la escena sin observar y de un cuchillo que yace a un par de centímetros de sus pies descalzos, escena que en conjunto se vuelve lo suficientemente dantesca como para repeler a la horda de curiosos hambrientos que normalmente rodean situaciones como esta para satisfacer su morbo.
-Teniente Cervanés- dice Solís con voz resuelta llame a central y avise que hay tres muertos, que ya ni caso tiene que manden refuerzos, que mejor sean ambulancias y avisen al forense.
Apenas han llegado dos policías, los primeros, al reporte de los vecinos que avisan que hay escándalo en la vecindad, entran y ven a la mujer, adivinan en su rostro a alguien que no dirá ni media palabra sobre la muerte de este par de delincuentes, padre e hijo, conocidos y reconocidos como escoria de la peor calaña. Uno de los oficiales, Julio Solís, comandante, la ve y recuerda como entre sueños a un joven y a una muchacha que se conocieron hace algunos años, muchos años, un par de casi adolescentes que querían un futuro en común, hasta aquel día en que la casa de la muchachita se convirtió en un infierno cuando su madre murió, desde el momento mismo en que, después de días sin saber de ellos, sin haberse presentado siquiera a la velación y mucho menos al sepelio, volvieron a casa el padre y hermano, ebrios, locos, fuera de sí, golpearon al prometido sin piedad y luego de golpearla a ella también, como si no fuera sangre de su propia sangre, violaron a la jovencita frente al moribundo que yacía a un par de metros, para luego de encerrarla en un ropero y salir a tirar a la carretera al hombre al que supusieron muerto, la observa brevemente y piensa en aquella dolorosa recuperación, recuerda haber vuelto luego de algunos meses, cuando ya pudo caminar de nuevo, para no encontrar más que una casa abandonada, revuelta, Junio/2009
El comandante encuentra de pronto aquellos ojos casi blancos que le miran, y en un punto fijo al interior adivina una súplica, se lleva la mano al costillar y siente el callo que duele todavía cuando hace frío.
-¿Tres muertos?- Cervanés se sorprende -son sólo dos mi comandante, no hay más que dos cadáveres en esta habitación, y aquella vieja sucia y desarrapada que no necesitará ni de juicio para refundirla por loca y asesina. -No, amigo Cervanés, llame a central- responde Solís tomando el cuchillo lentamente -, a ellos los mataron sus pecados apenas hace un rato, a ella estos dos hace ya muchos años.
Memorias de una bruja… y loca Loving Cris3n Claudia Palatucci “Jezabel” Creo que me ha pasado varias veces. La primera vez… morí al verte. Fue cuando te conocí dentro de un carro rojo, con esa pasión de fuego en la mirada, tu seriedad característica, y tu sonrisa inevitablemente razonable… Morí como petrificada por un instante, cayendo en el vacío de tu hechizo, hipnotizada en tu figura… y luego de esos eternos segundos, reaccioné; volví a poner pies en tierra, y, tratando de ocultarme en mascarada, maquillaba mis ojos y mi alma para ti, para verte y que me vieras bella… Fue una linda muerte saber que desde que me viste supiste que me querías para tenerme. La segunda vez morí en la alameda, junto a ti, viéndote sin verte, desbaratando tu rostro con el rabillo del ojo, desesperada porque algo pasara; el
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo cuerpo inflamado de deseo… y el freno portentoso de la nada. Morí hora con hora encantada, deseando que el tiempo no pasara… sufría sigilosa enamorada, reventando en el fulgor de la caricia contenida, reflejándome en el frío espejo de tus pupilas encantadas; todo era luz y sereno, soñaba y moría, y respiraba y luego… nada. Ha sido la muerte más dichosa que he tenido. Y la tercera vez morí… y muero. Contigo muero desde aquella vez de gozo y llanto, recordando tu sutil caricia, suave llegada con pisada firme… y aún sigo confirmando: ¡cómo me encantas!... muero del deseo arrebatado de que me poseas en tus brazos y me rompas en pedazos y me mates y me asfixies una y otra vez con tu remanso… muero porque brote en ti esa bestia salvaje insaciable, caradura y tronco recio que me inunda profunda la mirada, y me lleva a la dicha de crecer junto a tu lado… muero de amor y de lujuria eterna, de pasión en pleno por tu sangre, y muero por morir juntos, fusionados en el abrazo interminable que nos colme…
Ágape Perros Francisco Cenamor El Rubio era un perro fiel. Siempre miraba a Perla con ojos veladores. Era su hermana. No le gustaba verla coquetear: con los niños, con los adultos, con el cartero, con los otros perros del pueblo. En ocasiones le gruñía. Eran los dos únicos perros de su raza en aquel puñado de casas. Grandes, del color de los caramelos de tofe. Soportaban con paciencia mi atrevida niñez de largos veranos sin clases. Aún antes, casi recién nacido, dormía en la sombra acolchado por sus cuerpos.
(GVR) por ti muero. El Rubio caminaba tranquilo calle abajo. Miraba de reojo a un lado: a mí. Y al otro: a su hermana. Jugando al escondite, el que se la ligaba lo tenía fácil. Siempre me descubrían. Un día, quemaba hormigas en las afueras del pueblo cuando llegó la tormenta. Tiró de la pernera de mis pantalones hasta llegar a las ruinas de un caserón abandonado. Al poco cayó un rayo sobre el hormiguero. Me fascinó la potencia del estallido. El Rubio me miró muy profundo a los ojos. La perra comenzó a engordar. Estaba preñada. Abuela se alegró, preparó un lecho mullido y llevó a bendecir al animal. Una mañana escuché al despertar débiles gemidos. Bajé corriendo, los ojos cubiertos de legañas. Perla, nerviosa, lamía a sus seis cachorros, como seis gotas de agua, seis espejos de su madre. Y de su padre. Abuela montó en cólera al verlos. Metió los cachorros en una bolsa, Junio/2009
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo la cerró, se la dio a Abuelo. La colgó de su bicicleta. Despacio, se perdió carretera alante. Por la noche sentí en el corazón los golpes secos que el Rubio recibía. No emitió quejido alguno. Moribundo, ladró por primera vez a Abuela mientras ella golpeaba a Perla. Los aullidos de dolor de su hermano atravesaron la noche y mi alma. Al amanecer murió la perra. Su hermano se arrastró hasta su cuerpo, la cubrió con una pata. Murió también. Con ellos, mi inocencia.
... cuatro jóvenes. Tres mueren. Uno sobrevive. La hilera se mueve lenta y pesarosa. El padre continúa oyendo, sin escuchar, palabras de aliento. Le observo mientras pienso lo que le voy a decir. Él me conoce, yo le conozco. Poco, pero nos conocemos. Cierro los ojos intentando concentrarme e hilvanar una frase que no suene hueca, falsa... Es mi turno. Llego a su altura... Miro fijamente a sus ojos arrasados. Él mira los míos. No puedo articular palabra. No puedo darle la mano. No le puedo abrazar...
Desde el otero
Solo pienso y deseo, que desde lo más profundo de mi ser, el inmenso alivio que siento se desborde y le impregne, le envuelva, le arrope...
Sin palabras
Cualquier otra cosa que haga o diga parecería vana, inane...
José Luis de la Fuente
Mentiría si le dijera que si pudiera retroceder en el tiempo y dar un golpe a la ruleta del destino, lo haría.
Estoy en una fila en la que no quiero estar...
Él lo haría sin dudarlo un momento. Es comprensible, tan comprensible como mi alivio...
Espero un turno al que no quiero llegar... Observo una familia, rota, deshecha por el dolor... Solo el padre, destrozado pero digno, reunir fuerzas para atender a la gente...
consigue
Pero la realidad y lo cierto es que mi hijo sobrevivió y el suyo no.
Gente que le habla, que le consuela...
El padre cierra los ojos y asiente ligeramente con la cabeza.
Solo el padre, abraza débilmente o tiende una mano trémula cuando alguien le da sus condolencias...
Mi turno pasó.
Escucha frases vacías, que intentan explicar lo inexplicable...
Desconcertado, a mis espaldas vuelvo a oír manidas palabras de consuelo.
... un fin de semana como uno de tantos...
Tengo la sensación pensamientos...
Recibe gestos de ánimo que intentan consolar lo inconsolable...
Tengo la sensación de que he leído el suyo...
... una noche de fiesta como otra de tantas... Busca el rostro de su mujer, que intenta controlar un llanto incontrolable...
de
que
ha
leído
mis
Tal vez son solo imaginaciones mías. No lo sé, pero ahora he de marchar a dar otros dos pésames y no sé qué decir.
... un accidente de automóvil... Mira a su hija, incomprensible... Junio/2009
que
intenta
comprender
lo
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo El elefante funambulista Juan y yo Gabriel Bevilaqua Juan “Tres Muertes” era su apodo. Nadie sabía con certeza el porqué. La vieja Alaura soltaba historias de asesinatos. De deudas con la ley de los hombres, pero sobre todo con la de Dios. Patrañas con las que los niños nos divertíamos al calor de la lumbre. Lo cierto es que los mayores le temían. Le temían a su gesto adusto, su andar ligero y al duplicado abismo de sus ojos. Pero sobre todo a su costumbre de acudir, una vez a la semana, a la cantina para ordenar un güisqui que siempre abandonaba ajeno a sus labios… Un día me llamaron “gallinita”; para desterrar el mote impusieron el reto. Tenía que seguirlo más allá del borde del pueblo -donde él siempre perdía sus pasoshasta su ignota casa. El viento gimió entre las ramas del bosque. Creo que mi corazón me delató. “¡Sal!”, vociferó, con calculada cólera, tras plantarse. Enfrenté sus ojos y ya no tuve miedo. Hablamos... y mucho. Volvimos al pueblo al rayar la noche, el “Tres Muertes” y yo. Los chicos, aún atónitos, abrían huecos en los vidrios empañados. Güisqui para él, zarzaparrilla para mí -que yo también dejé ajena-. Gané respeto y un amigo. Desde entonces han pasado muchos años. Juan “Tres Muertes” ya no va más al pueblo. Sólo sale, una vez a la semana, para buscar flores que adornen esta pobre tumba en que me hago olvido, tan cerca de la suya.
se mata al contrincante en amores, se hilvana hebra por hebra la traición más infame, y se acordonan las amistades verdaderas, libres de sospecha y dobles intenciones. A poco de leer y ensimismarse en la lectura como un ejercicio placentero y voyeurista, se encara a la muerte. Frente a frente y sin otra salida, la muerte ocupa su lugar de juez inamovible, pasando sobre los personajes, apoderándose de la obra, del pensamiento del escritor, y también del papel en el que han sido escritas e impresas las obras que se leen. La primera vez que la encontré me conmovió hasta lo más profundo, indeciblemente: fueron dos muertes, simultáneas, que hoy no puedo desligar por más que lo intento. Héctor Cárdenas, el maestro de literatura, nos pidió que leyéramos -cada alumno de su clase- diez novelas, fueran las que fueran. El examen sería oral, preguntas sobre lo leído, no había posibilidad de hacer trampa, y menos tratándose de ese maestro, especializado en literatura latinoamericana „contemporánea‟. Sería el mes de febrero de 1992. Se me atravesó entonces „La tregua‟. La muerte de Avellaneda, esa frase repitiéndose de una vez para siempre, sencilla, sin adornos, profunda, inmediata. La muerte de Avellaneda confluyó con aquella otra, novela que leí mas no incluí en la lista de las diez novelas obligadas: „Muerte en el Vaticano‟.
Francisco Arriaga
La idea de la muerte coronando el libro, página tras página sabiendo de antemano el final mas no encontrando cómo, de qué manera el escritor podía llegar hasta los episodios finales de la obra sin dejar pistas que deshicieran el encanto de la historia. La muerte del pontífice en aquella novela era el espectáculo morboso e hipnótico de saber que el lector es omnisapiente, el escritor es omnipotente, y los personajes son mortales, irremediablemente mortales y prestos a caer bajo la mirada cómplice de quien lee.
El placer de la lectura es el placer del voyeurista. Se asiste al crimen como mero espectador o cual cómplice impenitente, o se consume en la pasión desenfrenada de los amantes que ceden su cuerpo, mercadería y letra de cambio. Se corteja a la dama y
La muerte de Laura Avellaneda es inesperada y dolorosa por encontrarse en el punto donde la novela realza su relación con Martín Santomé. Comienza con una ausencia y la anotación desesperada de alguien que no se sabe si grita, si implora o busca, es
A tiro de piedra Muertes de papel
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo la suspensión espaciotemporal de los sentidos, de la memoria, y del presente. La muerte del pontífice es la síntesis inaplazable de una tragedia que oscurece las páginas paulatinamente: las confesiones finales del asesino y su explicación de los hechos convencen mas no absuelven. La muerte de Avellaneda petrifica.
tras generación-, y que son el motor del pensamiento, y origen por excelencia de toda reflexión sobre la naturaleza humana.
Dejé la tercera muerte que como lector y espectador también me ha impactado, aunque en otro campo, y con otras características: una muerte en el cine.
Historias casi verdaderas
La obra de Wells y su hipotética máquina para viajar en el tiempo fue llevada recientemente a la pantalla grande, bajo la dirección de su homónimo Simon Wells, en el 2002. En dicha cinta, el viajero se encuentra ante un computador omnipresente que hace las veces de único testigo de la desaparición de la civilización –al menos en la forma que tiene actualmente- y resguarda olvidadas bibliotecas y edificios vacíos, muertos. El viajero se entusiasma. ¡Libros! El estante ordenado e incólume muestra la colección esmerada de algún lector, quizá el desaparecido recepcionista de la biblioteca.
Edgardo Castillo "Zumm”
Intenta tomar uno. Se pulveriza entre sus dedos. La desesperación. Los demás también se pulverizan, no soportan el tacto, la caricia humana. La ira.
Tres muertes misteriosas (primera parte) -No puedo darte más dinero. No te olvides que yo no soy el dueño de la Editorial. Solo soy el encargado de encontrar nuevos escritores y recomendarlos, si me parece que prometen. Y hasta ahora tú eras una promesa en firme, pero ya hace dos meses que tendrías que haber terminado la novela que nos prometiste y solo tenemos los tres primeros capítulos. -Pero, González. Ya me falta muy poco para terminarla y justamente hoy debo pagar la pensión o de lo contrario no me dejarán entrar. Además me tienen mis cosas y no tengo ni ropa para cambiarme. Todo está guardado en depósito y solo cuando pague toda mi cuenta, me lo entregarán. Fue inútil. No me dieron un peso más. En la pensión donde vivía desde hace cuatro meses y solo había pagado dos, no me permitieron entrar.
Destruye y aniquila todos los libros muertos -hojas secas y frágiles- del estante y el computador en una proyección tridimensional le informa que por miles y miles de años no ha habido lector alguno que lea los libros que yacen pulverizados en el suelo.
Hacía frío y debía buscar un lugar donde dormir. Fui a la plaza donde conseguía habitualmente mi hierba y el dealer, al que conocía como Cacho, me prestó cuatro porros y me ofreció trabajar para él, siempre y cuando le hiciera los repartos en tiempo y no usara en mí, la mercadería.
La muerte de los libros es finalmente la muerte del género humano.
No me quedaba otra que aceptar y me dio cinco direcciones donde debía entregar los paquetitos.
Y no puede ser de otra manera: los libros son espejo fiel del pensamiento y las pulsiones más escondidas del hombre, y la declaración más acertada de sus anhelos, búsquedas y miedos. En todo libro se encuentra una parte de la verdad que busca el género humano, y las respuestas a preguntas que no alcanzamos a plantearnos -las preguntas que seguimos formulando constantemente, generación
Todo salió bien e incluso un muchacho que revende en un Club bailable me dio propina.
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Fui nuevamente a la plaza donde actúa Cacho y mientras lo esperaba, me fumé uno de los cuatro pitillos que me había dado. -¿Viste que fácil que es?-me dijo Cacho mientras contaba el dinero que le había traído. Separó un par de billetes y me los puso en el bolsillo.
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo -Puedes ir a dormir a mi casa, en el garaje. Ahí tengo una camita para casos como este -me dijo Me dio la dirección y una llave y me encargó que no hiciera mucho ruido porque su familia se acostaba temprano. Ya en el garaje, me acosté vestido, porque hacía un frío de los mil demonios y la cama era solo un viejo catre con un manchado colchón. Al lado de la cama, un cajón de madera hacía las veces de mesita de luz. Junto al cajón había una botella de anís a medio terminar y que me ayudó a dormir sin tanto frío. Al día siguiente desperté bien temprano, seguramente por el frío. También tenía hambre porque no había comido nada en 24 horas. Decidí ir a tomar un desayuno decente a un bar cercano. El garaje tenía un pequeño baño y la puerta estaba atascada y no se podía entrar. Cuando luego de un gran esfuerzo logré abrirla y entrar, vi con sorpresa que había un cadáver obstruyéndola. Era un anciano, sentado en el inodoro y con las piernas tiesas trancando la puerta. Dominando mis temores lo arrastré, sacándolo del baño y me lavé concienzudamente. El anciano no presentaba heridas y tenía los ojos cerrados como si se hubiera dormido plácidamente sentado en el inodoro. Era demasiado temprano para despertar a Cacho y preguntarle sobre el muerto, así que decidí ir a desayunar. Tomé un café con leche doble con algunas medialunas y leí un poco el diario que facilitan en el bar. Cuando consideré que era una hora prudente, ya cerca de las 10 de la mañana, me fui a casa de Cacho para conversar con él respecto del muerto. Quizás todavía ignoraba que tenía un muerto en el garaje. Como tenía la llave, entré por el garaje pero no vi ningún cadáver. Seguí entrando al interior de la casa y en el pasillo que comunica la cocina con el comedor, había en el piso, un bulto tapado con una frazada multicolor. Junio/2009
Inmediatamente imaginé que era el cadáver del viejo que yo había encontrado en el baño, pero al destaparlo, vi con asombro que era otra persona. Era un individuo de mediana edad, robusto y tenía clavado en el pecho un enorme cuchillo. Estaba sobre una enorme mancha de sangre. Golpeé las manos para llamar la atención y que me escuchara Cacho o alguien de su familia. Solo me contestó el silencio. Con el corazón latiendo con fuerza recorrí toda la casa y en el dormitorio sobre la cama matrimonial, encontré otro cadáver. Era Cacho. A simple vista se veía una horrible herida que le cruzaba el estómago. Estaba vestido solo con un pijama. En una silla, a un costado estaba su ropa. La revisé rápidamente, sacando el dinero que tenía y sentí que no podía quedarme allí. Sería el primer sospechoso de las tres muertes. En el otro cuarto, había una gran mesa donde Cacho fraccionaba la mercadería. Una balanza de precisión y varias herramientas apropiadas para dicho menester. También había unas bolsas con droga que vertí en el inodoro. Tenía que hacer pasar como si hubiera habido un robo. Si no era así, la policía encontraría al culpable, posiblemente. Borré todo rastro de mi presencia en esa casa y me fui a la pensión. Ahora tenía dinero para pagar mi deuda y lo más importante: tenía un buen argumento para mi novela. Pasaron varios días sin novedades, que aproveché para avanzar algunos capítulos de mi libro. A nadie pareció importarle la desaparición de Cacho, porque fui a la plaza a comprar mi ración y ya había otro vendedor de drogas. Le pregunté por Cacho y me respondió que lo que él sabía era que andaba por Tucumán, donde tenía a la madre enferma quien se había agravado de pronto. Si yo quería seguir con mi novela y terminarla, debería averiguar todo lo sucedido en la casa de Cacho. Ocurrieron tres muertes y nadie sabía nada o los que sabían realmente habían hecho desaparecer toda prueba. Quizás lo mejor sería dejar las cosas como están y
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo tratar de continuar mi vida y sobre todas las cosas, pedir ayuda para abandonar mi incipiente debilidad por las drogas. Continuará...
En nombre de todas las letras
Comenzó a decir que era una locura lo que estaba haciendo, que si lo que quería era una escena, la estaba teniendo justo ahora. Yo sólo susurraba “Cállate, cállate, ya cállate”. Una energía que no descubrí antes se apoderaba de mí. “¿Porqué lo hiciste? No quiero saber más”. Luego el miedo regresó a sus ojos. Comenzó a hablar más fuerte, la gente nos miraba, a lo lejos alguien gritó. Esa fue la señal para que mi dedo presionara el gatillo… La fuerza del impacto me sorprendió, me hirió a mí también. Él se derrumbó con las manos en el cuello. Pero por fin se calló. La gente gritaba pero yo no oía nada… Ni a él, que ya no hablaba. No hablaría más.
Un hombre frente a la fuente
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Martha Silva “MarthaX”
La cabeza me daba vueltas. “No, nadie quiere un drama aquí, a la vista de todos, es sólo que…” Quise decir algo pero un sollozo ahogó lo demás. Por primera vez él volteó y me vio con una intensidad que hacía mucho no mostraba. Y por primera vez tocó mi mano, sin importar que nos vieran. Siguió susurrando cosas que me hacían daño pero que yo debía oír. Cuando me soltó, metí mi mano en la mochila y mi mano tocó algo. El frasco de antidepresivos. Lo quise abrir con cuidado, pero el contenido se derramó adentro de la mochila. Sin pensar agarré unas cuantas pastillas y me las llevé a la boca. La botella de agua estaba a la mitad. No necesitaba más. Él no me miraba. Sus ojos estaban perdidos en el vacío. Oh, sí, claro que yo ya sabía lo que él iba a decirme antes de que me citara en la fuente. Tragué con cuidado todas las que pude. Pero en casa tenía más… No, nadie iba a tener un drama aquí.
Antes de hablarle yo sabía lo que iba a decirme. Su semblante lo decía todo. Ni siquiera tuve que esperar a que llegara, como otras veces, él ya estaba ahí. Nos saludamos como siempre, con una frialdad propia de las circunstancias. Yo lo miraba con la impotencia de quien espera la tormenta: las palabras irían llegando despacio, despacio, aunque después sucederían con rapidez. Todo lo que aún no estaba diciendo se me estaba clavando en la piel, pero la gente que pasaba frente a nosotros no lo sabía. No debía saber que sus cejas, su boca, son el lugar ideal para posar mis labios. O eran. Eso era lo que él estaba diciendo, después algunos rodeos. Sin escándalos. Sin gritos. Me estaba diciendo adiós de manera civilizada, pero dentro de mí había demasiado dolor para reaccionar de igual forma. Palabras como “plan de vida”, “aprobación” y “matrimonio” fueron algo que nunca tuvimos que discutir. Pero ahora él las pronunciaba y al hacerlo, yo descubría que el mundo que creamos alrededor de nosotros se diluía. Él hablaba quedo, a veces sonreía, miraba a lo lejos y se frotaba las manos. --La cabeza me daba vueltas. “Cállate. No necesitas decir más.” Metí la mano en la mochila y mi mano tocó algo. La pistola. La traje para asustarlo. Él seguía hablando en ese tono condescendiente que detesté siempre. Cuando saqué el arma y le apunté, vi en sus ojos en principio miedo, pero luego una especie de burla. Junio/2009
--La cabeza me daba vueltas. “Entiendo lo que dices, pero no lo comprendo”. Mi voz era un hilito. Las lágrimas estaban contenidas, como mis reproches. Metí la mano en mi mochila, buscando llenar con esto el silencio que, de pronto era mi enemigo. “¡Puta madre! No tengo cigarros”. Él torció la boca, despectivamente: le había prometido que iba a dejarlo. Él, que sería honesto conmigo. Bien, aquí estaba él diciendo que había encontrado a una mujer que iba a darle todo lo que yo no podría. “Entonces no hay nada más qué decir” murmuré. Un momento después él se levantó y me sonrió con pesar. Dio la vuelta y caminó lejos de mí. Cada paso que daba
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo cimbraba mi mundo. Yo me quedé ahí junto a la fuente. El agua caía pero yo no la escuchaba. El silencio es un bulto nauseabundo que cargaré en esta mochila de preparatoriano hasta que yo también encuentre a una mujer. Una mujer que mate ese silencio. Ese es el deber de todo hombre.
La casa en el ciruelo Poema 31 Sergio Manganelli Para ser claro, renuncio a las frases alusivas, a la caligrafía pálida sobre el cuaderno mudo de las tumbas, rechazo el podio hipócrita de la bondad post mortem, y a esa memoria tan desmemoriada. Yo no quiero que apunten en mi lápida la palabra yace, me niego espeluznado. No anhelo ese cheque grosero con el que expían de mármol de hospital lo que siempre te negaron avaros. Ni acepto que se luzca bajo una lluvia de mierda de palomas ese verbo impiadoso en tercera persona.
// Porque la muerte puede sea otra cosa, menos sucia y severa, mejor que la tapa biselada y sorda, quizás algo tan simple como tumbarse al sol, sobre el pasto o la arena en una tarde franca y sin ruinas, con vino y con regazo, y sonrisas con huella y dialecto de besos y un murmullo entrañable que recite poemas. Quizás yacer no sea esa quietud de corazones secos, ni el sueño, ni el olvido, sino un íntimo zafarrancho, un arrebato de vida sin permiso, un insomnio de goce, con marea de lluvia y peces sin abismo. Una muchacha fresca, pechos de hierbabuena, que te besa la ausencia sin placebo y sin pena.
///
No le abro los postigos, ni a sus endebles secuaces el adjetivo inerte el absurdo abatido menos aún al implacable muerto -auxiliares morbosos de crónicas de sangreprefiero que sentencien se pudre se funde Junio/2009
se disuelve pero jamás yace.
Ojalá no sea el hartado celeste de los castos y pulcros, tampoco el infierno ceniza, el hoyo de un ambiente con renta anticipada, sino jugar rayuela hasta llegar al cielo, y que don dios gorrión Tres muertes
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo disponga tiernamente: “levántate y vuela”.
una mesilla en una terraza poco concurrida, y ordenaron granizados de limón. La tarde era plácida. La brisa les acariciaba los rostros con largos dedos tibios, jugaba en sus cabellos y agitaba las hojas de los plátanos.
Puede que signifique cerrar la vida apenas, como quien deja un libro, hasta que en una noche de miedo a la tormenta, o duda desvelada, lo hojeen conmovidos, esos ojos más nuevos que guardan mi mirada.
-Ayer visité a los García Sanz -dijo la mayor-. Una gente encantadora. Tuve al niño pequeño en brazos. Si vierais que monín, con hoyuelos en las mejillas y un dientecito recién asomado. -Salió a su madre, a Amparito. -¡Qué va! -dijo la menor-. Si es la viva estampa de Roberto. -Pero, ¿qué dices? El chiquillo ha heredado los ojos oscuros y vivarachos de Amparito. -La forma de la cabeza y de la nariz son idénticas a las de Roberto.
En negro sobre blanco Las tres muertes Marcelo Choren -Oye, pero qué bolso más elegante. -¿Te gusta? -dijo la menor de las tres mujeres-. Es un Dolce & Gabbana. -¿Auténtico? -había un tono zumbón en la voz de la mayor. -Como si alguna vez me hubieras visto llevar algo falso -se mosqueó la del bolso-. Por supuesto que es auténtico. -Yo prefiero los complementos de Gucci -terció la que había permanecido callada, y que aparentaba ser la más tímida-. Son tan... tan... tan chic. -Son elegantes, sí -apuntó la mayor-. Pero a mí nadie me saca de Pertegaz. Las mujeres paseaban por la acera, deteniéndose en cada escaparate, señalando tal o cual objeto.
Se interrumpieron para sorber los granizados. Una pareja de adolescentes pasó frente a ellas. La muchacha llevaba un clavel en el pelo y miraba a la nada. El chico la llevaba de la mano y le susurraba al oído. A cada susurro la boca de la chica mudaba de forma, iba de la sonrisa franca al mohín de picardía. -La semana próxima -dijo la mujer tímida- quizá ni se hablen. -O se detesten. -O ni se acuerden el uno del otro. -Pero hoy se aman, y creen que es para siempre. -Es lo bueno de la juventud -la mayor echó una mirada maternal sobre los enamorados-. Adoro la juventud, toda sueños, toda ilusiones. El CLK toma la rotonda que conduce al centro. Dibuja bandas negras en el pavimento. En su interior ACDC atruena: “I‟m on the highway to hell
Al norte de la ciudad, un Mercedes CLK Coupé de vidrios tintados se salta un semáforo en rojo.
(don‟t stop me)
-Demasiado clásico para mi gusto. ¿Has visto la nueva colección de Valentino?
I‟m on the highway to hell”. (*)
And I‟m going down, all the way down
-Chica, me la he aprendido de memoria.
Parecía que el techo del deportivo fuese a reventar y a salir volando.
Como en un acuerdo tácito, se sentaron alrededor de
-Oigan -la mujer del bolso Dolce & Gabbana lo ha
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo abierto y consulta una agenda que hace juego-. Mañana tenemos que ir al asilo. -Adoro a los abueletes. -Una tarde con ellos -comenta la mayor- es más interesante que leerse enterito a Platón. -¿A quién? -Platón, un griego. -¡Como Demis Roussos! -hay un dejo de ilusión en la voz de la tímida. -Anterior, y no cantaba. En la acera de enfrente, un perro viejo se deja caer en una mancha de sombra. Tiene cicatrices frescas sobre otras resecas, costurones donde el pelo ya no crece. Una nube de moscas lo martiriza, se posas en las heridas, en los ojos legañosos, en la boca entreabierta. El perro jadea, entorna los párpados con resignación. Sacude, nada más, una oreja. El coche vuela sobre el asfalto, zigzaguea entre los otros vehículos de la avenida. Un auto de la policía lo detecta y se lanza tras él. La carrera es el juego del gato y el ratón a toda velocidad. El conductor del deportivo maniobra con habilidad poco común. Desde la ventanilla del acompañante surge un puño cerrado con el dedo mayor enhiesto. Alguien hace borrosas carantoñas pegado a la luneta trasera. “I‟m on the highway to hell” -¿Podrías pasarme tu receta del pato a la naranja? Me gustaría probarla. -¿Y crees que te bastará con eso? -La del bolso eleva un brazo y hace tintinear dos gruesas pulseras de oro-. Hay que tener mano. -¡Vaya! Te sabía engreída, pero esto es el colmo. -No discutáis, por favor -La mujer mayor da un vistazo a su Cartier-. Ya es hora de irnos. Dejan unas monedas sobre la mesa. Las discutidoras, olvidadas sus diferencias, se toman del brazo y reinician el paseo. Junto al bordillo, una bandada de gorriones que picoteaba migas invisibles emprende un vuelo frenético. En la otra acera, el perro se incorpora, alerta. Las insidiosas moscas parecen concederle una tregua. La brisa cesa, las hojas cuelgan Junio/2009
desmayadas. Hasta los ruidos de la vida cotidiana suenan amortiguados, distantes, pero enormemente nítidos, como si cada uno diera su nota por separado. Las tres mujeres, indiferentes a ese estado de suspensión, cruzan la calle. Nada las preocupa más que engancharse un tacón en el empedrado lustroso. El vuelo de las faldas acompaña el movimiento de las piernas, el bolso Dolce & Gabbana se mece al compás. Un ruido policiales.
de
neumáticos
castigados,
sirenas
El deportivo dobla en la esquina y toma la calle. Deja una estela blanquecina de caucho quemado. El coche da bandazos hasta que se endereza y vuelve a ganar velocidad. Pocos metros adelante, las mujeres quedan en su línea de marcha. Las tres, como muñecas sincronizadas, giran las cabezas hacia el coche que ya se abalanza sobre ellas. No hay emoción ni sorpresa ni miedo en esas caras maquilladas al detalle. Acaso un brillo, un relámpago, en los ojos incoloros de la mayor o una mínima contracción en las comisuras delineadas con carmín de la más tímida. El conductor clava los frenos, el deportivo se tuerce, pierde la línea recta. Chirrían las ruedas al deslizarse. Ahora, el coche se les abalanza de costado, una segadora plateada. Adentro, se dibuja una mano contra el cristal de la ventanilla. El bólido pasa ante las mujeres o a través de ellas, como si fueran inmateriales, hechas de bruma. Vuelca. Da dos vueltas completas antes de empotrarse contra una columna. Las mujeres, como si pisaran algodón, corren hacia los restos de metal, que ya empiezan a incendiarse. Las sirenas suenan a sus espaldas. -A trabajar, hermanas -dice la mayor. -¿Cuál es el mío? -pregunta la del bolso. -El de atrás. -Este todavía se mueve -tercia la tímida. -No importa, igual ya te pertenece -cierra la mayor. ---
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo Pedro Guerra Cabrera comienza a escudriñar en su memoria o, como él mismo dice, a desempolvar su archivo. Día a día recorre las calles de Playa Bonita, en Santa Cruz del Sur, y de camino a la bodega encuentra a muchos de sus amigos de hace 79 años, los mismos con los que compartió su limitada infancia, porque nació adulto. Lo considero un científico del tiempo y de la repetición de su propia experiencia al ser capaz de saber, en cada verano, los días exactos en que los quelonios depositan sus huevos.
(*) Estoy de camino a la tierra prometida Estoy en la autopista al infierno (no me pares) Y voy abajo, de todas las maneras, hacia abajo Estoy en la autopista al infierno
La memoria del viejo es muy confiable: retiene fechas y sucesos que cuando se consultan en los textos no son errados a pesar de los 79 años de edad que se reflejan muy poco en su rostro de sangre india.
La almadraba El hombre del laberinto Lázaro David Najarro Pujol, del libro Sueños y turbonadas http://www.elaleph.com/libros.cfm?item=51196
Es difícil comprender, si no se conoce la voluntad de este hombre, cómo con su avanzada edad puede navegar en un pequeño chalán por las cayerías en busca de nidadas. A Pedro Guerra lo llevaron para el laberinto de Las Doce Leguas a los siete días de nacido y a los siete años de edad tuvo su primer contratiempo: «Mi padre tenía un viverito para la pesca de cherna y navegamos hacia allá en busca de la captura del día en un bote de vela. Camino de proa a popa por el borde de la cubierta. Escucho la voz del viejo alertándome. «–¡Cuidado! «La botavara de la vela me dio un golpe y me lanzó al mar. Mi padre pensó tirarse al agua, pero recapacitó, porque, de hacerlo, el barco se alejaría con la posibilidad que nos ahogáramos los dos. Entonces cruzó la vela y el barco dio para atrás. Yo traía un pantalón de bombacho que cogió aire y me mantenía a flote sobre la superficie. Cuando me encontraba cerca de la popa mi padre soltó la vela, corrió para la popa y me extendió los dos brazos. Me aferré a la punta de sus dedos. Él enmendó, me agarró por las muñecas y de un tirón me dejó caer dentro de la cámara del barco. Sentí un fuerte golpe en la cintura. «Mi padre, aún asustado, daba gritos, enloquecido. Pronto reflexionó al verme con los ojos abiertos y algo sorprendido por el incidente. Me abrazó fuertemente y comenzó a llorar. Llorábamos los dos.
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo En ese instante decidió suspender la pesquería, su estado de ánimo no le permitía levar las nasas. Lo veía pálido. Navegó rumbo al cayo y sin hablar penetró en el rancho. Se sentó sobre un viejo sillón y se mantuvo en silencio durante varias horas. «Transcurrieron muchos meses sin otro incidente, pero al cumplir los diez años de edad, mi papá, el Curro y yo abordamos una chalana y navegábamos entre esteros en busca de sardinas para la carnada. Yo estaba sentado en popa. Me iba comiendo un pedazo de dulce de guayaba, mientras que en la otra mano sujetaba una galleta. Navegábamos muy pegados a los cayos, pero casi en el centro de un canalizo estrecho, un gajo de mangle rojo me dio en la cara y me sacó del bote. La chalana se alejaba de mí. Me hundí en el agua. Después me contaron que, cuando salieron del estero, el Curro le preguntó a mi papá: «–¿Y el muchacho? «–¡Coño, Curro, mi muchacho se cayó al agua! «El Curro se lanzó al canalizo y nadó en rumbo a donde se suponía había caído. Se sumergió varias veces y me encontró casi inconsciente en el fondo del canalizo. El hombre me agarró por los pelos y me llevó a la superficie. Pronto estaba encima de la chalana. «–¡Carajo! –decía el Curro dándome golpes en la espalda y moviéndome los brazos. Varias veces repitió la operación hasta que boté un poco de agua y empecé a respirar. «–¡Por poco se nos ahoga! –dijeron los dos. «No obstante, yo no había soltado de las manos ni el dulce ni la galleta. «Ocurrieron otros momentos en que estuve coqueteando con la muerte. Mi padre se encontraba a la orilla del mar, en el cayo. El viejo construía un botalón para su embarcación, acompañado por un grupo de pescadores. Yo tenía trece años de edad. Abordé un chalán y lo despegaba de la orilla de cayería. ¡Cosa de muchacho! Me tiraba del chalán, me sumergía para sacar fondo y probar el tiempo que podía estar bajo el agua sin respirar. Dos, tres, cuatro veces repetí aquel juego de la zambullida. Me percato que las corrientes marinas alejaban el chalán cada Junio/2009
vez más rápido. Consideré que no podría alcanzarlo y determiné nadar hacia la playa pero el deseo de llegar a tierra primero me desesperó. No tuve en cuenta que lo que el viejo reiteraba procedía de la sabiduría popular: El mejor nadador se ahoga. Observé unas estacas cerca de mí y nadé hacia ellas, pero antes de llegar me hundí. Al tocar fondo me empujé con la punta de los dedos de los pies y salí a flote. Traté de nadar pero estaba cansado. Me hundí nuevamente y salí a la superficie y grité. «–¡Papá! «No me escuchó y mi cuerpo se hundió en el mar. Saqué fuerzas una vez más y me impulse por tercera ocasión. «–¡Papá! «Esta vez me escuchó. Sentí que los brazos se me caían y sólo recuerdo que me acosté en el fondo y perdí el conocimiento. Mi padre y las demás personas se lanzaron al agua, entre ellos Julio Tiá que fue el primero que llegó y me tomó por los brazos, me llevó a la superficie y nadó hasta donde daba pie. Me llevó a la costa y me puso boca abajo en la arena y me daba masaje. Botaba mucha agua. Escuche el llanto de mi familia. Gritaba mi padre, mi madre, mis hermanos y los vecinos. Estuve casi muerto durante un tiempo que no puedo calcular. Todos pensaron que no podría sobrevivir, pero no cesaron de poner en práctica todos los recursos hasta que respiré y volví en mí. Julio escuchó el latido de mi corazón. Los llantos de toda esa gente me pusieron nervioso. «A partir de ese instante tomé precaución para no poner en peligro mi vida, porque como dice el refrán: La muerte, ni buscarla ni temerla. «Una vez le dije a mi padre que quería aprender, que me dejara ir a la escuela y me respondió que esperara que tuviera más edad. Le agradezco al viejo ser analfabeto. Sin separarme de mi padre estuve a su lado durante cuarenta años».
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo Lectores opinantes Hola, los textos están más que interesantes y la revista pinta cada vez mejor. Sólo una cosita: en la versión de pantalla de la revista, el espaciado entre renglones es escaso -supongo que está a espacio sencillo-; sumando esto a que las líneas son un poco largas, termina por hacerse un tanto dificultosa la lectura, sobretodo de los textos más largos. Si pudieras corregir esto, creo que muchos te lo vamos a agradecer. Saludos y adelante. Gabriel B Argentina
Estimado Gabriel, gracias por tu opinión, que ha resultado muy valiosa para nosotros, porque si bien, creemos que lo más importante de esta publicación es el contenido, por sobre el aspecto, es de suma importancia también que sea legible. A partir de tu comentario hemos iniciado una serie de modificaciones al tipo de letra, tamaño de la fuente e interlineado de los textos, que nos permitirán mejorar el aspecto de la versión web de la publicación, modificaciones que, al momento de la publicación de éste ejemplar, ya están disponibles en el número anterior, Volver al mar. Una vez que la versión web sea afinada y las mejoras sean satisfactorias, haremos lo propio con la versión PDF descargable, de manera que la lectura resulte fácil y atractiva, para lo que tus sugerencias habrán de resultarnos invaluables, como éstas.
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Jesús Olague La redacción
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo toros a las peleas de gallos; y que tiene el gran problema de que todo lo demás se le olvida si tiene un aparato de TV frente a él, aunque esté apagado.
Participan en esta edición Carlos Alberto Olague Alcalá (México) Soy publicista, director general de una agencia BTL. Nacido en la ciudad de México, pero radico en Zacatecas. Soy candidato a portador de la vela perpetua, aunque la vela perpetua no está muy de acuerdo. También soy monero, y la mayor parte del tiempo no sé qué hago aquí además de ser el responsable del diseño de portada.
Carlampio Fresquet (España) Artista Indisciplinar comprometido con el entorno. Estudiante de Bellas Artes. Director de DIAL ART 2003 (proyecto de extensión universitaria para la difusión de la obra del alumnado de la Facultad de Bellas Artes de Valencia). Coordinador Artístico de ALEACIÓN: ANTOLOGÍA ARTÍSTICA. Sor Kampana 1991-2008. Miembro del grupo artístico interdisciplinar OROMATON (Poesía, música y pintura en vivo). Su libro „Somos sexo‟ puede ser adquirido o descargado desde su tienda virtual en Lulu (http://stores.lulu.com/kafre09).
Jesús Humberto Olague Alcalá (México) Ingeniero en Sistemas Computacionales, chilango de nacimiento, zacatecano por herencia, adopción, convicción y querencia; que escribe por afición y pudo ser médico pero siente repulsión hacia las heridas; le gusta casi toda la música, en especial la trova, y casi toda la lectura, principalmente la de escritores latinoamericanos como Taibo II, Ibargüengoitia, Benedetti, entre otros; prefiere las ciudades coloniales a las playas y las corridas de Junio/2009
Claudia Palatucci “Jezabel” (México) Oh, sicóloga (o psicóloga) (hocicóloga), de profesión; “metiche” con licencia, para dar crédito a la locura de los ajenos, nieta de mulatos y de ojiazules españoles, nacida en la tierra de los alacranes, Durango, México. Gusta de la música árabe, flamenco y brasileña; se le verá danzando por ahí de vez en cuando entre letras y dibujos; diseñadora gráfica de afición, editora de fulanas revistas independientes y organizadora de eventos especiales (sobre todo en familia). Su especialidad en la cocina: changüiches y sopas Maruchan.
Francisco Cenamor (España) De formación autodidacta, comienza tarde a escribir poesía. En 1999 Talasa Ediciones publica su primer libro, Amando nubes, lo que le posibilita viajar por toda España dando recitales. En 2003 sale su libro Ángeles sin cielo, editado por Ediciones Vitruvio, editorial que publica en 2007 su último libro, Asamblea de palabras. Ha sido incluido también en numerosas antologías y revistas impresas y digitales. Ha organizado y organiza numerosas actividades poéticas. Dirige la revista digital Asamblea de palabras. Es coordinador del Club de Lectura de la Universidad Carlos III de Madrid. Profesionalmente se dedica a la interpretación, apareciendo en televisión, teatro y cine.
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo José Luis de la Fuente “Kmikc” (España) Informático de profesión y cuentero de afición. Los cuentos son su salvavidas ante la tormenta diaria de máquinas, cables y bits. Le gusta escribir cuentos directos, breves, de fácil lectura, de literatura llana y sin preciosismos. Y lo confiesa totalmente arrepentido. No sabe hacerlo de otra forma pero promete mejorar con el tiempo -de mayor quiere ser cuentero-. Un antiguo profesor una vez le dijo: “cuando alguien pierde toda capacidad de sorpresa, de asombro, de fascinación... está muerto y no se ha dado ni cuenta”, así que le gusta pensar que con sus cuentos, es capaz de sorprender al menos durante un segundo al lector ocasional y contribuir con su granito de arena a que continúe vivo.
Francisco Arriaga (México) Escritor zacatecano que nació en Aguascalientes y vive en Tamaulipas. Coleccionista de libros, impresos o electrónicos, que también le hace a la música, la patrología, la historiografía, y en sus ratos libres escribe para algún periódico zacatecano, pero ya el lector verá qué va descubriendo en sus propias palabras.
Tiene cuentos publicados en www.loscuentos.net. Edgardo Castillo “Zumm” (Chile/Argentina)
Gabriel Bevilaqua (Argentina) Onironauta al que se le ha metido en la cabeza la vana pretensión de escribir historias breves -y no tan breves- que lleguen a embelesar a sus ocasionales lectores. Como tal, la indisciplina es una de sus mayores “virtudes”; para redimirse ha prometido leer de la A a la Z a las grandes plumas que los entendidos recomiendan… Eso sí, sólo cuando termine de hacerlo con aquéllos que cuentan con su fervor aunque sean impronunciables en los círculos literarios (es que nunca le gustó la geometría). Para compensar sus deficiencias “técnicas” -notorias y archiconocidas- se ha hecho fan del animé, donde jura y perjura, habitan buenas historias. Confiesa sin pudor que cuando garabatea sus escritos coloca una aguja junto al teclado “para ayudarse a hilvanar las palabras”. Por lo demás, aloja sus seudo-ficciones en El elefante funambulista (http://elefantefunambulista.blogspot.com/), y le han dado -insensatamente- permiso para extender sus letras hasta este Descensor. Si se obvia todo lo anterior y no se comete el pecado de leerlo, se concluirá que es un buen tipo. Junio/2009
Nació en Viña del Mar, hace ya mucho tiempo. Por motivos que no vienen al caso, vivió muchos años en un generoso país de Europa, donde quedó la mitad de su vida. Hace 17 años que vive en la Argentina, a la que considera su segunda patria, pero sin olvidar sus raíces. Trata de escribir siempre con humor, para no tener que pensar. Se declara ateo y considera que la amistad es lo más valioso de la vida. Ha escrito una gran cantidad de libros entre los que destacan 'Mujeres. Manual de uso y mantenimiento', 'Las aventuras de Mirinda', 'Vida de ladrones y algo más...' y una serie de libros de cuentos, entre otros; disponibles para descarga gratuita en su tienda en Bubok (http://zumm.bubok.com/).
Martha Silva “MarthaX” (México) Irónica, introspectiva y (pseudo)intelectual trata de reinventarse bajo el amparo de la sonrisa chueca señalando con dos líneas cruzadas el lugar donde habrá de encontrarse. También escribe desde la
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El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo apariencia de una persona normal en el blog lafamosax.com.
destinados a escritores noveles. Colabora con las revistas electrónicas “Axolotl”, “Zona Moebius”, “Fin” y “Literatuya”. En 2006, se ha editado el libro Ritos, con varios cuentos representativos de su trabajo literario.
Sergio Manganelli (Argentina) Nació en Haedo, Provincia de Buenos Aires, Argentina, el 28 de febrero de 1967. Reside actualmente en San Antonio de Padua, al oeste del conurbano bonaerense. Sus poemas y artículos han sido publicados en una importante cantidad de diarios argentinos, de México, Colombia y España. Asimismo en revistas culturales y literarias de Argentina, Brasil, España, México, Estados Unidos, Puerto Rico, Francia, Colombia, Venezuela, Chile, Italia, Cuba, Nicaragua, etc... Obtuvo entre 1991 y 1999 una treintena de premios y menciones en su país. Se encuentra trabajando en la edición de “Sangre de Toro” -poemas y banderillas-, que se editará inicialmente en Buenos Aires y posteriormente en España.
Arte fotográfico e ilustración Las imágenes utilizadas para ilustrar las secciones, y todos sus derechos son propiedad de sus respectivos autores. Si el uso de imágenes obtenidas de sitios públicos va en contra de algún derecho de uso, favor de reportarlo a descensor@gmail.com.
Portada, Cemetery de Iván Vicencio (http://www.flickr.com/photos/pepoideas/sets/). Memorias de una bruja… y loca, Pasión tomada de Prismas (http://www.librodearena.com/blog/prismas/7780).
Marcelo Choren (Argentina) Nació en la Ciudad de Buenos Aires el 5 de septiembre de 1953. En la actualidad se encuentra radicado en España, país en el que desempeña labores de escritor y docente.
La almadraba, imagen proporcionada por Lázaro David Najarro Pujol (http://camaguebax.awardspace.com), autor del texto.
Se dedica en especial a los cuentos, género literario que le apasiona. Parte de su obra se encuentra en periódicos, revistas literarias y otras publicaciones especializadas. Coordina talleres presenciales y virtuales, participa en tertulias, foros, y encuentros de escritores. Ha presentado libros, prologado antologías, escrito reseñas y administrado un club de lectura. También ha programado y coordinado talleres de escritura creativa, y de técnicas y recursos, Junio/2009
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