Negarse a ser imagen y semejanza: pecado
LA REALIDAD DEL PECADO INTRODUCCIÓN El lenguaje sobre el pecado es, en cierto sentido, el reverso del lenguaje sobre la imagen de Dios. Al pecado lo veremos primero como una negación al proyecto y vocación de ser imagen y semejanza de Dios. Que el pecado sea el reverso de lo anterior quiere decir que no es fruto sólo de la contingencia o finitud humana, ya que el animal es también contigente y no por ello pecador; es limitado pero no es lábil. La posibilidad de pecar nos viene porque llevamos entre nuestras manos algo más que lo finito y creatural que compartimos con los otros seres animales no humanos. No cualquier limitación es ya posibilidad de “caer”, sino nuestra limitación específica y particular que consiste en no coincidir consigo mismo en su contexto social, hitórico y cultural. ¿Cómo nombrar esa realidad? ¿Qué categorías de significación le convienen? Lo que necesitamos aquí es un concepto particular, no general que de razón de esa peculiar limitación. Y, sin embargo, al contrario del lenguaje sobre la imagen de Dios, el lenguaje sobre la realidad del pecado tiene mala prensa. El que no sea un tema público, reconocido, es para algunos una especie de calamidad, pues consideran que “...se está perdiendo el sentido del pecado”. La cuestión será corroborar si lo que se está perdiendo es el sentido del pecado, o una cierta concepción sobre el pecado y si esa concepción, si ha sido o es significativa para buenos sectores del pueblo de Dios, su caída o sustitución no será la que deja la impresión en esos sectores de que la conciencia de pecado ya no es tan seria y cada día es más débil. Algo se está perdiendo ¿será la conciencia de pecado? ¿Por qué tiene “mala prensa”?
Otros lo ven como una liberación humana y una conquista de madurez y liberación de patologías adjudicadas a la religión. El hecho es que no goza de buena prensa y ni siquiera de posibilidades de ser entendido. No entra dentro de los intereses del hombre-mujer modernos. La culpa y la conciencia de pecado no están de moda, tal vez por lo que dice E. Schillebeeckx: “La culpa y la conciencia de pecado no están de moda. Y ello se puede explicar por varias razones. Las Iglesias y las religiones dirigieron, durante siglos, su predicación acerca de la culpa y la pecaminosidad a la gente sencilla e indefensa, mientras dejaban en paz a los grandes y poderosos. Además, los hombres ya socialmente oprimidos se mantenían en su condición bajo el miedo a la culpabilidad y a las penas del infierno, con lo cual no salían de su insignificancia, miedo e inmadurez...”, con lo que podemos entender que liberarse de esa tradición suena a ser mayores de edad y ser libres. La anterior afirmación nos puede situar en un horizonte más apropiado para ubicar nuestro tema y su problemática. Lo que no se pone en duda es que la situación histórica como se manejó la cuestión del pecado es criticada y superada, con razones creíbles para los hombres y mujeres de hoy. Pero el hecho de que se ponga en crisis la teología y práctica histórico-pastoral sobre el pecado ¿hace que la realidad del pecado desaparezca? ¿No será que hay una confusión y asimilación de dos realidades que aunque unidas, se pueden diferenciar: la del pecado y la de su desarrollo teológico y pastoral? Si las asumimos como iguales, superar lo segundo, equivale a deshacerse de lo primero. Hoy pues, entre otras cosas, como distinciones metodológicas, nos urge un leguaje apropiado que al menos pueda ser entendido y no produzca reacciones mayores de descalificación. A pesar de ello el teólogo deber abordar el asunto desde el hecho de que la mala pren-