En clave de creación y salvación

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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA EN CLAVE DE CREACIÓN Y SALVACIÓN Amparo Novoa Palacios, S.A.1 Una visión panorámica sobre la Antropología teológica deja notar, desde el punto de vista clásico, la importancia que tienen algunas categorías tales como la creación, el pecado (mal), la gracia (libertad), entre otras, para comprender la vinculación incondicional entre el ser humano y Dios. De este modo, les invito acoger de manera crítica, mi humilde reflexión teológica sobre la condición humana desde la idea original de la creación a partir de la comprensión del origen del mundo y del ser humano.2 La tradición judeo-cristiana pone de manifiesto que no se puede plantear la cuestión de Dios sin plantear la cuestión del mundo 3. Son dos asuntos que se articulan, pues la cuestión del mundo es uno de los aspectos de la cuestión de Dios. Esta articulación es posible por la relación que el ser humano establece con su entorno, en su deseo de conocer. Ciertamente el ser humano se ha hecho poseedor de la naturaleza a partir de sus actos de apropiación y dominio de las cosas 4 generando un ambiente de destrucción más que de plenificación de la creación. Tal postura ha sido favorecida por algunas lecturas que se han hecho del libro de los orígenes -Génesis- que presenta dos versiones de la creación y de la misión del ser humano. A partir de dichas versiones se ha enfatizado, erróneamente, el dominio y el sometimiento de la tierra a los intereses humanos que han ido en detrimento de la vida en su globalidad; así el ser humano ha esclavizado las fuerzas de la naturaleza para su propio beneficio. Olvidando que la creación es el escenario vital para favorecer la vida, para afirmarnos en Dios desde la humildad, la ternura y la solidaridad como principios que se sustentan en nuestro Creador. El ser humano sólo puede realizarse en el mundo, comprendiéndose a partir de él y no fuera de él. Su lugar está dentro y al final de la creación y no por encima de ella. La creación “no es fruto de su deseo o de su creatividad; no vio su principio. Porque es 1

Bachiller en Filosofía (1994), Profesional en Teología (1998) y Magistra en Teología (2000) por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá; Doctora en Teología Dogmática (2006) por la Universidad de la Compañía de Jesús, Facultad de Teología Granada (España). Profesora de tiempo completo en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Miembro del grupo de investigación “Teología y género”. Miembro de la Comisión de reflexión teológica de la Conferencia de Religiosos de Colombia. Miembro fundador de la Asociación Colombiana de Teólogas. novoa.a@javeriana.edu.co 2 Es pertinente hacer la distinción entre el problema y la pregunta por el “comienzo” del mundo y el problema y la pregunta por el “origen” del mundo, pues son dos juegos de lenguajes válidos pero distintos. Cabe anotar que lo primero es asunto de las ciencias empírico-analíticas y lo segundo es asunto de las religiones, la filosofía y la teología. El “comienzo” es histórico y conlleva un conjunto de supuestos sentados por el trabajo intelectual ya efectuado (comienzo de una etapa, una era, etc), mientras que el “origen” es la fuente de la que emana todo tiempo, el impulso que mueve a filosofar (origen de un pensamiento, de una idea, etc) Por tanto, el origen es el punto de partida donde algo se desarrolla y el comienzo es sólo una etapa de inicio. 3 La palabra “mundo” viene del latín: mundus, mundi. Se refiere a todo el universo, también a nuestro planeta tierra. “mundus apellatur caelum, terra, mare et aer”, (se llama mundo al cielo, la tierra, el mar y el aire), frase de Septimius Tertulianus Florens. La palabra latina mundus es una copia del griego Khosmos que significa ordenado. Inicialmente mundo significaba limpio, luego cambió su significado a universo, siguiendo la idea del filósofo y matemático Pitágoras (582-507 a.C.), quien lo llamaba cosmos, de la misma raíz que cosmético, pues creía que era ordenado y bello. 4 BOFF, Leonardo. La dignidad de la tierra. Madrid: Trotta, 2000, p. 46


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