Hombre y Dios, libertad y gracia
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3 Hombre y Dios, libertad y gracia
Ésa es, decíamos, su responsabilidad, su pondus: el tener que responder de sí ante el otro.
Como hemos expuesto en el capítulo anterior, el hombre es, según la Biblia, imagen de Dios. En cuanto tal, es su tú; Dios lo ha creado para entablar con él un diálogo histórico-salvífico, un intercambio vital en el seno de una relación interpersonal.
Breve historia del contencioso hombre-Dios
Ahora bien, una relación de ese tipo sólo es posible si cada una de las partes está habilitada para responder libremente a la otra. El diálogo interpersonal es, pues, un diálogo de libertades. Dios, el ser supremamente personal, es supremamente libre; la persona humana, imagen de Dios, es también (de ello hemos hablado ya) un ser libre que puede disponer de sí para hacerse disponible al tú que le sale al encuentro. Y así, por de pronto, el yo humano es libre frente al tú humano; libre para darse o rehusarse, para acoger o rechazar a su prójimo, para ordenar su vida en esta o en aquella dirección...
Pero ¿será verdad que el hombre es libre también ante Dios; la criatura ante su creador? ¿No ocurrirá aquí, como en la esfera de la naturaleza infrapersonal, que el más fuerte termina imponiendo su ley, es decir, que—como sucede tantas veces en la vida ordinaria— el pez grande se come al chico? ¿Es compatible la soberanía de Dios con la autonomía del hombre?
Un Dios infinito, omnisciente, omnipotente, ¿deja todavía algún espacio a la libre decisión del ser finito, desesperadamente limitado en su saber y en su poder? Habida cuenta del colosal desnivel vigente entre uno y otro, ¿puede contemplarse realísticamente la posibilidad de un encuentro de ambas partes en pie de igualdad (aunque sea, claro está, una igualdad dialógica, relativa)? ¿O, más que un encuentro, lo que se daría aquí sería un encontronazo, cuya factura pagaría, por supuesto, la parte más débil? a) Negar a Dios para afirmar al hombre Según el ateísmo postulatorio del siglo xix, la respuesta a estas preguntas no ofrece duda. La existencia de Dios acaba con la consistencia del hombre. Éste, en efecto, no puede sobrevivir a un encuentro con aquél. Por lo tanto, hay que