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De Atenas a Astorga: la larga marcha de unas piezas "raras" del Castro de Elviña, con probable final en Lugo José María Bello Diéguez Director del Museo Arqueológico e Histórico Castillo de San Antón Coordinador Científico de las intervenciones en el Castro de Elviña
Es bien sabido que las excavaciones del Castro de Elviña fueron iniciadas por Luis Monteagudo, comisionado por la Universidad de Santiago, allá por 1947. El responsable de la arqueología en el Estado de entonces, todavía de un azul bastante intenso, Martínez Santa Olalla, nombró por su parte a José María Luengo en calidad de director comisario o similar. Las relaciones entre Luengo y Monteagudo no fueron particularmente buenas y las tensiones entre ellos se resolvieron cómo correspondía al estado cromático de las cosas: desde el año siguiente hasta 1954 el Castro pasó a ser dirigido en solitario por José María Luengo.
De esas excavaciones publicó Luengo una pequeña memoria en 1955. En ella aparecían dibujadas unas piezas muy peculiares, con un borde abierto y un pie realzado troncocónico, modeladas en una cerámica gris de cuidado acabado, casi bruñido. Lamentablemente en el texto de Luengo no se hacía mención alguna a estas cerámicas, que quedaban aparentemente englobadas en las producciones castreñas habituales.
Es posible que el lejano parecido de esas piezas con las copas para beber vino que comienzan a producirse en la Atenas del siglo VI a.C., los kylikes (en singular kylix), esté en el origen de unas misteriosas "cerámicas áticas", presuntamente procedentes del Castro de Elviña, que son reiteradamente citadas en la bibliografía arqueológica y que, sin embargo, no aparecen por ningún lado. Ni en los textos de Luengo, ni en los materiales custodiados en el Museo Arqueológico del
2 Castillo de San Antón, ni en la memoria de las personas que, como Felipe Senén López o Juan Naveiro, trabajaron en el Castro, se encuentra rastro alguno de esas presuntas cerámicas áticas.
Las curiosas piezas encontradas por Luengo estuvieron muchos años expuestas en las vitrinas de San Antón. Una de ellas, que aparentemente conservaba íntegra una parte completa del perfil, desde el labio de la copa hasta el pie, fue reconstruida en su momento con criterios muy diferentes a los hoy vigentes. A pesar de lo llamativo y lo inusitado de los fragmentos expuestos, y sobre todo del peculiar carácter de la pieza reconstruida, nunca fueron estudiadas con una mínima profundidad. Sin embargo, en el mundillo arqueológico se hablaba de la existencia de vasos "tipo kylix", y no son raras las más o menos difusas alusiones, en la bibliografía especializada reciente, a la aparición en Elviña de cerámicas "de tipo griego", "de formas mediterráneas" o, posteriormente, "de imitación de cerámica campaniense", caracterización que se les dio en los estudios del Plan Director del Castro de Elviña redactado bajo la dirección del Dr. Criado Boado. Pero el asunto distaba de estar claro. Las piezas no tenían que ver con nada habitual en el mundo castreño, ni se correspondían con las formas conocidas de la cerámica campaniense. Como posibles imitaciones de kylikes áticos no era fácil entender una chapuza de tal calibre hecha por un mundo que, al mismo tiempo, se reclamaba autor de obras técnica y estéticamente admirables como son las que forman el tesoro áureo encontrado en el castro, hoy visible en el Castillo de San Antón. La caracterización de las cerámicas en cuestión no es inocente. Si fueran imitación de kylikes áticos habría que pensar en una antigüedad cuando menos del siglo V, si no del VI, antes de Cristo. Para lo que se conocía antes de los años 80 del siglo pasado, eso hacía de Elviña uno de los castros más antiguos de Galicia. Hoy, después del camino abierto por el añorado Antonio Álvarez Núñez (¿estaría hoy con las acampadas del 15M, protestando con saco de dormir y botella de agua mineral como siempre proponía, o se negaría por eso de llevar la contraria?) en Penalba a golpes de carbono 14, remachado poco después por Antonio de la Peña con sus estudios en Torroso, sabemos que el poblamiento amurallado en outeiros viene de mucho más atrás; los datos obtenidos en el Norte de Portugal traspasan incluso el 1000 a.C. Pero incluso así se trataría de una antigüedad más que considerable, en pleno proceso formativo del mundo castreño durante el llamado Hierro I. Su interpretación como imitaciones de campaniense, una cerámica de barniz negro producida en las áreas de Nápoles (la Campania), Florencia (Etruria) y Sicilia entre los siglos III y I a.C. grosso modo, resultaba mucho menos violenta y más acorde con lo que se iba sabiendo de Elviña; del castro ya eran conocidas algunos fragmentos de auténticas campanienses, así como de ánforas
3 itálicas empleadas en el transporte de vino napolitano (las llamadas Dressel 1), de cronología coherente. A pesar de que las formas no cuadraban bien con las campanienses canónicas, la interpretación de las cerámicas quedó en ese mundo difuso de imitaciones de vajillas finas de barniz negro anteriores al dominio romano de la Gallaecia.
Las campañas de excavación desarrolladas en Elviña entre 2003 y 2007 se centraron en el ángulo SW de la muralla del recinto más interior y más alto del castro, la llamada croa o acrópolis, tanto intra como extramuros. Aunque salieron también restos de utilizaciones anteriores y posteriores del solar, el panorama más evidente pertenecía a dos momentos sucesivos; uno de ellos abarcando los dos (si no tres) últimos siglos antes de Cristo, con transformaciones urbanísticas en torno al cambio de era, y otro posterior, que hoy por hoy situamos en los dos primeros tercios del siglo I d.C. El primero de estos dos momentos proporcionó, además de abundantísima cerámica castreña del llamado Hierro II, cerámicas exóticas cuando menos de los siglos II-I a.C.: ánforas vinarias grecoitálicas e itálicas de las ya citadas Dressel 1, ánforas y askoi púnicos, cerámica campaniense de barniz negro, cerámicas ibéricas, etc.
4 Pero no apareció ni un solo trozo de esas cerámicas grises bruñidas o cuasi-bruñidas que, si realmente fueran imitaciones de campanienses, serían esperables entre el abundante material encontrado. Las piezas "raras" de Elviña quedaban así en el limbo de lo desconocido, un limbo en el que quizá debieran haber estado siempre, si damos por bueno lo que una vez me dijo un amigo: "vale más una sólida duda que una falsa certeza". Aprovechando una remodelación de las vitrinas dedicadas a Elviña en el Museo de San Antón a fin de exponer los nuevos materiales, retiramos de la circulación esas piezas de las que no era posible decir nada sin mentir. Bien podrían haber quedado, como muestra de la frágil realidad del conocimiento arqueológico (sabemos poco, proponemos y debatimos algo, desconocemos mucho), si hubiera espacio para ello, lo que no es el caso.
Con esa incógnita en la cabeza (que no es más que una de las muchas que Elviña, como cualquier otro yacimiento, plantea cuando uno se aproxima con mirada curiosa y crítica) comenzó la última de las campañas de excavación, financiada mediante Convenio entre el Ayuntamiento coruñés y el Ministerio de Fomento en el marco de los Programas del 1% Cultural. Desarrollada entre enero y junio de 2009, a diferencia de las anteriores se planteó englobando una buena parte de la muralla exterior del castro, detectada al sur de la croa durante los sondeos de 2002.
5 Los resultados del pequeño sondeo de entonces, tanto por los materiales como por la técnica constructiva de la muralla, apuntaban a momentos considerablemente más tardíos que los estudiados en la croa. Los fragmentos de ánfora de posible adscripción a las producciones béticas destinadas al transporte marítimo de aceite de oliva (las llamadas Dressel 20), los trozos de vajilla fina de barniz rojo con decoración de círculos (terra sigillata hispánica) y otros elementos como las tegulae (tejas planas), las imbrices (tejas curvas) o las asas de unas ánforas, también de fabricación bética, cuyo contenido todavía está en discusión (las Haltern 70), permiten proponer el comienzo de la utilización de esta zona del castro a finales del siglo I d.C. o comienzos del II. El límite final venía marcado por algunos fragmentos de vajillas finas, con un barniz más anaranjado que las anteriores, de las que derivan, fabricadas entre los siglos IV y V d.C. (terra sigillata hispánica tardía).
Si las anteriores campañas habían sido destinadas a intentar comprender el nacimiento del castro y sus primeros momentos, ésta intentaba estudiar su final. Así pues, se trazó una nueva área a excavar, que se fue ampliada en el transcurso de los trabajos, al SE de la muralla exterior, uniendo dos de los sondeos realizados en 2002: el Sondeo 5, al SW de la zona a excavar, del que ya vimos que había materiales entre el II y el IV-V d.C., y el Sondeo 6, al NW, en el que habían salido los restos de una casa de esquinas angulares con materiales del s. I dC.
6 Tanto la excavación en sus últimos meses como el posteriror trabajo de laboratorio fueron víctima de serios problemas, derivados de la impericia profesional de parte del personal que participó en el proceso primero, y de su comportamiento abiertamente obstruccionista después. A pesar de ello, a base de voluntad, trabajo y resistencia conseguimos transformar un desastre en algo cuando menos aprovechable y con una más que aceptable dignidad. De la Memoria Técnica, entregada y ya aprobada por la Dirección Xeral do Patrimonio de la Xunta de Galicia, cito: "El lamentable estado de la documentación elaborada por el Equipo Técnico durante los meses de abril y mayo, en la que estaban sistemáticamente ausentes datos fundamentales para la comprensión y planificación de la excavación, a pesar de mis reconvenciones y mi trabajo nocturno de revisión de las fichas, de tal grado que llegó a comprometer seriamente mi salud por exceso de trabajo y falta del imprescindible descanso cotidiano, echó a perder los intentos de recuperar el tiempo perdido. Por el contrario, la laboriosa tarea de realizar lo que llamo "arqueología inversa" por analogía con la más usual "ingeniería inversa", es decir, "deconstruir" la documentación generada con el fin de detectar los errores que causaban confusión, con su posterior corrección, hizo que los trabajos de laboratorio se prolongaran durante un largo tiempo que habría sido innecesario si en el trabajo de los técnicos se hubieran seguido los protocolos adoptados para la excavación. "No es sencillo exponer de forma breve la marcha y resultados de la excavación, pues ésta resultó muy compleja al encontrarnos con espacios muy tocados en diferentes épocas, sucediéndose derrumbes sucesivos separados por leves capas de tierra en las que sistemáticamente aparecen más claros los abandonos que las ocupaciones. "En la periodización, siempre interpretativa y provisional en tanto nuevos datos o la constatación de errores no obliguen a sustituirla, como siempre en ciencia, por otra ordenación más coherente y económica, establecí once períodos, a saber: 1.- Contemporáneo 2.- Cultivos modernos 3.- Modificaciones medievales (XIII-X) 4.- Altomedieval (X-VII) 5.- Germánico (VI-V) 6.- Siglos V-IV 7.- Siglos IV-III 8.- Siglos III-II 9.- Muralla romana y preparación de la ocupación imperial (siglo I?) 10.- Restos de la muralla primitiva y ocupación preimperial. 11.- Pre-ocupación" Los períodos que nos interesan ahora son el 5 y el 6. Bajo las consabidas capas de tierra vegetal, y una vez excavados los potentes niveles de tierras de cultivo modernas y medievales, aparece un panorama confuso y abigarrado correspondiente a la tardorromanidad sensu lato; capas torturadas de abandonos y derrumbes que poco a poco se van serenando hasta configurar suelos de ocupación y lo que parecen restos de una cabaña adosada a la muralla, que aprovecha también muros anteriores, con hechos y rehechos entre los siglos III y V d.C.
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Y en esos niveles, acompañados, además de por los omnipresentes fragmentos de pizarra y de tegulae, por materiales claramente tardorromanos, como terra sigillata hispánica tardía, Late Roman C –vajilla fina también de engobe rojizo y de posible origen focense–, restos de ánforas béticas, lusitanas y africanas tardías, o vidrios también tardíos, comienzan a aparecer pies realzados troncocónicos de cerámica gris, en todo similares a los de los kylikes de Luengo.
¿Qué pintaban ahí esas cerámicas presuntamente imitaciones de áticas? Incluso dando por bueno que fueran derivadas de campanienses, serían de momentos anteriores a la era, cuando todo lo demás era posterior, muy posterior. La situación no podía ser más contradictoria. Consciente de mis limitaciones y siempre necesariamente autocrítico, lo primero que pensé es que todo estaba mal, que la confusión se debía
8 a una excavación mal dirigida por mi parte. Pero los hechos aguantaban todas las pruebas y todos los contrastes. Más aun, lejos de aclarar por qué aparecían ahí, en contextos tardíos, cerámicas de momentos romanos bien tempranos, los sucesivos análisis insistían en su cronología tardía, cada vez más afinada: los presuntos "kylikes" estaban enmarcados, por abajo (terminus post quem), por unidades estratigráficas que contenían, por ejemplo, una panza de terra sigillata hispánica tardía con decoración del llamado Primer Estilo, bien encuadrable a finales del siglo IV d.C.; por encima (terminus ante quem), por un magnífico ejemplar, fragmentado in situ, de cuenco de terra sigillata africana D, fabricado en Túnez, de la forma a la que Hayes dio el número 99a, propia de finales del siglo V d.C. si no de comienzos del VI.
Nuestros pies "raros" quedaban así bien situados en el siglo V, pero no antes de Cristo como los kylikes áticos, sino después de Cristo: una diferencia de mil años. Nada menos. Una vez fijada la cronología de las piezas en el siglo V d.C., de lo que se trataba era de comprender. No conocíamos nada similar en Galicia, y el siglo V nos resultaba ciertamente ajeno. Tampoco los colegas consultados nos supieron indicar por dónde comenzar. Hasta que, mientras estudiábamos (siempre, siempre hay que estudiar, estudiar sin parar, continuamente) el impresionante "amansaburros" de título Cerámicas hispanorromanas. Un estado de la cuestión, ciertamente imprescindible, publicado en 2009 por la Universidad de Cádiz bajo dirección del infatigable Darío Bernal Casasola y A. Ribera i Lacomba, una imagen nos golpeó en los ojos: en ella había tanto pies troncocónicos realzados semejantes a los nuestros, como formas carenadas que recordaban a la de Luengo. Estaba en el artículo de Luis Ángel Paz Peralta dedicado a "Las producciones de terra sigillata hispánica intermedia y tardía".
9 ¿Y qué son esas piezas de la imagen que nos abría un camino a seguir? Pues nada más y nada menos que cerámicas grises de Astorga, del siglo V d.C., con las que Paz Peralta tipifica su propuesta de una nueva facies, a la que llama "grupo C", de la terra sigillata hispánica tardía, difundida por las provincias de León, Palencia y Zamora (los grupos A y B son los de los alfares rionajos y los de la Meseta respectivamente). Al final iba a resultar que andábamos buscando por el Mediterráneo central y oriental, cuando el fabriquín lo teníamos al lado de casa.
Por las mismas fechas la Dra. Rosa Brañas estaba inventariando el legado que la hija de José María Luengo había donado al Ayuntamiento con destino al Museo Arqueológico de San Antón, en el que Rosa estaba como becaria. Además de libros, revistas, manuscritos y muebles, en el legado había un cierto número de piezas arqueológicas. Una de ellas le llamó la atención y me la mostró: era un pie realzado troncocónico gris, pero que llevaba una referencia pegada: "Astorga". Aunque la cerámica de esta última pieza era de mejor factura, o cuando menos de mejor cocción, la similitud con las de Elviña resultaba patente. No sólo teníamos el fabriquín al lado de la casa, sino que resultó que la pieza clave para entender aquellas piezas raras encontradas por Luengo, que después fueron erróneamente interpretadas como kylikes áticos, estaba en alguno de los cajones del propio Luengo. La vida bien podía guardarse a veces alguna de sus ironías. Pero al final el círculo se cierra, y vaya como homenaje a José María
10 Luengo esta primera sugerencia de vinculación a su querida Astorga natal de las interesantes piezas por él encontradas en Elviña. Ya estábamos orientados, pero no estábamos conformes. Las diferencias entre la única pieza de Astorga y las de Elviña seguían estando ahí, y de las cerámicas estudiadas por Paz Peralta tan sólo disponíamos del dibujo y de una breve descripción general de las formas y de las pastas. Cuando ya estábamos pensando en ir a ver las piezas de Astorga, que no están en Astorga sino en León, la casualidad nos proporcionó una ocasión mejor. La S.E.C.A.H. - Ex Officina Hispana (Sociedad para el Estudio de la Cerámica Antigua en Hispania) organizaba en el Museo Arqueológico Nacional, el 15 de octubre de 2010, una mesa redonda restringida sobre "La Terra Sigillata Hispánica Tardía y sus contextos: estado de la cuestión", y entre los ponentes figuraba el Dr. Paz Peralta. Una oportunidad inmejorable para que la montaña fuese a Mahoma. Gracias a la amabilidad del Presidente de la SECAH, Dr. Ángel Morillo Cerdán, y de su Secretario General, D. Luis Carlos Juan Tovar (y por supuesto gracias también a la benevolencia del Ayuntamiento coruñés, que autorizó mi presencia allí en jornadas laborables), pude asistir cómo oyente a las sesiones de la mesa redonda. Durante las conferencias era oyente, pero los entreactos eran míos: no es necesario decir que, armado con las correspondientes cajitas, asalté implacablemente a los grandes sabios entre ponencia y ponencia. Como siempre ocurre con los grandes, la amabilidad y la sencillez de trato fue pareja con su altura profesional y humana; sólo puedo manifestar mi profundo agradecimiento a cuantos torturé con mis preguntas. Fueron muchos, por no decir todos; pero lo que importa ahora es el abordaje a Paz Peralta, por quien me enteré del reciente fallecimiento de Maite Amaré Tafalla, con la que había estudiado las cerámicas de Astorga, en la que fue la nota amarga de la entrevista. El resto no pudo ser mejor: actuando como piedra de toque, Paz Peralta nos confirmó que las piezas de Elviña no desentonarían para nada en el conjunto astorgano. Dimos entonces por bueno que estábamos ante un conjunto, para nosotros desconocido hasta entonces en el mundo castreño, y que ya teníamos más o menos delimitado. El siguiente paso fue buscar y rebuscar en los fondos del museo hasta encontrar un buen número de piezas similares, procedentes de las excavaciones de Luengo y posteriores. Además de nuevos pies, encontramos, con la ayuda de los becarios Ana Martínez, María Reboredo, Rosa Brañas y Xes López, un buen número de bordes de diferentes recipientes, que repetían un limitado número de formas. En estas andábamos cuando entramos en contacto “internético” con Luis Carlos Juan Tovar, quien nos dedicó mucha, mucha atención. Más tarde tuvimos el placer de convivir con él varios días, así como con otros grandes sabios hispánicos, durante el curso "La cerámica romana en Hispania", organizado también por la SECAH – Ex Officina Hispana, en Madrid del 11 al 13 de abril de 2011, al que asistimos con autorización y ayuda del Ayuntamiento coruñés. En la terraza de la cafetería de la sede del CSIC vimos pausadamente las cerámicas con Juan Tovar y el Dr. Ramón Járrega; no sólo confirmaron que íbamos por buen camino, sino que nos animaron a profundizar en el estudio de estos materiales interesantes y hasta ahora desconocidos. Gracias a esos ánimos, que tan bien nos vinieron en esta larga temporada de resistencia frente a un acoso moral organizado desde fuerzas tan poderosas como indignas, y siguiendo sus consejos, procedimos a dibujar las piezas, con el resultado de que hoy podemos proponer con buenas bases que, en el siglo V d.C., en el Castro de Elviña estaba en uso una vajilla gris con un servicio compuesto por tres formas: copa, taza y plato.
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El conjunto resulta de interés, y hasta ahora, que sepamos, no señalado en el mundo castreño. Es evidente que es necesario profundizar en él, y a esto nos estamos dedicando en compañía de Luis Carlos Juan Tovar, que me hizo el honor de considerarme compañero en esta andadura. Pero ya de entrada surgen preguntas inevitables: ¿cómo es posible que estas cerámicas tan características aparezcan tan sólo en Astorga y en el Castro de Elviña? No es fácilmente concebible que no existan en el inmediato solar urbano coruñés, tan abundante en restos romanos y tardorromanos. Mi apuesta es la de que aparecerán en cuanto se revisen las excavaciones que suministraron restos de la tardorromanidad, como la de la Fundación Caixa en el Cantón Grande, o algunas de las calles Franxa y Rego de Agua o Tabernas. Lo veremos. Y tampoco resulta fácil pensar que estas cerámicas no existan en Lugo, capital de conventus ubicada entre Coruña y Astorga. Y con razón no resulta fácil, porque lo cierto es que parecen existir. A pesar de que la magnífica tesis de Enrique Alcorta (Lucus Augusti II: Cerámica común romana de cocina y mesa halladas en las excavaciones de la ciudad, publicado en 2001 por la Fundación Barrié) termine justo ahí, no deja de citar el conjunto de cerámicas grises tardorromanas lucenses, en el que hay tazas carenadas y pies realzados troncocónicos que, pensamos que por un error de la edición, no aparecen dibujados. Teniendo Lugo, como tenía, una potente industria alfarera en tiempos romanos, parece razonable proponer que la hipótesis de elección debe ser la de que las piezas de Elviña, insertas en una tradición muy, muy amplia de cerámicas grises (quizá las más conocidas o reconocidas sean las
12 DSP o Dérivées des Sigillées Paléochrétiennes) del siglo V d.C., hayan sido fabricadas en Lugo. Pero para poder afirmar eso hay que recorrer un camino largo que apenas acabamos de iniciar. De todas maneras, vaya usted a saber. Por aquellos tiempos de mediados del V ya andaban los suevos por aquí, y en Lugo se dedicaban a practicar el noble deporte de matar obispos, como es bien sabido, de modo que el ambiente de entonces no parece haberse caracterizado precisamente por su serenidad. Y aquí termina el viaje. De Atenas a Astorga con posible final en Lugo: no está mal la larga marcha de las cerámicas de Elviña, tanto en el espacio como en el tiempo: mil años. Tampoco esto me acoquina: más larga en el tiempo es mi peculiar marcha profesional, del megalitismo a la tardorromanidad. Que ya hay que tener ganas, pero mola. Esperemos que las circunstancias nos permitan seguir abriendo camino en esta marcha que, sin dejar de comprender que a muchos les parezca una frikada, a mí me resulta apasionante y digna de aguantar cualquier vejación en el objetivo de devolver a la ciudadanía el conocimiento arqueológico del que es legítima propietaria. En eso seguimos. El camino es largo, pero esperamos recorrerlo con salud y con sabiduría: la última está garantizada con la compañía de Luis Carlos Juan Tovar. En cualquier caso, frente a quienes, perdiendo su dignidad, pretenden pararnos poniendo en práctica la máxima de Goebbels “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, sigo confiando en que el tiempo y el trabajo pondrán a cada uno en su sitio. Hoy planto cara a Goebbels y los suyos, me subo a los hombros de un gigante, Abraham Lincoln, y desde los principios democráticos que él contribuyó a crear, lanzo a modo de conjuro una de sus frases más certeras: “Podéis engañar a todo el mundo algún tiempo. Podéis engañar a algunos todo el tiempo. Pero no podéis engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Que así sea. Si han tenido la paciencia y el valor de llegar hasta aquí, tan sólo les falta conocer las cosas en directo, ejercer su pensamiento crítico y juzgar nuestro trabajo por ustedes mismos. Aunque después decidan darnos un suspenso, tanto la visita al Castro de Elviña como al Museo Arqueológico valen la pena. Siempre serán bienvenidos y sinceramente creo que no se arrepentirán. Anímense.
José María Bello Diéguez, julio de 2011