Tradición Católica: Enero-marzo 2021

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Indice Editorial: Con la alegría de la esperanza, pacientes en la tribulación.... 1 Carta a los amigos y bienhechores nº 90................................................................ 3 P. Davide Pagliarani

Breves consideraciones sobre el tiempo de epidemia............................... 9 P. Jean-Michel Gleize

¿Es moralmente segura la vacuna contra el Covid-19?....................................... 15 P. Arnaud Sélégny

Validez de las nulidades matrimoniales......................................................... 27 P. Bernard de Lacoste

¿Por qué buenos sacerdotes dejan mala impresión?............................... 37 La primavera del postconcilio................................................................................ 41 L. Pintas

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Editorial

Con la alegría de la esperanza, pacientes en la tribulación

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on gozo y santo temor de Dios esperamos la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo, que ha de volver a la tierra en gloria y majestad, pero a todos nos perturba, y a muchos aterroriza, lo que necesariamente la precederá: la gran apostasía, la persecución, el Anticristo. Y la pregunta enorme es si estaríamos ya a las puertas de esos tiempos anunciados por el Salvador. Hoy parece que todo se precipitara y no deja de agudizarse la preocupación por la epidemia que no cesa, por la consecuente ruina económica, por las vacunas que llegan y casi se imponen, por el gobierno y la religión mundiales. Ciertamente la venida del Anticristo necesita la preparación de un ambiente favorable, y muchos hechos apuntan a que estaríamos acercándonos, a pasos agigantados, a esos últimos tiempos. Como ya apuntaron los hechos a esa cercanía en otras épocas turbulentas de la Iglesia, recordemos por ejemplo la predicación de San Vicente Ferrer a caballo de los siglos XIV y XV. “De aquel día y de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24, 36). No cabe ignorar, sin embargo, que desde los años 90 del pasado siglo la ONU y sus organizaciones sectoriales han venido celebrando una serie de conferencias intergubernamentales de extraordinaria importancia, que han abarcado todos los aspectos de la vida en sociedad: la educación, los niños, el medio ambiente, los sedicentes derechos humanos, la población, el desarrollo social, las mujeres, la seguridad alimentaria. El propósito de este proceso ha sido y sigue siendo construir una nueva visión del mundo, un nuevo orden global, un nuevo consenso universal sobre normas, valores y prioridades para la comunidad internacional en el siglo XXI. La crisis ocasionada por el coronavirus apunta a servir de instrumento fácil a esta amplitud y profundidad de cambios, donde todos los ámbitos empiezan a adaptarse: políticas multilaterales y nacionales, desarrollo, salud, educación, cultura y hasta el diálogo interreligioso. La primera reacción es el miedo, no podemos evitarlo, pasión del espíritu que nos lleva a escapar de lo que consideramos arriesgado, peligroso o nocivo; es una presunción, una sospecha, una desconfianza del daño futuro, imaginario o real. El miedo no es signo de debilidad ni de cobardía, al contrario, es una reacción espontánea y natural que en parte precede a nuestra voluntad. Luego está la imaginación, la loca de la casa, como decía Santa Teresa. Se refiere al interminable discurso de nuestros pensamientos, que quitan la paz y la tranquilidad cuando no se controlan bien. Tanto el miedo como la imaginación pueden ser alimentados y exasperados por las pantallas de Internet, supuestamente una fuente de información para todos, pero también una fuente de agitación y perturbación para muchos. Internet es un entretenimiento y una herramienta de trabajo, un lugar de juegos y redes sociales, un medio de comunicación y muchas otras cosas que mantienen a los usuarios “es-


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Editorial: Con la alegría de la esperanza, pacientes en la tribulación

posados” a sus enlaces o cadenas. Buscamos información fiable -que consideramos fiable-, pero mantenemos nuestro espíritu continuamente excitado y oprimido. Muchos años antes del triunfo e imperio de las pantallas, entre nosotros había escrito Cunqueiro con asombrosa previsión: “La noticia, en nuestro siglo, es instantánea como el diablo.” ¡Como el diablo, no dejemos de advertirlo! Todos reconocemos que perdemos mucho tiempo ante las pantallas, pero hacemos poco para desconectarnos de lo que resulta ser una adicción, una droga, un veneno. En cierto modo la situación en la que vivimos es similar a la del profeta Jeremías. Su misión fue extremadamente difícil, porque tuvo que aconsejar a su propio pueblo que aceptara la deportación, castigo por la apostasía de Israel. Los falsos profetas anunciaban soluciones ilusorias, los reyes buscaban alianzas con Egipto. Pero Jeremías insiste: no tiene sentido oponerse; Dios se servirá de los caldeos, los hebreos serán castigados e irán a Babilonia. También ahora anticipamos que sucederá algo importante. La Iglesia, así como Cristo, sufrirá, antes del fin del mundo, una prueba suprema que será una verdadera pasión. Por un lado somos muy conscientes del castigo que anunció la Santísima Virgen María en Fátima, y que ante nuestros ojos ha de ejecutarse; por otro lado sabemos que, en el fondo, la lucha que combatimos no es contra hombres: porque no es contra hombres de carne y hueso que tenemos que luchar, sino contra principados y potestades, contra los príncipes de este mundo oscuro. Tomemos, por lo tanto, la armadura de Dios, para que podamos resistir en los días malos y mantenernos firmes en el cumplimiento de nuestro deber (Ef 6, 12-13). Velar y rezar, éste es nuestro deber. Vivir el momento presente sin permitir que los miedos, la imaginación, las pantallas de Internet, nos quiten la paz interior, nos hagan perder u olvidar lo esencial. El día en que nuestra santa fe católica sea en verdad puesta a prueba, el día en que por los poderes de este mundo se nos exija algo realmente contrario a nuestra santa religión cristiana, le pediremos humildemente a Dios su gracia para poder resistir. Santa Teresita deseaba la gracia del martirio: “Cuando pienso en los tormentos reservados para los cristianos en la época del Anticristo, siento que mi corazón tiembla y querría que esos sufrimientos se reservaran para mí ...”. Los mártires recibían la gracia para afrontar las pruebas en el momento mismo del martirio, no antes, y Dios era el que sostenía sus fuerzas en medio del suplicio. Sin una acción de Dios, el martirio es inimaginable. Que cada cual cumpla con su deber, atento a los signos de los tiempos, sí, pero sin perder de vista que Dios nos cuida, que nunca nos abandonará. “Los justos clamaron, el Señor les respondió y los libró de todas sus angustias. Las tribulaciones de los justos son numerosas, pero el Señor los libra de todas. Él protege cada uno de tus huesos: ninguno de ellos se romperá” (Sal 34). Y pone el profeta en boca de Yavé: “¿Puede una mujer olvidar a su hijo que amamanta, sin compadecerse del niño en sus entrañas? Sin embargo, aunque ella se olvidara de él, yo no me olvidaría de ti” (Is 49, 14-15). San Pablo, dirigiéndose a los romanos, les recomienda que sean sinceros en su caridad, “diligentes sin flojedad, fervorosos de espíritu, como quienes sirven al Señor”; y a continuación: “Vivid alegres con la esperanza, pacientes en la tribulación, perseverantes en la oración” (Rom 12, 12). Una triple exhortación que resume la actitud del católico frente a la adversidad. m


Carta del Superior General a los amigos y bienhechores, n° 90

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ueridos fieles, amigos y benefactores, Estamos viviendo un momento en la historia muy particular, y casi excepcional, debido a la crisis vinculada con el coronavirus y a todas las repercusiones que ésta ha tenido. En una situación así surgen mil preguntas, a las que habría que dar otras tantas respuestas. Sería utópico pretender dar una solución a cada uno de los problemas en particular, y ese no es el objetivo de estas reflexiones. Más bien quisiéramos analizar aquí un peligro que, en cierto sentido, es más grave que todos los males que afligen actualmente a la humanidad: el peligro que corren los católicos de reaccionar de manera excesivamente humana ante el castigo que aflige actualmente a nuestro mundo, que ha vuelto al paganismo por su apostasía. Y es que, desde hace varias décadas, esperábamos un castigo divino, o alguna intervención providencial para remediar una situación que nos parecía perdida desde hacía mucho tiempo. Algunos imaginaban una guerra nuclear, una nueva ola de pobreza, un cataclismo, una invasión comunista o incluso una crisis petrolera... En definitiva, cabía esperar algún acontecimiento providencial por el que Dios castigara

el pecado de la apostasía de las naciones, y provocara reacciones saludables entre las personas que estuvieran bien dispuestas. En cualquier caso, esperábamos algo que revelaría los corazones. Sin embargo, aunque no forzosamente tengan el perfil que esperábamos, los problemas que estamos viviendo desempeñan sin duda este papel revelador. ¿Qué sucede con la crisis que estamos atravesando? Tratemos de analizar los sentimientos que están ganando los

corazones de nuestros contemporáneos, y tratemos sobre todo de examinar si nuestras disposiciones como católicos logran elevarse a la altura de nuestra fe. Miedos demasiado humanos A fin de simplificar, descubrimos tres tipos de miedos que hoy se entremezclan en casi todos los hombres, y que


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agotan toda su energía. En primer lugar, está el miedo a la epidemia como tal. No se trata de discutir la nocividad del coronavirus: pero lo cierto es que nuestro mundo impío se aferra a la vida mortal como al bien más absoluto, ante el que todos los demás se inclinan y pierden su interés. Por lo tanto, y resulta algo inevitable, esta falsa perspectiva engendra una ansiedad universal e incontrolable. El mundo entero parece estar perdiendo la razón. Hipnotizados por el peligro que amenaza la prioridad entre las prioridades, literalmente en pánico, todos se muestran profundamente incapaces de pensar en otra cosa, o de elevarse por encima de una situación que les supera. Luego está el fantasma de la crisis económica. Por supuesto, es perfectamente normal que un padre se preocupe por el futuro de sus hijos, y Dios sabe que las preocupaciones más legítimas abundan en este momento. Pero me refiero al miedo más general y, en definitiva, mucho más egoísta, de volverse un poco más pobres, de dejar de disfrutar aquello que se daba por sentado y como objeto de derechos intocables. Esta perspectiva está estrictamente vinculada a la anterior: pues si la vida en este mundo es el bien supremo, las riquezas que nos permiten disfrutarla más, o al máximo, se convierten también, inevitablemente, en un bien supremo. A todo esto se añade, finalmente, el miedo de perder las libertades individuales, de las que los hombres han disfrutado hasta ahora. Nunca antes se había visto una conciencia tan generalizada de los “derechos humanos”.

Podríamos seguir desarrollando el análisis de este triple miedo y de todo lo relacionado con él. Únicamente diremos que su base común es fundamentalmente natural y puramente humana, y que

El jinete de la Muerte, del ‘Apocalipsis de los Confinados’, Normandía, Francia, c. 1300.

podría resumirse en la preocupación de que nada será igual que antes de la crisis: ese “antes” se confunde y se percibe universalmente como el bienestar ideal e inalienable, que la humanidad ilustrada había conquistado gloriosamente. Sin embargo, si analizamos a fondo este miedo y los comportamientos que provoca, encontramos paradójicamente subterfugios similares a los que utilizaban los paganos de la antigüedad para explicar cualquier fenómeno que no lograban entender. Aquel mundo antiguo, ciertamente cultivado, civilizado y organizado, pero desgraciadamente ignorante de la Verdad, recurría a los monstruos, a los dioses de todo tipo, y, sobre todo, a los mitos burdos, para traducir lo que no podía comprender. Hoy estamos siendo testigos de reacciones similares: ante el miedo y ante la incertidumbre del futuro, nace toda una serie de explicaciones que van en todas las direcciones,


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sistemáticamente contradictorias entre sí, y que se entremezclan sin fin. Su incoherencia se manifiesta en el hecho de que se ven continuamente superadas, en el espacio de unas horas o semanas, con explicaciones más rebuscadas, más sutiles, y aparentemente más convincentes, pero no necesariamente más verdaderas. Nos encontramos frente a verdaderos mitos, donde se mezclan elementos reales con historias ficticias, sin que se pueda captar su límite. Y vemos surgir un gran deseo de alguna solución mi-

«Nada escapa a Dios y a su Providencia». Un aspecto precioso de la Providencia de Dios es su constante atención por nosotros. En la imagen, la resurrección de la hija de Jairo.

lagrosa y utópica, capaz de disipar esas neblinas y resolver todos los problemas de una vez. Es algo así como si reapareciera el antiguo grito de confusión, angustia y desesperación después de dos mil años, en una humanidad que se ha vuelto otra vez pagana. Y no podía ser de otra manera: esto pone de manifiesto, para aquellos que quieren ver, hasta qué punto la humanidad sin Dios se ve desamparada y condenada a la locura. Sobre todo, es notable que el hombre moderno

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que ha perdido la fe y, por lo tanto, ya no cree, está por lo mismo dispuesto a creer cualquier cosa sin verdadero discernimiento. Nuestra esperanza está anclada en el Cielo En lo que a nosotros se refiere, ¿estamos seguros de que somos completamente inmunes a este espíritu? Por supuesto, los tres temores que acabamos de mencionar son comprensibles, e incluso legítimos, hasta cierto punto. Lo que no es legítimo es permitir que tales temores impidan o ahoguen toda consideración sobrenatural y, sobre todo, que comprometan la posibilidad de aprovechar esta prueba. No olvidemos nunca, pues, que sólo seguimos estando en la realidad y en la verdad si mantenemos una mirada de fe. Nada escapa a Dios y a su Providencia. Es cierto que, por encima de las contingencias que nos golpean, Dios tiene un plan preciso. Y recordar a los hombres su condición mortal, así como la fragilidad de sus proyectos, forma parte de este plan. Dios muestra en primer lugar al hombre de hoy, envenenado por el positivismo (la negación de un orden divino), que la naturaleza que le rodea es obra suya y que obedece a sus leyes. Dios hace comprender al Prometeo moderno, adoctrinado por el transhumanismo (la negación de los límites del hombre), que la naturaleza que Él ha creado escapa a la técnica y al control de las ciencias humanas. Esta es una lección suma-


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mente necesaria, especialmente hoy en día. Debemos tomarla cuidadosamente y hacerla nuestra, sobre todo porque el hombre moderno, cegado por su sueño de poder absoluto, se ha hecho incapaz de captarla. Y hemos de encontrar en ella un nuevo estímulo para adorar la grandeza de Dios y vivir íntimamente en su dependencia. Más concretamente, ¿qué nos diría Nuestro Señor, a quien nada se le escapa, y que todo lo tiene previsto de antemano?: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe? ¿No creéis que soy verdaderamente Dios, que soy verdaderamente todopoderoso, que dirijo todas las cosas en mi sabiduría y en mi bondad? ¿Acaso hay un solo cabello de vuestra cabeza que se caiga sin mi conocimiento y sin mi permiso? ¿No soy Yo el dueño de la vida y de la muerte? ¿Creéis que un virus puede existir sin Mí? ¿Que los gobiernos pueden hacer leyes sin que Yo sea el amo? ¿Qué cosa grave puede suceder si Yo estoy con vosotros en la barca en medio de la tempestad?” En esto radica todo el problema, es decir, en la respuesta que podemos dar a estas preguntas. ¿Está Nuestro Señor realmente en la barca de nuestra alma? Si es así, ¿tenemos realmente esa mirada de fe, que nos permite interpretar a su luz cada acontecimiento de nuestra vida cotidiana? ¿Somos realmente capaces de mantener una confianza total en Él, incluso cuando no entendemos del todo lo que está pasando? ¿Son suficientes las respuestas eternas que nos ofrece nuestra fe? ¿O sentimos la necesidad de diluirlas con aquellas otras que podemos

encontrar en internet y que cambian día con día? ¿Los meses que han transcurrido han aumentado nuestra confianza en Nuestro Señor? ¿O han contribuido a replegarnos sobre nosotros mismos y a confundirnos? Cada uno de nosotros ha de responder a estas preguntas con sinceridad, ante su conciencia.

Si creemos que Dios es caridad y que su amor es infinito, la conclusión lógica es que podemos abandonarnos tranquilamente en sus manos, sabiendo que Él piensa en nosotros y nos cuida y quiere lo mejor para nosotros.

*** También hay algunos entre nosotros que temen, más allá de la propia epidemia, el estallido de una persecución a largo plazo contra el culto, y especialmente contra los cristianos. Es comprensible que se plantee este tema, pues estamos muy conscientes de que el mundo nos odia, y que tarde o temprano esto debe ocurrir, ya sea a causa de la epidemia o independientemente de ella. Es algo de lo que no escaparemos. Se trata de una verdad evangélica, anterior a cualquier predicción de la actual estampida: “Oiréis hablar de guerras y revueltas –nos dice Nuestro Señor–; se levantará na-


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ción contra nación, y reino contra reino; habrá grandes terremotos, y en diversos lugares pestilencias y hambres;... os echarán mano y os perseguirán; os entregarán a las sinagogas, os echarán a la cárcel, y os llevarán ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre” (1).

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Dios del amor que les llamaba a unirse a Él, no veían más que peligro, dolor y miedo... y acababan apostatando. No les faltaban informaciones claras, pero su fe no era lo suficientemente fuerte, y no se había alimentado suficientemente con una oración ardiente: “Mirad por vosotros mismos, no sea que vuestros corazones se agobien por los excesos del comer y del beber, y por las preocupaciones de la vida, y que aquel día os sorprenda; porque vendrá como una red sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Vigilad, pues, y rezad en todo momento” (3). Y Nuestro Señor también nos advierte: “El siervo no es mayor que su amo. Si a Mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (4). En todas las pruebas existe el medio secreto y precioso para configurarnos con nuestro Salvador y modelo, y poder así “completar en nuestra carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo” (5). ***

«Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna» (Mt 10, 28). Martirio de San Esteban, por Juan de Juanes.

Pero también, en este caso, nuestro miedo debe estar bañado por la luz tranquilizadora de nuestra fe: “No tengáis miedo...” (2). Estando advertidos desde hace tiempo, debemos prepararnos para ello, de modo pacífico, abandonándonos sin reservas en las manos de la Providencia, y sin buscar desesperadamente una salida. Pensemos en los cristianos de los primeros siglos en medio de la persecución: los que miraban demasiado a los perseguidores, a los instrumentos de tortura o a las fieras, olvidando al

Finalmente, hay una última reflexión que puede ayudarnos a ceñirnos a la realidad y dejar al coronavirus en su sitio. Junto a esta crisis actual, la Iglesia atraviesa otra mucho más terrible y devastadora, que debe afectarnos mucho más. ¡Ay de nosotros si no lo hacemos, porque sería una señal de que ya no tenemos una mirada de fe! Esta otra crisis es, en efecto, mucho más mortífera, pues los que por su causa han perdido la fe corren el riesgo de perder su alma para siempre. A esto se añade, desgraciadamente, en la situación actual, la ausencia total de un mensaje sobrenatural de la jerarquía de la Iglesia sobre los efectos del pecado, la exigencia de la pe-


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nitencia, el amor a la cruz, y la preparación para la muerte y el juicio que espera a todos los hombres. Es realmente una catástrofe dentro de la catástrofe. Por lo tanto, en lo que respecta a nosotros, no perdamos la esperanza, que no se basa en nuestros esfuerzos ni en nuestras cualidades o análisis, por muy pertinentes que sean, sino en los méritos infinitos de Nuestro Señor Jesucristo. A

«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16, 24).

Él es a quien hemos de recurrir siempre, pero especialmente cuando nos sentimos abrumados y doblegados bajo la carga. Especialmente para nosotros, que lo conocemos, supone un deber de caridad hacia aquellos que viven en una trágica ignorancia de esta realidad tan reconfortante. Si en estas horas privilegiadas queremos de verdad ser apóstoles para el prójimo, el apostolado más

eficaz y adecuado consiste en brindar el ejemplo de una confianza ilimitada en la Divina Providencia. Hay un modo exclusivamente cristiano de llevar la cruz y esperar. Nuestro deseo de volver a la normalidad debe ser, en primer lugar, el de recuperar plenamente esta confianza, alimentada por la fe, la esperanza y la caridad. Para obtener estas gracias tan preciosas, todos nosotros, padres e hijos, redoblemos nuestro fervor en la Cruzada del Rosario que nos congrega y une, para que nuestra ardiente oración encuentre en ella la ferviente insistencia a la que Dios no puede resistirse. Por la misa y por las vocaciones, por el mundo y por la Iglesia, y por el triunfo de la Virgen María. Esta es la verdadera forma de salir de la crisis, ¡sin esperar al final de la epidemia! “¿Quién, pues, nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la persecución, o la espada? […] Pero en todas estas cosas salimos victoriosos por medio de Aquel que nos amó. Porque estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo futuro, ni la violencia, ni lo más alto, ni lo más profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que se manifiesta en Cristo Jesús, Nuestro Señor” (6). ¡Que Dios los bendiga! m Menzingen, 2 de febrero de 2021 en la Fiesta de la Purificación de María Don Davide Pagliarani, Superior General (1) Lc 21. 9-12. (2) Lc 21. 9. (3) Lc 21. 34-36. (4) Jn 15, 20. (5) Col 1, 24. (6) Rom 8, 35-39.


Breves consideraciones para el tiempo de epidemia P. Jean-Michel Gleize

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on motivo del Covid-19, tanto las autoridades civiles como eclesiásticas han impuesto a la población un confinamiento que ya llega al año, y que ha privado a los fieles de la asistencia regular a la Santa Misa y a los Sacramentos, aun los domingos. Un dilema se plantea entonces: acatar este confinamiento, ¿es obedecer una orden justa en vistas del bien común, o tolerar más bien, por razones de prudente realismo, un abuso de las autoridades? Para responder, es necesario considerar los principios católicos que han de presidir la solución de este dilema.

manda y que, por argumentos ciertos e irrevocables, consta como única y verdadera–, tampoco pueden los Estados, sin incurrir en pecado, obrar como si Dios no existiese, ni rechazar la religión como cosa extraña o inútil, ni elegir indiferentemente una religión entre tantas».

1º El bien sobrenatural es superior al bien natural. El Papa León XIII, en su encíclica Immortale Dei, designaba el principio esencial del orden social cristiano, al señalar enérgicamente que el Estado, al igual que los individuos, debe dar un culto público a Dios según las normas y preceptos de la religión católica. Estas eran sus palabras: «Así como a nadie le es lícito descuidar los propios deberes para con Dios, el mayor de los cuales es abrazar la religión con el corazón y con las obras –no la que cada uno prefiera, sino la que Dios

La raíz profunda de este orden social se encuentra en la naturaleza misma del hombre, y en su elevación gratuita al orden sobrenatural. Según esto, el correcto orden social estipula que los bienes externos al hombre se ordenen a su bienestar corporal; que el bienestar corporal del hombre se ordene al bienestar natural de su alma; y que el mismo bienestar natural del alma se ordene al fin último sobrenatural, la unión del hombre con Dios por la gracia y por la gloria, del cual es responsable la Iglesia.


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Breves consideraciones para el tiempo de epidemia

2º El gobierno de la sociedad se ordena al fin último, cuyo cometido pertenece a la Iglesia. Esta jerarquización de los bienes implica la jerarquización de los poderes en-

En tiempos de León XIII, se rechazaba la intervención de la Iglesia en las cuestiones sociales. Se le reconocía, eso sí, como tarea propia su preocupación por la salvación ultraterrena, exclusivamente trascendente; pero se le negaba la legitimidad de una preocupación «autorizada» por las tareas y realidades de este mundo. Frente a esta pretensión liberal, León XIII no habló tanto de un derecho de la Iglesia a intervenir en estas cuestiones, como del inexcusable deber de hacerlo. La razón era ciertamente contundente: «es la Iglesia la que saca del Evangelio las enseñanzas en virtud de las cuales se puede resolver por completo el conflicto o, limando sus asperezas, hacerlo más soportable».

cargados de procurarlos. Así el Estado, que tiene como uno de sus fines propios la preservación de la salud pública, que

es un bien del cuerpo, tiene poder para neutralizar los efectos nocivos de una enfermedad contagiosa; y la Iglesia, que tiene como uno de sus fines asegurar el ejercicio del culto debido a Dios, tiene poder para determinar las condiciones concretas de la santificación del domingo. Estos dos poderes, el del Estado y el de la Iglesia, aunque son distintos, no deben quedar separados, sino subordinarse el primero al segundo –como el cuerpo al alma–, por cuanto el bien que incumbe al Estado no es un fin último sino intermedio, que necesariamente ha de subordinarse al fin último sobrenatural, confiado a la Iglesia. Los jefes de Estado deben organizar todo el gobierno de la sociedad en función del fin último, que es incumbencia directa de la Iglesia y, en particular, de su máxima autoridad, que es el Papa. Y así dice Santo Tomás que «al Papa le incumbe el cuidado del fin último, y por eso deben someterse a él todos los que están a cargo de los fines intermedios, y dejarse dirigir por sus órdenes» (De Regimine, libro I, c. 15). 3º La salud es para la santidad. La salud, que es uno de los principales aspectos del bienestar corporal del hombre, no puede desentenderse de la santidad, ya que se ordena de algún modo al ejercicio del culto y a la santificación del domingo. En efecto, aunque no basta con gozar de buena salud para ser santo, y se pueda ser santo sin gozar de buena salud, para ir a misa el domingo se requiere normalmente una


Breves consideraciones para el tiempo de epidemia

buena salud. Por eso, el papel del Estado es preservar la salud pública –y neutralizar una epidemia– a fin de asegurar las mejores condiciones para el ejercicio del culto, del que es responsable la Iglesia, y hacer normalmente posible la santidad. El Papa León XIII dice de hecho que, «en una sociedad de hombres, la

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Aquí, como en otros puntos, el Estado está en dependencia de la Iglesia y subordinado a Ella, en la medida en que su función es poner el bien temporal, del que él se encarga, al servicio del bien eterno, del que se encarga la Iglesia. El bien temporal, lejos de impedir el bien espiritual, ha de establecer las condiciones más propicias para que este último pueda obtenerse en completa libertad. En caso de oposición, el bien temporal debe favorecer el bien espiritual incluso a costa de su propio daño; porque «mejor es entrar con un ojo en la vida eterna, que con ambos ojos ser arrojado al fuego del infierno» (Mt. 18, 9). Por consiguiente, prohibir o limitar el culto para «Mi impresión general es que la mayoría de los obisneutralizar una epidemia sería, por pos reaccionaron apresuradamente y por pánico al prohibir todas las misas públicas y, aún más incom- parte del Estado, un abuso de poprensiblemente, el cierre de iglesias. Estos obispos der no sólo ilegítimo –por atribuirse reaccionaron más como burócratas civiles que como pastores. Al concentrarse exclusivamente en todas como propio el ejercicio del culto, que las medidas de protección higiénica, perdieron corresponde a la Iglesia–, sino absuruna visión sobrenatural y abandonaron la primacía del bien eterno de las almas. Los sacerdotes deben do –ya que la neutralización de la epirecordar que son, ante todo, pastores de almas in- demia, bien natural, debe apuntar en mortales. Deben imitar a Cristo, quien dijo: “Yo soy el última instancia a promover la prácbuen pastor: el buen pastor da su vida por sus ovejas. Pero el mercenario, que no es un pastor, de quien tica del culto, bien sobrenatural–. Lo no son las ovejas, ve venir al lobo, deja a las ovejas contrario sería una inversión radical y huye, mientras que el lobo las arrebata y las dispersa, porque es un mercenario y no le importan las de los fines: en vez de ordenar la salud ovejas. Yo soy el buen pastor: yo conozco mis ovejas –en este caso la neutralización de la y mis ovejas me conocen”(Jn 10, 11-14). Los obispos que no solo no se preocuparon del bien del alma de epidemia– al ejercicio del culto, sería los fieles, sino que directamente prohibieron a los el ejercicio del culto –en este caso su mismos el acceso a los sacramentos, especialmente al sacramento de la Sagrada Eucaristía y al sacramen- restricción y prohibición– el que se to de la Penitencia, se comportaron como pastores vería ordenado a la salud. Y esto es, falsos, que buscan su propia ventaja». (Mons. Athanalamentablemente, lo que vemos en sius Schneider) las circunstancias actuales, y lo que libertad digna de este nombre consiste hace tan cierta la reciente observación en que, con la ayuda de las leyes civiles, de Monseñor Schneider: «Los hombres se pueda vivir más fácilmente según las de Iglesia dan más importancia al cuerprescripciones de la ley eterna». po mortal que al alma inmortal de los


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Breves consideraciones para el tiempo de epidemia

hombres». Lo cual no es más que una consecuencia de la inversión radical introducida por el Concilio Vaticano II: ya no son los Estados los que se subordinan a la Iglesia y a su servicio, sino la Iglesia la que ha pasado a depender de los Estados. 4º A la Iglesia le toca decidir las condiciones de ejercicio del culto, aun en caso de epidemia. Con todo, podría suceder que, en un terreno tan contingente como el de las circunstancias concretas, no fuera posible procurar suficientemente la salud pública y neutralizar el contagio de una enfermedad, sin alterar el ejercicio normal del culto. Pero entonces le correspondería a la autoridad eclesiástica, y sólo a ella, determinar la forma particular de ejercicio del culto según lo permi«Según la doctrina de la Sagrada Escritura, los fieles tieran las circunstancias, y hacerlo de todos los tiempos siempre han considerado las caposible con el apoyo del brazo se- tástrofes naturales y las epidemias como un castigo divino por los pecados de los hombres. En tiempos cular. Según esto, el Estado podría, de epidemia, la Santa Iglesia en sus oraciones públipor ejemplo, poner a disposición de cas siempre le pidió perdón a Dios por los pecados e actos de reparación en el espíritu de humildad y la Iglesia espacios lo suficientemen- hizo verdadera penitencia. Las oraciones de la misa votiva te amplios en que los fieles pudie- en tiempos de epidemia provienen de los primeros ran asistir a la Misa guardando las siglos, de la época de los Padres de la Iglesia. En estas oraciones se dice que la epidemia es un flagelo de la normas de precaución exigidas para justa ira de Dios, pero con esto Dios no quiere la muerel caso. En el peor de los casos, la te del pecador, sino la conversión y la penitencia. En vista de la epidemia actual, que, sin embargo, Iglesia podría dispensar a sus fieles muestra una letalidad demostrablemente menor en de asistir a Misa, y contar eventual- comparación con las epidemias históricas de peste o la Iglesia y todos los fieles deben estar imbuimente con los recursos, técnicos y cólera, dos del espíritu de humildad y contrición, implorando económicos, puestos a su disposi- a Dios que cese ella, pero sobre todo implorando el de la dictadura sanitaria que está preparando un ción por el Estado para retransmitir cese nuevo orden político mundial que ya muestra claros televisivamente en los hogares la ce- signos de represión de los derechos humanos fundamentales y, sobre todo, signos de la discriminación de lebración de la Misa. los fieles». (Mons. Athanasius Schneider) Las situaciones y las soluciones total, ese orden según el cual el ejercipueden ser muy diversas; pero en todo caso, la Iglesia posee la potestad cio del culto es un bien superior, al que necesaria para determinar las condicio- debe ordenarse el bien de la salud. No nes en que debe establecerse el orden le corresponde al Estado prohibir o res-


Breves consideraciones para el tiempo de epidemia

tringir la celebración del culto en nombre de la salud, sino más bien a la Iglesia decidir las condiciones para la celebración del culto, teniendo debidamente en cuenta las circunstancias, y contando con el apoyo y la cooperación del poder temporal. 5º Ejemplos históricos. Esta jerarquización de los poderes, necesaria y normal, se hacía sentir todavía en gran medida en los cantones católicos de Suiza a principios del siglo XX. Aun después de los grandes trastornos que habían socavado el orden social cristiano en toda Europa, las autoridades políticas –por ejemplo, en el cantón del Valais– tenían un poder limitado en las iglesias, y sólo podían intervenir de forma diplomática para recomendar a las autoridades eclesiásticas el respeto de las medidas sanitarias que la epidemia de gripe española hizo necesarias. No es, pues, extraño encontrar lo siguiente en el decreto del Consejo de Estado del 25 de octubre de 1918: “La autoridad eclesiástica prescribirá las medidas higiénicas necesarias en lo que se refiere a las iglesias y a la celebración de los servicios divinos”. Según esto, el clero era el que decidía las medidas a adoptar, sin que tuviera que sufrir represalias financieras ni legales. Como resultado, las diversas cartas dirigidas a las parroquias se asemejaban más a una sucesión de recomendaciones para no herir sensibilidades, que a una decisión política firme. Una segunda circular más específica sobre los entierros estipulaba que el ataúd debía llevarse

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directamente al cementerio para el entierro, y que la misa de funerales debía celebrarse sólo después del entierro y únicamente con la presencia de los familiares cercanos. La carta concluía con un diplomático “Esperamos que se comprenderá la necesidad de estas medidas destinadas a eliminar al máximo el peligro de contagio, y que se seguirán estas instrucciones”, lo cual es muy distinto de las cartas enviadas a los diversos oficinas y empresas, y que concluyen con un recordatorio de las posibles sanciones si no se observan las medidas».

«¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?» (Mt. 16, 26).

Cuando, cien años más tarde, los estados apóstatas del siglo XXI deciden unilateralmente prohibir o restringir el ejercicio del culto en nombre de la salud, los fieles católicos reaccionan aun


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Breves consideraciones para el tiempo de epidemia

en contra de la guía de sus pastores, no como fanáticos reaccionarios, sino como personas prudentes y realistas que toleran o soportan con paciencia las decisiones injustas contrarias a la prudencia sobrenatural, pero a los cuales no se les puede obligar en ningún caso a un verdadero acto de virtud de obediencia respecto de lo que, en realidad, sigue siendo un abuso de poder. 6º ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? Es la causa final la que determina todo esto. Según el orden de los fines, el poder de la Iglesia es respecto de los jefes de Estado lo que el poder de un médico es respecto de un enfermero. El enfermero realiza la dosificación de los

medicamentos tanto como lo reclama la salud del cuerpo, de la que se encarga el médico. Del mismo modo, el jefe de Estado debe velar por el buen orden de la sociedad en la medida necesaria para la salvación de las almas, de la que se encarga la Iglesia. Porque el hombre no debe buscar la salud o la riqueza sino tanto cuanto lo requiere –como dice San Ignacio– la salvación de su alma: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?» (Mt. 16, 26). ¿De qué le sirve al hombre ganar la batalla contra la epidemia, si descuida la santificación de su alma, perdiendo la costumbre de ir a misa el domingo? La antigua liturgia de la Iglesia preveía una misa para los tiempos de epidemia, y las rúbricas decían que esta clase de misas deberían celebrarse «con gran concurso del pueblo». m

Aunque la ceremonia se celebró en tierra francesa, recordamos en nuestra revista la toma de sotana en el seminario de Flavigny el 2 de febrero, fiesta de la Candelaria, porque entre veinte jóvenes levitas, la mayoría franceses, se encontraban este año dos suizos, un inglés, un belga, un brasileño ¡y un español, Carlos Hernanz! Lo vemos en una fotografía con el Padre José Ramón García, hasta el pasado agosto entre nosotros y ahora en Auvernia. En su homilía don Alfonso de Galarreta, Obispo auxiliar de la Hermandad de San Pío X, recordó con fuerza e insistencia el significado del hábito clerical: la entrega total y completa de uno mismo a Jesucristo en un acto de caridad, que implica necesariamente sacrificio y renuncia. Demos gracias a Dios por este hermoso “ascenso”, y sigamos orando para que Él termine la obra que ha empezado y envíe muchos obreros a su mies.


¿Es moralmente segura la vacuna contra el Covid-19? P. Arnaud Sélégny Ahora que varios fabricantes han anunciado la elaboración inminente (*) de una vacuna contra el Covid-19, han comenzado a circular diversos rumores en torno a estos productos afirmando la imposibilidad moral de utilizarlos. La situación farmacéutica es extremadamente compleja y cambiante. Hasta la fecha, hay por lo menos 32 vacunas diferentes en fase de desarrollo, basadas en 4 métodos de diseño distintos. El presente artículo se ocupa exclusivamente de la respuesta a esta cuestión moral: tomando como base concreta el funcionamiento de una vacuna y la manera en que es elaborada, ¿es posible utilizar cualquiera de estas vacunas sin cometer pecado? Cada quien es libre de opinar sobre el origen del Covid-19, sobre la forma en que se ha manejado en tal o cual parte del mundo, sobre la política de vacunación de un país determinado, sobre la vacunación en general; pero ninguno de estos elementos modifica la conclusión moral proporcionada aquí. Este artículo está conformado por tres partes, necesarias para comprender el juicio moral realizado.

UN PANORAMA GENERAL SOBRE LA VACUNACIÓN El concepto de vacuna La idea de preparar al cuerpo contra los efectos perjudiciales de venenos o agentes infecciosos no es nueva. Podría remontarse al Rey Mitrídates (132 - 63 a.C.). Se dice que este último solía consumir pequeñas cantidades de veneno para acostumbrarse a él. Esta idea puede observarse actualmente en la desensibilización, cuyo objetivo es reducir las reacciones inapropiadas en sujetos alér(*) NDR. La versión original de este artículo se publicó el 4 de diciembre de 2020. El siguiente 21 de diciembre se hizo pública una Nota de la Congregación de la Doctrina de la Fe sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la Covid-19, cuyos principios y conclusiones coinciden con el juicio moral realizado en este artículo. Y el siguiente 27 de diciembre comenzó en España la aplicación de varias vacunas contra este virus.

gicos. El sujeto entra en contacto con cantidades cada vez mayores de elementos a los que es sensible, para suprimir finalmente la reacción alérgica a estos elementos. En la vacunación, el mecanismo es diferente. Consiste en administrar un agente infeccioso, en su totalidad o parcialmente, a veces solo su producción, para desencadenar la reacción del organismo y permitirle adquirir una inmunidad contra este agente. De esto debe sacarse una primera conclusión importante. Las vacunas no hacen sino utilizar una propiedad del cuerpo humano o animal: su denominada capacidad de inmunidad para oponerse activamente a los agentes extraños que lo atacan. Por lo tanto, si un sujeto se infecta con el bacilo de Koch, agente de la tuberculosis, y se cura, creará una


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inmunidad contra una nueva infección: una inmunidad natural. Si otro sujeto es vacunado con el BCG (Bacilo de Calmette-Guérin), que proviene de un bacilo de Koch hecho inofensivo, también desarrollará inmunidad, producida por la vacuna: en este caso, es una inmunidad inducida, efectiva contra el bacilo de Koch. Sin embargo, es evidente que esta inmunidad también es natural: lo único que difiere es la forma en que fue producida. Esta inmunidad inducida suele ser menos duradera, porque la reacción obtenida es menos importante que la que tiene lugar durante la enfermedad.

contra la viruela provocando varias tragedias. En el caso de las vacunas inactivadas, el agente infeccioso está muerto; puede ser administrado total o parcialmente. Entre ellas, la vacuna contra el tétanos es un caso singular, puesto que no utiliza el agente infeccioso, sino la toxina que este produce, la cual es peligrosa, incluso mortal. Esta toxina se desintoxi-

Los diversos tipos de vacunas Hasta ahora, las vacunas se podían clasificar en dos categorías: las vacunas vivas atenuadas y las vacunas inactivadas. En el primer caso, antes de administrarlo, se modifica el agente infeccioso para hacerlo inofensivo, pero conservando su capacidad antigénica, es decir, su capacidad de provocar una reacción inmunitaria. El caso del BCG es característico de este método. El sistema inmunológico ataca al agente vacunal y memoriza su intervención: entonces podrá defenderse contra un ataque del agente infeccioso. Sin embargo, este tipo de vacuna está contraindicada en el caso de las personas inmunodeprimidas cuyo sistema inmunológico es deficiente, porque entonces existe el riesgo de una verdadera infección. Esto sucedió con la vacuna

1853: 1ª vacuna obligatoria - En el Reino Unido, la vacuna contra la viruela fue obligatoria para los niños a partir de 1853. Esta obligatoriedad generó una oposición virulenta.Los detractores alegaban el “peligro” de inyectar productos procedentes de los animales, “motivos religiosos” o “atentado a las libertades individuales”.

ca antes de ser administrada, por lo que ya no representa un peligro, pero conserva su capacidad antigénica. Las llamadas vacunas “proteicas” pueden asociarse a esta última categoría: el agente vacunal está compuesto únicamente por proteínas ubicadas en la superficie del virus, o por toda su superficie vaciada de su contenido. Otra variante consiste en utilizar un virus inofensivo para los humanos, e introducir el agente vacunal en el objetivo celular (vector viral).


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Las vacunas sintéticas Desde hace diez años, se ha estudiado un nuevo tipo de vacuna. Originalmente estaba prevista para el tratamiento de enfermedades como el ébola o el zika. La idea fue retomada para la vacuna contra el Covid-19. Como todos los seres vivos, el virus Covid-19 contiene material genético formado a partir de ácido ribonucleico (ARN). En los seres vivos, el ARN puede existir bajo diversas formas: como ARNm (mensajero) que transmite la información del ADN desde el núcleo celular a los sistemas de los usuarios; como ARNt (transferencia), que propor-

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de la célula, es considerado un elemento extraño, y es destruido por el sistema inmunológico. Como resultado, la persona adquiere una inmunidad inducida que le permitirá luchar contra una infección real por Covid-19. La ventaja de este método es la velocidad de su fabricación. De hecho, los dos laboratorios que han anunciado resultados altamente satisfactorios utilizaron este método. El laboratorio ruso Gamaleya produjo una vacuna mediante un método similar, pero utilizando un “vector”, es decir, un virus inofensivo para los humanos, para introducir el fragmento de ARN. Esto podría plantear un problema moral que se examinará más adelante. La elaboración de las vacunas

ciona los elementos a ensamblar según el código del ARNm; como ARNr (ribosomal) que constituye los ribosomas, las plantas de fabricación de las proteínas. El objetivo de la vacuna sintética es copiar una pequeña parte del virus implicado, bajo la forma de un ARNm. La parte elegida en el caso del Covid-19 es la que codifica la espícula, un elemento que permite que el virus se introduzca en las células. Este ARNm vacunal se administra al sujeto y penetra en una célula, conduciendo a su multiplicación. Cuando sale

El proceso de elaboración de una vacuna consta de tres etapas: diseño, producción y pruebas de laboratorio. Durante estas tres etapas, pueden surgir dificultades morales debido al entorno en el que se prepara la vacuna. Cabe señalar de inmediato que las vacunas contra las enfermedades transmitidas por bacterias no están involucradas. De hecho, en este caso, el medio de cultivo es solo un conjunto de nutrientes que las bacterias utilizan como alimento: glucosa, agua, calcio, etc. En el caso de las vacunas virales, la dificultad es la siguiente: cada una de las tres etapas de su elaboración puede requerir un cultivo de virus, siendo necesario para esto un medio compuesto por


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células vivas. En el caso particular de las vacunas sintéticas, esto solo ocurre en la fase de prueba. Sin embargo, los virólogos utilizan tres tipos de células: células derivadas de órganos humanos o animales; líneas continuas, que a menudo son de origen canceroso y se multiplican casi indefinidamente; y células embrionarias humanas, que también se multiplican durante mucho tiempo. Las líneas embrionarias humanas Entre estas últimas, actualmente existen al menos tres líneas que se originaron a partir de un aborto: la línea HEK-293, procedente de un feto abortado en 1972 en los Países Bajos, la línea MRC-5, procedente de un feto abortado en 1966 en Inglaterra, y la línea Per.C6, procedente de un feto abortado en los Países Bajos en 1985. Por lo tanto, la producción de vacunas a partir del uso de células procedentes de fetos abortados tiene lugar desde la década de 1960, y ha dado lugar a la elaboración de diversas vacunas, como las que previenen la rubéola, la varicela, la hepatitis A y el herpes zóster. En el proceso de elaboración de vacunas contra el Covid-19, estas células se utilizan para producir vectores virales (adenovirus), que transportarán al agente vacunal, o la proteína de la espícula del coronavirus, provocando una respuesta inmunitaria. Desgraciadamente, las compañías farmacéuticas prefieren utilizar células procedentes de fetos en lugar de células adultas, que envejecen más rápido y dejan de dividirse. Las células fetales tie-

Nuestra época está repleta de cifras. Todo está medido, catalogado, numerado: toda la vida humana está ligada a los números. Se publican regularmente estadísticas sobre cualquier cosa. Sin embargo, preferiríamos ignorar algunas de ellas. Pero lamentablemente los cuadros, los gráficos, las curvas están frente a nosotros e imponen la crudeza despiadada de su luz. Las estadísticas mundiales sobre el aborto permiten comprender hasta qué punto el mundo está bajo las garras del maligno. La Organización Mundial de la Salud (OMS) difundió estas cifras, para deplorar que se realicen tantos abortos en condiciones malas y peligrosas para las mujeres. Sin embargo, admitió que entre 2010 y 2014 se realizaron casi 56 millones de abortos al año. Desde 2014, las cifras no han disminuido. En 2019, el número de muertes registradas se acercó a los 60 millones. Pero la principal causa de muerte en el mundo, las enfermedades cardíacas, cobraron la vida de menos de 10 millones de personas. Incluso combinadas, las 10 principales causas de muerte no mataron a tantas personas como el aborto. Actualmente, Europa tiene 740 millones de habitantes: este es el número de bebés que han sido abortados en el mundo durante los últimos 15 años. Pero estos niños jamás formarán parte de las estadísticas de mortalidad en el mundo. Además, se evita cuidadosamente decir que fueron asesinados: solo son embarazos interrumpidos. Están deshumanizados incluso en los cuadros y los gráficos sanitarios. Esta deshumanización supera inevitablemente a quienes viven en un mundo que permite tal masacre: casi la mitad de los muertos en un año. Este no es el fin de una civilización: la civilización ya está muerta, y sobre sus ruinas se ha construido la ciudad del hombre que se hizo a sí mismo dios.


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nen también menos probabilidades de contaminarse con virus o bacterias, o de sufrir mutaciones genéticas. PROBLEMAS MORALES PLANTEADOS POR EL USO DE LÍNEAS CELULARES PROCEDENTES DE FETOS ABORTADOS La cuestión aquí radica en saber si podemos, o incluso en algunos casos, si estamos obligados a usar una vacuna que se haya desarrollado a partir de cé-

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Observaciones preliminares Es importante destacar que las células fetales no se inyectan junto con la vacuna, como algunos creen: se utilizan únicamente para el cultivo de los virus y, además, son destruidas por los virus, al igual que las células infectadas en un enfermo. Sin embargo, esto no cambia en nada el problema moral. También debe tenerse en cuenta que el problema no es el uso de las células fetales en sí mismas, porque estas podrían haberse obtenido de forma lícita: en caso de aborto espontáneo o involuntario. Es el hecho de que se obtuvieron mediante una mala acción: un aborto provocado. Distinciones importantes

lulas procedentes de un aborto. El crimen del aborto es tan abominable y está tan generalizado hoy en día, que a primera vista esta pregunta podría parecer innecesaria; automáticamente, la respuesta del católico es: no. Sin embargo, en realidad, el problema puede ser extremadamente delicado, pues sucede que, en determinadas circunstancias sumamente particulares, podríamos vernos enfrentados a una obligación tan grave que podría suponer un verdadero caso de conciencia. En estos dilemas tan difíciles, el apoyo de la teología moral es esencial para examinar la situación en profundidad y discernir el bien a realizar.

El principio que guía la reflexión en esta situación es el de la cooperación al mal. La pregunta general es: ¿está permitido cooperar al mal o al pecado de otros? La teología moral proporciona las explicaciones necesarias. El hecho de ayudar a un pecador a cometer un pecado se denomina “cooperación al mal”, independientemente de la ayuda brindada. Para que esto tenga lugar, la acción del cooperador debe tener una influencia real sobre la mala acción, a través de la ayuda brindada para producirla. Para comprender esto hay que enmarcarlo con exactitud. Esto es crucial. Quienes ignoran estas precisiones corren el riesgo de juzgar incorrectamente


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la moralidad de una cooperación. Se dice que esta última es inmediata cuando el cooperador comete junto con el pecador el acto mismo del pecado, por ejemplo, si ayuda al ladrón a tomar el botín y esconderlo. Este es también el caso de la asistencia quirúrgica que llevan a cabo junto con el abortista los determinados participantes de un aborto. Se dice que la cooperación es mediata cuando el cooperador proporciona lo que necesitará el pecador —material, acción necesaria, medios— o lo que le permitirá cometer su pecado más fácilmente. Por ejemplo, el que sostiene la escalera al ladrón, o la enfermera que asiste al abortista. Finalmente, esta cooperación mediata puede ser más o menos “cercana” o “remota”, en la medida en que la ayuda brindada influye en mayor o menor grado en el pecado cometido, o tiene una conexión mayor o menor con él. Por tanto, dar un ídolo a un pagano es una cooperación cercana. Pero vender la madera con la que se fabricará el ídolo corresponde a la cooperación remota. Además, según la intención, distinguimos la cooperación formal: aquí el cooperador consiente voluntariamente al pecado que está ayudando a cometer. Por ejemplo, quien ayuda a un ladrón a vigilar, aprobando el pecado cometido, coopera formalmente. También será denominado “cómplice” por la ley. La cooperación es material cuando el cooperador no quiere pecar, pero actúa previendo que el pecador abusará de su contribución para cometer un pecado. Por ejemplo, el dueño de un bar que accede a servir un par de bebidas a un

cliente ya ebrio, solo por el dinero, participa en el pecado de embriaguez, pero no se asocia con la intención del borracho. Los principios - La cooperación formal es siempre ilícita y prohibida, porque solo considera el pecado en el que se coopera. El coo-

perador mismo busca el pecado. - La cooperación inmediata, aunque sea solo material, es ilícita, porque constituye una mala acción, y la mayoría de las veces es un pecado idéntico al del pecador principal. Por ejemplo, un asistente de cirugía que participa en una esterilización (ligadura de trompas o vasectomía) comete el mismo pecado que el cirujano. Porque su acción influye directamente en el acto del pecado, que no podría cometerse sin su participación, o al menos con mucha más dificultad. - La cooperación mediata puede ser lícita o ilícita. La mayoría de las veces, y por lo general, es ilícita. Porque siempre debemos tratar de evitar las malas acciones o evitar cooperar con ellas. - Sin embargo, en ocasiones, debido a una utilidad real o una necesidad gra-


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ve, podríamos tener que realizar un acto que, aunque bueno en sí mismo, constituye una cooperación mediata a una mala acción. La utilidad o la necesidad en cuestión puede ser tan apremiante que estaríamos incluso exentos de la obligación de evitar la cooperación al mal. En este

Al final de la década de 1960 hasta el final de los años 1970, el Dr. Nathanson realizó y supervisó más de 75.000 abortos. Él mismo relató que su mente y corazón cambiaron después de ver en fetoscopia y ultrasonido, las imágenes de un bebé aún no nacido. Aunque menos dramática, la historia de Anthony Levantino es semejante a la de Bernard Nathanson. Levatino calcula que, entre 1981 y 1985, realizó alrededor de 1.200 abortos. Pero su actitud frente a la vida fue cambiando. Él y su esposa no consiguieron tener hijos biológicos. Además de eso, su hija adoptiva, Heather, murió en un accidente de coche en 1985. Hoy, al trabajar como ginecólogo en Nuevo México, Levatino es un activo miembro del movimiento en defensa de la vida.

caso, se dice que existe una razón proporcionalmente grave para la cooperación lícita. Pongamos un ejemplo general: los distintos participantes posibles de un aborto. - Cooperador inmediato: el asistente del cirujano que lleva a cabo una parte del aborto. - Cooperador mediato cercano: el

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asistente que ayuda al médico pasándole los instrumentos. - Cooperador mediato menos cercano: la enfermera que prepara a la mujer para el procedimiento. - Cooperador mediato aún menos cercano: el encargado del mantenimiento del quirófano. - Más lejano todavía: el que esteriliza los instrumentos necesarios. - Cooperador remoto: el laboratorio que suministra los productos anestésicos y dilatadores, o el fabricante del instrumental quirúrgico: en ambos casos, el material suministrado puede ser utilizado para procedimientos médicos distintos al aborto. - Cooperador muy remoto: la empresa que distribuye estos productos. Suponiendo que todos sean culpables de cooperación material, la “proximidad” con respecto al pecado cometido es muy variable. ¿Deberíamos decir que todos y cada uno de estos cooperadores materiales están absolutamente obligados a abstenerse? ¿A toda costa? La teología moral responde: No. Por ejemplo, en el caso del encargado de barrer el quirófano, la influencia sobre la mala acción es tan débil, que una razón como conservar su trabajo es suficiente para que pueda continuar. Por el contrario, cuanto más fuerte sea la influencia ejercida, más grave debe ser la razón. Y cuando la proximidad es demasiado grande, ninguna razón puede servir de excusa. En este caso es necesario negarse, incluso si eso significa cambiar de trabajo.


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Aplicación a las vacunas elaboradas con células procedentes de un aborto Ahora identificaremos la cooperación de los involucrados en la elaboración o uso de una vacuna, en el caso de que esta se prepare con células obtenidas de un aborto. Se da por sentado que se trata de cooperación material, porque la cooperación formal es ilícita en todos los casos. Quien fabrica o comercializa esta vacuna está cooperando al pecado del aborto de una manera que, aunque no se puede calificar como cercana, puede

considerarse inmoral. Sin embargo, la culpa varía según el papel desempeñado. El encargado de una empresa farmacéutica que se beneficia de un aborto practicado en el pasado tiene una mayor responsabilidad. Primero, porque podría no fabricar esta vacuna. Segundo, porque debería dejar de usar las líneas celulares en cuestión y elegir otras líneas que no planteen un problema moral, incluso si esto presentara algunos inconvenientes. El investigador que elige las líneas celulares sobre las que trabajará se encuentra en una situación similar: se be-

neficia de un crimen pasado. Pero el técnico de laboratorio que no es más que un ejecutor, o el conductor del camión que distribuye la vacuna, tienen solo una cooperación remota y, por lo tanto, aceptable, especialmente en el segundo caso. El médico que vacuna a un paciente, o el paciente que recibe la vacuna, tienen solamente una cooperación remota, porque estos actos no fomentan ni promueven el pecado del aborto más que de una manera extremadamente remota y leve. Por lo tanto, por razones de salud suficientes, tales actos podrían estar moralmente permitidos. Por ejemplo, una joven que se va a casar puede recibir la vacuna contra la rubéola, aun cuando esta vacuna casi siempre se elabora a partir de células fetales procedentes de un aborto. La razón de esto es el peligro para el niño: si una mujer contrae la rubéola durante su embarazo, especialmente durante el primer trimestre, el riesgo de malformaciones -oculares, auditivas o cardíacas- es significativo. Estas malformaciones son permanentes. Sin embargo, si existe una vacuna elaborada con células no procedentes de un aborto, y esta vacuna estuviera disponible, entonces esta es la que debe utilizarse. APLICACIÓN AL CASO DE LA VACUNA CONTRA EL COVID-19 Lo que nos interesa aquí es la siguiente cuestión: el aspecto moral del uso de una vacuna anti-Covid con respecto a su elaboración o fabricación.


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LISTA DE VACUNAS ACTUALMENTE EN FASE DE ELABORACION Las 32 vacunas enumeradas a continuación se encuentran clasificadas en base a la utilización, o no utilización, de líneas celulares ilícitas, es decir, de fetos abortados.

I] COMPAÑÍAS FARMACÉUTICAS QUE UTILIZAN UNA LÍNEA CELULAR PROCEDENTE DE UN FETO ABORTADO 1. FASE DE DISEÑO: incluye los experimentos preparatorios y los estudios sobre la forma en que se va a producir la vacuna. La línea ilícita utilizada se indica en la columna de la derecha. Vacunas de vectores virales: – Altimmune (Estados Unidos) (Per.C6) – Astra Zeneca & University of Oxford (R-U, Estados Unidos) (HEK-293) – CanSino Biologics, Inc. Beijing Institute of Biotechnology, Academy of Military Medical Sciences, PLA of China (China) (HEK-293) – Gamaleya Research Institute (Rusia) (HEK-293) – Janssen Research & Development, Inc. Johnson & Johnson (Estados Unidos) (Per.C6) – Vaxart (Estados Unidos) (HEK-293) Vacunas proteicas – Anhui Zhifei Longcom Biopharmaceutical/Institute of Microbiology, Chinese Academy of Sciences (China) (HEK-293T) – University of Pittsburgh (Estados Unidos) (HEK-293) 2. FASE DE PRODUCCIÓN: utiliza el modelo diseñado para la producción a gran escala. Vacunas de vectores virales – Altimmune (Estados Unidos) (Per.C6) – Astra Zeneca University of Oxford (R-U, Estados Unidos) (HEK-293) – CanSino Biologics, Inc. Beijing Institute of Biotechnology, Academy of Military Medical Sciences, PLA of China (China) (HEK-293) – Gamaleya Research Institute (Rusia) (HEK-293) – Janssen Research & Development, Inc. Johnson & Johnson (Estados Unidos) (Per.C6) – Vaxart (Estados Unidos) (HEK-293) Vacunas proteicas – University of Pittsburgh (Estados Unidos) (HEK-293) 3. FASE DE PRUEBA DE LA VACUNA EN EL LABORATORIO: comprueba la calidad de la vacuna en los tejidos celulares. Vacuna inactivada – Sinovac Biotech Co., Ltd. (China) (HEK-293) Vacunas proteicas – Anhui Zhifei Longcom Biopharmaceutical/Institute of Microbiology, Chinese Academy of Sciences (China) (HEK-293T)


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– Medicago (Canadá) (HEK-293) – Novavax (Estados Unidos) (HEK-293) Vacunas de ARNm – Moderna, Inc. junto con el National Institute of Health (Estados Unidos) (HEK-293) – Pfizer y BioNTech (Estados Unidos, Alemania) (HEK-293) – Sanofi Pasteur y Translate Bio (Estados Unidos, Francia) (HEK-293) Vacuna de ADN – Inovio Pharmaceuticals (Estados Unidos) (HEK-293)

II] COMPAÑÍAS FARMACÉUTICAS QUE NO UTILIZAN LÍNEAS CELULARES FETALES EN NINGUNA DE LAS TRES ETAPAS

(al 10 de noviembre de 2020, teniendo en cuenta la etapa de desarrollo de las vacunas)

Vacunas vivas atenuadas o inactivadas – Beijing Institute of Biological Products/ Sinopharm (China) – Wuhan Institute of Biological Products/ Sinopharm (China) – John Paul II Medical Research Institute (Estados Unidos) Vacunas de vectores virales – Institut Pasteur y Themis and Merck (Estados Unidos, Francia) – Shenzhen Geno-immune Medical Institute (China) – Merck et IAVI (Estados Unidos) Vacunas proteicas – Clover Biopharmaceuticals, Inc. (China) – Sanofi y GSK Protein Sciences (Estados Unidos, Francia) – Sorrento (Estados Unidos) – University of Queensland and CSL Ltd. (Australia) Vacunas de ARNm – CureVac (Alemania) Vacunas de ADN – Genexine (Corea) – Symvivo Corporation (Canadá) No obstante, cabe señalar que varias empresas farmacéuticas aún no han completado todas las etapas del proceso. En otras palabras, algunas todavía podrían utilizar células ilícitas en las etapas que quedan por realizar, como la fase de prueba, por ejemplo. También debe tenerse en cuenta que el Instituto de Investigación Médica Juan Pablo II, ubicado en los Estados Unidos, tiene una carta para la no utilización de células de fetos abortados. Por último, hay otros planes para la elaboración de una vacuna contra el Covid-19 –aproximadamente 200 en total– pero la lista anterior toma en cuenta los que están más avanzados.


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Líneas celulares utilizadas en el marco de la vacuna contra el Covid-19 Hemos incluido en el documento adjunto a este artículo la lista completa de vacunas en fase de preparación. Este documento especifica la empresa responsable, y el posible uso de células procedentes de fetos abortados en cualquiera de las fases de elaboración: diseño, producción y pruebas. Lista de vacunas en fase de preparación (ver cuadro págs. 23 y 24):

La OMS, en el 2019, cambió la definición de “pandemia” a una más laxa en la que se minimizaban los requisitos de alta mortalidad e infectividad, manteniendo el criterio transfronterizo. Antes de esa fecha, el fenómeno actual no habría sido pandemia. Es necesario tener muy presente que la OMS, dentro de la ONU, dejó de ser pública y está financiada por farmacéuticas multinacionales, tecnológicas y las principales potencias mundiales como China, EEUU, la UE e Israel estando tras ellas lobbistas como la familia Rothschild, su testaferro George Soros, Bill Gates con Microsoft y su Fundación, así como los Clinton por medio de su Fundación y los Rockefeller.

Juicio moral de acuerdo con los principios establecidos Dado que algunas de las vacunas propuestas no han sido elaboradas ilíci-

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tamente, su uso no plantea un problema moral desde este punto de vista. Por lo tanto, deben preferirse a las otras. Las que han sido elaboradas de un modo moralmente ilícito, deben excluirse en la medida de lo posible. Pero ¿qué pasa si, en un caso particular, una persona se encuentra en la necesidad de vacunarse, sin poder obtener una vacuna “lícita”, y teniendo a su disposición únicamente una vacuna “ilícita”? Esto podría suceder por motivos de salud: una persona mayor vulnerable; o debido a la situación profesional: personal médico expuesto; o incluso por motivos profesionales, como tener que realizar un viaje en avión, porque ya existe al menos una aerolínea -Qantas en este caso- que ha advertido que, en cuanto las vacunas estén disponibles, exigirá que sus pasajeros estén vacunados. Es altamente probable que muchas aerolíneas adopten rápidamente este requisito. Como la cooperación es solo remota, y la razón aducida es suficientemente grave, en estos casos es posible utilizar dicha vacuna. Corresponderá a cada persona juzgar, con la ayuda de una orientación adecuada, qué tan real es esta necesidad. Es preciso afirmar claramente que en este caso nos encontramos en el ámbito de un juicio de prudencia, que no puede ser igual para todos ni en todos los casos. La teología moral nos dice lo que es lícito o ilícito. Nos proporciona los principios. Pero corresponde a la prudencia personal juzgar su aplicación según sea el caso. En cuanto a los elementos externos a esta cuestión [la licitud en función de la procedencia y elaboración de la vacuna], estos pertenecen al ámbito de la opinión


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¿Es moralmente segura la vacuna contra el Covid-19?

personal. Como sucede con cualquier opinión que no puede ser demostrada de manera absoluta, es inútil e imposible querer imponerla a todos. Cada quien es libre de opinar sobre el origen del Covid-19, sobre la forma en que se ha manejado en tal o cual parte, sobre la política de vacunación de un país determinado, sobre la vacunación en general; pero ninguno de estos elementos modifica la conclusión moral proporcionada aquí. Una última observación Cabe señalar que, además del caso de estas vacunas que hemos estudiado, la cooperación al mal se presenta en muchas situaciones análogas: estas últimas pueden ser abordadas y resueltas según los mismos principios morales. Por ejemplo: ¿Deberíamos dejar de pagar impuestos, por ejemplo, en Francia, porque una parte del dinero se destina al reembolso de los abortos practicados o a la reproducción asistida? ¿Deberíamos aceptar recibir suministros de un farmacéutico que vende productos ilícitos: abortivos, preservativos, anticonceptivos? ¿No sería esto una forma de alentarlo? ¿Deberíamos aceptar ser tratados por un médico que aprueba el aborto y que receta anticonceptivos? ¿Deberíamos ir a un centro comercial o una librería que vende revistas y periódicos malos? ¿Debería un cajero negarse a recibir el pago de un cliente que quiere comprar un DVD con contenido malo? Es evidente que la lista podría seguir indefinidamente. Tomaremos el último ejemplo del

Nuevo Testamento: ¿Es lícito comer idolotitos, es decir, carne sacrificada a los ídolos (1 Corintios 8:1)? Para comprender adecuadamente esta cuestión, es importante saber que toda la carne consumida en la Antigüedad pasaba necesariamente por los templos. Además, sólo hay una palabra en griego, mageiros (utilizada exclusivamente en masculino), para designar al sacerdote, al carnicero y al cocinero: quienes querían abstenerse de comer carne inmolada, no tenían otra opción. Cabe añadir que el pecado de idolatría es uno de los más graves, ya que es dirigido contra Dios mismo. La respuesta que da San Pablo es: está permitido comer de estas carnes, a menos que esto escandalice al prójimo. Esto significa que quien consume esta carne no participa del pecado de idolatría. De lo contrario, San Pablo no podría haber respondido de este modo. Asimismo, quien se encuentre en una situación de cooperación material suficientemente remota en el uso de una vacuna contra el Covid-19, cuya fabricación procede de una de las líneas celulares antes mencionadas, no participa en el pecado de aborto cometido hace 35, 48 o 54 años. No obstante, como ya se ha dicho, debemos, en la medida de lo posible, evitar la cooperación al mal, incluso material, y si hay otra opción, elegir la vacuna que no plantea ningún problema moral. Sin embargo, no debemos conformarnos con esta deplorable situación sin hacer nada al respecto. Los católicos influyentes deben hacer uso de todo su poder para alentar a la industria farmacéutica a desarrollar sus nuevas vacunas utilizando soportes celulares que no planteen ninguna dificultad moral. m


Validez de las nulidades matrimoniales P. Bernard de Lacoste Los tribunales eclesiásticos actuales dictan muchas sentencias de declaración de nulidad de matrimonio. ¿Cuál es el valor de estas declaraciones? ¿Podemos confiar en eso? ¿Por qué, antes del Concilio Vaticano II, estas sentencias de nulidad eran más raras que ahora?

1) El nuevo canon 1095 La reforma del derecho canónico resultante del Concilio Vaticano II, desafortunadamente introdujo motivos extremadamente subjetivos y no tradicionales que permitieron considerar nulo un matrimonio que anteriormente nunca lo hubiera sido. Es especialmente el canon 1095 del Código de 1983 que dice: “Son incapaces de contraer matrimonio: 1) quienes no tienen suficiente uso de razón; 2) quienes sufren una grave falta de discernimiento acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio para dar y recibir mutuamente; 3) quienes, por razones de naturaleza psíquica, no pueden asumir las obligaciones esenciales del matrimonio”. En 1986, el Padre Coache, canonista, correctamente comentó sobre este canon: “¡Tenemos aquí una gran imprecisión que autorizará y alentará todos los intentos de un proceso de nulidad! (1)”. De hecho, hoy, cuando los cónyuges deAño

sean obtener una declaración de nulidad de su matrimonio para poder volver a casarse en la Iglesia, se basan a menudo y con éxito en el canon 1095. En su Tratado de Derecho canónico (2), Raoul Naz da algunas estadísticas de las causas matrimoniales de la corte de la Rota romana. Entre 1935 y 1946, La Rota pronunció en promedio cada año 70 sentencias acerca de causas matrimoniales. De estas 70 sentencias, alrededor de 32 eran declarativas de nulidad, es decir, un poco menos del 50%. La revista L´année canonique (París) publicó en 2014-2015 un estudio estadístico sobre la actividad de las autoridades de Ile-deFrance entre 1973 y 2013. Aquí hay algunos extractos (ver cuadro) (3). A continuación, se analizan los principales argumentos invocados. Entre 1973 y 1983, la mayoría de las declaraciones de nulidad provinieron de la exclusión de un elemento esencial para el matrimonio (procreación, fidelidad 1973

1983

1993

2003

2013

Número de causas

15

16

48

55

105

Matrimonios declarados nulos

62%

62%

80%

88%

92%


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o indisolubilidad). Después del Código de 1983, ocupa el primer lugar la grave falta de discernimiento (nc 1095, 2°), luego la incapacidad de asumir las obligaciones del matrimonio (nc 1095, 3°), por último, la exclusión de un elemento esencial en el matrimonio, finalmente fraude y miedo grave. El ex Oficial (juez eclesiástico) de París, reconoció con respecto al nuevo canon 1095: “A veces parece que se da una extensión demasiado amplia a estos argumentos considerados como un todo (4)”. El nuevo canon 1095 permitió multiplicar las declaraciones de nulidad en proporciones tales, que los tribunales matrimoniales desde 1983 han perdido su credibilidad ante los católicos serios.

(...) ¿El discernimiento en cuestión aquí solo se refiere a los derechos y obligaciones que conlleva el pacto, o también se extiende a la elección de la persona con

2) ¿Dos nuevos impedimentos? Se podría objetar que la Iglesia tiene el poder de agregar, mediante disposiciones positivas, nuevos impedimentos para el matrimonio. ¿Por qué entonces no ver en este nuevo canon 1095 dos nuevos impedimentos del derecho eclesiástico? Porque esta regla es incapaz de funcionar. Es confusa, sujeta a tantas interpretaciones como jueces. Los legisladores podrían haber impuesto una edad mínima más alta para evitar la inmadurez de los cónyuges. Hubiera sido una regla objetiva. Esto es lo que escribió un juez del tribunal de la Rota en 1992: “Aunque es uno de los más frecuentemente invocados como causa de nulidad del matrimonio, el canon 1095 n2, no es unánime en su jurisprudencia, incluso en Roma. Los términos son bien conocidos. Pero, ¿qué debe entenderse por una grave falta de discernimiento? ¿Cuál es la discreción mínima del juicio debajo del cual el consentimiento no es válido?

El cardenal Pietro Gasparri se dedicó sobre todo a la publicación de tratados de derecho canónico fundamentales. En 1891 publicó el De matrimonio –honorado por una carta gratulatoria latina de León XIII– «el más importante y el más afortunado porque tuvo cuatro ediciones sucesivas y ofreció, sustancialmente, el plan de redacción de la materia para el futuro Codex iuris canonici; siguió con el De sacra ordinatione y se cerró con el De Sanctissima Eucharistia en 1897. En todas estas obras Gasparri ofrece una exposición lo más completa y cuidada posible, especialmente en lo concerniente a la actualización de las decisiones y las sentencias de las congregaciones y los tribunales de la Curia.

la que se pretende pasar el resto de su existencia? En otras palabras ¿una grave falta de juicio en la elección de una pareja, que no es rara ya que el amor es ciego, es suficiente para declarar nulo un matrimonio en virtud del cn. 1095, n° 2? Tantas cuestiones debatidas.” (5)


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3) ¿Una explicación simple de la ley natural? También se podría objetar que este impedimento no es nuevo, e incluso que es de ley natural, lo cual no es del todo falso. El Padre Gasparri, en su famoso tratado de matrimonio, escribe: “El uso puro y simple de razón no es suficiente, se requiere un discernimiento, una madurez de juicio proporcional al contrato (6)”. De hecho, la incapacidad para asumir las obligaciones del matrimonio y la grave falta de discernimiento motivaron declaraciones de nulidad incluso antes

El Tribunal Apostólico de la Rota Romana es ante todo el tribunal de apelación de la Santa Sede. Es el tribunal eclesiástico más alto de la Iglesia católica después del Tribunal Supremo de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica. Existe además en la Santa Sede el Tribunal de la Penitenciaría Apostólica que, aunque se llama tribunal, dado que trata causas de fuero interno, su estructura y funcionamiento guardan poca relación con los de otros tribunales.

de 1983. La primera sentencia positiva de la Rota sobre la inmadurez, data de 1967 (7). Debe responderse que la grave falta de discernimiento invalida el consentimiento de derecho natural, solo si impide que los contrayentes entiendan que es lo que hacen cuando se casan,

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como explica Santo Tomás (8). Se trata de una falta de madurez al nivel de la inteligencia. Pero muy distinta es la inmadurez que, a menudo, los jueces consideran hoy como invalidante del matrimonio, en virtud de este canon 1095, 2°. Una sentencia de la Rota lo explica: “Las causas de la grave falta de discernimiento mencionadas en el can. 1095, 2° pueden ser múltiples. Numerosas son las anomalías psíquicas que afectan directamente la voluntad, disminuyendo y algunas veces aniquilando la capacidad de libre determinación del sujeto. No es raro encontrar personas que actúan bajo la influencia de impulsos que no controlan. En el lenguaje canónico, hablamos indistintamente de enfermedades o anomalías psíquicas. El concepto de debilidad mental se entiende en un sentido amplio e incluye no solo las psicosis sino también las neurosis, los trastornos del carácter, la inmadurez afectiva, los trastornos psicosexuales, en resumen, todas las afecciones psicológicas y anomalías que afectan el psiquismo”(9). Afirmar junto con este canonista romano que todas estas debilidades invalidan el consentimiento, es asumir un principio que no se deriva de la ley natural. En cuanto a la incapacidad de asumir las obligaciones del matrimonio, se basa en el principio que, en sí mismo es justo: “Nadie está obligado a las cosas imposibles”. Este argumento de invalidez apareció poco después del Vaticano II. Una sentencia de la Rota del 6 de julio de 1973 declaró nulo un matrimonio en el que la parte contrayente


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era homosexual. La sentencia habla de “incapacidad para asumir las obligaciones esenciales del matrimonio” y reduce este elemento de nulidad al defecto del objeto del consentimiento (10). Santo Tomás admite que uno no puede comprometerse válidamente a aquello de lo que uno es incapaz (11). Entonces, quien sea mentalmente incapaz de cumplir sus compromisos matrimoniales no contrae válidamente. Pero aquí, nuevamente, la jurisprudencia reciente va mucho más allá de la ley natural. A menudo, los jueces consideran que un simple desequilibrio psicológico es incapacitante, mientras que, por ley natural, no lo es. Esta es la razón por la cual sentencias de la Rota recientes declaran nulos matrimonios que, sesenta años antes, no se habrían beneficiado con esa sentencia. 4) ¿Un nuevo sacramento? Hay algo aún más grave en esta reforma. El Concilio de Trento recuerda que la Iglesia no tiene el poder de modificar la sustancia de los sacramentos (12). Ahora bien, es legítimo preguntar si esta reforma, que es parte de una nueva visión del matrimonio, no modifica la sustancia del sacramento del matrimonio. De hecho, desde la década de 1970, muchos matrimonios han sido declarados nulos por el tribunal de la Rota romana por una razón completamente nueva: la exclusión del “bonum conjugum” (el bien de los cónyuges). Sin embargo, absolutamente jamás, antes del Concilio Vaticano II, tal razón fue considerada como una causa de nulidad del matrimonio. Una sentencia de la Rota del 8 de

noviembre del 2000 explica este nuevo motivo de nulidad: “El acto positivo de la voluntad contra la ordenación del matrimonio para el bien de los cónyuges se lleva a cabo, cuando la voluntad del que se casa se opone directamente a la exi-

Con el motu proprio Quaerit semper del 30 de agosto de 2011, el Tribunal de la Rota pasó a ocuparse también de las causas de disolución de los matrimonios ratos y no consumados y de las causas de nulidad de la ordenación sacerdotal (de las que se ocupaba anteriormente la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos). Benedicto XVI abolió con ese motu proprio los artículos 67 y 68 y modificó el 126 de la const. Pastor bonus sobre la Curia romana, y creó una oficina específica en la Rota Romana para que se encargara en exclusiva de estos casos.

gencia, tanto humana como cristiana, de crecer continuamente en la comunión hasta la unidad verdaderamente fructífera de cuerpos, corazones, espíritus y voluntades (13)”. Otro ejemplo, este extracto de una sentencia de la Rota del 20 de mayo de 2010, que reconoce la invalidez del matrimonio: “…de las actas del caso y del informe pericial se desprende que la mujer no pudo iniciar y mantener la relación interpersonal necesaria dual y equitativa, ya que su condición psicológica le impedía crear y vivir el mínimo tolerable de una comunidad de por vida


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(14)”. Se llevó a cabo una investigación en la corte eclesiástica de Sicilia. En 2012, el 2% de las declaraciones de nulidad matrimonial se basaron en la exclusión del bonum conjugum (15). ¿Por qué tal exclusión da como resultado la nulidad del matrimonio? Monseñor Pinto, juez en la corte de la Rota, da la razón: “Contrae un matrimonio nulo debido a la incapacidad de asumir la obligación que mira el bien de los cónyuges, el que debido a una anomalía grave ya sea psicosexual o (...) de la personalidad, no puede otorgarle a su pareja el derecho a una forma de actuar donde esta pareja encuentre su complemento psicológico psicosexual específico de su cónyuge auténtico, ni siquiera

Pio Vito Pinto (1941, Noci, Italia). Prelado y canonista, desde 2012, es el decano del Tribunal Apostólico de la Rota Romana. Según el prelado, “la reforma del proceso matrimonial del Papa Francisco quiere llegar a más gente. El porcentaje de personas que piden la nulidad matrimonial es muy pequeño. El Papa ha dicho que la comunión no es solo para los buenos católicos”. Recordó que el centro del mensaje del Papa Francisco es llegar a todas aquellas personas que se han sentido, o se sienten, descartadas o heridas por la Iglesia. Señaló también que actualmente, mucha gente comulga indiscriminadamente. “Una religiosa me dijo que hay personas divorciadas o que viven juntas que están comulgando. Y ¿qué debe hacer la Iglesia, decir tu sí y tu no? El Papa Francisco quiere una Iglesia muy cercana al pueblo”.

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en lo sustancial, debido lo cual se hace la comunidad conyugal al menos moralmente imposible (16)”. Numerosas sentencias de la Rota explican que “una perturbación psíquica, claramente establecida, que imposibilita las relaciones interpersonales conyugales, hace que el sujeto no pueda casarse válidamente” (17). Una sentencia del 13 de mayo de 2004 pronunciada por el tribunal de la Rota declara un matrimonio nulo por la exclusión de parte de la esposa del bien de los cónyuges. Aquí está la explicación: “La unión conyugal, sin duda, está ordenada teológicamente no solo para la procreación y educación de los hijos, sino primeramente para el bien de los cónyuges. Los cónyuges son primero marido y mujer, luego padre y madre. El “bonum conjugum”, como elemento final y esencial de la alianza matrimonial, es como la suma de todos los bienes que provienen de la relación interpersonal de los cónyuges”. Y la sentencia romana concluye que todos los matrimonios son nulos “cuando la voluntad del contrayente se opone directamente a la solicitud, tanto humana como cristiana, de un crecimiento continuo en una comunión más plena, que llegue hasta la unidad de los cuerpos, corazones, espíritus y voluntades (18)”. 5) ¿Cuál es el objeto del consentimiento matrimonial? Detrás de estas sentencias de la Rota se esconde una nueva visión del objeto del consentimiento matrimonial. El Código de 1917 lo definió de la siguiente manera: “El consentimiento matrimonial es un acto de voluntad por el cual cada parte da y acepta el derecho per-


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petuo y exclusivo sobre el cuerpo, para la realización de actos capaces en sí mismos para la generación de los niños (19)”. El objeto de este consentimiento es, por lo tanto, muy preciso y está bien definido. Ahora bien, el Concilio Vaticano II, en la constitución Gaudium et spes, define el matrimonio como “una comunidad de vida y amor” (n° 48). Muchos canonistas usaron esta nueva definición para llevar la “comunidad de vida y amor” como parte del objeto del contrato matrimonial. Por ejemplo, Monseñor Fagiolo, canonista, escribe: “Según Gaudium et spes, parece que el elemento primero y esencial que especifica el matrimonio es la comunidad de vida y amor entre el hombre y la mujer (20) “La misma doctrina se encuentra en el Código de Derecho Canónico de 1983, en el canon 1055, que define el matrimonio como una “alianza matrimonial por la cual un hombre y una mujer constituyen una comunidad para toda la vida”. En consecuencia, la comunidad de vida y amor entra, de acuerdo con la nueva legislación, como parte, y parte principal, del objeto del consentimiento matrimonial, y con ello la relación interpersonal entre los cónyuges, es decir, su cohabitación, bien entendida como mutuo desarrollo y perfeccionamiento. Una sentencia de la Rota de 1980 tiene el mérito de admitirlo claramente: “La jurisprudencia reciente de la Rota afirma que el objeto del consentimiento matrimonial no es solo jus in corpus, sino también el derecho a la vida común”. (Sentencia del 14 de abril de 1975, coram Raad). Esto significa que la capacidad requerida para el matrimonio debe entenderse como una capacidad para llevar una comunión íntima de vida y amor

conyugal. Por lo tanto, debemos considerar como no apto para el matrimonio al sujeto que no puede establecer una relación interpersonal saludable. De hecho, la incapacidad para asumir las cargas del matrimonio también incluye esta comunión íntima de la vida, que consiste en el don de las dos personas (21)”. Ya en 1969, solo cuatro años después del cierre del Concilio Vaticano II, un juez de la Corte de la Rota citó el número 48 de Gaudium et spes y comentó: “Esta decla-

ración del Concilio Vaticano II tiene un sentido jurídico. En efecto, ella no mira el simple hecho del establecimiento de la comunidad de la vida, sino el derecho y la obligación a esta comunidad íntima de la vida, que tiene como elemento absolutamente específico la unión íntima de las personas, por la cual el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, a la cual tiende como a su culmen, esta comunidad de vida (22)”. El canonista Jacques Vernay, funcionario de Lyon y profesor de la Facultad de Derecho Canónico de París, comentará esta frase señalando “el aspecto innovador de la demostración: el objeto del consentimiento matrimonial no es solo el derecho sobre el cuerpo, sino también el derecho a la comunidad de la vida, según las enseñanzas del Vaticano II (23)”.


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El arzobispo Charles Lefebvre, decano de la Rota, explica en el mismo sentido: “la constitución de Gaudium et spes establece claramente que el derecho a la comunidad de vida debe ser comprendido como el objeto del contrato matrimonial (24)”. Otro ejemplo: Monseñor Pinto, coadjutor de la Rota, escribe en una sentencia del 23 de noviembre de 1979: “contrae inválidamente el que, por un acto positivo de la voluntad, excluye el derecho a la comunidad de vida, o bien, el que es incapaz de dar este derecho de una manera antecedente y perpetua. En uno y otro caso, la donación del objeto formal esencial, lo esencial del contrato, no se verifica (25)”. Último ejemplo, el 27 de noviembre de 2009, el tribunal de la Rota pronuncia una declaración de nulidad del matrimonio apoyándose

en el siguiente motivo: “los derechos incluidos en los tres bienes tradicionales del matrimonio parecen no ser suficientes. Es requerido además de todo ello el derecho a la comunidad de vida, descrito en las Sagradas Escrituras como “ayuda” y asumido por el concilio Vaticano II (Gaudium et spes 48) bajo las palabras “unión íntima de corazones y actividades” (26)”.

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6) La respuesta del papa Pío XII El derecho a la comunidad de vida está, según la concepción tradicional, fuera del objeto del contrato matrimonial. Pío XII confirma esto contra los innovadores en el año de 1944 insertando en la “Acta Apostolicae Sedis” una sentencia de la Santa Rota Romana (27), que recuerda a la jerarquía los dos fines del matrimonio y recuerda que “la convivencia de habitación, de lecho y de mesa no pertenecen a la esencia del matrimonio” (incluso si ello pertenece) a la dignidad de la vida conyugal (28). La sentencia concluye diciendo que, si un contrayente rechaza explícitamente dar a su cónyuge el derecho a la ayuda mutua y a la comunidad de vida, el matrimonio puede ser válido, siempre que se otorguen los derechos a los actos aptos para la procreación (29). El padre Capello, canonista de buena reputación, también lo afirma claramente: “la comunidad de vida, es decir, de lecho, de mesa y de habitación pertenecen a la integridad, pero no a la esencia del matrimonio, de suerte que el matrimonio es válido, incluso si esta vida común ha sido excluida por un pacto, siempre que el derecho sobre el cuerpo quede a salvo (30)”. La enseñanza del cardenal Gasparri es perfectamente idéntica (31). A lo sumo, uno podría preguntarse si la comunidad de lecho, mesa y techo de la que hablan los autores tradicionales coincide perfectamente con la comunidad de vida conyugal de la que hablan los autores modernos. Pero, incluso si uno acepta una duda sobre este punto, sigue siendo seguro que el legislador no estaba conforme solamente con agregar una nueva condición a la validez del


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matrimonio, ni un nuevo obstáculo que dirima la ley eclesiástica. Contaminado por una filosofía personalista que coloca el bien de la persona por encima del bien común, trató de ampliar el objeto mismo del contrato de matrimonio. Si se objeta que esta modificación no fue hecha por el legislador, sino solo por los jueces romanos de la Rota, debe responderse que, cuando las sentencias de la Rota Romana dan una interpretación constante y uniforme de la ley, entonces ellos hacen jurisprudencia. Por el contrario, las sentencias de las autoridades diocesanas no hacen jurisprudencia (32).

por interés y no por amor. Se encerraron desde el principio en su egoísmo. Pero nunca, antes del Concilio Vaticano II, tal egoísmo, tan triste y culpable como haya sido, se consideró como una razón para la nulidad del matrimonio. Sin embargo, ¿cómo mantener esta posición al definir el matrimonio, siguiendo al Vaticano II, como “una comunidad de amor” (35)? Mons. Marcel Lefebvre, en una intervención en el Concilio presentada el 9 de septiembre de 1965, comenta: “El capítulo del matrimonio presenta el amor conyugal

7) ¿Es válido un matrimonio sin amor? Tradicionalmente, el amor mutuo de los esposos nunca se ha considerado como un elemento necesario para la validez del matrimonio. Un juez de la Rota llegó a decir en 1925: “El amor es un elemento completamente extraño al contrato matrimonial. Los cónyuges pueden casarse por infinitas razones. Un matrimonio válido puede coexistir incluso con renuencia (33)”. El propio Papa Pablo VI, en su discurso ante la Rota del 9 de febrero de 1976, recuerda esta posición tradicional, al tiempo que agrega que el amor de los cónyuges es un elemento psicológico de gran importancia. Un año después, otra sentencia de la Rota resumió la doctrina católica: “La validez del matrimonio no depende de si los cónyuges han expresado su consentimiento por amor, sino de si el consentimiento, requerido por la ley, ha sido emitido o no (34)”. De hecho, muchos matrimonios han sido un fracaso porque los cónyuges se casaron

como el elemento primario del matrimonio, del cual procede el elemento secundario, la procreación; a lo largo del capítulo, se identifican el amor conyugal y el matrimonio. Esto es contrario a la doctrina tradicional de la Iglesia y, si fuera admitido, se seguirían las peores consecuencias. En efecto, uno podría decir: “¡no hay amor conyugal, por lo tanto, no hay matrimonio!” ¡Cuántos matrimonios sin amor conyugal que son, sin embargo, matrimonios auténticos! (36)”. Lamentablemente, este temor del antiguo arzobispo de Dakar ha demostrado estar justificado. Leemos, por ejemplo, en una sentencia de la Rota del 16 de octubre de 1984: “Si el amor


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se entiende como una voluntad, y si la voluntad en el consentimiento conyugal, entendido al menos como un acto psicológico, implica dar todo de uno mismo como persona, se deduce que donde no hay este amor, tampoco hay voluntad matrimonial (37)”. En 1999, ante el tribunal de La Rota, el Papa Juan Pablo II favoreció implícitamente esta tesis al afirmar: “El consentimiento mutuo no es otra cosa que hacer un compromiso, consciente y responsable, mediante un acto legal por el cual, en la donación recíproca, los cónyuges se prometen mutuamente un amor total y definitivo (38)”. El 27 de noviembre de 2009, el tribunal de la Rota declaró nulo un matrimonio basa-

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con las propiedades y fines esenciales del matrimonio, entre los cuales enumera el Concilio Vaticano II (...) el bien de los esposos y el amor conyugal (39)”. Marquemos que los jueces modernos, siguiendo a Juan Pablo II, no consideran el amor aquí en el sentido de un simple afecto sensible, y mucho menos de una simple atracción carnal. La palabra amor se toma en su sentido más noble, como una voluntad para el bien del otro, del don de sí mismo. Se opone al egoísmo. Tomado en este sentido, el amor de los cónyuges es necesario para su desarrollo y perfeccionamiento mutuos. Por lo tanto, se une al apoyo mutuo y la comunidad de la vida matrimonial. De ahí que, con perfecta coherencia, el legislador que desea ampliar el objeto del consentimiento matrimonial a la comunidad de la vida, considera como causa de nulidad lo que es radicalmente contrario a ella. Por lo tanto, nuevamente parece que las autoridades eclesiásticas, desde Vaticano II, afirman modificar la naturaleza del consentimiento de los cónyuges. 8) El poder del Papa

do en el razonamiento del cual aquí hay un extracto: “La incapacidad ordenada al consentimiento de acuerdo con el canon 1095, 3°, la mayoría de las veces se refiere a la imposibilidad de establecer una verdadera comunidad de vida y amor; el magisterio de Juan Pablo II sobre la relación conyugal sigue siendo inmortal. El pontífice ha establecido una relación esencial entre el consentimiento y el amor conyugal; lo que significa que el consentimiento, incluso siendo la causa eficiente del matrimonio, debe considerarse esencialmente en relación

Es cierto que el sucesor de Pedro puede establecer impedimentos o vicios de consentimiento que diriman al matrimonio, es decir, hacerlo nulo (40). Por otro lado, no tiene el poder de modificar el objeto del contrato matrimonial. De hecho, el sacramento del matrimonio tiene esta característica única en comparación con los otros sacramentos, de ser un contrato de ley natural elevado por Cristo a la dignidad del sacramento. Pero Cristo no cambió la naturaleza de este contrato. Cambiar el objeto del sacramento del matrimonio es definir


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como matrimonio cristiano un contrato que no sea el contrato de la ley natural, algo que Cristo no quiso hacer, y por lo tanto algo que el Papa no tienen poder de hacer. Como explica Pío XI: “No es por los hombres, sino por el mismo Autor de la naturaleza, Cristo el Señor, que el matrimonio ha recibido sus leyes. En consecuencia, estas leyes no pueden depender de ninguna manera de la voluntad humana (41)”. Tenemos una buena ilustración de esto en la siguiente práctica: cuando dos paganos casados de acuerdo con la ley natural son bautizados, la Iglesia no les pide que renueven su consentimiento matrimonial. A través del bautismo de los dos cónyuges, el matrimonio se convierte en un sacramento. Sin embargo, si el objeto del matrimonio cristiano fuera más amplio que el del matrimonio natural, se les debería pedir que emitieran un nuevo consentimiento sobre un contrato cuyo objeto sería más amplio que el del matrimonio natural. Por lo tanto, debería concluirse que los paganos casados que son bautizados no están casados sacramentalmente hasta que hayan emitido este nuevo consentimiento. Y si no lo aceptaran, ¿cuál sería el valor de su matrimonio contraído en el paganismo? 9) ¿Qué concluir? El legislador eclesiástico excedió sus derechos. Modificó la sustancia misma del sacramento del matrimonio. Por lo tanto, es urgente volver a la visión católica del matrimonio, como se encuentra en el Código de Derecho Canónico de 1917 y en la encíclica de Pio XI Casti connubii. Mientras tanto, existe la seria preocupación de que varios matrimonios perfectamente válidos e indisolu-

bles hayan sido declarados nulos por los tribunales eclesiásticos. m (1) Le Droit canonique est-il aimable ?, p.2852. (2) T.4, n°749. (3) Matrimonios declarados nulos en primera instancia; sentencia confirmada en apelación. (4) Maurice Monier, L’année canonique, t. 38, año 1995, pág. 141. (5) Sentencia del 15 octubre 1992, coram Burke, en L’année canonique, t. 39, año 1997, pág. 197. (6) Edición de 1891, t. 2, n°777. (7) Coram Lefebvre, 8 julio 1967, cf. L’année canonique, t. 57, año 2016, pág. 41. (8) Suppl. q. 58 art. 5 ad 4um et 5um. (9) Sentencia del 21 junio 1996 citada en L’année canonique, t. 42, año 2000, pág. 234. (10) Ver L’année canonique, t. 22, año 1978, pág. 246. (11) Suppl. q. 58 art. 1 in corp. et ad 4um. (12) Sesión 21, cap. 2, Dz 1728. (13) Coram Civili, citado en Claude Jeantin, L’immaturité devant le droit matrimonial de l’Eglise, pág. 344. (14) Coram Boccafola, citado en L’année canonique, t. 55, año 2013, pág. 308. (15) Claude Jeantin, L’immaturité devant le droit matrimonial de l’Eglise, page 348. (16) C. Pinto, 27 mayo 1983, citado en Louis Bonnet, La communauté de vie conjugale, 2004, pág. 506. (17) Por ejemplo, coram Pompedda, 19 febrero 1982, citado por Louis Bonnet, op. cit., pág. 462. (18) Citado por L’année canonique, t. 44, año 2007, pág. 480. (19) Can. 1081 §2. (20) Annali di Dottrina e Giurisprudenza Canonica, t. 1, pág. 97. (21) Sentencia del 17 mayo 1980 coram Ewers, citada en L’année canonique, t. 30, año 1987, pág. 441. (22) Sentencia del 25 febrero 1969, coram Anne. (23) L’année canonique, t. 25, año 1981, pág. 362. (24) Sentencia del 31 enero 1976, citada por Louis Bonnet, op. cit., pág. 360. (25) L’année canonique, t. 37, año 1994, pág. 110. (26) Citado por L’année canonique, t. 53, año 2011, pág. 440. (27) AAS 36 (1944), 172-200. (28) Cf. Les Enseignements Pontificaux, Le mariage, Solesmes, Desclée, 1960, apéndice n. 24-29. (29) N°24. (30) De matrimonio, n°574. (31) De matrimonio, n°7. (32) Ver CIC 17 can. 20 et CIC 83 can. 19 et L’année canonique, t. 31, año 1988, pág. 430. (33) Coram Julien, sentencia del 9 enero 1925, citada en L’année canonique, t. 37, año 1994, pág. 106. (34) Coram Pinto, 15 julio 1977, citado por Louis Bonnet. (35) Gaudium et spes n°47 et n°48. (36) J’accuse le concile, pág. 90. Hay edición en español. (37) Coram Ferraro citado por Louis Bonnet, op. cit. (38) Discurso del 21 enero 1999 al tribunal de la Rota romana. (39) Citado por L’année canonique, t. 53, año 2011, pág. 440. (40) Concilio de Trento, Sesión 24, canon 4. (41) Encíclica Casti connubii del 31 diciembre 1930.


¿Por qué buenos sacerdotes dejan mala impresión? En septiembre de 2020 falleció en West Chester (Ohio, Estados Unidos de América) el padre Anthony Cekada, ordenado sacerdote por nuestro venerado fundador en 1977, pero que se apartó pronto de la Hermandad de San Pío X para pasar al sedevacantismo. Aunque sea bien conocido, no dejaremos de recordar que esa errónea posición teológica y canónica, o pretendida explicación de la espantosa crisis que la Iglesia padece desde el concilio Vaticano II, no fue nunca aceptada por el arzobispo Marcel Lefebvre y que la Hermandad, en esto como en todo, ha seguido siempre fiel a la prudencia de su fundador. También hoy, cuando tantos se echan las manos a la cabeza ante palabras y actos escandalosos del papa Francisco, pero sin llegar a reconocerlos como frutos pútridos del Vaticano II y de los demás pontificados posconciliares. Igual que lo erróneo del sedevacantismo, tampoco podemos dejar de recordar que las circunstancias que rodearon en 1983 a la ruptura entre la Hermandad y el padre Cekada y quienes le acompañaron en esa escisión, con grave daño para el apostolado en los Estados Unidos y hasta litigios ante los tribunales civiles, fueron muy dolorosas para Monseñor Lefebvre. Pero nada de lo anterior nos impide reconocer que el padre Cekada, que en paz descanse, fue un escritor erudito y polemista temible. Autor de un importante libro sobre la revolución litúrgica:

Work of Human Hands, a Theological Critique of the Mass of Paul VI (“Fruto del trabajo del hombre, una crítica teológica de la Misa de Pablo VI”, 2010). Y dotado además de un agudo y delicioso sentido del humor, incluso para reírse de sí mismo, como se demuestra con el artículo titulado: Why Do Good

Priests Leave Bad Impressions? (“¿Por qué buenos sacerdotes dejan mala impresión?”) que publicó hace casi treinta años (Sacerdotium, núm. 11, primavera de 1994), y del cual publicamos aquí buena parte de la introducción. Aunque por desgracia nuestra traducción al español, por esforzada que haya sido, no pueda trasladar todo el sazonado ingenio del texto original en inglés. Hemos añadido como subtítulo O las desventuras de una familia católica


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¿Por qué buenos sacerdotes dejan mala impresión?

en su descubrimiento de la Misa tradicional, porque el título original parece apuntar el proyector únicamente sobre las culpas de los sacerdotes cuando, en realidad, las penalidades que sufre esta desafortunada familia católica, que llega por primera vez a una capilla donde se celebra la santa Misa en el inmemorial rito romano, las padece a manos tanto de un sacerdote hirsuto como de varios fieles estrafalarios ¿nos dice algo? ***** O LAS DESVENTURAS DE UNA FAMILIA CATÓLICA EN SU DESCUBRIMIENTO DE LA MISA TRADICIONAL “Imaginemos que sea usted un joven laico católico con mujer y dos niños pequeños. Está irritado por cómo van las cosas en su parroquia local, San Tallarín de Chardín. Más o menos todo lo que ve y oye en esa parroquia contradice lo que usted sabe que son las enseñanzas católicas. Las prácticas litúrgicas van desde lo desordenado y ñoño hasta lo salvaje y propio de un zoo. Está usted harto. Lee entonces el anuncio de una misa tradicional en latín. El obispo de la diócesis ha denunciado a esos tipos de la misa tradicional como renegados y acatólicos. Pero usted se imagina que el obispo no reconocería a un verdadero católico, aunque lo tuviese delante de las narices. Se levantan pronto ese domingo -el lugar de la misa está a media hora-, mete usted en el coche a su mujer que lo mira con escepticismo, al nervioso niño de seis años y al bullicioso niño de pecho y ¡en marcha! Entran en la capilla y se instalan al

fondo. Un tipo no muy simpático llega con una especie de paño de encaje y se lo arroja a su mujer diciéndole “¡aquí tiene!”. La misa prevista para las 9 comienza con un cuarto de hora de retraso. Parece ser que el sacerdote estaba terminando de confesar. La misa comienza, usted está impresionado por el aspecto reverente del rito, pero no comprende lo que pasa. El sacerdote va al ambón y siguen toda una serie de anuncios. Explica quién tiene prohibido comulgar, es largo y complicado, algo a propósito de los bautismos dudosos, de los matrimonios inválidos y del Novus Ordo (¿qué diablos es eso?). Se lanza a continuación a un sermón donde ataca a los “padres liberales” que no llevan a sus hijos a su escuela, y reprocha a todos la insuficiencia de su apoyo financiero. ¡Qué sermón! O más bien, usted creía que era el sermón. Llegan la epístola y el evangelio en inglés. Después de lo cual el sacerdote se embarca durante 25 minutos en una denuncia del Novus Ordo (otra vez esa expresión extraña) y del Papa (¡y usted que creía que era un tipo de fiar!), todo acompañado de golpes sobre el púlpito y terribles amenazas de que cualquier persona que tenga que ver con uno o con otro irá probablemente al infierno de cabeza. En un momento dado, el sacerdote se para en seco y le mira de hito en hito: su hijo más pequeño, sin duda, ha hecho un poco de ruido. Su mujer avergonzada hace callar al niño. Finalmente, después de tres cuartos de hora en el ambón, el sacerdote vuelve al altar. Usted sigue impresionado por el desarrollo de la misa … hasta la comunión. Recibe la comunión, pero el sacer-


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dote se detiene ante su mujer: “No está usted vestida correctamente, no le doy la comunión”, exclama. Lo cual le deja perplejo: ella lleva un pantalón holgado y una blusa cerrada hasta el cuello, aunque sin mangas -comparada con las mujeres de San Tallarín, su mujer se vis-

portero: el sacerdote se ha marchado ya, camino de decir misa en otro lugar. Busca usted algo por escrito que le explique lo que ha sucedido en el altar. Todo lo que se encuentra en un expositor son un par de viejas novenas. La mayor parte de la gente les ignora, pero no todos. Una señora les echa el guante. Después de algunos breves preliminares, les pone en guardia: el sacerdote es un verdadero monstruo. Otra señora se une a la primera e intenta serles de gran ayuda explicándoles la situación en la Iglesia desde el Vaticano II. Algo acerca de platillos volantes, y de cómo el Papa es en realidad un robot controlado por un ordenador en Bruselas que tiene por nombre “666” (el número de la bestia del Apocalipsis). La misma señora les confía que se enteró de eso mientras estaba prisionera de David Rockefeller en un torreón del Chase Manhattan Bank. “Hablando de eso …”, dice usted con una ligera sonrisa, y su mujer y usted se dirigen hacia la puerta: “¡Hora para nosotros de tomar el desayuno!”

«Comparada con las mujeres de San Tallarín, su mujer se viste como la reina Victoria»

te como la reina Victoria. Pero tiene que apartarse del comulgatorio. Cuando el sacerdote termina por dejar el altar son las 11 menos 20, una hora y cuarenta minutos después del teórico comienzo de la misa (usted se enterará más tarde de que no se trataba sino de una misa rezada, y se preguntará cuánto debe de durar entonces una misa que lleva el nombre amenazador de “misa mayor”). Sale de la iglesia con la esperanza de atrapar al sacerdote y hacerle algunas preguntas. Lástima, le dice un ujier o

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Me gustaría decirles que he inventado estos horrores para ilustrar mis palabras. ¡No, por desgracia! Bien los he perpetrado yo mismo en ciertos momentos de mi vida sacerdotal, bien he dejado que se produjeran en los centros de misa que he tenido a mi cargo, quizá no todos a la vez el mismo día ¡esperémoslo! Nosotros, los sacerdotes que celebramos la misa tradicional, ejercemos a veces nuestro ministerio sin preocuparnos demasiado de los laicos católicos “sin convertir”, que están profundamente


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insatisfechos con la nueva religión, pero que todavía no saben muy bien qué hacer en la práctica. Estas almas pueden oír hablar de una misa tradicional cerca de su casa y decidirse a ir a echar un vistazo. Saben probablemente que el establishment conciliar nos considera como renegados. Para ellos es un gran paso franquear la puerta de una capilla tradicional un domingo por la mañana. Cuando lo hacen, puede ser nuestra única ocasión de convencerles. Si estos recién llegados se llevan una mala impresión la primera vez (que somos sectarios, raros ¡menuda tropa! etc.), lo más probable es que no volvamos a verlos nunca más, salvo milagro extraordinario de la gracia divina. ¿Cómo podemos mejorar esta primera impresión? Primero de todo, los sacerdotes tradicionales deberían considerar, desde la perspectiva de una persona que asiste por primera vez a la misa tradicional, lo que ocurre en sus capillas. En nuestra historia ¿puede pensarse que el desventurado padre de familia volverá? Es poco probable. Aunque de entrada tenía una disposición favorable a la fe católica tradicional e hizo un gran esfuerzo, desde su punto de vista, para investigar el asunto, sin embargo, más o menos todo lo que encontró le disuade de seguir adelante. Los laicos con que se topa son descorteses o raros. No recibe ninguna información sobre las ceremonias del culto. Ha oído reglas extrañas, expresadas con términos desconocidos. Todo en conjunto parecía mal organizado. Los anuncios y el sermón son peroratas interminables. El sacerdote humilla a su mujer y a sus niños. Y todo dura demasiado, una eternidad. En suma, todo es como una enorme flecha que señala al pobre hombre y su familia el camino de

vuelta a San Tallarín de Chardín. Son muchos errores en materia de comunicación, de buenas maneras, de buen sentido y de caridad. El sacerdote que tiene a su cargo un centro de misa descuida facilitar la información que necesita un potencial “converso”, o permite que se le trate como a un leproso cuando aparece por la capilla.” ***** Hasta aquí las palabras del padre Cekada. Sigue después el grueso del artículo, integrado por hasta catorce recomendaciones precisas, dirigidas a los sacerdotes (por lo que no las transcribiremos aquí, en inglés pueden consultarse fácilmente en la red), sobre la forma de intentar poner remedio a semejante desastre. Pero sí citaremos la conclusión, en particular las últimas palabras, que todos debemos leer y atesorar: “Puede que algunas sugerencias recuerden lo obvio, y no todas pueden ser factibles o incluso útiles en cualquier capilla tradicional. Son, en todo caso, producto de muchos ensayos, a base de pruebas y errores, a lo largo de los años. Nosotros, los sacerdotes tradicionales, creemos a veces que podemos suscitar conversiones apelando únicamente a las inteligencias. Pero cuando la gente viene por primera vez a la Misa tradicional, puede que de entrada no estén dispuestos para la fría lógica. Non in dialectica complacuit Deo salvum facere populum suum, nos recuerda San Ambrosio. Si cuando los recién llegados entran en nuestras capillas por primera vez los tratamos con consideración, buenas maneras, sentido común y caridad, tendremos una excelente oportunidad de volver a verlos.” m


La primavera del postconcilio L. Pintas

l Aquí te pillo, aquí te... vacuno. Cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe se pronunció el 21 de diciembre sobre las vacunas del covid, dijo que era “evidente para la razón práctica que la vacunación no es, por regla general, una obligación moral y que, por

lo tanto, la vacunación debe ser voluntaria” (n. 5). Cuando la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa abordó la cuestión el 27 de enero (resolución 2361), exhortó a los Estados miembros de la Unión Europea a “garantizar que los ciudadanos están informados de que la vacunación NO es obligatoria [mayúsculas en el original] y de que nadie es presionado políticamente, socialmente o de otra forma a vacunarse si no lo quiere hacer” (punto 7.3.1). Aunque la Santa Sede no pertenece a las instituciones europeas, no hace falta recordar hasta qué punto apuesta su diplomacia por el marco europeísta. No solo eso: ya

en su primer documento sobre la pandemia, el 30 de marzo de 2020, la Pontificia Academia por la Vida reclamó, precisamente hablando de los tratamientos para el covid, una “coordinación mundial de los sistemas de salud” y “criterios que sean, en la medida de lo posible, compartidos y argumentados, para evitar la arbitrariedad o la improvisación en situaciones de emergencia”. Pues bien, hablando de criterios compartidos y arbitrariedades, el cardenal Giuseppe Bertello, presidente del Estado Vaticano, firmó una orden el 8 de febrero amenazando con el despido a los empleados del Vaticano que rechacen vacunarse contra el covid “sin comprobadas razones de salud”. He aquí, pues, que, sin temor a la contradicción palmaria, en la Santa Sede puede más el ímpetu vacunatorio que las disposiciones del antiguo Santo Oficio y los criterios comunes europeos tan promovidos por la Secretaría de Estado. En estas condiciones, ¿quién se atreve a llamar “conspiranoicos” a quienes hablan del covidianismo como de una nueva religión? l El asalto final a la comunión en la boca. Ya en números anteriores comentamos cómo la obligación, establecida en la práctica, de comulgar en la mano so pretexto del coronavirus había


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La primavera del postconcilio

doblegado la última resistencia de millones de católicos al último signo de la desacralización inherente a la reforma litúrgica postconciliar. Muchos todavía

se aferraban, como un clavo ardiendo, a las disposiciones que incluso para la nueva misa establecen como un derecho incondicional de los fieles recibir a Nuestro Señor directamente en la boca, y confiaban en que la imposición abusiva de la comunión en la mano acabase siendo censurada por Roma. Ha sucedido todo lo contrario. El recurso de un fiel contra la prohibición de la comunión en la boca por parte del obispo de Knoxville (Tennessee, Estados Unidos), Richard Stika, fue rechazado el 13 de noviembre por la Congregación para el Culto Divino. El arzobispo Arthur Roche, secretario de la Congregación, informó a ambas partes de que “confirmaba la decisión” de monseñor Stika y “rechazaba la petición de que fuese modificada”. El 11 de diciembre, la propia diócesis subió a su portal las cartas correspondientes, donde se cita como apoyo otra carta del cardenal Robert Sarah, entonces prefecto de la Congregación, del 15 de agosto de 2020, donde dice que “en tiempos

de dificultad (guerras, pandemias, etc.), los obispos y las conferencias episcopales pueden dar normas provisionales que deben ser obedecidas”. La carta del cardenal Sarah no se refiere específicamente a esa cuestión, pero evidentemente el purpurado ha dado por buena su aplicación al caso. Lo cual hace que algunos se sientan autorizados a dar un paso más, como el obispo de Manfredonia-ViesteSan Giovanni Rotondo, Franco Moscone, quien en la homilía dominical del 3 de enero definió como un “abuso” la comunión en la boca. “Hay una motivación bíblica que nos impulsa a no aceptar la comunión en la lengua”, dijo, y es que en el relato evangélico, Nuestro Señor dice “tomad” y no “tragad”, y “tomad” significa “coger con la mano”. Y añade: “Es un abuso recibir la comunión en la boca, porque hemos espiritualizado lo que Jesús quiso transmitir como materia”. La ignorancia del obispo es colosal, y una muestra más del daño que ha hecho el olvido del latín en la formación sacerdotal. Tanto el Evangelio de la Vulgata como la forma del sacramento dicen “accipite”, que significa “recibid, aceptad”, no “coged con la mano”. En Juan 20, 22, por ejemplo, Nuestro Señor le dice a los apóstoles “Recibid el Espíritu Santo”, y la Vulgata lo recoge con el mismo término, “accipite”. ¿También el Espíritu Santo se coge con la mano, según monseñor Moscone? Y es así como se cierra el círculo de la locura covidiana en la Iglesia: la comu-


La primavera del postconcilio

nión en la boca, que se empezó negando bajo falsas razones sanitarias, acaba negándose bajo falsas razones teológicas. Es el Gran Reset, el Gran Reinicio… en materia sacramental. l Desvaríos de un obispo alemán. La mayor parte de los obispos alemanes carecen ya de límites en su desprecio a la doctrina cristiana en materia sacramental y moral. El 3 de febrero, el obispo de Maguncia/Mainz, Peter Kohlgraf, insertó en el portal diocesano un artículo suyo sobre las cada vez más habituales bendiciones sacerdotales sobre parejas del mismo sexo. Con esa forma sibilina, tan común hoy, de cuestionar principios interrogándose sobre ellos en vez de negándolos, monseñor Kohlgraf se plantea qué debe hacer como obispo cuando sus sacerdotes aprueban de esa forma la normalización pública de las relaciones homosexuales, e invocan la bendición de Dios sobre compromisos contrarios a la ley de Dios. Pero de todos los disparates que plantea el obispo, hay uno particularmente insidioso. “¿Qué significa la exigencia de castidad desde la perspectiva de hombres que se sienten homosexuales? Creo que pocos considerarán esa exigencia como algo delicado y respetuoso, dado que no han elegido esa tendencia”, desliza. No cabe mayor ataque al libre albedrío y a la gracia. Ya es llamativo que un obispo considere las exigencias de la moral como una falta de respeto. Pero aún peor que entienda las tendencias como un salvoconducto para el pecado. Si la tendencia antinatural exime de la virtud de la castidad, ¿por qué no aplicar el mismo baremo a la tendencia natural? ¿Habrá que consi-

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derar el sexto mandamiento una falta de delicadeza del Señor para con nosotros? Una de dos: o bien monseñor Kohlgraf considera a la persona que siente atracción por el mismo sexo un ser inferior a quienes no la experimentan, porque es incapaz de refrenar sus pasiones (¿eso no le convierte en “homófobo”?); o bien considera que la gracia de Dios no sirve para nada ni en un caso ni en otro cuando se trata de llevar una vida casta. Es-

tamos ante ese veneno que tantos deslizan cuando hablan de la castidad como un “ideal”: algo muy bonito y valioso y a lo que deberíamos tender, sí, pero en el fondo irrealizable y que no se nos puede exigir, y que por tanto no es tan grave violar. Pero eso convierte en humo los Diez Mandamientos, porque lo que vale para cargarnos uno de ellos, no se ve por qué no valdría para cargarnos los demás.

l Herejías incluso sobre las legumbres. El pasado 12 de febrero, el arzobispo Paul Gallagher, secretario para las relaciones con los Estados, di-


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La primavera del postconcilio

rigió en nombre del Papa un mensaje a la FAO (Food and Agriculture Organization), organismo de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura, con motivo del Día Mundial de las Legumbres. Hasta en este tipo de documentos se deslizan errores doctrinales gravísimos. Se reconoce, sí, que “las legumbres son un alimento noble”, pero enseguida se cae en la herejía al afirmar que “carecen de soberbia y no reflejan lujo”. ¿Cómo que carecen de soberbia? Yo me he comido unas fabes en Asturias con mi amigo Luis a las que la palabra “soberbias” se les queda corta. Y si un día monseñor se aleja un poco de la Curia y se zampa un cocido madrileño en Malacatín, verá que hay garbanzos

que no solo no carecen de soberbia, sino que le añaden la gula y, sobre todo, la pereza que te entra después. Y ¿qué es eso de que no reflejan lujo? ¿Es que no era un lujo la primogenitura de Isaac, y sin embargo Esaú se la vendió a Jacob por un plato de lentejas? (Gén 25, 29-34) ¡Y no sé si todavía se quedó corto en lo que pagó, si eran unas lentejas de la abuela como es debido! Con todo, hay que reconocer que la carta de Gallagher hace honor a las homenajeadas y, en cuanto

parte esencial de una dieta saludable, considera las legumbres “un derecho universal”. Tal vez, después de todo, podamos entendernos… m

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Capillas de la Hermandad San Pío X en España Madrid

Capilla Santiago Apóstol C/ Catalina Suárez, 16 Metro: Pacífico, salida Dr. Esquerdo. Bus: 8, 10, 24, 37, 54, 56, 57, 136, 140 y 141 Domingos: 10 h.: misa rezada 12 h.: misa rezada

(cantada en ciertas solemnidades)

19 h.: misa rezada Laborables: 19 h.

Vitoria

Capilla de los Sagrados Corazones Pl. Dantzari, 8 3er domingo de cada mes, misa a las 11 h. Más información: 91 812 28 81

Granada

Capilla María Reina Pl. Gutierre de Cetina, 32 Autobús: S3 1er domingo de cada mes, Siervas de Jesús Sacerdote misa a las 11 h. GRIÑÓN (Madrid) Sábado precedente, misa a las 19 h. Domingos: misa a las 10 h. Más información: 91 812 28 81 Semana: misa a las 8’15 h. Exposición Stmo. Domingos: 19 h. Jueves: 19 h. Valencia Más información: 91 814 03 06 Consultar dirección: 91 812 28 81 3er domingo de cada mes, misa a las 19 h.

Barcelona

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También se celebran misas en:

Oviedo, Córdoba, Palma de Mallorca, Murcia, Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria.

Para cualquier tipo de información sobre nuestro apostolado y lugares donde se celebra la Santa Misa, pueden llamar al 91 812 28 81, o escribir al correo electrónico: info@fspx.es Impreso: Compapel - Telf. 629 155 929


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