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Dom Benedetto Castelli, O.S.B
FunDaDor DE la HiDráulica
Rvdo. D. Eduardo Montes
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En nuestro último artículo tratábamos del llamado Acueducto del Padre Tembleque, la mayor obra de ingeniería hidráulica que se alzó en el continente americano a mediados del siglo XVI, concretamente se inauguró en 1570. No fue la única obra de esta finalidad que se construyera en el Virreinato de la Nueva España aunque sí la mayor. En la época virreinal otros muchos acueductos darían satisfacción a esta necesidad básica de las poblaciones tales como el de Acámbaro, Chapultepec, Chihuahua, Guadalupe, etc...
Pero a todas estas obras hidráulicas puede decirse que les faltaba el pleno desarrollo de la ciencia de la que formaban parte. Esa Benedetto (Brescia, 15 Castelli, 77 - Rom n a, acido 9 de a Antonio bril de 1 Castelli 643) fue será la obra realizada por un benedictino ita- un matemático italiano. Cambió su nombre lia en no que Roma nació en Bres en 1643: Dom cia en Bened 1577 y murió etto Castelli. a “Benedetto” cuando la Orden de San Benito Brescia, Castelli estudió fue en 1 en aceptado por 595. Nacido en la Universidad
Será en 1628 cuando nuestro monje pu- de Padua, y más tarde se convirtió en abad blique el Della misura delle acque correnti en am la a igo badía de y partida Monte C rio de su assino. Fue un g maestro, Galileo ran Ga“que firma el acta de nacimiento de una nue- lilei. Castelli ayudó a Galileo en sus estudios va ciencia, la hidráulica porque en el libro en sobre la examen s manchas sol de las teorías are de s y participó Nicolás Copé en el rnico. cuestión aparece expuesta y rigurosamente Castelli tenía interés en las matemáticas y la demostrada la ley de la continuidad de las hidráulica. zarlo en la Galileo lo Universid nombró p ad de Pisa ara reempla como profe corrientes también llamada Primera ley de sor de matemáticas en 1613. Posteriormente la Hidráulic Siempre a o en Ley de estrec Castelli”[1]. ho contacto con Gaocupó el mismo puesto en la Universidad de Roma La Sapienza. Castelli murió en Roma. Uno de sus alumnos fue Evangelista Torricelileo Galilei (1564-1642) mantendrá una lli, inventor del barómetro y defensor de la relación variadísima con el astrónomo que bomba de a Berti como ire. su Castelli sucesor recomendó a en Sapienza. Gasparo Aunque le llevará a colaborar con él en diversas dis- la recomendación fue aceptada, Berti murió ciplinas como matemáticas, física, astronoantes de asumir el cargo. mía, inventar el pluviómetro y un procedimiento para fijar con exactitud la hora de las observaciones astronómicas.
Este monje tan poco conocido entre nosotros brilló también con luz propia como
Dom Benedetto Castelli, O.S.B. enseñante y entre sus discípulos figurará el padre del barómetro Evangelista Torricelli (1608-1647) y otros destacados exponentes de las ciencias de la época. Aludíamos antes a su relación con Galileo. Hay que aclarar que fue también la ocasión para que nuestro monje aportara al astrónomo no sólo su pericia científica sino su celo sacerdotal. Como se vio cuando la hija predilecta del astrónomo, la monja clarisa Sor María Celeste, falleció en su convento pocos años antes de que lo hiciera su padre. Éste quedó destrozado por la noticia y el P. Castelli obtuvo permiso para desplazarse a la residencia de Galileo en Arcetri “ para estudiar el movimiento de los satélites de Júpiter junto con su ex maestro y ejercer de guía espiritual suyo ”[2] Y un bióEl pluviómetro fue inventado grafo del monje hidráulico nos dice que esta amistad del en Perugia por el padre Bene- benedictino con el gran astrónomo jamás se extinguió,detto Castelli en 1631. alimentada por una ininterrumpida correspondencia y el recuerdo diario en la Santa Misa. Este último detalle mantenido hasta la muerte del genial religioso acaecida el 9 de abril de 1643 en Roma. m
Es difícil dar una definición del laicismo, pues expresa un estado de alma complejo y presenta una variedad multiforme de posiciones. Sin embargo, es posible ver en él una línea constante que podría definirse así: una tendencia, o mejor todavía, una corriente de oposición susceptible de ser ejercida contra la religión en general, y contra la Jerarquía católica en particular, sobre los hombres, sus actividades e instituciones. Así entonces, nos encontramos en presencia de una concepción puramente materialista de la vida, donde los valores religiosos, o son categóricamente rechazados, o son relegados al cerrado reducto de las conciencias y la penumbra mística de las iglesias, sin ningún derecho de penetrar y ejercer una influencia en la vida pública del hombre (su actividad filosófica, jurídica, científica, artística, económica, social, política, etc. Tenemos así, ante todo, un laicismo que prácticamente se identifica con el ateísmo. Niega a Dios, se opone abiertamente a toda forma de religión, reduce todo a la esfera de la inmanencia humana. Ahí precisamente está la posición del marxismo, y no es momento de detenernos a demostrar esto. Tenemos también una expresión de laicismo menos radical, pero más corriente, que admite a Dios y al he-cho religioso, pero se rehusa a aceptar el orden sobrenatural como una realidad viva y actuante en la historia humana. En la edificación de la ciudad terrestre, entiende que hay que hacer una completa abstracción de los principios de la revelación cristiana, y rechaza que la Iglesia tenga una visión superior que oriente, ilumine y vivifique el orden temporal. Las creencias religiosas son, según dicho laicismo, un hecho de naturaleza exclusivamente privada; para la vida pública no existiría más que el hombre en su condición puramente natural, totalmente aislado de toda relación con un orden sobrenatural de verdad y de moralidad. El creyente, entonces, está libre de profesar en su vida privada, las ideas en las cuales crea. Pero si su fe religiosa, saliendo del cuadro de la práctica individual, trata de traducirse en una acción concreta y coherente para conformar igualmente su vida pública y social con los principios del Evangelio, se grita entonces el escándalo, como si eso constituyese una pretensión inadmisible. Tan sólo se le reconoce a la Iglesia un poder independiente y soberano en el cumplimiento de su actividad específicamente religiosa, teniendo un fin directamente sobrenatural (actos de culto, administración de los sacramentos, predicación de la doctrina revelada, etc() Pero se le rechaza todo derecho de intervención en la vida pública del hombre, porque ella gozaría de una total autonomía jurídica y moral, y no toleraría ninguna subordinación, ni siquiera una imposición de parte de las doctrinas religiosas exteriores. Mons. Marcel Lefebvre, Carta Pastoral 15