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STAFF Moni

becky_abc2

Kells

Vani

Val_17

Sandry Adriana Tate Jasiel Odair Jeyly Carstairs

Miry GPE florbarbero Idy Annabelle

Itxi CrisCras Miry GPE Laurita PI Meliizza NnancyC Clara Markov Mel Wentworth

Ann Ferris

Yessy

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INDICE Sinopsis Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15

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SINOPSIS Ten cuidado con lo que deseas. Podrías lograr tener todo. Ahora que Erin se ha enterado de la verdad sobre las chicas que la torturaban, y sobre el chico al que ama, encuentra que su tiempo antes de la graduación está disminuyendo a un ritmo alarmante y emocionante. Lo que solían ser las vacaciones de verano ahora era la cuenta regresiva de sus días finales en Blackwell. Sus padres, Sam y Julianne, luchan contra el miedo de que justo cuando han encontrado a Erin, deben dejarla ir, y la tensión es más grande de lo que ha sido desde que Erin descubrió quién era realmente. Finalmente con la chica que ha amado desde la infancia, Weston se desespera más mientras los días de verano pasan. Él y Erin irán a universidades separadas. Su más grande temor es que esto signifique que tomarán caminos distintos. Plagado con hacer que el tiempo que le queda con Erin sea el mejor, y buscando una manera de que dure, Weston se encuentra en un estado de ánimo diferente cada hora. Está empezando a darse cuenta de que la esperanza es como las arenas movedizas. Por más que Weston lucha, Erin se hunde más rápido.

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1 Traducido por becky_abc2 Corregido por Clara Markov

Ve a casa, apaga las luces y suicídate. Mis parpados se abrieron ampliamente, y mis ojos bailaron alrededor de la habitación oscura. Preocupación, miedo y pánico regresaron cuando las blancas y desnudas paredes del cuarto del hospital se enfocaron. Los tenues números verdes en la pantalla de la vía intravenosa bombeaban un resplandor misterioso a medida que recordaba los acontecimientos del día anterior. Los paramédicos llevando a Weston en una camilla desde la caseta fue el momento más aterrador de mi vida. Las partes más espantosas ocurrían una y otra vez en mi mente. El inhalador cayendo de su mano inerte, sirenas de ambulancia acelerando al hospital, todo se amontonaba en mi cabeza. Cerré los ojos, queriendo que el horrible recuerdo y los sentimientos se alejaran. Las respiraciones rítmicas de Weston y los entrecortados pitidos de su vida en los monitores hacían que la tensión se disipara. Estaba vivo. Todo iría bien. Mi cuerpo se alineó al suyo, y era muy consciente de cada centímetro de mi piel que tocaba lo que la bata del hospital no cubría de la suya. Se sentía tan caliente bajo la gruesa manta de lino que la enfermera nos dio. Me quedé acostada, envuelta en los brazos del chico que me amaba, y mi cadera ya se quejaba de permanecer en la misma posición durante tanto tiempo. Indicios del amanecer ya se deslizaban por las persianas, ahuyentando la oscuridad. Weston se movió, y en silencio deseé que la noche hubiera durado sólo un poco más de tiempo. Verónica Gates leía una revista en el mullido sillón color malva al otro lado de la habitación. Junto con sus rectangulares gafas de lectura negras, usaba la linterna de su celular para ver. Levanté la cabeza, lo que la impulsó a alzar la mirada. —Buenos días —susurró, casi inaudible.

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Sin querer despertar a Weston, lo único que podía ofrecerle era una pequeña sonrisa. Cuando mi cabeza se relajó suavemente contra su pecho, sus brazos se apretaron, y suspiró profundamente. Verónica logró una risa silenciosa, y luego se movió a la silla de madera, sentándose más cerca de la cama. —Solía sostener a su osito de peluche de esa manera. Si trataba de sacarlo de sus brazos después de que él se dormía, apretaba su agarre. Se cruzó de piernas y entrelazó los dedos, observando a su hijo con un amor incondicional. —Vino a casa en primer grado, y con absoluta y total naturalidad, nos dijo a Peter y a mí “Me voy a casar” —comentó, imitando la voz de un Weston de siete años. Volvió a reírse, perdida en los recuerdos—. Peter le preguntó “¿Cu{ndo?”. Weston dijo "Después", y luego cuando le pregunté "¿Con quién?". Él dijo "Con Erin". —Me miró esperando mi reacción—. En ese momento, pensé que quería decir Alder, pero entonces me hizo prometerle que nunca te diría esta historia, y me di cuenta que me equivocaba. Mi respiración vaciló. —Fue hace mucho tiempo. No creo que le importe ahora. —Miró a Weston y luego a mí—. Me alegro que se refiriera a ti, Erin. No creo que te lo haya dicho antes. —Soy afortunada de que no se rindiera tan fácilmente —susurré. Weston se movió otra vez, y Verónica se acercó más para obtener una mejor visión de su hijo. Él se quejó. —¿Erin? Verónica levantó una ceja y luego lanzó una mirada de complicidad en mi dirección. —Aquí estoy —dije. Con los ojos todavía cerrados, se inclinó dos o cuatro centímetros para rozar mi cabello con sus labios. El sol iluminaba la habitación lo suficiente para ver lo que las sombras escondían hace diez minutos. Weston suspiró. —Bien. No te vayas. —No lo haré —dije. —En ese caso, será mejor que te consiga algo para desayunar —indicó Verónica, poniéndose de pie.

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—¡Buenos días! —dijo la enfermera, su voz demasiado fuerte luego de que Verónica fue tan cuidadosa en susurrar—. Soy Amelia. ¿Cómo te sientes? —Su brillante uniforme color rosado combinaba con su estado de ánimo. Verónica la observaba desde la esquina de la habitación en tanto recogía su bolso y las llaves de la silla. Amelia tenía un montón de largas y brillantes trenzas retorcidas en un hermoso moño redondo sobre su cabeza, añadiéndole al menos diez centímetros de altura a su pequeña y redonda figura. Los ojos soñolientos de Weston parpadearon. —Vaya, me dormí. —Son los medicamentos —le dijo—. Voy a tomarte los signos vitales y luego esperaremos que el doctor Shuart llame. Apuesto que te dará de alta hoy. —Le guiñó un ojo y me indicó que me moviera. Obedecí, bajando rápidamente de la cama. Weston frunció el ceño. —No te vayas. Verónica negó con la cabeza, divertida. —Te dijo que se quedaría, hijo, por Dios. Él me miró con desconfianza. Cualquier calidez que la historia de Verónica me había dejado desapareció con rapidez. —¿Es tu chica? —le preguntó Amelia a Weston, principalmente bromeando. Weston no me quitaba los ojos de encima, esperando a que le respondiera. —Escuché que durmió la mitad de la noche en ese horrible sofá de la sala de espera y el resto aplastada en tu cama. Las enfermeras nocturnas pensaron que era lindo. Mi espalda no estaría feliz conmigo. No, señor —dijo Amelia, sacudiendo la cabeza ante el pensamiento. La máquina de la presión arterial zumbó al tiempo que inflaba la pulsera. Weston hizo una mueca de dolor cuando se apretó. Amelia le puso un broche en el dedo y parecía contenta con los números que no tenían sentido para mí. —¿Todo bien? —le preguntó Verónica. Amelia asintió. —Como si nunca hubiera pasado. Verónica dejó escapar un pequeño suspiro. —¿Puede desayunar? —Absolutamente. —Le pasó una larga carta laminada—. Llámame cuando decidas si deseas la avena aguada o los huevos grasosos.

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Por la expresión de Weston, me di cuenta que las opciones en la carta no eran del todo tentadoras. Amelia dejó la habitación tan rápido como llegó, lo que llevó a Verónica a deslizarse la correa de su bolso por el hombro. —Traeré algo para todos. Correré al restaurante Braum’s por panecillos y salsa. Weston se animó. —Voy contigo —dije. —No, tú debes quedarte —dijo Weston. Verónica caminó unos pasos para besar la mejilla de su hijo y luego agarró sus llaves. —Llamaré a papá y le haré saber que despertaste. —Sus ojos se posaron en mí—. ¿Te vas quedar? Por el rostro de Weston, podía ver que quería aprovechar la oportunidad para hablar a solas. Miré a Verónica y asentí. —Asegúrate de llamarme si el doctor Shuart viene —me dijo. —Por supuesto —dije. Salió al pasillo, miró a ambos lados, y luego se giró a la izquierda, hacia los ascensores. Su voz apenas se escuchaba mientras saludaba a las mujeres en la sala de enfermeras, y unos momentos después, el ascensor sonó, señalando su llegada al piso. Me quedé en la esquina donde fui retirada por la enfermera, mirando cómo Weston colocaba una de sus muñecas detrás de la cabeza con una expresión indescifrable en el rostro. —Panecillos y salsa suenan muy bien. —Como si fuera una señal, mi estómago gruñó, y toqué mi blusa blanca con las dos manos. —Te quedaste aquí toda la noche —dijo, no en absoluto como pregunta. Asentí una vez y crucé los brazos sobre mi cintura, preguntándome qué me quería decir que tenía que esperar hasta que su madre se fuera. Bajó la vista a sus pies, perdido en sus pensamientos. —Puedes mentirme. No tomaré ninguna represalia contra ti. —¿Qué? —le pregunté. Una profunda tristeza tocó sus ojos. —Quise decir lo que dije. Incluso si te vas para Stillwater, te encanta la Universidad Estatal de Oregón, y nunca regresas, mis recuerdos de las próximas semanas no significarán tanto si no te encuentras en ellos. No quiero que hagas promesas que no seas capaz de cumplir, Erin... pero

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ahora mismo, puedo decir que estaré bien con una mentira. Miénteme. Hagamos lo del baile, celebremos la graduación como gente loca y tengamos el mejor verano de todos los tiempos. Solamente subámonos a la montaña rusa, tomemos un paseo y pretendamos que nunca terminará. —¿Sigues improvisando? Una esquina de mi boca se levantó, pero su mandíbula se tensó. —No —dijo—. Tú siempre has sido el plan. Siempre lo serás. Me acerqué a un lado de su cama y me incliné. Deteniéndome justo ante sus labios, busqué en sus ojos por una promesa o señal de que de alguna manera podría ver el futuro. Sus dedos agarraron mis brazos a medida que me acercaba los pocos centímetros para tocar su boca con la mía. Un día, él podría dejarme ir, pero no en ese momento. Dieciocho, con toda una vida por delante, me pedía que me perdiera en la última escena de mi infancia, en algún lugar en nuestro verano. Ya había estado sin rumbo mi vida entera, y lo que ahora me pedía era particularmente alarmante. Cuando Weston decía cosas como esas, lo que siempre quería perder era cualquier pensamiento de ser encontrada. —¿Nena? —susurró, buscando en mis ojos. El sonido en el monitor aumentó un poco. Ya fuera por ingenuidad o esperanza tonta de pensar que éramos el tipo de personas que vivían en ese universo paralelo donde el amor escolar podría durar, no lo quería creer. Quería confiar en él aunque fuera sólo hasta agosto. —Trato —dije. Ofreciendo nada más una media sonrisa en respuesta, su palma se instaló detrás de mi cabello desordenado, y me acercó hasta que sus labios tocaron los míos. Su lengua se deslizó en mi boca, bailando con la mía, lento y dulce al tiempo que él sellaba la promesa que acababa de hacer, y luego me jaló sobre la cama. Su nariz me acarició el cuello, y me reí, inmune a cualquier persona que pudiera escuchar. Me sostenía cerca y parecía relajado, aliviado, y tal vez todavía sintiendo los efectos de los sedantes. Un golpe en la puerta hizo que nos detuviéramos, y luego me volví para ver al doctor Shuart de pie ahí con una chaqueta blanca y camisa a cuadros con cuello. —¿Y cómo está el señor Gates esta mañana? —preguntó, entrando con una enfermera—. Voy a tomar una conjetura salvaje y decir que estás bien.

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Mis mejillas se sonrojaron, y una vez más, regresé a la silla en la esquina. Weston ni se inmutó. Tenía una sonrisa satisfecha en el rostro. —Esta es Dacia —dijo el doctor Shuart, girando ligeramente el hombro en su dirección. Dacia asintió hacia mí y sonrió para saludar a Weston. Enseguida, volvió a garabatear sobre el papel en la carpeta abierta que sostenía. —Weston es nuestro último paciente, doctor. Tiene diez minutos para llegar de nuevo a la oficina antes de su primera cita, por lo que no se detenga en la planta baja para charlar. Siga derecho —dijo en un tono maternal. El doctor Shuart le dio la espalda y levantó las cejas una vez. —Ella es la que lleva el látigo. Me mantiene a raya. —Alguien tiene que hacerlo —murmuró ella, todavía escribiendo. Me senté en el sillón mullido, sacando mi teléfono para mandarle un mensaje a Verónica, en lo que el doctor Shuart conversaba con Weston. Hablaron de sus recetas, y el doctor le explicó a Weston que necesitaría un tratamiento respiratorio más antes de darlo de alta. El doctor y Dacia se despidieron con la mano antes de salir de la habitación, y que mi teléfono repicara. —Tu mamá quiere que le pida al doctor que regrese en quince minutos — dije—. Al parecer, la fila de la carretera es excepcionalmente larga. —¿Dijo eso? —preguntó Weston, dudoso. —Puede que dijera “la maldita fila". —No sé si Dacia aceptaría. —Creo que tienes razón —dije, metiendo el celular en el bolsillo trasero. Miré mi reloj. —¿Trabajas hoy? —me preguntó Weston. —Tengo una cita para el cabello con Julianne. Pero la cancelaré. —Ya cancelaste una vez. Ve. De todos modos, no quiero que me veas con ese estúpido nebulizador. Me sentiré ridículo. —Todavía falta otra hora. Y ya quiero que lleguen los panecillos y la salsa. —Tienes miedo de que mi mamá se moleste si me dejas aquí solo, ¿verdad? —Sonrió. —También eso.

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Mi teléfono volvió a sonar. Lo saqué de mi bolsillo, leí el mensaje, y luego dejé el teléfono en mi regazo. —¿Quién era? —preguntó Weston. —Julianne, recordándome sobre la cita. Verónica entró con dos contenedores de plástico, exasperada. Me puse de pie para ayudarla, pero mi teléfono se estrelló contra el suelo. —¡Uh, oh! —dijo Verónica. Me di la vuelta y suspiré de alivio cuando vi que la pantalla seguía intacta. Di un paso hacia Verónica, pero me ahuyentó, así que me senté en la cama con Weston. Nos entregó a cada uno un recipiente de estereofón con una tapa cerrada, un paquete lleno de cubiertos de plástico y una servilleta. Una vez con la tapa abierta y un tenedor en la mano, Weston cavó en él, hambriento. Luché con el cuchillo de plástico mientras intentaba cortar los panecillos, así que me llevó el doble de tiempo terminar, pero no me importó. La salsa era cremosa y picante, y mis papilas gustativas cantaban en alabanzas a los dioses de la cocina del Sur y al que pensó y perfeccionó la combinación de grasa, harina y leche. Verónica tomó nuestros contenedores vacíos y los metió en el pequeño bote de basura al lado de la puerta. Recogí mi cartera y teléfono. —¿Te vas? —me preguntó. Weston respondió por mí. —Tiene una cita para el cabello con Julianne. No le permitiría cancelarla. —Por supuesto que no —dijo Verónica—. Yo te crie. Me reí y dirigí a la puerta, pero Weston tocó su mejilla. Corrí para darle un beso, pero se dio la vuelta y me besó justo en la boca, sosteniendo suavemente mi muñeca para que me quedara ahí por un momento. Por segunda vez aquella mañana, mis mejillas ardían por la vergüenza. Mis ojos no se encontraron con los de Verónica cuando salí. En lo que daba la vuelta en la esquina, Verónica regañó a su hijo. —¿No le preguntaste, verdad? Me detuve y luego presioné la espalda contra la pared junto a la puerta. Se calló por varios segundos, y luego tuve que esforzarme para escuchar la respuesta de Weston.

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—Ya le pregunté, mamá. —¿Es oficial? —Sí, vamos a ir al baile. —¿Y? —No lo sé. No me preguntes sobre Erin, mamá. Es extraño. —Después de una breve pausa, continuó—: Por cierto, te escuché. —¿La historia del oso de peluche? Lo siento. No pude evitarlo. —Y la otra. —¿Acerca de ti reclamándola como tu futura esposa? Verónica murmuró algo más. Entonces, Weston volvió a hablar—: Está bien. Me alegro de que lo sepa. —Así que lo hiciste. Te referías a Easter. —Ese ya no es su nombre, mamá, pero sí, me refería a ella. Oí que la cama crujía. —Espero que sepas lo que haces, hijo. —Detente —advirtió Weston. —Es que no quiero que ninguno alga herido —dijo con sinceridad. —Sólo aguantaré hasta que ella se vaya, mamá. Eso es todo lo que puedo hacer. Verónica no contestó, así que me dirigí al ascensor, tratando de no tropezar con sus palabras en el camino.

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2 Traducido por Kells Corregido por Itxi

—Me gusta —dijo Weston, desenroscando la tapa de la botella de Fanta naranja. El familiar sonido de burbujeo y autos pasando detrás de nosotros hizo que todo mi cuerpo se relajara. Sentarme en una manta de lona en la cama de la camioneta Chevy rojo de Weston, beber una gaseosa fría, y sentir los bordes de la cama raspando mis hombros, era reconfortante. Era mucho mejor que pasar el rato con todos los demás en un estacionamiento del campo de béisbol. —Se siente realmente corto —dije, pasando mis dedos sobre las ondas de mis mechones castaños. El estilista cortó más de dieciocho centímetros de cabello, y aun así caía un poco sobre mis hombros. —Se ve más brillante y más ondulado, y más oscuro. —Todas buenas cosas —dije. Presione el forro áspero en mi piel como si fuera a ayudarme a recordar más detalles. La felicidad no se sentía más feliz que esto, incluso si el resto de mi vida era un perfecto cuento de hadas, sé que querría recordar cada segundo de nuestras noches en el puente. Luciérnagas zumbaban sobre los nuevos cultivos de trigo que emergían en los terrenos bordeando ambos lados del puente. Incluso en el crepúsculo, los campos parecían kilómetros de hierba. Los mosquitos se cernían sobre nosotros, pero solo los espantábamos, eligiendo el aire inusualmente caliente de primavera por encima de la cabina del camión libre de mosquitos. —Estás usando el collar. —Lo tomé de Joyerías Gose después de mi cita. Todavía esperabas ser dado de alta. —Eso tomó por siempre —gruñó. —Al menos estás mejor. Estás mejor, ¿verdad?

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—Tanto como es posible —dijo con un brillo es sus ojos. Se inclinó hacia delante, sus palmas sobre la colcha, y su nariz moviendo suavemente mi cabeza mientras simultáneamente saboreaba mi cuello. —Salado —murmuró después de que su lengua probara mi piel. —No tan bueno como el helado —dije con una sonrisa. —En realidad, creo que es aún mejor. —Sus labios viajaron a mi oreja, pero se movieron demasiado rápido a mi mejilla, y luego la gentileza se acabó, y devoró mi boca. Nunca antes hicimos mejor uso para esta camioneta, agarrando botones y cremalleras y jalando la tela arriba y luego hacia abajo. En el momento que la respiración de Weston se hizo un poco más forzosa, me congelé. —¿Qué? —preguntó, inclinándose hacia mí. —Respiras con dificultad. —Tengo mi inhalador. —Soltó una risita—. Estoy bien, te lo prometo. —Eso no me hace sentir mejor. Los músculos de Weston se relajaron, y acarició mi mejilla con su frente. — ¿Te haría sentir mejor que fuéramos lento? ¿O quieres parar? —¿Quizá deberíamos darte al menos cuarenta y ocho horas después de tu experiencia cercana a la muerte? Su cabeza cayó más allá de mi hombro desnudo, su frente tocó la cama del camión. —¿Qué pasa si te prometo que estoy bien? —¿Cómo lo sabes? ¿Sabías que ibas a tener un ataque durante el juego? No levantó la cabeza. —Lo ignoré. —¿Lo estás ignorando ahora? —No. No lo sé. No. —Deberíamos esperar. Weston tomó una respiración profunda, y luego la dejó escapar lentamente. Asintió. —Lo que quieras, nena. Este es tu espectáculo. —Se sentó y me paso mi sostén con una sonrisa forzada. —No te enojes. Se rio. —No estoy enojado, Erin. Lo juro. Estoy en mi mejor momento, y he querido hacer esto desde hace un tiempo. Semanas. Largas, y largas semanas —

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dijo más para él que para mí. Me pasó mi camiseta y deslizó la suya sobre su cabeza. Fruncí el ceño mientras cubría los perfectos contornos de su torso. —¿Qué? —dijo, congelándose al notar mi expresión. Me encogí de hombros. —Deberías estar sin camisa todo el tiempo. Tengo que encontrar una excusa. Quizá quemaré todas tus camisas. —No aprecio ser tratado como un objeto —dijo, levantando la barbilla—. ¡Soy una persona! —Eres mi persona. —Malditamente correcto —dijo, envolviéndome en sus brazos—. ¿Ahora qué? —preguntó a solo unos centímetros de mi rostro. Quería rogarle que terminara lo que empezamos, pero no podía saber si estaba cansado, y probablemente necesitaba reposo. —En realidad estoy un poco cansada —mentí—. Tenía que estudiar para una prueba del semestre. Estoy atrasada. —Así que, ¿quieres estudiar o dormir? —dijo, con una ceja alzada. —Ambos —dije, abotonando mis pantalones cortos. —Ojala no me estés mimando, ¿o sí? —preguntó—. Porque eso sería algo vergonzoso y posiblemente un poco insultante. He tenido ataques de asma antes, y no estuviste ahí para mimarme. Y de alguna forma, sigo vivo. Sonreí. —Llévame a casa, así puedes enfriar tu ego. Su boca se abrió. —No te estoy mimando. Estoy amándote. Ahí está la diferencia. Frunció el ceño. —¿Cómo diablos se supone que voy a discutir contra eso? —No lo hagas. Vamos. Me bajé de la cama del camión hacia el concreto, y Weston me siguió. Manejó hacia mi casa, sosteniendo mi mano en la suya. Bajó las ventanas, y nos reímos por mi cabello volando en una docena de direcciones diferentes. Weston presionó el botón de la radio, y su disco de la banda Chance Anderson empezó a reproducirse a través de las bocinas. Golpeteó el volante con el pulgar y cantó en voz alta.

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Unos diez minutos más tarde, estábamos sentados en el camino de los Aldermans, y Weston me dio el beso de buenas noches. Caminé hacia la casa, sonriendo por la expresión de Julianne. —Estás en casa temprano —dijo, incapaz de ocultar su sorpresa. —Él estaba cansado —dije, uniéndome a ella en el sofá. Saltó un poco cuando me senté, entonces lanzó su brazo alrededor de mi cuello. —¿Me estás diciendo que fue su idea traerte a casa? —Nop. —No lo creí. Nos reímos, y Julianne levanto el control remoto. —Tu Sam te llamó. ¿Qué quieres ver? Mi teléfono sonó. Era Verónica. Gracias. Ella sabía tan bien como Julianne que el que Weston me dejara en casa temprano no era su idea. Sonreí y le envíe de regreso un emoticono amarillo guiñando. Weston finalmente me mostró como enviar emoticones con mi teléfono. —Eso es llamado amor severo —se burló Julianne. —No estaba feliz por eso. —Así que, ¿lo amas? Su pregunta me tomó desprevenida. Retrocedí, sintiendo como si todo el aire había sido absorbido de la habitación. —¿Lo amo? —Lo siento —dijo, claramente frustrada consigo misma—. Olvidé que tal vez no hemos llegado… ahí. Pero lo haremos, espero. —Yo solo… no eres tú, o tú y yo. Estamos bien. Lo estamos haciendo bien. Me gusta. La incomodidad se elevó a un nuevo nivel. Julianne me observó por un momento, y entonces ambas nos echamos a reír. Me reí tan fuerte y por tanto tiempo que las lágrimas empezaron a caer de mis ojos. Julianne también se limpiaba los suyos.

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—¡Ah! —dijo—. No había hecho esto desde hace tanto tiempo. —Asintió—. Lo necesitaba. —Yo también. —Yo, um… hablé con el Dr. Briggs hoy. Cree que tendrá espacio para otro asistente en el otoño. —¿En serio? ¡Eso es genial! —¿Si? —Completamente. Te vi en acción ayer. Eres muy buena. Aun recuerdas tu cosa. —Olvidé cuanto lo amaba. —Entonces, definitivamente deberías hacerlo de nuevo. —No le he dicho a Sam. —Entonces, yo tampoco. —Solo quería esperar hasta hablar contigo. Pensaba empezar después de tu primera semana en Stillwater —solo en caso que necesites algo— y entonces regresaré. —Te aburrirás. Deberías regresar el primer día de mis clases. De esa manera, podremos empezar algo nuevo juntas. Arrugó la nariz y entonces miró hacia su regazo, sacudiendo la cabeza. —Tú eres —Asintió—, una mujer asombrosa, Erin. No podría estar más orgullosa incluso aunque no tuve nada que ver en eso. —Tú tuviste todo que ver. Esta parte de mi estuvo perdida hasta ahora. Sacudió su cabeza de nuevo. —No, tú la has tenido por mucho tiempo. La habrías llevado contigo a la universidad, y… es difícil para mí decirlo en voz alta porque sé lo que significa, pero te estaría mintiendo si te dijera que no estaba feliz de tener la oportunidad de conocerte. No estoy feliz de que se allá ido Alder. La extraño. Ella… —Su cara se arrugó—. Muchos niños están enojados y toman malas decisiones en la escuela secundaria, pero llegan a lograrlo después. Cuando tienen sus cabezas y corazones bien y crecen. Alder no tuvo la oportunidad de decirte que lo sentía. Es difícil para mí entender esto, pero puedo ser feliz aquí contigo sin estar feliz de que ella se haya marchado. —Tienes razón. Julianne me tomo entre sus brazos y apretó. —Te amo.

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—Yo también te amo. Julianne presionó un botón, y una guía de programas se extendió en la pantalla. —Está bien, El escuadrón rojo de la muerte dos, El viaje de los tres perros, Los fantasmas del infierno. ¿Qué demonios? Cerca de trescientos canales, y es eso o Silky Soul y Latin Jazz. Me reí a carcajadas, Julianne era enérgica sobre los sábados en la noche. —¿Qué hay de SNL? —pregunté. Asintió una vez. —Podemos hacer eso. Oh, por cierto, traje tu vestido. Lo recogí hoy en lo de Wanda. Ella hizo las modificaciones para Frocks y Fashions. —Oh. Gracias. —Deberías probártelo antes de acostarte. Solo por si acaso. —E-está bien. —¿Aun irás? —Sí. —¿Estas nerviosa? —Sí. —¿Confías en él? Quiero decir, ¿Qué no está apegándose al plan de Alder para avergonzarte? —Sí, aunque no se dé nadie más. —Sería mejor que no —dijo observando la televisión—. Es mejor que… que no lo hagan. No sabía si hornearía un lote de galletas malas o apuntaría su dedo hacia ellos, pero parecía hablar en serio. Mientras los anuncios pasaban por la pantalla colocada sobre la chimenea, me imaginé lo que habría sucedido si Alder y Sonny hubieran regresado a salvo de las vacaciones de primavera, y Weston no hubiera podido detener que llevaran a cabo su plan. Gina no se habría dado cuenta de que yo iría a la fiesta de graduación, y mucho menos salir en mi defensa si hubiera vuelto a casa cubierta con lo que sea que me bañarían. Una vez que los miembros del elenco se reunieron para despedirse y aparecieron los créditos finales, Julianne bostezó y revisó su celular. Golpeteó la pantalla y entonces se detuvo. —Sam estará en casa en veinte minutos. Voy a ir a la máquina de correr hasta entonces.

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—¿Yo iba a ir… est{ bien si puedo dar un paseo? Inclinó la cabeza un poco, confundida por mi solicitud, y entonces la comprensión se asentó en su cara. —¿Por la calle Ferguson? Sonreí de lado. No podía mentirle. —Sí. Pensé que debería ver a Gina. Tragó saliva. —Solo prométeme llamar si las cosas se ponen raras. —Lo prometo. Lo peor que ha hecho es ignorarme. La cara de Jualianne cayó, y asintió antes de inclinarse para besar mi frente. —Ten cuidado.

***

Me senté en mi BMW rojo con las luces y el motor apagados, aparcada donde estaba la Chevy de Weston la primera vez que me llevó al puente. Parecía como si fuera hace una vida. Ahora, aquí sentada, en mis pantalones cortos de diseñador y un auto lujoso, armándome de valor para golpear la puerta de la casa con la que solía fantasear dejar atrás. El Malibu blanco oxidado de Gina se hallaba aparcado con su gran parachoques tocando la puerta de la cochera que se encontraba en el patio trasero de la propiedad, escondido bajo las sombras dejadas por las farolas. Dos líneas desiguales formaban el camino, y una cerca a cada lado del camino llevaba hacia el pórtico. Agarré mis llaves y salí del auto hacia la calle. —Que se joda —dije, cerrando la puerta detrás de mí. Los escalones se sentían como si tuviera alquitrán bajo mis pies mientras intentaba subirlos. Reduje mi velocidad hasta detenerme en la cima de las escaleras, a cuatro pasos de la puerta desvencijada. La música sonaba dentro, y mis latidos fueron remplazados por el sonido que salía a través de las paredes, haciendo sonar mi caja torácica con cada pulso. Mi mano sudorosa formó un puño, y golpeé contra el plexiglás, el marco de aluminio temblando con cada golpe. Después de unos segundos insoportables, intenté de nuevo pero nada pasó. Era tarde. Yo podría haber sido uno de sus amigos con metanfetaminas, pero ella no atendía la puerta. Ella ya podría haberse desmayado.

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Sin permitirme pensar mucho sobre ello, giré la perilla. Ya no tenía a nadie que se preocupara por ella y se asegurara que no llegara tan lejos, para asegurarse de que regresara a casa, o de que tuviera comida en el refrigerador. Tragué, asustada por lo que podría encontrar al otro lado de la puerta, estremeciéndome hasta la médula pensando en lo que podría haber adentro. —¿Gina? —llamé, dando un paso sobre la alfombra de hace treinta años. Aun sin encontrar nada. No se hallaba en el sofá, así que debería estar en la cama o con la cabeza dentro del retrete. Supuse que sería la primera porque la casa no tenía ese familiar olor a vómito y cerveza rancia como cuando bebía mucho. —Es Erin. ¿Gina? —dije de nuevo. La pequeñez de mi voz fue incluso más aterradora cuando vi la inusual ausencia de Gina en la sala. Bajé mi mano y toqué el bulto rectangular en mi bolsillo trasero. Julianne me dijo que llamara si algo se ponía extraño, pero el problema con eso era, que nada relacionado con Gina era extraño en comparación con su vida en la casa Alderman. La puerta del baño chirrió mientras la empujaba para abrirla. La luz se hallaba apagada, y la pequeña habitación vacía. El lavabo era tan diferente que el lujoso mostrador en mi actual baño en donde los Aldermans. El de Gina estaba cubierto de mugre, óxido y manchas de agua. El grifo goteaba, y la cortina de la ducha mohosa, y el suelo no había sido barrido desde que me fui. Por el pasillo, golpeé suavemente la puerta de Gina. —Es Erin —dije lo suficientemente alto para que me escuchara—. Necesito hablar contigo. Después de varios segundos sin respuesta, abrí la puerta. Las bisagras chirriaron mientras echaba un vistazo a través de la oscuridad. Finalmente tomando valor para encender la luz, dije su nombre otra vez. La luz de la bombilla reveló una cama vacía y desecha cubierta con una sábana de flores que compré en una tienda de segunda mano cuando fue mía. Un golpeteo rítmico sobre la unidad de aire acondicionado en la ventana señalaba una lluvia ligera. Me volví hacia la puerta, preguntándome donde la buscaría ahora. ¿Gina estaba sentada en el auto, y no la vi? Apagué la luz y cerré la puerta, entonces me paré en medio del pasillo, captando la línea de luz viniendo de mi antiguo dormitorio. A pesar de que me tomó solo cuatro o cinco pasos para llegar a la perilla, parecían como kilómetros. Mi dedo golpeteo la madera pintada, y la puerta lentamente se abrió, revelando a Gina sentada sola en la que solía ser mi cama.

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3 Traducido por Vani Corregido por Miry GPE

La sala entera fue limpiada, la cama hecha, y la alfombra verde tabaco fue domesticada por la aspiradora. Gina todavía tenía puesto el delantal de la tienda de comestibles, la etiqueta con su nombre colgaba torcida. Sus flequillos rizados rubios fueron peinados y fijados en su lugar. Me miró, pero no parecía sorprendida. —¿Qué haces aquí? —pregunté. Se encogió de hombros. —¿Tienes algún cigarrillo? Negué con la cabeza. —Cómo has... ¿cómo has estado? Se rio una vez, al parecer justo en ese momento notó las gotas de lluvia en la ventana. —No se supone que llueva esta noche. —Esto es Oklahoma. Si no te gusta el clima, espera un día y cambiará. —Mi padre solía decir eso. Sus palabras me tomaron por sorpresa. Esta era la primera vez que la escuchaba mencionar a mi abuelo o cualquier familiar en general. —¿Si? —pregunté, apoyando mi cabeza contra la jamba de la puerta. No contestó. —¿Tienes a alguien, Gina? No tu vendedor de drogas. ¿Tienes algún familiar con quien hablar? —Tú eras la única que me hablaría después de... —Miró por la ventana—. Y resulta que ni siquiera eres de la familia. —Pensó en eso por un momento—. No es que tuvieras una razón para hablar conmigo de todos modos. —Sé lo que pasó. Rio una vez. —Me sorprendió que no lo escucharas antes.

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—No fue justo. Eras sólo una niña. Te dejaron manejar todo sola. —Y te hice lo mismo —dijo, mirando al suelo. —¿Has hablando con alguien? ¿Sobre todo? ¿Cualquier cosa? —pregunté. Negó con la cabeza. Levanté la cabeza de la jamba de la puerta y caminé hacia la cama. Me miró con recelo. Me senté a su lado. —Háblame —dije. Buscó mis ojos y esperó la crueldad a la que ella —a la que ambas— nos acostumbramos a lo largo de los años. —Ya ni siquiera lo recuerdo —dijo. —Bueno... ¿cómo te sientes sobre eso? —¿Cómo me siento? —¿Te sientes enojada? ¿Aliviada? ¿Triste? Su cabeza se movió lentamente de lado a lado, luego sus ojos brillaron. — No siento nada. Es difícil sentir algo cuando no hay nadie que lo note. —Yo lo notaba. Se puso de pie, pero mantuvo sus ojos en el suelo. —Si viniste aquí para hacerme sentir culpable... Negué con la cabeza, también poniéndome de pie. —No. No es así. Vine aquí para... eso no fue justo… cómo Harry te dejó sola cuando eras joven y embarazada o el cómo te trataron. Mordió su labio. —Seré condenada si él no terminó pasando tiempo con su propia hija y esa perra abrió la puerta para ella. La ironía de todo esto es la mejor parte. —La petulante sonrisa en su rostro se desvaneció, y finalmente me miró—. No para ti. Vi tu coche nuevo. Están ocupados compensando los años que estuviste conmigo, ¿no? —Recuperando el tiempo perdido. —Está bien. No tienes que mentirme. Sé lo que hice. —Nadie tiene las manos limpias. Todos hemos cometido errores. Pero sólo quería que supieras que lo sé, ellos lo saben. Todo el mundo lo sabe, pero no todos te culpan, Gina. No eres la villana de esta historia. —No soy exactamente la víctima tampoco.

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—Entonces, deja de actuar como tal. Estiró el cuello hacia mí, pero entonces sus pensamientos se volvieron internos, sus ojos perdiendo la concentración. —Ambas podemos empezar de cero ahora. Sólo pensé que deberías saberlo. Los labios de Gina formaron una dura línea, la culpa suavizando las arrugas alrededor de sus ojos. —Debí saber que no eras mi hija. Pero si el accidente no hubiera ocurrido, definitivamente lo sabría ahora. ¿Vienes aquí para decir todo esto después de la forma en que he sido contigo? Eres todo Julianne. Siempre fuiste mejor que yo, mejor que esta inmundicia. —Sus ojos se arrastraron hasta las manchas de agua en el techo, y luego volvió a mirarme—. Te ves hermosa. —Gracias —dije—. ¿Quieres venir conmigo? Te compraré cigarrillos. Negó con la cabeza. —No. Necesito dejarlo de todos modos. Necesito dejar un montón de cosas. ¿Empezar de cero, cierto? Le ofrecí una pequeña sonrisa. —Cierto. No intenté abrazar a Gina desde que era una niña, y sospechaba que ella tampoco sería receptiva a uno en este momento, así que me dirigí a mi coche sin mirar atrás. Con cada paso, dejé detrás cualquier rechazo o culpa que acumulé a lo largo de los años. Estacionado detrás del BMW se hallaba el Chevy rojo de Weston, y él se apoyaba en la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho. —¿Estás bien? —preguntó, abriendo los brazos. Ellos brillaban, mojados por la lluvia junto con su ropa y las partes de su cabello que sobresalían de su gorra. Me hundí en él, cerrando los ojos, y su agarre se apretó, sus dedos presionando suavemente la parte baja de mi espalda. —Estoy bien —dije, sorprendida de que fuera verdad. —¿Sí? Levanté la vista hacia él. —Sí. Cómo supiste... Se encogió de hombros. —Julianne pudo haberme dicho a dónde ibas. Sonreí. —Vamos, te seguiré a casa. Presioné el botón de desbloqueo en mi control remoto, y él abrió la puerta del conductor, le dio un pequeño beso a mi mejilla antes de sentarme en el asiento. Él cerró la puerta y, en el espejo lateral, lo vi correr de regreso a su camioneta.

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Mi coche parecía respirar cada vez que los limpiaparabrisas se deslizaban a través del parabrisas, limpiando las pequeñas salpicaduras de agua que el cielo escupía en Blackwell. Los frenos mojados chillaron cuando lentamente aparqué en el camino de entrada, simultáneamente alcanzando el visor para presionar el botón de la puerta de la cochera. Tan pronto como los neumáticos traseros pasaron el umbral, el rápido golpeteo de las grandes gotas de lluvia se silenció. Weston estacionó detrás de mi coche y dejó el motor en marcha. Cerró la puerta y corrió a pararse a mi lado. Se quitó la gorra y sacudió su cabello. Levanté mis manos y reí. —Se supone que debes descansar. —Se supone que debes estudiar. —Aprendí algunas cosas —dije, entrelazando mis dedos detrás de su cuello. —¿Qué fue eso de todos modos? ¿Un cierre? —Algo así. —Me encogí de hombros—. No lo sé. Algunas personas necesitan por lo menos una persona que sea amable con ellos, incluso si es sólo una vez. —Ella no fue amable contigo. —No necesitaba serlo. Puso las manos en sus bolsillos. —¿Incluso cuando pensabas que era tu madre? —Te lo he dicho, nunca sentí como si fuera mi madre. No puedo explicarlo. Sólo lo sabía. Y creo que también ella lo sabía. —No es excusa para la forma en que te crio. Por primera vez, vi la ira que Weston le tenía a Gina mostrarse en sus ojos. Él lo tomó como algo personal. Weston me amó desde lejos mientras fui ignorada en mi propia casa. Fue más difícil para él verlo que para mí soportarlo. —Tienes razón. No es excusa. Pero no puedo seguir viviendo en esa casa, Weston. Es hora de empacar toda la ira y la incomprensión y decir adiós. —Entonces, ¿eso es todo? ¿Simplemente lo dejas pasar? —No quiero aferrarme a ello. No deberías tampoco. —No deberías perdonar tan fácilmente. —Frunció el ceño—. A mí, por encima de todo. —¿Por qué? —pregunté. —Por dejarte ir por tanto tiempo sin saber que eras amada.

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La puerta que conduce al interior de la casa se abrió. Sam y Julianne se encontraban allí, vestidos con batas y expresiones de preocupación. —Ella está en casa a salvo. Todo está bien —les gritó Weston. Sam saludó con la mano. —Llega a salvo a casa, también. —Lo haré —dijo, lanzando dos dedos y un pulgar en el aire—. Buenas noches —susurró en mi oído—. Si soy afortunado, te veré mañana. —Eres afortunado —dije. —Sí, señora, lo soy. —Se inclinó para darme un beso demasiado íntimo para que Sam y Julianne fueran testigos, y luego regresó a la lluvia. Se subió a su camioneta, avanzó y luego desapareció por la esquina. La casa Gates se hallaba tan cerca que pude oír su motor apagarse después de que aparcó en la cochera. Sam entró en la casa, y Julianne se hizo a un lado, ofreciendo su brazo. Entramos al pasillo juntas, y ella me siguió arriba, a mi habitación. Suspiré en el momento en que entramos en ella. —¿Cómo te fue? —Se paró en la puerta con la cabeza apoyada en la jamba de la puerta, tal como lo hice con Gina. —Estuvo bien. Weston lo llamó un cierre. —¿Así es como lo llamas? —preguntó. Hubo un quiebre en su voz. Ella tenía miedo, miedo de perderme de nuevo. Pero no sería como si Julianne me desalentara de alguna forma a mantenerme alejada de Gina. Ella nunca me pediría cortar los lazos incluso si pensaba que mantener una relación con mi ex madre podría ser hiriente. No porque Julianne no me defendería, sino porque desde el principio, dejó en claro que me apoyaría sólo de la mejor manera que conocía. La amaba más por eso. Ella no se impuso, esperando ser mi madre. Su amor por mí era tranquilo y reservado, pero total, del mismo modo en que yo la amaba. —Sí —dije. Los hombros de Julianne se relajaron, y sonrió. Con su intuición de madre, podía decir que yo no tenía más que decir. —Está bien, cariño. Buenas noches. —Buenas noches. —Esperé hasta que cerró la puerta antes de quitarme la ropa y entrar en el cuarto de baño limpio con el grifo brillante que no goteaba. El pomo de la ducha giraba con facilidad, y di un paso bajo la ducha caliente y relajante mientras la habitación se llenaba de vapor. No podía cambiar los años

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que pasé sola, pero ya no importaba. Me encontraba rodeada de amor. Me siguió, se preocupó y esperó por mí, y lo tendría por el resto de mi vida. Una vez que me lavé, afeité y perfumé, peiné los enredos de mi cabello mojado y me puse un camisón. Las sábanas olían a suavizante de telas y el suave aroma sofisticado que era exclusivo de Sam y Julianne. Mi teléfono celular se iluminó, y lo palmeé mientras relajaba mi cabeza en la almohada. Quiero volver. Sonreí y escribí una respuesta. Acabas de irte. ¿Y eso qué? Estás loco. Sólo por ti. Puse el teléfono en la mesita de noche y miré hacia el techo libre de manchas, tomando una respiración profunda. Todavía no podía creer que mi suerte cambió por completo.

***

A la mañana siguiente, fui a la escuela, sintiendo como si una parte rota de mí, ahora se encontraba de nuevo en su lugar. En mi corazón y mi mente, perdoné a Gina, y ella sabía que lo había hecho. Cada final hacía que fuera mucho más fácil que yo tuviera un nuevo principio, uno que comenzó con Weston. Él llegó antes que yo, pero esperaba en su camioneta. Aparqué mi coche al lado del conductor de su Chevy, y traté de reprimir una sonrisa mientras lo miraba saltar ansiosamente a saludarme. Cuando cerré mi puerta, él estaba allí, envolviendo sus brazos alrededor de mí, y con un solo beso, le mostró a toda la escuela que me amaba. —Buenos días, abeja silenciosa. —¿Abeja... silenciosa? —Te he enviado como cinco mensajes. —Conducía. —¿Te tomó media hora llegar a la escuela?

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—No. Pensó en eso por un minuto, su mirada cayendo al cemento. La piel delgada debajo de ellos era color púrpura. —Te ves cansado —dije. —Probablemente porque tuve que seguir a mi novia a altas horas de la noche para asegurarme de que estaba bien —dijo, entrelazando sus largos dedos en los míos. El aire de la mañana ya se encontraba caliente, y debió dejar su chaqueta letterman en su camioneta ya que llevaba sólo una camiseta blanca y pantalones vaqueros. Me jaló, pero lo detuve. —¿Te sientes mejor? —Sí —dijo con una sonrisa. Miró a su izquierda y luego me tiró hacia él, lejos del camino principal. Un Caprice de los años noventa cambió a segunda velocidad sin siquiera un toque en los frenos. Nos detuvimos en medio de la acera. Los estudiantes no veían hacia dónde se dirigían al caminar a cada lado de nosotros porque nos miraban a Weston y a mí en busca de signos de conflicto. —¿Cuánto mejor? —pregunté, tocando su mandíbula. Miró a su alrededor y alejó mi mano de su rostro, sosteniendo mis nudillos contra su pecho. —Nena, estoy bien. —Cuando no respondí, continuó—: Es probable que no vayas a confiar en mí por un tiempo cuando digo eso, pero he tenido asma durante tanto tiempo como puedo recordar. Nunca he dejado que me detenga, y especialmente no lo haré ahora que tengo tanto porque mantenerme por aquí. —Apretó suavemente mis dedos—. ¿No me crees? —Sí, y eso es lo que me preocupa. Sólo quiero que tengas cuidado. Me has hecho muchas promesas que espero que mantengas. Empujó mi mano sobre su boca y habló contra mi piel—: Planeo hacerte unas pocas más. —Se rio y tiró de mi otra vez—. Estoy muy bien, Erin. Vamos, llegaremos tarde. En el momento en que me senté en Biología, Brady y Brendan empezaron a susurrar, y mis paredes inmediatamente se levantaron. Tan pronto como los comentarios sobre Weston siendo un marica flotaron desde su mesa, era casi fácil ignorarlos, pero para mi sorpresa, Sara se volvió y agarró el respaldo de su silla.

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—¡Él podría haber muerto, idiotas! ¡Cállense! Brady la miró, incrédulo. Abrió la boca, pero Lisa Kahle desde una mesa habló primero—: No, en serio. Cállense. Fue serio, y ustedes dos usándolo para acosar a Erin es muy bajo. Los ojos de Brady se desplazaron entre las dos chicas. Todavía planeaba qué responder cuando la señora Merit entró, sin aliento y cansada. —Está bien, tuvimos un gran capítulo esta semana, y estoy segura que todos ustedes quieren terminar, así no tendrán tarea el fin de semana del baile. Abran sus libros en la página tres-cero-tres. Abrí mi libro y miré a Sara. Sus ojos se encontraron con los míos, y ambas compartimos una pequeña sonrisa agradecida. El resto del día pasó sin incidentes en su mayoría, a excepción de las preguntas sobre Weston. Cuando me senté en Salud, Weston se inclinó adelante sobre su escritorio, saliendo de su silla para abrazarme a él, mi espalda presionándose suavemente contra mi silla. Él juntó las manos en mi pecho y me dio un rápido beso en la mejilla. —Muy bien —dijo el entrenador Morris, levantando la vista de su agenda—. Tome asiento, Gates. El aula estalló en risas, y Weston se recostó en su silla. Me volví para mirarlo, y me guiñó un ojo, tratando de contener su sonrisa radiante. Entre cada clase, Weston se reunía conmigo en mi casillero, parloteando como si hubiera tomado un galón de café. Nunca lo había visto tan despreocupado. Sin embargo, antes de Arte, era notablemente ausente cuando introduje mi combinación. Cuando abrí la puerta de metal, una nota adhesiva de gran tamaño se encontraba atrapada en el interior.

ERES TODO EL ALIENTO QUE NECESITO TE AMO POR SIEMPRE WESTON

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Despegué la nota adhesiva del metal y la sostuve en mi palma. Las lágrimas quemaron mis ojos, pero no pensé en el inventario de Dairy Queen o en cuántas cucharadas de M&M poner en un Blizzard para alejarlas. Dos lágrimas cayeron por mis mejillas, y ni siquiera me molesté en limpiarlas. Por primera vez, dejé caer lágrimas de felicidad. Deslicé mis brazos a través de las correas de mi mochila y fui a clase. Weston se hallaba sentado en su taburete habitual en mi escritorio. No se había movido desde la primera vez que se sentó allí. Eso fue cuando tratamos de ser sólo amigos, y él quiso mostrarme su proyecto, el proyecto que inspiró el corazón de plata colgando de la cadena a juego alrededor de mi cuello. Ni bien vio mis mejillas húmedas, la expresión de Weston cambió a preocupación, pero luego volteé la nota adhesiva para que la viera. Tiré mis brazos a su alrededor, y él me devolvió el abrazo, apretando un poco más como siempre hacía, mientras presionaba gentilmente su mejilla contra mi oído. Cuando me separé, usó sus pulgares para limpiar la humedad debajo de mis ojos. —Se suponía que te hiciera sonreír. Me reí, limpiándome los ojos de nuevo. —Estoy sonriendo. —Me preocupaste por un segundo. Me incliné, susurrando—: Me encanta ser amada por ti. Eso es todo. —Acostúmbrate —dijo, jalándome para que me sentara en el taburete a su lado.

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4 Traducido por Val_17 Corregido por Miry GPE

La señora Cup entró campante. —¿Todo el mundo está aquí? —preguntó. Su mirada se paseó por la habitación—. ¿Dónde están Josh y Noah? Zack miró alrededor. —Van de camino. Ella hizo una pausa y sonrió. —Oh, esos chicos. —Asintió—. Está bien, entonces, los veremos pronto. Nos vamos. ¿Todos tienen un aventón? ¿Sí? Weston y yo nos dirigimos hacia el estacionamiento. En nuestro camino hacia el mural, Weston me siguió a pesar de que iba detrás de todos los demás, definitivamente más lento de lo que le gusta conducir. Se detuvo a mi lado en un semáforo y bajó la ventanilla. Su radio estaba a todo volumen, y su cabeza se balanceaba con la música. Me guiñó un ojo. —Oye, hermosa. Lindo auto. Negué con la cabeza y me reí. —¿Qué haces este fin de semana? —Voy al baile de graduación. —¿Ah, sí? ¿Tienes una cita? —Por supuesto que sí. —¿Quieres ir conmigo en su lugar? —Eres muy lindo, pero voy con mi novio. —Él debe ser malditamente increíble para haberte enganchado. Le lancé una mirada. —¿A quién le haces un cumplido, a ti o a mí? Echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas. El semáforo se puso en verde, y pisé el acelerador. Aceleró y se detuvo en mi carril justo antes de que llegáramos a la pizzería.

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Con una ceja arqueada, la señora Cup nos vio caminar sin prisa hacia la pared de ladrillo. —¿Por qué siempre son los últimos en llegar aquí? Weston me señaló. —Es culpa de ella. Mi boca se abrió. Él se inclinó, sosteniéndose las rodillas, todo su cuerpo temblando de risa. La señora Cup esperaba una respuesta. —Acabo de empezar a conducir. Me pongo nerviosa… y soy lenta. Ella miró a Weston y luego de vuelta a mí antes de caminar hacia sus suministros y entregarnos una brocha a cada uno. Weston me siguió a nuestro lugar antes de sumergir su brocha en un cubo marcado como Pintura Marrón. Weston comenzó a reír de nuevo, y lo miré. —¿Qué pasa contigo? Tienes círculos oscuros bajo los ojos, y actúas como si estuvieras tomando Mountain Dew. —Estoy de buen humor. También me recetaron un nuevo broncodilatador. Probablemente tiene algo que ver con eso. ¿Trabajas esta noche? —Síp —dije, girando mi brocha en la pintura y levantándome para esperar lo que podría decir a continuación. —Así que, si hago esto… —Hizo un movimiento de karate con su brocha, salpicando de color marrón toda mi parte delantera—, ¿todos pensarán que es chocolate? Me estremecí. Salpicaduras de pintura mancharon mi rostro, y cuando bajé la vista, vi manchas de pintura al azar que hicieron una línea perfecta desde mi cuello hasta mis vaqueros. —¡Weston Gates! —gritó la señora Cup. Instintivamente, sumergí mi brocha en el cubo y la sacudí hacia Weston, creando una línea idéntica de pintura por su parte frontal. —¡Erin Eas… Alderman! —gritó la señora Cup. Toda la clase estalló en risas, gritos estridentes, y gruñidos bajos cuando se desató una lucha de pintura. —¡No! ¡Deténganse! ¡Alto! —gritó la señora Cup, agitando sus manos en el aire.

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Persiguiéndonos uno al otro, sacudimos nuestras brochas en el aire, lanzando pintura, y mezclando los diferentes colores mientras sumergíamos las brochas en la cubeta más cercana. —¡No hacia el mural! ¡Manténgase lejos del mural! —gritó la señora Cup, parada entre la pared de ladrillo y nosotros. Mantuvimos la batalla en el estacionamiento, lejos del mural, pero entonces los ojos de la señora Cup se ampliaron, y corrió hacia el otro lado, levantando sus brazos. —¡No hacia los autos! ¡Manténganse lejos de los vehículos! ¡Alto! ¡Paren con esto! Todos nos detuvimos, respirando con dificultad y sonriendo, luciendo como bolsas mezcladas de Skittles. —¡A detención! ¡Todos ustedes! —dijo la Sra. Cup, gritando cada palabra. Dejó caer las manos a sus costados—. ¿Cómo van a entrar a sus vehículos sin hacer un desastre? —No puedo ir a detención. Tengo que trabajar. —Miré a Weston. Sólo ofreció un gesto de disculpa. —Todos van a volver caminando a la escuela. Vayan. Ahora. —La señora Cup apuntó hacia el sur, y todos dejamos escapar un suspiro derrotado. Estábamos a sólo un cuarto del camino de regreso cuando el tráfico escolar comenzó a aumentar. La señora Cup siguió a la clase, asegurándose de que permaneciéramos juntos y fuéramos directamente a la escuela. Una vez que nuestros compañeros de clase nos reconocieron, un estallido de bocinazos y burlas juguetonas comenzaron. Gotas de sudor se formaron a lo largo de la línea del cabello de Weston, y sus mejillas se sonrojaron. —¿Estás bien? —dije en voz baja. —Sí —dijo en un tono displicente. La chispa que iluminó sus ojos todo el día se había ido. —Weston… —Me estoy cansando, pero estoy bien. Lo juro. Asentí, tomando su mano en la mía. A pesar de que él era una cabeza más alto que yo, pude sentirlo inclinándose hacia mí por apoyo. —Esto es estúpido. No deberías agotarte.

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—Erin… —No —dije, sacando mi teléfono. Le envié un mensaje a Julianne, explicándole la situación y la apariencia de Weston. Ella inmediatamente me regresó el mensaje, diciéndome que estaría allí. —¿Señora Cup? —dije, girándome hacia ella. Me hizo un gesto para que continuara. —Sigue caminando, Erin. —Entiendo que esté molesta, y tiene razón. Todos merecemos detención. Pero Weston fue hospitalizado este fin de semana, y no se siente bien. No creo que deba caminar todo el camino de regreso a la escuela. La señora Cup se puso rígida. —Oh, Dios, eso es cierto. Lo siento, Weston. —Miró a su alrededor. —El Dairy Queen está ahí —dije—. Yo trabajo allí. Puedo llevarlo para que descanse. Le envié un mensaje a mi mamá. Ya viene. La señora Cup asintió. —Sólo… tengan cuidado al cruzar la calle. Asentí y jalé a Weston. El sol brillaba sobre el asfalto del estacionamiento de Dairy Queen. Frankie se encontraba de pie junto a la ventana, y se giró sobre sus talones. Nos recibió en la parte trasera, manteniendo la puerta abierta. —Voy de camino, Jesús. ¿Qué le pasó? —preguntó, con los ojos muy abiertos. —Se puso demasiado caluroso, creo —dije. Le arrojé mi teléfono a Frankie— . Mándale un mensaje a Julianne. Dile dónde estamos. Frankie asintió, cerrando la puerta detrás de ella. —Estás haciendo un asunto muy grande de esto —dijo Weston. —¿A quién le importa? —dije, sumergiendo un trapo en agua helada y limpiando su rostro. Retrocedió cuando el paño frío tocó su piel. —Te haré un helado extra grande con salsa de fresas, y luego puedes perdonarme —dije con una sonrisa cursi. Weston logró formar una sonrisa cansada. —Esa no es una mala idea. Tal vez se le bajó el azúcar —dijo Frankie, sosteniendo un cono bajo la máquina de helado. Sumergió una torre de vainilla, con un rizo perfecto en la parte superior, en la cubeta de salsa de fresas, y se lo entregó a Weston.

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Mordió la parte superior y tarareó con satisfacción. —Mucho mejor que detención —dijo con la boca llena. Para el momento en que entró Julianne, el color de Weston ya había regresado. —Hola, chicos —dijo, agarrando la muñeca de Weston. Miró su reloj y luego le sonrió medio minuto más tarde—. El pulso es bueno. —Erin me obligó a comer helado y descansar en lugar de ir a detención — dijo Weston, pareciendo somnoliento—. Debería romper con ella. —¿Tiene la detención algo que ver con el hecho de que estás cubierto de pintura? —preguntó Julianne, ladeando un poco su cabeza mientras comprobaba las pupilas de Weston. Frankie se cruzó de brazos. —Iba a preguntar sobre eso. El altavoz del auto servicio sonó, y Frankie se paró junto a la ventana, saludando al cliente mientras aun nos miraba. Me estremecí ante los ojos expectantes de Julianne. —Como que empezamos una lucha de pintura en el mural. —¿Lo hiciste? —preguntó Julianne, su voz subiendo una octava. —Lo hice —dijo Weston, sosteniendo su barquillo en el aire—. Ella sólo contraatacó. Julianne se tapó la boca, tratando de no reírse. Suavizó sus rasgos y luego se enderezó. —Muy bien, Weston, te voy a llevar a la oficina del doctor Briggs para que te revise. Tu mamá se reunirá con nosotros allí. —Se giró hacia mí—. ¿Vas a trabajar o ir a detención? Miré a Frankie. —Sólo ven después —dijo. —Gracias —dije—. Me temo que si no voy, la señora Cup podría tomar medidas más extremas. No quiero terminar siendo suspendida. —Vamos —dijo Julianne, saliendo. —Realmente no necesito ir al médico —dijo Weston, pareciendo disgustado ante la idea. —Dile eso a tu mamá —dijo Julianne. Me llevó a mi auto, aún estacionado en el mural. Apático e infeliz, Weston me dio un beso en la mejilla antes de marcharse con Julianne.

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Cuando entré en detención, la señora Cup se levantó. —¿Cómo está Weston? —Jul… mi mam{ lo llevó a ver al doctor Briggs sólo para asegurarse de que se encuentra bien. La señora Cup asintió, volviendo a sentarse ante su escritorio. Se dejó caer en su silla como si la culpa se fuera a acercar sigilosamente y tragarla en cualquier momento. Después de otra media hora, la señora Cup nos liberó, y salí corriendo a mi auto. Conduje a unos cuantos kilómetros por hora más rápido que de costumbre para llegar a trabajar. Frankie lucía agobiada cuando llegué allí, y rápidamente me até el delantal y abrí mi ventana. —Te ves un poco tonta, usando un delantal cuando estás cubierta de pintura —dijo Frankie, masticando un chicle. —Probablemente —dije antes de tomar una orden del niño en mi ventana. Una vez que la gente disminuyó, Frankie comenzó la tarea de limpiar el desastre que habíamos hecho. Agarré un trapo y ayudé. Limpiamos la salsa de chocolate y fresa y luego limpiamos los dulces. Un extraño sentimiento desconocido se apoderó de mí, como si hubiera caído en un sueño que tuve una vez. —¿Qué? —preguntó Frankie. —Nada —dije. Hizo una mueca. —No te he visto en mucho tiempo, ¿y estás ocultándome cosas? ¿En serio? —Va a sonar horrible si lo digo en voz alta. —Hazlo de todos modos. Suspiré. —Se siente raro estar aquí. Su expresión se retorció en algo que sólo había visto cuando las Erins andaban alrededor. —Raro, ¿como si no hubieras estado aquí en mucho tiempo y te sientes fuera de práctica? O raro, ¿como si fueras demasiado buena para estar aquí? —¡Frankie! —gemí.

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Después de que el rubor de sus mejillas cambiara de rosado a rojo brillante, se apartó de mí, tomó aire, y luego me enfrentó de nuevo. —Lo siento. Me lo advertiste, pero aun así no estaba preparada. —¿De verdad piensas eso de mí? —Tal vez estoy esperando que te conviertas en Alder. Sólo… mucho ha cambiado para ti en un corto período de tiempo, pero todo sigue igual para mí. Es discordante. —Estoy de acuerdo —dije, ese gemido molesto seguía en mi voz. Traté de detenerlo, pero cada vez que abría mi boca, sonaba como una niña mimada. No era de extrañar que sintiera que me estaba convirtiendo en Alder. Sonaba un poco como ella en ese momento. Frankie ladeó la cabeza y sopló el flequillo de su cara. —Lo sé. Tienes razón —dijo, sacudiendo la cabeza—. Todo tu mundo está girando, y siento lástima por mí misma porque tienes un litro de pintura en tus pantalones de cien dólares, y ni siquiera lo has mencionado. Bajé la vista. —Estos no son tan caros, ¿verdad? Ella asintió. Horrorizada, me quedé mirando la mezclilla manchada de colores. —¿Por qué Julianne no dijo nada? —¿Ella te los compró? —dijo Frankie inexpresiva—. Por supuesto que lo hizo. Has comprado en tiendas de segunda mano toda tu vida, igual que el resto de nosotros. ¿Por qué pensé que sabrías lo que usabas? —¿Cómo quito la pintura de los pantalones? —pregunté, luchando por mojar un trapo limpio. Sin embargo, era demasiado tarde. La pintura se secó. —Así que, ¿cómo es, no tener que preocuparse por nada? —Frankie trató de cubrir la amargura en su voz, pero no pudo. —Aún tengo preocupaciones. Sam y Julianne también las tiene. Simplemente son diferentes. —¿Cómo? —Básicamente, son las mismas preocupaciones que tienes, excepto el pagar las cosas. Se preocupan por mí. Se preocupan por el futuro, por sus amigos, por el trabajo… ese tipo de cosas. Tener dinero no hace que las cosas difíciles se vayan. —Detente ahí —dijo, levantando un dedo—. Podría derramar una lágrima por la gente rica en todas partes.

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Le tiré mi trapo, tratando de no sonreír. —Lo que quise decir fue que mi vida se ha dividido en dos: entonces y ahora. Esto fue una gran parte de mi vida antes de Sam y Julianne. —¿Y Weston? —No. Él es el único que es parte de ambas. Es el puente que me llevó de un lado a otro. —Tú lo llevaste hoy. —Le debía un viaje, o cincuenta. Continuamos limpiando, sólo atendiendo a una media docena de clientes antes de la hora del cierre. —¿Un aventón? —preguntó Frankie, por los viejos tiempos. —No, gracias —dije, sin mencionar lo obvio. —¡Adiós, muchacha! Me despedí con la mano y me senté en mi auto, riéndome una vez y sacudiendo la cabeza. Presioné el botón de encendido y el motor gruñó. No tenía previsto trabajar de nuevo hasta después de la graduación, y a pesar de que iba a extrañar a Frankie y el Dairy Queen, ya no era mi lugar seguro. Ahora era mi casa, mis padres, y Weston. Todo eso me hacía sentir protegida y cuidada. Pensamientos de Weston, Sam y Julianne, Gina, Frankie, y lo mucho que todo cambió, se arremolinaban en mi mente mientras conducía a casa, pero no fue un accidente que siguiera de largo y estacionara directamente en la casa de los Gates. La camioneta de Weston se encontraba aparcada en la calle. Los días eran cada vez más largos, por lo que la puesta de sol proyectaba tonalidades rosas y naranjas sobre su pintura rojo cereza. Subí a la parte trasera de la camioneta y abrí la mini nevera. Después de chapotear mi mano por el agua helada, me decidí por una fanta naranja. Saqué la lata y luego metí mi mano chorreando para buscar otra. Los vecinos debieron conseguir un nuevo cachorro, porque un pequeño pastor alemán saltaba y ladraba detrás de la valla de al lado mientras seguía la acera curvada que conectaba con la puerta principal. No lo hacía muchas veces. Normalmente entraba por la cochera con Weston. El botón del timbre se iluminó cuando lo presioné, y campanas comenzaron a sonar en una melodía formal. Unos momentos más tarde, Verónica abrió la puerta con una sonrisa cálida y ojos cansados. Después de un segundo de

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reconocimiento, dio un paso atrás, abriendo más la puerta, e hizo un gesto para que entrara. —Él está abajo —dijo, mirando mi ropa cubierta de pintura. —Está seca —prometí. —Eso espero. —La diversión arruinó sus esfuerzos por conservar un tono de regaño. Puso su palma en su cadera y negó con la cabeza mientras entraba. Navegué fácilmente por el camino hacia el sótano terminado. Con cada paso, el familiar aleteo en mi estómago se incrementaba. No era la gravedad jalándome abajo por las escaleras. Era una fuerza irrefutable que había nacido en la parte trasera de un Chevy rojo, e impulsada por un par de ojos verde-esmeralda. Me preguntaba si el aturdimiento que se apoderaba de mí cuando estaba a punto de ver a Weston dejaría de ser tan poderoso alguna vez, e imaginé lo devastada que estaría si ese día llegaba. A mitad de las escaleras, el rostro de Weston quedó a la vista. Se encontraba sentado en el sofá, su torso torcido, de espaldas a un episodio pausado de un reality show. Tenía el codo apoyado en un pequeño cojín a su lado. No tenía pintura, su piel brillante y roja por frotarla. —Oye —dijo, viéndome caminar hasta la parte delantera del sofá. Antes de que pudiera responder, me agarró y me jaló hacia abajo hasta que mi espalda aterrizó en los cojines. Plantó un cálido beso húmedo en mi boca. Sus manos por debajo de mí, apretando mi cuerpo contra el suyo, al tiempo que hundía su lengua en mi boca. Enredé mis dedos en su cabello y separé mis rodillas, dejándolo acomodarse entre ellas. Cuando finalmente se apartó, ambos estábamos sin aliento. —Lo siento —dijo, sus ojos seguían enfocados en mis labios hinchados. —¿Qué fue eso? —Hueles a helado —dijo simplemente, apartando un mechón de cabello de mi cara. —¿Cómo te sientes? —pregunté. El hambre en sus ojos se calmó, y se sentó con un suspiro de frustración. — Bien, Erin. Mi cuerpo lo siguió con mis manos colocadas detrás de mí. —¿Qué dije?

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Me miró, y luego su expresión se suavizó. —Me han preguntado eso más de cien veces hoy. —¿Qué pasó? —Algo sobre deshidratación por el nuevo broncodilatador. Le pasa a una fracción pequeña las personas. Es algo anormal. Estoy muy bien. Dos bolsas de suero, y mejoré. —¿Dos bolsas? —Noté la evidencia en su mano, una curita cubriendo parte de un nuevo moretón. Weston se enfocó en la esquina de la habitación donde la pared se reunía con el techo, su mandíbula tensándose bajo el rastrojo de barba. —¿Por qué estás tan enojado conmigo? —Sólo quiero hablar de cosas normales. Me haces sentir como un inválido. No me estoy muriendo. —¿No puedo preocuparme? Fuiste llevado al hospital en una ambulancia hace un par de días. —¿Y qué? —espetó. Me puse rígida. —No voy a recibir mierda de nadie más, ¿recuerdas? Ni siquiera de ti. Mis palabras lo hicieron detenerse, y estiró el cuello, girándose lentamente en mi dirección. Sus ojos eran esferas redondas, amplios con incredulidad. — ¿Quién te enojó? —¡Tú! Esperaba un poco de mal humor, pero me estás molestando. Pensó en eso por un momento y luego suspiró, frotándose las sienes con el pulgar y el dedo medio. —Guau. Acabo de descargar lo peor de los últimos días en ti, ¿no? —¿Necesitas preguntarlo? —dije, arqueando una ceja. Me observó y luego se echó a reír. —No es que no te quiera así, nena, pero estás un poco irritable hoy. —¿Estoy irritable? —Mi voz se disparó una octava—. Estoy irritable —dije sin expresión, mirando hacia adelante. Una risa ahogada escapó de los labios de Weston, y luego se convirtió en una carcajada completa. Me jaló junto a él y besó justo detrás de mi oreja. —Acabo de conseguir un vistazo de nuestro para siempre, y es algo increíble.

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Peleaba sucio. ¿Cómo puedo permanecer enojada con él cuando dice cosas así? Entrelazó sus dedos con los míos, y luego tocó la parte superior de mi mano con la más mínima presión. Apretó su hombro entre el sofá y yo, y entonces me miró con ojos comprensivos. —¿Todavía vas conmigo el sábado? —¿Todavía quieres que vaya contigo? Sacudió la cabeza, como si mi pregunta fuera decepcionante. —Ojalá te necesitara para respirar, Erin. Entonces, estarías conmigo la mitad de lo que quisiera. Reflejó mi sonrisa agradecida, besó mi mano, y luego se acomodó contra el cojín del sofá antes de presionar el botón del control remoto.

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5 Traducido por Sandry Corregido por Miry GPE

—Madre mía —dijo Frankie sin aliento. Julianne sostuvo su mano sobre su corazón con una mirada de asombro en su rostro. Las dos me miraron cuando salí de mi cuarto de baño con mi vestido rojo. Me paré frente al espejo de cuerpo entero. —No puedo respirar —dije. —¿Es demasiado ajustado? —dijo Julianne, acercándose a ayudar—. Ni siquiera está abrochado. —No, yo sólo... —Te ves impresionante —dijo Julianne con ojos brillantes. Subió la cremallera y luego alisó un rojizo mechón extraviado que se escapó del moño bajo que la peluquera hizo después de pasar media hora rizándome el cabello. Es por el cuerpo, había dicho. Confía en mí. —Weston se va a hacer pis encima —dijo Frankie. Resopló, divertida con la imagen en su mente. —No, porque Sam mencionó que Weston ha estado en el cuarto de baño por lo menos cuatro veces desde que llegó —dijo Julianne. —¿Está nervioso? — pregunté. —Aterrorizado —dijo con un guiño y una sonrisa maliciosa.

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Me volví una vez más para asegurarme de que el tejido transparente en la parte trasera del vestido, llegaba bastante alto en mi espalda baja, llevando mi mano hacia atrás para sentir las joyas que podía alcanzar. —Para —dijo Frankie—. No enseñas nada que no debieras. Nadie podrá decir una sola cosa negativa acerca de ti con este vestido. Mis labios se encontraban pintados de rosa y con brillo, mis pestañas eran largas y negras, mis mejillas con rubor para que coincidieran con mi vestido. Julianne consiguió a Emmy, una maquillista de la ciudad de al lado, que vino y pasó una cantidad exorbitante de tiempo maquillándome. Parecía yo, pero la versión de modelo de portada de mí. —¿Y bien? —dijo Julianne—. Tu Sam está abajo con la cámara. Verónica también tiene la suya. ¿Qué te parece si vamos allí? —Si es que puedo bajar con estos zapatos —dije, caminando con cuidado hacia ella. Me tomó la mano y me llevó por el pasillo. Antes de llegar a la parte superior de las escaleras, Julianne y Frankie pasaron a mi lado y se apresuraron hacia abajo, para poder estar de pie y ser testigos de mi muy posible caída por las escaleras. Me agarré a la barandilla y di el primer paso. Oí unos murmullos excitados hasta que aparecí a la vista, y luego hubo una exclamación colectiva. Julianne agarró el brazo de Verónica con entusiasmo a pesar de que ella trataba de hacer fotografías. Weston elevó la mirada hacia mi desde debajo de su ceño, pero era ilegible. Su expresión no cambió ni un centímetro. Simplemente me miró fijamente hasta que bajé del último escalón. Cuando me uní a él, tomó una respiración profunda. —¿Y bien? —dijo Peter, dando un codazo a su hijo. Weston abrió la boca para hablar, pero no salió nada, así que se limitó a sacudir la cabeza. Todo el mundo se echó a reír a nuestro alrededor. Weston abrió un recipiente de plástico y deslizó un ramillete de muñeca sobre mi mano izquierda. Las rosas color rosa hacían juego con la flor para el ojal que se sujetaría en la solapa. Sam me entregó la flor para el ojal que recogí la noche anterior. Todavía estaba fría por estar en el refrigerador. El interior del recipiente transparente se empañó en varios lugares, y las pequeñas gotitas combinaban con las perlas brillantes que se formaron cerca de la línea del cabello de Weston. Después de docenas de fotos en el interior —en el exterior y en el interior de nuevo, con los padres, nosotros dos solos y de pie junto a la limusina blanca que

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Weston prometió— finalmente agaché la cabeza y entré en el vehículo. El conductor, Louis, cerró la puerta después que Weston se sentó junto a mí. —Nunca he estado en una limusina antes —dije, mirando todo el interior. En el asiento de cuero donde nos sentábamos, cabían tal vez tres personas, pero los asientos frente a nosotros abarcaban casi toda la longitud de la limusina. El tinte oscuro en las ventanas bloqueaban el sol, y el cordón iluminando el borde del techo, cambiaba todas las sombras de colores imaginables con un ciclo lento. En el lado del pasajero se hallaba una fila de vasos de cristal y copas de vino, los cuales se situaban en círculos recortados junto a un cubo de hielo. No estaba segura de para qué pensaba el conductor que dos chicos de secundaria usarían el hielo. ¿Para saborearlo? —Yo tampoco —dijo Weston. —¿En serio? Se encogió de hombros. —Tomé el descapotable de los Hutton el año pasado. Era demasiado angustioso. Esto es mucho mejor. El año pasado, Weston fue al baile con Alder. Yo estuve trabajando, pero vi todos los coches de lujo y limusinas pasar por el Dairy Queen, ya que siguieron la calle principal hacia la preparatoria. Recordé ver a Weston y a Alder en ese brillante descapotable blanco. Ninguno de ellos sonreía, y me pregunté cómo sería la conversación cuando te encuentras sentada junto a Weston Gates, de camino al baile de graduación. Me preparaba para averiguarlo. —¿Cómo fue el año pasado? —Aburrido —dijo con una sonrisa. —Entonces, ¿por qué quieres ir este año? —Porque tú dijiste que sí. Estiré mi boca hacia un lado y sacudí la cabeza, mirando las puntas blancas falsas de las uñas en los extremos de mis dedos. Me molestaban, y las tenía desde el mediodía cuando Julianne me llevó a hacerme manicura y pedicura. Era un misterio para mí por qué las mujeres se pegaban estas cosas en las uñas. Mis manos habían sido bastante inútiles durante la mayor parte del día, a pesar de que pedí que las dejaran lo más cortas posible.

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—Siempre te ves hermosa, pero me encanta el vestido y todo lo demás — dijo Weston, apretando mi mano. —Me gusta tu traje y corbata. Ambos eran negros, pero el traje era a medida, las piernas del pantalón ajustadas, más estrechas que los pantalones como los que Sam o Peter se ponían para trabajar. El abundante cabello marrón de Weston se hallaba un par de centímetros más corto de lo normal, pero no se encontraba con fijador y apelmazado en su cabeza, tal como lo tendrían la mayoría de los chicos cuando jugaban a disfrazarse. Parecía suave, y en cierto modo, quería pasar mis dedos a través de él. Los ojos de Weston se posaron en mí con tal cariño que la sangre por debajo de mis mejillas se incendió. Envolví mis brazos alrededor de su bíceps y me apoyé en su costado. Sus labios tocaron mi frente una vez y luego otra. —Esta no es la última vez que llevaremos ropa de gala en la parte trasera de una limusina —susurró. Sabía lo que quería decir. Le gustaba mucho hacer alusión a nuestro futuro, y aunque me emocionaba y me asustaba muchísimo, me encontré disfrutando del momento de tranquilidad que teníamos. Nuestro barrio no estaba lejos de la escuela preparatoria, así que sólo tenía unos preciosos minutos a solas, antes de tener que salir a la acera al lado del auditorio, frente a la mayor parte de la ciudad para la Gran Marcha. Agarré su brazo con más fuerza, tratando de aferrarme al momento. Confundiéndolo con nervios, Weston cubrió mi mano con la suya. — Relájate. Estamos haciendo un recuerdo. Todo lo que tienes que hacer es disfrutar de ello. —Ya lo hago. Demasiado pronto, la limusina desaceleró, y la puerta se abrió. El padre de Lisa Kahle sostuvo la puerta con una sonrisa de bienvenida en su cara. Él era uno de los muchos padres que iban a actuar como aparcacoches, dirigiendo a las limusinas y aparcando los diversos descapotables e incluso mezclándose con los asistentes al baile. —Vamos, salgan —dijo, haciéndose a un lado. Weston se arrastró fuera de su asiento, se puso de pie en el suelo de concreto del estacionamiento de la escuela antes de ofrecerme su brazo. Salí y enganché mi brazo alrededor del suyo, y juntos, caminamos alrededor de la limusina.

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—Oh, Dios —susurré. Cientos de personas hacían fila a cada lado de la pasarela que conducía al área común donde se celebraba el baile cada año. Flashes y chasquidos, que competían con cualquier grupo de paparazis, comenzaron antes de incluso dar un paso. Los padres, abuelos, hermanos y estudiantes novatos se apilaban al fondo, cinco filas detrás de la pasarela acordonada. Con su otra mano, Weston palmeó la mía. Relajé mi abrazo de muerte, dándome cuenta que mis dedos se clavaron en su brazo. Hicimos una pausa para las fotos, y luego el padre de Lisa hizo un gesto para que continuáramos. Weston me llevó a la siguiente parada, donde decenas de personas levantaron sus teléfonos, cámaras y videocámaras. Los destellos parpadearon como luces estroboscópicas. Me sentí tan contenta de que Weston hubiera hecho esto antes, aunque no quería pensar en ello. —Está bien, Erin. Lo prometo —dijo. Sonrió para las cámaras y luego se inclinó para besar mi mejilla. Entonces, las personas que tomaban fotos a nuestro alrededor entraron en un frenesí y no parecía que documentaran algo que pensaban era lindo. Se sentía como si evidenciaran algo para hablar después. —Esto es horrible. ¿Por qué la gente hace esto? —dije a través de mis dientes, mientras forzaba una sonrisa. Weston se echó a reír y luego me llevó más allá, al siguiente punto de parada. Caminamos lentamente, y dejé que mi mente se alejara de la preocupación de tantos ojos sobre nosotros. En cambio, empecé a concentrarme en caminar con los tacones altos. Las fotos me ponían incómoda, pero caerme en frente de todo el mundo sería mucho peor. Llevó un poco más de diez minutos el llegar al edificio principal, pero se sentía como diez horas. Justo después de que dobláramos la esquina, Peter, Verónica, Sam y Julianne aparecieron a la vista. Julianne tocó el brazo de Sam antes de levantar su cámara para tomar fotografías. Sus ojos se iluminaron, y Verónica tomó unas cuantas fotos de su propia cámara antes de darle un abrazo lateral a Julianne. Todos ellos nos saludaron antes de que la puerta se abriera y Weston y yo entráramos. Las luces eran tenues, y la música que salía de los altavoces del DJ en la esquina, era ruidosa y animada. El camino a las mesas se encontraba lleno de luces rojas y mostraba brillantes llamas falsas, asemejándose a un río de lava. Otro camino era de color

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azul con blancas luces parpadeantes y picos translúcidos que imitaban el hielo. La mitad de fuego de la habitación, tenía mesas cubiertas con manteles color rojo o negro, y las paredes se hallaban cubiertas de tela roja. Las mesas de la otra mitad ofrecían una decoración de material satinado color blanco o azul claro, y una cascada desde el techo hasta el suelo, brillando como glaciares. En el centro de la habitación, había una enorme escultura de hielo en forma de brillantes llamas curvas azotando en el aire. Una luz roja brillaba desde el interior para simular el fuego, y los bloques parecidos a diamantes cincelados, sobresalían de la base de la escultura para representar el hielo. Bordeando un lado de la pista central, se encontraban pilares cortos fundiéndose en papel de seda rojo y naranja, y en el lado opuesto, se encontraban unas altas columnas blancas que reflejaban la luz azul. No estaba segura de quien fue el encargado de transformar el área común para el baile, y no tenía una base para comparar, pero era mágico y no se parecía a la preparatoria para nada. Weston me guio a una mesa, y me senté antes de mirarlo. —¿Quién se sentará en esas sillas? —pregunté, señalando los asientos vacíos al otro lado de la mesa. Weston me ayudó a acercarme a la mesa, y luego se sentó a mi lado, encogiéndose de hombros. —El que pueda comportarse. —¿Y ahora qué? —pregunté. Los camareros, todos estudiantes de segundo año escogidos por alumnos de último año, se encontraban ocupados llevando agua a docenas de mesas. Me hice a un lado cuando nuestra camarera colocó un vaso de agua helada a mi lado en la mesa. Sonrió nerviosamente. Su camiseta azul clara exhibía el tema del baile y el emblema, y tenía recogido su rizado cabello cobrizo. Weston se inclinó para hablarme al oído—: Una vez que todo el mundo se siente, nos van a servir la cena, bailaremos y luego nos iremos. —¿Eso es todo? —Más o menos. Me relajé. —Está bien, puedo manejar eso. Levantó mi mano hacia su boca y me besó los nudillos. Entonces, sostuvo mi mano en la suya, mientras la bajaba a su regazo. Al cabo de media hora, la habitación estaba llena de charla y alumnos de último año. Las dos sillas delante de nosotros fueron ocupadas por Brian Fredrick

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y Janelle Hunt. De alguna manera, ella tenía éxito mirándome y pareciendo aburrida al mismo tiempo, pero Brian se encontraba animado y platicador. Él y Weston charlaban de fútbol y de entrenadores. Janelle miraba a su alrededor, con la esperanza de encontrar un asiento más preferible. Yo tenía la esperanza de que lo encontrara. —¿Sigues trabajando en el DQ? —preguntó Brian, sus mejillas redondas moviendo sus ojos igualmente redondos cuando hablaba. —Sí —dije, tratando de no retroceder ante la mirada de Janelle. No se sintió contenta de que él me hablara. Una carcajada ruidosa vino de alguien que pasaba, y entonces vi a Brady Beck. Tocó nuestra mesa con los nudillos y le asintió a Brian. —Oh, chico. Mala suerte. Brian hizo una mueca al ver a Brady alejarse. —Eso es simplemente grosero, amigo. —Negó con la cabeza y luego dejó pasar las palabras de Brady—. Me preguntaba cómo es trabajar con Frankie. ¡Ella parece una locura! —dijo, riendo. —Es muy divertida —dije. Janelle suspiró y puso los ojos en blanco. Recorrió la habitación de nuevo y luego tocó el brazo de Brian. —¡Hay dos sillas por allá! —dijo ansiosa. Brian tropezó con sus siguientes palabras, tratando desesperadamente de cubrir a su cita. —Nadie te obliga a sentarte aquí —dijo Weston—. Si vas a ser una perra, prefiero que te vayas. —Sus dedos apretaron los míos, sus mejillas volviéndose rojas contra su piel bronceada. Le devolví el apretón, rogándole en silencio para que no hiciera una escena. Janelle no respondió. En cambio, volvió su atención a la decoración y luego saludó a sus amigos a través de la habitación. Brian ofreció una expresión de disculpa, y empezó a abrir la boca para cambiar de tema, pero luego nuestra camarera colocó los platos de comida delante de Janelle y de mí. Janelle parecía complacida con la distracción, pero no agradeció a la desgarbada chica torpe y pelirroja que nos sirvió. Momentos después, nos trajeron dos platos más. —Gracias —dije. La chica sonrió, emocionada por ser reconocida. —De nada.

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—Me alegro que tenga recogido ese lio en una cola de caballo —se quejó Janelle—. No quiero su pelo en mi comida. Parece pelo púbico rojo. Brian hizo una mueca. —Ella está trabajando muy duro, Janelle. Dale un descanso. Mientras mirábamos nuestras grasientas pechugas de pollo y las insulsas judías verdes, Weston se encogió. —Guau, esto es... —Al menos los panecillos son buenos —dijo Brian, masticando. No pude evitar sonreír. Me gustaba Brian. Janelle dejó caer el tenedor contra el plato. —Cada año es asqueroso. Me gustaría que simplemente nos dejaran ir a comer a un restaurante y luego venir aquí al baile. Después del postre, el DJ se presentó y nos dio la bienvenida a la fiesta de graduación. Anunció a los principales acompañantes y patrocinadores, luego puso una canción optimista para iniciar un baile con coreografía. Fui una de las pocas chicas que no se precipitaron a la pista de baile. Las que no conocían los movimientos se reían mientras trataban de aprenderlos. Weston miraba con una sonrisa en su rostro. Parecía satisfecho con estar sentado a mi lado, con el brazo apoyado en el respaldo de la silla. Brian se acercó más y habló en voz alta para que pudiéramos escucharlo sobre la música—. ¿Estás emocionado por Duke? Weston negó con la cabeza. —No voy a Duke. —¿Qué? —preguntó Brian, confundido. —Voy al Instituto de Arte de Dallas —dijo Weston con orgullo. —¿Desde cuándo? —Desde que apliqué y me aceptaron. —¿Tu padre está enfadado? —preguntó Brian. Weston negó con la cabeza. —Se sorprendió. —Me imagino —dijo Brian, levantando las cejas. Unas gotas de sudor comenzaron a formarse en el nacimiento de su pelo, y se tiró del cuello—. Tengo que quitarme esto. Estoy ardiendo. —Se quitó la chaqueta del esmoquin y la hizo girar alrededor de la parte posterior de la silla. Weston hizo lo mismo y luego me miró. —¿Quieres bailar? Negué con la cabeza.

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La canción actual terminó, y una balada llegó a través de los altavoces. Las sillas chirriaron sobre el suelo de baldosas mientras los chicos se reunían con sus citas en la pista de baile. —Vamos —dijo Weston, rogándome descaradamente con sus hermosos ojos. —B-bien —dije, tomando su mano. Weston encontró un lugar abierto y luego me dio la vuelta antes de acercarme más. Puso mis manos detrás de su cuello, y uní mis dedos. Acomodó sus manos en la parte baja de mi espalda y dio el primer paso hacia un lado. —No bailo —dije. Weston no me oyó al principio, así que me apoyé en la punta de mis pies y repetí las palabras junto a su oído. Tocó su mejilla con la mía y luego me besó en la frente. —Yo tampoco, pero voy a bailar contigo. Apoyé la sien contra su pecho mientras dejaba que me llevara de un lado a otro con la música. Estábamos rígidos y nada elegantes, pero no me importaba que me vieran o lo que podrían pensar. Lo único que importaba era que me encontraba con Weston Gates. Lo imaginé muchas veces antes, incluyendo el año anterior, cuando estuve haciendo conos de inmersión y ventiscas en lugar de asistir al baile. Ahora que estaba exactamente con quién siempre soñé, mi único objetivo era estar presente y vivir estos pocos minutos de tiempo, durante el tiempo que durara, y disfrutar cada segundo de ello. Con el gentil Weston presionándome contra él, pensé que tal vez él pensaba lo mismo. —He pasado mucho tiempo tratando de no esperar esta noche contigo — dijo Weston en mi oído—. Pero cuanto más lo intentaba, más pensaba en eso. No estaba seguro de cómo podría hacerlo realidad, pero por algún milagro, estás aquí, en mis brazos. No quiero pensar en la graduación o en este verano, o incluso en dentro de dos horas. Ahora mismo, esto es mejor de lo que jamás ha sido para mí. En este momento, eres todo mi universo, brillando en todos los lugares correctos. Deslizó sus dedos por las joyas en la parte baja de mi espalda y sonrió. Lo abracé fuertemente, tratando de parar el mundo, de hacer una pausa en el tiempo, mientras deseaba que de alguna manera, pudiera permanecer allí para siempre.

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Cuando miré hacia un pequeño grupo de chicos agrupados a unos metros de distancia, sabía que ellos no tenían planes de permitir que eso sucediera.

6 Traducido por becky_abc2 Corregido por Laurita PI

—¡Jesús, consigue una habitación, Gates! —dijo Brady, de pie a la orilla de la pista de baile junto a su grupo de amigos. Weston simplemente levantó el puño, alzó su dedo medio, y luego regresó su mano de nuevo a mí. Ni siquiera miró a Brady. Nunca lo dejaría pasar, Brady caminó unos pocos pasos hacia dónde nos encontrábamos bailando y estiró el cuello hacia Weston. —Recuerdo cuando estabas en esta pista de baile el año pasado, manoseando a Alder cada vez que tenías una oportunidad. Weston dejó de bailar y miró directamente sobre mi cabeza, probablemente a la nada. —Weston —advertí—, no dejes que lo arruine. Eso es todo lo que trata de hacer. Tomó una respiración profunda y luego lo eludió, bailando otra vez.

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Brady miró hacia atrás y asintió a su grupo de amigos. Micah y Brendan se encontraban de pie junto a Tyson y Andrew. Tyson era el único que no parecía particularmente divertido con la escena que Brady trataba de hacer. Brady se volvió hacia nosotros. —¿Vas a aprovecharte del trasero de Erin esta noche en la parte trasera de tu camioneta como lo hiciste con Alder el año pasado? Me paralicé. Brady se echó a reír. —Ya lo hizo, ¿no? ¿Qué Erin? ¿Pensaste que era algo que hacía solo contigo? —¿Dónde se encuentra tu cita, Brady? —estalló Weston furioso. A estas alturas, todo el mundo a nuestro alrededor nos miraba, sin dejar de bailar, pero cada vez más cerca para ver y oír mejor. —A diferencia de ti, tengo estándares. Y las únicas dos chicas con las que valía la pena estar, fallecieron hace poco. Te acuerdas de ellas ¿no?, ¿Tus amigas desde la infancia? ¿Tu novia? ¿La chica con la que dijiste que te casarías? Mi expresión me traicionó, y los ojos de Brady se iluminaron con satisfacción. —¿También te dio el discurso de “nos vamos a casar algún día”? ¡Imagínate! Lo lanza casi tan fácilmente como un te amo. Justo cuando la canción terminó, Weston enfrentó a Brady. Brian se acercó, interponiendo sus anchos hombros entre los dos enemigos. —Vamos, chicos. Es la fiesta de graduación. Vamos a mantener la calma. Weston dio un paso y se inclinó, a pocos centímetros de la cara de Brady. — Si intentas arruinar su noche, te doy mi palabra de que tus padres tendrán que comprar ese esmoquin cuando acabe contigo. —Sí, porque un par de cientos de dólares serán una dificultad —se burló Brady. Weston tomó mi mano y me llevó de regreso a la mesa. Me quedé a su lado mientras tomaba un trago de agua helada. Brian nos siguió. —No te preocupes, hombre. Weston dejó su vaso. —Solo está tratando de quitarle valor al hecho que se presentó aquí solo. Me di la vuelta y sentí líquido estallar contra mi piel, desde mi boca hasta mi cintura. Brady sostenía una copa vacía. El ponche rojo que llenaba el interior de

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la copa, ahora, goteaba por mi barbilla y mi vestido. Sus ojos se ampliaron mientras mis manos caían a los costados. Weston cargó contra Brady, pero extendí mi mano, sosteniéndola contra su pecho. —¡Weston, fue un accidente! La expresión de Brady se transformó de conmoción a satisfacción presumida. —No fue una sopa de mierda, pero estoy seguro que Alder se hubiera sentido igual de feliz. Sacó otra copa detrás de su espalda y comenzó a derramarla sobre mi cabeza, pero Weston lo derribó al suelo. —¡No, Weston, detente! —dije, chorreando líquido rojo desde el nacimiento de mi cabello. Los chaperones corrieron desde cada rincón oscuro de la habitación, y lo que comenzó como un forcejeo entre Weston y Brady se convirtió en una gran bola de partes de cuerpos sacudiéndose, agarrándose y alcanzándose. El entrenador Morris finalmente llegó al centro y apartó a todo el mundo. Sostuvo a ambos jóvenes por sus cuellos. —¿Qué demonios te pasa, Weston? — dijo, apenas reconociendo a Brady. —¡Mírela! —dijo Weston, con ojos salvajes. Me señaló, y el entrenador Morris parpadeó cuando vio que me hallaba cubierta de ponche. —¿Lo hiciste, Beck? —preguntó el entrenador Morris, agarrando a Brady por el cuello. La boca de Brady sangraba, y sus ojos empezaban a inflamarse. —¡Fue un accidente! ¡Se dio la vuelta directo contra mí! —se quejó. —¿Es así como llegó a su cabello? —preguntó el entrenador, con sus mejillas ruborizadas por la ira. Weston fue liberado mientras el entrenador tiró de Brady hacia la entrada. La luz de las farolas de afuera iluminó brevemente el interior cuando la puerta se abrió antes de que se cerrara de nuevo. El entrenador Morris regresó con las manos vacías y señaló a Weston. —Lo siento, Gates. También tienes que irte. Pero quiero que esperes hasta que él haya abandonado el estacionamiento. La expresión de Weston se tornó sombría. —Le prometí que no dejaría que Brady se saliera con la suya. ¡Mírela!

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—Weston —le dije, tocándole el brazo. —¡Mírela! —gritó de nuevo. Los ojos del entrenador se volvieron tristes. Sacó una pila de servilletas de la mesa más cercana y me las entregó. —Lo siento mucho, Erin. Aún te ves hermosa. —Tal vez, huela mejor —murmuró Janelle. Weston abrió la boca para defenderme, pero el entrenador Morris levantó la mano. Señaló a Janelle. —Tú. Fuera. —¿Qué? —gritó. —Recoge tus cosas y vete. ¿Alguien más quiere arruinar su noche? La multitud se dispersó, y Janelle recogió su bolso de mano, sus ojos brillando. Esperó a Brian. —¡Vamos! —Su voz se quebró cuando golpeteó el suelo con el pie. Brian sacudió la cabeza. —Lástima que no fueras amable con Erin. Weston podría haberte dado un aventón. —¡Brian! —se quejó. Brian le dio unas palmaditas en el hombro a Weston. —Habría hecho lo mismo. Siento que ustedes tengan que irse. Weston asintió, y luego Brian caminó hacia el otro lado de la habitación. Janelle se dio la vuelta y pisoteó hacia la salida, sosteniendo su celular en la oreja. —Yo... —comenzó Weston, pero no pudo terminar. Se encontraba demasiado molesto. El entrenador Morris señaló hacia nosotros. —Bien, Gates. A estas alturas, debe haber desaparecido. Voy acompañarte afuera. Lo siento, Erin. Negué con la cabeza, a cada segundo mi piel se sentía más pegajosa. La vergüenza no me había invadido, y me preguntaba si lo haría. Me encontraba más preocupada por Weston que por mí. Él había esperado el baile de graduación durante mucho tiempo, y ahora, teníamos que abandonarlo. Nos dimos la mano mientras caminábamos hacia la limusina, y aunque el conductor parecía sorprendido al ver el desastre que Brady hizo a mi vestido, no realizó ningún comentario.

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Weston sostuvo firmemente mi mano sin decir una palabra hasta que entramos por mi puerta delantera. —No les digas —dije antes de subir corriendo las escaleras. Antes de cerrar la puerta de mi habitación y desvestirme, pude oír las voces apagadas de Julianne y de Sam, mezcladas con la de Weston. Puse el vestido en la cama, luego me quité los tacones, y después corrí hacia la ducha. —¿Erin? —me llamó Julianne desde el pasillo. —¡Saldré en un minuto! —respondí tan alegremente como pude. —¿Estás bien? ¿Qué ocurrió? —Nada. Era simplemente abrumador. No respondió. El agua corría por encima de mi cabeza y mi piel, mezclándose con el ponche, haciendo un charco rojo claro a mis pies antes de arremolinarse por el desagüe. Me froté el champú en mi cabello, lavándolo rápidamente, y después lo enjuagué. Hice lo mismo con el gel de baño hasta que mi piel ya no se sentía pegajosa. Cerré la llave y saqué la toalla del estante. Salí de la ducha después de haber secado furiosamente la humedad de mi cabello y mi piel, luego me vestí con una cómoda blusa, vaqueros y bailarinas de cuero color canela. Cuando llegué a la planta baja, Weston se encontraba de pie junto a la puerta, con las manos en los bolsillos, todavía con su traje. Un botón se había reventado durante el jaleo, dejando entrever más pecho que antes. Manchas rojas de diferentes tamaños se hallaban salpicadas sobre la tela blanca de su camisa; retrocedí, aun sabiendo que nada de esa sangre era suya. —¿Estás bien? —dijo Weston tranquilamente. Asentí, tratando de enderezar su camisa y corbata lo mejor que pude. —¿Erin? ¿Qué pasó? —preguntó Sam. —Le dije a Julianne arriba que el baile simplemente llegó a ser demasiado abrumador. Weston accedió a traerme a casa, así podría cambiarme.

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Julianne me miraba mientras hablaba, pero mis palabras no aliviaron su evidente preocupación. —Erin, cariño, ¿por qué Weston se ve como si hubiera estado en una pelea? Weston comenzó a hablar, pero le lancé una mirada. —Erin... —comenzó Sam, pero el sonido del timbre lo interrumpió. Weston se hizo a un lado, y Sam abrió la puerta para revelar a Lynn Beck de pie en el porche con Brady, Peter y Verónica. Uno de los ojos de Brady estaba casi cerrado por la inflamación, y el otro amenazaba con hacer lo mismo. Su labio superior se encontraba hinchado con una ampolla de sangre oscura. —Me alegra ver que has dejado de sangrar —dijo Weston. —¡Weston! —dijo Verónica, conmocionada—. ¿Hiciste esto? —Tienes toda la maldita razón, lo hice y si vierte ponche… no, si se acerca a tres metros de Erin, lo obtendrá de nuevo —gruñó Weston. Brady parecía ridículo, de pie detrás de su madre con diversas lesiones. No podía decir si se encontraba avergonzado o feliz de que ella lo hubiera traído como prueba, pero no estaba tan hablador como de costumbre. —Derramar... ¿qué? —dijo Julianne, alzando la voz un octavo. Me miró, horrorizada. Subió corriendo las escaleras, y en menos de un minuto, bajó caminando lentamente, con la mano sobre su boca. Me tomó en sus brazos y miró a Sam. —Su vestido se encuentra cubierto de ponche. ¡Brady derramó ponche sobre ella! —Su voz se quebró con una combinación de tristeza y rabia. —¡Ella no es la víctima aquí! —dijo Lynn, señalándome—. ¡Inició una pelea innecesaria entre estos chicos! Solían ser amigos y, ¡ha envenenado la mente de Weston en contra de mi hijo! Julianne me abrazó contra su costado. Peter miró a Weston y habló—: Brady dijo que lo atacaste después de que Erin cayó sobre su copa de ponche. ¿Es eso cierto? Weston se inquietó de nuevo. —Brady lanzó su copa de ponche sobre Erin y luego trató de derramar otra sobre su cabeza. Lynn se burló—: Fue un accidente. Ella miente. —Lo vi —dijo Weston—. Todo el mundo lo vio. Es por eso que el entrenador Morris lo echó. Sam se subió las gafas redondas. —Lynn, creo que será mejor que se vayan.

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El rostro de Lynn se retorció con disgusto. —Mi hijo fue atacado, ¿y nos pides que nos vayamos? ¡Nos debes una disculpa! —Sus ojos me miraron—. No puedo creer que en realidad me sentía feliz de que lo estuvieras haciendo tan bien. Te iba a nominar a un premio en el club. ¿Cómo puedes dormir por la noche, sabiendo que has dicho tales mentiras acerca de mi hijo? —No abordes a Erin —dijo Sam—. Si tienes algo que decir, dímelo a mí. —¡Eres una basura! —estalló Lynn furiosa, entrecerrando los ojos hacia mí. Julianne salió al pórtico, a pocos metros de Brady y su madre. —Lynn, saca tu pretencioso trasero fuera de mi jardín, ahora. La mandíbula de Lynn se abrió, y agarró a Brady por el brazo antes de jalarlo hacia su camioneta. —¡Habrá consecuencias! —gritó de nuevo, su cabello corto rebotando mientras se marchaba. Peter se rio entre dientes. —Se da cuenta de que somos abogados, ¿verdad? Verónica miró la camioneta de los Becks mientras que Lynn se alejaba. —Se olvida cuánto sé. Brady venía a casa y se reía de cómo intimidaba niños en la escuela, y ella se reía con él. Lo alentaba. Piensa que esos niños están por debajo de ella, de Brady y su familia. Lo cree en su alma. Piensa que su crueldad, es divertida, y ahora, tiene el descaro de pretender que es inocente. Simplemente patético. —Estoy decepcionada por ese premio —dije—. Estaba muy entusiasmada acerca de eso. Nuestros padres se echaron a reír, y nuestras madres se secaron las lágrimas. —Oh, Erin —dijo Julianne abrazándome—. Eres increíble. A Weston no le hizo gracia. Tomé su mano y la apreté. Verónica palmeó el hombro de Weston. —Creo que, eh... Creo que podemos arreglar la noche. ¿No, hijo? Le tomó un momento a Weston procesar qué había querido decir, pero una vez que se dio cuenta, sus ojos brillaron. —¡Sí, podemos! Me llevó a través del patio, y me alegré de tener zapatos planos en lugar de los tacones. Se abrió paso por la puerta principal de su casa y me jaló de la mano hasta que llegamos a la puerta del sótano. —Espera aquí —dijo. Desapareció por las escaleras, y unos momentos más tarde, música comenzó a flotar desde el sótano. Cuando abrió la puerta, su cabello

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había sido suavizado, y tenía una sonrisa en su rostro. Me ofreció su mano—. Vamos. —¿Qué ocurre? —pregunté. Weston me llevó por las escaleras, y me quedé sin aliento. —¿Qué...? ¿Cuándo hiciste todo esto? —pregunté. Todo el sótano estaba decorado de serpentinas color naranja, rojo, azul y blanco. La mesa de café fingía ser una fogata y brillantes luces blancas habían sido suspendidas de la parte superior de las paredes. Una amplia sonrisa se extendió por su cara. —No estaba seguro si realmente irías, así que esto era el plan B. —¿Pensabas que me echaría para atrás? —Justo hasta que nos sentáramos ante la mesa. —Así que... ¿nos hiciste nuestro propio baile de graduación? Se metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros. —Mamá ayudó. Envolví mis brazos a su alrededor. —Te amo. Estoy tan... —Sacudí la cabeza—, enamorada de ti. No sé por qué me amas tanto, pero soy muy afortunada. —¿Sí? —dijo. Una canción lenta sonó en la radio, y Weston juntó sus manos en mi espalda. Levanté la mirada hacia él. —Me siento tan mal de que no finalizaras tu último baile. —No. Esto es mejor. Deberíamos haber venido directamente aquí después de la Gran Marcha. No le diría que me sentía de la misma manera. En su lugar, apoyé mi mejilla contra su pecho, permitiéndome relajarme por primera vez en la noche. Nadie nos miraba, nadie nos juzgaba, o conspiraba, o pensaba en rumores que propagar. Solo estábamos nosotros, en nuestro espacio, de la misma forma en que nuestra historia había comenzado. Sus labios acariciaron mi oído. —Nada de lo que dijo Brady era verdad. —Lo sé —dije, suspirando las palabras.

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Aquí, no había nadie que le dijera que se guardara sus manos o no me besara por demasiado tiempo. También me gustó eso sobre nuestro baile de graduación privado. Su boca bajó por mi cuello, y retiró el cuello de mi blusa para probar mi hombro. Con mis dedos, acaricié su cabello y lo miré a los ojos mientras se alejaba. Me miró con tal intensidad mientras me sostenía muy cerca de él, que me perdí en el momento, alejándome del abismo. Otra canción comenzó, y nos balanceamos hacia atrás y adelante. No importaba si no era buena bailando o si estaba demasiado cerca o si me encontraba parada sobre sus pies. Era un alivio tan grande, tan liberador. Una canción alegre comenzó, y Weston empezó a saltar alrededor, sacudiendo la cabeza. Por unos momentos, lo observé con una ceja levantada, y luego me uní, levantando mis manos sobre mi cabeza mientras sacudía mi cabello y saltaba en círculos. Éramos libres y felices. Me aceptaba como nadie. Siempre lo hizo. Su risa y mi risa llenaron la habitación. Solo un par de veces había reído tanto o durante tanto tiempo, y todas fueron con Weston. Hasta ahora, él era mi mejor día, mi noche favorita, y todo lo demás. Una vez que todo terminó, nos encontrábamos sin aliento, jadeando, con muecas ridículas en nuestras caras. Una familiar canción lenta empezó a sonar, y Weston me tendió los brazos. —¿La mejor parte de esto? No tengo que preocuparme de que nadie nos interrumpa. —No quiero bailar con nadie más que tú. Weston se aflojó la corbata, y lo ayudé a tirarla por encima de su cabeza. Ese pequeño movimiento comenzó una avalancha de besos suaves y sus fuertes manos se apoderaron de mi piel, volviéndose más intenso, más como una necesidad. Retrocedí hasta el sofá, arrastrándolo conmigo, mientras su boca sonreía contra la mía. Juntos nos sentamos en los cojines desgastados que habíamos ocupamos tantas veces antes, pero esta vez era diferente, y los dos lo sabíamos. Era un cliché —el predecible sexo en la noche del baile de graduación—, pero ya le había dado mi virginidad. Durante este agitado tiempo de nuestras vidas, hubo tantas primeras y últimas veces, que todo parecía entremezclarse. Dieciocho era solo acerca de vivir el presente, porque no sabíamos si la próxima vez que abriéramos nuestros ojos sería el momento que nuestra juventud habría terminado. Por esa razón, rompíamos las reglas, nos equivocábamos, e intencionalmente tomábamos giros equivocados. Vivíamos los últimos días de justificación. Un día, cuando miráramos hacia atrás en estas páginas, aunque doliera mirar, podríamos decir que éramos solo unos niños.

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Eso fue lo que me dije cuando Weston levantó la blusa sobre mi cabeza. Por un momento, contuve el aliento y cerré con fuerza los ojos. Mi corazón retumbó en mi pecho, pero me obligué a estar presente, no vivir mi vida con la cabeza agachada. Lo primero que vi cuando abrí los ojos otra vez fue la mirada en Weston de pura adoración. Esa mirada me prometió que no importaba que pasara entre ese momento y el resto de nuestras vidas, nunca olvidaría lo que sentía en este segundo del infinito. —Eres tan hermosa. —Tartamudeó con las palabras, entonces se entretuvo desvistiéndome. Su toque era reverente, haciéndome sentir como su posesión más valiosa en el mundo. Después de dieciocho años esperando ser libre, lo único que podía pensar era en pertenecer al hombre que me abrazaba como si me necesitara para respirar. Muchos pensamientos y muchas emociones lucharon entre sí dentro de mi cabeza, para todo conducir hacia el mismo deseo. No podía hablar. De todos modos, no sabía qué decir. Todo lo que sabía era que la noche era nuestra, y él era mío. Extendiendo la mano, toqué su pecho y sentí su cuerpo exquisitamente esculpido debajo de mi palma. Quería su camisa afuera, también. Con mis dedos torpes busqué los botones. Mientras desabrochaba cada sección, besaba su pecho. Tomando cada lado de la camisa en mis manos, la deslicé por sus brazos, y Weston maniobró con las mangas mientras mantenía sus ojos fijos en los míos. Weston pensaba que era hermosa, pero él era la perfección. —Recuéstate para mí. —Su petición sonaba casi como súplica. Recostándome en el sofá, mi aliento se detuvo cuando se movió sobre mí. El calor de su cuerpo cubrió el mío, causando que mis piernas temblaran. Si esto fuera todo lo que pasaba, sería suficiente. Aunque esto era solo el comienzo. Con ese pensamiento, me estremecí de nuevo. Weston depositó un beso en mi cara, su cálido aliento me hacía cosquillas en la oreja. —Nada en mi vida volverá a ser tan malditamente dulce —dijo justo antes de dejar caer su peso sobre mí.

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7 Traducido por Miry GPE Corregido por Mel Wentworth

La semana de graduación, los pasillos de la preparatoria Blackwell se encontraban llenos de rumores especulando por qué Weston atacó a Brady durante el baile de graduación. Unos decían que estuve engañando a Weston con Brady, otros que Brady intentó interponerse y Weston tuvo un ataque de celos, y algunos realmente estuvieron un poco más cerca de la verdad. Frankie limpió mi horario en Dairy Queen hasta las vacaciones de verano, y debido a que el béisbol terminó, Weston solicitó que compartiéramos el auto para ir a la escuela esa semana. Escuché su Chevy rojo retumbar por la calle antes de que bajara completamente las escaleras. Abrí la puerta para verlo trotar en los escalones de la entrada, y en broma me tiró al piso de madera en el vestíbulo. —¿Qué es esto? —dijo Julianne con una risita, mirándonos. Doblando por la cintura, Weston se sacudía por la risa, sus pies a cada lado de mí, mientras sostenía mis brazos. —¡No quise tumbarte! —dijo. Me levantó y luego beso mi mejilla, sin dejar de reír.

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—Buenos días a ti también —le dije, inclinándome hacia su beso. Julianne nos miró por un momento, fingiendo desaprobación. —Vamos. Bizcochos y salsa en la cocina. —¡Sí! —dijo Weston, arrastrándome por el pasillo. Su estado de ánimo se hallaba por lo alto desde el baile de graduación. La noche anterior, al teléfono, estuvo silencioso y un poco hosco cuando hablamos sobre el semestre de otoño. Ahora, era casi maníaco. Julianne cortó dos bizcochos para Weston y para mí, luego los roció con salsa. Cuando colocó los platos frente a nosotros, Weston se lanzó a su plato. Julianne cruzó los brazos sobre su pecho. —Recuerden, si Brady… —Él no le dirá nada a ella —dijo Weston con la boca llena—. No te preocupes. Julianne frunció el ceño. —Me preocupas tú, también. Tienes suerte de no conseguir una suspensión. Weston se llevó otro gran bocado a la boca. —No pueden suspenderme si no suspenden a Brady, y Brett y Lynn no dejarán que eso pase, así que estoy a salvo. —Entonces —dijo Julianne, apoyándose contra la encimara al lado de la estufa—, si empieza algo, lo pararás, ¿verdad? —Correcto —dijo Weston con un movimiento de cabeza. —¿Y sin empeorar la situación? —preguntó ella. —Sí, señora. —Él asintió de nuevo. —Estoy muy bien —comencé. —Estaré en su casillero entre clases —dijo Weston. —¿Qué pasa con las clases que tiene con Brady? ¿O con los amigos de él? — preguntó Julianne. —Estoy aquí —dije un poco más fuerte de lo que pretendía. Julianne cubrió su boca. —Oh, cariño, lo siento. —He hecho esto durante mucho tiempo —dije—. No es mi primer rodeo. Puedo manejar a Brady. No necesito que nadie lo detenga. Julianne dio un paso. —Sólo... nos encontramos tan cerca del final. Quiero que esta semana sea toda de buenos recuerdos para ti.

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—Gracias. —Tomé aliento—. Pero no me puedes mantener a salvo todo el tiempo. No puedes garantizar que las cosas malas no sucederán. Estoy mejor equipada para manejar a Brady y a cualquiera como él de todos modos. —Eso no significa que tienes que tratar con él, especialmente, no en esta semana —dijo Weston. —No necesito a nadie que pelee mis batallas por mí —dije, mi tono demasiado cortante. —No necesitas a nadie para nada —dijo Weston, empujando su plato casi vacío hacia Julianne—. Gracias por el desayuno. —De nada —dijo ella. —Estaré en la camioneta —murmuró antes de dejarnos solas en la cocina. Sacudí la cabeza. —¿Todo está bien? —preguntó Julianne. —Estaba molesto anoche y esta mañana muy bien. Ahora, está molesto de nuevo. No puedo seguirle el ritmo. —Es duro —dijo. Podía decir que evitaba deliberadamente una verdadera respuesta. —¿Qué me estoy perdiendo? —pregunté. Ella vaciló. —Yo... no lo sé, cariño. No puedo ni imaginar lo que pasa por su cabeza. —Pero tienes una idea —dije. Julianne tragó, ya lamentando sus siguientes palabras. —Tal vez al ser sus sentimientos tan fuertes hacia ti es... difícil cuando no sabe dónde están parados. —Pero sabe lo que siento por él. No sé de qué otra manera hacerlo sentir mejor, a excepción de hacerle promesas que no puedo cumplir. —Se siente preocupado por lo que sucederá después de que comience el semestre de otoño. Los chicos son tan emocionales como las niñas. Simplemente que no siempre sienten las cosas tan intensamente como lo hacemos nosotras. Y cuando lo hacen... bueno, no saben cómo manejarlo. —Claramente —dije, poniéndome de pie. —Puse tu mochila junto a la puerta anoche. —Gracias. —La saludé con la mano antes de caminar por el pasillo.

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Tomé mi mochila, pasé las correas sobre mis hombros y luego caminé hacia la camioneta de Weston. Se hallaba de pie junto a la puerta abierta del pasajero, mirando su teléfono mientras tecleaba en él con sus pulgares. Me subí a mi asiento, pero mi agradecimiento tranquilo no obtuvo respuesta. Cuando Weston se sentó tras el volante, extendió su mano para tomar la mía. Cuando no la tomé, me miró. —Háblame —dije. Quiso alcanzar mi mano de nuevo. Lo miré expectante. Suspiró. —¿Hablarte sobre qué? —Tu estado de ánimo anoche. Tu estado de ánimo opuesto de esta mañana. Tu estado de ánimo ahora. Lo que piensas. Lo que te preocupa. Todo lo que no dices, quiero que lo saques. —Eso tardará más de lo que tenemos antes de clase. —Entonces, llegaremos tarde. Weston pensó por un momento, y luego metió el cambio para conducir, alejándose de la acera sin decir nada más. A pesar de que he vivido en mi cabeza la mayor parte del tiempo y no entendía muy bien particularmente cómo hablar con la gente, siempre parecía tener algo que decir, el silencio era sofocante. Después que llegamos a un lugar libre en el estacionamiento de la preparatoria, Weston bajó y luego me ayudó a bajar. Comenzó a caminar hacia el edificio, pero no me moví. Se giró y extendió las manos lo suficientemente alto para palmar sus muslos. —Vamos, nena. Llegaremos tarde. —¿Por qué no quieres hablar conmigo sobre esto? —pregunté. —Porque es una larga conversación, y tenemos clases. —Pudiste hablar conmigo anoche. —Era tarde. —Así que, ¿sólo esperas el momento justo? —Sí. —Así que, es importante. —Sí. —Luego, negó con la cabeza—. No. No lo sé. Quieres hablar de eso, así que supongo que hablaremos sobre eso.

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Mis ojos se estrecharon. —Sólo dime por qué estabas tan feliz esta mañana y qué cambió. —No importa. Era una idea estúpida, y comprendí que no importa. —¿Qué no importa? La campana sonó, y Weston suspiró. —Vamos, Erin. Podemos hablar de eso más tarde. Una ruidosa conversación estalló palabras esperar, paciencia y ahora sobresalían más.

en

mi

mente.

Las

Weston tendió su mano. Una parte de mí quería enrollarme en sus brazos, y la otra quería golpear su mano. Entonces, comprendí que mis pensamientos y emociones eran tan contradictorios como su comportamiento, así que no podía culparlo por lo que sea que pasaba en su cabeza. —¿Lo prometes? —pregunté. —Lo prometo —dijo, extendiendo su mano hacia mí. Caminamos juntos a través de las puertas dobles, y luego por el pasillo hacia mi casillero. Weston me dio un rápido beso antes de correr hacia el pasillo B para su clase, y me apresuré a Bio. Brady se hallaba en su asiento, garabateando en su libreta. Apenas y notó mi llegada. La hinchazón en sus ojos bajó, pero aun así era obvio que Weston consiguió más de un buen golpe. La señora Merit me lanzó una mirada, pero continuó repartiendo la guía de estudio para el examen final. —Esta es la quinta parte de su nota, damas y caballeros. Si tienen intención de hacer su caminata en la ceremonia de graduación el sábado, les sugiero hacer tiempo para estudiar esta hoja. Sostuve el papel frente a mí, viendo todas las preguntas del examen, acompañadas por las respuestas correctas. Las guías de estudio de la señora Merit eran siempre el examen y las respuestas en orden, y me pregunté si el final sería diferente. En cualquier caso, simplemente memorizar qué respuesta iba con qué pregunta sería suficiente. —¿Lograste quitar el ponche de tu vestido? —preguntó Sara. Mis cejas se elevaron mientras procesaba su pregunta. —Tu vestido de fiesta. Oí que Brady derramó su ponche sobre ti… bueno, lanzarlo es más como él. Asentí.

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—¿Realmente lo vertió sobre tu cabeza? El rostro de Brady entró en foco justo sobre el hombro de Sara. Me miraba con el único ojo que no se hallaba demasiado hinchado para ver. Me concentré de nuevo en Sara y luego al papel. —Si eso es cierto, se merecía esos ojos morados. Y si no es así, es probable que se los mereciera de todos modos. —Nadie se merece eso —dije en voz baja. Sara pareció sorprendida, pero no dijo nada. Miró por encima de su hombro a Brady, quien desvió la mirada. —A partir de ahora, apuesto que mantendrá sus bebidas lejos de ti… y cualquiera que hubiera querido hacer eso. Presioné los labios y seguí leyendo la línea de preguntas, fingiendo estudiarlas, mientras la voz de la señora Merit siguió hablando en el fondo. Era difícil concentrarse mientras tantos pensamientos se arremolinaban en mi cabeza. El resto del día pareció durar por siempre, pero antes de darme cuenta, Weston y yo recogíamos materiales de arte al lado del mural del centro. La señora Cup nos observaba a todos como halcón. Si parecía que no teníamos control total de nuestros pinceles, se aseguraría de que recordáramos su amenaza de reprobarnos si utilizábamos la pintura para algo más que el mural. Después de terminar, Weston abrió la puerta del pasajero, y subí. Me miró, una tormenta formándose en sus ojos. Estuvo en silencio durante todo el día, y no estaba segura de cuándo decidiría hablar de lo que le molestaba. Me hizo esperar hasta que estuvimos en su sótano. —¿Tienes tarea? —preguntó. —Tengo que estudiar para los exámenes finales. —También yo —dijo, golpeteando la suela de su zapato. Guardó silencio durante unos instantes, luego exhaló un profundo suspiro—. ¿Qué pasa si yo...? — Frunció el ceño. —¿Qué pasa si tú qué? —dije, presionando. La habitación se quedó en silencio. La televisión estaba oscura. Peter y Verónica aún se encontraban en el trabajo. El sótano se sentía como a un kilómetro bajo tierra en lugar de sólo en la planta baja. Pero aun así, quería decirme lo que estuvo guardando en la privacidad de su espacio, en su propio terreno, donde se sentía seguro y en control. Tragué saliva. Por primera vez, sentí miedo de lo que diría.

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—¿Estás rompiendo conmigo? —pregunté. Hizo una mueca de disgusto y se alejó de mí, sacudiendo la cabeza. — Tendrías que ser mi novia para hacer eso. —¿Qué se supone que significa eso? —dije, los cabellos de mi nuca en punta. Cada centímetro de mi piel se sentía en carne viva, al igual que las cicatrices que acumulé a lo largo de los años sólo desaparecieron, dejándome indefensa. Weston lamentó al instante su comentario, tomando mis manos. —Eso no es lo que quise decir. Sólo quería decir que realmente no eres mía. Al menos, así es como se siente. Me puse de pie. —Entonces, ¿qué hacemos? Weston me instó a sentarme de nuevo junto a él. —Digo todo mal. Todo el día he repasado lo que diría... toda la semana, y aun así lo arruino. —¿Arruinando qué? ¿Qué sucede contigo? Respiró hondo. —Me asusta cuando hablas de agosto. Pienso sobre nuestra relación existente solo por teléfono y vacaciones, y me asusta demasiado, ¿de acuerdo? Pensé que tal vez... pensé que podía inscribirme en la UEO. Entonces, tal vez si estoy ahí en la Estatal-O contigo... —¿Qué? —Entonces, esta mañana, tu... recordé... —¿Recordaste qué? Exhaló como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. —No me necesitas, Erin. Y eso me asusta demasiado. Pensé en sus palabras. Parecía herido, y aunque quería ser sincera, era deshonesto lastimar al hombre que amaba. Elegí cuidadosamente mi respuesta. —¿Qué te hace pensar que no te necesito? Apartó la vista. —No necesitas a nadie. Estuve... Llegué demasiado tarde. Esperé demasiado tiempo. Tuviste que construir muros. Hiciste planes para tu futuro que no me incluyen. Tal vez es patético el pensar en formas para evitar perderte, pero por fin me encuentro donde quiero estar. —Quieres estar en Dallas. —Quiero estar contigo.

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—Weston, parejas van a diferentes universidades todo el tiempo. Habrá que ajustarse, sin vernos tanto el uno al otro, pero no será el fin del mundo. —¿Ves? —Esta vez, él fue el que se puso de pie. Me señaló mientras se paseaba—. Eso. Eso justo ahí. Sí, me preocupa el ir en diferentes direcciones, que nos apartaremos, que conocerás a alguien nuevo. ¿A ti no? Negué con la cabeza. —No. —El hecho de que no te preocupes por eso me mata, Erin. Esto me hace preguntarme si de verdad me amas. La piel alrededor de sus ojos se encontraba tensa, y pude ver su pulso palpitante a un lado de su cuello. —Quieres que haga promesas que no puedo cumplir. Dijiste que pasaríamos por esto juntos. Estoy intent{ndolo. No sé lo que ha cambiado… o por qué. Agarró el control remoto de la mesa y lo lanzó al otro lado de la habitación. El plástico negro explotó en mil pedazos, estallando en todas direcciones. Salté, tapándome la nariz y la boca con las manos. Weston unió sus dedos sobre la coronilla de su cabeza mientras continuaba caminando de un lado a otro, sus mejillas se sonrojaron por la frustración. — ¡Estamos algo más allá de intentarlo, Erin! ¿No te parece? Quiero decir, ¿qué es esto para ti? ¿Solo pasas el tiempo hasta que te vayas a la universidad? —¡No! —dije. Me sentí media insultada pero también media desesperada por hacer que se sintiera mejor, por calmar sus temores, pero ninguno de los dos sabía qué pasaría con seguridad. Él sabría que mentía si trataba de decir lo contrario. Me puse de pie, quitando sus manos de su cabeza y envolví sus brazos a mi alrededor. —¡Para! Para. —Traté de mantener mi voz baja. Apoyé mi mejilla contra su pecho, haciendo que la sutil respiración sibilante en sus pulmones fuera más notable para mí, y eso me preocupaba. Me miró a los ojos, en busca de algo. —¿Estás inscrita en UEO? La Universidad del Norte de Texas no está ni siquiera a una hora de distancia de donde estaré. Es una de las mayores universidades públicas de la nación. El año que viene, podríamos encontrar un lugar en algún lugar en medio… Negué con la cabeza. —Ya fui aceptada. Ni siquiera apliqué a la UNT. La matrícula fuera del estado sería ridícula.

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—Sam y Julianne pagan, ¿recuerdas? UNT es una gran universidad que ofrece todo lo que ofrece UEO. No hay un instituto de arte cerca de Stillwater. Solo aplica, y… —No abusaré de mis padres, así estaré más convenientemente ubicada para ti. —¿Para mí? —dijo, incrédulo. —¿Y ahora hablas de vivir juntos? ¿En un año? Creo que estoy más preparada de que rompas conmigo. La boca de Weston se abrió, e hice una mueca de arrepentimiento. —He querido ir a UEO toda mi vida, Weston. Por favor trata de entender eso. —He estado enamorado de ti toda mi vida. Me senté en el sofá y me cubrí el rostro con las manos. Después de varios minutos de silencio, lo miré. No se movió. —¿Qué es esto? ¿Un ultimátum? Si no voy a la UNT, ¿entonces qué? Se sentó a mi lado. —No es un ultimátum. Tenía la esperanza de que estuvieras emocionada. No te has decidido por una especialidad. No veo por qué no puedes ir ahí en su lugar. Si tienes intención de salir de Blackwell, puedo prometerte que encontrarás a mucha menos gente en la UNT que en la UEO. — Cuando no respondí, continuó—: ¿Sabías que Brady va a la UEO? —No, no irá ahí —dije, sacudiendo mi cabeza. —Los Becks son ex alumnos de UEO. —Eso no quiere decir que él… —Él irá a UEO, Erin. Fue aceptado. Irá. Y no puedo protegerte de él si estoy en Dallas. —Es un campus grande. —Erin… —No. No me asustarás para hacer lo que quieres. No tengo miedo de él. Nunca he tenido miedo de él… ni a nadie. —Entonces, ¿cuál es el punto? ¿Qué importa si dejas Blackwell cuando lidiarás con la misma gente? —No es la preparatoria. Será diferente. Dudo que alguna vez lo vea. —¿Por qué eres tan terca sobre esto?

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—¡No soy terca! ¡Es algo que quiero! —¡Nunca has estado en el maldito campus, Erin! ¿Cómo sabes si eso es lo que quieres? —gritó. Las venas de su cuello sobresalían de su piel enrojecida. Se apartó de mí. Entonces, se puso de pie y comenzó a pasearse de nuevo con los dedos entrelazados en la parte superior de la cabeza. —Me amaste desde antes de pasar tiempo conmigo. A veces, simplemente lo sabes. Weston se giró y se sentó en la mesa de café, frente a mí, se inclinó y agarró mis rodillas. —Lo estoy. Estoy tan enamorado de ti. No quiero ser sólo una parada en tu camino para salir de aquí. —No lo eres —dije, con algo de desesperación en mi voz. —Ninguna relación funcionará si no es una prioridad. Definitivamente no una a larga distancia. Temo que si no es fácil, si es demasiado trabajo, me llamarás un día y me dirás que se acabó. Necesito que me necesites, Erin. Si no lo haces, no estás comprometida lo suficiente como para hacer que funcione. —Weston, ¿me escuchas? Te digo… —Todo menos lo que quiero escuchar. Fruncí el ceño. —Quieres una promesa. —Yo puedo hacer esa promesa. Justo aquí, esta noche, puedo prometer que puedo hacer que funcione. Puedo prometer que no renunciaré. Sentí lágrimas ardiendo en mis ojos. —Eso es como prometer que no morirás o prometer que nunca herirás a alguien. Hay cosas que no están en nuestro control. No puedes prometer que estaremos juntos, porque no sabes cómo te sentirás de aquí a un año. —Sí, Erin. Puedo. —Me miró por un largo tiempo, y luego su mandíbula se tensó—. ¿No confías en mí? ¿O en nosotros? —Hace unos meses, estabas enamorado de una Erin diferente. Me miró. —Sabes que eso no es cierto. —No estoy siendo difícil, Weston. Soy realista. No trato de hacerte daño. —Entonces, prometes que lo intentarás. —Por supuesto que lo intentaré. Tocó su frente con la mía, insatisfecho incluso con las palabras que me pidió decir. —No nos queda mucho tiempo. Cuento los días hasta que empaquemos y

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conduzcamos en diferentes direcciones. Se siente permanente. No sé lo que pasará dentro de un año, pero sé que nunca dejaré de amarte. Y haré cualquier cosa para evitar dejar de intentarlo. —Weston —susurré. Aspiré una bocanada de aire. Una lágrima se derramó y cayó en una línea por mi mejilla—. No puedo hacer esto por ti. Tengo que hacer esto por mí. Su rostro se tensó como si sintiera dolor, y habló en un tono de ruego—: Sé que somos chicos de preparatoria, y que es una locura sentirme de esta manera, pero la universidad es cuatro años de mi futuro. El resto es todo tú. Tomé una respiración profunda y toqué sus mejillas con las manos. —Uno de estos días, estarás observando mi título de la Universidad Estatal de Oklahoma en la pared de nuestra casa en algún lugar de Texas, y te recordaré la última semana de la preparatoria y lo preocupado que estabas por nada. Rio una vez sin humor, y veía tan profundamente a mis ojos que mis paredes no podían mantenerlo fuera. —Eso suena un poco como una promesa. Mordí mi labio. —Es una predicción. Bajó la mirada hacia el suelo y luego la elevó hacia mí con una sonrisa artificial. —Tomaré lo que pueda conseguir.

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8 Traducido por Adriana Tate Corregido por Meliizza

Fruncí el ceño al tiempo que Julianne me colocaba el birrete de graduación en la cabeza. Era cuadrado e incómodo, y no me hacía sentir brillante en absoluto. —¿De quién fue la idea de usar birretes que nos hacen lucir estúpidos en un día en el que se supone que debemos sentirnos inteligentes? —pregunté. Julianne se rió entre dientes. Sam se cruzó de brazos y se inclinó contra la manilla. —Creo que te ves muy hermosa e increíblemente inteligente. Le ofrecí una pequeña sonrisa. —Gracias. —Me sorprende que en tu cabeza pueda entrar ese birrete —añadió Sam, acomodándose sus gafas redondas de carey. Una carcajada salió de la boca de Julianne, y luego apretó los labios, sacudiendo la cabeza mientras continuaba colocando broches en mi cabello. —Muy gracioso —dije, intentando con todas mis fuerzas de no reírme, también. Julianne me besó en la mejilla. —Todo listo —dijo, caminando para pararse al lado de su esposo. Sam sostuvo a Julianne contra su costado. Mi madre sostuvo sus dedos en su boca y luego apoyó su sien contra el hombro de Sam. —Mírala. —La estoy mirando —dijo Sam en voz baja. Sus expresiones eran una mezcla de felicidad y tristeza que me había acostumbrado a presenciar, simultáneamente lamentándose por la hija que perdieron y celebrando la que encontraron. El teléfono de Julianne sonó, y contestó con voz alegre—: Hola, Verónica. — Su voz inmediatamente disminuyó a un susurro, y se fue al pasillo—. No… sí, ella

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est{ aquí. No lo sé. Estoy segura que podría, pero… est{ bien. Por supuesto. Por supuesto. Adiós. —Regresó a la habitación, sus ojos bailando entre Sam y yo—. Weston no est{… bien. —¿Su asma? —pregunté, dando un paso. Negó con la cabeza. —¿Qué pasa? —preguntó Sam. —Está alterado —dijo Julianne. Sabía a qué se refería, y aparentemente, también Sam porque sus ojos se iluminaron con entendimiento. —No sé cómo hacer para que se sienta mejor. Lo he intentado —dije. —No estoy seguro que alguien pueda —dijo Sam—. Es algo que tendrá que solucionar por su propia cuenta. —Él pensó en matricularse en OSU —dije. —Él, ¿qué? —dijo Sam, alejándose de la manilla al tiempo que se erguía. —Entonces, me pidió que me matriculara en la Universidad del Norte de Texas. Está a menos de una hora del Instituto de Arte de Dallas. Julianne miró a Sam antes de mirarme de nuevo. —¿Es eso lo que quieres? Después de vacilar un poco, negué con la cabeza. —No. Quiero ir a OSU. —Entonces, no deberías cambiar de opinión —dijo Sam. Miré mis uñas. —Hizo buenos argumentos. Dijo que UNT ofrece los mismos programas, pero no es ni cerca comparable al programa de arte de OSU. Ya que no he decidido mi especialidad, no entiende por qué no cambiaría de universidad. —No tiene que entender —dijo Sam—. No soy indiferente a sus sentimientos. Reconozco su miedo. No me puedo imaginar cómo me sentiría si estuviera en sus zapatos —dijo, mirando amorosamente a su esposa—. Estoy seguro que es preocupante, no saber qué podría pasar cuando tienes fuertes sentimientos por alguien. Pero él tiene que dejarte ir, Erin. Si están predestinados a estar juntos, funcionará. —Él no tiene que dejarla ir —dijo Julianne—. Pueden hacer que funcione, si eso es lo que ambos quieren. Asentí. —¿Es eso lo que quieres? —preguntó Julianne. —Lo amo. Pero me amo, también.

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Julianne suspiró y caminó un par de pasos para jalarme en uno de sus increíbles abrazos. —Como debe de ser. —Estará bien —dijo Sam—. Tengo la sensación de que está preocupado por un montón de cosas. Tiene grandes cambios por venir. Ambos los tienen. Julianne me dio un abrazo más antes de soltarme. Enderezó la borla colgando de mi birrete y sonrió. —Quizás podrías ir allí antes de que nos vayamos. Animarlo. Debería ser un día feliz. Asentí y caminé más allá de ella y Sam hacia el pasillo, y luego descendí las escaleras. La puerta principal chirrió cuando la abrí, y salí hacia la brillante luz del sol. Con cada paso que daba, mi corazón se sentía más pesado, y mi cabeza se sentía llena de pensamientos de qué esperar cuando entrara en la casa de los Gates. Las palabras de Sam y Julianne se quedaron atrapadas en el interior de mi mente, repitiéndose al ritmo de mis pasos. Está alterado. No deberías cambiar de opinión por nadie. Es preocupante. Él no tiene que dejarla ir. ¿Es eso lo que quieres? Estará bien. Toqué la gruesa puerta de madera y esperé. Después de un minuto, nadie vino, así que toqué de nuevo. Esperé, y nada pasó. Giré la manilla, y pude escuchar voces proviniendo del fondo de la casa, probablemente de la sala de estar. Entré y cerré la puerta detrás de mí. Las palabras de Weston se mezclaban. Su voz se elevaba. Peter y Verónica intentaban razonar con él. Se encontraba más que alterado. —¿Puedes intentar disfrutar el día? —suplicó Verónica—. No sólo te lo estás arruinando, Weston. Se lo vas a arruinar a ella. —Este no es tu último día con ella —dijo Peter, con la voz tensa—. Tendrás todo el verano. —¿Es eso lo que Sam y Julianne dijeron? ¿Saben algo? —preguntó Weston. —No —dijo Peter—. Weston, cálmate. Te estás agitando. Escuché un sonido, y luego Weston tomó una bocanada de su inhalador.

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—Esto es todo —dijo Weston, sonando roto—. Esperé demasiado tiempo. No tuvimos suficiente tiempo. —¿Suficiente tiempo para qué? —preguntó Verónica. —Para que ella tuviera suficientes y fuertes sentimientos hacia mí. Ella no siente lo mismo que yo. —Weston, tienes dieciocho años. Tienes toda una vida por delante —lo regañó Peter—. Erin es una chica dulce, pero no es la única. Si sigue adelante, entonces tú también puedes. —No lo entiendes —dijo Weston—. Simplemente no lo entiendes. Si alguna vez amaste a mamá de la forma en como yo amo a Erin, no me dirías eso. —¡Weston! —gritó Verónica. Me giré hacia el baño y presioné mi espalda contra la pared. Si supieran que escuché su conversación, estarían avergonzados, y yo también. Tenía que salir de allí antes de que se dieran cuenta que había entrado. Las siguientes palabras de Weston fueron ahogadas. Luego, Peter habló—: Sé que es mejor sentir ese tipo de amor incluso por un corto tiempo, que nunca sentirlo en absoluto. También sé que si continuas presionando en esto, vas a alejarla. Mientras me apresuraba por el pasillo, Weston habló nuevamente—: No puedo evitarlo. La amo. Siempre la he amado. No sé cómo es no amarla. Ahora que sé cómo es estar con ella, nunca lo superaré. No creo que debería. Todo el mundo sigue diciéndome que tengo que dejarla ir. Pero, ¿por qué me haría eso a mí mismo? Ya sé lo que se siente asfixiarse, aspirar una bocanada de aire y no conseguir suficiente, sin importar cuántas veces o cuán profundo lo hagas. Dices que estoy siendo melodramático, que estoy sobreactuando, pero sé lo que se siente estar muriéndose, y lo he sentido m{s de una vez. Esto… esto es peor. Me deslicé por la puerta principal y me cubrí la boca, tratando de alcanzar la barandilla de hierro justo cuando mis rodillas cedieron. Cada respiración temblorosa que llenó mis pulmones me hicieron pensar en sus palabras, y en la agonía y el dolor en su voz. Después de tomarme un par de minutos para recobrar la compostura, empuñé mi mano y golpeé contra la madera. Weston había estado emocionado por estos últimos días de escuela, y no iba a dejarlo que se arrepintiera de nada. Incluso si yo era la única que todavía se quejaba, él necesitaba escuchar un par de simples palabras, y se las diría, palabras que tenía miedo de decir en voz alta, pero que eso no las hacía menos ciertas.

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Cuando nadie vino a la puerta, toqué el timbre, escuchando lo que sonaba como campanas de catedral repicando una melodía intrincada. Verónica abrió la puerta, con expresión cansada. —Erin —dijo, aliviada. —¿Puedo pasar? —le pregunté. Dio un paso a un lado y abrió la puerta más ampliamente. —Sí, por favor. Está en la sala. Me apresuré por el pasillo, pasando por la puerta del sótano y la cocina, y abruptamente me detuve a dos metros de Weston. Todavía se encontraba de espaldas. —¿Weston? —pregunté, sin saber si todavía quería verme. Se dio la vuelta. Sus ojos se encontraban enrojecidos, sus mejillas sonrojadas. —¿Te dijeron que vinieras? Negué con la cabeza, esperando que se creyera la mentira. No quería alterarlo aún más. —Quería verte. —No de esta manera. Soy un maldito desastre. —Estás nervioso. Todos lo estamos. Está bien. Enganchó un par de dedos a cada lado de su cadera y miró al suelo. Su pecho subía con cada profunda respiración que tomaba como si intentara calmarse. —Me siento loco algunas veces. Quiero decir… sabía que estaba loco por ti, pero… maldición. No puedo controlar esto. Me asusta muchísimo. —Háblame —le dije. —Es el final, ¿verdad? Nos quedan un par de semanas del verano, y luego se acabó. —No —le dije, sacudiendo la cabeza—. ¿Por qué no me crees? Sus ojos se movieron alrededor de la sala, finalmente fijándose en mí. —He estado esperando, escuchando, observando. He estado esperando a que digas lo que necesito escuchar. Ni siquiera sé lo que es, Erin. Cada día que pasa simplemente me hace sentir peor. —No se supone que deba ser así —dije, con voz diminuta—. No se supone que seas miserable. Se supone que debemos estar haciendo buenos recuerdos, ¿recuerdas? Asintió y luego extendió sus manos hacia mí. Tomé un par de pasos y me derretí en su pecho, permitiendo que sus brazos me rodearan.

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—Oye —le susurré, esperando que mi voz fuera reconfortante. Agarré su túnica de graduación en mis puños, intentando fingir que no escuché cada vergonzoso pensamiento que confesó. Enterró su rostro en mi cuello, su respiración era irregular. Se alteraba más, y era frustrante saber que mientras más intentaba calmarlo, peor parecía sentirse. Tenía que cambiar mi estrategia. —Weston —le espeté, obligándolo a mirarme a los ojos—, he estado pensando en lo que hablamos el otro día. Contuvo la respiración, preparándose. —Te equivocas. Te equivocas completamente sobre todo. —Eso… apesta —dijo. Frunció el ceño. —Sí te necesito. Se apartó de mí, buscando algo en mis ojos. —Sé qué piensas que no te necesito, y eso es mi culpa. Quizás no quería necesitarte. Pero necesitaba que fueras a Dairy Queen por un helado todos los días, sólo para poder tener ese momento cuando éramos sólo tú y yo. Necesitaba que me acompañaras cuando caminé a casa esa noche. Necesité que convirtieras el paso elevado en el primer lugar en el que alguna vez me sentí segura. Necesité que me besaras enfrente de todo el mundo en la cancha. Necesité que compartieras mi primer viaje en limosina. Incluso pude haber necesitado que tuvieras miedo de perderme porque estoy aterrada de perderte. —Tú no… actúas como si lo hicieras —dijo, las palabras parecieron dejar un mal sabor en su boca. —No quiero hablar sobre cómo vamos hacer que esto funcione después de este verano, porque no quiero pensar sobre ello. Simplemente quiero que funcione. Simplemente quiero que lo resolvamos. Weston frunció las cejas. —No voy a ir a ninguna parte. —No, si vas. Y yo también. Vamos a despedirnos en un par de meses, pero simplemente concéntrate en el hecho que no será para siempre. OSU va a ser mi segundo hogar, y Dallas será el tuyo. Mis nuevos amigos serán tus amigos, también. E incluso cuando no tengamos experiencias juntos, ellas serán algo más cuando podamos pasar una hora riéndonos por teléfono. Vamos en diferentes direcciones, pero siempre podemos regresar a nosotros. Somos la base del hogar. Se quitó su tonto birrete y acunó mi mandíbula, inclinando su cabeza y presionando sus labios sobre los míos. No se molestó en comenzar con la boca

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cerrada. Me consumió, su miedo y alivio evidente en cada roce apasionado de su lengua contra la mía. No me pidió más promesas o que me cambiara de universidad. Sólo necesitaba la seguridad de que tenía tanto miedo como él, porque amar era maravillosamente aterrador. Weston se volvió a colocar el birrete en la cabeza e inhaló, profunda y lentamente, como si fuera la primera vez que respiraba en semanas. —Lo siento —me dijo. Peter y Verónica entraron, viéndose aliviados de ver a su hijo más relajado. —Lo siento —le dijo a sus padres—. Simplemente me golpeó esta mañana incluso antes de que el sol saliera. Pero simplemente seguía oscureciéndose más. Mientras más se acercaba, peor se sentía. —Tocó la cadena plateada que vio asomándose por mi vestido, y luego sacó el dije en forma de corazón de su escondite. —Este es el principio, no el fin —le dije. Verónica sostuvo la borla de Weston, levantando las comisuras de su boca cautelosamente. No tenía la certeza de cuánto de nuestra conversación escuchó, pero podía ver a Weston en un mucho mejor estado de ánimo. —No olvides esto —dijo, fijándola en la cima de su birrete. —¿Todo bien, entonces? —preguntó Peter. Cuando Weston asintió, Peter tintineó sus llaves—. Andando. Los abuelos están esperando. Weston se fue con sus padres a la escuela, y yo con los míos. Las familias Gates y Alderman se encontraron en el estacionamiento, y Weston y yo caminamos hacia la cabina de grabación mientras nuestros padres se encontraron con los abuelos de Weston en el auditorio. Una vez adentro, Weston habló con sus amigos de béisbol y fútbol, sosteniendo mi mano, mientras escuchaba las emocionadas bromas de todo el mundo llenando la habitación. Los del último año se abrazaron, y algunas de las chicas se secaron las lágrimas con un pañuelo, con cuidado de no arruinarse el maquillaje. Todos se encontraban felices, quizás más felices de lo que alguna vez los había visto. La señora Pyles se me acercó con su destacada radiante sonrisa y brillantes ojos azules. —¡Mírate! —dijo—. ¿Estás nerviosa? —En realidad no —le dije. —Vas hacer una de las primeras en entrar.

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—Oh. ¿Dirán Alderman? —Eso creo. No había pensado en eso. Podría ser un poco extraño para muchos escuchar el nombre de Erin Alderman por los altavoces cuando la Erin Alderman que conocieron había fallecido. —¿Preferirías que dijeran Easter? Les puedo hacer saber. —¿Tal vez les podrías pedir que digan Erin Easter Alderman? —dije, sin estar segura de que eso fuera lo correcto de hacer tampoco. —Por supuesto. —La señora Pyles me guiñó un ojo—. Iré hacerme cargo de eso ahora. Asentí. —Gracias. Antes de que pudiera alejarse más, tiré de su cárdigan. Ella se giró y luego se tensó cuando le di un abrazo. Era inesperado pero no inoportuno. — Gracias. Por todo. Me devolvió el abrazo. —De nada, bomboncito. Estoy tan condenadamente feliz por ti. —Después de una dulce sonrisa, se giró sobre sus talones y continuó hacia el auditorio. Brendan, Brady, Micah y Andrew se encontraban de pie en la esquina de la habitación. Los ojos de Brady ya no se hallaban hinchados, pero los moretones todavía eran evidentes con las manchas púrpuras que comenzaban a tornarse de amarillo en varios lugares. Me di cuenta que todos los rastros de su encontronazo con Weston se desaparecerían entre un par de semanas. La consejera de los del último año, la señora Hunter, apenas podía ser vista entre la multitud, pero su voz resonó por toda la habitación—: ¡Muy bien, escuchen todos! ¡Llegó la hora de formarse! Justo como practicamos el viernes en la mañana, los ochenta y cuatro miembros de nuestra promoción de alguna manera se organizaron en orden alfabético sin mucha confusión. El emocionante murmullo se intensificó mientras nos acomodábamos en nuestros lugares. Brady se encontraba sólo a cinco lugares de mí, pero era fácil fingir que no se encontraba allí. Con Kiki Abrams a mi lado y Charlena Arnt en el otro, me mantuve ocupada con la conversación. Kiki se dio toquecitos con cautela en la esquina de su ojo. —No puedo creer que esté tan sentimental. No pensé que me molestaría, y todo lo que he hecho hoy es llorar.

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—Yo no —dijo Charlena—. Quiero salir de aquí lo más pronto posible. Sonreí, me alegraba escuchar que no era la única que se sentía de esa manera. La banda comenzó a tocar, y la habitación se quedó en silencio. Kiki siguió a la señora Hunter a través de las puertas dobles. El sol ya calentaba, pegándonos de frente, pero se sentía como liberación para mí. Caminamos en una fila hacia el sur por la acera de la entrada del auditorio. La fila se hizo un círculo hasta que nos encontrábamos todos adentro del glorioso aire-acondicionado, y entonces esperamos de nuevo por nuestra señal para entrar. Busqué a Weston, y una vez que nuestras miradas se encontraron, me saludó con la mano y me guiñó un ojo. Le devolví el saludo, sintiéndome extraña de estar alrededor de muchos de nuestros compañeros sin él cerca de mí. La señora Hunter y el entrenador Morris abrieron las puertas, y caminamos por el pasillo hacia las seis primeras filas que fueron adornadas para nosotros. Antes de que me sentara en la fila del frente, vi las manos de Sam y Julianne asomándose por encima del mar de cabezas, saludándome. Les devolví el saludo y tomé asiento. Un par de minutos más tarde, una voz familiar me susurró al oído—: Hola, hermosa. ¿Qué vas hacer más tarde? Inmediatamente, me sentí a gusto. Weston se encontraba sentado justo detrás de mí. —Lo que sea que tú hagas —le respondí susurrando. Tocó con sus labios la piel justo debajo de mi oreja, y luego lo pude escuchar acomodándose en su asiento. —Tan lindos —dijo Kiki con una sonrisa de complicidad. El director Bringham fue presentado, y después de un montón de charla por un montón de personas, el himno de nuestra escuela, y los discursos pronunciados por el primer y segundo mejor promedio académico; el superintendente y el director tomaron sus lugares. Con un micrófono en la mano, el entrenador Morris se dirigió hacia la cabina de sonido al fondo del auditorio, preparándose para nombrarnos. Me puse de pie junto con la primera fila de estudiantes, nos formamos en la base de las escaleras que dirigían hacia el escenario. —Laura Kathryn “Kiki” Abrams. —La voz del entrenador Morris anunció por los parlantes.

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La multitud estalló en aplausos con varias personas gritando varias ovaciones. Por la mitad de un segundo, me pregunté si la habitación se quedaría en un incómodo silencio después de que mi nombre fuera llamado, pero el pensamiento no tuvo tiempo para quedarse. —Erin Easter Alderman. Después de una corta pausa que fue claramente producto de la sorpresa de que mi nombre había sido llamado, la habitación estalló en aplausos, y ambos Sam y Weston se pusieron de pie para gritar por mí. —¡Así se hace! —gritó Sam. Julianne tomó una docena de fotos. —¡Siiiii! ¡Erin! —gritó Weston—. ¡Bien hecho, nena! Subí las escaleras, estreché la mano del director Bringham, y luego crucé el escenario hacia el superintendente. Estreché su mano con mi mano derecha y tomé mi diploma con la izquierda. Las sillas se hallaban alineadas en fila hacia la parte de atrás del escenario, y tomé mi lugar al lado de Kiki. —Charlena Nicole Arnt —nombró el entrenador Morris. La multitud estalló en aplausos nuevamente. Uno por uno, los nombres fueron llamados, los estudiantes caminaban por el escenario, y luego tomaban sus asientos. Cuando fue el turno de Weston, mis pequeñas vitoreas fueron ahogadas por sus compañeros del equipo de fútbol y béisbol. Tomó su asiento detrás de mí, y una vez más, se inclinó para besarme, esta vez, en la mejilla. Mientras cada nombre era llamado, más asientos vacíos quedaban en la sección reservada. Mi garganta comenzó a apretarse, y mis ojos comenzaron a arder. La emoción me sorprendió. Había estado contando los días para este momento. Pero no fue agridulce o incluso un alivio. Fue todo lo que alguna vez sentí desde el jardín de infancia hasta ese momento, todo a la vez. Cada recuerdo, cada sonrisa, cada lágrima, cada decepción, cada victoria se estaba amontonando encima de mí debajo de las brillantes luces del escenario. Una vez que las formalidades terminaron y nos encontrábamos afuera, la señora Hunter organizó el pandemónium el tiempo suficiente para que contáramos de forma regresiva hasta el momento cuando tiráramos nuestros birretes. El fotógrafo alistó su cámara como lo hicieron todos los padres, amigos y varios miembros de la familia. Al unísono, los graduandos se quitaron sus birretes y los lazaron al aire.

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Mientras los birretes regresaban a la tierra, Weston me abrazó, y en plena celebración, hizo que todo el mundo a nuestro alrededor se paralizara en el momento con un increíble beso. Contaba nuestra historia de amor, nuestro futuro y nuestro pasado. Y todo fue delante de casi todos los que conocíamos. Cuando finalmente me soltó, lentamente, todos a nuestro alrededor comenzaron a moverse de nuevo como si no hubieran notado que acabábamos de tener uno de esos momentos en los que sólo un recuerdo podría capturar apropiadamente. Weston enganchó su brazo alrededor de mi cuello, luciendo mucho más feliz de lo que lució más temprano en el día. —¿Ahora qué? —le pregunté. —Hay una fiesta de graduación en Diversion Dam, con un barril de cerveza y una fogata, o una noche tranquila en nuestro paso elevado con una soda de naranja, estrellas fugases y luciérnagas. Lo que la dama elija. —Guau. Esa es una decisión difícil —dije, con una gran sonrisa expandiéndose por mi rostro.

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9 Traducido por florbarbero Corregido por Mel Wentworth

Las cigarras cantaban alto, a una frecuencia inquietante, compitiendo con los grillos que chirriaban en algún lugar de los pastizales bordeando el puente. Había un flujo constante de faros dirigiéndose de norte a sur por debajo de nosotros y un torrente intermitente de aire que con cada pasada se sumaba a la ligera brisa soplando a través de la hierba. Las estrellas titilando completaban la noche perfecta. Weston yacía a mi lado, permitiéndome usar su brazo como almohada. Tan pronto como salimos de la cabina de su Chevy con aire acondicionado y acomodamos la colcha de mezclilla a través de la cama de la camioneta, noté que el calor de principios de verano no se había ido con la puesta de sol, como suele suceder en esta época del año. Incluso usando un top de encaje blanco y pantalones cortos, el aire húmedo y pegajoso se asentó en mi piel, y gotas de sudor empezaron a formarse a lo largo de mi cabello y en cualquier punto donde nuestra piel estaba en contacto, los cuales eran muchos. Weston introdujo la mano en la nevera portátil y sacó una lata de Fanta, entregándomela, antes de que nos acomodáramos. Nos turnamos para beberla en tanto mirábamos hacia el cielo, escuchando los tonos apagados de verano. La graduación no fue muy larga, pero la toma de cientos de fotos, la muchedumbre, las despedidas corteses, los abrazos y sonrisas fueron sólo el prólogo para las celebraciones familiares, los regalos, y las preguntas sobre mi futuro y el de Weston y montones de cosas para las que no tenía una respuesta. De todas formas, el dolor en mis mejillas por forzar una sonrisa cortés y agradecida por horas y el agotamiento que me produjo socializar eran mucho mejor que estar sola, aunque me tomó algo de tiempo acostumbrarme a ello. Pensar en cómo podría haber sido esta tarde si mi vida no hubiese tomado un giro tan drástico fue un recordatorio rápido para que soportara el ardor en mis mejillas y estuviera agradecida de que la gente se preocupara lo suficiente como para preguntarme por un futuro que ahora tenía.

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Aún así, estar sentada tranquilamente con Weston en mi lugar preferido fue la mejor parte del día. Despreocupadamente jugaba con mi pelo mientras sus ojos recorrían las millones de estrellas iluminando el cielo. Eran más visibles fuera de los límites de la ciudad, tanto que cada vez que levantaba la vista desde el lugar donde estábamos sobre el puente, jadeaba. —Te amo —dijo Weston simplemente. Su voz también lo era. No parecía el inicio de una conversación más complicada o seria. Él sólo quería decirlo en voz alta. Una sonrisa se extendió por mi rostro. Unos meses antes, Weston sólo era un deseo, estaba fuera de alcance, pero ahora, me encontraba en sus brazos. Las palabras desesperadas que le dijo a sus padres se reproducían otra vez en mi cabeza como lo hicieron durante todo el día. Entre los apretones de manos y fotos, la realidad de ser amada por Weston, por Sam y Julianne, y la responsabilidad que venía con ello quedó en claro. El amor requiere la capacidad de comprensión, tomar y dar, conciliación y compromiso. El amor requería mucho más trabajo que estar solo, pero valía la pena completamente. Miré a Weston. Él me necesitaba. Era el chico a quién miraba furtivamente, esperando la siguiente vez que nuestros ojos se encontraran, esperando que supiera que el hecho de que hiciera su helado de cereza extra grande de alguna manera se traducía en una proclamación de amor. Ahora, yo era la única persona a la que él quería mantener desesperadamente, la necesitaba en su futuro. Ya sea se supusiera o no que nos amáramos, no importaba mientras nuestro amor se mantuviera en movimiento continuo, hacia adelante infinitamente. —También te amo —le dije. Un auto conduciendo hacia nosotros desde el camino, no en la autopista por debajo, despertó mi atención, y levanté la cabeza para ver un par de faros aproximándose hacia el puente desde la carretera este. —¿Y si es el sheriff? —pregunté. Weston parecía imperturbable. —Nos dirá que nos movamos. No es gran cosa. A medida que el vehículo se acercaba, vi que era una camioneta. Frenó justo antes de llegar al puente. Sostuve la mano sobre mis ojos entrecerrados, para poder ver a través de las luces brillantes. Las cuatro puertas se abrieron, y varias formas oscuras salieron.

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Weston se sentó y entonces saltó al cemento sucio. —Mierda —siseó entre dientes. —¡Te estás perdiendo la fiesta! —Brendan se alejó de los faros lo suficiente para dejar de ser sólo una silueta. Tenía en la mano una lata de Natural Light, y se tambaleaba de una pierna a la otra para mantenerse en pie. Brady, Andrew, Micah, y Tyson estaban de pie junto a él, todos sosteniendo cervezas. Tyson parecía un poco nervioso. Los ojos de Andrew se veían vidriosos, y claramente se esforzaba tanto como Brendan para mantenerse en pie. —Parece que todos ustedes están a punto de terminar por la noche —dijo Weston. Su tono era cauteloso. Trataba de sonar inafectado, pero había un poco de nerviosismo en su voz. —¿Quieres una cerveza? —preguntó Brendan, tirando una lata hacia Weston. La dejó caer al suelo junto a sus pies. —En realidad no. —¿Cuál es tu problema, Gates? —preguntó Andrew—. Nunca sales con nosotros. Has perdido tu sentido del humor desde que estás con ella. —Me señaló, su objetivo un poco desviado. —Empaca, Erin. Vamos a encontrar otro lugar que no esté tan lleno de gente —dijo Weston. Cerré la hielera y comencé a doblar la manta. —Realmente crees que eres demasiado bueno para pasar el rato con nosotros, ¿no? —dijo Brendan—. Te has convertido en un jodido imbécil, Gates. Weston me tendió la mano y me ayudó a bajar por la puerta trasera. Entonces, la empujó hacia arriba, y cerró con un clic. —Nos vamos, muchachos. Tengan una buena noche. —Sacó las llaves del bolsillo. Brady dio un paso adelante. —Prácticamente escupes sobre la tumba de Alder, por la forma en que has estado saliendo con esta basura desde que murieron. Weston colocó su cuerpo protectoramente frente a mí. —¿Por qué te molesta tanto, Brady? Sabes lo que sentía por Alder, cómo no me sentía por ella. —Lo sabía —dijo Brady, sus palabras mal articuladas, sus ojos brillantes entrecerrándose—. Porque era tu jodido mejor amigo. Ya ni siquiera te conozco, hombre. —¿Entonces qué? ¿Quieres pegarme? ¿Trajiste a estos chicos para ayudarte a golpearme? ¿Qué va a resolver? —preguntó Weston.

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Tyson sacudió la cabeza. —Yo no voy a pelear Weston. Esta no es mi lucha. Brady se burló de él. —Marica. —Vete a la mierda —dijo Tyson—. Wes es mi amigo. No te ayudaré a saltar porque… —¡Cállate de una puta vez! —gritó Brady. Weston entrecerró los ojos en Brady. —Tú estabas enamorado de Alder. Por eso estás tan enojado. Brady arrojó su lata de cerveza a Weston, y él me cubrió con su cuerpo. Golpeó su hombro y cayó al suelo, desparramándose el líquido entre la oscura suciedad del puente. —No sabes una mierda —dijo Brady, dando un paso—. Nunca la mereciste. Ahora, está muerta. ¡Y te estás follando a esta puta! —gritó la última palabra, señalándome con cuatro dedos. —Vamos —dijo Weston, agarrando suavemente mi brazo—. Vámonos antes de que esto se ponga feo. —Demasiado tarde —dijo Brady con una carcajada—. Trajiste lo feo contigo. Weston se giró, pero agarré su camiseta. Se inclinó hacia adelante, estirando la tela blanca. —¿Quieres pelear? —preguntó Brady, tendiéndole las manos—. Vamos. —Aún estás bastante golpeado de la última vez que peleé contigo. ¿Estás seguro de esto? —preguntó Weston. —Weston, por favor. Vamos, déjalo —le dije. Mis manos temblaban. Aunque Tyson no ayudaría, todavía serían cuatro contra uno. —Cállate, Tetas planas. Estoy hasta aquí contigo —dijo Brady, sosteniendo sus dedos sobre la frente—. Te mudaste a la habitación de Alder y juegas a la casita con sus padres. Es jodidamente asqueroso cómo simplemente se olvidaron de su hija y te permitieron tomar su lugar como si nunca hubiera existido. Nunca serás Alder. No importa la cantidad de dólares que cuesta el jabón que usas o cuántos vaqueros de marca te compra Julianne, todavía serás de segunda, un engendro de una puta adicta al crack, haciéndose pasar por uno de nosotros. Las manos de Weston formaron puños a los costados. —Por favor, Weston —rogué—. Por favor, llévame a casa.

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Weston negó con la cabeza mientras daba un paso a pesar de que tiraba hacia atrás de su camisa. —No sé cómo, pero voy a probar que esto fue un error —dijo Brady—. Los padres de Alder van a avergonzarse, y la escoria volverá a donde pertenece. Weston rio una vez sin humor. —¿Un error? ¿Es eso lo que estás esperando? Mírala, Brady. ¡Luce como Julianne! —¡Sí, es un maldito error! —dijo Brady, escupiendo sus palabras. Se limpió la boca con el dorso de la mano. Weston sacó suavemente mi mano de su camisa. —Si quieres saber acerca de errores, Brady, deberías preguntarle a tus padres. Antes de que Brady pudiera procesar el insulto, Weston se lanzó, y rodaron por el suelo. Brendan y Andrew también saltaron. —¡No! ¡Chicos! —gritó Tyson, tendiendo la mano delante de Micah, prohibiéndole participar—. ¡Ya basta! —dijo, tratando de tirar de Andrew de la parte superior de la pila. Brendan lo interceptó, levantó su bota, y pateó a Weston fuera de Brady. Weston se retorció en el suelo por un momento y luego trató de ponerse en pie sobre sus rodillas. Brady levantó el codo y dejó que su puño volara, golpeando a Weston en la mandíbula. Weston cayó, las palmas de sus manos apoyadas en el cemento. —¡Alto! —grité. Brady se volvió hacia mí, frunciendo el ceño. Manteniendo su mirada en la mía, pateó a Weston en la cabeza, tirándolo boca abajo. Brendan hizo lo mismo, golpeándolo con la punta de su zapato en las costillas, y luego también Andrew. Cada vez que Weston intentaba levantarse, lo pateaban de nuevo. —¡Es suficiente! —gritó Tyson, las venas tensándose en su cuello. Empujé más allá de ellos, lanzándome sobre el cuerpo de Weston. Él era mucho más grande que yo por lo que apenas lo cubría. Mantuve mis ojos cerrados, preparándome para el siguiente golpe. —¡No te atrevas, joder! —gritó Tyson de nuevo. Levanté la vista, y lo vi señalando a Brady, quien estaba a punto de atacar. —¡Súbete a la camioneta! —demandó Tyson.

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El brillo borracho en sus ojos había desaparecido al igual que la emoción de atacar en grupo a su víctima. Me aferré a Weston, oyéndole contener la respiración y luego gemir. Miró a Brady. —Esto no ha terminado, Beck. —Tienes toda la razón, no lo ha hecho —dijo, siguiendo a los demás, mientras subían a la camioneta. —¿Estás bien? —preguntó Tyson, de pie junto a nosotros. —Viviré —dijo Weston. Tyson asintió una vez y luego se unió a los demás en la camioneta antes de que diera la vuelta, lanzándonos grava. Weston intentó protegerme, pero se movía lentamente. A medida que el resplandor rojo de las luces de freno de la camioneta de Brady se desvaneció en la distancia, Weston se sentó sobre sus rodillas y escupió. Un poco de sangre permaneció en sus labios, y se limpió con su muñeca. Tomé el dobladillo inferior de mi camiseta y limpié la suciedad y sangre de su cara. —Esto tiene que parar —dije, mi voz rota. —Oh, lo hará —dijo Weston, su voz baja y amenazante. —No. No más peleas —le supliqué. —¿Qué pasa si terminas a solas con él en Stillwater? ¿Crees que voy a dejarte ir allí, sabiendo que está loco? —¿Tenemos que hablar de esto ahora? —Entonces, ¿cuándo? Él siempre ha sido un idiota. Pero esto es un nivel completamente nuevo. Nunca pensé que tendría las pelotas… —dijo Weston antes de escupir de nuevo. Lo ayudé a levantarse. —¿Te falta el aire? —pregunté. —No —dijo, estirando los músculos doloridos. —Brady te dio una patada en la cabeza —dije, preocupada. —Lo sentí —refunfuñó. —Deberíamos llevarte con Julianne y dejar que te vea sólo para estar seguros. Weston comenzó a protestar, pero tomé sus llaves. No fue lo suficiente rápido como para detenerme.

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—No tienes elección. Conduciré. —No deberías haber hecho eso —dijo. —¿Impedirles romper tus costillas? —pregunté, ayudándole a subir por la puerta del pasajero. Lentamente subió, gruñendo mientras caía en el asiento. —No podía quedarme allí y verlo. —No te preocupes. Me encargaré de ellos —dijo Weston. —No, no lo harás —dije antes de cerrar la puerta. Caminé hacia el otro lado y gruñí en voz baja—: yo lo haré.

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10 Traducido por JasielOdair Corregido por NnancyC

—Andrew, Brendan y Brady, ¿eh? —dijo Frankie—. Culos apestosos. — Negó con la cabeza mientras miraba por la ventana—. Claramente —negó con la cabeza otra vez, con los nudillos blancos en el mostrador—, el baile no fue lo suficientemente bueno. Tenemos que perforar a Brady en el útero y luego llenar su vagina con arena. Solté un bufido. —Eso sería un poco imposible, Frankie, ya que Brady es un hombre. —No lo será luego que termine con él —gruñó. —Sin útero. Sin vagina. —Aun así. Ese perrito despreciable. Lo reto a venir a mi ventana. Nunca más le haré un rizo en la cobertura de su cono. —Oh. Ahora, él lamentará todo —dije sin expresión. Se volvió hacia mí. —¿Qué hará Weston? —Nada. Al menos eso es lo que le dije. —¿Crees que hará caso? —Mejor que lo haga —me quejé para mí misma. Levantó una ceja. —Mírate, toda adulta y luchadora después de graduarte de la secundaria. Suspiré. —Esto no puede acabar bien. No pueden seguir lanzándose golpes. Alguien va a salir lastimado. Y... Weston jadeaba un poco... después. Me asustó. —¿Tienes miedo de que Weston tenga otro ataque de asma? —Sí. —Tienes un punto —dijo.

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Me sorprendió. Frankie siempre me apoyaba, pero nunca concordaba conmigo. —Tyson tiene suerte de no haberse unido —dijo ella. Movió su dedo hacia mí—. Conozco a su madre. No permite que sus hijos se comporten de esa manera. —Él los detuvo. Si no lo hubiera hecho... No creo que a Brady le hubiera importado que yo me encontrara entre él y Weston. Frankie hervía de ira, pero cuando escuchamos un auto estacionarse y reconoció a la mujer paseando a través del estacionamiento, sus mejillas se encendieron de color rojo brillante. —Frankie —le advertí. Lynn se puso delante de mi ventana y esperó, luciendo petulante. Frankie se paró a mi lado, fulminándola con la mirada, mientras yo levantaba la ventana. —¿Cómo puedo ayudarle? —le pregunté, tratando de sonar como si fuera cualquier cliente que estuvo antes en esa ventana. Sabía que ella tramaba algo, o simplemente hubiera ido por la atención para clientes desde automóviles. —¿Cómo está Weston? —preguntó Lynn. La miré con una expresión en blanco. Sonrió con desprecio. —¿Qué quieres, Lynn? —espetó Frankie—. Ordena algo o vete. —Brady tiene un futuro brillante por delante, Easter. Tu futuro, por otro lado… —dijo, levantando la mirada hacia la pared exterior del Dairy Queen y luego a mí—, encaja perfectamente dentro de esa ventanita. Frankie resopló. —¿Viniste todo el camino hasta aquí desde el club de campo para mofarte de ella? ¿Cuántos años tienes? —Sólo quería felicitar a Easter por graduarse. Es una pena que tu madre no pudo llegar a la ceremonia. —Julianne estaba allí —le dije. —Tu madre real —dijo Lynn sin emoción—. La que vive en el basurero donde fuiste criada.

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Frankie me miró. —¿El árbol familiar de Brady es un cactus? Porque todos ellos son un pinchazo1. Contuve una risa, y Lynn entrecerró los ojos hacia Frankie. —Eres la broma de la ciudad, Frances. No irás a ninguna parte. Tienes el mismo trabajo que tenías en la escuela secundaria, y también lo harán tus hijos porque no puedes permitirte el lujo de darles una buena educación. —Tal vez —dijo Frankie—. Pero yo puedo y encontraré una manera de llevarlos a la universidad. Criaste a tu hijo para convertirse en un ser humano cruel. Y cuando la mayoría de la gente de este pueblo piense en él, no pensará en el apellido Beck o el éxito que podría o no tener. Recordarán que era un imbécil vil y despreciable. Vive con eso. Frankie bajó la ventana de golpe, y después de unos segundos de decidir si trataría o no de decir algo a través del cristal, Lynn giró sobre sus talones y pisoteó de nuevo a su coche. Frankie se giró, apoyando el trasero contra la esquina del mostrador. — Dios, odio a esa perra. Respiré profundo y me aparté el pelo de la cara. —Tengo la sensación de que no se gusta a sí misma tampoco. Verónica dijo que Lynn se jacta de las cosas malas que Brady dice y hace a la gente. ¿Quién infunde intencionalmente ese tipo de ira en sus hijos? —Lynn Beck —dijo Frankie, en busca de algo para mantenerse ocupada. El resto de nuestro día fue agitado, pero sin incidentes. El campo de béisbol se quedó vacío, y fue más que un poco agridulce saber que Weston nunca subiría en su camioneta y conduciría a través de la calle para estar delante de mi ventana de nuevo.

***

Empezaba a acostumbrarme a conducir a una hermosa casa limpia que no olía a hierba o humo de cigarrillo, pero despertarse y tener a dónde ir además del trabajo era raro. Los primeros días de nuestro último verano antes de la vida en el mundo real se sentían como el fin de semana, sin embargo, a medida que los días iban 1

Frase con doble sentido, ya que puede traducirse como todos son unos pendejos.

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pasando, parecía tener mucho más tiempo para pensar en cosas como el maravilloso pero extraño giro que había tomado mi vida, acerca de por qué todo sucedió, cómo mi suerte cambió… y si cambiaría de nuevo. Mucho tiempo significaba días largos, aunque antes de que me diera cuenta, el día de la Independencia estaba sobre nosotros. Julianne y yo pasamos un montón de tiempo cocinando, y decorando la casa y la acera para la fiesta que Sam y Julianne hacían cada año. Weston pasó la mayor parte del día ayudando a su madre, también, pero a medida que se acercaba la hora de la cena, todo el mundo se hallaba fuera, degustando un aperitivo tras otro mientras charlaban sobre la frecuencia con que tenían que regar sus céspedes. El verano fue particularmente abrasador, y puesto que la Ciudad de Blackwell había enviado una restricción al uso del agua para toda la ciudad, la hierba ya empezaba a volverse de un color dorado. Vivir en un estado del Sur, donde las altas temperaturas no eran raras para esa época del año, me recordó escuchar sobre esos mandatos antes. Las quejas sobre los efectos de la escasez de agua en el césped no eran un tema de conversación donde Gina, y parecía extraño para mí. —Santa mierda, hace calor —dijo Weston, agarrándome mientras trotaba. Su cabello estaba empapado de sudor, sus mejillas de color rojo brillante contra su piel bronceada. Un par de gafas de sol de aviador cubrían sus hermosos ojos verdes. Eso era lo único que no me gustaba del verano. Weston no había lucido blanco desde una semana después de la graduación, y mi piel pálida estaba trabajando en su cuarta quemadura por sol del año. —No te olvides del protector solar —dijo Julianne mientras pasaba, y me entregó una botella de spray de SPF 70. Fruncí el ceño. Su piel era de un glorioso tono aceitunado, también. Sam, no obstante, se frotaba un bloqueador solar blanco y espeso en su nariz, y llevaba un sombrero de ala ancha. Esto es culpa de él. —¡Erin! —gritó Julianne—. ¡Erin, ven a conocer a la señora Schrimshire! Hice una mueca, y Weston me dio una palmadita en la espalda. —Trato de que me gusten las fiestas. En serio —le dije a Weston antes de irme.

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Fui a saludar a Julianne y a una mujer que tenía la edad suficiente para no importarle estar en el sol directo. Recogí un vaso de plástico lleno de agua helada en el camino. —¡Eres simplemente adorable! —dijo la señora Schrimshire con una sonrisa que casi mostraba toda su dentadura postiza. Le entregué el vaso. —Tenga —le dije, sonando torpe en lugar de educada— . Hace calor. La señora Schrimshire rio y agarró el vaso de mi mano antes de tomar un sorbo inestable. —Qué chica buena tenemos aquí. —Estamos seguros que sí —dijo Julianne, radiante de orgullo—. Erin, la señora Schrimshire ha vivido en este barrio muchísimo tiempo. Su marido era un abogado aquí en la ciudad. Los Gates se hicieron cargo de su firma. —Debes extrañar a la otra Erin. ¿Cómo lo llevas, cariño? —preguntó la señora Schrimshire, tocando el brazo de Julianne. Julianne sonrió. —La extraño, también. —Debe ser tan extraño... ser tan feliz de tener a tu hija de vuelta y extrañar también a la que criaste. —Lo es —dijo Julianne, manejando la conversación incómoda como una profesional. —Es muy agradable conocerla —le dije, tratando de formar una sonrisa amable. Julianne me guiñó un ojo. —¡Las costillas están listas! —gritó Sam desde nuestro patio. La mitad de la calle migró hacia el asador, y Julianne hizo un gesto para que la siguiera. —Lo siento —le dije—. Soy terrible en esto. —Deja de ser tan dura contigo. Lo estás haciendo muy bien, y te ves fantástica. Julianne me miró desde mi trenza de lado hasta el vestido de verano y las sandalias bajas. Ella me compró el vestido y me ayudó a elegir qué zapatos combinaban. —¿Puedes venir conmigo a la universidad y ayudarme a elegir los conjuntos ideales?

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—Usa sudaderas para ir a clases. Y nada de maquillaje. Trata de no ducharte tampoco. Te menosprecian por eso —dijo, medio en broma. —Oh, gracias a Dios —le dije, ayudándola a servir los platos que Sam había llenado con la carne rápidamente. Weston apareció a mi lado. —Los Johnson tienen una piscina —dijo, tirando de mí. —¡No te atrevas! —chilló Julianne—. ¡Tardó una eternidad en trenzar su cabello, y no quiere parecer una rata de río antes de los fuegos artificiales! —Me miró—. ¿O sí? Negué con la cabeza. Julianne entrecerró los ojos juguetonamente hacia Weston. —Los mocosos del barrio saltan todos a la piscina a la vez. —Lo pinchó con un tenedor de plástico—. No creas que no lo sé. Weston se rio entre dientes. —Bien. Anda, nena, vamos a buscar algo de sombra hasta la puesta del sol. —Las sillas de jardín están en la cochera —dijo Julianne tras nosotros. Weston agarró dos sillas plegables y las puso en la sombra creada por la casa. Mientras el sol crepitaba en la calle, los vecinos comían y charlaban bajo los árboles, y los niños jóvenes —que eran impermeables al miserable calor— se perseguían entre sí y se lanzaban pequeñas bolas de papel que se rompían cuando golpeaban el suelo. —Ahora puedo ver cuán privada de esto he estado —le dije, mirando a los niños gritar cada vez que una bola golpeaba sus pies. —¿Lo dices en serio? —preguntó Weston. Quería sostener su mano, pero mis palmas estaban sudorosas, y me imaginaba que las suyas también. —No. —Pienso mucho en ello. —¿Lo que me he perdido? —Me pregunto cuán diferente serías si hubieras crecido con tus verdaderos padres. —¿Crees que habría actuado como Alder?

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Negó con la cabeza. —No. Apuesto a que serías la misma. Tal vez un poco más relajada en situaciones sociales... —Se interrumpió, riendo. —No puedo discutir contra eso —le dije. Weston sostuvo una botella de plástico delante de mí, y me sonrió cuando la tomé de su mano. —Directamente desde la nevera —dijo orgulloso. —Cuando piense en este verano, mis recuerdos consistirán en la parte trasera de tu camioneta, el puente, el calor haciendo que mi cara se derrita y Fanta Naranja. —Haremos otros recuerdos, también —dijo Weston—. Noté que hay un montón de cajas desarmadas en la cochera. —Sí. No estoy segura de con qué piensan que las voy a llenar. —Todas las cosas que tu loca madre te compró. Mamá dijo que Julianne ha llenado toda la habitación de invitados con cosas de dormitorio. Asentí. —Una capa de espuma intricada para el colchón, cubiertos y los limpiadores caseros totalmente orgánicos. Eso es casi todo. —¡Eso no puede ser todo! ¡Mamá dijo que hay toda una habitación llena de cosas! —Toallas. Desinfectante. Una manta de piel o dos de Pottery Barn. —¿Manta de piel? —Sonrió—. Eso es excesivo. Me reí a carcajadas. —¿Por qué tu mamá husmea en la habitación de invitados de Julianne? Eso es raro. Weston resopló. —Julianne está muy orgullosa de los accesorios para tu dormitorio. —Es evidente. Vi a mis padres comiendo, hablando y riendo; luciendo felices. Y sudorosos. En realidad, nadie quería tocarse con otro, lo cual era agradable cuando conocí a los vecinos, pero no tan agradable para las personas afectuosas como Sam y Julianne. Me di cuenta de que querían abrazarse, pero decidieron esperar hasta que el sol se ocultara. —Realmente podría ir por un cono extra-alto con cobertura y cereza en este momento. Ya no tengo más conexiones en el Dairy Queen.

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—Sigo trabajando allí. Deja de fingir que no recibes un cono extra-alto cada vez que estoy en mi turno. Weston inclinó la cabeza hacia mí, pero no se atrevió a tocar la mía con su pelo mojado. —Porque me amas. —Sí, lo hago. Hizo una pausa en sus pensamientos. —¿Por qué todavía dices la casa de Sam y Julianne? Es tu casa, también. —En realidad no. —Sí, lo es. La casa de mis padres es mi casa. —Has vivido allí toda tu vida. —Entonces, ¿sólo se siente extraño decirlo? Me encogí de hombros. —Supongo. —¿Se siente raro decir que soy tuyo? Porque no siento raro decir que eres mía. Apreté los labios, tratando de no sonreír. —Algunas mañanas, al despertar, comprendo otra vez que esto está sucediendo en verdad. Me pregunto por qué eres mío. —Porque eres amable, brillante y hermosa. Y no eres nada parecida a otra persona. —¿Y porque te hago conos extra-altos con cereza? —Exactamente —dijo con un asentimiento. Se relajó en su silla justo cuando el sol derramó rayos rosas y naranjas a través del cielo. Pensé en el mural y que nuestra obra estaría allí mucho después de que hubiéramos dejado Blackwell atrás. El sol se ocultó y las estrellas comenzaron a asomarse desde la oscuridad, una a la vez. Finalmente, el primer estallido de fuegos artificiales se escuchó, y chispas de color rojo, blanco y azul se propagaron en todas las direcciones por el cielo nocturno. Los niños gritaron de alegría mientras los adultos suspiraron y exclamaron. Weston se acercó y me tocó el collar de plata. —¿Vas a dejar de usarlo cuando estés en Stillwater? —No —le dije—. ¿Por qué lo haría?

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Se encogió de hombros. —No lo sé. Tal vez no quieras las cosas viejas en tu vida nueva. —Esta es mi nueva vida —le dije, entrelazando mis dedos con los suyos.

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11 Traducido por Idy Corregido por CrisCras

Weston y yo pasaríamos nuestros días y noches en el muelle privado de los Gates en el lago Ponca, en nuestro lugar en el paso elevado, y en el sofá en su sótano. También me visitaría en los pocos días en los que trabajaba en el Dairy Queen. Frankie estaba entrenando a una nueva chica, Jordan, y después de unas semanas, no tenía mucho sentido para mí acaparar espacio en el pequeño lugar que teníamos para trabajar. Eso, y que yo estaría saliendo en menos de una semana para la universidad. En mi último día en el DQ, Frankie estaba tranquila. El ajetreo del fútbol y la práctica de la banda pausada habían terminado, y empezaba a limpiar el desastre que habíamos hecho. Una camioneta rugió en el estacionamiento del campo de béisbol. Era el Chevy rojo de Weston, y él estaba acelerando el motor mientras estacionaba en su lugar habitual. Retrocedió, hizo una pausa, y luego cruzó la calle antes de estacionar en el asfalto, al igual que había hecho cientos de veces desde que obtuvo su licencia. Mi corazón se agitó. No llevaba su uniforme de béisbol, pero llevaba una camiseta y pantalones cortos de baloncesto, sus tonificados brazos largos abultando sus mangas. Se acercó a mi ventana y sonrió. La abrí. Preguntarle lo que quería era innecesario, pero estaba haciendo un gesto. Esta era la última vez que cruzaría la calle y me pediría una orden. —¿Puedo ayudarte? —le pregunté, sintiéndome un poco sentimental. —Hola, Erin —dijo por debajo de su flequillo. Sus ojos verde esmeralda brillaban mientras trataba de reprimir una sonrisa. —Hola.

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—Me gustaría un cono inmerso en cereza, por favor. Extra alto. —Lo tienes —le dije, girando. Jordan y Frankie me observaron tomar un cono del soporte y luego tirar de la suave palanca de servir. Hice su cono extra-alto, sonreí cuando creé mi último rizo en la parte superior, y luego me volví de nuevo, sumergiendo el helado en el recubrimiento de cereza. La pegajosa capa roja se endureció mientras se lo entregaba cuidadosamente a Weston por debajo de la ventana. —Gracias, nena —dijo antes de tomar un gran bocado de la parte superior, como siempre hacía—. Quería ser tu último. Dejó caer unos cuantos dólares en el mostrador, y le di su cambio. Me guiñó un ojo antes de pavonearse de vuelta a su camioneta. —Eso —dijo Frankie— fue asqueroso. Me alegro tanto de que hoy sea tu último día, así ya no seré obligada a presenciar su grotesco afecto en público. —Técnicamente, eso no fue una muestra de afecto en público —dijo Jordan. Se encogió cuando Frankie le lanzó una mirada intimidante. Me crucé de brazos. —¿Cómo está Mark? Ha venido al auto servicio al menos una vez cada vez que he estado aquí. Ella gruñó. —Él es maravilloso. Supuestamente me ama y a mis locos chicos. Quiere que vivamos juntos. Le dije que aún no. —¿Aún no? —le pregunté. —Es agradable. Me gusta mucho. Pero todavía no. —Parece justo —le dije. —Todavía no puedo creer que me dejes —se quejó Frankie, volviendo a reabastecer las tazas—. Quiero decir, sabía que vendría. He sabido que no iban a quedarse aquí, pero no será lo mismo sin ti. —Eso no me hace sentir mal en absoluto —dijo Jordan, empujando sus gafas de montura negra. —No es todo acerca de ti, dedos pegajosos —espetó Frankie. Jordan le lanzó una mirada de confusión, y Frankie entrecerró los ojos. —No creas que no te he visto metiéndote M&M’s en la boca cada vez que pasas cerca. Jordan sacudió la cabeza. —No lo hago. Yo…

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Frankie la señaló. —Tienes suerte de que utilice cucharas de plástico. De lo contrario, eso es antihigiénico, y Patty te despediría por contaminar las coberturas. Jordan comenzó a protestar de nuevo, pero le toqué el hombro. —Se entusiasma. —No, no lo hago —refunfuñó Frankie, recogiendo el paño húmedo en la mano. Ella lo hace, articulé. Jordan asintió, una expresión desesperada en su rostro. Me acordé de mis primeros días con Frankie. Me gritó mucho, me acusó de comerme los dulces, y luego me ofreció un viaje a casa. Jordan era tranquila, como yo, y lo haría bien. Patty entró con una sonrisa en su rostro. Me desaté mi delantal y lo colgué en el gancho por última vez. —No puedo ver —dijo Frankie, dándome la espalda. —Pensé en venir para decir adiós —dijo Patty. Me abrazó, y luego Frankie se giró y me abrazó al mismo tiempo. Me sostuvieron más tiempo de lo que esperaba, así que mis ojos bailaron alrededor por la habitación mientras esperaba a que me soltaran. Palmeé el hombro de Frankie, y luego Patty finalmente aflojó su agarre. —Vamos a extrañarte por aquí, chica. Diviértete en la universidad —dijo Patty con un guiño—. Intenta visitar si tienes la oportunidad. Asentí. —Gracias, Patty, por… —La lista era demasiado larga—. Todo. Realmente voy a extrañar esto. Siempre has sido buena conmigo. —Siempre lo has merecido —dijo Patty. —Largo de aquí. —Frankie sorbió por la nariz—. Disfruta de lo que queda de tu verano. Las abracé una vez más, saludé a Jordan, y luego caminé por el cuarto de atrás, sacando las llaves del coche de mi bolsillo. Weston había girado hacia el norte de la zona de aparcamiento, así que sabía que no se dirigió a casa. Después de entrar en mi BMW, me senté en el asiento del conductor y presioné el botón de encendido, escuchando el rugido del motor volver a la vida justo cuando sonó mi teléfono. Luego sonó de nuevo.

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Un mensaje de texto era de Weston, y el otro de Sam, ambos preguntando cómo había ido mi día. Sonreí. Eran mis hombres favoritos en todo el universo. Les respondí a los dos que estaba triste, feliz, y de camino a casa. Entonces saqué las ruedas al camino. Estar al volante de mi brillante BMW rojo ya no era estresante. Mis manos no temblaban cada vez que las ruedas se movían hacia adelante. Podía cambiar de carril como si nada, y, a veces, me atrevería a ir un kilómetro o dos por encima del límite de velocidad. Cuando llegué, Julianne estaba saliendo de su coche, luciendo esbelta en un traje de pantalón oscuro. —¡Hola, cariño! —entonó cuando salí del coche—. ¿Cómo fue el trabajo? —Su voz resonó en la cochera de gran tamaño. —Bien. Un poco triste. ¿Dónde has estado? —En la clínica —dijo, con los ojos brillantes—. Papeleo. —¿Realmente estás haciéndolo? —le pregunté. —Sí —dijo rápidamente. Entonces su sonrisa se desvaneció un poco—. ¿Está bien? —¡Sí! —le dije, mi voz demasiado alta—. Completamente. Estoy súper emocionada por ti. Su sonrisa volvió, y suspiró, aliviada. —¿Estás segura de que no me necesitarás? Apenas estar{s estableciéndote… —Estaré bien. Puedo llamarte, ¿verdad? —¡Correcto! —dijo, asintiendo enfáticamente—. ¿Eh… la cena? Estoy deseando Los Potros como loca. —Yo también, en realidad —le dije. Hizo un gesto para que la siguiera dentro de la casa. —Llamaré a Sam. Creo que su último caso podría acabar para las cinco, si tenemos suerte. —Voy a… —empecé, señalando arriba. —Oh, sí. Lávate los restos de Queen. Estaré aquí, lista cuando lo estés — dijo, medio en la cocina, medio en el pasillo. Estaba quitándose los pendientes de los agujeros de las orejas. —No va a tomarme mucho tiempo. —Me dirigí a las escaleras. Se limitó a despedirme con un gesto. —Tómate tu tiempo. ¡Oh! ¿Erin? — llamó.

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Me detuve. El tono de su voz era diferente pero familiar. Parecía nerviosa, insegura. —¿Sí? —pregunté. —¿Puedes venir un momento? Me reuní con ella en la cocina. Sostenía una pieza rectangular de fino papel en la mano con una sonrisa incómoda en su rostro. —¿Qué es eso? —le pregunté Me lo tendió para que lo viera. —Sam lo encontró. Es la cosa más sorprendente. Simplemente no había caído en la cuenta hasta ahora. Me paré junto a ella, echándole un vistazo a la fotografía en su mano. Era de Julianne en una cama de hospital. Estaba con la cara roja y sudorosa, y llena de alegría. —Somos nosotras —dijo Julianne, sus ojos prestándole importancia—. Sam la tomó segundos después de que nacieras, antes de que te llevaran. Esta eres tú, Erin, tú y yo. Me quedé mirando la foto durante un minuto, observando lo oscuro y espeso que era mi cabello, lo feliz que parecía Julianne, la forma en que me sostuvo en sus brazos. Era nuestra primera foto juntas, y nuestra última… hasta hace poco. Miré hacia un marco al lado del taburete de la isla de la cocina. Sostenía una fotografía de Sam, Julianne y yo. Weston la tomó justo después de la graduación. Yo estaba en mi toga y birrete, y Sam y Julianne se veían radiantes. La estructura de metal llevaba una elegante cursiva que deletreaba Familia. Sentí un nudo en la garganta, y lancé mis brazos alrededor de Julianne. Ella me abrazó y se echó a reír, la sorpresa evidente en su voz. —Te quiero, mamá. Julianne se quedó sin aliento, y luego tocó su mejilla con mi pelo. —Te quiero, cariño. Siempre has sido mi mayor alegría. La puerta trasera se abrió y se cerró, y luego los pasos de Sam hicieron eco por el pasillo. Se quedó inmóvil en el umbral. —¿Todo bien? Julianne sorbió. —Ella ama a su mamá. Los hombros de Sam cayeron, y sonrió. —También amo a mi papá —le dije.

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Frunció el ceño, y luego su labio inferior tembló. Dejó caer su maleta y caminó unos pocos pasos hasta unirse a nuestro abrazo. Nos eclipsó a las dos con su cuerpo, abarcándonos a Julianne y a mí con sus brazos. Había estado involucrada en no uno, sino dos abrazos tristes ese día, pero lo que más me sorprendió fue que estaba bien. Ninguno se sintió incómodo o forzado. No sólo había aceptado que era amada, sino también que era digna y merecía ese amor. —Vamos a ir a Los Potros para la cena —le dije, mi voz ahogada. Sam y Julianne me soltaron y se rieron. —Sólo voy a tomar una ducha rápida —le dije, apuntando hacia arriba. Sam asintió, con los ojos llenos de lágrimas. —Buena idea. Hueles. Julianne abofeteó juguetonamente su brazo. —Bajaré en quince minutos —le dije. —Está bien, cariño —dijo Julianne. Mientras subía las escaleras, oí a Julianne preguntar a Sam sobre su día. —Te extrañé como el infierno —dijo. Sonreí todo el camino a mi habitación. Nuestra familia era un círculo de fuerza y amor, y eso era lo que me hacía sentir más orgullosa de ser parte de ella. Lavé la leche, el azúcar y el jarabe de chocolate de mis manos y uñas, y luego me enjaboné sobre cualquier otro sitio antes de pararme bajo el chorro de agua caliente sólo el tiempo suficiente para enjuagar el jabón. Mi celular sonó en el mostrador del baño mientras me lavaba los dientes. El mensaje era de Weston, preguntando si tenía planes para la cena. Le respondí con un sí, explicando que mis padres y yo íbamos a salir. No respondió. Me peiné los enredos de mi cabello y luego me puse un vestido verde y cuñas blancas, renunciando al maquillaje y dejando mi cabello húmedo en aras del tiempo. Cuando llegué a la cocina, Sam y Julianne charlaban, luciendo increíblemente felices y enamorados, todavía con la misma ropa que habían tenido antes. —Te ves hermosa —dijo Sam.

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—Gracias. ¿Crees que si Weston me envía un mensaje de nuevo podría unirse a nosotros para la cena? Creo que esperaba hacer planes. —Claro, cariño —dijo Julianne, recogiendo su bolso del mostrador—. Sólo dile que se reúna con nosotros allí. Los seguí hasta el coche de Sam. Una vez que me acomodé en el asiento trasero y abroché mi cinturón de seguridad, le envié a Weston otro mensaje. Llegamos al restaurante, y nos sentamos casi inmediatamente. Pasamos junto a las mesas llenas de gente de nuestra pequeña ciudad. Nos miraron hasta que nos sentamos, aún curiosos acerca de nuestra nueva familia. Los diminutos triángulos colgando de cuerdas en el techo temblaban por el aire acondicionado que salía de los ductos. —¿Ha dicho algo Weston? —preguntó Julianne. Miré mi teléfono. Nada. Negué con la cabeza. —Es probable que esté ayudando a su papá —dijo Sam, mirando el menú. —¿Por qué estás leyendo eso? —bromeó Julianne—. Ordenas lo mismo cada vez. —No lo hago —dijo Sam. Julianne levantó una ceja. Un camarero se acercó a la mesa, dejando una cesta de patatas fritas caseras y un tazón de salsa. —¿Agua, señor Alderman? —dijo el camarero. Todos asentimos. —¿Una gran queso? —preguntó el camarero. Julianne me guiñó un ojo. Sam asintió. —¿Pollo Loco, sin judías? —preguntó el camarero. Sam pretendía ver el menú mientras nosotros esperamos pacientemente, y luego asintió. —Sí, Carlos, gracias. Julianne se rio, y yo traté de no sonreír. —¿Tienen un Los Potros en Stillwater? —preguntó Sam. —No lo creo, señor —dijo el camarero—. No. Sam me miró, muy serio. —No te puedes ir a la OSU. —¡Oh, para! —dijo Julianne, cacareando.

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Carlos esperó. —Tomaremos lo mismo —dijo Julianne. El camarero asintió, conociendo muy bien que pedimos las mismas comidas que coinciden cada vez. Mi celular sonó. No, gracias. —¿Weston está de camino? —preguntó Julianne—. ¿Quizás deberíamos haber esperado para ordenar hasta que llegue? Negué con la cabeza. —Está con su papá —dijo Sam. Giré mi teléfono para mostrarles su mensaje, y ellos intercambiaron miradas. Sam se encogió de hombros. —Estoy seguro de que Peter lo mantiene ocupado. El camarero volvió con las aguas y un plato que parecía un mini caldero de bruja lleno de queso blanco derretido. Sam sumergió un chip en el queso y tarareó mientras masticaba. —¿Por qué? ¿Por qué es tan bueno? —Está hecho con amor —dijo Carlos con una sonrisa. Después de que el camarero se alejó, Julianne frunció el ceño. —¿Soy la única que piensa que ese mensaje no es propio de Weston? —Julianne… —advirtió Sam. —Oh, vamos, Sam. Él está loco por nuestra hija y le pregunta sobre sus planes para la cena. Cuando ella le pide que se una a nosotros, dice, "No, gracias". No. Algo está mal. —Cariño… —dijo Sam, esta vez más firme. Julianne sacó su teléfono y escribió un mensaje. —No estás enviando mensajes de texto a Weston… ¿verdad? —le pregunté, cautelosa. Arrugó la nariz. —No. Estoy enviando mensajes a Verónica. Sam sacó el teléfono de su esposa de su palma y lo enterró en su regazo con una sonrisa incómoda.

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La mandíbula de Julianne se abrió. —¿Por qué no dejamos a Erin resolverlo, cariño? —Sam usó el tono que guardaba para cuando estaba molesto, pero trataba de ser agradable. —¿Resolverlo? —le pregunté, mis ojos bailando entre mis padres. Julianne se recostó en su asiento, desinflada. —Estoy ayudando demasiado de nuevo, ¿no? Sam se inclinó y besó la mejilla de su esposa. —Es una de las muchas cosas que adoro de ti… pero sí. Él renunció a su teléfono, y ella lo guardó. —¿Sabes algo sobre Weston que yo no? —le pregunté. Julianne meneó la cabeza. —No, pero te habrás dado cuenta de que soy una reparadora. Tu padre me ha pedido trabajar en eso. Sam le dio unas palmaditas en el hombro, orgulloso. Bajé la vista, preguntándome qué demonios pasaba con Weston. No había pensado demasiado en ello, pero Julianne tenía razón. El mensaje no era propio de él. Probablemente había cosas que arreglar, y no estaba segura de tener alguna palabra más para solucionarlas. Disparé una réplica. Estamos en Los Potros. Si tienes hambre, deberías venir. Weston no contestó, así que envié otro. ¿Estás molesto? Todavía no hubo respuesta. ¿Estás ocupado? ¿Puedes al menos dejarme saber que estás bien? Estoy bien. Cerré de golpe mi teléfono a mi lado en la cabina. Sam y Julianne se sorprendieron por mi reacción. Sam parecía un poco abrumado mientras acariciaba el hombro de Julianne, y luego se inclinó sobre la mesa para acariciar mi mano. Nuestra agradable cena familiar había ido rápidamente cuesta abajo. Forcé una sonrisa y levantó la barbilla. —Lo resolveré más tarde. Estoy bien. Weston probablemente esté bien. Debemos disfrutar de nuestra cena. No nos quedan muchas.

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Los ojos de Julianne se llenaron de lágrimas, y su labio inferior comenzó a temblar. —¡Oh, no! No, no, —dije, tendiéndole las manos—. Eso no es lo que quise decir. —Cariño, por favor —dijo Sam. Quienes nos rodeaban que no nos miraban antes, ciertamente lo hacían ahora. Me tapé los ojos con la mano y bajé la mirada. Sam se rio una vez, y Julianne y yo le lanzamos una mirada. —Esta es la vida real, mis amores. —Se rio de nuevo—. Somos una auténtica familia.

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12 Traducido por Jeyly Carstairs Corregido por Laurita PI

Me volví hacia adelante, con la mirada fija en el cielo nocturno, junto a Weston en la cabina de su camioneta. El motor se encontraba en silencio, y los autos bajo el puente emitían un pitido ocasional que me hacía saber que nos hallábamos en mi amado lugar. Pero en ese momento, no lo era. Weston apenas habló desde que, media hora antes, me encontró en el sendero de entrada de Sam y Julianne. No había contestado a otros textos, y parecía más que un poco enojado cuando entré en el asiento del pasajero. Sin embargo, no rompí el silencio. Tenía que arreglar lo que sea que lo molestaba en este momento. Suspiró pero no habló. Pasó un minuto y luego otro. La tensión en el aire empezaba a crecer, y la cabina del camión se hallaba llena de todo lo que no habíamos dicho. —¿Estás enojada? —preguntó finalmente. —Tú, ¿lo estás? Estiró el cuello hacia mí y luego tragó. —¿Por qué estaría enojado? Después de unos segundos de silenciosa incredulidad, me giré hacia él. —Si no lo estás, entonces, ¿por qué actúas como si lo estuvieras? —No estoy enojado. —¿No lo estás? —Estoy… nervioso. Mi expresión se torció. —¿De qué hablas? —Hoy, vi a Brady. —Oh. —En Joyerías Gose.

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—¿Eh? —Dijo que te diría qué hacía allí, y me di cuenta de que podrías enojarte. Aun cuando… —Se retorció en su asiento—… no tenga intención de hacerte enojar. Mantuvo los ojos hacia adelante y levantó su brazo entre nosotros, a través del asiento. Sostenía su anillo de graduación entre el dedo índice y el pulgar. Era una banda gruesa de oro con grabados negros; nuestro año de graduación por un lado, una pelota de béisbol en el otro. La gema era granate, con el objeto de representar el color de nuestra escuela y la mascota, el Espíritu Granate. La banda era mucho más pequeña que la última vez que la vi. Definitivamente, era demasiado pequeña para encajar en cualquiera de sus dedos. Levanté una ceja. —Tú… ¿Cambiaste el tamaño tu anillo? —Para que se adapte a tu dedo. —¿El collar no fue suficiente? Me miró consternado. —Brady tenía razón. Estás enojada. —No estoy… enojada. Solo pensé que tal vez me podrías haber preguntado antes de hacer algo tan drástico. —Levanté las manos, mis dedos separados—. No me pongo anillos, Weston. Dejó caer su mano. —Es realmente dulce —dije. —Lo tenía todo planeado. No fue hasta que Brady me lo recordó que me acordé. Eres… tú. —¿Qué se supone que significa eso? —pregunté, ofendida. Sus hombros cayeron, y miró por la ventana. Negó con la cabeza. —Nada. —Su cabeza cayó hacia atrás contra su reposacabezas, y dejó escapar un suspiro. —Me pediste que te dijera que te necesitaba. Lo dije porque te necesito. Me pediste promesas. Las hice. Ahora, quieres poner un anillo en mi dedo. —Solo hasta que pueda ahorrar para uno de verdad. —¿Un qué de verdad? Me miró expectante, esperando que me diera cuenta de la respuesta. Cerré de golpe mi boca abierta. —No. No. No quiero eso, no todavía. —No te preocupes. Eso me llevará un tiempo. Los que vi en Gose eran caros.

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Mi boca se secó, y mis pulmones no recibían suficiente aire. —¿Cuál es esa necesidad obsesiva que tienes de ponerme una correa? ¡He estado esperando toda mi vida para salir de aquí y ser libre, y es como si no pudieras esperar para ponerme una cadena! De repente, Weston parecía muy cansado. —Sí. Estás enojada. —¡No estoy enojada! No puedo… te amo, pero no puedo seguir… ¡Tienes que parar! —Solo dilo. —¿Decir qué? —El tono de mi voz me asustó más que sus palabras. —Pronto vas a comenzar a empacar. Supuse que lo dirías en algún momento antes. Mi pecho dolía, con un dolor físico abrasador. —¿Por qué haces esto? ¿Por qué tratas de alejarme? ¿Es que todo tiene que ser de la manera que lo quieres o de ningún modo? Weston levantó el anillo. —¿Acaso esto parece como si te alejara? Miré al anillo, mi corazón rompiéndose. —¿Por qué es tan difícil? —Bajé la mirada—. No debería ser tan difícil. —No, no debería. Lo miré de reojo. —¿No puedes solo ser paciente? Eso es mucho para ti. Su mandíbula se agitó bajo su piel. —Te vas pasado mañana. No quiero… si no quieres el anillo, eso est{ bien. Debería haberlo sabido. Erin… voy… —Su boca se giró en torno al aliento que expulsaba—. Solo voy a dejarte ir. Creo que es lo mejor. —¿Estás terminando conmigo? —pregunté—. ¿Porque no llevaré el anillo? —¿Importa? Me desinflé como si el aire hubiera sido extraído de mí. —No entiendo lo que está pasando. Levantó la mirada, apretando los dientes. —¿Quieres que te lleve a casa? Hice una mueca. —Sí. Aceleró el motor de la camioneta y puso la palanca de cambios en primera, disparándose hacia adelante hasta que nos encontrábamos en el otro lado del puente. Tironeó de la rueda izquierda, volteándonos ciento ochenta grados, y luego pisó el acelerador. Prácticamente volamos a mi casa. No se detuvo en el

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camino de entrada. En su lugar, frenó en la acera justo el tiempo suficiente para que me bajara. Ni siquiera conseguí cerrar la puerta antes de que se alejara, el repentino movimiento hacia adelante la cerró por mí. Rápidamente, la camioneta de Weston giró en la esquina, pero me aseguré de entrar antes de que pudiera oír si se fue a casa o si se alejó. No quería saberlo. Traté de estar tranquila mientras caminaba por las escaleras, pero justo cuando llegué a la cima, Julianne me llamó. —¿Todo bien? —No —dije irritada, mientras me sentaba en las escaleras—. Se encuentra enojado conmigo… de nuevo. —¿Qué pasó? —Achicó el tamaño de su anillo de graduación. Quería que lo usara. Lo tenía todo planeado y quería que fuera especial, pero me asusté y arruiné todo. Creo que terminó conmigo. Las mejillas de Julianne se llenaron de aire, y luego poco a poco lo expulsó, buscando una profunda reflexión. —Guau. —Sí. —Bueno… —Subió las escaleras. Su túnica blanca de satén captaba la luz de la luna entrando por la ventana sobre la puerta. —Dios —dijo, sentándose un par de escalones más abajo. —Sí. —¿Quieres que despierte a papá? —No —dije, odiando el sonido quejumbroso en mi voz—. Tuvimos un buen verano. Y le dije a Weston todo lo que quiere oír. Creo que podemos hacer que funcione. Pero nada de eso es suficiente. Él quiere un collar alrededor de mi cuello y un anillo en mi dedo. Y ahora, habla sobre anillos reales. —¿Un qué real? —No hasta más adelante —aclaré. Julianne asintió, aliviada. —Dios mío, lo hizo todo mal. —Literalmente. Y ni siquiera es una forma de expresión adolescente. Julianne soltó una risa. —No sé nada de eso, pero parece como si siguieras teniendo la misma conversación. —Hasta el hartazgo.

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—De acuerdo, tal vez tiene razón. Tal vez, es hora de tomar un descanso. Por el próximo par de días, te encontrarás ocupada empacando, y luego te mudarás a Stillwater. Una vez instalada y acomodada con tus clases, puedes hacerle una llamada. Fruncí el ceño. —Siento que eso es lo que quiere. Siento como si me alejara… sin intención, sin embargo lo hace a propósito. —Te está poniendo a prueba. Señalé hacia ella. —Sí. —Porque es inseguro. —Sí. —Pensé en eso por un momento—. Tienes razón. Necesitamos un poco de espacio. Tiene que resolver esto. No puedo hacerlo por él. Apoyó su mejilla contra mi rodilla. —Soy igual que él. —¿Quieres decir qué es un controlador, también? —Quiere que todos los patos hagan fila de una manera que tenga sentido para él. Como tu padre dijo, trata de controlar lo único que puede porque todo lo demás lo siente muy lejos de su alcance. —No debería culparlo por eso. ¿No debería amarlo por ello? —Puedes, pero no a expensas de tus necesidades. Me sentí enferma. —Todo esto es demasiado adulto para mí. No me siento preparada para manejarlo. —Ah, te encuentras preparada. Ese es el problema. Las cosas serían mucho más fáciles para él si te comportaras, al poner el anillo en tu dedo, y pidiendo un diamante más temprano que tarde, como una típica chica de dieciocho años enamorada. Necesita un poco de tiempo para comprender, para ver las cosas desde un punto de vista razonable, pero sucederá. —Lo siento por él —dije—. Merece a alguien que pueda emocionarse por esas cosas. —Yo no lo siento —dijo Julianne sin dudarlo—. Estás siendo inteligente sobre esto. Te respetará por ello más adelante. —¿Eso crees? —Lo sé. Siente pánico. Lo superará. Abracé a mi madre, y luego me apresuré a subir las escaleras, cayendo en la cama con mi teléfono celular en la mano.

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Sientes pánico. Lo superarás. Después de varios minutos sin respuesta, puse mi teléfono celular sobre la mesita de noche. La lluvia empezó a golpear con fuerza contra la ventana. Un trueno, muy lejos en la distancia, retumbó. Al poco tiempo, los rayos crepitaban detrás de mi ventana, parpadeando destellos en el dormitorio. Traté de no pensar en Weston, pero era imposible. Unos pocos remordimientos, pero sobre todo momentos dulces seguían apareciendo en mi mente. Una vez, fantaseé cómo sería ser amada por Weston Gates. Ahora, ese momento se había vuelto al revés, y el amor era una montaña rusa ridícula, un ultimátum, un callejón sin salida, al menos, lo que quedaba de él. Mi corazón se rompió cuando mis pensamientos se volvieron tan oscuros como la noche entre rayos. Solo quería que usara su anillo. Era lo correcto para un amor adolescente. ¿Por qué me ofendí tanto en cada intento de aferrarse a mí? Parecía que teníamos dos conversaciones muy diferentes. Anillos, collares, y promesas aparte… ponía en peligro nuestra relación por negarme a amarlo a su manera en lugar que la mía. ¿Puedo realmente decir adiós al chico con el que he soñado desde antes de saber que era el amor? Un terrible pensamiento me golpeó. ¿Ya es demasiado tarde? Un suave golpe en mi puerta me impulsó a levantar la cabeza. —¿Alguna palabra? —susurró Julianne desde la puerta. —No. ¿Has escuchado algo de Verónica? ¿Él está en casa? Asintió. —Está su casa. Me recosté contra mi almohada. —Bien. —Regresará. Trata de dormir un poco —dijo con su suave voz de mamá. Desapareció en la oscura sala. Un trueno recorrió nuestra casa, el más fuerte desde que comenzó la tormenta. Una parte de mí quería cruzar el jardín empapado por la lluvia y golpear su puerta hasta que me escuchara, pero habíamos ido y venido durante casi tres meses. Se encontraba desesperado, y comenzaba a pensar que estaba rota.

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A pesar de los sombríos pensamientos rondando en mi cabeza, la lluvia lentamente me cantó para dormir. Soñé con ojos verde esmeralda, suaves dedos sobre mi piel, y un solitario dormitorio vacío. Cuando abrí los ojos, esperé por el alivio o la sensación de una segunda oportunidad, un pequeño hilo de esperanza. Nunca llegó. Rodé hacia un lado, ignorando las aves que golpeaban las ramas fuera de mi ventana y el sol que entraba a través de las cortinas transparente. Todo lo que Weston alguna vez me dijo se desplazaba a través de mi mente como créditos, leídos por su hipnótica voz profunda. Ya lo extrañaba. Mi mano salió disparada de abajo de la manta y tomé mi teléfono de la mesita de noche. Casi me asustaba mirar. Pero lo hice, y la pantalla se veía exactamente de la manera que esperaba que lo hiciera. No había nada. Me preguntaba qué hacía en ese momento; si estaría despierto, si se mantendría ocupado, si se estaría preguntando sobre mí o tratando de no hacerlo, si se arrepentía de ajustar el anillo a la forma de mi dedo. —¿Erin? —me llamó Sam desde abajo—. ¡Despierta y sonríe, cariño! ¡Tenemos un gran día! Las horas se prolongaron con la organización, el embalaje y las compras. Habría sido agradable, si embalar hubiera mantenido a Weston en mi mente, pero cuanto más guardaba, más lejos lo sentía.

***

El día de la mudanza, Sam apiló cajas y bolsas en la camioneta de Julianne, reordenándolo todo al menos dos veces hasta que le satisfizo la forma en que encajaban. —No voy a llorar —dijo Julianne—. Es solo un paseo en auto. Hemos conducido a Stillwater cientos de veces. Esto no es diferente. Solo estamos… dejando a nuestra única hija… voy a llorar —dijo, respirando de repente con dificultad. —No, no lo harás —dijo Sam, entregándole un vaso con una pajita—. Manzanilla. Bebe un sorbo y piensa en lo brillante que será tu hija y todo ese dinero que hará para ayudar a mantenernos en la mejor casa de retiro. Sonreí. —¿De acuerdo? Nena, es hora —dijo Sam.

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Los labios de Julianne se apretaron en una línea dura mientras se alejaba hacia el asiento del pasajero y cerraba la puerta. —¿Vas a estar bien? —pregunté, mirando a su alrededor. —Sí. ¿Y tú? Caminé unos pasos hacia el patio y miré al otro camino. La camioneta de Weston no se encontraba en el sendero de entrada. Con una expresión de comprensión, Sam me hizo señas para que regresara. —Vamos, cariño. Es hora de irnos. Asentí, desinflándome. —Pensé que al menos me diría adiós. —Él todavía tiene tiempo. Tal vez irá mañana o algo así. No lo dejará pasar más de unos días. —Tengo orientación mañana —dije, abriendo la puerta de mi BMW. Sam me observó mientras me sentaba en el asiento del conductor. Empujó sus redondas gafas carey sobre el puente de su nariz. —Trata de no preocuparte por ello, cariño. Ahora, lo mejor es que te concentres en la escuela. Hoy, es lo que has estado soñando durante mucho tiempo. Solo quiero que pienses eso. Asentí. Sam se acercó a la camioneta y se deslizó junto a Julianne. Retrocedió por el camino de entrada y luego se detuvo un poco hasta que hice lo mismo. Nos detuvimos brevemente en la señal de alto, y luego tomamos la avenida Chrysler, girando hacia el este.

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13 Traducido por becky_abc2 Corregido por Itxi

Estar sola en el coche durante una hora y quince minutos no hizo nada para ayudar a mantener mi mente lejos de Weston. Era el día con el que había estado soñando, pero las cosas eran muy diferentes de lo que imaginé. Irme no era una vía de escape. Era un adiós, y no sabía cómo debería sentirme al respecto. La radio parecía saber qué tan decaída me sentía, el DJ tocaba cada canción triste en su lista. Entonces, las canciones optimistas sólo me recordaban que no podía animarme, y eso sólo me hizo sentir peor. Sam se detuvo en el estacionamiento de mi dormitorio. La mayor parte de las plazas de aparcamiento ya fueron tomadas, por lo que se estacionó al lado de un árbol que estaba bastante segura de que no era un lugar legal. Aparcó y me dirigió para aparcar detrás de él. —Ellos nos perdonarán hoy —dijo con una sonrisa tranquilizadora. Que se desvaneció cuando vio mi expresión—. Bomboncito, ven aquí. Me dio un abrazo, y luego los pasos de Julianne se detuvieron junto a nosotros. Levanté la vista hacia ella, y sus ojos se encontraban rojos y húmedos como los míos. Sorbí y luego limpié mis ojos, y Julianne hizo lo mismo. Asintió. —Bien. Podemos hacer esto. —Bajó la barbilla y tomó mis mejillas—. Este es un buen día. Este es un gran día. Después de que me registré y recibí mis papeles y llave, regresé a donde mis padres se hallaban en la camioneta abierta. —Aquí vamos. Esto es todo. Este es el día —dijo Sam, sosteniendo un cesto de ropa lleno de diversos artículos sobre su cabeza. Julianne empezó a reír, y entonces yo también lo hice. Apilé dos de las cajas pequeñas y las alcé en mis brazos.

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—Gracias a Dios hay un ascensor. —Julianne resopló mientras levantaba una caja—. Este es el Bennett Hall —sonrió—. Es el mejor. El estadio de Boone Pickens está justo allí, y tienen la mejor comida. Le disparé una sonrisa agradecida a Sam. —Ya sabes lo mucho que me encanta la comida. —No es cosa mía—admitió Sam—. Puedes agradecer a mamá por obtener la primicia sobre eso. Cambié mi gran encanto directamente a Julianne. —¿No te dije que te cuidaríamos? —dijo, satisfecha de sí misma. —Déjame llevar eso, Julianne —una suave voz profunda dijo detrás de la camioneta. Weston caminó alrededor, extendiendo los brazos. Mi estómago se hundió, y mi corazón dio un vuelco. Julianne arrastró la caja hacia él y luego puso otra por encima de esa. —Es agradable que te presentes, Wes. —Sí, señora —dijo simplemente. Julianne agarró un par de bolsas y siguió a Sam hacia el edificio. —Hola —le dije, y al instante me sentí estúpida por mi simple saludo. Sus ojos no me dijeron nada. —No tenía nada que hacer hoy. Me imaginé que sería un completo idiota si no venía ayudar a mudarte. —Gracias —le dije, mi voz sonaba pequeña. —No es nada. Sólo estoy siendo un amigo. Asentí, y caminamos juntos a través de la gran cantidad de espacio hasta que llegamos al vestíbulo. Sam hacía esperar al ascensor mientras Julianne sostenía los papeles que nos decían la habitación en la que estaba y las instrucciones para llegar ahí. —Segundo piso —dijo Julianne—. Dos, treinta y siete. Sam presionó el botón, y Weston y yo hicimos todo lo posible para entrar con nuestras cargas completas. Nuestros brazos se presionaron entre sí, y yo sufrí por su piel suave y cálida. El ascensor se abrió. Weston salió al pasillo, mirando a ambos lados. Sam se nos adelantó y abrió la marcha. Julianne le siguió, y Weston cerraba la fila.

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Una vez dentro, Sam bajó sus cajas, y Julianne puso las bolsas en el suelo. Ella sacó un montón de hojas plegadas, me las entregó, y le tiró el colchón de espuma a Weston. —¡A trabajar! —dijo Julianne con una sonrisa. El dormitorio individual tenía una cocina completa, una lavadora, secadora, y parecía no terminar nunca. —Me siento un poco abrumada —dije. Sam puso sus manos sobre mis hombros—. Quieres decir muy contenta. Este es el gran día, ¿recuerdas? Iremos a traer más de tus cosas. —Ayudaré —dijo Weston, dando un paso. Julianne puso su mano sobre su pecho. —Nosotros ayudamos a empacar. Tú puedes ayudarla a desempacar. Weston asintió una vez. Después de unos momentos con un silencio incómodo, Sam tomó a su esposa de la mano, y cerró la puerta detrás de ellos. Weston abrió la cremallera de la bolsa de plástico transparente que contenía el colchón de espuma y lo desenrolló sobre el colchón. Desplegué la sábana ajustable, y me ofreció sus manos. —Gracias de nuevo —le dije mientras trabajamos juntos para hacer la cama. —Este es un lugar muy agradable. No podía pensar en nada sorprendente que decir, así que no dije nada en absoluto. —Parece mucho solo para ti. Mis mejillas se sonrojaron. —¿Me estás insultando o intentando hacerme sentir culpable? Suspiró. —Ninguno de los dos. Terminamos la cama y comenzamos a desempacar cajas. Sam y Julianne entraban y salían. Weston conectó una lámpara, desempacó los productos de limpieza orgánicos y el resto de la cocina mientras sacaba la ropa. Una vez que todo se trajo, Sam comenzó ayudar a Julianne a colgar imágenes, haciendo que el dormitorio se viera un poco más como casa.

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Weston deambuló sobre todo el lugar hasta que finalmente se sentó en el sofá. —¿Alquilaron esto? —dijo, extendiendo sus brazos y poniéndolos en la parte superior de los cojines. —No, venía amueblado —dijo Julianne. Weston intentó no estar impresionado. —Estoy bastante seguro de que mi apartamento en Dallas no se verá nada como esto. Sam se rió entre dientes. —Supongo que tus padres se asegurarán de que vivas seguro y a salvo. —Ya no voy a ir Duke, ¿recuerdan? —sonrió Weston. —Eso escuché. Peter también mencionó que estaba orgulloso de ti por hacer una elección y aferrarte a ella. También se jactó de algunos de tus carboncillos, específicamente uno de mi hija. Contuve la respiración. Weston se veía como si Sam lo hubiera golpeado. —Sí…ese ya no está. En ese momento, me sentí como si la que había sido golpeada era yo. Busqué el asiento más cercano y me senté. Sam miró a su alrededor. —Nosotros, eh… nos olvidamos de algunas cosas. —¿Cómo qué? —dijo Weston—. Iré por ellas. —Bolsas de basura, por una parte —dijo Julianne—. Sal de mar y pimienta negra granulada para moler. Weston me miró. —¿Habla en serio? Me encogí de hombros. Sam tiró de su esposa. —Vamos, cariño. Podemos superar la prisa de otros padres que olvidaron cosas. Se apresuraron hacia la puerta, dejándonos a Weston y a mí sintiendo demasiada tensión en una gran suite. Me cubrí la cara. —No tienes que quedarte. Puedes irte. —Gracias —dijo, poniéndose de pie. —No tienes que hacerlo —dije, entrando en pánico—. Sólo quería decir si no querías quedarte aquí... Quería decir adiós, pero no me esperaba que nos ayudaras a mudarme. Te lo agradezco. —Ya nos dijimos adiós. Lo has estado diciendo durante meses.

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Me hundí en el cojín del respaldo de la silla. —Eso no es cierto. —Aún lo llevas puesto. Toqué el collar, sintiendo mis mejillas encendiéndose. —¿Debo quitármelo? Realmente no sé cómo funciona esto. —Haz lo que quieras —espetó. Crucé las manos sobre el estómago. Hacía tanto tiempo que no tenía que protegerme contra cualquiera que tratará de hacerme daño que me hallaba fuera de práctica. Las manos de Weston subieron y luego bajaron por sus muslos. Llevaba los típicos pantalones cortos rojos de baloncesto, con una camisa azul marino y una gorra de béisbol roja hacia atrás, con el cabello marrón asomándose. —No quiero pelear. Sólo voy a… —Señaló a la puerta, y luego recogió las llaves y se dirigió hacia ella. —No te puedes seguir yendo —le dije, parándome. Se dio la vuelta con la mandíbula apretada. —¿Qué? —No puedes seguir rompiendo mi corazón y luego culparme por ello. Sus cejas se alzaron, y señaló su pecho. —¿Rompí tu corazón? —Esta es la última vez que voy a dejar que vengas aquí. Si me dejas, te dejaré, también. —Una lágrima caliente quemó mi mejilla, pero la limpié. Weston sacudió la cabeza con una mirada de disgusto en su rostro. —Ni siquiera sé por qué vine. —Alcanzando la perilla. —¡Porque me amas! —dije, mi voz quebrada—. Y sabes que ¡te amo! ¿Entonces, por qué? ¡Todavía no sé lo que hice mal! Weston me miró como si estuviera en llamas. Di un paso. —¿Por qué no puse tu anillo en mi dedo? ¿Por qué no quiero vivir contigo? Te equivocas —dije, señalando—. No sé nada sobre el amor, pero te equivocas. Tú eres el que me está hiriendo… y tú… por ninguna razón. Éramos muy felices. Estábamos juntos, y ahora, no lo somos. Yo no hice esto —dije, respirando un suspiro entrecortado—. Me dejaste. Los ojos de Weston cayeron al suelo. Su manzana de Adán se balanceó cuando tragó, y luego tomó el pomo. —Disfruta de Stillwater —Hizo una pausa—. Y lo digo de verdad. Mientras caminaba fuera de la puerta, agarré lo más cercano a mí, un cuadro y lo aventé contra la puerta por pura frustración. Se rompió, y me tapé la boca.

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Julianne lo compró porque se parecía mucho a nuestro marco familiar, pero decía feliz. Ahora, feliz yacía en pedazos por todo el piso. Me dejó. Me acerqué a la ventana. Sam y Julianne detuvieron a Weston en el estacionamiento. Los dedos de Weston se engancharon en sus caderas, y cambió su peso de una pierna a la otra como si no pudiera estar quieto. Sam puso su mano sobre su hombro, y Julianne se apresuró hacia el edificio. Weston giró su gorra, la puso abajo sobre su frente, y luego bajó la cabeza. Sam se acercó más, y Weston lo abrazó con fuerza. El pensamiento de mi nuevo cuadro en fragmentos en el suelo me hizo correr hacia la puerta de entrada, pero no sabía dónde se encontraba la escoba, y Julianne ya llamaba de todos modos. Lentamente abrí la puerta, sintiéndome avergonzada en el momento en que sus ojos se posaron en los pedazos rotos que quedaban a sus pies. —Oh, Erin —dijo Julianne, uniéndose a mí en el suelo. Me ayudó con las piezas grandes y luego se dirigió al armario del pasillo. —Lo siento mucho —dije—. Podría haberlo tirado en una pequeña rabieta. —¿Qué te dijo? —No mucho. Hice la mayor parte de la conversación. Él hizo la salida. Es bastante bueno en eso. Julianne frunció el ceño. —Está perdido y confundido. Siento que esté alejándote. Sam llamó a la puerta, todavía abierta un poco de cuando Julianne entró. — ¿Lo tienes? —dijo. El tomó la palita del armario, y luego la sostuvo en el lugar para que Julianne pudiera barrer el último montón de fragmentos. Minutos más tarde, el suelo estaba limpio, y los restos de mi ira se fueron por una de mis nuevas bolsas de basura. Era como si la felicidad nunca hubiera pasado. —Sé que es difícil de creer ahora —dijo Sam—, pero él se está hiriendo, sobre todo a sí mismo. Está tratando de que no le importe si te importa todavía. Los chicos no son tan resistentes como nuestras homólogas. Nos golpeamos como niños pequeños que están aprendiendo a caminar, quitando todo lo que nos rodea

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mientras tratamos de llegar a dónde vamos. Cualquier cosa que este a mitad de camino, nos asusta tanto que nos hace lamentarnos como almas en pena. Julianne y yo reímos. —Es tan cierto —dijo, sacudiendo la cabeza—. Recuerdo esa vez… —Sí —dijo Sam, interrumpiéndola—. No vamos a volver a visitarlo. —Me miró—. Ese chico va a averiguar lo que ha hecho, y si tiene algún sentido, volverá de rodillas, suplicando tu perdón. —No va a tener que rogar —dije, tocando mi collar mientras miraba por la ventana.

***

—Pueden irse, clase —dijo la profesora Kelley, con sus rizos rubios rebotando. Recogí mis cosas y seguí a la multitud al pasillo. Entonces, hice mi camino por las escaleras y crucé la salida hacia Bennett Hall. El otoño fue siempre impredecible en Oklahoma. El descanso de Acción de Gracias era mañana, y aunque el sol brillaba, no era raro en el estado un descenso de treinta grados de temperatura al día siguiente. El clima era cálido, pero el viento tenía un frío implacable. Saqué mi abrigo más grueso mientras caminaba de vuelta a mi dormitorio, manteniendo la cabeza baja. Durante el tiempo que había soñado con mis días de clases en la Universidad Estatal de Oklahoma, ni una sola vez imaginé llegar a casa para las fiestas, pero Julianne cocinaría un pavo, y Sam se ofreció para recogerme tras el motivo que sea que él inventó para estar en Stillwater el último día antes de las vacaciones. Crucé el Pasillo del Salón de la Fama, y luego giré hacia el este a través del Bennett Hall. Alguien corrió a mi lado y caminó varios pasos antes de que alzara la mirada para ver de quién se trataba. Me quedé helada. —Brady —dije. Se elevó sobre mí, con una expresión de suficiencia en su rostro. —La Universidad debe estar desesperada. Ellos dejan entrar a cualquiera en estos días.

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Metí las manos en los bolsillos, mirándolo. No dejé que Weston tomara represalias cuando lo abordó, con la esperanza de que nos salvara de más violencia. Encontrarme con Brady estuvo en la parte trasera de mi mente desde orientación, pero estaba segura de una cosa. No le iba permitir a Brady Beck intimidarme más. —Bien —dije, continuando mi camino a casa—. Se trata de una escuela pública. Brady siguió. —Uno de mis hermanos de la fraternidad preguntaba por ti, cuando se enteró de donde te graduaste. Le dije que tenías un caso grave de herpes. —Eres muy maduro. Brady tiró de mi abrigo hasta detenerme, y se inclinó hacia mí. Tiré para quitármelo de encima y parpadeó. —Esto no es la preparatoria, Brady. A nadie le importa quiénes son tus padres o qué tipo de camioneta conduces. A nadie le importa si eres un gilipollas. Ni siquiera a mí. Pero este es el resto de mi vida, y no estás invitado. Brady se rio una vez. —¿Eso es todo? ¿Ese es tu gran discurso? Incliné mi cabeza. —¿Es eso lo que quieres? ¿Un discurso? ¿Drama? — Negué con la cabeza—. No necesito odiarte para sentirme mejor acerca de mí misma, y aquí estás, pidiéndome que te preste un poco de atención. Persiguiéndome por cualquier patético pedazo que puedas conseguir. Brady cambió su peso de un pie al otro. —¿Me escuchas? —pregunté, inclinándome hacia él, negándome a parpadear siquiera—. No te odio, Brady. No siento nada hacia ti en absoluto. Me miró con asco puro. —Bueno, te odio, coño desagradable. Me quedé mirándolo directamente a los ojos. —Lo sé. Hemos verificado eso, ahora ¿podemos seguir adelante con nuestras vidas? ¿O requieres más de mi atención? —Vete a la mierda —dijo alejándose. Exhale, y continué mi viaje a Bennett. Me sentí mil kilos más ligera con cada paso, sabiendo que Brady nunca pensaba hablar conmigo de nuevo, mis palabras estarían en el fondo de su mente. El precedente se había establecido, y cualquier interacción adicional entre nosotros probaría aún más mi teoría. Sabía que Brady

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era demasiado orgulloso como para permitir que eso sucediera. Su orgullo era aún más fuerte que su necesidad de ser un matón. Al acercarme a mi dormitorio, la multitud aumentaba mientras estudiantes entraban y salían del edificio. —¡Erin! —Una voz aguda llamó desde la multitud. Rebecca, mi vecina de cabello color cobrizo, se deslizaba alrededor de compañeros de estudios para obtener un tomo. —¡Hola! —Ella siempre estaba animada, sin importar si eran las siete de la mañana o medianoche. —Fiesta de Última Oportunidad en casa de Lambda Chi Animal esta noche. —No, gracias —dije, abriendo la puerta del vestíbulo de Bennett. —¡Oh, vamos! ¡Por favor! —dijo. Rebecca era de Hobart, Oklahoma, una ciudad con una población aún más pequeña que Blackwell y su acento era excepcionalmente sureño. —Tengo que estudiar, ¿tú no? —pregunté. —¿Sí? —dijo, sonando más como una pregunta que una respuesta. Negué con la cabeza. —No hay nada que hacer en esa fiesta que sea más importante que mi examen de Apreciación Musical. Tengo una B por el momento. —¡Las Bs son buenas, Erin! —Mis padres están pagando por mi educación. Si una B es mi mejor resultado, está bien, pero se lo debo a ellos y a mí estudiar para este examen para ver si puedo hacerlo mejor. Rebecca gruñó con sus labios. —Estás pasando demasiado tiempo con tu asesor. Cuando llegamos al ascensor, Rebecca presionó el botón de la segunda planta. —También tengo que estudiar. Tenía la esperanza de disuadirte de eso. —Sabías que no lo haría. —Sí, eso creía, por eso te pregunté a ti y no a Hannah Matthews. Hayden Wentz se apresuró a entrar antes de que las puertas se cerraran. La postura de Rebecca mejoró inmediatamente, y su sonrisa cambió de entera a recatada. Hayden nos miró a las dos, intentando no respirar sobre nosotras ya que llegaba sin aliento por su carrera. Nos ofreció un rápido movimiento de cabeza. — Gracias.

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—¿Vas a la fiesta de Lambda Chi esta noche? —dijo Rebecca. —Sí —dijo—. Soy un novato, así que de alguna manera tengo que hacerlo. —Oh —dijo Rebecca, batiendo sus ojos. Me miró con una expresión suplicante. —No —dije. —¿No, qué? —preguntó Hayden, de repente curioso. —No quiero ir. —Está bien —dijo, confundido—. No te lo pedí, no es que no lo haría. He pensado en eso en realidad, pero no estaba… no importa. La boca de Rebecca se abrió. —¿Qué?, no —dije con demasiado énfasis—. Ella… no pensé que me preguntabas. Le decía a ella que yo… no importa. Rebecca comenzó a reír, y cerré los ojos mortificada. El ascensor se abrió, y prácticamente me lancé por el pasillo. Rebecca me siguió, todavía riéndose. —Oh Dios mío —me quejé. —¿No lo escuchaste? ¡Le gustas! Arrugué mi nariz. —Ni siquiera me conoce. —Está bien, se siente atraído por ti. Deberías ir. Metí la llave en la cerradura y la sacudí antes de girar el pomo. —Ríndete, Bec. Haz lo que quieras, pero no voy. Cerré la puerta detrás de mí y me apoyé en ella, cerrando los ojos. No era ciega. Hayden era el chico más atractivo de Bennett Hall, pero también era un gran idiota. Era de Tonkawa, un pequeño pueblo separado de Blackwell sólo por quince minutos de pasto y tierras de cultivo. Pero el tener siquiera un momento de atracción hacia alguien sólo me hacía pensar en Weston, y en su mayoría, sólo intentaba olvidarlo. Esa era otra razón por la que creía que Sam venía a Stillwater a buscarme. Mis padres tenían miedo que no volvería a casa sólo para poder evitar ver a Weston. Me quité la chaqueta, dejé que mi mochila se deslizará de mis hombros hasta el suelo, y penosamente caí en mi silla. Vivir sola en una suite de este tamaño me hizo sentir como si estuviera de nuevo con Gina, aunque esta era mucho más limpia.

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Cuando terminé la tarea, me puse al corriente en todos mis programas de televisión y hablé por la red con Sam y Julianne. Luego, limpié los mostradores hasta que estaban más limpios, y sequé las baldosas prístinas hasta que estuvieran más brillantes. Llegué al punto más bajo de todos los tiempos cuando limpié el interior del refrigerador sólo porque estaba perdiendo el olor del limpiador orgánico que me recordaba a casa. Mi celular sonó, y lo jalé hasta que salió de mi bolsillo trasero. Hailey de Apreciación Musical me pedía notas y me preguntaba si iba a ir a Animal House. Escribí un rápido: “No”, bajé mi teléfono celular, y suspiré cuando sonó de nuevo. Esta vez, fue un mensaje de grupo con Alex, Anna, y Renee de mi clase de Humanidades. Nop. No iré. Bloqueé la pantalla y coloqué el teléfono sobre la mesa de café, sentándome de nuevo. Era agradable tener amigos, pero la universidad hacía que fuera muy fácil hacer demasiadas cosas a la vez. Eso era una cosa más que no había previsto. Mi celular sonó de nuevo, y gemí. Di clic en el botón lateral cuando lo deslicé en modo silencio. —No, no voy a ir a la fiesta, quienquiera que seas —dije en voz alta. Miré mi mochila sabiendo que mi guía de estudio se hallaba en algún lugar en el interior, y que tendría que sacarla pronto para estudiar. Justo cuando me puse de pie, un golpe en la puerta me sobresaltó. Cansada, pisoteé, torcí la manija, y abrí. —No voy a ir a la fie... Weston Gates se encontraba de pie en mi puerta con una sonrisa esperanzada en su rostro.

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14 Traducido por Annabelle Corregido por Laurita PI

—…ta —terminé. —¿Qué fiesta? —preguntó con una sonrisa. Casi me encogí y sentí mis cejas fruncirse. —¿Qué haces aquí? —Te envié un mensaje para que supieras que venía —dijo, desanimado por mi reacción. —¿Cuándo? —pregunté, girándome para mirar mi teléfono que aún se encontraba sobre la mesita de café. —Del estacionamiento. Así que, hace dos minutos. —Esperó a que dijera algo, y cuando no lo hice, se encogió de hombros—. ¿Puedo entrar? —No. —Oh. —Tengo que estudiar. Tengo un examen enorme mañana antes de que mi Sam venga a llevarme a casa. —Sí. Le dije que yo lo haría. —¿Hacer qué? —Venirte a buscar. He estado en casa durante un par de días. Estuve todo el tiempo en tu casa… b{sicamente. —¿Sam dijo que podías recogerme? —Sí. ¿Está bien eso? —Se detuvo—. ¿En verdad no me dejarás entrar? —Llegaste un día antes. Introdujo las manos en los bolsillos de sus vaqueros. —Lo sé. Regresaré. No podía esperar ni siquiera un día más para verte, Erin. Lo intenté. Sus ojos captaron el brillo de mi collar, así que lo metí debajo del cuello de mi camisa.

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Me miró por debajo de sus largas pestañas, con una media sonrisa dulce en su rostro. Respirar se volvió cada vez más difícil. En los últimos tres meses intenté con todas mis fuerzas olvidarme de sus ojos, del cabello que había crecido tanto que ahora le cubría los ojos, y de esa piel bronceada que ahora era más de un color oliva. Parecía un poco más alto, un poco más musculoso, y quizá incluso un poco mayor, más experimentado. Me preguntaba qué tipo de experiencias había tenido. Hayden pasó y se detuvo, reconociendo a Weston. —Hola, hermano. ¿Vienes para aquí? —preguntó Hayden. Luego sacó sus propias conclusiones—. Oh, Erin, cuando dije eso, no sabía de que estaban hablando. Los ojos de Weston pasaron de Hayden hacia mí y luego de vuelta, antes de fruncir el ceño y retroceder. —No —dijo Hayden, notando el lenguaje corporal de Weston—. Algo sucedió temprano en el elevador… Weston retrocedió otro paso, intentando con todas sus fuerzas no perder la cordura. Comenzó a respirar por la nariz, con dos líneas profundas formándose entre sus cejas. Podía adivinar qué pensaba, pero no lo corregí. Cuando a Weston se le metía algo a la cabeza, era imposible hacerlo cambiar de opinión. Hayden levantó ambas manos y luego las entrelazó sobre su enmarañado cabello rubio. —Mierda. Eso no fue lo que quise decir. Nada sucedió en el elevador. Weston se giró y comenzó a alejarse, pero Hayden intentó detenerlo. Weston lo tomó por las solapas de su abrigo y lo empujó contra la pared. Su expresión lo decía todo, sin que siquiera tuviera que abrir la boca. Hayden elevó sus manos, parpadeando. —Sólo… escucha. Creí que ella pensó que la invité a la fiesta esta noche. Fue un gran malentendido. Ambos nos sentimos avergonzados. Salimos del elevador. Fue súper incómodo. Eso es todo, lo juro. Weston me miró para confirmar. Asentí. Soltó su abrigo, y Hayden se echó varios pasos hacia atrás. —Lo lamento —le dijo a Weston. Me miró—. En verdad lo lamento mucho.

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Sacudí la cabeza para dejarle saber a Hayden que todo estaba bien, pero apenas se tomó el tiempo para notarlo antes de presionar el botón del elevador. Las puertas se abrieron, y presionó varias veces el botón para que se cerraran. Weston intentaba calmarse. —Lo siento, Erin. Eso me tomó completamente por sorpresa. Sabía que era posible que pudieses estar saliendo con alguien, pero no esperaba esa reacción. Me encuentro tan sorprendido como tú. —En realidad, no estoy tan sorprendida —dije. Mis palabras lo lastimaron. —Esta es la última vez que te lo preguntaré, Erin, y luego me iré. ¿Puedo entrar? —No —dije sin dudar. Pasó rápidamente junto a mí, y tomé aire con brusquedad. —¿Qué demonios crees que haces? —dije, girándome. Weston caminó hacia mí, estiró una mano para cerrar la puerta, y luego se echó hacia atrás. —Cambié de opinión. —Bueno, no puedes hacerlo. Ya te lo dije, tengo que estudiar. —¿Qué? —Apreciación Musical. —Aprecio la música. —No, Weston, es más complicado de lo que suena. Me ha estado costando. Necesito salir bien en este examen, y es en la mañana. —Te ayudaré —dijo, desesperado. Entrecerré los ojos, dudosa. —¡Lo juro! —dijo. —Podría llamar a Sam, ¿sabes? Él haría que te fueras. Weston caminó hasta el sofá y cruzó los brazos. —No sin luchar. —Se sentó. Suspiré. —No tengo tiempo para esto. —Entonces, empecemos. —Sacó su teléfono, dándole varios golpecitos—. ¿Pepperoni? —preguntó. —Sabes que me gusta el pepperoni, pero no necesito tu ayuda. —En realidad, no quieres que me vaya —dijo con tanta confianza que quería lanzarle algo a la cabeza.

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En vez de eso, lo miré fijamente, incapaz de decir nada. Golpeteó su teléfono un par de veces más. —Estoy ordenando pizza. Llegará aquí en cuarenta minutos. Levanté mi bolso y lo llevé hasta la silla antes de ponerlo en el piso. El cierre hizo un sonido agudo al jalarlo, y luego busqué en su interior hasta que encontré mi carpeta. —Tu bolso parece pesado. ¿Llevas eso a todas partes? Cerré los ojos y resoplé. —¿Por estás aquí, Weston? No respondió, así que lo miré. —Ya sabes eso. —Sólo dímelo, para terminar con esto de una vez. —Decirle eso hizo que mi pecho ardiera, y mis piernas se sintieran temblorosas, mientras una náusea abrumadora me golpeó como una ola enorme. Lo que sea que sentía, Weston lo sentía aún peor. —Merecía eso —dijo, asintiendo—. Estudia primero. Hablamos después. O no. No tenemos que hacerlo. No me debes nada. Lo miré con cautela. —¿Qué es lo que quieres? Un lado de su boca se levantó. —Estás diferente. —Qué bueno. De inmediato, se rió sin humor. —Te extraño, Erin. Creí que podía superarte, pero no puedo. Lo que sí hice fue pensar mucho, y hablar mucho con otras chicas que no eran y nunca serán tú. Hice una mueca. Su admisión me dolía. —Todos me seguían diciendo que todo mejoraría… mis compañeros, mis instructores, mis padres… tus padres. —¿Has estado hablando con mis padres? —No ha sucedido. Nunca mejorará. Solía preguntarme cuánto tiempo duraría. Ahora, me pregunto cuánto tiempo duraré yo. —Eso no es gracioso —dije. —Es decir, en Texas. Sabía que sería difícil estar allí sin ti. No tenerte en lo absoluto es peor. —Esa fue tu elección —dije.

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—Tienes razón. Justo como dijiste, yo hice esto. Me movía con nerviosismo. Esa horrible sensación que me había tragado cuando él se fue resurgía a mis pies, amenazando con subir por mis piernas. —¿Me odias? —preguntó. —Lo intento… todos los días. Asintió. —También me merezco eso. —Tú has… —comencé, odiándome a mí misma de inmediato—. ¿Has… salido con alguien en Texas? —Depende. Si te hace sentir celos y me quieres de vuelta, entonces sí. Si te hace sentir celos y hace que me odies aún más, entonces no. —Sólo dime la verdad. Su mirada cayó al piso y perdió foco. —Ni siquiera podía obligarme a mí mismo a ver a nadie más de esa manera. Me hacía extrañarte aún más, y ya estaba pasando por un infierno. —Yo también. —¿Nadie? —preguntó, con una pequeñísima onza de esperanza en sus ojos. Sacudí la cabeza lentamente. Ni siquiera estaba segura si se notó. —Erin —dijo, con gentileza, con cuidado—. ¿Qué si te digo que me equivoqué? ¿Qué pasa si te digo que lo lamento? —Ya has dicho eso antes. Asintió, mirándome directo a los ojos. —¿Qué si te digo que te amo y que no me importa cómo suceda; si llegamos a ser amigos, o volvemos, o algo en medio de eso, con tal de que no tenga que extrañarte más? —Aun así me extrañarías. Vivimos a cuatro horas de distancia. —Acabo de conducir esa distancia. No es nada, no cuando me hallo en camino para verte. Erin —Escogió sus palabras con precisión—, aún estoy enamorado de ti. Intenté dejar de estarlo. Intenté odiarte, olvidarte, perdonarte... —¿Por qué? —espeté. Su rostro se tornó taciturno. Lucía roto. —Por amarme de una manera que no puedo superar. Eres lo mejor a lo que he renunciado. Mi expresión se desmoronó, y bajé la mirada, jugueteando con mis uñas. — No podemos volver, Weston, y en eso es lo que pienso todo los días. Eso es lo que extraño. Ni siquiera estoy segura de conocerte.

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—Avanzamos sobre la manera en que nos sentíamos —dijo con una confianza que nunca antes vi en él—. Ya no te amo de esa manera. Eso era egoísta e impaciente, y no se trataba de ti. —Bajó la barbilla—. ¿Qué pasa si te lo ruego? —Se movió hacia adelante, arrodillándose frente a mí. Tocó mi rostro, usando su pulgar para secar la lágrima que caía por mi mejilla—. En ese momento, apenas comenz{bamos a enamorarnos. Me enamoré, Erin. Te amo… sin expectativas, sin exigencias. Demonios, sólo con la esperanza de que también me ames. Exhalé una risotada. —Sam dijo que si regresabas, lo harías de rodillas. —Me acostaré en el piso si quieres. Mis labios formaron una línea dura al intentar retener una sonrisa. —¿Por favor? —dijo, con su voz llena de desesperación. Sus ojos verdes escudriñaron mi rostro y luego se aguaron—. ¿Erin? Se encontraba tan cerca. Sus dedos aún se sentían suaves en mi piel. Las viejas cicatrices que habían disminuido pero no desaparecido me advirtieron que la persona frente a mí me causó dolor. Las cosas que me hizo sentir eran feas, y debería hacer que se marchara y que se mantuviera lejos de mí. Pero esas cicatrices sólo se encontraban en mi piel. Debajo de ellas se hallaba mi corazón, las partes de mí que sangraban, mi alma, y la Erin que podía perdonar y sonreír a pesar de los dolores del pasado. Esas piezas protegidas no fueron tocadas por nadie más que Weston. —Quiero que te quedes —susurré. Exhaló, tan sorprendido que casi no confiaba en lo que había escuchado. — ¿Qué? —Su mirada se encontró con la mía, y se inclinó hacia adelante, deteniéndose a sólo un centímetro de mis labios. —Ya me escuchaste —dije en voz baja. —Le prometí a tu papá que no me quedaría. Renté una habitación de hotel. Me mordí el labio inferior, mirando fijamente el suyo. —Quédate. Sus cejas se fruncieron, mientras el conflicto se desplazaba a través de su rostro. —¿Qué sucederá mañana? Separé las piernas aún más, acercándolo a mí, y descansé mis manos sobre sus hombros. Eran más gruesos de lo que recordaba. Seguí sus brazos hasta que llegué a sus dedos, que permanecían con ternura contra mi mandíbula. Los apreté contra los míos y los bajé hasta mi espalda, sin quitar nunca la mirada de la suya.

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Su boca se encontraba casi junto a la mía, y podía saborear cada respiro que jadeaba en anticipación. Su respiración se detuvo. —Sólo quiero escuchar que aún me amas. Si me quieres, Erin… soy todo tuyo. —Te amo. —Mi voz era apenas un susurro. Su cuerpo se tensó antes de levantarme en sus brazos, y cargarme a ciegas a la habitación. Puso mi cuerpo sobre la cama como si no pesara nada. Se detuvo frente a mí y se quitó la camisa. Cuando su pecho tonificado y las hendiduras de su abdomen aparecieron a la vista, supe que había estado usando el gimnasio para escapar de la miseria que describió. Me quité mi suéter, mientras él deslizaba las botas de sus pies y desabotonaba sus vaqueros. Sus ojos enlazados a los míos mientras deslizaba los pantalones por sus caderas, revelando los asombrosos músculos en forma de V que se encontraban allí. Weston sostuvo mi pie en su mano mientras bajaba el cierre de mi bota alta de cuero antes de deslizarla hacia afuera, luego hizo lo mismo con la otra. Las esquinas de su boca se elevaron en la sombra de una sonrisa mientras sus dedos tomaban el borde de mis mallas negras, bajándolas hacia él, dolorosamente lento. Al descender su cuerpo sobre el mío, el calor mordaz de su piel alcanzó la mía. Un gruñido resonó desde su garganta mientras sus ojos se cerraban, y su lengua se deslizaba sobre el borde de mis labios. Mi boca se abrió, permitiéndole la entrada, y en silencio le rogué que compensara el tiempo perdido. Sus dedos se deslizaron fácilmente a lo largo de mi piel sensible, encontrando su camino debajo de mi camiseta antes de empujar mi espalda contra el colchón. Con un movimiento ágil, desabotonó mi sostén, dejando ligeros besos por toda mi piel. Para el momento en que me liberó de mi camiseta, mi sostén y luego mis bragas, sus calzoncillos eran todo lo que nos separaban, dejando muy poco a la imaginación. Relajé mi cabeza hacia atrás, permitiendo que mis brazos cayeran sobre la cama, mientras su boca redescubría cada centímetro de mí. —Te he extrañado tanto —murmuró contra mi delicada piel. Podía sentir cada respiración y cada sonrisa, y podía presentir cada decisión que tomaba de seguir descendiendo. Mis dedos apretaban la sábana mientras cerraba los ojos, rogándole que nos llevara más lejos, y suspiré con alivio cuando lo hizo.

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15 Traducido por becky_abc2 Corregido por Itxi

Abrí las puertas dobles del edificio norte. Me sentía cansada y adolorida, y no estaba segura de que mi calificación final sería una A, pero sabía que uno o dos puntos porcentuales era un buen cambio. El camino al Bennett Hall tomó demasiado tiempo, y no fue a causa de la impactante frialdad del viento. En el momento en que salí del ascensor, luchaba por pasar a través de la puerta. Una vez que entré, estuve en los brazos de Weston, y su boca encontró la mía. Su mochila se hallaba cerrada y junto a la puerta, y tenía mi maleta abierta y lista. —Todavía tengo ropa allí. Julianne no quiere que lleve cosas de un lado para otro. —¿Pasta de dientes? —preguntó Weston. —Sí —dije después de pensarlo por medio segundo. —¿Vendrás conmigo? Sonreí. —Ese era el plan, ¿no? Se inclinó y deslizó un brazo a través de su mochila. Entonces, me tendió la mano. Tomé la billetera de la encimera de la cocina y miré hacia atrás a mi apartamento. Weston había limpiado mientras yo hacía los exámenes. Cerré mi puerta, y Weston se hallaba detrás de mí, abrazándome mientras acariciaba mi cuello con su nariz. Me reí, y finalmente pude concentrarme lo suficiente para cerrar con llave y dirigirnos al estacionamiento. Radiante, hermoso y color rojo brillante, el coche que tenía mis mejores recuerdos, nos esperaba para subir. Una vez que me deslicé en el asiento del copiloto, me acerqué un poco más hasta que me encontraba sentada al lado de mi novio, mi primer amor, y si Weston tenía razón cuando era sólo un niño, el hombre con el que me casaría algún día.

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Pasamos el viaje a casa charlando sobre el Instituto de Arte de Dallas, el nuevo apartamento de Weston, sus locos compañeros de cuarto, y sus profesores favoritos. El viaje pareció ser demasiado corto cuando el Chevy se estacionó junto a la acera de la casa de mis padres. Sam y Julianne nos esperaban afuera, habiéndose asegurado de obtener actualizaciones regulares de nuestra hora de llegada, con los brazos abiertos. Julianne chillaba y aplaudía antes de que me abordara cuando nos encontramos en el medio del césped. Sam se unió, como de costumbre, eclipsando nuestros cuerpos con un cálido abrazo de oso. —¡Nuestra niña está en casa! ¡Está en casa, Sam! —chilló Julianne. —¡Sí, lo está! Cuando me soltaron, nos observaron expectantes a Weston y a mí. En respuesta, Weston deslizó su brazo por mis hombros, atrayéndome a su lado, y extendí mis brazos alrededor de su cintura, entrelazando mis dedos. Julianne juntó las manos, más que contenta. Tiró de nosotros en un abrazo. —¿Y bien? —dijo Sam—. Entren, entren. Julianne horneó un pavo tan grande que solamente tendremos que calentar las sobras para el próximo día de acción de gracias. Mis padres lideraron el camino de la mano, pero Weston tiró de mis dedos, pidiéndome que nos quedáramos atrás. Me envolvió en sus brazos para protegerme del frío, su aliento soplando fragmentos blancos. —No hubiera esperado entrar caminando a la casa de tus padres contigo en mis brazos. Weston bajó su mano, dejando que el pequeño corazón de plata que me había hecho hace meses se deslizara sobre su palma, hasta que cayó suavemente en su lugar. —No sé cómo hicimos que funcionara —dijo—. Podría haber sido todo una coincidencia, o tal vez estaba destinado a pasar, pero sé que no correré más riesgos. —Es por casualidad que tengo a mis padres de nuevo —dije, parándome sobre las puntas de mis pies para tocar mis labios con los suyos. Cerró los ojos con fuerza, saboreando el momento. —Y, por algún milagro, tuve una segunda oportunidad. —Nosotros tenemos una segunda oportunidad —dije.

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Metió la mano en su bolsillo y suspiró. —No tienes que llevar esto —dijo, sosteniendo su anillo de graduación—. Sólo quiero que lo tengas. Levanté mi mano izquierda, y sus ojos color esmeralda resplandecieron. —¿De verdad? Cuando asentí, se rió nerviosamente, y luego deslizó el anillo en mi dedo. Se ajustaba perfectamente, y me sonrió con orgullo. —Muéstrame tu palma —dijo. Giré la mano, y grabado en negro, para combinar con las demás marcas, estaba la palabra que describía mi vida, nuestro amor, y todo lo demás. Era mi palabra favorita en la existencia. CASUALIDAD

FIN

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SOBRE EL AUTOR Jamie McGuire nació en Tulsa, Oklahoma. Asistió a la Universidad del Norte de Oklahoma, la Universidad de Oklahoma Central y El Centro de Tecnología Autry, donde se graduó con una licenciatura en radiografía. Su novela del 2012, Walking Disaster, debutó como número uno en las listas de mejor vendidos del New York Times, USA Today y Wall Street Journal. También ha escrito el romance contemporáneo mejor vendido internacionalmente Beautiful Disaster, y la trilogía Providence, un romance paranormal. Sus últimos libros incluyen Red Hill, un thriller apocalíptico; A Beautiful Wedding, una novela; y Beautiful Oblivion, el primer libro de la serie de Maddox Brothers. Happenstance: A Novella Series (Parte Uno) es un mejor vendido en USA Today. Por favor estén atentos a la tercera y última entrega, Happenstance: A Novella Series (Parte Tres), y las series completas en una única versión impresa en Enero del 2015. Próximos trabajos incluyen Apolonia, un romance de ciencia ficción, en Octubre del 2014, y Beautiful Redemption, el segundo libro de la serie Maddox Brothers, con fecha para el invierno del 2014. Jamie vive en un rancho justo a las afueras de Enid, Oklahoma, con sus tres hijos y esposo, Jeff, quien es un vaquero real. Comparten sus treinta acres con seis caballos, tres perros y Roosterel el gato.

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