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MODERADORA: Moni
TRADUCTORAS: Valentine Rose Janira Daniela Agrafojo Val_17 Miry GPE
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*~ Vero ~* Marie.Ang Pau_07 becky_abc2 Sandry
CORRECTORAS: Mire Val_17 Miry Laurita Pi Dannygonzal
Mery St. Clair Jadasa Sandry Janira Fany
REVISIÓN FINAL: Mery St. Clair
DISEÑO: Yessy
Prólogo Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7
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Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Agradecimientos Sobre el Autor
América Mason, una atrevida estudiante de la Universidad Estatal del Este, está enamorada de un Maddox, Shepley Maddox. A diferencia de su primo, Shepley es más un amante que un peleador, pero un viaje a la casa de sus padres en Wichita, Kansas podría significar dar el siguiente paso o el final de todo.
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Traducido por Valentine Rose & Janira Corregido por Mire
Shepley —Deja de ser un marica —dijo Travis, golpeándome en el brazo.
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Fruncí el ceño y eché un vistazo alrededor para ver quién escuchó. La mayoría de mis compañeros de primer año estaban al alcance del oído, pasándonos con dirección a la cafetería de la Universidad Estatal del Este para orientación. Reconocí varios rostros de la secundaria Eakins, pero habían incluso más que no reconocí, como por ejemplo el de las dos chicas que iban caminando juntas: una vistiendo un chaleco de punto y una trenza castaña, la otra con cabello rubio ondulado y pantalones cortos. Echó un vistazo en mi dirección por medio segundo y luego continuó, como si fuera un objeto inerte. Travis levantó sus manos, una gruesa pulsera de cuero en su muñeca izquierda. Quería arrancársela y golpearlo con ella. —¡Lo lamento, Shepley Maddox! —gritó mi nombre mientras miraba a nuestro alrededor, pareciendo más como un robot o un muy mal actor. Inclinándose a mí, susurró—:‖Olvidé‖que‖ya‖no‖tengo‖que‖llamarte‖así…‖al‖menos,‖ no aquí en el campus. —O en cualquier parte, imbécil. ¿Por qué siquiera viniste si vas a actuar como un idiota? —pregunté. Con sus nudillos, Travis le dio un golpecito al borde inferior del ala de mi gorra de béisbol, casi botándola antes de agarrarla. —Recuerdo la orientación de mi primer año. No puedo creer que ya pasó un año. Es tan raro, joder. —Sacando un encendedor de su bolsillo, prendió un cigarrillo y soltó una nube de humo gris. Un par de chicas merodeando cerca suspiraron de amor, e intenté no vomitar. —Joder, eres tan raro. Gracias por mostrarme el camino. Ahora vete de aquí.
—Hola, Travis —saludó una chica desde el otro lado de la acera. Travis la miró, asintiendo, y luego me dio un fuerte codazo. —Nos vemos, primo. Mientras tú escuchas mierda aburrida, yo voy a estar profundamente enterrado en esa morena. Travis saludó a la chica, quien sea que fuera. La había visto en algunos sótanos de algunos campus el año pasado cuando fui con Travis a sus peleas en El Círculo, pero desconocía su nombre. Pude verla interactuar con Travis y supe todo lo necesario. Ya se encontraba dominada. El total semanal de Travis disminuyó un poco desde su primer año, pero no por mucho. Nunca lo confesó, pero podía darme cuenta que se sentía aburrido por la escasez de desafíos de parte del sexo opuesto. Esperaba conocer a alguna chica que Travis no hubiese recostado en nuestro sofá.
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Las pesadas puertas necesitaron más que un simple tirón, y luego entré, sintiendo un alivio instantáneo por el aire acondicionado. Mesas rectangulares estaban juntan, desde un lado al otro, creando cinco hileras separadas estratégicamente en áreas para ir y venir, y para acceder a la línea de comida y al mostrador de ensaladas. Una solitaria mesa redonda se encontraba en una esquina, y allí se hallaba la rubia con su amiga y un extravagante tipo con pelo rubio parado en las puntas, que parecía haberse estrellado en una pared en el nacimiento de su pelo. Darius Washington estaba sentado al final de las hileras de las mesas, bastante cerca de la mesa redonda, por lo que esperé a que él me viera. Una vez que miró en mi dirección, me hizo un gesto con la mano justo como esperé, y me le uní, sintiéndome muy avivado por el hecho de estar a menos de tres metros de la rubia. No miré hacia atrás. Travis era un arrogante hijo de puta la mayoría del tiempo, pero estar a su alrededor significaba conseguir lecciones gratis sobre cómo conseguir la atención de una chica. Lección número uno: Persigue, pero no corras. Darius saludó a la gente de la mesa redonda. Le hice un gesto. —¿Los conoces? Sacudió su cabeza. —Solo a Finch. Lo conocí ayer cuando me mudé a la residencia. Es graciosísimo. —¿Y a las chicas? —No, pero son sexys. Ambas. —Necesito presentarme con la rubia.
—Finch parece ser amigo de ella. Han estado hablando desde que se sentaron. Veré que puedo hacer. Coloqué firmemente mi mano en su hombro, dando un vistazo hacia atrás. Ella encontró mi mirada, sonrió, y la alejó. Mantén la calma, Shep. No lo arruines. Esperar que algo tan extremadamente aburrido como orientación terminara fue incluso peor, debido a la anticipación de conocer a esa chica. De vez en cuando, podía escucharla reírse. Me prometí que no miraría, pero fallé varias veces. Era preciosa, con unos ojos verdes y largo cabello ondulado, como si acabase de estar en la playa y dejó que se secara al natural. Cuanto más me esforzaba por escuchar su voz, más ridículo me sentía, pero había algo en ella, incluso desde el primer vistazo, me tenía planeando formas para impresionarla o hacerla reír. Haría lo que sea para que me prestara atención, inclusive por cinco minutos. Una vez que nos dieron nuestros paquetes, y el plano del campus, menús y reglas fueron explicados hasta el cansancio, el decano de estudiantes, el Sr. Johnson, nos permitió irnos.
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—Espera a que salgamos —dije. Darius asintió. —Tranquilo. Yo me encargo. Al igual que en los viejos tiempos. —En los viejos tiempos perseguíamos a chicas de secundarias. Ella, sin duda, no es una chica de secundaria. Probablemente ni siquiera lo fue cuando asistía a la secundaria —dije, siguiendo a Darius—. Es confiada. También parece experimentada. —Nah, hermano. A mí me parece una buena chica. —No hablaba de ese tipo de experiencia —gruñí. Darius soltó una carcajada. —Cálmate. Ni siquiera la has conocido. Tienes que ser cauteloso. ¿Recuerdas a Anya? Terminaste todo involucrado con ella, y pensamos que ibas a morir. —Hola, cabrón —dijo Travis desde debajo de un árbol con sombra, casi a noventa metros de distancia de la entrada. Soltó la última nube de humo y lo arrojó al suelo, pisándolo con su bota. Tenía la sonrisa satisfecha de un hombre luego de un orgasmo. —¿Cómo? —dije, escéptico. —Su residencia es la de allá —dijo, asintiendo hacia Morgan Hall.
—Darius va a presentarme con una chica —dije—.‖ Tan‖ solo…‖ quédate‖ callado. Travis enarcó una ceja y luego asintió. —Por supuesto, cariño. —Lo digo en serio —dije, observándolo. Metí mis manos en los bolsillos de mis vaqueros, e inhalé profundamente, observando a Darius conversar con Finch. La morena ya se había ido, pero gracias a Dios, su amiga parecía interesada en quedarse. —Deja de moverte —dijo Travis—. Luces como si fueras a mearte en los pantalones. —Cállate —siseé. Darius apuntó en mi dirección, y Finch y la rubia nos miraron a Travis y a mí. —Mierda —dije, mirando a mi primo—. Háblame. Parecemos acosadores. —Eres tan adorable —dijo Travis—. Será amor a primera vista.
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—¿Est{n…‖est{n‖viniendo‖hacia‖ac{?‖—pregunté. Mi corazón se sentía como si fuera arañar mi caja torácica, y sentí una repentina urgencia de golpear el trasero de Travis por ser tan poco serio. Travis ojeó por su visión periférica. —Sí. —¿En serio? —dije, intentando contener mi sonrisa. Una hilera de sudor se escapó del nacimiento de mi cabello, y lo sequé con rapidez. Travis sacudió su cabeza. —Voy a golpearte en las pelotas. Ya estás enloqueciendo por esta chica, y ni siquiera la has conocido. —Hola —saludó Darius. Giré y me di cuenta de la mano que me tendió para chocar las cinco y saludarnos. —Él es Finch —informó Darius—. Vive al lado de mi cuarto. —Hola —saludó Finch, sacudiendo mi mano con una sonrisa coqueta. —Me llamo América —dijo la rubia, tendiéndome su mano—. La orientación fue horrible. Menos mal somos de primer año una vez. Era incluso más hermosa de cerca. Sus ojos brillaban, su cabello resplandecía bajo el sol, y sus largas piernas parecían el paraíso en aquellos pantalones cortos blancos y deshilachados. Era casi igual de alta que yo, incluso
usando sandalias, y la forma de su boca cuando hablaba, con sus labios carnosos, era demasiado sexy. Tomé su mano y la sacudí una vez. —¿América? Sonrió. —Vale, anda. Haz un chiste pervertido. Los he escuchado todos. —¿Has‖ escuchado‖ el‖ que‖ dice:‖ “Me‖ gustaría‖ follarte‖ por‖ la‖ libertad”?‖ — preguntó Travis. Le di un codazo, intentando mantener la seriedad. América notó mi gesto. —De hecho, sí. —Así‖que…‖¿aceptar{s‖mi‖oferta?‖—bromeó Travis. —No —respondió América sin dudar. Sí. Es perfecta. —¿Y qué hay de mi primo? —preguntó Travis, empujándome tan fuerte que me tambaleé.
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—Venga —dije, casi rogando—. Discúlpalo —le dije a América—. No lo sacamos mucho a pasear. —Ya veo por qué. ¿De verdad es tu primo? —Trato de no contárselo a la gente, pero sí. Le dio un vistazo a Travis, y luego regresó su atención a mí. —Entonces, ¿vas a decirme cómo te llamas? —Shepley. Maddox —agregué por si acaso. —¿Qué harás más tarde, Shepley? —¿Qué haré yo más tarde? —pregunté. Travis me dio un empujoncito con su brazo. Lo aparté de mí. —¡No me jodas más! América soltó una risita. —Sí, tú. Sin duda no le pediré una cita a tu primo. —¿Por qué no? —preguntó Travis, simulando estar insultado. —Porque no salgo con niños de dos años. Darius soltó una carcajada y Travis sonrió, sin imputarse. Se comportaba como un imbécil a propósito para hacerme lucir como un príncipe encantador. El perfecto compañero. —¿Tienes auto? —preguntó.
—Sí —respondí. —Recógeme frente a Morgan Hall a las seis. —Sí…‖sí,‖eso‖haré.‖Nos‖vemos‖—dije. Ya se encontraba despidiéndose con Finch y alejándose. —Mierda —suspiré—. Creo que estoy enamorado. Travis suspiró, y con una palmada, agarró mi nuca. —Por supuesto que lo estás. Vámonos.
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América Pasto recién cortado, asfalto ardiendo en el sol, y los gases del tubo de escape, son los olores que me recuerdan al momento en que Shepley Maddox salió del Charger negro clásico y corrió por los escalones del Morgan Hall hacia donde yo me encontraba de pie. Sus ojos escanearon mi largo vestido azul claro, y sonrió. —Luces genial. No, más que genial. Luces como si debiera dar lo mejor de mí. —Tú luces más o menos —dije, notando su camiseta y lo que parecían sus mejores pantalones. Me incliné—. Pero hueles increíble. Las mejillas se le sonrojaron lo suficiente para notarse a través de la piel bronceada, y me ofreció una sonrisa conocedora. —Ya me han dicho que luzco más o menos. Eso no me disuadirá de cenar contigo. —¿Te lo han dicho?
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Asintió —Mentían. Al igual que yo. —Lo pasé, bajando los escalones. Shelpley se apresuró a pasarme, llegando a la manija de la puerta del lado del pasajero antes que yo. Tiró de ella, abriéndola con un solo movimiento. —Gracias —dije, sentándome en el asiento del pasajero. El cuero se sentía frío contra mi piel. El interior había sido recién limpiado y aspirado, y olía a ambientador. Cuando se sentó y se volvió hacia mí, no pude evitar sonreír. Su entusiasmo era‖adorable.‖Los‖chicos‖en‖Kansas‖no‖eran‖tan…‖entusiastas. Por el tono dorado de su piel y los brazos musculosos y sólidos que se abultaban cada vez que los movía, decidí que debió haber trabajado afuera todo el verano, tal vez embalando heno o cargando algo pesado. Sus ojos marrones verdosos prácticamente brillaban y el cabello oscuro, no tan corto como el de Travis, fue iluminado por el sol, recordándome el color caramelo caliente de Abby. —Iba a llevarte a un restaurante italiano aquí, en la ciudad, pero afuera está lo‖ suficientemente‖ fresco‖ para…‖ yo…‖ yo‖ solo‖ quería‖ pasar‖ el‖ rato‖ y‖ llegar‖ a‖ conocerte sin ser interrumpidos por un mesero. Así que, hice esto —dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia el asiento trasero—. Espero que esté bien.
Me tensé, volviéndome lentamente para ver de lo que estaba hablando. En medio del asiento, asegurado con un cinturón de seguridad, se encontraba una cesta tejida, oculta bajo una manta gruesa doblada. —¿Un día de campo? —dije, incapaz de ocultar la sorpresa y alegría en mi voz. Él respiró, aliviado. —Sí, ¿está bien? Me di la vuelta en el asiento, rebotando una vez que miré hacia adelante. — Ya veremos. Shepley nos condujo a un pastizal privado al sur de la ciudad. Aparcó en un camino estrecho de grava y salió el tiempo suficiente para desbloquear la verja y abrirla. El motor del Charger rugió mientras conducía por dos líneas paralelas de suelo sin hojas en medio de hectáreas de pasto crecido. —Has usado mucho el camino ¿eh? —Esta tierra pertenece a mis abuelos. Hay un estanque en el fondo, donde Travis y yo solíamos ir a pescar todo el tiempo.
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—¿Solían? Se encogió de hombros. —Éramos los más pequeños. Ambos perdimos a nuestros dos pares de abuelos en el tiempo en que nos hallábamos en la escuela media. Además de encontrarnos ocupados con los deportes y clases en la secundaria, no se sentía bien pescar aquí sin el abuelo. —Lo siento —dije. Aún tenía a todos mis abuelos, y no podía imaginar perder a ninguno—. ¿Dos pares? Quieres decir, ¿tres pares? —dije, pensando en voz alta—. Oh Dios, lo siento. Eso fue grosero. —No,‖no…‖es‖una‖pregunta‖v{lida.‖Me‖la‖hacen‖un‖montón.‖Somos‖primos‖ por partida doble. Nuestros papás son hermanos, y nuestras mamás hermanas. Lo sé. Extraño. ¿No? —No, en realidad, es bastante genial. Después que alcanzamos una pequeña colina. Aparcó el Charger bajo la sombra de un árbol a nueve metros de un estanque de cinco hectáreas. El calor del verano contribuyó al crecimiento de las plantas y nenúfares, y el agua se hallaba hermosa, surcándose por la briza ligera. Shepley me abrió la puerta, y salí al pasto recién cortado. Mientras miraba alrededor, se metió en el asiento trasero, reapareciendo con la cesta y la manta. Sus brazos se hallaban libres de cualquier tatuaje, a diferencia de su muy entintado
primo. Me preguntaba si tendría alguno bajo la camiseta. Entonces, tuve el repentino impulso de quitarle la ropa para encontrar la respuesta. Extendió la manta multicolor con un movimiento, y la dejó perfectamente en el suelo. —¿Qué? —preguntó—.‖¿Es…? —No,‖ es‖ genial.‖ Solo…‖ esa‖ manta‖ es‖ tan hermosa. No creo que debería sentarme en ella. Parece bastante nueva. —La tela seguía nueva y tenía pliegues donde fue doblada. Shepley hinchó el pecho. —Mi mamá la hizo. Hizo docenas. Me hizo esta cuando me gradué. Es una réplica. —Sus mejillas se sonrojaron. —¿De qué? Tan pronto como hice la pregunta, hizo una mueca. Traté de no sonreír. —¿Es una versión más grande de tu mantita de la infancia, no es así? Cerró los ojos y asintió. —Sí.
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Me senté en la manta y crucé las piernas, acariciando el espacio a mi lado. — Ven aquí. —No me encuentro seguro de poder. Creo que acabo de morir de vergüenza. Lo miré, entrecerrando un ojo por un rayo de luz escapando de las hojas del árbol. —También tengo una mantita. Murfin se encuentra en mi habitación, bajo mi almohada. Los hombros se le relajaron y se sentó, colocando la cesta delante de él. — Blake. —¿Blake? —Supongo que‖trataba‖de‖decir‖“blank”1 y después se convirtió en Blake. Sonreí. —Me gusta que no mientas. Se encogió de hombros, aún avergonzado. —De todos modos, no soy muy bueno en ello. Me incliné, golpeándole el hombro con el mío. —También me gusta eso.
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Blank es manta en inglés.
Shepley sonrió y abrió la cesta, sacando un plato cubierto de queso y galletas, luego una botella de vino y dos copas de champán de plástico. Reprimí la risa, y Shepley rió. —¿Qué? —preguntó. —Es‖solo…‖esta‖es‖la‖cita‖m{s‖linda‖que‖he‖tenido. Sirvió el vino. —¿Eso es algo bueno? Esparcí el queso Brie en la galleta y le di una mordida, asintiendo, y luego tomé un pequeño sorbo de vino para bajarlo. —Definitivamente tienes una A por esfuerzo. —Bien. No quiero que sea tan linda para ser puesto en la zona de amigos — dijo, casi para sí. Lamí la galleta y el vino de mis labios, mirándolo. El aire entre nosotros cambió.‖Era‖m{s‖denso…‖eléctrico.‖Mi‖incline‖hacia‖él,‖quien‖hizo‖un‖intento‖fallido‖ de ocultar la sorpresa y la emoción de sus ojos. —¿Puedo besarte? —pregunté.
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Sus cejas se alzaron. —¿Quieres…‖ quieres‖ besarme?‖ —Miró alrededor—. ¿Ahora? —¿Por qué no? Parpadeó. —Solo…‖mmm…‖una‖chica‖nunca‖me‖ha‖pedido… —¿Te hago sentir incómodo? Rápidamente negó. —Definitivamente eso no es lo que siento ahora mismo. Acunó mis mejillas y me atrajo sin dudarlo ni un segundo. Inmediatamente abrí la boca, saboreando la humedad de su labio inferior. Su lengua era suave y cálida y sabía cómo a caramelo de menta. Hice un sonido, y se alejó. —Vamos‖a,‖mmm…‖hice‖s{ndwiches.‖¿Quieres‖de‖jamón‖o‖de‖pavo? Me toqué los labios, sonriendo, y luego me obligué a poner el rostro serio. Shepley se veía conmocionado, de la mejor manera posible. Me entregó un cuadrado envuelto en papel de cera y, cuidadosamente, pellizqué la esquina hasta que vi el pan blanco. —Gracias a Dios —dije—. ¡El pan blanco es lo mejor! —Lo sé, ¿verdad? No soporto el pan integral.
—¡El pan blanco y las calorías son lo mejor! Saqué el papel y probé el sándwich de pavo y queso suizo, hecho cuidadosamente, con ese olor a aderezo de chiplote, lechuga y tomate. Miré horrorizada a Shepley. —Oh Dios. Dejó de masticar y tragó. —¿Qué? —¿Tiene tomates? Los ojos se le llenaron de horror. —Joder. ¿Eres alérgica? —Miró alrededor frenéticamente—. ¿Tienes un auto inyector de epinefrina? ¿Debo llevarte al hospital? Caí hacia atrás, jadeando y agarrándome la garganta. Shelpley se cernió sobre mí, inseguro de dónde tocarme o cómo ayudarme. —Joder. ¡Joder! ¿Qué debo hacer? Lo agarré de la camiseta y lo jalé hacia mí, concentrándome en hablar. Las palabras salieron, finalmente. —Boca a boca —susurré.
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Se tensó, y luego todos sus músculos se relajaron. —¿Estás jugando conmigo? Se sentó mientras yo me eché a reír. —Jesús, Mare. ¡Estaba enloqueciendo! Mi risa se desvaneció y le sonreí. —Mi mejor amiga me llama Mare. Suspiró. —Así que voy a ser puesto en la zona de amigos. Levanté la mano sobre mi cabeza, torciendo un mechón de mi largo cabello, sintiendo el pasto fresco debajo del brazo. —Mejor contrarrestarlo con afecto agresivo. Levantó una ceja. —No estoy seguro de poder manejarte. —No lo sabrás si no lo intentas. Shepley se sujetó con los brazos a cada lado mío, y luego se inclinó hacia abajo, tocando sus labios con los míos. Bajé la mano, sujetando mi falda, y sonreí mientras el dobladillo subía por mis rodillas. Sus labios besaban los míos mientras se posicionaba entre mis piernas con un movimiento suave. Sus manos se sentían tan bien en mi piel, y mis caderas rodaron y se movieron en reacción. Enganchó su mano en la parte posterior de mi rodilla, jalándola contra sus caderas. —Santa mierda —dijo contra mis labios.
Lo jalé más cerca. La dureza detrás de la cremallera presionada contra mí, y gemí, sintiendo la tela en mis dedos mientras le desabrochaba los pantalones. Cuando metí la mano en sus pantalones, Shepley se congeló. —No traje un…‖no‖esperaba‖esto.‖Para‖nada. Con la mano libre, saqué un pequeño paquete del lado de mi sostén sin tirantes. —¿Deseas uno de estos? Shepley miró el cuadrado de aluminio en mi mano, y le cambió la expresión. Se sentó sobre las rodillas, mirándome, mientras me elevaba yo misma sobre mis codos. —Déjame adivinar —dije, saboreando la acidez en mis palabras—. Nos acabamos de conocer, soy atrevida sexualmente y traje un condón, así que debe significar que soy una puta, volviéndote totalmente desinteresado. Frunció el ceño. —Dilo. Di lo que piensas —dije, desafiándolo—. Dímelo en la cara. Puedo soportarlo.
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—Esta chica es elocuente y divertida y, muy posiblemente, la criatura más hermosa que conoceré alguna vez en la vida. ¿Cómo, en nombre de Dios, me las arreglé para estar en este momento con ella? —Se inclinó hacia adelante, medio confundido, medio asustado—. No me encuentro seguro de si esto es una prueba. —Miró mis labios—. Porque, créeme, si lo es, quiero pasarla. Sonreí y lo atraje para otro beso. Ladeó la cabeza, inclinándose ansiosamente. Lo mantuve a raya, solo a unos centímetros de mi boca. —Puedo ser rápida, pero me gusta ser besada lentamente. —Puedo hacer eso. Los labios de Shepley eran llenos y suaves. Tenía un aire de nerviosismo e inexperiencia, pero la manera en que me besó me dijo una historia diferente. Me dio un beso suave en la boca una vez, prolongándolo un poco, antes de alejarse, y luego me volvió a besar. —¿Es verdad? —susurró—. ¿Que las chicas rápidas no suelen quedarse por mucho tiempo? —De eso se trata ser rápido. No sabes qué harás hasta que lo haces. Exhaló. —Solo hazme un favor —dijo entre besos—. Cuando te encuentres lista para alejarte, trata de desilusionarme fácilmente.
—Tú primero —susurré. Me recostó en la manta, finalizando lo que empecé.
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Traducido por Daniela Agrafojo Corregido por Val_17
Shepley América se veía como un ángel, presionando el teléfono contra su oreja, lágrimas resplandecientes bajando por su rostro. A pesar de que no eran lágrimas felices, aun así era hermosa.
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Golpeó la pantalla y sostuvo su teléfono en el espacio entre sus piernas cruzadas. La gruesa carcasa rosada yacía en la palma de su elegante mano y su larga falda verde oliva, recordándome nuestra primera cita, la cual resultó ser el primer‖ día‖ que‖ nos‖ conocimos…‖ junto‖ con‖ algunas‖ otras‖ primeras‖ veces.‖ La amé entonces, pero la amaba todavía más ahora, siete meses y una ruptura después, incluso con marcas de rímel y los ojos inyectados en sangre. —Están casados. —Dejó salir una risa ahogada y se limpió la nariz. —Lo escuché. ¿Supongo que el Honda está en el aeropuerto? Puedo llevarte y después seguirte al apartamento. ¿Cuándo aterriza su vuelo? Sollozó, molestándose consigo misma. —¿Por qué estoy llorando? ¿Qué sucede conmigo? Ni siquiera estoy sorprendida. ¡Nada de lo que hacen puede sorprenderme ya! —Hace dos días, pensamos que estaban muertos. Ahora, Abby es la esposa de‖Travis…‖y‖tú‖acabas‖de‖conocer‖a‖mis‖padres.‖Ha‖sido‖un‖gran‖fin‖de‖semana,‖ nena. No te castigues. Toqué su mano, y pareció relajarse, pero no duró mucho antes de que se tensara. —Estás emparentado con ella —dijo—. Sólo soy la amiga. Todos están emparentados excepto yo. Soy una intrusa.
Puse mi brazo alrededor de su cuello y la atraje hacia mi pecho, besando su cabello. —Serás parte de la familia muy pronto. Me alejó, otro molesto pensamiento flotando alrededor de su linda cabecita. —Son recién casados, Shep. —¿Y? —Piénsalo. No van a querer un compañero de cuarto. Fruncí el ceño. ¿Qué demonios voy a hacer? Tan pronto como la respuesta apareció en mi mente, sonreí. —Mare. —¿Sí? —Deberíamos conseguir un apartamento. Negó con la cabeza. —Ya hablamos sobre eso. —Lo sé. Quiero hablarlo de nuevo. La fuga de Travis y Abby es la excusa perfecta. —¿En serio?
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Asentí. La observé pacientemente mientras las posibilidades nadaban detrás de sus ojos, las esquinas de sus labios curvándose más a cada segundo. —Es‖emocionante‖pensar‖en‖eso,‖pero‖en‖realidad… —Será perfecto —dije. —Deana me odiará aún más. —Mi mamá no te odia. Me miró con incertidumbre. —¿Estás seguro? —Conozco a mi mamá. Le gustas. Mucho. —Entonces hagámoslo. Me senté con incredulidad por un momento y luego la alcancé. Era casi irreal, el hecho de que todo el fin de semana estuvo en el hogar donde crecí, y ahora, se encontraba sentada en mi cama. Desde el día en que nos conocimos, me sentí como si la realidad hubiera sido alterada. Milagros como América simplemente no me pasaban a mí. No sólo tenía mi pasado y mi increíble presente entrelazados, sino que América Mason acababa de aceptar dar el siguiente paso conmigo. Llamarlo un gran fin de semana sería un eufemismo.
—Voy a tener que encontrar un empleo —dije, tratando de recuperar el aliento—. Tengo un poco de dinero ahorrado de las luchas, pero considerando el incendio, no veo ninguna pelea ocurriendo en algún momento pronto, si es que vuelven a ocurrir alguna vez. América sacudió la cabeza. —No querría que fueras de todos modos, no después de la otra noche. Es demasiado peligroso, Shep. Vamos a estar yendo a funerales por semanas. Como una bomba, sus palabras alejaron toda la emoción de nuestra discusión. —No quiero pensar en eso. —¿No tienes una reunión mañana? Asentí. —Vamos a juntar algo de dinero para las familias y hacer algo en casa en honor a Derek, Spencer, y Royce. Todavía no puedo creer que se hayan ido. Aun no lo he asimilado, supongo.
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América se mordió el labio y luego puso su mano en la mía. —Estoy tan contenta de que no estuvieras ahí. —Negó con la cabeza—. Puede que sea egoísta, pero es todo en lo que puedo pensar. —No es egoísta. He pensado lo mismo sobre ti. Si papá no hubiera insistido en que te trajera a‖casa‖este‖fin‖de‖semana…‖podríamos‖haber‖estado‖ahí,‖Mare. —Pero no lo estuvimos. Estamos aquí. Travis y Abby se fugaron, y vamos a mudarnos juntos. Quiero pensar en cosas felices. Comencé a hacer una pregunta, pero dudé. —¿Qué? Sacudí la cabeza. —Dilo. —Sabes cómo son Travis y Abby. ¿Y si se separan? ¿En dónde nos dejaría eso a nosotros? —Probablemente tendríamos que dejar que uno de ellos se quede en nuestro sofá y escucharlos discutir en nuestra sala hasta que vuelvan a estar juntos. —¿Crees que permanecerán juntos? —Creo‖que‖ser{‖inestable‖por‖un‖tiempo.‖Ellos‖son…‖vol{tiles.‖Pero‖Abby‖es‖ diferente con Travis, y viceversa. Creo que se necesitan de la manera más genuina. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Sonreí. —Sí. Miró alrededor de mi habitación, sus ojos deteniéndose en mis trofeos de béisbol y una foto de mis primos y yo cuando tenía como once años. —¿Te pateaban el trasero todo el tiempo? —preguntó—. Eras el primo pequeño de los hermanos Maddox. Eso tuvo que haber sido una…‖locura. —No —dije simplemente—. Éramos más como hermanos que primos. Yo era el más joven, así que me protegían. Thomas nos trataba como bebés a Travis y a mí. Travis siempre nos metía en problemas. Yo era el pacificador, supongo, siempre pidiendo misericordia. —Me reí ante los recuerdos. —Voy a tener que preguntarle a tu mamá sobre eso alguna vez. —¿Sobre qué? —Cómo ella y Diane terminaron con Jack y Jim. —Papá afirma que sucedió con mucha delicadeza —dije, riéndome—. Mamá dice que fue un choque de trenes. —Suena como nosotros; Travis y Abby, y tú y yo. —Sus ojos brillaron.
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Pasó casi un año desde que me mudé, y mi dormitorio era casi el mismo. Mi vieja computadora todavía acumulaba polvo sobre el pequeño escritorio de madera en la esquina, los mismos libros se encontraban en las estanterías, y dos incómodas fotos de la graduación se encontraban metidas en portarretratos baratos sobre la mesita de noche. Las únicas cosas faltantes eran fotos y periódicos recortados de mis días de fútbol que solía colgar en las paredes grises. Se sentía como si la secundaria hubiera pasado hace toda una vida. Cualquier vida sin América se sentía como un universo alternativo. El incendio y el matrimonio de Travis solidificaron de alguna manera mis sentimientos por ella. Una calidez se apoderó de mí, lo que solo pasaba cuando ella se encontraba cerca. —Entonces, supongo que eso significa que somos los próximos —dije sin pensarlo. —¿Los próximos en qué? —El reconocimiento empujó sus cejas hasta la línea de su cabello, y se puso de pie—. Shepley Walker Maddox, mantén tus diamantes para ti mismo. No me encuentro cerca de estar lista para casarme. Solo juguemos a la casita y seamos felices, ¿de acuerdo? —De acuerdo —dije, levantando las manos—. No quise decir pronto. Solo dije próximos. Se sentó. —Está bien. Sólo para que quede claro, tengo que planear la segunda boda de Travis y Abby, y no tengo tiempo para otra.
—¿Segunda boda? —Ella me lo debe. Hicimos una promesa hace mucho tiempo de que seríamos las damas de honor de la otra. Va a tener una despedida de soltera real y una boda real, y va a dejarme planearla. Toda. Es mía —dijo, sin un indicio de sonrisa en sus labios. —Entendido. Lanzó sus brazos alrededor de mi cuello, su cabello sofocándome. Enterré mi cara más profundamente en sus mechones dorados, dándole la bienvenida a la asfixia si eso significaba estar cerca de ella. —Tu cuarto está realmente limpio, y también tu habitación en el apartamento —susurró—. No soy una loca de la limpieza. —Lo sé. —Podrías hartarte de mí. —No es posible. —¿Me amarás para siempre?
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—Más tiempo que eso. Me apretó con fuerza, dejando salir un suspiro contento, el tipo de suspiro por el que me rompía el trasero, me ponía tan malditamente feliz cada vez que lo hacía. Sus dulces suspiros felices eran como el primer día de verano, como si todo fuera posible, como si fuera mi súper poder. —¡Shepley! —llamó mamá. Me incliné y tomé la mano de América, guiándola fuera de mi habitación, por el pasillo, y por las escaleras hacia la sala de estar. Mis padres se hallaban sentados ahí, en su usado sofá de dos puestos, sosteniéndose las manos. Los muebles eran lo primero que compraron juntos, y se negaban a deshacerse de ellos. El resto de la casa estaba llena de cuero contemporáneo y un diseño rústicomoderno, pero pasaban la mayor parte de su tiempo en el nivel inferior, junto al pasillo de mi habitación, en la desgastada tela floral de su primer sillón. —Tendremos que salir por un rato, mamá. Volveremos a tiempo para la cena. —¿A dónde van? —preguntó. América y yo intercambiamos miradas. —Abby acaba de llamar. Quería que pasáramos por el apartamento un rato —dijo América.
Las dos se encontraban bien versadas en sacar de la manga verdades a medias. Imaginaba que Abby le enseñó bien a América después de que se mudara a Wichita. Tenían mucho que hacer escabulléndose por ahí cuando hacían viajes a Las Vegas siendo menores de edad, así Abby podría apostar y ayudar a su padre perdedor a salir de las deudas. Papá se echó hacia adelante en su asiento. —¿Crees que puedas esperar por un minuto? Tenemos que hacerte algunas preguntas. —Tengo que conseguir mi bolso —dijo América, excusándose con gracia. Mamá sonrió, pero fruncí el ceño. —¿De qué se trata esto? —Siéntate, hijo —dijo papá, palmeando el brazo de la silla reclinable de cuero marrón junto a su sillón. —Me gusta ella —dijo mamá—. De verdad, realmente me gusta. Es confiada y fuerte, y también te ama de esa manera. —Eso espero —dije.
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—Lo hace —dijo mamá con una sonrisa de complicidad. —Entonces…‖—comencé—. ¿Qué necesitan decirme que no podían hacerlo delante de ella? Mis padres se miraron entre sí, y luego papá palmeó la rodilla de mamá con su mano libre. —¿Es malo? —pregunté. Lucharon por encontrar las palabras, respondiendo sin hablar. —De acuerdo. ¿Qué tan malo es? —Llamó el tío Jim —dijo papá—. La policía estuvo en su casa anoche, haciendo preguntas sobre Travis. Creen que es responsable por la pelea en Keaton Hall. ¿Sabes algo de eso? —Puedes decirnos —dijo mamá. —Sé acerca de la pelea —dije—. No fue la primera. Pero Travis no se encontraba ahí. Vieron cuando lo llamé. Se hallaba en el apartamento. Papá se retorció en su asiento. —No está en el apartamento en este momento. ¿Sabes en dónde se encuentra? Abby también está desaparecida. —Están bien —dije simplemente. No quería responder eso de todos modos. Papá me miró fijamente. —¿En dónde están, hijo?
—Travis todavía no habla con el tío Jim, papá. ¿No crees que primero deberíamos darle una oportunidad? Papá lo consideró. —Shepley…‖¿tuviste algo que ver con esas peleas? —He estado en algunas de ellas. La mayoría este año. —Pero no en esa —aclaró mamá. —No, mamá, estuve aquí. —Eso es lo que le dijimos a Jim —dijo papá—. Y es lo que le diremos a la policía si preguntan. —¿No te fuiste? ¿En algún momento durante la noche? —preguntó mamá. —No. Recibí un mensaje sobre la pelea, pero este fin de semana era importante para América. Ni siquiera respondí. Mamá se relajó. —¿Cuándo se fue Travis? ¿Y por qué? —preguntó papá.
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—Papá —dije, tratando de ser paciente—, el tío Jim te dirá después de que Travis hable con él. América se asomó desde la puerta de mi habitación, y le hice señas para que se uniera a nosotros. —Deberíamos irnos —dijo. Asentí. —¿Volverán para la cena? —preguntó mamá. —Sí, señora —dijo América. La arrastré por las escaleras detrás de mí hacia el nivel principal y por la puerta. —Busqué su vuelo —dijo mientras subíamos al Charger—. Dos horas más. —Entonces deberíamos llegar a Chicago justo a tiempo. América se inclinó y besó mi mejilla. —Travis podría estar en muchos problemas, ¿no? —No si puedo evitarlo. —Nosotros, cariño. No si podemos evitarlo. Bajé la vista para encontrar sus ojos.
Travis ya me había costado mi relación con América una vez. Lo amaba como un hermano, pero no la arriesgaría de nuevo. No podía dejarla proteger a Travis y meterse en problemas con las autoridades, incluso si ella quería hacerlo. —Mare, te amo por decir eso, pero necesito que te quedes fuera de esto. Arrugó la nariz con disgusto. —Guau. —Travis se llevará a muchas personas con él si todo esto explota. No quiero que seas una de ellas. —¿Y tú? ¿Serás una de ellas? —Sí —dije sin dudarlo—. Pero tú estuviste en la casa de mis padres todo el fin de semana. No sabes nada. ¿Entiendes? —Shep… —Lo digo en serio —dije. Mi voz era inusualmente severa, y ella se echó un poco hacia atrás—. Promételo.
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—No…‖ no‖ puedo‖ prometerte‖ eso.‖ Abby‖ es‖ mi‖ familia.‖ Haría‖ lo‖ que‖ fuera‖ para protegerla. Por ende, eso incluye a Travis. Estamos juntos en esto, Shepley. Travis haría lo mismo por ti o por mí, y lo sabes. —Eso es diferente. —En absoluto. Ni siquiera un poco. Me incliné para besar esos labios malditamente tercos que amaba tanto, y giré la llave, encendiendo el Charger. —Ellos pueden conducir tu auto a casa. —Oh, no —dijo, mirando por la ventana—. La última vez que los dejé tomar prestado mi auto, se casaron sin mí. Me reí entre dientes. —Déjame cerca del Honda. Los llevaré a casa, y ambos me van a escuchar durante todo el camino. Y Travis tampoco va a librarse yéndose contigo, así que si pregunta… Sacudí la cabeza con diversión. —No me atrevería.
Traducido por Val_17 Corregido por Miry GPE
América Me sequé el sudor por encima de mi labio superior con el dorso de una mano, bajando la parte superior de mi enorme sombrero con la otra. Al otro lado de las palmeras y arbustos florales de todos los brillantes colores imaginables, se encontraban Taylor y Falyn sentados en una mesa en Bleuwater.
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Me quité mis enormes gafas de sol negras y entrecerré los ojos, viéndolos discutir. La segunda boda en la isla perfecta que me tomó la mayor parte del año planear, y los chicos Maddox la arruinaban. —Jesús. —Suspiré—. ¿Ahora qué pasa? Shepley me agarró la mano, mirando en la misma dirección hasta que encontró el problema. —Oh. No se ven felices en absoluto. —Thomas y Liis también están peleando. Los únicos que se llevan bien son Trent y Cami, y Tyler y Ellie, pero Ellie nunca se enoja. —Tyler‖y‖Ellie‖no‖est{n‖realmente…‖juntos‖—dijo Shepley. —¿Por qué todo el mundo sigue diciendo eso? Están juntos. Simplemente no dicen que están juntos. —Ha sido así durante mucho tiempo, Mare. —Lo sé. Ya es suficiente. Shepley puso mi espalda contra su pecho y acarició mi cuello. —Nos olvidaste. —¿Eh? —Te olvidaste de nombrarnos. Nos llevamos bien.
Hice una pausa. Planificar, organizar y asegurarme de que todo fluyera sin problemas me mantuvo ocupada. Aparte de la recepción en Sails, apenas y vi a Shepley. Pero él no se quejó ni una vez. Toqué su mejilla. —Siempre nos llevamos bien. Shepley ofreció una media sonrisa. —Travis oficialmente se ha casado dos veces antes que el resto de nosotros. —Trenton no se queda atrás. —No sabes eso. —Se hallan comprometidos, cariño. Estoy bastante segura. —No han fijado fecha. Alisé mi pareo negro y tiré de Shepley hacia la playa. —¿No lo apruebas? Se encogió de hombros. —No lo sé. Es raro. Ella salió con Thomas primero. Simplemente no haces eso.
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—Bueno, lo hizo. Y si no lo hubiera hecho, Trent no estaría tan feliz. —Me detuve en el borde de la arena, apuntando a un pequeño grupo de Maddoxs reunidos a la orilla del agua. Travis se encontraba sentado en un sillón blanco de plástico, fumando un cigarrillo y mirando fijamente el océano. Trenton y Camille se hallaban a pocos metros de él, mirándolo con expresiones preocupadas. Mi estómago se hundió. —Oh, no. Oh, mierda. —Ahora voy —dijo Shepley, soltando mi mano para caminar hacia Travis. —Arréglalo.‖ No‖ me‖ importa‖ lo‖ que‖ tengas‖ que‖ decir‖ o‖ hacer…‖ sólo‖ arréglalo. No pueden pelear en su luna de miel. Shepley me hizo un gesto, haciéndome saber que tenía todo bajo control. Sus zapatos movían la arena mientras avanzaba hacia donde se encontraba su primo. Travis parecía devastado. No podía imaginar lo que pudo ocurrir entre la felicidad conyugal de la noche anterior y esta mañana. Shepley se sentó con los pies plantados entre su silla y la de Travis, y aplaudió. Travis no se movió. No reconoció a Shepley. Simplemente se quedó mirando el agua. —Esto es malo —susurré.
—¿Qué es malo? —preguntó Abby, sobresaltándome—. Vaya. ¿Estás saltarina esta mañana? ¿Qué miras? ¿Dónde está Shep? —Estiró el cuello para mirar más allá de mí hacia la playa. —Joder —susurró—. Eso se ve mal. ¿Shepley y tú pelearon? Me di la vuelta. —No. Shepley fue a averiguar qué le pasa a Trav. ¿Lo hicieron? ¿Pelear, quiero decir? Abby negó con la cabeza. —No. Estoy bastante segura de que nadie le llamaría‖pelear‖a‖lo‖que‖me‖hizo‖toda‖la‖noche.‖Combate‖cuerpo‖a‖cuerpo‖tal‖vez… —¿Te dijo algo esta mañana? —Se fue antes de que me despertara. —Ahora,‖él…‖¡se‖ve‖así!‖—dije, señalándolo—. ¿Qué diablos pasó? —¿Por qué gritas? —¡No grito! —Tomé una respiración—.‖ Quiero‖ decir…‖ lo‖ siento.‖ Todo‖ el‖ mundo está enojado. No quiero personas enojadas en esta boda. Quiero que la gente sea feliz.
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—La boda terminó, Mare —dijo Abby, palmeando mi espalda mientras pasaba. Se acercó a la playa. El matrimonio la volvió confiada, más tranquila y más lenta para reaccionar cuando algo andaba mal. Abby tenía la seguridad de saber que si un problema los atormentaba, ellos lo resolverían tomados de la mano y uno al lado del otro. Travis el Novio fue impredecible, pero Travis el Esposo era el compañero de Abby, la única familia real que tenía. Casi podía ver el triunfo en su forma de moverse mientras se acercaba a él y a Shepley. Lo que sea que estuviera mal, Abby no tenía miedo. Travis era invencible, igual que ella. No tenían nada que temer. Esa parte de estar casada era atractiva para mí, pero casarse con un Maddox requería‖ trabajo,‖ y‖ todavía‖ no‖ estaba‖ segura‖ de‖ encontrarme‖ lista‖ para‖ eso…‖ incluso si mi Maddox era Shepley. Al momento en que Abby se arrodilló junto a Travis, él envolvió los brazos a su alrededor y enterró el rostro en el hueco de su cuello. Shepley se levantó y dio unos pasos hacia atrás, mirándome por un momento antes de ver a Abby hacer su magia. —Buenos días, retoño —dijo mamá, tocando mi hombro. Me giré para abrazarla. —Hola. ¿Cómo dormiste?
Mamá miró a su alrededor y suspiró. Las líneas a cada lado de su boca se profundizaron cuando sonrió. —Este lugar, América. De verdad hiciste un buen trabajo. —Demasiado bueno —bromeó papá. —Mark, detente —dijo mamá, empujándolo con el codo—. Ya ha dicho que no tiene prisa. Déjala en paz. —Me miró—. ¿Todavía iremos a almorzar? —Sí —dije, distraída por Travis abrazando a Abby en la playa. Me mordí el labio. Al menos no peleaban, o tal vez hacían las paces. —¿Qué pasa? —preguntó papá. Miró en la misma dirección que yo, de inmediato viendo a Travis y Abby—. Dios mío, no están discutiendo, ¿verdad? —No. Todo está bien —le aseguré. —Travis no atacó a algún tipo borracho por mirar a su esposa, ¿verdad? —No. —Me reí—. Travis se encuentra m{s‖tranquilo…‖un‖poco. —Abby tiene la cara, Pam —dijo papá. —No, no la tiene —espeté, más para mí misma que para él.
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—Tienes razón —dijo mamá—. Esa definitivamente es la cara. Se referían a la cara de póquer de Abby. Ningún extraño pensaría en ello, pero todos sabíamos lo que significaba. Me giré hacia ellos con una sonrisa falsa. —Reservé una mesa para seis personas. Creo que Jack y Deana ya se dirigen para allá. Voy a buscar a Shepley, y nos encontraremos allí. Mamá parpadeó y fingió que no sabía que trataba de deshacerme de ellos, al igual que todas las veces en que ignoraron la cara de póquer de Abby cuando íbamos a ser atrapadas en una mentira. Mis padres no eran estúpidos, pero tampoco eran estrictos en ese aspecto, siempre y cuando nos mantuviéramos a salvo, nos permitían cometer errores. No sabían que esos errores se realizaron en Las Vegas. —América —dijo mamá. Su tono me alertó de algo más grave que la escena en la playa—. Tenemos una idea de lo que se trata este almuerzo. —No, no la tienes —comencé. Levantó la mano. —Antes de hacer que todos en la mesa nos pongamos incómodos, tu padre y yo ya lo discutimos, y nuestra decisión no ha cambiado.
Mi boca se abrió, y mis palabras se tropezaron con mi lengua varias veces antes de que pudiera formar una frase coherente. —Mamá, por favor, simplemente escúchanos. —Todavía te quedan dos años —dijo mamá. —Es‖un‖gran‖apartamento.‖Est{‖cerca‖del‖campus…‖—dije. —La escuela nunca ha sido fácil para ti —interrumpió mamá. —Shepley y yo estudiamos todo el tiempo. Tengo un promedio de trespunto-cero. —Apenas —dijo mamá, con tristeza en sus ojos. Odiaba que me dijera que no, pero lo haría cuando sintiera que era importante, lo cual me hacía más difícil el discutirle. —Mam{…
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—América, la respuesta es no. —Papá negó con la cabeza, levantando las manos, con las palmas hacia fuera—. No vamos a financiar un apartamento con tu novio, y no creemos que puedas mantener calificaciones satisfactorias y trabajar las horas suficientes para pagar el alquiler, ni siquiera la mitad. No sabemos lo que piensan los padres de Shepley, pero no podemos estar de acuerdo. Todavía no. Mis hombros cayeron. Durante semanas, Shepley preparó un discurso con réplicas tranquilas y argumentos sólidos. Estaría devastado —otra vez— al igual que la última vez que anunciamos que nos iríamos a vivir juntos y nos lo prohibieron. —Papá —gimoteé, en un último esfuerzo. No se movió. —Lo siento, retoño. Agradeceríamos que no sacaras el tema en el almuerzo. Es nuestro último día. Vamos a… —Entiendo. Está bien —dije. Ambos me abrazaron y luego se dirigieron hacia el restaurante. Fruncí los labios, tratando de encontrar una manera de darle la noticia a Shepley. Nuestro plan fue hundido antes de que incluso tuviéramos la oportunidad de presentárselo a nuestros padres.
Shepley —Mierda —dije en voz baja. La conversación de América con sus padres no parecía agradable, y cuando se alejaron y me miró, supe lo que ocurrió. —Trav, mírame —dijo Abby, sosteniendo su barbilla hasta que sus ojos se enfocaron en los suyos. —No puedo decírtelo. Eso es lo más sincero que puedo ser. Abby puso las manos en sus caderas y se mordió los labios, escaneando el horizonte. —¿Al menos puedes contarme por qué no puedes decírmelo? —Lo miró con sus grandes ojos grises. —Thomas‖me‖pidió‖que‖no‖lo‖hiciera,‖y‖si‖lo‖hago…‖no‖seremos‖capaces‖de‖ estar juntos. —Sólo contéstame esto —dijo Abby—. ¿Tiene que ver con otra mujer?
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Confusión y luego horror se reflejó en los ojos de Travis, y la volvió a abrazar. —Cristo, nena, no. ¿Por qué preguntarías eso? Abby lo abrazó, apoyando la mejilla en su hombro. —Si no es alguien más, entonces confío en ti. Supongo que no lo sabré. —¿En serio? —preguntó Travis. —Travis, ¿qué diablos pasa? —pregunté. Travis me frunció el ceño. —Shep —dijo Abby—, esto es entre Thomas y Travis. Asentí. Si no se lo dijo a Abby, no iba a decírmelo a mí. —Está bien. — Golpeé el hombro de Travis con un lado de mi puño—. ¿Te sientes mejor? Abby es genial con eso. —No diría eso —dijo Abby—. Pero lo voy a respetar. Por ahora. Una sonrisa cautelosa se extendió por el rostro de Travis, y le tendió la mano a su esposa. —Oye —dijo América—. ¿Todo bien aquí? —Estamos bien —dijo Abby, sonriéndole a Travis. Travis se limitó a asentir.
América me miró, la brisa del mar movió los gruesos mechones de su largo cabello rubio. —¿Podemos hablar? Fruncí el ceño, y ella hizo una mueca. —No me mires así —dijo. Travis y Abby caminaron por la playa, dejándonos solos. —Te vi con tus padres. Parecía una conversación intensa. —No fue agradable. Sabían por qué pedimos almorzar con ellos y tus padres. Me pidieron que no sacara el tema. —Quieres decir, ¿mudarnos juntos? —dije, mi cuerpo entero sintiéndose tenso. —Sí. —Pero…‖no‖han‖oído‖lo‖que‖tenemos‖que‖decir.‖Tengo‖puntos. —Lo sé. Pero se enfocan en mis notas, y no creen que vaya a ser capaz de trabajar y mantener mi promedio.
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—Nena, te ayudaré. —Lo‖sé.‖Pero…‖tienen‖razón.‖Si‖no‖tengo‖tiempo‖para‖estudiar,‖no‖importar{‖ lo mucho que me ayudes. Habíamos elegido un apartamento. Ya pagué un adelanto para mantenerlo. Fruncí el ceño. —Está bien, entonces yo nos mantendré. Me tomaré un descanso de la escuela si tengo que hacerlo. —¿Qué? ¡No! Esa es una idea terrible. Agarré sus pequeños brazos en mis manos. —Mare, somos adultos. Podemos vivir juntos si queremos. —Mis padres no me apoyarán si vivo contigo. Lo dijeron, Shep. No me ayudarán con la matrícula o los libros, ni con los gastos para vivir. Ellos creen que no es la decisión correcta. —Se equivocan. —Hablas sobre dejar la escuela. Creo que tienen razón. Mi corazón empezó a acelerarse. Esto se sentía como el principio del fin. Si a América no le interesaba mudarse, tal vez perdía el interés en mí por completo. —Cásate conmigo —espeté. Su nariz se arrugó. —¿Perdón?
—No pueden decir nada si estamos casados. —Eso no cambiará los hechos. Todavía tendré que trabajar, y mis calificaciones van a sufrir. —Te lo dije. Yo nos mantendré. —¿Y abandonar la escuela? No. Eso es estúpido, Shep. Ya basta. —Si‖Travis‖y‖Abby‖pueden‖hacerlo… —No somos Travis y Abby. Definitivamente no nos casaremos para resolver un problema como ellos lo hicieron. Sentí que mis venas se hinchaban con enojo, la presión haciendo hervir la sangre en mi cara y agrupándose detrás de mis ojos. Me alejé de ella, doblando las manos en la cima de mi cabeza, deseando que el genio Maddox se calmara. Las olas llegaban a la orilla, y podía oír a Trenton y Camille hablando en una dirección, Travis y Abby en la otra.
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Niños con sus familias, parejas jóvenes y viejas empezaban a salir de sus habitaciones. Nos rodeaba gente que tenía todo controlado. América y yo llevábamos más tiempo juntos que Travis y Abby, y que Trent y Camille. Ellos se encontraban casados o comprometidos, y América y yo ni siquiera podíamos llegar al siguiente paso. Por detrás de mí, América pasó los brazos por debajo de los míos, entrelazando sus dedos en mi cintura, presionando su mejilla y tetas contra mi espalda. Levanté la vista hacia el cielo. Jodidamente amaba cuando hacía eso. —No hay prisa, cariño —susurró—. Va a pasar. Sólo tenemos que ser pacientes. —Así‖que…‖no‖hay‖que‖tocar‖el‖tema‖en‖el‖almuerzo. Se movió, tratando de negar con la cabeza contra mi espalda. Exhalé un profundo suspiro. —Mierda.
Traducido por Miry GPE Corregido por Laurita PI
América —Feliz aniversario para ti —canté, entregándole a Abby una tarjeta y una pequeña caja blanca con un lazo azul. Miró su reloj y luego se secó los ojos. —Me gustó mucho más nuestro primer aniversario.
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—Probablemente porque lo planeé, estábamos en Saint Thomas, y todo fue perfecto. Abby me lanzó una mirada. —O porque Travis estaba de hecho presente —dije, tratando de ocultar el odio en mi voz. Travis viajaba mucho por trabajo, y aunque Abby parecía entender, ciertamente yo no. Trabajaba a tiempo parcial como entrenador personal después de sus clases, pero en algún momento, el propietario le pidió que viajara por ventas o... no estaba muy segura. Era un salario mucho mejor, pero siempre de último minuto, y él nunca decía que no. —No me des esa mirada, Mare. Se encuentra en camino ahora mismo. No puede evitar que su vuelo se retrasara. —Pudo no viajar cruzando la mitad del país tan cerca de su aniversario. Deja de defenderlo. Es indignante. —¿Para quién? —¡Para mí! La que tiene que verte llorar sobre la tarjeta de aniversario que escribió antes de irse porque sabía que existía una buena posibilidad de que se lo perdiera. ¡Debería estar aquí!
Abby sorbió por la nariz y suspiró. —No quería perdérselo, Mare. Se siente mal por eso. No lo hagas peor. —Bien —dije—. Pero no te dejaré aquí sola. Me quedaré hasta que él llegue. Abby me abrazó, apoyé la barbilla sobre su hombro, mirando alrededor del oscuro apartamento. Se veía tan diferente de cuando entré por primera vez por la puerta de nuestro primer año. Travis insistió en que Abby personalizara el espacio a su gusto después de que Shepley se mudara, poco después de que se casaran. En lugar de los señalamientos de calle y de los carteles de cerveza, las paredes se encontraban adornadas con pinturas, fotos de la boda y fotos familiares con Toto. Había lámparas, mesas y decoración de cerámica. Me giré de nuevo para mirar los platos llenos de comida fría en la pequeña mesa de comedor. La vela se consumió a gotas secas de cera que casi tocaban la madera reciclada. —La cena huele bien. Me aseguraré de frotarme en ella. Shepley me envió un mensaje, y tecleé una rápida respuesta. —¿Shep? —preguntó Abby.
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—Sí. Pensó que estaría en casa ahora. —¿Cómo va eso? —Es un loco de la limpieza, Abby. ¿Cómo crees que va? —dije, disgustada. —Estabas tan enojada cuando tus padres dijeron que no podías vivir con él. Ambos se enfurruñaron en los dormitorios un año y medio. Ellos al final cedieron, y ahora, lo odias. —No lo odio. Temo que él me odiará. —Han sido casi tres años, Mare. Si fuera posible para Shepley hacer algo más que adorarte, dudo que sería sobre algo como un par de calcetines sucios. Llevé mis rodillas hasta el pecho, casi deseando que él estuviera en mis brazos. A menudo me preguntaba si estar cerca de Shepley o incluso pensar en él dejaría de hacerme sentir tanto, pero el paso del tiempo solo hizo que mis sentimientos fueran más fuertes. —Nos graduamos el próximo verano, Abby. ¿Puedes creerlo? —No. Entonces en verdad tenemos que ser adultas. —Has sido adulta desde que eras una niña. —Cierto.
—Sigo pensando que me pedirá que me case con él. Abby arqueó la ceja. —Si él dice mi nombre de cierta manera, o vamos a un restaurante de lujo, creo que sucederá, pero nunca lo hace. —Te lo pidió, Mare, ¿recuerdas? Le dijiste que no. Dos veces. Me estremecí, recordando esa mañana en la playa y unos meses más tarde con la luz de las velas brillando en sus ojos, la pasta hecha en casa, y la suprema decepción en su rostro. —Pero eso fue el año pasado. —Crees que perdiste tu oportunidad, ¿no? Crees que nunca conseguirá el valor suficiente para pedírtelo de nuevo. —No respondí, pero ella continuó—: ¿Por qué no se lo pides tú? —Porque sé que es importante para él pedírmelo.
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Proponerme a Shepley me pasó por la cabeza, pero recordé lo que dijo sobre la noticia de que Abby fue la que hizo la pregunta a Travis. Le molestó casi tanto como la comprensión de que sus sentimientos sobre el tema eran muy tradicionales. Shepley sintió que era su lugar como hombre hacer la pregunta. No comprendí que si no me hallaba lista cuando él se propuso, dejaría de preguntar. —¿Quieres que él lo haga? ¿Qué te lo pida de nuevo? —Por supuesto que sí. No tenemos que casarnos de inmediato, ¿cierto? —Cierto. Así que, ¿cuál es tu prisa por comprometerte? —preguntó. —No lo sé. Parece aburrido. —¿Aburrido? ¿Contigo? ¿No acaba de mandarte un mensaje para saber si estabas bien? —Sí,‖pero… —¿Estás aburrida? —Aburrido no es la palabra correcta. Se siente incómodo. Estamos estancados, y puedo decir que eso le molesta. —¿Tal vez espera una señal de que estás lista? —Le he lanzado indirectas, excepto el mencionar el Famoso No de América. Hemos hecho un acuerdo tácito de dejarlo sin hablar. —Tal vez deberías decirle que estás lista cuando él esté listo para pedirlo de nuevo. —¿Y si no lo está?
Abby hizo una mueca. —Mare, hablamos de Shep. Es probable que esté luchando contra no pedírtelo todos los días. Suspiré. —No se trata de mí. Estoy aquí para ti. Ella frunció el ceño. —Casi lo olvido. El pomo de la puerta tintineó, y la puerta se abrió de golpe. —¿Pidge? —gritó Travis. Su expresión se desmoronó cuando vio la comida en la mesa, y luego miró hacia nosotras sentadas juntas en el sofá. Los ojos de Abby se iluminaron mientras él corrió al sofá y se arrodilló frente a ella, envolviendo los brazos alrededor de la cintura de ella y enterrando la cara en su regazo. Shepley se hallaba sonriendo en la puerta. Le devolví la sonrisa. —Eres astuto. —Rentó un vuelo de regreso. Tuve que recogerlo en el FPO aquí en la ciudad. —Cerró la puerta detrás de él y se rio entre dientes, cruzando los brazos—. Creí que le daría un ataque al corazón antes de llegar aquí.
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Abby frunció la nariz. —¿El FPO? ¿Te refieres a ese pequeño aeropuerto en las afueras de la ciudad? —Ella miró a Travis—. ¿Un avión charter? ¿Cuánto te costó? Travis la miró, sacudiendo la cabeza. —No importa. Solo tenía que llegar aquí. —Luego me miró—. Gracias por estar con ella, Mare. Asentí. —Por supuesto. —Me puse de pie, sonriendo hacia Shepley—. Te seguiré a casa. Shepley abrió la puerta. —Después de ti, nena. Les dije adiós a Travis y a Abby con la mano, no es que lo notaran mientras él prácticamente le comía el rostro a ella. Shepley sostuvo mi mano mientras bajábamos las escaleras a nuestros coches. El Charger brillaba como nuevo, estacionado al lado de mi rayado y sucio Honda rojo. Abrió la puerta, y el olor a humo asaltó mi nariz. Agité la mano frente a mi rostro. —Qué asco. Si amas tanto a tu auto, ¿por qué dejas que Travis fume en él? Se encogió de hombros. —No lo sé. Nunca pregunta. Sonreí. —¿Qué haría Travis si, algún día, dejas de permitirle salirse con la suya todo el tiempo?
Shepley me besó en la comisura de la boca. —No lo sé. ¿Tú qué harías? Parpadeé. La expresión de Shepley se convirtió en horror. —Oh, mierda. Eso solo salió. No quise decirlo de la forma en que sonó. Aferré mis llaves en mi mano. —Está bien. Te veré en casa. —Nena —comenzó. Pero ya me encontraba a mitad de rodear el Honda. Me senté en el desgastado asiento del conductor de mi destartalado y pequeño auto, encendiéndolo a pesar de que quería sentarme ahí por un tiempo y llorar. Shepley retrocedió, y lo seguí. No estaba segura de qué era peor, escuchar la verdad no deseada o ver el miedo en sus ojos después de que la dijo. Shepley se sentía como un felpudo para todos los que amaba, incluyéndome.
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Shepley Entré en el lugar de estacionamiento cubierto junto al Honda de América y suspiré. El volante chirrió mientras mis nudillos blancos se retorcían de un lado al otro. La mirada de antes en el rostro de América, cuando hablé sin pensar, no era como nada que vi antes. Si dije algo estúpido, la ira sería evidente en su mirada. Pero no la hice enojar. Esto era peor. Sin querer, le hice daño, cortándola profundamente. Vivíamos a tres edificios de distancia de Travis y Abby. Nuestro edificio tenía menos estudiantes universitarios y más parejas jóvenes y familias pequeñas. El aparcamiento se encontraba lleno, los otros inquilinos ya se hallaban en casa y en la cama.
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América bajó de su auto. La puerta del auto chirrió mientras la empujaba para cerrarla. Caminó hacia la acera, sin ninguna emoción en su rostro. Aprendí a mantener la calma durante una discusión, pero América era emocional, y cualquier esfuerzo por enmascarar sus sentimientos nunca era algo bueno. Crecer con mis primos resultó ser un gran recurso para manejar a alguien tan tenaz como América, pero enamorarse de una mujer que era segura de sí misma y fuerte, a veces requería luchar contra mis propias inseguridades y debilidades. Esperó a que bajara del Charger, y luego caminamos hacia nuestro apartamento de abajo juntos. Permaneció en silencio, y eso solo me puso más nervioso. —No tuve tiempo de lavar los platos antes de ir a casa de Abby —dijo ella, entrando en la cocina. Rodeó la barra de desayuno y luego se congeló. —Los lavé antes de ir a recoger a Travis. No se dio la vuelta. —Pero dije que los lavaría. Mierda. —Está bien, nena. No tomó mucho tiempo. —Entonces supongo que debí tener tiempo para hacerlo antes de irme. ¡Mierda! —Eso no es lo que quise decir. No me molestó. —A mí tampoco, por eso dije que los lavaría. —Lanzó su bolso en la barra y desapareció por el pasillo.
Pude escuchar sus pasos entrar en nuestra habitación, y la puerta del baño cerrándose de golpe. Me senté en el sofá, cubriéndome el rostro con las manos. Desde hacía algunos meses, nuestra relación no era muy buena. No estaba seguro de si era porque no se sentía contenta por vivir conmigo o si no era feliz conmigo. De cualquier manera, eso no auguraba nada bueno para nuestro futuro. No había nada que me aterrara más. —¿Shep? —Una voz suave llamó desde el pasillo. Me giré, viendo a América salir desde la oscuridad a la sala en penumbras. —Estás en lo correcto. Soy agobiante, y espero que me dejes salirme con la mía todo el tiempo. Si no lo haces, hago una rabieta. No puedo seguir haciéndote eso. Mi sangre se heló. Cuando se sentó a mi lado, instintivamente me alejé, temeroso del dolor que me causaría cuando dijera las palabras que más temía. — Mare, te amo. Lo que sea que pienses, detente. —Lo siento —comenzó.
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—Detente, demonios. —Lo haré mejor —dijo, con lágrimas brillando en sus ojos—. No te mereces eso. —Espera. ¿Qué? —Ya me escuchaste —dijo, luciendo avergonzada. Desapareció de nuevo en el pasillo, y me levanté, siguiéndola. Abrí la puerta de nuestra habitación oscura. Solo una pequeña porción de la luz salía del cuarto de baño, revelando la cama hecha y las mesitas de noche llenas de revistas de chismes, libros de texto y fotos en blanco y negro de nosotros. América se quitó la ropa, una pieza a la vez, dejando cada una como un camino hacia la ducha, antes de hacer correr el agua. La imaginé de pie fuera de la cortina, inclinándose hacia dentro, las suaves curvas de su cuerpo, cambiando lentamente con cada movimiento. La entrepierna de mis pantalones instantáneamente se resistió contra el bulto detrás de la mezclilla. Llevé la mano hacia ahí y me reajusté, caminando hacia la puerta rodeada de dura luz fluorescente. La puerta crujió cuando la empujé para abrirla. América ya se hallaba detrás de la cortina, pero podía escuchar el agua cayendo sobre ella con golpes fuertes en el suelo de la bañera.
—¿Mare? —dije. Mi polla rogaba que me desnudara y entrara en la ducha detrás de ella, pero sabía que ella no estaría de humor—. No fue mi intención. Lo que dije antes solo salió. No eres una tirana. Eres terca, franca y de carácter fuerte, y estoy enamorado de todas esas cosas. Son parte de lo que te hace ser tú. —Es diferente. —Su voz apenas escuchándose a través de la cortina y el sonido del zumbido del agua corriendo por las tuberías. —¿Qué es diferente? —pregunté, inmediatamente reflexionando si era el sexo. Luego maldije a la voz de dieciséis años de edad en mi cabeza que dejó salir semejante estupidez infantil. —Eres diferente. Somos diferentes. Suspiré, dejando que la cabeza cayera hacia adelante. Esto se ponía peor, no mejor. —¿Eso es malo? —Se siente de esa manera. —¿Cómo puedo arreglarlo?
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América me miró desde detrás de la cortina, solo un hermoso ojo esmeralda mirándome. El agua corría por su frente y nariz, goteando desde el final. —Nos mudamos juntos. Tragué saliva. —¿Eres infeliz? Negó con la cabeza, pero eso solo alivió parcialmente mi ansiedad. —Tú eres infeliz. —Mare —exhalé—. No, no lo soy. Nada sobre estar contigo podría hacerme infeliz. Su ojo inmediatamente se encubrió, y lo cerró, haciendo que lágrimas saladas se mezclaran con el agua cayendo sobre su rostro. —Puedo verlo. Puedo decirlo. Solo que no sé por qué. Hice a un lado la cortina, y dio un paso atrás tanto como pudo, viendo meter un pie dentro y luego el otro, incluso aunque estaba completamente vestido. —¿Qué haces? —preguntó. Envolví mis brazos a su alrededor, sintiendo el agua derramarse por encima de mi cabeza, empapando mi camisa. —Donde quiera que estés, estaré ahí contigo. No quiero estar en algún lugar en el que no estés. La besé, y gimió en mis brazos. No era propio de ella mostrar su lado más suave. Normalmente, si estaba herida o triste, se enojaba.
—No sé por qué ha sido diferente, pero te quiero igual. En realidad, más. —¿Entonces por qué...? —Se interrumpió, perdiendo el impulso. —¿Por qué, qué? Negó con la cabeza. —Siento lo de los platos. —Nena —dije, poniendo mi dedo bajo su barbilla y levantándola suavemente hasta que me miró—. Qué se jodan los platos. América levantó mi camisa, y la sacó por encima de mi cabeza, dejándola caer al suelo con un sonido de chapoteo. Luego, desabrochó el cinturón, mientras que su lengua se movió a lo largo de mi cuello. Ya estaba desnuda, así que no tenía nada que hacer, más que dejar que me desnudara. Eso era extrañamente excitante.
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Tan pronto como mi cremallera estaba abajo, América se arrodilló frente a mí, bajando mis pantalones con ella. Me quité las zapatillas, y los lanzó hacia afuera de la bañera antes de hacer lo mismo con mis pantalones. Levantó la mano, curvando sus dedos hasta que estuvieron cómodamente entre mi piel y la cintura de mis bóxeres, y los deslizó hacia abajo, tirando con cuidado sobre mi erección. Una vez que golpearon contra las baldosas fuera de la cortina, América tomó toda mi longitud en su boca, y tuve que sostenerme, mis palmas apoyadas contra la pared. Gemí mientras la tirante succión y su agarre trabajaban juntos para crear la, posiblemente, mejor sensación en el mundo. Su ansiosa boca era tan cálida y húmeda. La suya era la única que me hizo querer poder besarla y follarla al mismo tiempo. Por un momento fugaz, la idea de que me hiciera una mamada para cambiar de tema me vino a la cabeza, pero era difícil discutir con ella, si ese fuera el caso. El sexo con ella era una de mis asignaturas favoritas. Su mano libre llegó hasta acunar mis bolas, y eso casi me hace pasar por encima del borde. —Necesito estar dentro de ti —dije. No respondió, por lo que la levanté a una posición de pie y luego enganché su rodilla a mi cadera. Agarró mis orejas y me atrajo hacia su boca, me posicioné, decidiendo en el momento bajarla sobre mi polla, lentamente ya que ella me llevó a un frenesí. Levanté su otra pierna. Justo cuando me moví para posicionarme, perdí el equilibrio. América chilló mientras extendía los brazos, buscando por algo para salvarnos, y luego recurrí a sujetarme para la caída. La cortina de nylon arrancada de los anillos, solo nos dio la mitad de un segundo antes de que mi espalda se estrellara en el suelo.
Gruñí y luego miré a América, con el cabello escurriendo, sus ojos cerrados. Un ojo jade se abrió y luego el otro. —Cristo, ¿estás bien? —pregunté. —¿Y tú? Solté una carcajada. —Sí, eso creo. Se cubrió la boca y luego comenzó a reír, haciendo estallar la risa de mi garganta y arrastrarse por el apartamento. Pronto, limpiamos nuestros ojos y tratamos de recuperar el aliento. Las risas se desvanecieron, y permanecimos en el suelo, agua goteando de nuestra piel hacia el azulejo. Una gota se formó en la nariz de América y cayó sobre mi mejilla. Ella la secó, su mirada de un lado a otro, esperando, mientras me preguntaba qué podría decir a continuación. —Estamos bien —dije en voz baja—. Lo prometo. América se sentó, hice lo mismo.
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—No tenemos que hacer lo que hacen los demás para ser felices, ¿verdad? —Su voz se encontraba teñida de tristeza. Tragué el nudo que se formó en mi garganta. No era que no quisiera hacer lo que todos los demás hacían. Durante mucho tiempo, quise lo que ellos ya tenían. —No —dije. Por primera vez desde que nos conocimos, le mentí a América. Me sentía demasiado avergonzado de admitir ante ella que quería esas cosas; los anillos, los votos, la hipoteca y los niños. Quería todo. Pero era demasiado difícil decirle a una chica poco convencional que quería una vida convencional con ella. La idea de que no queríamos las mismas cosas y lo que eso significaba me aterrorizaba, por lo que lo empujé a lo más profundo de mi mente, al mismo lugar donde guardé los recuerdos de mamá llorando sobre la tía Diane, lo suficientemente lejos para que mi corazón no los sintiera.
Traducido por *~ Vero ~* Corregido por Dannygonzal
América 45
Mis dedos de los pies brillaban bajo el sol, recién pintados de color rosa. Se movieron mientras yo disfrutaba la fina capa de sudor en mi piel y el baile de calor del pavimento que rodeaba el agua turquesa. Estaba segura de que ardía bajo los rayos brillantes, pero me quedé en las tablillas blancas de plástico de mi sillón, feliz de disfrutar de la vitamina D, incluso con las pequeñas mierdas del apartamento 404B chapoteando como paganos. Mis gafas de sol cayeron por décima vez, las gotas saladas de sudor en el puente de mi nariz hacían que se deslizaran por ahí como una barra de mantequilla derretida. Abby‖ levantó‖ la‖ botella‖ de‖ agua.‖ ―Brindis por tener el mismo día de descanso. Levanté la mía y toqué la suya. ―Voy a beber por eso. Las dos tomamos de nuestras bebidas, y sentí el deslizamiento del líquido frío por mi garganta. Puse la botella a mi lado, pero se resbaló de mi mano y rodó debajo de mi silla. ―Maldita sea ―dije, en protesta, pero sin moverme. Hacía demasiado calor para hacerlo. Hacía demasiado calor para hacer otra cosa además de permanecer en el aire acondicionado o acostarse al lado de la piscina, de forma intermitente deslizándonos en el agua antes de que combustionáramos espontáneamente. ―¿A qué hora sale Travis del trabajo? ―pregunté. ―A‖las‖cinco ―suspiró. ―¿Cuándo se va de la ciudad otra vez? ―No por dos semanas, a menos que algo surja.
―Eres‖muy‖paciente‖sobre‖eso. ―¿Acerca de qué? ¿Él ganándose la vida? Es lo que es ―dijo. Me giré sobre mi estómago y la miré, mi mejilla contra las tablillas. ―¿No te preocupa? Abby bajó las gafas y me miró por encima de ellas. ―¿Debería? ―Nada. Soy estúpida. Ignórame. ―Creo‖ que‖ el‖ sol‖ te‖ est{‖ fritando el cerebro ―dijo Abby, subiéndose las gafas. Se recostó contra su tumbona, y su cuerpo se relajó. ―Se lo dije. No la miré, pero podía sentirla observándome. ―¿Le dijiste qué a quién? ―preguntó. ―Shep.‖Le‖dije,‖bueno‖m{s o menos, que estaba lista. ―¿Por qué no le dices a ciencia cierta, directamente, que lo estás? Suspiré. ―También‖podría‖pedírselo yo misma.
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―Ustedes dos son agotadores. ―¿Él‖no le ha dicho nada a Travis? ―No.‖ Y‖ sabes‖ que‖ cualquier‖ cosa‖ que Trav me diga en confidencia está fuera de los límites. ―Eso no es justo. Yo te contaría, si supiera que es importante. Eres una amiga de mierda. ―Pero soy una gran esposa ―dijo, sin una pizca de disculpa en su voz. ―Le dije que deberíamos visitar a mis padres antes de que empiecen las clases. Un viaje por carretera. ―Divertido. ―Estoy‖esperando‖que‖capte‖la indirecta para hacer la pregunta. ―¿Debería plantar una semilla? ―Ya ha sido plantada, Abby. Si no me lo pide, es porque no quiere... ya no. ―Por supuesto que sí quiere. En agosto son tres años juntos. Eso no está ni a tres meses, y definitivamente no es el tiempo más largo que una chica ha esperado por un anillo. Creo que sólo se siente así porque Trav y yo nos fugamos para casarnos muy rápido.
―Puede ser. ―Sé paciente. El rechazo es difícil para sus egos. ―A Travis no parecía importarle. Ignoró mi codazo. ―Dos veces toma el doble de tiempo. ―Frótalo en mi cara, perra ―espeté. ―No‖ quise‖ decir…‖ ―gritó‖ Abby‖ mientras‖ era‖ levantada‖ de‖ la‖ tumbona‖ y‖ entraba a los brazos de Travis. Él dio dos pasos largos y saltó a la piscina. Ella seguía gritando cuando subieron a la superficie. Me puse de pie y caminé hasta el borde, cruzando los brazos. ―Saliste temprano. ―Tuvimos una cancelación en el gimnasio. ―Hola, cariño ―dijo Shepley, envolviendo sus brazos a mí alrededor.
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A diferencia de Travis, estaba completamente vestido, así que me encontraba a salvo. ―Hola ―comencé. Pero Shepley se inclinó, y pronto, caíamos en la piscina como una columna derribándose. ―¡Shepley! ―grité‖ mientras‖ golpeábamos la superficie del agua antes de hundirnos. Él salió y me llevó con él, acunándome en sus brazos. Sacudió la cabeza y sonrió. ―¡Estás loco! ―dije. ―No fue planeado, pero hace más de un centenar de grados afuera. Me estoy asando ―dijo Shepley. Las pequeñas mierdas del edificio de al lado nos salpicaron una vez, pero después de un solo gesto de Travis, lucharon para salir de la piscina. Planté un beso en los labios de Shepley, saboreando el cloro en su boca. ―¿Has‖pensado‖en‖el‖viaje‖por‖carretera? ―pregunté. Sacudió la cabeza. ―Revisé el clima. Se supone que se viene un poco de mierda.
Fruncí el ceño. ―¿En serio? Crecí en Tornado Alley. ¿Crees que me importa el tiempo? ―¿Y si cae granizo? El Charger... ―Está bien, tomaremos el Honda. ―¿A‖Wichita? ―Su nariz se arrugó. ―¡Puede hacerlo! ¡Lo ha hecho antes! ―dije, a la defensiva. Shepley arrastró las piernas por el agua hacia un lado, y entonces me levantó al concreto. Se limpió el agua de la cara y me miró. ―Quieres conducir el Honda hasta la casa de tus padres, este fin de semana, con las tormentas que se vienen. ¿Qué es tan urgente? ―Nada. Sólo pensé que sería bueno poder escaparnos. ―Sólo ustedes dos. Un viaje especial por carretera ―dijo Abby. Cuando Shepley se volteó hacia ella, le di a mi mejor amiga una mirada de advertencia. Su expresión estoica no delató nada, pero todavía quería meterla bajo el agua.
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Él intercambió miradas con Travis y luego giró hacia mí, confusión en su rostro. ―Nos dará tiempo para hablar, supongo. Hemos estado muy ocupados. Eso será agradable. ―Exactamente ―dije. Una vez que dije esas palabras, algo se encendió en los ojos de Shepley, y un millón de pensamientos parecieron girar tras de ellos. Lo que fuera que estuviera molestándolo, lo sacudió y se empujó hacia arriba, picoteando mis labios. ―Si‖eso‖es‖lo‖que‖quieres,‖pediré los días. ―Es lo que quiero. Salió de la piscina, su camiseta blanca translúcida, sus vaqueros empapados, sus zapatillas chapoteando a cada paso. ―Iré‖ a hacer la llamada. Pero vamos a llevar el Charger. Puede que sea veinticinco años mayor, pero es más fiable. ―Gracias, cariño ―dije, sonriendo, mientras se alejaba. Una vez que estuvo fuera del alcance del oído, me giré hacia Abby, toda emoción fuera‖de‖mi‖cara―.‖ Eres una idiota. Abby se rió. Travis miró de Abby a mí y viceversa. ―¿Qué? ¿Qué es tan gracioso? Abby sacudió la cabeza. ―Te diré después.
―¡No, no lo harás! ―dije, pateando agua hacia ella. Con la mano, Travis se limpió las gotas de agua de su cara, y luego besó la sien de Abby. Ella lo dejó, nadando al lado de la piscina y subiendo por la escalera. Tomó su toalla de la tumbona y se secó. Travis la miró como si fuera la primera vez que ponía los ojos en ella. ―Me‖sorprende‖que‖aún‖no‖estés embarazada ―dije. Abby se quedó helada. Travis frunció el ceño. ―¡Vamos, Mare! No digas la palabra con e. ¡Vas a asustarla! ―¿Por qué? ¿Lo han discutido? ―le‖pregunté a mi amiga. ―Algunas veces ―dijo Abby,‖mirando‖fijamente‖a‖Travis―.‖Él cree que voy a dejar mis pastillas al momento en que nos graduemos. Mis cejas se levantaron. ―¿Lo harás? ―No ―dijo‖r{pidamente―.‖No hasta que compremos una casa. La expresión de Travis se intensificó. ―Tenemos un dormitorio adicional.
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―Gracias, Mare. ―Se quejó Abby, agachándose para frotar la toalla sobre sus piernas. ―Lo siento ―dije―.‖ Voy a entrar. Tenemos un viaje por carretera que planear. ―Oye. Si vas, ten cuidado. Shep tiene razón. Se supone que el tiempo será malo. Tal vez deberías esperar hasta que la temporada de tormentas haya terminado. ―Si no nos vamos ahora, estaremos ocupados. Una vez que empiecen las clases, será demasiado tarde. Tendremos que esperar hasta las vacaciones. ―Miré‖ al‖suelo―.‖Por‖la forma en que ha estado actuando, no sé si va a ser paciente por mucho más tiempo. ―Esperará por siempre, Mare ―dijo Abby. ―¿Demasiado tarde para qué? ―preguntó Travis,‖saliendo‖de‖la‖piscina―.‖ ¿Qué está esperando? ―Nada. ―Le disparé a Abby una mirada de advertencia antes de recoger mis cosas y empujar la puerta. La cerré detrás de mí, manteniendo mi mano sobre el‖ metal‖ caliente―.‖ Mantén tu boca cerrada. Puede que seas su esposa, pero primero fuiste mi mejor amiga.
―Está bien, está bien ―dijo Abby, encogiéndose bajo mi mirada.
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Shepley ―Gracias, Janice. Te lo agradezco. ―Toqué el botón rojo y puse el teléfono en la cama. Janice me amó desde el momento en que entré a su oficina para la entrevista. Lo que comenzó como un trabajo de recados se convirtió en uno administrativo, y luego de alguna manera terminé en el departamento de gestión de patrimonios. Janice tenía la esperanza de que me quedara después de graduarme de la universidad, prometiéndome promociones y oportunidades en abundancia, pero mi corazón no estaba en ello. Me quedé mirando el cajón casi vacío de mi mesita de noche. Ahí es donde está mi corazón. Una vez que la luz de la pantalla de mi teléfono celular desapareció, la oscuridad de la habitación me rodeó. El sol de la tarde de verano se coló por los lados de las cortinas, creando sombras tenues en las paredes.
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Habíamos vivido aquí por menos de un año, y ya estaban llenas de cuadros que sostenían nuestros recuerdos. No fue difícil encajar nuestras pertenencias porque los últimos dos años se trataron sobre nosotros y nuestros. Ahora, no estaba seguro de si era un símbolo de nuestra vida juntos o si se trataba de un monumento a la pareja que solíamos ser. Me arrepentí de proponerme desde el momento en que América dijo que no. Nos volvimos diferentes después de eso. Me froté el músculo entre el hombro y el cuello. Estaba grueso por la tensión. Ya me había quitado la ropa mojada y me envolví una toalla alrededor de la cintura. Era suave y esponjosa, algo que no necesité antes de vivir con mi novia, pero había llegado a apreciarlo junto con el olor de su loción en las sábanas y las cajas de pañuelos en todas las habitaciones de la vivienda. Incluso el desorden en su mesita de noche se tornó reconfortante. Me volví manifiestamente consciente del cajón. Tenía sólo un elemento, una pequeña caja de color rojo oscuro. Dentro se encontraba el anillo que fantaseaba poner en su dedo, el anillo que usaría el día de nuestra boda, encajado perfectamente en una banda a juego. Lo compré dos años antes y lo saqué ese número de veces. Teníamos un viaje largo por delante, e iba a llevarlo. Nuestro viaje a Kansas marcaría la tercera vez que la caja vería el exterior de ese cajón, y me preguntaba si
volvería a su casa. No estaba seguro qué podría significar si lo hiciera, pero no podía seguir cuestionándome y esperando. Mis manos se sintieron ásperas y secas cuando entrelacé mis dedos y miré al suelo, preguntándome si debería producir una propuesta de flores como la última vez, o si debería simplemente preguntárselo. En esta ocasión pedirle que se case conmigo equivaldría a mucho más. Si dijera que no, ella tendría que hablar sobre lo que seguiría. Sabía que América quería casarse algún día porque había hablado de ello conmigo, y con Abby y yo en la habitación. Tal vez solo no quiere casarse conmigo. Preocuparme de que nunca sería el momento adecuado para que América dijera que sí se había convertido en un tormento diario. No era una palabra pequeña, y sin embargo, me afectó. Nos afectó. Pero la amaba demasiado como para sacar el tema. Tenía mucho miedo de que dijera algo que no quería oír.
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Luego estaban los diminutos trozos de esperanza, como ella hablando sobre el futuro, y las confirmaciones más grandes, como irse a vivir juntos. Pero incluso mientras desempacábamos las cajas, me preguntaba si había accedido a conseguir un apartamento porque era demasiado terca para admitir ante sus padres que tenían razón en que no estábamos listos. Aun así, el miedo a la verdad me impidió preguntar. La amaba demasiado como para dejarla ir tan fácilmente. Tendría que luchar para irse tanto como yo pelearía para mantenerla. Cuestioné mi cordura por siquiera considerar proponerme una tercera vez, y me temía que sería el primero de muchos días agonizantes en los tendría que aprender a vivir sin ella. Sin embargo, si ella dijera que sí, superaría todos esos miedos para que valiera la pena. ―¿Cariño? ―llamó América. La puerta principal se cerró detrás de sus palabras. ―En el dormitorio ―contesté. Abrió la puerta y encendió la luz. ―¿Por qué estás sentado en la oscuridad? ―Acabo de hablar por teléfono con Janice. No estaba súper feliz por la notificación tardía, pero me dio el viernes libre. ―¡Genial! ―dijo,‖ dejando‖ caer‖ su‖ toalla―.‖ Voy a darme una ducha. ¿Quieres unirte? ¿O vas a ir al gimnasio? ―Puedo ir por la mañana ―dije, levantándome.
América jaló una tira mientras caminaba, y la parte superior del bikini cayó al suelo. Se detuvo unos pasos más adelante para bajar la parte inferior por sus muslos, y luego la dejó caer el resto del camino. La seguí, recogiendo piezas de ropa mientras caminaba. Se estiró detrás de la cortina para girar la canilla y me frunció el ceño mientras la tiraba en el cesto. ―¿En serio? ¿Estás limpiando detrás de mí? Me encogí de hombros. ―Es sólo un hábito, Mare. Es compulsivo. No puedo detenerme. ―¿Cómo viviste con Travis? ―preguntó. Pensar en él causó que inmediatamente los comienzos de una erección desaparecieran. ―Eso era mucho trabajo. ―¿Vivir conmigo es un montón de trabajo? ―No eres tan mala. Es preferible. Confía en mí.
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Apartó la cortina y luego agarró mi toalla, tirando hasta que la parte escondida estuvo libre. El algodón esponjoso se hallaba en el suelo, y luego América. Con una mano, agarré el borde de la formica que rodeaba el lavabo, y con la otra enterré suavemente mis dedos en su cabello aún mojado. Su boca era increíble. Usó una mano para agarrar mi base, y con la suficiente succión y un toque de dientes, me chupó hasta que empecé a preocuparme por levantar la formica del gabinete. Pronto, iba a venirme, pero ella no cedió, su boca me trabajó hasta que terminé. La levanté para que estuviera de pie y luego arranqué la cortina, empujándola hacia atrás y girándola. Con una mano entre sus piernas y la otra agarrando la piel resbaladiza de su cadera, besé su hombro mientras me hundía profundamente en su interior. El sonido que hizo era suficiente para venirme por segunda vez, pero la esperé. Trabajé mis dedos en un círculo sobre su piel suave, sonriendo cuando comenzó a retorcerse contra mi mano, susurrando por más. Mientras me sacudía contra ella, desesperadamente lento, continuó gimiendo y gimiendo. El agua caía en cascada sobre su espalda, empujando su cabello a un lado u otro, y pasé mi palma por su piel de bronce, saboreando cada rincón, esperando que recordara lo buenos que éramos juntos cuando llegara el momento de tomar una decisión.
El tono de sus gritos se hizo más alto, ese aullido adorable que hacía cuando llegaba al clímax. Incapaz de detenerme, entré en ella, una y otra vez, hasta que acabé de nuevo, bajando el ritmo al igual que ella, jadeando a pesar de que habíamos estado en ello durante no más de veinte minutos. América se dio la vuelta para mirarme, vestida sólo con una sonrisa coqueta. Se puso de pie, alejándose de mí, lo que era la peor sensación del mundo, y luego envolvió sus brazos alrededor de mi cuello mientras el agua caía sobre nuestras cabezas. ―Te amo ―susurró. Pasé mis manos por cada lado de su cabello, deslizando mi lengua en su boca. Esperaba que fuera suficiente.
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Traducido por Valentine Rose & Janira Corregido por Mery St. Clar
América Shepley metió mi última maleta al asiento trasero del Charger, resoplando mientras luchaba para lograr que entrara. Una vez lograda la hazaña, levantó su mochila del concreto y la arrojó detrás de su asiento. Besé su mejilla y asintió, levantando el cuello de su camiseta para secar el sudor de su frente. Ni siquiera amanecía todavía, y ya hacía calor.
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Abby se cruzó de brazos. —¿Todo listo? —Sí, todas adentro —dije. —Gracias a Dios —dijo Shepley. —Marica —bromeó Travis, golpeando a su primo en su costado. Shepley se hizo a un lado, reaccionando y luego lo golpeó de vuelta juguetonamente. —Solo porque no te he dado un puñetazo en dos años, no quiere decir que no sucederá de nuevo. —¿En dos años? ¿Cuándo le diste un puñetazo? —pregunté. Travis tocó su mandíbula. —Han sido unos pocos más que dos años. La noche‖ que‖ terminaste‖ con‖ él.‖ La‖ noche…‖ —le echó un vistazo a Abby, ya arrepintiéndose de lo que estaba a punto de decir—, que llevé a Megan al apartamento. Miré a Shepley, escéptica. —Le diste un puñetazo a Travis. —Justo después que te fuiste —admitió Shepley—. Creí que sabías. Sacudí mi cabeza y luego miré a Travis. —¿Te dolió? —Hay veces que todavía siento el golpe —respondió Travis—. Shepley golpea fuerte.
—Bien —dije, sintiéndome un poco cachonda ante la idea de Shepley arrojando un puñetazo. Mi Maddox no era conocido por pelear como los hermanos, pero era genial saber que podía defenderse de necesitarse. Shepley revisó la hora. —Será mejor que nos vayamos. Quiero llegar antes que comience la tormenta. Se supone que Wichita está bajo alarma toda la tarde por un tornado. —¿Seguros que no pueden esperar? —preguntó Abby. Me encogí de hombros. —Shepley ya pidió el día libre. —Me alegra que vayan en el Charger —dijo Travis—. Lo único peor que conducir con lluvia es estar varado en la lluvia. Shepley besó mi sien y luego abrió la puerta del conductor. —Pongámonos en marcha, amor. Abracé a Abby. —Te llamaré cuando lleguemos. Alrededor del medio de la tarde. A las dos y media o tres. —Tengan un viaje seguro —dijo, abrazándome fuerte.
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Cuando abrochaba mi cinturón y Shepley retrocedió de la zona de aparcamiento, Travis fingió patear la puerta de Shepley. —Adiós, imbécil. —Adoro cómo los chicos demuestran su amor. Es tierno, pero a la vez triste. —¿Crees que no puedo demostrar mi amor? Enarqué una ceja. Shepley detuvo el auto, salió de este y corrió hacia Travis, abalanzándose sobre su primo, y envolviendo ambos brazos y piernas a su alrededor. Travis ni se inmutó, sosteniéndolo como un bebé grandote. Shepley abrazó a Travis, lo besó —en la boca— y luego lo soltó después de acercarse al Charger con sus brazos extendidos a cada lado. —¿Y ahora qué? ¡Soy lo bastante hombre para demostrar mi amor! —Tú ganas —dije, tanto extrañada como entretenida. Travis no pudo mantener su estoica expresión, luciendo asqueado y confundido. Se limpió la boca y luego alargó su brazo hacia Abby, llevándola a su costado. —Eres tan raro, hermano. Shepley se metió a su asiento, cerró la puerta y abrochó su cinturón, terminando con un click. Bajó la ventana, despidiéndose con un rápido saludo. — Tú me besaste primero, idiota. Tengo una foto como prueba.
—Teníamos tres años. —¡Nos vemos el domingo! —dijo Shepley. —¡Adiós, cabrón! —gritó Travis. Shepley encendió el auto y manejó hasta salir del estacionamiento. En diez minutos, ya nos encontrábamos casi en las afueras de la ciudad, pasando la tienda Skin Deep Tattoo en el camino. Shepley tocó la bocina, viendo los autos de Trenton y Camille estacionados al frente. —Siempre solían estar afuera fumando cada vez que pasaba —dijo Shepley. —Cami dijo que dejó de fumar por Olive. —Igual que Taylor —dijo Shepley. —¿No es una locura? —chillé, sacudiendo mi cabeza cuando pensé en Taylor enamorándose de la madre de Olive estando a miles de kilómetros de distancia—. Ahora tan solo tenemos que convencer a Travis. —Dijo que lo dejará cuando Abby esté embarazada.
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—Ese sería un milagro —dije. —¿Cuál? ¿El que Travis renuncie o a Abby por fin aceptando a tener hijos? —Ambos. —¿Quieres hijos? —Shepley no me miró cuando preguntó. Tragué. Ni siquiera salíamos por completo de aquí, y ya sacaba los temas más difíciles. No tenía la certeza si era una pregunta capciosa. ¿Buscaba una razón para irse? ¿Mi respuesta sería la gota que colmaría el vaso? —Eh…‖claro.‖Digo,‖supongo.‖Siempre‖he‖pensado‖que…‖tendría‖hijos.‖M{s‖ adelante. Simplemente asintió, lo que me puso más nerviosa. Saqué una revista y la hojeé distraídamente, fingiendo leer las palabras en las páginas. A decir verdad, no tenía ni idea de qué se trataba ni de quién. Estaba desesperada por lucir casual. Habíamos hablado sobre los hijos antes, y el hecho que fuese tan incómodo ahora parecía ser una mala señal de que íbamos por el camino incorrecto. Para el momento que llegamos a Springfield, las tormentas ya comenzaban a aparecer. Shepley señaló el cielo oscuro en el horizonte. —Cuanto más cálido se ponga, más tormentas se formarán. Comprueba el pronóstico del tiempo en la ciudad de Kansas.
Saqué mi teléfono de mi bolso, buscando la información. Sacudí mi cabeza. —Dice tormentas, pero no comenzarán hasta más tarde. —Seleccioné mi aplicación de radar favorita—. Ah. En estos instantes hay algunas manchas rojísimas en el sudeste de Oklahoma. Llegará a Wichita casi cuando lleguemos a la ciudad. —Justo lo que temía. Con suerte, no llegará antes. —Podemos desviarnos e irnos a un hotel —dije. Mi sonrisa se sintió forzada en mi rostro, el aire del auto abrumador e incómodo. De repente me enojaba sentirme así. Shepley era mi novio. Lo amaba y él a mí. De eso estaba segura. Estábamos hasta el borde por un estúpido malentendido, y no deseaba ser esa chica. Abrí mi boca para decírselo, pero la expresión en su rostro me detuvo. —Te amo —fue lo único que pude arreglármelas para decir. Su pie resbaló del acelerador por un instante, y luego alcanzó mi mano, manteniendo sus ojos en la carretera. —Yo también te amo. Por el sutil tic en su ojo, supe que se esforzaba para ocultar esa mirada herida de su rostro.
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—Oye,‖mira.‖En‖la‖puerta‖de‖ese‖camión‖dice‖O’Fallon,‖Missouri‖—dijo—. Al igual que la Falyn de Taylor. —Creo que se escribe diferente. —Ya…‖—se calló, incapaz de seguir fingiendo. Por segunda vez, hojeé mi revista, fingiendo leer y a ratos viendo los árboles y campos de trigos a lo largo de la ruta 36. Shepley no soltó mi mano, y le daba un apretón de vez en cuando. Recé que no se debiera a que sopesaba dejarme contra aguantar mi mierda. Cuando pasamos Chillicothe, Missouri, noté una señal de salida hacia Trenton. —Eh. Mira. ¿Deberíamos jugar un juego? ¿Encontrar todos los miembros de la familia Maddox? Creo que hay un pueblo llamado Cameron, al norte de Kansas. Opino que cuenta como Cami. —Claro. ¿Ya podemos contar tu nombre? —Ja-ja —dije. Pese a que ambos nos sentíamos desesperados por aligerar el ambiente, todavía era incómodo. Aún no era parte de la familia Maddox, no en verdad. Lo más probable es que ya haya perdido mi oportunidad.
Cuando alcanzamos la circunvalación de Kansas, el cielo se abrió, llenando el auto con el aroma de la llubia, el asfalto mojado, y el intenso hedor del estruendo. Había esperado que las horas estando en el auto nos obligasen a comunicarnos, conversando lo que no podíamos decir, pero allí me encontraba. La chica que se enorgullecía de ser una bocanas le aterrorizaba sacar un tema incómodo. Cállate la boca, Mare. Nunca te perdonará si le pides matrimonio incluso si él quiere hacerlo. Tal vez ya… no quiere hacerlo. El constante golpeteó de la lluvia contra el Charger comenzó a ser irritante. Conforme pasamos entre tormentas, el limpiaparabrisas pasó de deslizarse lentamente a arrastrarse furiosamente a lo largo del vidrio para intentar mantener al límite el aguacero. Shepley hablaba de temas triviales –sobre la lluvia, por supuesto, y el próximo año escolar–, pero se quedaba en la zona de temas seguros, cuidadoso de no acercarse al borde de ningún tema serio.
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—Topeka —anunció Shepley como si no existiera una señal allá arriba con grandes letras blancas. —Vamos bien. Detengámonos en un restaurante. Me aburrió la comida de gasolinera. —Vale —concordó—. Busca en tu teléfono algo que esté en la ruta. —Gator’s‖ Bar‖ and‖ Grill‖ —dije en voz alta. Estaba tercera en la lista, pero tenía una puntuación de dos estrellas y medias—. Una reseña dice que no vayamos allá luego de oscurecer. Qué interesante. ¿Crees que habrá vampiros? Shepley soltó una carcajada, echándole un vistazo al reloj arriba de la radio. —Son un poco más de mediodía. Creo que estaremos a salvo. —Está a cinco kilómetros —dije—, justo al lado de la autopista de peaje. —¿Cuál? Por la interestatal 70 vira hacia la 35. —La 70. Shepley asintió, satisfecho. —Gator’s‖ser{.‖ Justo‖ como‖ lo‖ prometido,‖ Gator’s‖ se‖ encontraba‖ justo‖ donde‖ dijeron‖ a‖ casi‖ cinco kilómetros de distancia. Shepley escogió un lugar en el estacionamiento y apagó el motor por primera en casi cuatro horas. Salí al estacionamiento de concreto, mis huesos y músculos sintiéndose atrofiados.
Shepley se estiró en su lado del auto, agachándose y luego parándose, estirando sus brazos sobre su pecho. —No puede ser bueno estar sentado tanto tiempo. No sé cómo lo hace la gente con un trabajo de escritorio. —Tú tienes un trabajo de escritorio —dije con una sonrisa. —De medio tiempo. Si fueran cuarenta o cincuenta horas a la semana, me volvería loco. —Entonces, ¿no seguirás en el banco? —pregunté, sorprendida—. Pensé que te gustaba trabajar allí. —Gestión de patrimonios es un buen lugar, pero sabes que no me quedaré allí. —No. No lo has mencionado. —Sí,‖sí‖lo‖hice.‖Fue…‖oh.‖Se‖lo‖dije‖a‖Cami.‖ —¿A Cami? —Fue la vez pasada que fui con Trenton a The Red. Sabes cuánto hablo cuando estoy ebrio.
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—Me había olvidado —dije. Shepley me tomó de la mano mientras entrabamos, pero había, por lo menos, sesenta centímetros de espacio y pensamientos no expresados entre nosotros. Miré alrededor de Gator, mirando el techo alto. Luces de navidad multicolores colgaban del sistema de ventilación expuesto, los asientos del reservado tenían agujeros raídos en la tapicería, y el suelo tenía, por lo menos, diez años de suciedad en cada tejido trenzado de la alfombra gastada. Grasa rancia invadió mis sentidos y la hojalata oxidada y pintura gris oscura eran más inhospitalario que la elegancia industrial pensada. —La clasificación de dos estrellas tiene sentido —dije, temblando por el aire acondicionado. Esperamos tanto tiempo por una mesa, que casi pregunté si podíamos irnos, pero entonces una irritada mesera, con cabello azul y más perforaciones que orificios, nos mostró dos asientos vacíos en el bar. —¿Por qué nos sentó aquí? —pregunté—. Hay mesas vacías. Hay muchas mesas vacías. —Ni siquiera los empleados quieren estar aquí —dijo Shepley. —¿Tal vez deberíamos irnos?
Negó. —Solo tomaremos un bocadillo rápido y regresaremos a la carretera. Asentí, inquieta. El cantinero limpió el espacio en frente de nosotros y nos preguntó nuestras órdenes de bebida. Shepley pidió una botella con agua y yo ordené una limonada de fresa. —¿No piden cerveza? ¿Por qué se sientan en el bar, entonces? —preguntó, perturbado. —Nos colocaron aquí. No fue una petición —espeté. Shepley me palmeó la rodilla. —Estoy conduciendo. Puedes ponerle una cerveza. De barril, por favor. El cantinero colocó el menú en frente de nosotros y se alejó. —¿Por qué ordenaste una cerveza? —No quiero que le diga a los cocineros que escupan en nuestra comida, Mare. No tienes que beberla.
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Un trueno resonó afuera y sacudió el edificio, y luego la lluvia empezó a golpear el techo. —Podemos esperar que pase la lluvia en cualquier lugar, pero no quiero que sea aquí —dije. —De acuerdo. Encontraremos otro lugar, incluso si es el estacionamiento. — Volvió a palmear mi rodilla y luego la apretó. —Hola —dijo un hombre, pasando detrás de nosotros con un amigo. Ya parecía borracho, arrastrando los pies a un asiento en el extremo de la barra. Sus ojos me recorrieron como agua sucia. —Hola —respondió por mí Shepley. Encontrado su mirada con la del borracho. —Cariño —dije, alarmada. —Solo le muestro que no me encuentro intimidado —dijo—. Con suerte, estará menos inclinado a molestarnos. El cantinero volvió con la limonada de fresa y la botella con agua. —¿Se encuentran listos para ordenar? —Sí, ambos comeremos el burrito de pollo. —¿Con papas o aros de cebolla? —Nada.
El cantinero tomó los pedidos, nos miró, y luego se fue a llevar la orden. —¿A dónde demonios se va? —le dijo el borracho a su amigo. —Cálmate, Rich. Regresará —dijo, riendo. Traté de ignorarlos. —Así que, ¿consideras explorar la ruta del deporte? Shepley se encogió de hombros. —Es un trabajo soñado. No me encuentro seguro de cuan realista es arriesgarse, pero sí, es el plan. El entrenador Greer dijo que debería aplicar al puesto de asistente de entrenador graduado. Dijo que tendría una buena oportunidad. Empezaré allí. —Pero…‖no‖juegas‖fútbol. Se movió en su asiento. —Lo hice. —¿Lo…‖hiciste?‖¿Cu{ndo? —Nunca en la universidad. Jugué los cuatro años de secundaria. Lo creas o no, era bastante bueno. —¿Qué pasó? —¿Y por qué no me lo dijiste antes?
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Hizo a un lado el agua mientras se inclinaba más en la barra. —Es estúpido. Supongo, era lo único en lo que era mejor que todos mis primos. —Pero Travis no habla de eso. Tus papás no hablan de ello. Si empezaste en primer año, debiste haber sido bastante mejor que bueno. Ni siquiera alguna de las fotos de tu casa podría insinuar que practicabas deportes. —Me desgarré tres o cuatro ligamentos importantes de la rodilla durante el último juego antes de las clasificatorias en mi último año. Trabajé duro para volver, pero cuando empecé a entrenar para Eastern, la rodilla no era la misma. Aun no se curaba, así que era un estudiante de primer año fuera de competencia. No me hallaba seguro de cuánto tiempo esperaría el entrenador, pero sabía que incluso si me daban un año, estaría acabado. —Se enderezó—. Así que me salí. —Eso explica por qué siempre das una explicación diferente en cuanto a las cicatrices. Pensé que, simplemente, te sentías avergonzado. —Me sentía avergonzado. Fruncí el ceño. —Eso no es nada de qué avergonzarse. Puedo ver por qué quieres volver a ser parte de ello. Asintió, la sonrisa en su rostro revelaba que se daba cuenta de ese hecho.
Se había abierto. Era la oportunidad perfecta para empezar una conversación del por qué el aire entre nosotros estuvo tenso en el auto, pero tan pronto como abrí la boca, me acobardé —Gracias por decirme. —Debí‖habértelo‖dicho‖hace‖mucho‖tiempo,‖pero…‖—Se fue callando. Finalmente, la curiosidad y la impaciencia le ganaron al miedo. —¿Por qué eso se siente tan raro entre nosotros? —pregunté—. ¿Qué tienes en mente? Se tensó más de lo que ya estaba. —¿Qué? Nada. ¿Por qué preguntas? —¿No piensas en nada? —¿Qué piensas tú? —Cariño —dije, mi tono fue más de reprendedor de lo que quise. Suspiró, asintiendo cuando el cantinero me trajo una jarra fría llena de un líquido ámbar y una delgada línea de espuma.
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—¡Bébela! —gruñó Rich—. Dios, esos labios son jodidamente fantásticos. ¡Apuesto que puede succionar una pelota de golf a través de una manguera de jardín! Lame tus labios después de tomar un trago, sexy. Hazles un favor a todos los hombres. Simplemente le gruñí, alejando jarra de mí. Rich se levantó. El amigo trató de detenerlo. —¡Por el amor de Dios! ¡Siéntate! El tipo negó y se limpió la boca con el antebrazo, tambaleándose hacia nosotros. —¡Mierda! —dije en voz baja. Seguí con la mirada hacia adelante. Shepley me apretó la rodilla. —Está bien. No te preocupes. —Puedes‖tomar‖esos‖labios‖y…‖—empezó Rich —Sien-ta-te. Maldición —advirtió Shepley. Solo lo había oído hablarle tan severamente a Travis. Contuve el aliento, una mezcla de nervios, sorpresa y la clara sensación de estar excitada calentaron la sangre de mis mejillas. —¿Qué dijiste, hijo de puta? —preguntó Rich, recostándose contra la barra al otro lado de mí. Shepley se enfureció. —Tienes tres segundos para alejarte de mi novia, o voy a golpearte.
—¡Rich! —lo llamó su amigo—. ¡Ven aquí! Éste se inclinó y Shepley se levantó, dando un paso alrededor de mi taburete, mirando ceñudo directamente a los ojos de Rich. —Sal del camino, Mare. —Shepley… El tipo resopló. —¿Mare? ¿Shepley? ¿Son niños celebridades? ¿Qué tipo de jodidos nombres son esos? —Aléjate —dijo Shepley. Me bajé del taburete, y retrocedí unos pasos. —Esta es tu última advertencia —añadió. El cantinero se encontraba congelado en el marco de la puerta de la cocina, sosteniendo nuestros platos en las manos. —Shep —dije, alcanzando su brazo. Nunca lo había visto tan hostil—. Sólo vámonos.
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Con dos dedos, Rich tocó el hombro de Shepley. —¿Qué vas a hacer, hombrecito? ¿Qué tal si meto la polla en su boca y, entonces, tendrás algo por lo que estar enojado? La mandíbula de Shepley se movió bajo la piel. —Cariño —dije. Sus hombros se relajaron. Sacó unos billetes del bolsillo y los arrojó sobre la barra. Extendió el brazo detrás de sí, alcanzándome. Caminé hacia la puerta, aminando a mi novio a seguir. Comenzó a volverse hacia mí pero Rich lo alcanzó, agarrando con el puño su camiseta y tirándolo hacia atrás. Shepley no vaciló. Los ojos de Rich se abrieron mientras lo veía aproximarse con el codo levantado. Sonó un ruido sordo cuando el codo de Shepley golpeó en el pómulo de Rich, quien se tambaleó hacia atrás, sosteniendo un lado de su rostro, y su amigo se levantó, haciendo una pausa. —Jodidamente te reto a entrometerte —gruño Shepley. Rich trató de tomar ventaja de su momentánea distracción y se abalanzó. Shepley lo esquivó, y el tipo cayó hacia adelante mientras seguía pretendiendo dar un golpe. Me cubrí la boca mientras me hallaba completamente incrédula de que era mi novio, y no Travis, quien se encontraba en medio de una pelea. Había
mucho tiempo desde la última vez que vi a Travis en el cuadrilátero del Círculo y, a pesar de qué se encontraba un poco calmado desde la boda, todavía terminaría lanzando uno o dos puñetazos si alguien lo presionaba demasiado. Shepley siempre fue el mediador, pero en este momento, se encontraba lanzando golpes a Rich, lo suficientemente fuerte para sacarle sangre. Un corte comenzó a sangrar justo sobre su ojo. El cantinero alcanzó el teléfono justo cuando Shepley echaba el puño hacia atrás y gruñía mientras lo lanzaba. Rich se dio vuelta, haciendo un giro de ciento ochenta grados y cayó sobre el piso, rebotando una vez. Se hallaba inconsciente. El amigo lo observaba desde el taburete, sacudiendo la cabeza. Los ojos empezaban a hinchársele mientras yacía allí, aturdido, en la alfombra sucia. —Cariño, vámonos —dije. Shepley dio un paso hacia el amigo, quien se echó hacia atrás por reflejo. —¡Shepley Maddox! ¡Vámonos! Me miró, jadeando. No tenía ni una sola marca en el rosto. Caminó más allá de mí, tomándome de la mano y jalándome hacia la puerta.
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Traducido por Pau_07 y *~Vero~* Corregido por Jadasa
Shepley
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El volante del Charger gimió cuando lo giré con ambas manos. La lluvia caía de un cielo azul oscuro, asaltando el parabrisas tan fuerte que América casi tenía que gritar por encima del ruido. Decía mil palabras por minuto, y todo se veía borroso. No se encontraba histérica, sino emocionada. No estaba histérico. Sentía una puta furia profunda y pura. La adrenalina seguía bombeando a través de mis venas, haciendo que mi cabeza palpitara como si fuera a explotar. Ese sentimiento era exactamente el por qué no perdía la paciencia. Me dejaría sintiéndome enfermo, descontrolado, culpable, todo lo que no quería sentir. A medida que los kilómetros pasaban y escapábamos de Topeka, la voz de América captó mi atención. Extendió su mano para tocar la mía. —¿Cariño? ¿Me escuchaste? Puede que quieras reducir la velocidad. La lluvia está cayendo tan fuerte que las carreteras comienzan a ponerse resbaladizas. No tenía miedo, pero podía oír la inquietud en su voz. Mi pie se levantó medio centímetro del pedal del acelerador, y me calmé, liberando la tensión de mi pierna y luego del resto de mi cuerpo. —Lo lamento —dije entre dientes. América apretó mi mano. —¿Qué sucedió? Me encogí de hombros. —Lo perdí. —Siento que estoy en el coche con Travis, en lugar de con mi novio. Respiré profundamente. —No ocurrirá de nuevo. Por el rabillo de mi ojo, vi su rostro retorcerse. —¿Aún me amas?
Sus palabras fueron como un puñetazo en el estómago, y tosí una vez, intentando recuperar el aliento. —¿Qué? Sus ojos se nublaron. —¿Aún me amas? ¿Es porque dije que no? —Tú... ¿quieres hablar de esto ahora? Quiero decir... por supuesto que te amo. Lo sabes, Mare. No puedo creer que acabarás de preguntarme eso. Secó una lágrima que escapó por su mejilla y miró por la ventana. El clima afuera reflejaba la tormenta en sus ojos. —No sé qué sucedió. Sentí un nudo en mi garganta, ahogando cualquier respuesta que podría haber tenido. Las palabras no venían a mí. Alternaba entre mirarla con confusión y a la carretera. —Te amo. —Cerró sus delgados dedos elegantes en un puño y los apoyó debajo de su mentón, su codo sobre el reposabrazos de la puerta—. He querido hablar contigo acerca de la manera en que han estado las cosas entre nosotros últimamente, pero me sentía asustada... y...‖no‖sabía‖qué‖decir.‖Y… —¿América? ¿Este es un... esto es como un viaje de despedida?
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Se dio la vuelta hacia mí. —Dímelo tú. No me di cuenta que tensé mis dientes hasta que me comenzó a dolerme la mandíbula. Cerré fuertemente mis ojos y luego parpadeé un par de veces, intentando concentrarme en la carretera, manteniendo el Charger entre las líneas blancas y amarillas. Quería detenerme para hablar, pero con la fuerte lluvia y la visibilidad a distancia limitada, sabía que sería demasiado peligroso. No correría el riesgo con el amor de mi vida dentro del coche, ni siquiera si en ese momento ella no creía serlo. —Nosotros no hablamos —dijo—. ¿Cuándo dejamos de hablar? —¿Cuando empezamos a amarnos tanto que nos asustaba mucho arriesgarnos? Al menos, así fue para mí, o lo es —dije. Decir la verdad en voz alta era tan aterrador como a la vez, un alivio. Había estado guardando eso tanto tiempo que decirlo me hizo sentir un poco más ligero, pero el no saber cómo reaccionaría hizo que desease poder guardarlo de nuevo. Pero esto era lo que ella quería, hablar, la verdad; y tenía razón. Era el momento. El silencio nos arruinó. En lugar de disfrutar de nuestro nuevo capítulo juntos, fui persistente en el por qué no, el todavía no, y en el cuándo. Fui impaciente, y eso me envenenó. ¿Amaba la idea de nosotros más de lo que la amaba? Eso ni siquiera tenía sentido. —Jesús, lo lamento, Mare —dije bruscamente.
Vaciló. —¿Por qué? Mi cara se contrajo en disgusto. —Por la manera en que he estado actuando. Por ocultarte cosas. Por ser impaciente. —¿Qué me has estado ocultado? Se veía tan nerviosa. Rompió mi corazón. Estiré su mano hacia mis labios y besé sus nudillos. Giró hacia mí, levantando una pierna y pegando su rodilla al pecho. Necesitaba algo más a que aferrarse, preparándose para mi respuesta. Las ventanas salpicadas de lluvia comenzaban a empañarse, calmándola. Era lo más hermoso y triste que alguna vez vi. Era fuerte y confiada, y la reduje a la chica de grandes ojos preocupada a mi lado. —Te amo, y quiero estar contigo para siempre. —¿Pero? —animó. —Sin peros. Eso es todo. —Estás mintiendo —dijo.
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—A partir de ahora, eso es todo. Lo prometo. Suspiró y miró hacia adelante. Su labio comenzó a temblar. —Cometí un error, Shep. Ahora, simplemente estás satisfecho con seguir adelante como lo hemos estado haciendo. —Sí. Quiero decir... ¿está bien eso? ¿No es eso lo que quieres? ¿A qué te refieres con que cometiste un error? Presionó sus labios en una línea dura. —No debí haber dicho que no — gimió suavemente. Exhalé, alejando mis pensamientos. —¿A mí? ¿Cuándo te pedí que te casaras conmigo? —Sí —dijo, su voz casi suplicante—. Entonces no me encontraba lista. —Lo sé. Está bien —dije, apretando su mano—. No voy a renunciar a nosotros. —¿Cómo arreglamos esto? Estoy dispuesta a hacer lo que sea. Solo quiero que sea de la manera en que solía ser. Bueno, no exactamente, pero... Sonreí, mirándola tropezar con las palabras. Intentaba decirme algo sin decirlo, y eso era algo con lo que no se sentía cómoda. América siempre decía lo que quería. Era una de las millones de razones por las que la amaba.
—Me gustaría poder regresar a ese momento. Necesito una forma de volver a hacerlo. —¿Volver a hacerlo? —pregunté. Se sentía tanto esperanzada como frustrada. Abrí mi boca para preguntar por qué, pero granizo, cuatro veces más grande de lo normal, comenzó a apedrear el parabrisas. —Mierda. ¡Mierda! —grité, imaginando cada hueco golpeando el cuerpo. Reduje la velocidad, buscando una salida. —¿Qué hacemos? —preguntó América, enderezándose y apoyando sus manos sobre el asiento. —¿A qué distancia estamos? —pregunté. América se removió buscando su teléfono. Tecleó en él un par de veces. — Estamos a las afueras de Emporia. Por lo que, ¿un poco más de una hora? —gritó sobre el sonido de la lluvia y mil trozos de hielo clavándose en la pintura a sesenta y cuatro kilómetros por hora.
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Reduje la velocidad aún más, al ver el resplandor de las luces de freno de los vehículos detenerse en el arcén. Los limpiaparabrisas resonaban como latidos de mi corazón a un ritmo rápido pero constante, al igual que la música de baile en El Red. —¿Shepley? —dijo América. La preocupación teñía su voz como antes, pero también se encontraba asustada. —Vamos a estar bien. Pasará pronto —dije, esperando que tuviera razón. —¡Pero tu coche! El extremo de la cola del Charger resbaló, y alejé de golpe mi mano de la de América, utilizando ambas para maniobrar el volante contra el derrape. Nos deslizamos a través del camino, hacia el medio. Lo corregí, y luego el Charger comenzó a derrapar hacia la zanja. Mano sobre mano, giré el volante de nuevo, sacando mi pie del acelerador. El Charger se inclinó hacia un costado, y se deslizó por un corto terraplén antes de aterrizar en una zanja de drenaje llena. El agua llegaba hasta la parte inferior de mi ventana, el grasoso río marrón arqueándose y bajando contra el cristal, pidiendo que lo dejen entrar. —¿Estás bien? —pregunté, sosteniendo su rostro entre mis manos, revisándola. Los ojos de América desencajados. —¿Qué...‖nosotros…?
Su teléfono comenzó a sonar. Echó un vistazo y luego me mostró la pantalla. —Advertencia de tornado —dijo—. Para Emporia. Ahora mismo. —Tenemos que salir de aquí —dije. Asintió y se dio la vuelta en su asiento. —Deja el equipaje. Podemos regresar por él. Tenemos que irnos. Ahora. Bajé mi ventana. América me entendió, se desabrochó el cinturón de seguridad, y bajó también la suya. Cuando comenzó a subirse; desabroché mi cinturón, pero me detuve. El anillo se encontraba en mi mochila en el asiento trasero. —¡Maldición! —gritó América desde la parte de arriba del coche—. ¡Mi teléfono se cayó al agua! El distante ascenso y descenso de las sirenas de tornado sonaban en la distancia mientras el granizo era reemplazado por la lluvia.
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Extendí mi mano para buscar mi mochila, la puse sobre mi hombro, y salí por la ventana, uniéndome a América. El agua chapoteaba sobre la parte superior de la cubierta. América se cruzó de brazos, temblando por el viento, su cabello ya saturado con la lluvia. En solo un par de pantalones cortos, una camiseta sin mangas y sandalias, se hallaba vestida para un caluroso día de verano. Eché un vistazo rápido alrededor, evalué el agua, y luego salté. Apenas llegaba a mi cintura. —No es profundo, nena. Salta. América entrecerró sus ojos contra la lluvia. —Tenemos que encontrar un refugio, América. ¡Salta hacia mí! Se cayó más que saltar, y luego la ayudé a cruzar la zanja hasta el montículo de hierba. Había coches estacionados a ambos lados de la autopista de peaje, pero no se detuvo todo el tráfico. Un Semi voló delante de nosotros, haciendo volar el cabello de América hacia atrás y empapándonos con agua. América levantó sus brazos, extendiendo sus dedos, su rímel corriendo por sus mejillas. —No veo nada, ¿y tú? —pregunté. Negó con su cabeza, usando su camiseta sin mangas para limpiar su rostro. —Sin embargo, eso no significa nada. Podrían tener informes de la circulación o el descenso.
—Ese puente está más cerca de la ciudad. Vayamos allí. Podemos llamar a tus padres... Una melodía de gritos resonó detrás de nosotros, y miré hacia atrás para ver lo que ocurría. —¡Shepley! —gritó América, mirando al suroeste con horror, hacia el parque de casas rodantes ubicado en una parcela de árboles. Las ramas se doblaban, casi al punto de romperse, forcejeando sin poder hacer nada ante el viento embravecido. —Puta —dije, observando una nube caer lentamente desde el cielo.
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América Empapada y congelándome, levanté mi temblorosa mano para apuntar hacia el dedo azul colgando de las nubes. Alguien me empujó, pasándome, casi tirándome, y vi a un hombre corriendo hacia el puente, abrazando a una niña con coletas y sandalias blancas. La autopista de peaje llevaba a un puente sobre la autopista 170. El parque de casas rodantes se encontraba debajo a un costado, y una estación de servicio se hallaba al otro lado, solo medio kilómetro de distancia. Shepley me tendió la mano. —Deberíamos irnos. —¿A dónde? —Al puente.
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—Si pasa sobre el puente, seremos succionados —dije, mis dientes comenzando a rechinar. No estaba segura de sí era porque tenía frío o me sentía aterrorizada—. ¡La estación de servicio es el lugar más seguro! —Está más cerca que Emporia. Con suerte, no nos alcanzará. Más gente corría por delante de nosotros hacia la intersección, desapareciendo a medida que descendían por la colina para ocultarse bajo el puente. Un camión pisó los frenos en medio de la autopista de peaje, y segundos más tarde, una camioneta chocó contra el camión. Un crujido fuerte de metal y vidrio fue silenciado por el viento creado por el tornado, que aumentaba. En cuanto me di la vuelta, unos pocos segundos, aumentó de tamaño. Shepley me hizo señas para que espere mientras corría hacia los restos. Se asomó, retrocedió unos pasos, y luego se apresuró para ver al conductor del camión. Sus hombros caídos. Todos murieron. —¡No puedes quedarte aquí! —dijo una mujer, tirando de mi brazo. Sostenía la mano de un niño, de unos diez años de edad. El blanco de sus ojos destacaba sobre su piel morena. —¡Mamá! —dijo, tironeándola. —¡Va a pasar justo por aquí! ¡Tienes que encontrar un refugio! —dijo la madre de nuevo, apresurándose hacia la estación de servicio con su hijo.
Shepley regresó junto a mí, tomando mi mano. —Tenemos que irnos —dijo, dándose la vuelta para ver a decenas de personas corriendo hacia nosotros desde sus vehículos estacionados. Asentí, y comenzamos a correr. La lluvia escocía mi rostro, soplando horizontalmente en lugar de hacia el suelo, por lo que era difícil ver. Shepley miró hacia atrás. —¡Vamos! —dijo. Corrimos a través de dos carriles y luego nos detuvimos al otro lado de la hierba en el medio. El tráfico era escaso, pero aún se movía en ambas direcciones. Nos detuvimos por un momento, y luego Shepley me estiró de nuevo hacia delante, a través de los dos carriles de tráfico en sentido contrario y luego por la rampa hacia la gasolinera. Un cartel alto decía Flying J. La gente corría desde el estacionamiento hacia el puente. Shepley se detuvo, y mi pecho se sentía pesado. —¿A dónde vas? —le preguntó Shepley a nadie en particular.
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Un hombre, sosteniendo la mano de una niña con la edad de estar en la escuela primaria pasó corriendo junto a nosotros, señaló hacia delante. —¡Esta lleno! ¡No cabe nadie más! —¡Mierda! —grité—. ¡Mierda! ¿Qué hacemos? Shepley tocó mi mejilla, la preocupación visible en la piel alrededor de sus ojos. —Orar para no nos golpee. Corrimos juntos hacia dos puentes que permitían el paso de la autopista de peaje sobre la carretera 170. Los grandes pilares de hormigón se cernían sobre nosotros, creando el hueco donde el metal se unía a la ladera. Las grietas de ambos puentes ya se hallaban llenos de gente asustada. —No hay lugar —dije, sintiéndome desesperanzada. —Haremos lugar —dijo Shepley. Mientras subíamos la cuesta de la colina de concreto, los coches que aún cruzaban el puente sonaban como bombos. Los padres escondían sus hijos en los rincones más profundos que pudieron encontrar y los cubrían con sus propios cuerpos. Las parejas se acurrucaban juntas, y un grupo de cuatro chicas adolescentes limpiaban sus mejillas mojadas, alternando entre maldiciones en sus teléfonos celulares y orando. —Ahí —dijo Shepley, estirándome debajo del puente occidental—. Primero va a golpear el puente al este. —Me llevó al centro donde había un pequeño
espacio lo suficientemente grande para uno de nosotros—. Sube, Mare —dijo, señalando el pequeño labio anterior al nicho de concreto de casi un metro. Negué con mi cabeza. —No hay lugar para ti. Frunció el ceño. —América, no tenemos tiempo para esto. —¡Está llegando! —gritó alguien desde el puente al oeste. Shepley agarró cada lado de mi cara y me dio un fuerte beso en mis labios. —Te amo. Vamos a estar bien. Lo prometo. Métete allí. Intentó guiarme, pero me resistí. —Shep…‖—dije sobre el viento. —¡Ahora mismo! —exigió. Nunca me había hablado así. Tragué saliva y luego obedecí. Shepley miró a su alrededor, jadeando y despegando de su torso su camiseta empapada. Vio a un hombre debajo, sosteniendo hacia arriba su teléfono celular.
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—¡Tim! ¡Sube aquí! —dijo en voz alta una mujer. Tim peinó hacia atrás su oscuro cabello húmedo, sin dejar de señalar su teléfono en la dirección del tornado. —¡Se acerca! —respondió, sonriendo con entusiasmo. Los niños gritaron, y también algunos adultos. —¿Esto está sucediendo? —dije, sintiendo mi corazón tronando contra mi caja torácica. Shepley apretó mi mano. —Mírame, Mare. Terminará pronto. Asentí rápidamente, inclinándome para ver a Tim aun filmando. Retrocedió un paso y luego comenzó a trepar por la pendiente. Atraje a Shepley tan cerca de mí como podía, y me abrazó fuertemente. El tiempo pareció hacer una pausa. Era tranquilo, sin viento, sin llantos, casi como si todo el mundo hubiera contenido el aliento a la espera de los próximos segundos. Este era el momento en que el tiempo iba a cambiar la vida de todos los que se ocultaron bajo los puentes equivocados. Demasiado rápido, la paz terminó, y el viento comenzó a rugir como una docena de aviones militares volando lentamente y muy bajo. La hierba debajo comenzó a azotar, y sentí como si estuviera bajo un kilómetro y medio de agua, el cambio en la presión del aire se sentía pesado y desorientador. Al principio, fui
empujada hacia atrás un poco, y entonces vi a Tim ser levantado. Cayó de golpe al suelo, arañó el hormigón, y luego trepó por la hierba antes de ser succionado en el cielo por un monstruo invisible. Los gritos me rodeaban, y mis dedos se clavaron en la espalda de Shepley. Se inclinó hacia mí, pero a medida que el embudo se abrió camino hasta el otro lado del puente al este y luego al nuestro, el aire cambió. Otra persona gritó mientras perdía su agarre y era succionada de nuestro escondite. Uno por uno, quien no se ocultaba dentro del rincón donde la colina se unía con el puente era arrancado. —¡Sujétate! —gritó Shepley, pero su voz se desvaneció. Utilizó cada pedacito de su fuerza para impulsarse aún más en la grieta. Sentí su cuerpo alejándose de mí. Sus brazos apretarse a mí alrededor, pero cuando empecé a deslizarme hacia adelante, me soltó y clavó sus pies en el hormigón, apoyándose en el viento. —¡Shep! —grité, viendo como sus dedos se ponían blancos, presionando contra el suelo. Luchó por un momento para entregarme su mochila.
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La deslicé por encima de un brazo, y luego le extendí mi mano. —¡Toma mi mano! Sus pies comenzaron a deslizarse, y levantó su mirada hacia mí, el reconocimiento y terror en su rostro. —Cierra los ojos, nena. Una vez que dijo las palabras, se fue, levantado como si pesara nada. Grité su nombre, pero mi voz se perdió en el viento ensordecedor. Cambió la presión de aire, y la succión se detuvo. Corrí hasta la parte inferior, viendo una cuerda azul oscura retorciéndose rápidamente por la autopista de peaje, lanzando semis remolques como si fueran juguetes. Me arrastré hacia fuera, y luego corrí por debajo del puente, mirando a mí alrededor con incredulidad, sintiendo el aguijón de la lluvia en cada centímetro de mi piel expuesta. —¡Shepley! —grité, agachándome. Sostuve firmemente su mochila, abrazándola a mí como si fuera él. La lluvia se desvaneció, y observé mientras el tornado crecía en tamaño, deslizándose con gracia hacia Emporia. Corrí al Charger, deteniéndome arriba de la zanja. La autopista de peaje ahora era un camino de destrucción con los coches destrozados y piezas de
escombros al azar, yaciendo por todas partes. Los restos del camión y el SUV ya no estaban allí, en su lugar un gran trozo de estaño. Momentos antes, con Shepley nos encontrábamos en un viaje por la carretera para ver a mis padres. Ahora, estaba en el medio de lo que parecía una zona de guerra. El agua seguía chapoteando sobre el capó del Charger. —Estábamos allí —le susurré a nadie—. ¡Estuvo justo allí! —Mi pecho se movía, pero no importaba cuántas respiraciones tomé, no podía obtener suficiente aire. Mis manos golpearon mis rodillas, y luego mis rodillas tocaron el suelo. Un sollozo atravesó mi garganta, y grité. Esperaba que viniera corriendo hacia mí y me asegurara que se hallaba bien. Cuanto más tiempo esperaba en el Charger sin él, más aumentaba mi pánico. No iba a volver. Quizás estaba tirado en algún lugar, herido. No sabía qué hacer. Si iba a buscarlo, podría venir al Charger, pero yo no estaría allí. Contuve una respiración, limpiando la lluvia y lágrimas de mis mejillas. — Por favor, encuentra tu camino de regreso a mí —susurré.
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Las luces rojas y azules se reflejaban en el asfalto mojado, y miré por encima de mi hombro para ver un coche patrulla detenerse detrás de mí. Un oficial saltó y corrió alrededor, arrodillándose junto a mí, y colocó una mano sobre mi espalda. Grabado en una tarjeta de identificación de bronce pegada en el bolsillo delantero de su camisa, Reyes. Inclinó su sombrero de fieltro azul, y la estrella de bronce fija en la parte de adelante decía Patrulla de Caminos de Kansas. —¿Estás herida? —Reyes extendió sus brazos gruesos, envolviendo una manta de lana sobre mis hombros. No me di cuenta de lo fría que me encontraba hasta que el dulce alivio del calor se filtró en mi piel. El oficial se cernía sobre mí, más grande que Travis. Se quitó el sombrero, revelando un cuero cabelludo bien afeitado. Su expresión era grave, ya sea por si se refería que lo de estar o no. Dos líneas profundas separaban sus tupidas cejas negras, y sus ojos se agudizaron mientras bajaba su mirada sobre mí. Negué con mi cabeza. —¿Es su coche? —De mi novio. Nos refugiamos debajo del puente. Reyes miró a su alrededor. —Bueno, eso fue estúpido. ¿Dónde está él?
—No lo sé. —Cuando dije las palabras en voz alta, un nuevo dolor me atravesó, y me derrumbé, apenas deteniéndome cuando mis palmas tocaron la carretera mojada. —¿Qué es eso? —preguntó, señalando la mochila en mis brazos. —Su... es suya. Me la entregó antes de que... Un pitido sonó, y luego Reyes habló—: Dos-diecinueve a la base H. Dosdiecinueve a la base G. Cambio. —Dos-diecinueve, adelante —dijo la voz de una mujer a través del altavoz. Su tono era plano, para nada abrumado. —He encontrado a un grupo de personas que se refugiaron bajo la carretera cincuenta y la intersección con la I treinta y cinco. —Echó un vistazo a la zona, viendo a los heridos esparcidos arriba y abajo de la autopista de peaje—. El tornado pasó por aquí. Diez-cuarenta-nueve a esta ubicación. Vamos a necesitar ayuda médica. Tantos como pueden enviar. —Entendido, dos-diecinueve. Las ambulancias son enviadas a su ubicación.
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—Diez-cuatro —dijo Reyes, volviendo su atención hacia mí. Negué con la cabeza. —No puedo ir a ninguna parte. Tengo que buscarlo. Podría estar herido. —Podría. Pero no puedes buscarlo hasta que te revisen. —Reyes hizo un gesto hacia mi antebrazo. Una herida de cinco centímetros había abierto mi piel, y la sangre se mezclaba con la lluvia, un torrente carmesí desde la herida hasta el asfalto. —Oh, Jesús —dije, sosteniendo mi brazo—. Ni siquiera sé cómo sucedió. Pero... no puedo irme. Está aquí afuera en alguna parte. —Te estás yendo. Puedes regresar —dijo Reyes—. Ahora mismo, no puedes ayudarlo. —Regresará aquí. Al coche. Reyes asintió. —¿Es un chico inteligente? —Es jodidamente brillante. Reyes me dio una pequeña sonrisa. Suavizó su mirada intimidante. — Entonces, el hospital es el segundo lugar en el que buscará.
Traducido por Marie.Ang Corregido por Sandry
América 78
Toqué el vendaje en mi brazo, la piel alrededor de él aun rosada e irritada por ser limpiada y cosida. Me sentía más cómoda con la ropa quirúrgica azul claro que la enfermera me dio para cambiarme que con mi camiseta de tirantes fría y pantalones cortos ajustados. Había estado sentada en la sala de espera de emergencias durante una hora, todavía sosteniendo la manta de lana de Reyes, tratando de pensar en cómo le diría a Jack y Deana lo que le sucedió a su hijo—no es que pudiera, de todas formas. Las líneas telefónicas se encontraban fuera de servicio. El hospital se había convertido en un flujo constante de muerte, heridos y pérdida. Una docena o más de niños fueron traídos, cubiertos en lodo pero sin un rasguño. De lo que podía decir, se encontraban separados de sus padres. Dos veces ese número de padres había llegado, buscando a sus hijos perdidos. La sala de espera se convirtió en un caos, y terminé de pie contra la pared, insegura de lo que estaba esperando. Una mujer bien corpulenta se sentó a unos metros de distancia abrazando a cuatro niños, todas sus caras sucias con tierra y lágrimas. La mujer llevaba una brillante camiseta verde que decía Primera Guardería de Niños en una estilografía infantil. Me estremecí, sabiendo que los niños a los que sostenía eran solo unos pocos de los preciosos a los que cuidaba. Mis pies empezaron a caminar fatigosamente hacia la puerta, pero una mano me acunó el hombro. Por medio segundo, un alivio y una alegría abrumadora me inundaron como una marea. Mis ojos se llenaron de lágrimas antes de siquiera darme la vuelta. Incluso aunque Reyes era una imagen bienvenida, la decepción de que no fuera Shepley me envió al borde. Ahogué un sollozo mientras mis rodillas se doblaban, y Reyes me ayudó a llegar al suelo.
—¡Eh! —dijo—. Cuidado, señorita. Tranquila. —Sus gruesos brazos eran tan grandes como mi cabeza, y tenía un ceño fruncido profundo y permanente entre las cejas. Era incluso más profundo ahora que observaba mi estado mental cayendo en espiral. —Pensé que eras él —dije una vez que me recuperé, si era posible después de esa devastación, otra vez. —¿Shepley? —preguntó. —¿Lo encontraste? Reyes dudó, pero luego meneó la cabeza. —No todavía. Pero a ti te he encontrado dos veces, así que puedo encontrarlo a él una vez. No estaba segura de sí podía sentirme más desesperanzada. Emporia había sido golpeada duro. Una muralla completa del hospital fue arrasada, aislamiento y vidrio esparcidos por el suelo. Los coches en el estacionamiento se hallaban atascados unos sobre otros. Uno se encontraba en las ramas de un árbol. Miles de personas se hallaban sin electricidad, ni agua potable, y eran los afortunados. Cientos estaban sin hogar, y docenas se encontraban perdidos.
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En medio de la devastación, no pude desentrañar por dónde empezar a buscar a Shepley. Andaba a pie y no tenía suministros. Él estaba a fuera en algún lugar, y me esperaba. Tenía que encontrarlo. Me puse de pie. Reyes me ayudó. —Hazlo lento —dijo—. Trataré de encontrarte un lugar tranquilo para que lo esperes. —Estuve esperándolo una hora. La única razón por la que él no vino al coche o‖ aquí‖ a‖ encontrarme‖ es…‖ —Tragué el dolor, rehusándome a llorar de nuevo—. ¿Y si está herido? —Señora —dio un paso en mi camino—.‖No‖puedo‖ayudarle… —América. —¿Perdón? —Mi nombre. Es América. Sé que estás ocupado. No te estoy pidiendo ayuda, te estoy pidiendo que salgas de mi camino. Frunció el ceño. —Acaban de suturarte el brazo, ¿y vas a ir a explorar la ciudad? Va a oscurecer en unas horas. —Soy una chica grande. —Aunque no muy inteligente.
Estiré mi cuello hacia él. —Aquí está tu manta. —Quédatela —dijo. Dio un paso al lado, pero él me imitó. —Sal de mi camino, Reyes. Traté de rodearlo, pero me bloqueó de nuevo, suspirando. —Voy a alistarme para salir a patrullar. Dame cinco minutos, y puedes acompañarnos. Lo miré con incredulidad. —¡No puedo acompañaros! ¡Tengo que encontrar a Shepley! —Lo sé —dijo, mirando alrededor y haciéndome señas para que mantuviera la voz baja—. Voy a salir de esa forma. Ambos mantendremos un ojo en él. Me tomó un momento el responder. —¿En serio? —Pero‖al‖anochecer… —Lo entiendo —dije, asintiendo—. Puedes traerme de regreso aquí.
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—Preguntaré en los alrededores. Habrá un refugio de la Cruz Roja. Quizás FEMA estará instalado para entonces. No puedes pasar la noche aquí. Nunca serás capaz de dormir. 2
No podía sonreír, pero quería hacerlo. —Gracias. Se movió inquieto, incómodo con el agradecimiento. —Sí. La camioneta está por aquí —dijo, señalando el estacionamiento. Deslicé la mochila de Shepley por mis hombros y entonces seguí a Reyes al exterior, bajo el cielo tormentoso. Mi cabello todavía estaba húmedo, así que lo retorcí y lo até en un moño, alejándolo de la cara. Mis pies se deslizaban contra las suelas mojadas de mis sandalias, los dedos de mis pies ya doliendo por el aire congelado. —¿De dónde eres? —preguntó Reyes, presionando el mando de las llaves en el llavero. Ambos nos acomodamos en nuestros asientos. La tela de los asientos se sentía cálida y suave. —Crecí en Wichita, pero voy a la universidad en Eakins, Illinois. —Oh, ¿un Estado del Este? 2
FEMA: sigla de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias.
Asentí. —Mi hermano fue a la universidad ahí. El mundo es pequeño. —Dios, estos asientos son como si estuvieran hechos de espuma visco elástica y terciopelo. —Suspiré, inclinándome hacia atrás. Reyes hizo una mueca. —Has estado incómoda mucho tiempo. Son más como relleno de toallitas y tweed. Se me escapó una risa por la nariz, pero no pude formar una sonrisa. Sus ojos se suavizaron. —Vamos a encontrarlo, América. —Si él no me encuentra primero.
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Shepley La lluvia salpicaba mis párpados, haciéndome despertar. Parpadeé, cubriéndome los ojos con la mano, y mi hombro instantáneamente se quejó…‖ luego mi espalda…‖ y‖ luego‖ todo‖ lo‖ dem{s.‖ Me‖ empujé hasta ponerme derecho, encontrándome sentado en un campo de plantas verdes. Supuse que era soya. Escombros era todo lo que me rodeaba—todo desde ropa, juguetes a pedazos de madera. Cincuenta metros más adelante, una luz destellaba del metal retorcido de una bicicleta. Hice una mueca. Mi hombro se sentía rígido cuando intenté estirarlo, y gemí cuando la puntada se trasformó en fuego a través de mi brazo. La camiseta que una vez fue blanca estaba manchada con lodo mezclado con carmesí en el sitio del dolor.
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Estiré el cuello con mis dedos para ver un sucio desastre de una laceración que abarcaba quince centímetros justo desde encima de mi corazón hasta el borde de mi hombro izquierdo. Cuando me moví, un extraño objeto se movió con él, apuñalándome desde el interior. Toqué la piel, aspirando aire a través de mis dientes. Dolía como un hijo de puta, pero lo que sea que se deslizó para abrir mi piel todavía se encontraba ahí. Con los dientes apretados, abrí la piel con los dedos. Podía ver capas de piel y músculo, y luego algo más, pero no era hueso. Era un pedazo de madera café, de cerca de tres centímetros de espesor. Usando los dedos como pinzas, los hundí, gritando mientras pescaba la gran astilla de mi hombro. El sonido chapoteante de sangre y tejido combinado con la incomodidad hizo que mi cabeza flotara, pero un centímetro a la vez, extraje la estaca y la dejé caer al suelo. Me recosté hacia atrás, mirando el cielo lluvioso, esperando que el mareo y las náuseas disminuyeran, aun tratando de atravesar mis últimos recuerdos. Mi sangre se heló. América. Me tambaleé hasta ponerme de pie, sosteniendo el brazo izquierdo contra mi costado. —¿Mare? —grité—¡América! —Giré en círculo, buscando la cabina de peaje, escuchando los neumáticos zumbando en el asfalto. Solo pude escuchar el cantar de las aves y una ligera briza soplando a través del campo de soya. Los rayos del sol caían en forma de cascada desde el cielo a mi derecha, ayudándome a conseguir mi rumbo. Era media tarde, lo que significaba que me encontraba de frente al sur. No tenía ni idea de en qué dirección fui arrojado.
Levanté la mirada, recordando las últimas palabras a América. Me sentí siendo arrojado, y había querido que ella no lo viera. Pensé que sería de lo último que podría protegerla. Entonces, fui lanzado al aire. La sensación fue difícil de procesar, quizás algo como paracaidismo pero a través de una lluvia de estrellas. Fui bombardeado con lo que se sentían pequeñas rocas, y al momento siguiente, una bicicleta me golpeó con fuerza las piernas y espalda. Entonces, golpeé la tierra. Parpadeé, sintiendo el pánico elevarse por mi garganta. La caseta de peaje se encontraba frente a mí o detrás. No sabía cómo ubicarme yo mismo, mucho menos a mi novia. —¡América! —grité de nuevo, aterrado de que ella hubiera sido arrastrada también. Podía estar yaciendo a seis metros de mí o todavía metida en la grieta de la pasarela.
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Decidí simplemente caminar al sur, con la esperanza de que una vez que alcanzara alguna especie de camino, sería capaz de determinar cuán lejos me hallaba del último lugar en el que vi a mi novia. La soya rozaba mis vaqueros mojados. Mi ropa colgaba pesada por la espesa capa de lodo, y mis zapatos eran como dos bloques de hormigón. Mi cabello estaba embarrado con grava húmeda y suciedad, así como mi cara. Mientras me aproximaba al borde del campo, vi un gran pedazo de hojalata con las palabras Emporia Sand & Gravel. Cuando subí una pequeña colina, vi lo que quedaba de la compañía, las pilas de materiales esparcidos por el viento—el mismo viento que me llevó al menos quinientos metros desde donde me había refugiado. Mis pies golpeaban la tierra y arena empapadas de lluvia, sobre los grandes pedazos de marcos de madera y metal que una vez fueron grandes edificios. Las camionetas fueron volcadas a más de cientos metros. Me congelé cuando llegué a un grupo de árboles. Un hombre se encontraba torcido en las ramas, cada orificio relleno con gravilla. Me tragué la bilis que subía por mi garganta. Extendí la mano, apenas capaz de tocar la suela de sus botas. —¿Señor? —dije, apenas capaz de hablar más alto que un susurro. Nunca había visto algo tan espantoso. Su pie osciló, sin vida. Me cubrí la boca y continué caminando, llamando el nombre de América. Ella está bien. Sé que lo está. Está esperándome. Las palabras se convirtieron en un
mantra, una oración, a medida que cruzaba el campo solo, caminando través del lodo y el pasto, hasta que vi las luces rojas y azules de un vehículo de emergencia. Con renovada energía, corrí hacia el caos, confiando en Dios que no solo encontraría a América, sino que también la encontraría ilesa. Estaría tan preocupada por mí, por lo que la urgencia de calmar sus temores era tan fuerte como la necesidad de encontrarla a salvo. Tres ambulancias se encontraban estacionadas junto a la caseta de peaje, y corrí a la más cercana, viendo a los paramédicos cargar a una joven mujer. Viendo que no era América, el alivio me inundó. El paramédico me echó una mirada y luego dos veces, girando hacia mí. — Eh. ¿Estás herido? —Mi hombro —dije—. Me saqué una astilla del tamaño de un lapicero. Miré alrededor mientras él evaluaba mi herida. —Sí, eso va a necesitar puntos. Probablemente grapas. Definitivamente necesitas limpiarlo.
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Sacudí la cabeza. —¿Has visto a una bonita chica rubia, cerca de los veinte, como así de alta? —pregunté, manteniendo mi mano a la altura de los ojos. —He visto a un montón de chicas rubias, amigo. —Ella no es solamente rubia. Es hermosa, como épicamente bella. Se encogió de hombros. —Su nombre es América —dije. Presionó los labios en una dura línea y luego meneó la cabeza. —¿Novia? —Caímos de la caseta y hacia una zanja. Nos refugiamos bajo una pasarela, pero no estoy seguro de donde estoy. —¿Charger Vintage? —preguntó. —¿Sí? —Debe haber sido esa pasarela —dijo el paramédico, asintiendo hacia el oeste—. Porque tu coche está a unos trecientos metros en esa dirección. —¿Has visto a una linda rubia esperando cerca? Sacudió la cabeza. —Gracias —dije, dirigiéndome hacia la pasarela.
—Nadie está por ahí. Todos los que se refugiaron en la pasarela están en el hospital o en la tienda de la Cruz Roja. Lentamente me di la vuelta, frustrado. —De verdad necesita limpiar y coser eso, señor. Y todavía tenemos el clima viniendo. Déjeme llevarlo al hospital. Miré alrededor y luego asentí. —Gracias. —¿Cuál es tu nombre? —Cerró las puertas traseras y luego golpeó una puerta con el costado de su puño dos veces. La ambulancia avanzó y giró en ciento ochenta antes de dirigirse hacia Emporia con las luces y sirenas encendidas. —Uh…‖ese‖era‖nuestro‖transporte. —No, este es tu transporte —dijo, mostrándome una SUV rojo y blanco. En la puerta se leía Bombero Jefe—. Entra. Cuando subió tras el volante, me dio una mirada. —¿Fuiste arrastrado, no? ¿Cuán lejos crees que fue?
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Me encogí de hombros. —Al otro lado de esa planta de gravilla. Había un cuerpo…‖en‖el‖{rbol. Frunció el ceño y luego asintió. —Llamaré. Fuiste lanzado un poco más de trecientos metros, apuesto. Eres afortunado de haber conseguido solo un rasguño. —Es un infierno de rasguño —dije, instintivamente estirando el hombro hasta que sentí una puntada. —Concuerdo —dijo, bajando la velocidad cuando nos aproximábamos al Charger. Me le quedé mirando cuando pasamos, viendo que aún estaba hundido. América se fue. Mi garganta se tensó. —Si ella no está en la pasarela y no está en el Charger, fue al hospital. —También concuerdo con eso —dijo el Jefe. —Con suerte, para el refugio y no porque esté herida. El Jefe suspiró. —Lo descubrirás pronto. Primero, vas a conseguir que te limpien esa herida. —No me queda mucha luz del día. —Bueno, definitivamente no vas a encontrarla por la noche.
—Es por eso qué no puedo perder el tiempo. —No soy tu padre, pero puedo decírtelo ahora, si se te infecta, no vas te vas a sentir en condiciones de buscarla mañana. Cuídate, y luego puedes buscar a tu chica. Suspiré y luego golpeé la puerta con el costado de mi puño. Fue mucho más fuerte de lo que el Jefe golpeó la puerta de la ambulancia. Me lanzó una mirada de soslayo. —Lo siento —murmuré. —Seguro. Si fuera mi esposa, me sentiría igual. Le di un vistazo. —¿Sí? —Veinticuatro años. Dos niñas grandes. ¿Vas a casarte con esta chica? Tragué saliva. —Tenía un anillo en mi bolsa. Sonrió a medias. —¿Dónde está? —Se la pasé antes de ser arrastrado.
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—Bien pensado. Ella está sosteniéndola para cuidarlo, y ni siquiera lo sabe. Tendrá dos buenas sorpresas cuando te vea. —Eso espero, señor. El Jefe hizo una mueca. —¿Espero? ¿A dónde se dirigían? —A casa de sus padres. —¿Te iba a presentar a sus padres? Suena como que tus posibilidades son bastante buenas. —He estado con sus padres —dije, mirando por la ventana. Se suponía que estaría yendo en la otra dirección con América, y en cambio, me dirigía de regreso a Emporia para encontrarla—. Varias veces. Y le he pedido que se case conmigo, varias veces. —Oh —dijo el Jefe—. ¿Vas a preguntárselo de nuevo? —Pensé en intentarlo una última vez. —¿Y si dice que no? —No lo he decidido. Quizás le pregunte por qué. Quizás le pregunte cuándo. Quizás me prepare para que me deje algún día. —Quizás es su turno a que te pregunte.
Mi rostro se retorció con disgusto. —No. —Me reí una vez—. Ella sabe que no sería feliz con eso. Las cosas son buenas. Ahora, realmente no tiene sentido que esté tan molesto. Vamos trabajando hacia allí. Acabamos de mudarnos juntos. Ella estaba comprometida conmigo. Me ama. Nos hago miserables por ello. El jefe meneó la cabeza. —¿Viviendo en pareja, eh? Eso lo explica. Mi esposa siempre‖ le‖ dice‖ a‖ mis‖ hijas‖ “¿Por‖ qué‖ comprar‖ la‖ vaca si‖ tienes‖ leche‖ gratis?”‖ Apuesto que diría que sí si la hicieras esperar para compartir tu cama. Exhalé una risa. —Quizás. Prácticamente vivíamos juntos, de todos modos. O yo estaba en su dormitorio, o ella en mi casa. —O…‖ sí estuvo de acuerdo en mudarse contigo, posiblemente es porque está tomando las cosas a su propio ritmo. No dijo adiós. No dijo que no. —Si dice que no de nuevo, estoy bastante seguro que va a significar un adiós. —A veces, adiós es una segunda oportunidad. Para aclarar tu cabeza. De todos‖ modos…‖ extrañar‖ a‖ alguien‖ hace‖ que‖ recuerdes‖ por‖ qué‖ amabas‖ a‖ esa‖ persona en primer lugar.
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Me atraganté y luego intenté mantener la emoción fuera de mi voz. No podía imaginar alejarme de América. No solo porque estuviera enamorado de ella. Era como tomar mi primera respiración, luego la segunda, y luego cada respiración después de esa. América se había convertido en mi vida, y entonces era la razón de ella. —Ella es especial, ¿sabes? Es la hija de papi, pero te dirá dónde meterte si no le gusta lo que tienes que decir. Abofetearía a un gigante para proteger el honor de su mejor amiga. Odia las despedidas. Usa esa pequeña cruz dorada en su cuello y maldice como un marinero. Ella es mi felices para siempre. —Suena como un petardo. Quizás dice que no para asegurarse que no vas a irte‖a‖la‖menor‖señal‖de‖problemas.‖Estoy‖rodeado‖por‖chicas,‖y‖te‖diré…‖a‖veces,‖te‖ disparan para ver si saldrás corriendo. —Me estoy engañando. —Mi voz se quebró. El jefe se quedó en silencio. —No‖diría… —Cuando la encuentre, voy a preguntarle. Le preguntaré tantas veces como sea necesario, pero solo estar con ella es suficiente. Tuve que ser literalmente rasgado de su lado para entenderlo. El jefe se rio entre dientes. —No serías el primer hombre que necesite un golpe en la maceta.
—Tengo que encontrarla. —Lo harás. —Ella está bien. ¿Cierto? El jefe me miró por sobre el hombro. Podía ver que no quería hacer una promesa que no podría mantener, así que simplemente asintió, las arrugas alrededor de sus ojos claros profundizándose. —Será mejor que encuentres una manguera primero, o no te reconocerá. Te ves como si hubieras perdido una pelea con un torno cerámico. Me reí una vez. Intenté resistir la urgencia de frotar el lodo seco de mi rostro, sin querer hacer un desastre mayor en la camioneta del Jefe del que ya había hecho. —La encontrarás —dijo el Jefe—. Y te casarás con ella. Ofrecí una sonrisa de agradecimiento y luego asentí una vez antes de girar para mirar por la ventana, buscando en los rostros de todo al que pasábamos de camino hacia el hospital.
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Traducido por Pau_07 & becky_abc2 Corregido por Sandry
América
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Reyes atendía a una abuela y a su nieto adolescente quienes habían salido de los escombros de su hogar, una caravana de doble remolque. Reyes había estado patrullando arriba y abajo de las carreteras y caminos dentro de un radio de tres kilómetros de donde me había recogido, pero no se había cruzado con Shepley o con cualquier persona que lo hubiera visto. Estaba enfadada porque ni siquiera tenía una foto de él. Todas se hallaban en mi teléfono, y mi teléfono se estaba ahogando en algún lugar del río. La batería tenía un solo dígito cuando revisé la hora, por lo que probablemente se encontraba muerto. Describir a Shepley parecía difícil. Pelo castaño y corto, ojos color avellana, alto, bien parecido, atlético, de un metro ochenta y sin marcas distintivas, hizo que mi descripción de él fuera bastante vaga a pesar de que era todo lo contrario. Por primera vez, me hubiera gustado que fuera un gigante tatuado como Travis. Travis. Apuesto a que él y Abby se preocuparon mucho. Volví al Cruiser y me senté en el asiento del pasajero. —¿Has tenido suerte? —dijo Reyes. Negué con la cabeza. —La señora Tipton tampoco ha visto a Shepley. —Gracias por preguntar. ¿Están bien? —Un poco golpeados, pero vivirán. A la señora Tipton le falta su terrier, jefe. —Sus palabras eran huecas, pero escribió todo en su portapapeles. —Eso es horrible. Reyes asintió, continuando sus notas. —Con todo esto ocurriendo, ¿y van a ayudarla a encontrar a su perro? — pregunté.
Reyes me miró. —Sus nietos la visitan dos veces al año. Ese perro es la única cosa entre ella y la soledad. Así que, sí, voy a ayudarla. No puedo hacer mucho, pero voy a hacer lo que pueda. —Eso es agradable de tu parte. —Es mi trabajo —dijo, continuando con sus garabatos. —¿La patrulla de carretera ayuda con animales perdidos? Él me miró. —Hoy en día, sí. Alcé la barbilla, negándome a dejar que su tamaño e intimidante expresión llegaran a mí. —¿Estás seguro de que no hay manera de conseguir llamar? —Puedo llevarte de nuevo a la sede. Recorrí el desastre que había quedado del parque de casas rodantes. — Después del anochecer. Tenemos que seguir buscando. Reyes asintió, apagando las luces y poniendo de la caja de cambios a primera. —Sí, señora.
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Llegamos de nuevo a la autopista de peaje, y por segunda vez, Reyes condujo hacia el paso elevado para consultar con la tripulación de emergencia en la escena para ver si habían visto a Shepley. —Gracias de nuevo. Por todo. —¿Cómo está tu brazo? —preguntó, mirando a escondidas sobre mi vendaje. —Dolorido. —Puedo imaginarlo. —¿Tienes familia aquí? —pregunté. —Sí, la tengo. —Su mandíbula cincelada bailó bajo su piel, incómodo con la pregunta personal. No parecía querer elaborar la respuesta, así que por supuesto, yo no podía parar allí. —¿Están de acuerdo? Después de un segundo de vacilación, habló—: Las extraño. Mi esposa se encontraba un poco alterada. —¿Las? —Una nueva niña pequeña en casa.
—¿Cómo de nueva? —Tres semanas. —Apuesto a que te preocupaste. —Aterrorizado —dijo, mirando hacia adelante—. Ya vi cómo se encontraban. Un poco de daños en el techo. Daños por granizo en el nuevo monovolumen. —Oh no. Lo siento. —No era nuevo. Sólo nuevo para nosotros. Pero nada importante. —Bueno —dije—. Me alegro. —Miré el reloj de la radio, sintiendo mis cejas levantándose—. Ya han pasado dos horas. —Cerré los ojos—. Este viaje se suponía que era el viaje. He estado lanzando indirectas a diestro y siniestro. —¿Para qué? —Para que me pregunte... para que me proponga matrimonio. —Oh. —Frunció el ceño—. ¿Cuánto tiempo habéis estado juntos?
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—Casi tres años. Él resopló. —Yo se lo pregunté a Alexandra después de tres meses. —¿Dijo que sí? Alzó una ceja. —Yo no lo hice —dije, quitando barro seco fuera de mis manos—. Él me preguntó antes. —Ouch. —Dos veces. Toda la cara de Reyes se comprimió. —Brutal. —Su primo y mi mejor amiga se casaron. Se fugaron después de un horrible accidente‖en‖la‖universidad,‖y‖yo… —¿El incendio? —Sí... ¿has oído hablar de él? —Mi hermano es la alma mater, ¿recuerdas? —Cierto —Por lo tanto, ¿se casaron? ¿Y les fue mal? —No.
—¿Pero fue un impedimento para casarte con el hombre que amas? —Bueno, cuando lo pones de esa manera... —¿Cómo lo pusiste tú? —Su compañero de cuarto, Travis, se casó. Así, en un primer momento, como que se propuso en el último momento, con la esperanza de que nuestros padres‖nos‖dejaran‖vivir‖juntos.‖Mis‖padres‖no‖estaban‖de‖acuerdo…‖en‖absoluto.‖ Pero no quería casarme sólo para manipular una situación, como Travis y Abby. Travis también es su primo, y Abby es mi mejor amiga. —Miré a Reyes para ver su expresión—. Lo sé. Es complicado. —Sólo un poco. —Luego me preguntó tres meses más tarde, y me sentía como si estuviera solo preguntando porque Travis y Abby se casaron. Shep admira a Travis. Simplemente no me encontraba lista. —Lo suficientemente justo.
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—Ahora —Dejé escapar un largo suspiro—, estoy lista, pero él no me lo va a proponer. Está hablando acerca de ser un reclutador de fútbol. —¿Y? —Por lo tanto, se irá por durante una buena parte del año. —Negué con la cabeza, rascándome las uñas sucias—. Me temo que vamos a separarnos. —Reclutador, ¿eh? Interesante. —Se movió en su asiento, preparándose para lo que iba a decir a continuación—. ¿Qué hay en la bolsa? Me encogí de hombros, mirando hacia abajo a la mochila en mi regazo. — Sus cosas. —¿Qué tipo de cosas? —No lo sé. Un cepillo de dientes y el valor de un fin de semana en ropa. Íbamos a visitar a mis padres. —¿Querías que se propusiera en casa de tus padres? —Una vez más, su ceja se arqueó. Le lancé una mirada. —¿Y? Esto se está empezando a sentir menos como una conversación y más como un interrogatorio. —Tengo curiosidad por qué esa bolsa es tan importante. Era la única cosa además de ustedes dos que estaba fuera del coche. Te la entregó a ti antes de que saliera volando desde el paso elevado. Esa es una bolsa importante.
—¿A dónde quieres ir a parar? —Sólo quiero asegurarme de que no estoy transportando drogas en mi Crusier. Mi boca se abrió y cerró. —¿Te he ofendido? —preguntó Reyes a pesar de que claramente no fue afectado por mi reacción. —Shepley no está en las drogas. Apenas bebe. Compra una cerveza y cuida a los demás toda la noche. —¿Qué hay de ti? —¡No! No estaba convencido. —No tienes que consumir drogas para venderlas. Los mejores comerciantes no lo hacen. —No somos narcotraficantes o contrabandistas o como sea el término legal.
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Reyes aparcó al lado del Charger inundado. El agua y los residuos chapoteaban en las ventanas abiertas. —Eso va a costar mucho de reparar. ¿Cómo va a pagarlo? —Él y su padre comparten un amor por los coches viejos. —¿Proyecto de restauración por el vínculo de padre-hijo? ¿Todo pagado con el dinero de papá? —No tienen la necesidad de vincularse. Es muy cercano a sus padres. Era un buen chico, y es un mejor hombre. Sí, ellos tienen dinero, pero él tiene un trabajo. Se mantiene a sí mismo. Reyes me miró. No era más que... masivo. Aun así, yo no tenía nada que ocultar, y no iba a dejar que me intimidara. —Trabaja en un banco —espeté—. ¿De verdad crees que estoy escondiendo drogas en esta bolsa? —Te has estado aferrando a ella como si estuviera hecha de oro. —¡Es de él! ¡Es lo único que tengo de él, además de ese coche inundado! — Las lágrimas ardían en mis ojos mientras la realización de lo que acababa de decir formaba un nudo en mi garganta. Reyes esperó. Apreté los labios y luego halé la cremallera, tirando de ella hasta que se abrió. Saqué lo primero que agarré, lo cual fue una de las camisas de Shepley. Era
su favorita, una camiseta gris oscura de Eastern State. La sostuve contra mi pecho, descomponiéndome al instante. —América... no... No llores. —Reyes se veía medio indignado y medio incómodo, tratando de mirar a otro lado excepto a mí—. Esto es incómodo. Saqué otra camisa y luego un par de pantalones cortos. Mientras los desenrollaba, una pequeña caja cayó de nuevo en la mochila. —¿Qué fue eso? —dijo Reyes en un tono acusatorio. Cavé en la bolsa y saqué la caja, sosteniéndola con una enorme sonrisa. —Es el... este es el anillo que compró. Lo trajo. —Inhalé en una respiración entrecortada, mi expresión desmoronándose—. Iba a proponerse. Reyes sonrió. —Gracias. —¿Por qué? —dije, abriendo la caja. —Por no transportar drogas. Habría odiado arrestarte. —Eres un idiota —dije, limpiándome los ojos. —Lo sé. —Bajó la ventanilla para hacerle señas a otro oficial.
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Con la ayuda de la Guardia Nacional, la autopista de peaje había sido despejada, y el tráfico funcionaba sin problemas de nuevo, pero cuando el sol comenzó su descenso, otro conjunto de nubes oscuras comenzaron a formarse en el horizonte. —Eso se ve como una mala señal —dije. —Creo que ya hemos experimentado malas señales. Fruncí el ceño, sintiéndome impaciente. —Tenemos que encontrar a Shepley antes de que oscurezca —Trabajando en ello. —Asintió con la cabeza a un oficial que se aproximaba—. ¡Landers! —¿Cómo te va? —dijo Landers. Con él de pie junto a la ventana de Reyes, incluso en un cruiser, me sentí como si estuviéramos siendo detenidos, y que en cualquier minuto, Landers le preguntaría a Reyes si sabía lo rápido que iba. —Traigo a una niña en mi coch… —¿Una niña? —susurré. Suspiró. —Traigo a una mujer joven en el coche que está buscando a su novio. Se refugiaron bajo ese puente cuando el tornado los alcanzó.
Landers se inclinó, dándome una mirada cuando había terminado. —Ella tiene suerte. No todos lo lograron. —¿Cómo quién? —pregunté, doblándome lo suficiente como para tener una mejor vista. —No estoy seguro. ¿Puedes creer que un hombre fue arrojado un cuarto de milla y corrió todo el camino de vuelta a la autopista de peaje, en busca de alguien? Estaba cubierto de barro. Parecía una barra de chocolate derretida. —¿Se hallaba solo? ¿Recuerdas su nombre? —pregunté. Landers negó con la cabeza, todavía riéndose de su propia broma. —Algo extraño. —¿Shepley? —preguntó Reyes. —Tal vez —dijo Landers. —¿Estaba herido? ¿Qué llevaba puesto? ¿Tiene más de veinte años? ¿Ojos color avellana?
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—Espere, espere, espere, señora. Ha sido un largo día —dijo Landers, poniéndose de pie. Todo lo que podía ver de él era su sección media. Reyes lo miró—. Vamos, Justin. Ha estado buscando durante horas. Lo vio siendo atrapado por un maldito tornado. —Él tenía una laceración significativa en el hombro, pero va a vivir si el jefe de bomberos logra conseguir que se deje curar. Se encontraba empeñado en encontrar a su, uhm... ¿Cómo la llamó? Épica hermosa novia. —Landers hizo una pausa y luego se inclinó hacia abajo—. ¿América? Mis ojos se abrieron, y mi boca se abrió en una sonrisa enorme. —¡Sí! ¡Ese es mi nombre! ¿Él estaba aquí? ¿Buscándome? ¿Sabe dónde se fue? —Para el hospital... para buscarte —dijo Landers, inclinando su sombrero—. Buena suerte, señora. —¡Reyes! —dije, agarrando su brazo. Él asintió con la cabeza mientras encendía las luces, y luego arrojó el engranaje al camino. Rebotamos cuando el cruiser cruzó la mediana, y luego Reyes presionó un pie en el acelerador, disparándonos por la autopista hacia Emporia... y hacia Shepley.
Shepley La enfermera negó con la cabeza, frotando un corte en mi oreja con un algodón. —Tienes suerte. —Parpadeó sus largas pestañas y luego buscó detrás de suyo algo situado en la bandeja de plata al lado de mi camilla. Urgencias se encontraba lleno. Las habitaciones estaban disponibles sólo para los casos más urgentes. El caos se había creado en la sala de espera, y yo había esperado más de una hora antes de que una enfermera llamara mi nombre y me acompañara hasta una camilla en la sala donde había esperado durante otra hora. —No puedo creer que fueras a salir de aquí. —Se está haciendo tarde. Tengo que encontrar a América antes de que anochezca.
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La enfermera sonrió. Ella era una pequeña cosa. Había pensado que era una recién ingresada de la escuela de enfermería hasta que abrió la boca. Me recordó mucho a América, confiada, fuerte y aceptaría el cero por ciento de mierda que alguien pudiera darle. —Te lo dije. Mira —dijo—. América está en el sistema, lo que significa que ha sido vista aquí. Probablemente te esté buscando. Quédate quieto. Volverá. Fruncí el ceño. —Eso no me hace sentir mejor. —Miré su insignia—. Brandi. Ella sonrío. —No, pero vas a conseguir que las heridas se enrojezcan. Mantenlas limpias y secas. Vas a tener un mordisco sobre la oreja. —Fabuloso —murmuré. —Tú eres el que se refugió debajo de un puente. ¿No sabes nada? Eso es peor que estar de pie en un campo abierto. Cuando un tornado pasa sobre un puente, aumenta la velocidad del viento. —¿Te enseñan eso en la escuela de enfermería? —pregunté. —Esto es Tornado Alley. Si no sabes las reglas ya, podrás aprenderlas después de la primera temporada de tornados. —Puedo ver por qué. Ella exhaló una risa. —Considera la oreja con derechos de fanfarronear. No muchas personas pueden decir que han hecho un viaje en un tornado y vivieron para contarlo. —No creo que vayan a estar impresionados por una oreja astillada.
—Si deseas una cicatriz retorcida, tendrás una —dijo, señalando mi hombro. Miré hacia el vendaje blanco y la cinta en mi hombro y luego detrás de mí hacia la puerta. —Si ella no está aquí en quince minutos, voy a salir a buscarla. —No puedo tener tus documentos listos en... —Quince minutos —dije. Se sorprendió por mi demanda. —Escucha, princesa, si no lo has notado, estoy ocupada. Ella va a estar aquí. Tenemos otra tormenta que viene de todas las formas, y... Me puse rígido. —¿Qué? ¿Cuándo? Se encogió de hombros, mirando a la televisión montada en la sala de espera. Personas de todas las edades, todos empapados con agua de lluvia, sucia, estaban asustados, envueltos en mantas de lana emitidas del hospital. Comenzaron a desplazarse alrededor de la pantalla. Un meteorólogo se hallaba de pie delante de un radar en movimiento unos cuantos centímetros a la vez. Una gran mancha roja rodeada de amarillo y verde se arrastró hasta los límites de la ciudad de Emporia, y luego volvió a empezar, atrapada en un bucle.
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—Nos va a tragar y nos escupirá —dijo Brandi. Mis cejas se alzaron mientras el pánico crecía en mi pecho. —Ella todavía está ahí fuera. Ni siquiera sé dónde buscar. —Shepley —dijo Brandi, agarrando mi barbilla y obligándome a mirarla—. Quédate. Si ella vuelve aquí y descubre que te has ido, ¿qué piensas que va a hacer? —Cuando no respondí, me soltó la barbilla, disgustada—. Haría lo mismo que tú. Ir a buscarte. Este es el lugar más seguro para ella, y si te quedas aquí, encontrará su camino de regreso. Agarré el borde de la camilla, apretando el cojín cubierto de plástico en mi puño, mientras Brandi deslizó cuidadosamente la parte superior de la camisa de enfermero sobre mi cabeza. Me ayudó a deslizar los brazos, esperando pacientemente, mientras yo luchaba por alzar mi hombro izquierdo. —Puedo conseguirte una bata de hospital en su lugar —dijo ella. —No. No batas —dije. Gruñendo, maniobré mi brazo a través de la manga. —No puedes ni siquiera vestirte, ¿pero vas a ir a buscarla? —No puedo sentarme aquí, seguro y cálido, mientras que afuera América está en alguna parte —dije—. Probablemente no tiene idea de que está a punto de ser golpeada de nuevo por más agua.
—Shepley, escúchame. Todavía estamos bajo una advertencia de tornado. —Es imposible conseguir que nos alcance dos veces en la misma noche. —En realidad, no lo es —dije—. Es raro, pero sucede. Me bajé de la camilla, perdiendo el aliento cuando el músculo desgarrado en mi brazo se movió. —Bien. Si vas a insistir en ser ridículo, tienes que firmar un AMA. —¿Firmar un qué? —AMA, el Alta en contra de la recomendación médica. —Espera, espera, espera —dijo Chief, levantando las manos—. ¿A dónde crees que vas? Respiré a través de mi nariz, frustrado. —Otra tormenta se acerca. Ella no ha vuelto todavía. —Eso no quiere decir que sea una buena idea que salgas fuera con la lluvia. —¿Y si fuera tu esposa, Chief? ¿Qué pasaría si tus hijas estuvieran allí?
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¿Irías? Las sirenas de tornado llenaban el aire. Eran mucho más fuertes esta vez, el zumbido misterioso sonaba justo fuera de las puertas. Todo el mundo miró a su alrededor, y luego comenzó el pánico. Empecé por la puerta. Pero Chief se paró frente a mí. —¡No puedes ir por ahí, Shepley! ¡No es seguro! Sosteniendo mi brazo izquierdo, lo pase empujándolo por el hombro y luego me dirigí por la sala de espera llena de gente hacia las puertas. El cielo se había abierto de nuevo, lloviznando en el estacionamiento. Con horror e incredulidad en sus rostros, la gente corría a través del cemento hacia la sala de emergencias. Miré hacia arriba en busca de signos de una nube en forma de tornado. No tenía coche y ni idea de dónde estaba. Había tenido miedo varias veces en mi vida, pero ninguno de ellas había estado tan cerca como esta. Mantener los seres queridos seguros no era una cuestión, si no podía salvarla. Me di la vuelta, agarrando la camisa de Chief con mi puño, su placa clavándose en mi palma. —Ayúdame —dije, temblando de miedo y frustración. Gritos estallaron, y flashes poderosos se desencadenaron en la distancia.
—¡Todo el mundo, entrar en los pasillos! —dijo Chief, devolviéndome a mi camilla. Peleé con él, pero a pesar de que era el doble de mi edad, con el uso de sus dos brazos, fácilmente me subyugaba. —¡Mantén tu trasero sentado! —gruñó, luchando por empujarme hacia el suelo. Brandi puso a un niño en mi regazo y se aferró a tres niños más, agachándose junto a mí. El niño no lloró, pero se sacudió incontrolablemente. Parpadeé y miré alrededor, viendo los rostros llenos de terror de todo el mundo que nos rodeaba. La mayoría de ellos ya habían sufrido un tornado devastador. —Quiero a mi papá —gimió el niño en mi regazo. Lo abracé a mi lado, tratando de proteger la mayor cantidad de su cuerpo como pude. —Va a estar bien. ¿Cómo te llamas? —Quiero a mi papá —dijo de nuevo, al borde del pánico.
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—Mi nombre es Shep. Yo también estoy solo. ¿Crees que podrías pasar el rato aquí conmigo hasta que esto termine? Él me miró con grandes ojos rojizos. —Jack. —¿Tu nombre es Jack? —pregunté. Él asintió con la cabeza. —Ese es el nombre de mi padre —le dije con una pequeña sonrisa. Jack miro mi expresión, y luego su sonrisa se desvaneció lentamente. — También es el nombre de mi padre. —¿Dónde está? —pregunté. —Estábamos en la bañera. Mi mamá... mi hermanita. Hubo mucho ruido. Mi papá se aferró a mí con fuerza. Apretándome fuertemente. Cuando todo terminó, ya no me sostenía. Nuestro sofá estaba del revés, y yo estaba debajo de él. No sé dónde está. No sé dónde está ninguno de ellos. —No te preocupes —dije—. Ellos sabrán buscarte aquí. Algo se estrelló contra una ventana de cristal y se hizo añicos el cristal. Gritos asustados apenas se registraron sobre las sirenas y el viento impetuoso. Jack enterró su cabeza en mi pecho, y lo apreté suavemente con mi brazo sano, sosteniendo el brazo izquierdo contra mi pecho.
—¿Dónde está tu familia? —preguntó Jack, con los ojos cerrados. —Aquí no —dije, mirando por encima de mi hombro a la ventana rota.
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Traducido por becky_abc2 Corregido por Janira
América —¿Cuánto falta? —pregunté. —Tres kilómetros menos que la última vez que preguntaste —se quejó Reyes.
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Reyes conducía rápido, pero no lo suficiente. El hecho de saber que Shepley se hallaba en el hospital, lastimado, me hacía sentir como si pudiera saltar del coche y correr más rápido que lo que íbamos. Habíamos salido de la caseta de peaje a una carretera con una estrecha franja de casas que, de alguna manera, se libraron del tornado. Bajé la ventanilla, y descansé la barbilla sobre mi mano, dejando que el aire chocara contra mi cara. Cerré los ojos, imaginando la cara de Shepley cuando entrara por la puerta. —Landers dijo que se hallaba bastante golpeado. Debes prepararte para eso —dijo. —Se encuentra bien. Eso es todo lo que me importa. —Solamente no quiero que te pongas mal. —¿Por qué? —Me volví hacia él—. Pensé que eras un soldado rudo, sin emociones. —Lo soy —dijo, retorciéndose en el asiento—. Eso no significa que quiera verte llorar de nuevo. —¿Tú esposa no llora? —No —dijo, sin dudarlo. —¿Nunca?
—No le doy ninguna razón para hacerlo. Me senté bien. —Apuesto a que llora. Probablemente, solo no lo demuestra. Todo el mundo llora. —Nunca la he visto llorar. Se rió mucho cuando nació Maya. Sonreí. —Maya. Es linda. Enormes gotas de lluvia comenzaron a salpicar en el parabrisas, lo que hizo que encendiera los limpiaparabrisas. Comenzaron una cadencia, de un lado a otro a través del vidrio, que hizo eco con cada latido de mi corazón. Una comisura de su boca se elevó. —Es linda. Tiene la cabeza llena de cabello negro. Nació viéndose como si llevara un peluquín. Estuvo de color amarillo brillante la primera semana. Pensé que tenía un buen bronceado natural... como yo. —Sonrió—. Pero resultó ser ictericia. La llevamos al médico y luego al laboratorio. Le pincharon el talón con una aguja y le apretaron el pie para extraer una muestra de sangre. Alexandra no derramó ni una lágrima. Yo lloré tanto como Maya. ¿Crees que soy duro? No has conocido a mi esposa. —¿El día de su boda?
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—No. —¿Cuándo se enteró que se encontraba embarazada? —No. Pensé en ello durante un momento. —¿Ni siquiera lágrimas de felicidad? Negó. —¿Qué pasa con las mujeres a las que detienes? ¿Dejas que se vayan si lloriquean? —El llanto me hace sentir incómodo —dijo sencillamente—. No me gusta. —Qué bueno que te casaste con una mujer que no llora. —Soy afortunado. Muy, muy afortunado. Ella no es demasiado sentimental. —No suena como si fuera emocional, en absoluto. —bromeé. —No te encuentras muy lejos de la verdad —se rió—. Al principio, no me hallaba seguro de si me gustaba. Me llevó dos años, y un montón de horas en el gimnasio, reunir valor para invitarla a salir. No creía poder amar a nadie más que a Alexandra, hasta hace un par de semanas. —¿Cuándo Maya nació? Asintió.
Sonreí. —Estaba equivocada. No eres un idiota. Un tono estridente llegó por la radio, y la operadora comenzó a recitar un informe meteorológico. —¿Otro tornado? —pregunté. Entonces las sirenas comenzaron a sonar. —El Servicio Meteorológico Nacional reporta un tornado en los límites de la ciudad de Emporia —dijo la operadora con un tono de voz monótona—. Todas las unidades han sido avisadas, un tornado está tocando tierra. —¿Cómo se encuentra tan tranquila? —pregunté, mirando hacia el cielo. Nubes oscuras se arremolinaban por encima de nosotros. Reyes desaceleró, mirando hacia arriba. —Es Delores. Es su trabajo mantener la calma, pero además, nada sacude a esa mujer. Ha hecho esto desde antes que yo naciera.
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La voz de Delores llegó por la radio de nuevo. —Todas las unidades han sido avisadas, el tornado tocó el suelo, ahora viaja hacia el norte y noreste. La ubicación actual es Prairie Street y Avenida Sur. Delores continuó repitiendo el informe, mientras Reyes fruncía el ceño, y comenzaba a mirar el cielo frenéticamente. —¿Qué pasa? —pregunté. —Nos encontramos a una cuadra al norte de ese lugar.
Shepley El viento soplaba junto con la lluvia, empapando el azulejo y derribando las sillas. Varios hombres con insignias del hospital corrieron con un gran pedazo de madera, martillos y clavos, y luego se pusieron a trabajar cubriendo los cristales rotos. Algunos otros barrieron los pedazos brillantes de cristal que había esparcidos por el suelo. El jefe de bomberos se puso de pie y comenzó a caminar hacia donde los hombres de mantenimiento trabajaban. Justo cuando empezó a charlar con uno de los hombres, miró por la ventana. Luego se volvió sobre los talones y gritó—: ¡Todo el mundo, muévanse! Agarró a una mujer y saltó mientras un coche compacto perforaba la madera y las ventanas restantes, deteniéndose de lado en medio de la sala de espera.
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Después de unos segundos de un aturdido silencio, gemidos y gritos llenaron la habitación. Brandi volteó hacia mí a los niños que sostenía, y corrió hacia el coche, checando a los trabajadores y algunos pacientes que fueron atropellados. Colocó la palma en la frente de un hombre, con sangre saliendo a borbotones por la cara. —¡Necesito una camilla! El jefe se movió y luego me miró con ojos confundidos. —¿Se encuentras bien? —le pregunté, abrazando a los niños. Asintió y luego ayudó a levantarse a la mujer que sacó del camino. —Gracias —dijo ella, mirando a su alrededor con deslumbramiento. El jefe se asomó por el agujero en la pared que creó el coche. —Lo atravesó. Dio un paso hacia los cuerpos fracturados alrededor del coche, pero se detuvo cuando su radio se encendió. Una voz profunda se abrió paso mientras un hombre hablaba—: Dos diecinueve a Base G. —Base G. Adelante —habló la operadora. El jefe de bomberos agarro la radio. Podía oír el pánico disfrazado en la voz del oficial.
—Oficial caído en la carretera Cincuenta y Sherman. Mi patrulla se volcó. Múltiples muertes y lesiones en esta área, incluyéndome a mí. Solicitud de diez cuarenta y nueve para esta ubicación. Cambio. —dijo, gruñendo la última palabra. —¿Qué tan herido te encuentras, Reyes? —dijo la operadora. El jefe me miró. —Tengo que ir. —No me encuentro seguro —dijo el oficial—. Traía una mujer joven al hospital. Se encuentra inconsciente. Creo que su pierna quedó atrapada. Vamos a necesitar equipo de rescate. —Copiado, dos diecinueve. —¿Delores? —dijo Reyes—. Se informó que su novio se hallaba en Newman Regional con el jefe de bomberos. ¿Puede llamar por radio al hospital para notificar? —Diez cuatro, Reyes. Resiste. Tenemos unidades en el camino. Agarré el brazo del jefe. —Es ella. América se encuentra con ese policía. —Base G es la patrulla de caminos del peaje. Se encuentra con un policía estatal.
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—No importa con quién se encuentra. Se halla herida y atrapada allí. Él no puede ayudarla. Se apartó de mí, pero apreté mi agarre en su brazo. —Por favor —dije—. Llévame allí. Hizo una mueca, ya en contra de la idea. —Por los sonidos, van a tener que cortar para sacarla de la patrulla. Eso podría llevar horas. Se encuentra inconsciente. Ni siquiera sabrá que te encuentras allí y, probablemente, estorbarás. Tragué saliva y mire alrededor mientras pensaba. El jefe sacó las llaves del bolsillo. —Sólo... —Suspiré—. No tiene que llevarme. Sólo dígame dónde se encuentra, voy a caminar. —¿Vas a caminar? —dijo con incredulidad—. Está oscuro. No hay electricidad, lo que significa que no hay farolas. No hay luna debido a las nubes. —¡Tengo que hacer algo! —grité. —Soy el jefe de bomberos. Hay un oficial caído. Voy a supervisar la extracción y...
—Se lo ruego —dije, demasiado cansado para luchar—. No puedo quedarme aquí. Está inconsciente, podría hallarse herida, y se asustará cuando despierte. Tengo que estar allí. El jefe pensó por unos segundos y luego suspiró. —De acuerdo. Pero quédate fuera del maldito camino. Asentí, siguiéndolo cuando se volvió hacia el estacionamiento. Seguía lloviendo, por lo que me preocupé aún más. ¿Qué pasa si el coche se volcó en una cuneta de drenaje, como el Charger? ¿Y si se hallaba bajo el agua? El jefe encendió las luces y sirenas mientras sacaba la camioneta del aparcamiento del hospital. Cables de electricidad y ramas se hallaban caídas por todas partes, ya que fueron golpeados por vehículos de todas las formas y tamaños. Incluso había un bote tirado de lado en el medio de la calle. Las familias se dirigían al hospital a pie, y trabajadores de la ciudad iban a toda marcha, tratando de remover los escombros de la entrada del hospital. —Dios mío —susurró el jefe, mirando a nuestro alrededor con asombro—. Golpeados dos veces en el mismo día. ¿Quién hubiera pensado?
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—Yo no —dije—. Lo veo en vivo y directo, y sigo sin creerlo. Giró hacia el sur, en dirección a Reyes y América. —¿Qué tan lejos queda, donde dijo Reyes que se hallaban? —Seis cuadras, tal vez. No me encuentro seguro de ser los primeros en la escena o no, pero... —No lo somos —le dije, viendo ya luces intermitentes. Manejó unas cuantas cuadras más y luego se detuvo a un lado de la carretera. Los primeros en responder ya bloqueaban la carretera, y los bomberos se amontonaban alrededor de la patrulla volcada. Corrí hacia el vehículo. Me detuve al principio hasta que Jefe dio la orden. Caí de rodillas al lado de la patrulla, junto a un paramédico. El vehículo se encontraba aplastado en algunos puntos, rodeado por escombros y con todas las ventanas hechas añicos. —¿Mare? —grité, presionando mi rostro contra la tierra húmeda. La mitad del coche seguía en la calle, y la otra mitad, el lado de América, en la hierba.
Ondas rubias salían de la pequeña abertura que alguna vez fue la ventanilla del pasajero. Los largos mechones se encontraban empapados por la lluvia, teñidos de rosa en una pequeña parte. Mi respiración se detuvo, y me miré por encima del hombro a los paramédicos. —¡Está sangrando! —Trabajamos en ello. Vas a tener que moverte en un segundo, para poder comenzar a sacarla. Asentí. —¿Mare? —dije una vez más, alcanzándola. No me hallaba seguro de qué tocaba, pero podía sentir su suave piel. Todavía se encontraba caliente —¡Cuidado! —dijo el médico. —¿América? ¿Puedes oírme? Soy Shep. Me encuentro aquí. —¿Shepley? —Una pequeña voz vino desde el vehículo. El paramédico me sacó del camino. —¡Se encuentra despierta! —le gritó a su compañero.
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La actividad del personal de emergencia alrededor del coche se incrementó. —¿Shepley? —me llamó América, esta vez más fuerte. Un oficial me recogió del suelo y me retuvo. —¡Me encuentro aquí! —contesté. Una pequeña mano se extendió hacia la lluvia, y caí de rodillas, arrastrándome hacia ella. Le cogí la mano antes de que nadie me pudiera parar. —Estoy aquí, nena. Estoy aquí. —le besé la mano, sintiendo algo afilado en los labios. En su dedo anular se encontraba el diamante con el que planeé proponérmele, de nuevo, este fin de semana en casa de sus padres. Mi labio inferior tembló, y le volvía besar los dedos. —Mantente despierta, Mare. Van a sacarte de allí pronto. Me acosté en el suelo, sosteniendo su mano, por unos minutos, hasta que un bombero trajo una herramienta hidráulica para abrir la puerta. El oficial me sacó del camino, y América me buscó de nuevo con los dedos. —¿Shepley? —lloró. —Él va a retroceder un poco mientras que te sacamos de allí, ¿de acuerdo? Tranquilícese, señorita.
Era el mismo oficial que antes me palmeó el hombro. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía vendas en la cabeza. —¿Eres Reyes? —Le pregunté. —Lo siento, señor. Traté de sacarnos del camino. Fue muy tarde. Asentí. El jefe se acercó. —Debes dejar que te lleve al hospital, Reyes. —No hasta que la saquen —dijo, mirando a los bomberos que utilizaban la herramienta. El bombero puso dos pinzas de metal con una sola agarradera cerca de la puerta. El gemido agudo del metal hidráulico mezclado con el zumbido fuerte de los camiones de bomberos. América gritó, y me lancé hacia la patrulla Reyes se aferró a mí. —Hazte a un lado, Shepley —dijo—. Van a sacarla más rápido si te quedas fuera del camino. Apreté la mandíbula. —¡Estoy aquí! —grité.
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El sol se metió, y pusieron reflectores alrededor de toda la patrulla. Cuerpos cubiertos yacían en una línea a lo largo de la acera, apenas a noventa y un metros de distancia. Era casi imposible hallarse allí y esperar a que alguien más ayudara a América, pero no había nada que yo pudiera hacer, más que hacerle saber que todavía me encontraba cerca. La única opción era esperar a que la liberaran. Me tapé la boca con la mano, sintiendo las lágrimas quemando mis ojos. — ¿Cuánto falta? —pregunté. —Sólo unos minutos —dijo el jefe—. Tal vez menos. Los vi cortar y extraer la puerta de la patrulla y luego trabajaron para liberar su pierna. Ella gritó de nuevo. El agarre de Reyes en mi brazo se hizo más fuerte. —Es un petardo —dijo—. No iba a aceptar un no por respuesta. Insistió en venir conmigo, esperando encontrarte. El jefe se rió. —Conozco a alguien igual. El paramédico llegó con un collarín, y una vez que le estabilizó el cuello, la sacó, centímetro a centímetro. Una vez que vi su cara y sus hermosos y grandes ojos mirar a su alrededor en estado de conmoción y pavor, las lágrimas cayeron.
Me puse de pie a unos pocos centímetros de distancia, mientras que la estabilizaban en la camilla, y luego, finalmente, me permitieron sostener su mano de nuevo. —Se va poner bien —dijo el paramédico—. Tiene un pequeño corte en la coronilla de la cabeza. Su tobillo izquierdo probablemente se rompió. Eso es lo peor de todo. La miré y le besé mejilla, sintiendo el alivio apoderándose de mí. — Encontraste el anillo. Sonrió, le cayó una lágrima del rabillo de ojo y bajó por su sien. —Encontré el anillo. Tragué saliva. —Sé que es una situación traumática. Sé que odias que Abby se lo pidiera a Travis después del incendio, pero... —Sí —dijo sin dudarlo—. Si me pides que me case contigo, la respuesta es sí. —Contuvo el aliento, con lágrimas en los ojos. —Te estoy pidiendo que te cases conmigo. —Me atraganté antes de besar el anillo en su dedo.
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Una vez que los paramédicos metieron la camilla de América en la ambulancia, seguí a Reyes a la parte trasera. América hizo una mueca cuando pasamos sobre los baches, pero nunca me soltó la mano. —No puedo creer que te encuentres aquí —dijo en voz baja—. No puedo creer que te encuentres bien. —Nunca me quedo perdido por mucho tiempo. Siempre puedo encontrar el camino de regreso a ti. Exhaló una pequeña risa y cerró los ojos, relajándose.
Traducido por Sandry Corregido por Fany Keaton
América —Es precioso —dije, mirando alrededor del nuevo hogar de Travis y Abby—. ¿Dijiste cuatro habitaciones? Abby asintió. —Dos abajo, dos arriba.
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Alcé la barbilla, mirando las escaleras. Se encontraban alienadas por blancos pernos de madera y cubiertas por una nueva alfombra extendida de color gris topo. Los suelos de madera estaban brillantes, y los muebles nuevos, las alfombras y la decoración fueron colocados perfectamente. —Parece sacado directamente de la revista Hogar y Jardín —dije, sacudiendo la cabeza con asombro. Abby miró alrededor con una sonrisa, susurrando y asintiendo. —Hemos ahorrado durante un tiempo. Quería que fuera perfecta. Al igual que Trav. Di vueltas al anillo de boda alrededor de mi dedo. —Lo es. Te ves cansada. —Mudarte y organizar todo te hará eso —dijo entrando a la sala de estar. Se sentó en la otomana, y yo me senté en el sofá. Fue la segunda cosa que Travis compró desde que conoció a Abby. —Le va a encantar cuando llegue a casa —dije—. Deberán llegar pronto. Miró su reloj, retorciendo distraídamente una larga hebra de cabello acaramelado. —De hecho, en cualquier minuto. Recuérdame darle las gracias a Shepley por recogerlo en el aeropuerto. Sé que no le gusta dejarte sola estos días. Bajé la mirada, pasando mi palma por el vientre redondo. —Sabes que haría cualquier cosa por ti y Travis.
Abby descansó la barbilla en su puño y negó con la cabeza. —Es difícil creer que‖el‖tuyo‖ser{‖el‖cuarto‖nieto‖de‖Jim.‖Olive,‖Hollis,‖Hadley,‖y‖ahora…‖ —Todavía no lo voy a decir —dije con una sonrisa. —¡Vamos! ¡Me está matando no saberlo! Solo dime el sexo. Negué con la cabeza, y Abby se rió, solo medio frustrada con mi secreto. —Sigue siendo nuestro secreto, al menos durante tres semanas más. Abby se quedó quieta. —¿Tienes miedo? Sacudí la cabeza. —Para ser sincera, espero no ser una hinchada incubadora andante. Abby inclinó la cabeza, con simpatía. Se acercó al final de la mesa para enderezar un marco de una foto en blanco y negro de sus votos renovados en St. Thomas. Me toqué el vientre, presionado la parte en la que el bebé se estiraba contra mis costillas. —En unos seis meses, tendrás que mover tus cosas frágiles un poco más arriba.
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Abby sonrió. —Estoy deseándolo. La puerta delantera se abrió, y Travis gritó atravesando el vestíbulo, su voz llegando fácilmente dentro del salón—: ¡Llegué casa, Pigeon! —Chicos, los dejos que se pongan al corriente—dije, intentando levantarme para salir del sofá. —No, quédate —dijo Abby, poniéndose de pie. —Pero…‖él‖no‖ha‖estado aquí durante diez días —dije, mirándola cruzar a ritmo tranquilo la habitación para encontrarse con Travis en la amplia entrada. —Hola, nena —dijo Travis, poniendo sus dos brazos alrededor de su mujer. Presionó los labios contra los suyos, respirándola a través de su nariz. Shepley se sentó en el sofá junto a mí, besándome y luego a mi vientre. — Papá está aquí —dijo. El bebé se movió, y me incorporé, tratando de dejar más espacio. —Alguien te ha echado de menos —dije, pasando mis dedos por el cabello de Shepley. —¿Cómo te sientes? —preguntó él. —Bien —dije, asintiendo.
Frunció el ceño. —Me estoy impacientando. Encorvé una ceja. —¿Si? Se rió una vez y luego alzó la mirada hacia su primo. —¿A dónde vas? —preguntó Travis, mirando a Abby salir hacia la cocina. Volvió con dos globos de helio en una cuerda y una caja de zapatos. Él se rio, confundido, y luego leyó la parte de arriba de la caja—. Bienvenido a casa, papá. —¡Oh, Dios mío! —grité antes de cubrirme la boca. Sosteniendo la caja, Travis me miró, luego a Shepley, y luego volvió a Abby. —Es bonito. ¿Es para Shep? Abby negó lentamente la cabeza. Travis tragó, sus ojos brillando al instante. —¿Para mí? Ella asintió. —¿Estás embarazada? Asintió de nuevo.
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—¿Voy a ser papá? —Miró a Shepley, sus ojos ampliándose, con una gran sonrisa ridícula en su cara—. ¡Voy a ser papá! ¡De ninguna jodida manera! ¡De ninguna manera! —dijo, una lágrima cayendo por su cara. Se rió, una risa aguda bordando la locura Se limpió la mejilla y luego llevo a Abby en sus brazos, dándole vueltas. Abby se rió, enterrando la cabeza en el cuello de Travis. La colocó en el suelo. —¿De verdad? —preguntó, cauteloso. —Sí, cariño. No bromearía con esto. Él se rió de nuevo, aliviado. Nunca había visto a Travis tan feliz. —Felicidades —dijo Shepley, poniéndose de pie. Se acercó a Travis y lo abrazó. Travis lo sostuvo, claramente llorando. Abby se limpió los ojos, tan sorprendida como el resto de nosotros ante la reacción de Travis. —Hay más —dijo. Travis dejó ir a Shepley. —¿Más? ¿Está todo bien? manchas rojas alrededor de los ojos.
—preguntó con
—Abre la caja —dijo Abby, señalando la caja de zapatos, todavía en la mano de Travis.
Él parpadeó unas pocas veces y bajó la mirada, rompiendo con cuidado el papel en la que se encontraba envuelta. Levantó la tapa y luego miró a Abby. — Pidge —respiró. —¿Qué? ¡Enséñamelo! ¡No me puedo mover! —dije. Travis sacó dos delgados pares de blancos zapatos de bebé, comprimidos entre todos nuestros cuatro dedos. Me cubrí la boca de nuevo. —¿Dos? —chillé—. ¡Gemelos! —Mierda, hermano —dijo Shepley, dándole una palmadita en la espalda a Travis—. ¡Así se hace! Travis se ahogó, abrumado por las emociones. Una vez que las palabras le volvieron, guió a Abby a su sillón reclinable. —Siéntate, cariño. Descansa. Esta casa se ve genial. Has trabajado duro. —Se arrodilló frente a ella—. ¿Tienes hambre? Puedo cocinarte algo. Cualquier cosa. Dímelo. Abby se rió. —Me estás haciendo quedar mal, Trav —bromeó Shepley.
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—Como si tú no hubieras estado encima de mí todo el tiempo —dije. Shepley se sentó a mi lado, abrazándome, y besándome en la frente. —Nietos‖número‖cinco…y‖sexto‖—dije, radiante. —No puedo esperar para decírselo a papá —dijo Travis. Su labio inferior tembló, y presionó su frente contra el vientre de ella. —Esta diversa familia lo ha hecho bien —dijo Shepley, tocándome el veinte. —Lo hemos hecho jodidamente fenomenal —dijo Travis. Shepley se puso de pie, desapareciendo en la cocina, y luego volvió con dos botellas abiertas de cerveza, y dos botellas de agua. Le tendió una cerveza a Travis y luego las de agua a Abby y a mí. Sostuvimos en alto nuestras bebidas. —Por la siguiente generación de los Maddox —dijo Shepley. El hoyuelo de Travis se hundió cuando sonrió. —Para que sus vidas sean tan hermosas como las mujeres que los llevan. Levanté mi agua. —Siempre has sido bueno con los brindis, Trav. Todos damos un sorbo, y luego miré a Travis, Shepley, y a Abby reír y hablar sobre lo increíble que se ha vuelto la vida, nuestro inminente parentesco, y de cómo sería la vida desde ahora.
Travis no podía parar de sonreír, y Abby parecía enamorarse de él otra vez mientras lo miraba enamorarse de la idea de ser padre. En cuanto a las personas que han luchado cada paso hacia adelante, no teníamos ni una queja, y no cambiaríamos nada. Cada giro equivocado nos condujo a este momento, demostrando que cada decisión que hicimos fue la correcta. Lloramos, herimos y desangramos en nuestro camino a la felicidad, de esos que no pueden ser detenidos por el fuego o el viento. Como sea que haya sucedido y fuera lo que fuese, éramos algo hermoso.
Fin 114
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Something Beautiful es mi decimoséptima obra publicada. Hace apenas seis años, me senté a escribir Providence, y la vida es tan diferente, de la manera más maravillosa. El abrumador apoyo y la lealtad de mis lectores han jugado un papel importante permitiéndome escribir diecisiete novelas y novelas cortas en seis años, y por eso, ustedes tienen mi más sincero agradecimiento.
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Gracias a mi querida amiga Deanna Pyles, que me ayudó a moldear Something Beautiful desde la primera página. Nunca sabrás lo mucho que aprecio tu emoción y entusiasmo. Un agradecimiento especial a Sarah Hansen, Murphy Hopkins, Elaine Hudson York, y Kelli Spear por ayudarme a empaquetar el ARC de Something Beautiful a tiempo para Las Vegas. Me encontraba segura de que mi idea de último momento iba a desmoronarse, pero dejé lo que hacía y trabajé hasta tarde bajo una enorme presión para que esto sucediera. Han hecho felices a un centenar de lectores. ¡Gracias no es suficiente! Como siempre, gracias a mi esposo e hijos por su infinita paciencia y apoyo. No es tan fácil como parece tener una esposa y madre que trabaja en casa, pero tener que fingir que no está ahí. Hemos perfeccionado nuestro proceso, y los amo aún más de lo que las palabras pueden decir por hacer funcionar mi horario extraño. No podría hacer esto sin ustedes. No me gustaría.
Jamie McGuire nació en Tulsa, Oklahoma. Asistió a la Universidad Central de Oklahoma, y al Centro de Tecnología Autry donde se graduó con un título en radiografía.
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Jamie allanó el camino para el género New Adult, con el bestseller internacional de Beautiful Disaster. Su siguiente novela, Walking Disaster, debutó en el # 1 en el New York Times, Usa Today, y en las listas de los más vendidos del Wall Street Journal. Beautiful Oblivion, libro de una de las series de los hermanos Maddox, también encabezó la lista de bestsellers del New York Times, que debutó en el # 1. En 2015, los libros dos y tres de la serie de los hermanos Maddox, Beautiful Redemption y Beautiful Sacrifice, respectivamente, también encabezaron el New York Times. Novelas también escritas por Jamie McGuire incluyen: el thriller apocalíptico y mejor libro distópico del año 2014 Utopya, Red Hill; la serie de Providence, una trilogía romántica paranormal New Adult; Apolonia, un romance de ciencia ficción; y varias novelas, entre ellas: A Beautiful Weeding, Among Monsters, Happenstance: Serie de novelas, y Sins of the Innocent. Jamie vive en Steamboat Springs, Colorado, con su marido, Jeff, y sus tres hijos. Encuentra a Jamie en www.jamiemcguire.com o en Facebook, Twitter, Tsu, e Instagram.