La máscara de guy fawkes anonymous

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La máscara de Guy Fawkes

El soldado de los Tercios de Flandes que quiso destruir la Monarquía inglesa y se convirtió en un icono Por intentar volar el Parlamento fue condenado a una horrible muerte sin juicio mediante. Siguiendo la costumbre con los traidores al Rey, debía ser colgado del cuello sin dejarle morir, «seccionándole los genitales, echándolos al fuego ante sus propios ojos y, hallándose aún vivo, destripándole y arrancándole el corazón antes de decapitarle y despedazarle»

El descubrimiento de la conspiración de la pólvora, de Henry Perronet Briggs

En la noche del 4 al 5 de noviembre Reino Unido celebra la Noche de las Hogueras. «Recuerden, recuerden, el cinco de noviembre. Conspiración, pólvora y traición. No veo la demora y siempre es la hora, de evocarla sin dilación», pronuncia el protagonista de la película «V de Vendetta», cuya icónica máscara evoca la historia de Guy Fawkes. Una máscara que comparten personajes de ficción, los «hacktivistas» de Anonymous y otros tantos grupos de corte antisistema… Recuerden, recuerden, el rostro caricaturizado de un fanático católico que quiso volar el Parlamento con todos sus miembros dentro, reyes incluidos, un 5 de noviembre de principios del siglo XVII.


Guy Fawkes en una ilustración de George Cruikshank Y todo empezó, como suele, por una herida sin cicatrizar. Durante la represión contra los católicos ingleses que siguió a la ruptura de Enrique VIII con la Iglesia de Roma, así como a la brutal persecución orquestada por Isabel Tudor; los británicos afines al Papa miraron al Imperio español como el único protector posible frente a aquel acoso. También este fracasó. Felipe II no pudo derrocar a Isabel I para establecer un régimen católico, siendo la mal llamada Armada Invencible el episodio más reconocido de aquella guerra; pero sus victorias sobre las fuerzas inglesas sentaron las bases para firmar una paz favorable a España. Felipe III y Jacobo I, sucesores de Felipe II e Isabel Irespectivamente, firmaron el Tratado de Londres en 1604. Las condiciones del texto eran favorables a España, en tanto, Jacobo I se comprometía a combatir la piratería y a que su país no siguiera apoyando a los rebeldes en los Países Bajos. No obstante, el texto se mostraba poco concreto sobre la situación de los católicos en Inglaterra y demostraba que Felipe III había priorizado política antes que religión en este aspecto. Por esa razón varios grupos de fanáticos se organizaron como resortes para dinamitar aquella precaria paz.

El elemento visible de la conspiración Nacido en 1570, Guy Fawkes era un acomodado ciudadano inglés, hijo de dos protestantes (su padrastro si era católico), que abandonó sus propiedades en Inglaterra a los 20 años para hacerse mercenario. En Flandes se enroló en la legendaria infantería de los Tercios españoles, lo cual era muy habitual tratándose de ingleses e irlandeses católicos. Allí cambió su nombre por el italianizado Guido y participó en la toma de Calais y en el sitio de Ostende. En esa década entró en contacto con otro refugiado británico, Thomas Winter, que había estado en España tratando de convencer sin éxito a Felipe III para participar en un complot contra la Monarquía inglesa. Si bien la historia ha recordado a Guy Fawkes como el principal responsable de la Noche de la Pólvora, el noble Robert Catesby fue el auténtico cabecilla en torno al que se congregaron el resto de participantes, entre ellos Fawkes, su viejo camarada Winter, John Wright, Thomas Percy y otros muchos. En el pasado, Catesby también había entablado conversaciones secretas con España para


persuadir al Condestable de Castilla, Juan Fernández de Velasco y Tovar, de que apoyara la causa católica antes de firmar el Tratado de Londres. Pero una vez cerrado el acuerdo, Catesby se planteó métodos aún más invasivos para lograr su objetivo. El grupo de conspiradores católicos querían reanudar la guerra entre ambos países explotando el Palacio de Westminster con una enorme carga de pólvora y carbón situados en una cripta bajo la Cámara de los Lores. Pretendían así matar a los miembros de la Familia Real presentes el día de la apertura del curso parlamentario, a principios de noviembre de 1605. A la explosión debía seguirle una rebelión católica en las Midlands y el secuestro del resto de miembros de la familia Estuardo, entre ellos los hijos de Jacobo, la princesa Isabel y el príncipe Enrique. Sin embargo, los conspiradores no pudieron ejecutar sus planes. Un noble católico llamado William Parker recibió una carta anónima en la que se le recomendaba no asistir: «Las Cámaras recibirán un gran golpe ese día». Rápidamente, el católico advirtió a las autoridades, que sorprendieron a Guy Fawkes custodiando 36 barriles de pólvora en los sótanos del Parlamento.

Grabado contemporáneo de Crispijn van de Passe (1605). Se puede identificar a algunos de los miembros de la Conspiración de la Pólvora- Wikimedia Fawkes estaba encargado de vigilar los barriles y prender la mecha antes de huir a través del Támesis. Sabía que se trataba de una misión suicida, e incluso estaba al tanto de que la Guardia Real había aumentado la vigilancia. Lo cual no evitó que fuera sorprendido por los soldados reales con las manos en la masa. Al principio se presentó como un simple criado que estaba cuidando de la leña. El jefe del destacamento interrogó al fanático católico sobre quién era y qué hacía ahí a esas horas. «Me llamo John Johnson», mintió sin titubear. Pero a la segunda pregunta confesó: «Estoy aquí para mandaros a todos vosotros, bastardos escoceses, de vuelta a vuestro país».

Un antihéroe convertido en un mito El conspirador católico fue torturado durante días de forma atroz sin que él soltara una palabra de más; esto es, que desvelara la identidad del resto de participantes del complot. Para dar con su verdadero nombre fueron necesarias muchas horas de potro. Al final cantó la envergadura de los planes católicos.


Guy Fawkes fue condenado a una horrible muerte sin juicio mediante. Siguiendo la costumbre con los traidores al Rey, debía ser colgado del cuello sin dejarle morir, «seccionándole los genitales, echándolos al fuego ante sus propios ojos y, hallándose aún vivo, destripándole y arrancándoleel corazón antes de decapitarle y despedazarle. Luego se expondría ante el público la cabeza clavada en picas y serían arrojados los restantes trozos a los pájaros para su alimento». El católico evitó tal destino saltando de la escalera del patíbulo con la soga al cuello, rompiéndose el espinazo en el acto. Su tortura y castigo fueron usados como advertencia contra aquellos que tentaran repetir sus actos. «Recuerden, recuerden, el cinco de noviembre». A partir de su ejecución y la de varios de sus compañeros comenzó a celebrarse cada año la «milagrosa» salvación del Rey en la noche del 5 de noviembre.

Ilustración que muestra la detención de Guy Fawkes Una celebración que incluía espectáculos pirotécnicos y la construcción de hogueras sobre las que se quemaban unos muñecos con la efigie de Guy Fawkes. También era costumbre que en la víspera de este día, los niños se pusieran una máscara con el rostro caricaturizado del fanático para pedir dinero al grito de «penny for the guy». De hecho, la palabra inglesa «guy»(«tipo», «tío», «chico», en castellano) surgió para designar a las personas que vestían de forma estrafalaria al estilo del muñeco de Fawkes. En Estados Unidos, a partir del siglo XIX, el término «guy» pasó a ser simplemente una referencia más para apelar a alguien, sin connotaciones negativas. La palabra y la fiesta siguen vigentes hoy, aunque con los años otros enemigos más recientes de Inglaterra, como Napoleón o Hitler, han ido desplazando a Fawkes como villanos en el imaginario popular. Su enorme sonrisa seria demuestra que ya ni siquiera es un villano. En la famosa novela gráfica de Alan Moore y David Lloyd, los autores se valieron de la imagen de antihéroe de Fawkes para encarnar a una suerte de superhéroe que se enfrenta a un sistema dictatorial. Fue a partir de entonces, en los años ochenta, cuando se desempolvó un personaje casi olvidado y una máscara que se acicaló para adaptarse a los nuevos tiempos. Sonrisa incluida.


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