Muy interesante especial historia Samuráis

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CH HILE EDICIIÓN ESPECIAL AÑO 2016/N Nº 6

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Bushido, el rígido código de honor

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medie n va (1180 -1877 l )

Vida cotidiana en el antiguo Tokio Ninjas y sohei, los otros soldados La venganza de los 47 ronin El florecimiento del arte japonés 8 héroes legendarios y la gran batalla

SAMURÁIS GUERREROS INVENCIBLES

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sumario Documento

27

Esplendor y caída del caballero nipón 4 El alma milenaria de Japón Estos guerreros fueron protagonistas de la historia durante más de mil años, hasta que la modernización de Japón llevó a su desaparición.

8 Los otros caballeros

andantes

En el siglo X surgió una nueva casta guerrera de especialistas en el arte militar: los samuráis del Japón. Regidos por un particular código, el bushido, eran leales caballeros de su señor.

• La Guerra Genpei • El gobierno del clan Minamoto • Go-Daigo y la Restauración Kemmu • El shogunato Ashikaga • La Guerra Onin • El periodo Sengoku • La unificación de Japón • El ocaso de la aristocracia guerrera

14 Curiosidades

24 El refugio del guerrero

La victoria de la Armada española; un Sherlock en el antiguo Edo; el lado más delicado de los guerreros; el abanico letal; mujeres en combate; las siete normas del samurái.

En el antiguo Japón, los castillos tenían una gran fuerza simbólica: además de cumplir labores defensivas, mostraban el poder de su dueño.

16 Los guardianes del

Sol Naciente

En el antiguo Japón la sociedad estaba militarizada y dirigida por la nobleza, que ejercía el control de la corte imperial a través de un ejército de élite formado por guerreros samuráis.


sumario Edición Chile

44 El “mundo

flotante” de Edo

A partir de 1600, con el inicio de la era del shogún Tokugawa Ieyasu, la actual Tokio se convirtió en el centro neurálgico de Japón.

Marisol Camiroaga M. Directora General de Revistas

Alejandra Miranda G. Directora Editorial

Editorial Claudia Contreras A. Periodista

68 La venganza

de los 47 ronin

Fue uno de los episodios más sangrientos en uno de los siglos más pacíficos en la historia de Japón: el XVII, en la era Edo.

Marco Ramírez Corrector de Estilo

Arte Consuelo Letelier Silva Directora de Arte

Producción Gustavo Briones

María Eugenia Goiri Rayo Gerenta General Chile

Comercial Alejandra Labbé Gerenta de Ventas

M. Soledad Warnken Matte Gerenta de Proyectos y BTL

Rebeca Salas Gerenta de Venta Directa

Finanzas Hugo Ríos Ch. Director Internacional de Administración y Finanzas

Juan Carlos López

Coordinador General de Producción

Gerente de Administración y Finanzas

Claudia Cisternas C.

Marketing y Publicidad María Paz Aguirre

Coordinadora

Gerenta de Marketing

Circulación Rodrigo Gamboa Espinoza Gerente

50 La gran batalla de los

samuráis

Se escenificó junto a la aldea de Sekigahara, el 21 de octubre de 1600, y cambió a Japón para siempre. El vencedor, Tokugawa Ieyasu, concentraría todo el poder.

Edición México Francisco Villaseñor Director Editorial

74 Retratos de Japón A fines del siglo XIX el fotógrafo italo-británico Felice Beato (1832-1909) capturó la vida cotidiana de los últimos samuráis durante el periodo Edo. Estas imágenes muestran un mundo inquietante: el de una sociedad feudal a punto de desaparecer.

80 Días clave

56 Ocho samuráis de leyenda El ideal del samurái se basaba en actitudes y destrezas que estos ocho guerreros reunían con creces. Sus actos delinearon el devenir de la historia del país nipón.

62 Belleza

inmutable

Casi todos los elementos iconográficos y artísticos que asociamos con lo japonés nacieron a fines del siglo XV, en la cultura de Higashiyama.

Durante la Segunda Guerra Mundial, específicamente en abril de 1945, el gobierno de Chile cometió uno de los actos más osados que registra nuestra historia: le declaró la guerra a Japón, una potencia mundial.

Gerardo Sifuentes Coordinación editorial Arte Manuel Arrubarrena Luna Coordinador de Arte Carlos E. Balan Lara Diseñador Bogart Tirado Director Creativo

Colaboradores Adriana Palma Salinas Adriana Cataño Vergara Luis felipe Brice Mondragón Georgina Vega Hernández Iliana fuentes lópez Francisco González y García Rafael Muñoz Saldaña

TELEVISA PUBLISHING INTERNACIONAL Porfirio Sánchez Galindo Director General Mauricio Arnal Director General de Administración y Finanzas

LA REVISTA MENSUAL PARA SABER MÁS DE TODO Suscripciones: www.suscripciones@televisa.cl Call Center: 6005955000 - 225955000 Editorial Televisa Chile, Rosario Norte 555, piso 18, Las Condes, Santiago, Chile. © MUY INTERESANTE. Marca Registrada. Año XXXIII Nº6. Fecha de publicación: julio 2016. Edición especial de la revista mensual, editada y publicada por EDITORIAL TELEVISA CHILE, S.A., Rosario Norte 555, piso 18, Las Condes, Santiago, Chile. Tel. (562) 595-5000. Fax (562) 595-5000 ext 6930, mediante convenio con EDITORIAL GYJ TELEVISA, S.A. DE C.V. Oficina de Redacción y Publicidad: Editorial Televisa Chile, S.A., Rosario Norte 555, piso 18, Las Condes, Santiago, Chile. Tel. (562) 595-5000. Fax (562) 595-5000. Impresa para Chile por: A. Impresores Chile S.A., Av. Gladys Marín 6920, Estación Central Santiago de Chile, Chile. Tel: (562) 440-5700. INFORMACIÓN SOBRE VENTAS: Editorial Televisa Chile, S.A., Rosario Norte 555, piso 18, Las Condes, Santiago, Chile. Tel. (562) 595-5000. Fax (562) 595-5000. Distribuidor: META S.A., Av. Vicuña Mackenna No. 1870, Ñuñoa, Santiago, Chile. Flete Aéreo: $290. Regiones: I, II, XI, XII y XV. Suscripciones: Tel: (562) 595-5070; Fax: (562) 596 69 40; suscripciones@ televisa.cl. www.televisa.cl. EDITORIAL TELEVISA CHILE, S.A. investiga sobre la seriedad de sus anunciantes, pero no se responsabiliza con las ofertas relacionadas por los mismos. Prohibida su reproducción parcial o total. IMPRESA EN CHILE - PRINTED IN CHILE. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. ALL RIGHTS RESERVED. © Copyright 2016. ISSN 1665 – 3629. EDITORIAL TELEVISA, S.A DE C.V. COORDINACIÓN ADMINISTRATIVA DE LICENCIAS


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HIST HI STOR ORIA RIA HISTORIA

SAMURร IS GUERREROS INVENCIBLES

Una casta de antiguos guerreros

del Japรณn 4 muyinteresante.com.mx

FOTOS: ISTOCK

El alma milenaria


No es país para samuráis. Esta ilustración muestra a un grupo de samuráis y otros guerreros ataviados con sus armas y defensas tradicionales. Para entonces Japón ya había comenzado su plena integración en el orden mundial decretado por las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, y poco a poco los herederos de esta casta guerrera nacida en el siglo X se fueron extinguiendo hasta desaparecer.

Los samuráis gobernaron el país durante siete siglos, del XII al XIX, a través de tres shogunatos: el Kamakura, el Ashikaga y el Tokugawa. llá donde ha habido civilización, los diferentes grupos humanos han necesitado defenderse o atacar a otros que a su vez se han defendido, y los más aptos para estas tareas han terminado por conformar grupos definidos y especializados que, al saberse poseedores de la habilidad en el uso de la fuerza, han terminado por darse cuenta de que podían utilizarla para gobernar sobre el rest81o. Aunque es complicado acotar en un espacio tan breve como son estas páginas a manera de introducción los más de mil años de existencia de la clase guerrera japonesa –por supuesto, incluyendo siete siglos durante los que gobernaron el país, de fines del XII a finales del XIX–, podríamos comenzar por decir que en realidad la historia de los samuráis no es, en general, algo tan excepcional –en el sentido literal– como podría parecer, si la comparamos con la de otras castas guerreras de otros lugares y momentos en el mundo. En la historia de Japón y durante los mencionados siete siglos de dominio samurái se sucedieron tres gobiernos militares, conocidos como shogunatos o bakufu: el Kamakura, el Ashikaga y el Tokugawa, cada uno con sus propias características. En ellos hubo épocas de relativa o absoluta paz interrumpidas por conflictos más o menos locales en unas ocasiones, más o menos nacionales en otras, y una total y generalizada en otra que duró más de un siglo. También un único episodio de agresión del exterior –los dos intentos de invasión de Japón por parte de mongoles, chinos y coreanos a finales del siglo XIII– y

A Durante más de mil años los samuráis fueron protagonistas vivos de la historia. La modernización del país llevó a su desaparición, pero se consolidaría el fascinante universo de aquellos míticos caballeros nipones. Por Jonathan López-Vera

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URÁIS GUERREROS INVENCIBLES

Al abrirse a Occidente, Japón quiso demostrar que era tan civilizado y moderno como las otras potencias: fue la sentencia de muerte del samurái. un único episodio de agresión al exterior –el intento de invasión de Corea y China a fines del siglo XVI–, acciones muy acordes con la tónica general de Asia Oriental, una región relativamente pacífica a lo largo de su historia, sobre todo si la comparamos con la siempre turbulenta Europa.

Realidades y ficciones Una Europa que también apareció por costas japonesas en dos ocasiones muy distintas, cada una fruto de un contexto europeo muy diferente: primero, a mediados del siglo XV, fue el turno de portugueses principalmente, pero también de españoles, seguidos poco después por sus enemigos holandeses e ingleses, en el contexto de la época de los grandes descubrimientos, las nuevas rutas para conseguir las especias y las sedas, y el afán evangelizador de la Iglesia católica; y después, a mediados del siglo XIX, podríamos decir que fue todo Occidente el que llegó a Japón, representado por los cañones de la flotilla del comodoro estadounidense Matthew C. Perry, abriendo el país tras más de dos siglos de casi absoluto aislamiento voluntario para hacerlo participar casi por la fuerza del nuevo comercio industrial mundial. Ese nuevo mundo que llamaba a sus puertas –o amenazaba con echarlas abajo a cañonazos– llevó consigo, entre muchos otros cambios, el final de la clase samurái. Pero no es LA historia de los samuráis –así, con mayúscula– lo que ha llegado de ellos hasta la actualidad, aunque así lo podamos creer; lo que nos ha llegado son historias de samuráis, “con minúscula”. La épica, el mito, la leyenda, los cuentos, la ficción como tal, la ficción vestida de supuesta realidad, el fruto de la construcción identitaria artificial, todo ello es lo que ha terminado calando y lo que realmente conoce la gran mayoría del público acerca del tema, tanto en el resto del mundo como incluso y hasta cierto punto en el propio Japón. Los samuráis que habían de vérselas con el enemigo en el campo de batalla tenían una única y muy básica ideología por la que regían sus actos: sobrevivir. Los códigos de honor suelen ser mucho más fáciles de seguir en tiempos de paz, y por eso fue en los más de dos siglos del periodo Edo (1603-1868) –que

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Recreaciones de una clase ociosa Con la paz de la era Edo (s. XVII-XIX), los samuráis se entregaron a sublimar su pasado en crónicas, novelas o teatro. Arriba, máscara teatral de ese periodo.

corresponde con el tercero de los shogunatos citados–, quizá la etapa más pacífica y tranquila de la historia de Japón, cuando se construyó el sistema ético que solemos atribuir a los samuráis.

Sublimación del pasado En esa época se blindaron las distintas clases sociales y se hizo imposible llegar a ser samurái más que por nacimiento, algo que no había sido así hasta entonces; por supuesto que las élites guerreras eran hereditarias, pero la infantería estaba formada en su mayoría por campesinos que se convertían temporalmente en soldados cuando así se requería, y era posible prosperar dentro del ejército y llegar a formar parte de la élite. El ejemplo más famoso es el de Toyotomi Hideyoshi, uno de los tres grandes unificadores de Japón, que pasó de ser hijo de humildes campesinos a conquistar y gobernar todo el país (curiosamente, de su gobierno surgió la política de impedir el movimiento entre diferentes estamentos). Así, durante más de dos siglos nos encontramos con toda una clase social formada por guerreros que no tienen guerra en la que pelear pero que cobran una remuneración que surge de las arcas públicas, ya sea del gobierno central o de uno provincial. Algunos de ellos son empleados en toda clase de trabajos burocráticos, y otros forman parte de cuerpos militares para tareas de defensa o ante problemas de orden público, pero por lo general hablamos de un estamento social dedicado casi por completo a la vida ociosa: a pintar, a cultivar la caligrafía, a escribir poemas, a celebrar la ceremonia del té, etc. Dentro de esta vida fácil y relajada, los samuráis sienten una especie de nostalgia de lo que ellos mismos, como grupo, habían sido en el pasado, cuando eran realmente una clase guerrera, y se produce una sublimación y un ensalzamiento de las gestas de sus antepasados, recuperando y reescribiendo las crónicas de antiguas guerras, representándolas en forma de teatro y canciones, además de escribirse novelas también protagonizadas por valerosos y nobles guerreros. Tanto en unas obras como en otras, los samuráis se comportan movidos por un estricto sentido del honor y la decencia, demostrando siempre una inquebrantable lealtad hacia sus superiores. Lógicamente, parte de la sociedad de su tiempo no demoró en considerar a los samuráis como un lastre, como unos parásitos hereditarios que vivían de no hacer nada mientras que, por ejemplo, los campesinos, principal sustento de la economía, pagaban como impuestos la mitad de sus cosechas, y eso en el mejor de los casos.

FOTOS: GETTY IMAGES

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Presencia extranjera. Portugueses y españoles fueron los primeros en pisar suelo nipón, en el siglo XV, con intereses comerciales y evangelizadores. Arriba, una pintura muestra los intercambios entre un mercader japonés y otro luso, con varios jesuitas al fondo.

Del inmovilismo a la modernidad Los Tokugawa adoptaron el neoconfucianismo como ideología oficial, una doctrina que favorecía la estabilidad política y social, estableciendo para la sociedad japonesa una serie de estamentos estancos sacados directamente de la clásica división confuciana de la sociedad china –letrados > campesinos > artesanos > comerciantes–, con la única diferencia de situar a los samuráis en el lugar de los letrados chinos. Además, defendía que cada uno debía aceptar el lugar que le correspondía en la sociedad y, por lo tanto, obedecer a los superiores, tanto dentro de la misma clase como entre ellas; a cambio, las élites debían gobernar de manera adecuada y ser un ejemplo de virtudes para el resto de la sociedad. Es en esta época cuando empiezan a aparecer algunas obras de carácter filosófico acerca de cómo ha de vivir y comportarse un samurái, siendo el ejemplo más claro Hagakure (1716), que no se publicó sino hasta bastante tiempo después. Cuando, como explicábamos antes, Japón se vio obligado a abrirse al resto del mundo, sus nuevos dirigentes sabían cuán afectada –por decirlo suavemente– había salido China de su contacto con Occidente, y se propusieron no correr la misma suerte. Si lo de China se había justificado considerándola un país atrasado y bárbaro, Japón tenía que demostrar que era un país tan civilizado como las potencias occidentales, y por ello emprendió una carrera contrarreloj hacia la modernización de todas las esferas de su sociedad. Y en una sociedad moderna y civilizada no hay lugar para guerreros con espada, lanza, arco y flechas. Sin embargo, no solo no había lugar para ellos en el presente, tampoco lo había en el pasado, por lo menos no de una manera que pudiera parecer salida de la oscuridad y la barbarie, por lo que se recuperaron textos éticos como el Hagakure o se escribió el famoso Bushido, The Soul of

Japan (1899, redactado originalmente en inglés, lo que ya nos da una idea de a quién iba dirigido).

La forja de un mito Además, esta nueva ideología, que bebía directamente del neoconfucianismo, de la propia historia japonesa, de la figura de los también mitificados caballeros europeos y de una nueva versión del sintoísmo confeccionada a la medida del momento, sirvió para inculcar en la población un fuerte sentido de lealtad y obediencia hacia el emperador, cabeza visible del nuevo gobierno tras la caída del shogunato. Serviría del mismo modo a gobiernos posteriores, sobre todo a partir del auge del militarismo japonés en los años 30, que buscó inculcar a los jóvenes soldados y a todos los japoneses los valores del legendario y honorable samurái, siempre dispuesto a dar la vida por su señor. Sin necesidad de recurrir al mito y la leyenda, hablando desde un punto de vista historicista y objetivo, la de los samuráis es una historia apasionante por sí misma, que no requiere de más artificios y cuyo estudio nos puede brindar muchas satisfacciones. No deben tomarse tampoco estas palabras como un ataque al mito –pocos son tan atractivos como el de estos guerreros japoneses–; es solo que por ahora hemos querido centrarnos en este aspecto principalmente. Sin embargo, sería conveniente separar estos dos ámbitos, la historia y el mito, distinguirlos, saber cuándo se habla de uno y cuándo del otro, lo que dentro del mundo académico suele hacerse pero que debería ser también la tónica habitual en el mundo de la divulgación, muchas veces transitado por supuestos expertos que, por desconocimiento o interés, promueven una visión exotizante y romantizada de este tema, disfrazándola de Historia –de nuevo, con mayúscula. muyinteresante@televisa.cl 7


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SAMURร IS GUERREROS INVENCIBLES

El camino del samurรกi

Los otros

caballeros andantes

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Retrato en grupo. El bushido era un código ético estricto –al que muchos samuráis (o bushi, “caballero armado”) entregaban sus vidas– que exigía lealtad y honor hasta la muerte.

En el Japón del siglo X surgió una nueva casta guerrera de especialistas en el arte militar: los samuráis. Regidos por un particular código, el bushido, eran leales caballeros de su señor. Por Alberto Porlan

E

n la actualiddad el traje de caballero lo puede vestir cualquiera, incluso un sinvergüenza, porque usamos la palabra “caballero” para referirnos a todo hombre a partir de cierta edad. Pero también distinguimos con ella a aquel de quien no se esperan actitudes indignas. Y esta segunda acepción, mucho más noble, es fruto de la historia. En los siglos X y XI se dio un fenómeno casi de manera simultánea en el Islam, Europa y Japón: el de los guerreros especialistas. En las tierras musulmanas surgieron los fityan, jóvenes entrenados y versados en las técnicas militares que vagaban sin señor por Irak y por Persia en busca de una oportunidad para desarrollar las virtudes que sus maestros les habían inculcado. A su vez, en Europa los caballeros fueron tomando cuerpo a partir de la preponderancia militar que demostraron los cuerpos de caballería, mucho más rápidos y poderosos en la batalla.

FOTO: GETTY IMAGES

Guerreros montados Esa eficacia los convirtió en una élite superior a la infantería, y más si tenemos en cuenta que el guerrero montado necesitaba realizar un notable desembolso para completar el equipo que su actividad requería. Solo los integrantes de familias pudientes, la nobleza y la pequeña nobleza, estaban en situación –gracias a los privilegios heredados– de entrenar a sus vástagos y dotarlos de la parafernalia propia de un guerrero montado, de tal modo que el dinero también fue un factor clave en la aparición de la caballería occidental. Muy contados individuos provenientes de las clases inferiores –los caballeros pardos– merecieron por su destreza y su valentía ser reconocidos oficialmente como caballeros. El poder siempre ha abierto los brazos a los especialistas militares. Hoy los llamamos mercenarios porque luchan por una paga. Pero en los siglos en que no se reconocía sino el poder feudal, cuando los territorios eran islas rodeadas de otras islas acechantes, atentas a mejorar su estado a expensas de la nuestra, los señores feudales sobrevivían por especialistas cuya condición más estimada era la fidelidad: el dinero no resultaba tan importante, y además el señor estaba moralmente obligado a ser generoso. Un arquetipo similar sería el Cid, cuya epopeya no es sino la del vasallo que busca patéticamente un buen señor a quien servir. Esas fueron también las condiciones generales que dieron luz a los samuráis en el remoto Japón. La agitada historia del medioevo japonés sumió a las islas en un periodo feudal tan profundo como el que se vivía en Europa, aunque con sus particularidades específicas. Al parecer siglos antes de que existieran samuráis ya se designaba con ese nombre a ciertos servidores no militares de los señores feudales, y más tarde se reservó el término para aquellos vasallos que demostraban mejores capacidades en el empleo de las armas: guerreros especialistas al servicio muyinteresante@televisa.cl 9


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Invasión fallida La

Parece ser que siglos antes de que existieran samuráis ya se designaba con ese nombre a ciertos servidores no militares de los señores feudales.

Paradigma de caballero. El modelo creado por Miguel de Cervantes con el personaje Don Quijote era el de un caballero andante, como también lo eran los samuráis.

del amo feudal. Como es natural, esa relación entre el poder y la fuerza ejecutiva exigía reglas muy estrictas por ambas partes. Del lado de los samuráis, fidelidad total; del lado de los señores, justicia en las órdenes, porque un samurái no era un sicario al cual encargar asesinatos por capricho, ira o codicia. Para aquellos hombres había una sola manera de actuar en el mundo, y esa línea de conducta la trazaba el código moral llamado bushido.

Códigos caballerescos El término bushido está formado por tres palabras japonesas enlazadas: guerrero, jinete y camino. Es innegable la analogía con los caballeros andantes europeos, quienes poseían asimismo su propio código, que nos transmite o resume en el siglo XIII el mallorquín Ramon Llull. Y los caballeros musulmanes también lo tenían, ellos lo llamaban futuwwa. A pesar de ser independientes y de que no se debieron nada en su origen unos a otros, los tres códigos coinciden notablemente en sus requerimientos morales básicos: honradez, veracidad, lealtad, valor, decencia y dignidad. Y esa coincidencia entre ámbitos sociales tan distintos es algo sobre lo que vale la pena meditar. Europeos y musulmanes añadían

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a estos valores la defensa de sus respectivas religiones, pero los samuráis no necesitaban ser paladines de su fe. El bushido, desde luego, estaba impregnado de confucionismo y sintoísmo, aunque no era imperativamente religioso como los otros dos. Digamos que había interiorizado los principios morales de su religión, pero no precisaba luchar contra ninguna otra. Para sintetizar el bushido, un conocido samurái lo explicaba así: “Tomar la decisión de morir cuando es correcto morir y de matar cuando es correcto matar”. Sin embargo, también hay quien dice que en nombre del código de guerreros se cometieron excesos que caían en la barbarie. Una tradición japonesa refiere que un aldeano que avisó a un samurái de que una pulga le estaba recorriendo la espalda, fue inmediatamente partido en dos por la espada del guerrero, quien se ofendió por sentirse asimilado con una bestia. En el siglo XII, el poder feudal lo ostentaban los daimios, sobre los que se encontraba la autoridad del shogún, el jefe supremo del ejército que estaba teóricamente a las órdenes del emperador pero que en la práctica era quien tomaba las decisiones. Los daimios, a su vez, controlaban fuerzas militares propias, cuyos elementos más efectivos eran los samuráis. En esas condiciones se entiende que se produjeran constantemente escaramuzas, batallas y matanzas a lo largo de una terrible época que se prolongó nada menos que medio milenio, desde el siglo XII al XVII. Durante ese tiempo la supremacía de un shogún sobre todo el país nipón solo se produjo dos veces: con el shogunato residente en la ciudad de Kamakura, que duró 40 años, y con el shogunato Ashikaga, establecido cerca de Kioto, que prevaleció dos siglos y medio. Pero durante esas épocas tampoco hubo estabilidad ni paz duradera, y esto sin contar con los dos intentos de invasión de las islas por parte de los temibles ejércitos mongoles durante el imperio de Kublai Khan.

Mongolia ataca Los samuráis tuvieron ocasión de medirse por primera vez con tropas extranjeras cuando los mongoles desembarcaron en la isla de Kyushu, considerada la cuna de la civilización nipona. Kublai había enviado embajadores sucesivos advirtiendo que era el amo de toda Asia y que por tanto Japón debía entregarse a su imperio. Los japoneses dijeron no, y en 1274 Kublai preparó una flota de 1.000 barcos y 30.000 guerreros que fondeó en el norte de Kyushu. Los samuráis que los estaban esperando en Fukuoka se encontraron frente a tácticas militares completamente distintas a las que conocían. El enemigo desembarcó máquinas infernales de guerra (catapultas) y masas de arqueros que cubrían el cielo

FOTOS: MUSEUM OF THE IMPERIAL COLLECTIONS, TOKYO; CENTRO DE ESTUDIOS CERVANTINOS

fuerzas militares medievales de Japón lograron detener los intentos de invasión realizados entre 1274 y 1281 por Kublai, Gran Khan del Imperio mongol. (Derecha) La ilustración muestra una escena de esos enfrentamientos entre mongoles y japoneses.


La muerte por deshonor

E

l suicidio ritual o seppuku es un acto que los occidentales nunca hemos llegado a comprender. Abrirse el vientre por deshonor es una idea que no entra en nuestras mentes, pero tiene mucho sentido para el código samurái. En una sociedad como fue la japonesa, la vida sin honor no merecía la pena ser vivida. Era como afrontar la existencia después de saber que se padece una enfermedad incurable. Y, al menos, la ceremonia estaba revestida de dignidad. Lord Redesdale nos ha dejado una terrible descripción del seppuku de Taki Zenzaburo, el oficial a cargo de las tropas que habían disparado contra los europeos en Kobe a mediados del siglo XIX. “Los espectadores occidentales fueron conducidos a un salón imponente y tomaron asiento. Minutos después entró Zenzaburo vestido con sus galas ceremoniales y acompañado por su kaishaku-nin, un alumno escogido por su destreza con la espada. Ambos saludaron ceremoniosamente y subieron al estrado. Un oficial entregó a Zenzaburo la afiladísima daga wakizashi y este la aceptó con una inclinación. Luego, se declaró culpable del cargo, se desnudó hasta la cintura y, según Lord Redesdale, se clavó la daga profundamente a la izquierda, debajo de la cintura, la llevó lentamente hacia

con sus saetas. Pero se desencadenó una formidable tempestad que destrozó numerosos barcos mongoles, de manera que el ejército invasor regresó a las naves que aún flotaban y se retiró. Sin embargo, la amenaza mongola continuaba. Kublai volvió a enviar embajadores en 1279, esta vez un grupo de cinco notables a los que el shogún Kamakura ordenó decapitar sin más preámbulos. En respuesta, el Gran Mongol reunió y adiestró a 160.000 hombres, los embarcó en una f lota compuesta por 4.000 naves, la mayor conocida hasta entonces, y la dirigió hacia Fukuoka. Aunque habían fortalecido con un sólido muro defensivo la bahía de Hataka, los samuráis de Kamakura no lograron reunir más de 40.000 hombres de armas, lo que los situaba en una proporción numérica de 1 a 4 frente a los invasores. Era una catástrofe segura, pero de nuevo llegaron en su ayuda los elementos: un tifón irresistible deshizo la escuadra enemiga y la temida derrota que habría puesto a las islas bajo el dominio del Khan no llegó a producirse. En ese entonces los japoneses interpretaron el acontecimiento como una prueba de la ayuda celestial a su causa y bautizaron a aquel tifón con el nombre de kamikaze o viento divino. Los portaaviones estadounidenses volverían a recibir aquel viento en plena cara durante la batalla

la derecha, la hizo girar y la dirigió hacia arriba sin mover un músculo de la cara. Extrajo la daga, se inclinó hacia delante y estiró el cuello para que el ayudante que lo acompañaba lo decapitara de un solo tajo. La cabeza rodó por el suelo. El kaishaUn caballero nipón se dispone a realizar el ku-nin hizo una seppuku, un ceremonioso suicidio por deshonor. profunda reverencia, limpió la hoja de su espada con una hoja de papel y recogió con solemnidad la daga manchada de sangre que usara Zenzaburo”.

del Pacífico, siete siglos después. Tras aquellos dos intentos de invasión, las luchas intestinas proliferaron en las islas japonesas. Los samuráis recibían como pago por sus servicios tierras y posesiones, de manera que ellos mismos se convirtieron en daimios y el sistema feudal se fragmentó todavía más. Algunos samuráis asumieron el papel de jefes de ejércitos propios, capaces de decidir el resultado de las incesantes batallas entre familias de grandes señores feudales con aspiraciones de ocupar el trono imperial. En aquel feroz ambiente fue cuando se consolidaron las técnicas y las armas que harían de los samuráis uno de los grupos militares más eficaces y temidos del mundo.

La formación samurái La educación del aspirante a samurái se desarrollaba en dos grandes planos: por una parte la técnica militar y, por otra, el espíritu del bushido, de modo que ambas se complementaran. Se trataba de formar hombres de acción lo más perfectos posible, sin hacer de ellos eruditos ni fanáticos embrutecidos por la sangre. La religión era algo accesorio y estaba reservada a la casta sacerdotal. Las ciencias solo servían para

FOTOS: KUNIKAZU UTAGAWA; TAKEZAKI SUENAGA

Freno a la expansión mongola Durante el shogunato Kamakura, el señor feudal Takezaki Suenaga (derecha, a caballo) luchó con su ejército de samuráis contra las tropas mongolas.

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Tradición en torno al té

L

a cortesía es el lenguaje de los caballeros, y Japón es el país de la cortesía. Esta arraigada tradición nipona es tan exquisita que se convirtió en una obra de arte. Una muestra de ello es la Cha-noyu o ceremonia del té, que resulta fascinante por su elegancia y sofisticación. Asistir a este ritual por parte de un samurái significaba dejar a un lado toda la rudeza de las maneras militares y penetrar en un ámbito cortés concebido para inspirar calma, paz y orden espiritual. No hay exhibición ni espectáculo en la ceremonia del té: se trata de un acto deliberado de respeto mutuo en el que unos seres humanos apaciguan sus mentes en común y disfrutan durante algún tiempo de una burbuja de tranquilidad y cordura. Solo una civilización tan refinada y cuidadosa en el trato como la nipona pudo ser capaz de inventar semejante acto de convivencia.

Bushi del siglo XX Aunque el fin de la clase guerrera samurái llegó en el siglo XIX, durante la Segunda Guerra Mundial (abajo, foto de Pearl Harbor) resurgieron en las tropas japonesas las actitudes recogidas en el código caballeresco.

mejorar el dominio de las armas. La literatura y la poesía constituían un entretenimiento, una afición. En cuanto al pensamiento y a la moral, giraban en torno a los tres conceptos fundamentales del bushido: la valentía (yu), la sabiduría (chi) y el altruismo compasivo ( jin). En muchos aspectos, un samurái es un don Quijote cuerdo para quien la conducta correcta es la única ley. Inazo Nitobe, uno de los más finos autores que han escrito sobre el bushido, compara al Quijote con un samurái, antes de afirmar que ambos “desprecian el dinero, el arte de ganarlo y de acumularlo. Para ellos el lucro es algo sucio”. Y luego recuerda la magnífica y sucinta expresión japonesa con que se describen las

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(en la ilustración) es una práctica influenciada por el budismo zen.

señales de una era decadente: “Los civiles amaban el dinero y los militares temían a la muerte”.

Forjando hombres de acción En cuanto a la técnica militar, los aspirantes a samurái tenían que dominar el arco, la lanza, la espada, la hípica y el jiu-jitsu, además de adquirir nociones de historia, táctica militar, ética, literatura y caligrafía. Los maestros eran objeto de veneración. Una frase samurái afirma: “Mi padre me engendró; mi maestro me hizo hombre”. Y sin duda eran personas sabias y venerables: escogían a sus discípulos en función de su carácter, no de su inteligencia. El propósito que los animaba, como se dijo antes, era forjar hombres de acción, de modo que preferían el autocontrol en sus alumnos al arrebato furioso o al cálculo frío. En ese sentido su ideal se correspondía con el de la imperturbabilidad o ataraxia griega y era consecuente con la tradicional reserva japonesa a expresar sentimientos en público. Nitobe recuerda un lamentable dicho que después se hizo popular en Japón después de la Segunda Guerra Mundial: “Los estadounidenses besan a sus mujeres en público y las golpean en privado; los japoneses las golpeamos en público y las besamos en privado”. Cuando el futuro samurái cumplía cinco años era revestido con ropa militar, y se le entregaba una daga auténtica, aunque sin filo, con la que debía defenderse siempre que saliera de la casa de su padre. Años después, el infante recibía permiso para afilar el arma, y a los 15 se le reconocía el estatus de adulto y se le permitía portar la espada larga (catana) y la corta (wakizashi). El estoque del samurái tenía connotaciones casi místicas para su dueño y también para los artesanos que los fabricaban. Es difícil encontrar un objeto no sagrado sobre el que se haya depositado a lo largo de los siglos más respeto que sobre una antigua espada japonesa. Sin embargo, los más grandes entre los samuráis sabían mantenerla en la vaina. El conde Katsu, samurái de una familia que vivió una época turbia y sanguinaria, declaró en su ancianidad que le desagradaba en extremo matar, y que había conseguido no matar a nadie en toda su vida. Cuenta también que los amigos que le aconsejaban comer ají y berenjenas para matar con más soltura habían muerto mucho tiempo antes que él.

FOTOS: TOKYO METRO LIBRARY; EFE/ ZUMA PRESS

En el siglo XVII, centenares de samuráis se hicieron bandidos y otros muchos se quedaron sin señor, pasando a ser ronin.

La manifestación cultural japonesa de la ceremonia del té


Tenaz aprendizaje. La trayectoria del aprendiz de samurái se iniciaba con una formación tanto técnica (manejo de armas) como espiritual (código ético, bushido). Aquí, fotograma de la película Ann (Shinichi Nishikawa, 2003).

Máscaras terroríficas

Esencia caballeresca

FOTO: ANN (2003); SLODIVE

La casta samurái (abajo, un caballero armado) introdujo las tradiciones del bushido en la sociedad japonesa.

Tras adquirir el dominio de la espada, el arco y la lanza, el caballero japonés necesitaba la protección de una armadura y de un casco. Las armaduras evolucionaron desde las primitivas de hierro a las clásicas, llamadas yoroi, más ligeras porque alternaban el metal con el cuero endurecido en las partes menos expuestas a las armas enemigas. También se usabanmáscaras para laprotección delrostro, que además daban al guerrero un aspecto tan inexpresivo como terrorífico.

Cuando llegaron las armas de fuego, los samuráis supieron adaptarse al nuevo estilo de lucha. En 1575 la batalla del castillo de Nagashino entre el clan Takeda y Oda Nobunaga demostró lo que los samuráis arcabuceros podían hacer frente a la caballería tradicional. Protegidos detrás de fuertes parapetos, los tiradores de Nobunaga deshicieron las filas de la caballería enemiga y los samuráis de Takeda fueron exterminados y decapitados. En el siglo XVII, el shogunato Tokugawa desencadenó una batalla legal contra los samuráis que produjo el desmoronamiento de lo que hasta entonces había permanecido en relativo orden. Centenares de samuráis se hicieron bandidos o piratas, y otros muchos se quedaron sin señor pasando a ser ronin, palabra japonesa que puede traducirse como hombre-ola. Su estatuto social era muy desairado: resultaban sospechosos, y ningún daimio quería aceptarlos.

Sublevación contra el ejército imperial La historia de los guerreros del bushido terminó cuando el famoso samurái Saigo Takamori, decepcionado por la penetración en las islas de la influencia occidental y la consiguiente pérdida de las tradiciones ancestrales, se retiró a su región natal de Satsuma y comenzó a abrir centros de preparación y enseñanza militar. Su iniciativa tuvo un enorme éxito, y en poco tiempo consiguió reclutar y formar a miles de adeptos. La región entera de Satsuma se sublevó contra las tropas imperiales, pero ya era demasiado tarde, históricamente hablando, para que las espadas vencieran a las ametralladoras y los cañones del moderno ejército japonés. En la batalla de Shiroyama, los 300.000 soldados imperiales exterminaron a los 40.000 samuráis rebeldes de Satsuma, entre los que apenas quedó en pie el uno por ciento. El propio Saigo, coherente hasta el final con su código de honor, se suicidó cometiendo seppuku o, como es más conocido en Occidente, haciéndose el hara-kiri, el 24 de septiembre de 1877. La era de los samuráis había durado más de 600 años, pero el código caballeresco, el bushido, seguiría alentando a los militares nipones durante el siglo XX. Aunque los excesos cometidos contra las poblaciones invadidas durante la Segunda Guerra Mundial en Corea, China y Filipinas no fueron precisamente caballerescos, ni lo fue la traidora acción de Pearl Harbor, la ciega resistencia que ofrecieron las tropas regulares japonesas a los estadounidenses en las islas del Pacífico aún estaba impregnada de aquel espíritu que había soplado sobre muchas generaciones de sus antepasados en las tierras del Sol naciente. muyinteresante@televisa.cl 13


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MURÁIS GUERREROS INVENCIBLES

CURIOSIDADES

BELICISMO

La victoria de la Armada española

A

fines del siglo XVI la Marina española se convirtió en la primera y única flota occidental en derrotar a los fieros guerreros nipones. Este desconocido episodio de la historia ocurrió hacia 1580, cuando –de acuerdo con lo que narra el investigador Carlos Canales en su libro En tierra extraña– el gobernador español en las islas Filipinas, Gonzalo de Ronquillo, tuvo noticias de la llegada de un fuerte contingente de piratas japoneses que hostigaba y saqueaba a los indígenas filipinos en la provincia de Luzón, zona bajo la protección administrativa española. Ante esa situación, Ronquillo envió hasta Luzón al capitán de la Armada Juan Pablo de Carrión, al mando de una flotilla compuesta por siete embarcaciones y varias decenas de infantes de marina de los Tercios de Mar de la Armada española. Tenían la misión de expulsar a los fieros piratas japoneses, quienes resultaron ser temibles guerreros samuráis.

Tras ganar una primera batalla frente a un barco nipón que navegaba por la zona, los japoneses enviaron una flota de diez navíos para vengarse de los españoles. Sin embargo, tras varios combates, tanto en tierra como en el mar, las fuerzas españolas consiguieron vencer y expulsar de Filipinas a los japoneses. No eran invencibles. La figura de los samuráis está envuelta en un halo de leyenda que los muestra como hombres a los que era casi imposible derrotar. Estas batallas suponen la única evidencia histórica de un enfrentamiento armado entre europeos y samuráis. De este episodio, la historia japonesa cuenta que sus guerreros fueron derrotados por unos demonios, mitad peces mitad lagartos, llegados en unos grandes y extraños barcos negros. Estas criaturas salían como bárbaros del mar para atacarlos, y enfrentarse a ellos era peligroso y casi suicida. Desde entonces los samuráis llamaron a los infantes de marina españoles wo-cou (peces-lagarto), en reconocimiento a la audacia con la que habían luchado y vencido en los combates de Cagayán.

LITERATURA

ARTE FLORAL

Un Sherlock

El lado más delicado de los guerreros

U

no de los personajes más queridos de la literatura popular japonesa, el detective Hanshichi –inspirado en el inglés Sherlock Holmes, de fines del siglo XIX–, nos ofrece una visión fascinante de la vida feudal en Edo. Sus aventuras se desarrollan entre 1840 y 1860, época en que la tradición y superstición van de la mano y son el verdadero enemigo del racional Hanshichi, quien se cuela en las mansiones de los samuráis que sirven al shogún. Esta serie de relatos –publicados entre 1917 y 1937–, en la que se describe una colorista ciudad de Edo, introdujo a varias generaciones en la cultura samurái.

A

unque se muestren como hombres rudos, los samuráis reservaban parte de su tiempo al ikebana, el arte del arreglo floral nipón. Su origen se remonta al siglo VI y se convirtió en un símbolo del renacimiento artístico japonés después de la Segunda Guerra Mundial. Los guerreros del antiguo Japón cortaban ramas, hojas y flores de sus jardines para alcanzar la ansiada tranquilidad y serenidad de sus almas tras los combates en la guerra. El ikebana se convirtió, en su propósito estético, en un acto de reflexión sobre el paso del tiempo y los ciclos de la vida (nacer, crecer, morir y renacer). En cada composición los samuráis reflejaban su estado de ánimo. El que las obras fueran efímeras, debido al material del que estaban hechas, lo convertía en un acto de reflexión sobre el paso del tiempo. En la cultura japonesa surgió este arte que, desde la visión occidental, podría interpretarse como una simple serie de instrucciones para realizar arreglos florales, por cierto, con una estética distinta a la occidental. Pero el ikebana es algo más: un antiguo saber que emerge de un respeto hacia la naturaleza profundamente arraigado en el alma japonesa al igual que otras muchas formas de su arte, como la caligrafía, la ceremonia del té y la poesía haikú, que también practicaban los samuráis. El origen de este arte, de más de 500 años de historia, fue religioso, pero hoy se ha exportado a todo el mundo y se ha convertido en una afición El ikebana es una disciplina artística también en Occidente. nipona basada en una forma de vivir en comunicación con la naturaleza.

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FOTOS: EFE

en Edo


ARMAS

Un abanico letal

E

Cuando los samuráis no podían, por pro-

tocolo, portar la catana, utilizaban como arma de defensa personal el tessen o “abanico de hierro”.

l origen del abanico de combate se sitúa en Oriente y surge de la necesidad que las personas tenían de defenderse con objetos de uso cotidiano. El abanico formaba parte de la indumentaria habitual tanto de señores como de campesinos. En Japón, durante el periodo Edo (1603-1868), el tessen o “abanico de hierro” fue utilizado por los samuráis para defenderse en aquellas situaciones en las que tenían que separarse de sus espadas. Cuando un samurái era invitado a entrar en una casa, el protocolo exigía que debía dejar sus armas en la entrada como señal de confianza hacia el anfitrión. Cualquier negativa al respecto era considerada un insulto hacia el dueño de la casa. No obstante, el samurái conservaba su abanico de hierro para defenderse en caso necesario. El tessen estaba formado por cuchillas de hierro afiladas que quedaban ocultas por la tela o seda. Era un arma de defensa más que de ataque. Su peso era considerable (entre un kilo y kilo y medio), y ello obligaba a un manejo lento y con golpes secos.

CÓDIGO ÉTICO

Las siete normas del samurái

E

l bushido fue el código de honor y conducta que guió a los samuráis, a través de siete cualidades que se requerían para ser el perfecto guerrero nipón. Pero los japoneses, a raíz de su apertura en el siglo XIX al comercio mundial, lo aplicaron también a las actividades económicas y, por supuesto, a su propia vida.

GI: Justicia Sé honrado en tus tratos con todo el mundo. Cree en la justicia, pero no en la que emana de los demás, sino en la tuya propia. Solo existe lo correcto y lo incorrecto.

YUU: Valor Álzate sobre las masas de gente que temen actuar. Ocultarse como una tortuga en su caparazón no es vivir. El coraje heroico no es ciego, sino inteligente y fuerte. Reemplaza al miedo por el respeto y la precaución.

JIN: Compasión

EJÉRCITO

Mujeres en combate

FOTOS: GETTY IMAGES; EFE ILUSTRACIÓN: ALBERTO CAUDILLO ESPEJEL

M

ientras que “samurái” es un término estrictamente masculino, en la clase bushi también cuentan las mujeres que recibieron una formación similar en las artes marciales y la estrategia. Estas mujeres se llamaban onnabugeisha y eran conocidas por participar en combate junto con sus compañeros masculinos. Su arma preferida era generalmente la naginata, una lanza con una hoja curva; como una espada de asta larga, aunque más ligera. Dado que los textos históricos ofrecen escasos datos de estas mujeres guerreras –el papel tradicional de una mujer de la nobleza japonesa era más el de un ama de casa–, se supone que eran solo una pequeña minoría. Sin embargo, investigaciones recientes indican que las mujeres japonesas participaron en batallas con mucha más frecuencia de lo que los libros de historia cuentan. Cuando en el sitio de la batalla de Senbon Matsubaru, en 1580, se hicieron pruebas de ADN, 35 de los 105 cuerpos fueron de mujeres. La investigación en otros sitios ha arrojado resultados similares. La luchadora más famosa de la historia japonesa fue Tomoe Gozen, mencionada por su belleza y valor en los relatos épicos titulados Cantar de Heike. Tomoe luchó en la batalla de Awazu en 1184 y, aunque fueron derrotados, destacó por su maestría con la espada.

Tomoe Gozen (en la ilustración) pudo ser primer capitán, según narra el Cantar de Heike, pues la samurái fue uno de los cinco sobrevivientes de su ejército.

Actúa de manera benevolente y ayuda a tus compañeros en cualquier oportunidad. El bien debe ser usado a favor de todos.

REI: Respeto Sé cortés incluso con tus enemigos. Sin esta muestra directa de respeto no somos mejores que los animales. La auténtica fuerza interior se vuelve evidente en tiempos de apuros.

MAKOTO: Honestidad Cuando se dice que se hará algo, es como si ya estuviera hecho. Nada en esta tierra te detendrá en la realización de lo que has dicho que harás. No has de “dar tu palabra”, no has de “prometer”; el simple hecho de hablar ha puesto en movimiento el acto de hacer.

MEIYO: Honor Tienes que ser el juez de tu propio honor. Las decisiones que tomas y cómo las llevas a cabo son un reflejo de quién eres en realidad. No puedes ocultarte de ti.

CHUUGI: Lealtad Haber hecho o dicho algo significa que ese “algo” te pertenece. Eres responsable de ello y de todas las consecuencias que le sigan. Las palabras de un hombre son como sus huellas: puedes seguirlas donde quiera que él vaya. muyinteresante@televisa.cl 15


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El origen de los guerreros samuráis fue en torno al siglo X, y su prestigio se fortaleció cuando terminó la Guerra Genpei (11801185). En la imagen de la izquierda, un fotograma de la película El último samurái (Edward Zwick, 2003).

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FOTO: WARNER BROS/ RADAR PICTURES

La lucha como forma de vida


El arte de la guerra samurái

Los

guardianes

Sol naciente

En el antiguo Japón la sociedad estaba militarizada y dirigida por la nobleza, que ejercía el control de la corte imperial a través de un ejército de élite formado por guerreros samuráis. Por Juan Carlos Losada

L

a historia de Japón ha sido violenta desde sus inicios. Primero los aproximadamente cien clanes que dominaban las islas lucharon entre sí, luego contra los coreanos entre los siglos IV y VII, y más tarde, en el siglo VIII, contra los rebeldes habitantes del norte. Todo ello fue conformando una sociedad fuertemente militarizada en la que, como podía esperarse, solo los más ricos podían tener un buen equipo y tiempo para entrenarse, por lo que se fue formando una élite militar que acabaría siendo el núcleo de los ejércitos nipones y que sería la casta dominante durante ocho siglos: los samuráis.

El origen de los guerreros A comienzos del siglo IX, con la era Heian, los rebeldes del norte de Japón ya estaban sometidos, pero la fragmentación del mando, propio del feudalismo, alcanzó niveles muy altos. Los emperadores apenas tenían influencia real, en parte por el gran poder de la nobleza local, que se fue haciendo con el control de la corte, y también porque, influidos por el budismo –religión introducida desde China y Corea–, se fueron enclaustrando (algunos, incluso, tomaron los votos). La competencia por el poder de los diversos clanes y familias dio lugar a un clima de constantes guerras civiles. Por ello era necesario contar con guerreros de confianza y bien entrenados, así empezaron a proliferar esos soldados de élite que se llamarían samuráis (“los que sirven”), quienes se fueron consolidando como fuerza en el mundo rural alejado de la corte; ligados a la defensa de la propiedad agraria, transmitían por herencia su condición. Dado su valor militar como guerreros profesionales, enseguida pasaron a ser los protagonistas de los conflictos bélicos que, durante dos siglos y medio, mantuvieron a varios clanes enfrentados, sobre todo a dos: los Minamoto y los Taira, que lucharon en la llamada Guerra Genpei.

Apogeo de una casta Las guerras civiles no cesaron hasta fines del siglo XII, cuando uno de los grandes señores de la guerra, Yoritomo Minamoto, logró ser nombrado shogún y estableció una dictadura militar. Con ello se inauguraba la era Kamakura, en la que el feudalismo militar alcanzó su cénit; tanto es así que los intentos del emperador Go-Toba –durante los inicios del siglo XIII– de volver a encontrarse con el poder, fracasaron por completo. Con ello los samuráis desplazaron a la aristocracia civil imperial y se ennoblecieron. Los bienes de los derrotados fueron repartidos entre los nobles vencedores, los daimios, sometidos por lazos de vasallaje al shogún.Todos los señores ejercían la autoridad sobre sus respectivos samuráis, que a su vez tenían bajo su dominio a los humildes campesinos, lo más bajo de muyinteresante@televisa.cl 17


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Ninjas: guerreros asesinos

L

la pirámide social. Los intentos de invasiones mongolas, en 1274 y 1281, fracasaron en parLIBRO te por la decidida resistencia de los samuráis La mente del –en realidad la razón fue el mal tiempo, que samurái: enimpidió el desembarco de invasores y sumiseñanzas de los nistros–, lo cual les otorgó aún más prestigio maestros guerree hizo que aumentara su número, aunque ros del Japón Christopher Hellman, no llegaron nunca a ser más del 10% de la Kairós, 2012. Recopilación de cinco textos población. Sin embargo, si hubieran logrado japoneses que juntos desembarcar, los mongoles posiblemente transmiten la verdadera habrían triunfado. Los arcos compuestos de esencia del comportamiento guerrero los invasores eran más manejables, de mayor tradicional. número y alcance que los nipones; además, utilizaban máquinas de guerra que eran letales ante los castillos japoneses, pobremente amurallados, y sus caballos eran asimismo mucho mejores. Durante el siglo XIV, con Japón de nuevo inmerso en guerras civiles, los samuráis –espina dorsal de los distintos ejércitos enfrentados– fueron creando y perfeccionando su código de vida y comportamiento. Se sabían el centro del poder y necesitaban, tanto frente a la sociedad como ante ellos mismos, creerse y demostrarse permanentemente diferentes y superiores al resto. Por ello desarrollaron una mística y un estricto código de comportamiento que se conocería como bushido o el “Camino del guerrero”. Desde mediados del siglo XIV y durante las guerras civiles de los siglos XV y XVI, la casta militar samurái alcanzó su máximo apogeo. Distintos daimios al mando de sus ejércitos privados compitieron todos contra

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Los ninjas no se regían por un código de conducta. El dibujo decimonónico de Kunisada recrea un asesinato con catana.

todos para quedarse con el poder absoluto y unificar el territorio. Fue la época de los grandes samuráis de leyenda que, tan solo por su valor y sus habilidades militares, eran capaces de alcanzar las más altas cumbres del poder partiendo de los escalones más humildes de la sociedad y acababan convirtiéndose en sus propios daimios. En este contexto se dieron las cinco batallas de Kawanakajima, desde 1553 hasta 1565, que enfrentaron a las fuerzas de dos grandes samuráis: Takeda Shingen y Uesugi Kenshin. En el cuarto de los choques llegaron a participar casi 40.000 hombres, alcanzando las bajas a las dos terceras partes de ellos.

Contiendas históricas. Las batallas de Kawanakajima (1553-1565) fueron una serie de conflictos bélicos entre los legendarios rivales Takeda Shingen y Uesugi Kenshin. Hoy día estas luchas se escenifican cada año en un festival que se celebra en la ciudad nipona de Yonezawa.

FOTOS: BODIGO/ GEORGE POPESCU

os llamados ninjas eran soldados expertos en tareas de sabotaje, infiltración, espionaje y asesinato, con cierto paralelismo respecto a lo que hoy son las fuerzas especiales de los ejércitos. Al igual que los samuráis, tenían un entrenamiento exhaustivo en todas las armas y técnicas de combate; pero como su fin era muchas veces asesinar, también eran expertos en el disfraz, el camuflaje y la elaboración de venenos y otras artimañas mortales. Además, estaban preparados psicológicamente para aceptar las condiciones más duras, el dolor y la muerte, a la que debían entregarse antes que traicionar a sus amos. Pero, a diferencia de los samuráis, su cuna no era elevada; además, sus métodos de lucha, aunque eficaces, no eran los aceptados por los estrictos códigos de conducta honorable de aquéllos. Los ninjas buscaban conseguir los objetivos encargados por sus señores sin importarles los medios, mientras que los samuráis basaban todo su prestigio en acciones públicas y visibles. Los primeros, aunque muy necesarios y valiosos, eran despreciados por la clasista sociedad nipona, en contraste con la exaltación de los segundos. Servicios secretos. En el clima de las constantes guerras civiles de Japón fueron empleados por todos los daimios –jefes militares samuráis–, aunque siempre de modo discreto y negando su utilización. Pero igual que sucedió con los samuráis, a medida que se fue instaurando el poder centralizado, y con él la paz, sus actividades fueron cada vez menos necesarias, por lo que entraron en lenta decadencia desde el final del siglo XVI.


FOTOS: THE METROPOLITAN MUSEUM OF ART/ THE COLLECTION ONLINE; GETTY IMAGES

Consolidación de un nuevo Estado Cuando ambos murieron le llegó el turno del poder a otro gran samurái, Oda Nobunaga, y luego a uno de sus generales, Toyotomi Hideyoshi, quien fue el que tomó medidas más drásticas para debilitar el poder de sus rivales vencidos, ordenando la demolición de cientos de castillos y prohibiendo portar armas, sobre todo espadas, a quienes no fueran samuráis. Su poder fue tanto que incluso intentó invadir China y Corea, aunque fracasó en la empresa. Al empezar el siglo XVII, ya en el periodo de Tokugawa Ieyasu –también conocido como la era Edo–, comenzó el lento declinar de los samuráis. El nuevo shogunato centralizó y unificó definitivamente el país, imponiendo una dictadura que supuso, de hecho, su pacificación progresiva. Esta nueva situación precisó la anulación del poder de los samuráis, pues si bien en siglos de guerras eran muy útiles, ahora suponían un peligro para la consolidación del nuevo Estado. Se les siguieron permitiendo sus privilegios de casta guerrera y su derecho a portar espada, pero se les fue impidiendo la posesión directa de tierras. Esto les supuso abandonar sus feudos y verse obligados a trasladarse a la ciudad, burocratizándose, y entrar al servicio de sus daimios como funcionarios, o bien convertirse en simples artesanos o campesinos. A mediados de ese siglo se les prohibieron, entre sus cada vez menos privilegios, los duelos personales, y a fines de la centuria, el entrenamiento de sus prácticas marciales. El periodo de paz más largo de Japón estaba acabando con su élite militar.

Ocaso samurái Muchos de ellos se resistieron de diversas maneras a abandonar su forma de vida. Unos se aferraron al código de valores, el bushido, encerrándose en su mundo al margen de la sociedad; otros se proletarizaron dedicándose al campo o a la pequeña industria, y otros más se convirtieron en ronin, en samuráis sin señor, que podían actuar al margen de la ley o como simples mercenarios, lo que acrecentaba el recelo que las autoridades sentían hacia ellos. Sin embargo, el aislamiento de Japón respecto al extranjero hizo que sus estructuras sociales quedaran

Dado su valor militar como guerreros profesionales, enseguida pasaron a ser los protagonistas de los conlictos bélicos. congeladas, por lo que los samuráis siguieron existiendo, aunque como una simple sombra de lo que habían sido siglos atrás. Durante el siglo XIX las potencias occidentales fueron incrementando la presión sobre Japón para poder penetrar en su mercado de más de 30 millones de habitantes, y el país del Sol Naciente demostró su incapacidad militar para hacer frente a las ambiciones imperialistas. En 1853 la famosa acción del comodoro estadounidense M. C. Perry forzando su entrada en la bahía de Edo rompió el equilibrio de la sociedad nipona. Los sectores tradicionales, con buena parte de los samuráis a la cabeza, vieron una humillación en esta acción. Como el shogún había sido incapaz de impedirla, volvieron sus ojos al emperador, estallando nuevas guerras civiles entre los partidarios de la apertura al exterior y los contrarios. Sin embargo, al estar ligados por sus juramentos de fidelidad a sus respectivos señores, hubo samuráis en los dos bandos. Además, parte de los más pudientes de entre ellos, que habían viajado al extranjero y se habían ampliado su cultura, comprendieron que solo salvarían la identidad de su país y lo fortalecerían si adoptaban ciertos aspectos de modernización que les ofrecía Occidente, como en los planos militar e industrial, y no rechazando todo lo extranjero como lo había hecho China.

Gran señor de la guerra. En el siglo XII Yoritomo Minamoto (arriba en la escultura) se convirtió en shogún y estableció una dictadura militar, sistema político que un siglo después intentó derrocar, sin éxito, el emperador Go-Toba.

Fin del feudalismo Por fin, en 1867, el último shogún Tokugawa cedió el poder al emperador tras ser vencido. Comenzaba la era Meiji, que iba a acabar con el feudalismo. Sabiendo lo inestable de la situación, y con ayuda extranjera, el emperador se muyinteresante@televisa.cl 19


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lanzó a modernizar el ejército; compró armas y buques, reclutó un ejército nacional entre toda la población y abrió el país al comercio con el exterior. Obviamente, parte de los samuráis que lo habían apoyado se sintieron traicionados. A diferencia de otros sectores que también habían apostado por el emperador, algunos clanes –sobre todo los de las provincias de Satsuma y Choshu– no

querían suicidarse como casta, lo que significaba que no estaban dispuestos a renunciar al sistema económico feudal y a todo su código cerrado de valores. Además, la modernización impuesta a marchas forzadas con el fin del régimen feudal había dejado a muchos sin trabajo y en precarias condiciones económicas. La gota que derramó el vaso fue la prohibición de portar armas, ya que a partir de entonces solo las podían llevar los soldados, reclutados, en su mayoría, entre los sectores más humildes de la población. Como reacción, en 1876 unos 200 autodenominados kamikazes atacaron la guarnición del ejército imperial en Kumamoto; los que no murieron por el moderno fuego de los fusiles se suicidaron a modo de protesta.

Revuelta militar Pero la revuelta más importante se produjo un año después, encabezada por el que es considerado el último samurái, Taka-

Noble insignia. En el siglo XVI los samuráis añadieron a su armadura protecciones metálicas en la cara y comenzaron a portar en la espalda el estandarte (sashimono) del señor feudal al que servían.

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Armas de fuego. La unidad del ejército llamada Teppo era la encargada de disparar con el arcabuz, arma destinada solo a los arqueros ashigaru, la cual se introdujo en el siglo XVI.

Periodo Nanbokucho A fines del siglo XIV el kabuto –casco– se alarga y se le añade un elemento decorativo (kuwagata) que representa los cuernos de un ciervo.


ILUSTRACIONES: ALBERTO CAUDILLO ESPEJEL

mori Saigo, quien consiguió reunir un ejército de 40.000 hombres al que equipó no solo con armas blancas sino con fusiles e incluso dos baterías de artillería. Sin embargo, fue derrotado en las dos batallas en las que se enfrentó al ejército imperial, que estaba mucho mejor armado y dotado –por ejemplo, de ametralladoras–, y tras resultar herido, se suicidó. Quedó demostrado que un ejército de reclutas campesinos, modernizado al estilo occidental, bien adiestrado y mandado paradójicamente por antiguos samuráis, podía ser más eficaz que la vieja casta militar aferrada a su viejo código de valores. En sus inicios los samuráis eran, sobre todo, jinetes equipados con arcos (yumi), los cuales eran el arma principal y fácilmente sobrepasaban los dos metros de longitud, hechos de bambú o boj y recubiertos de cuerda. Seguía

Guerrero budista. Los sohei portaban una indumentaria tradicional: pantalones, kimono y vestido monacal. Como arma de ataque empleaban la lanza naginata.

en importancia la espada o catana, pero solo se recurría a ella cuando se desmontaba para iniciar un combate cuerpo a cuerpo. Era de un solo filo y ligeramente curvada, de casi un metro de longitud y de apenas un kilo de peso. Proliferó desde el siglo X como arma preferentemente usada contra los caballos, y en el XIII ya había alcanzado una gran perfección y era bastante cara. Se usaba también a modo de escudo y se sostenía con ambas manos; era capaz de cortar limpiamente algunos huesos. Una segunda espada más corta servía para rematar al enemigo o suicidarse. A partir del siglo XV se fue extendiendo el uso de la lanza o yari, que utilizaban tanto los samuráis como los soldados de inferior categoría. El samurái, aparte de formarse desde niño como jinete, arquero, espadachín, nadador, buceador y más tarde tirador de armas de fuego, también adquiría habilidades en las artes marciales que le permitían matar al enemigo solo con su cuerpo y sus manos

Protección corporal. Los guerreros samuráis protegían la parte delantera del cuerpo con el haraate, un chaleco de láminas de cuero que se empezó a utilizar en el periodo Kamakura (s. XIII-XIV).

Ropaje completo. A mediados del siglo VI se introdujo la protección laminada en la armadura de los samuráis –copia del modelo chino–, que resultaba más pesada pero más segura en la lucha cuerpo a cuerpo.

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desnudas. Llevaba siempre una armadura, combinación de hierro y cuero, cuyas piezas iban unidas por cordoRebeldes combatientes. Después de la derrota nes de seda. Un yelmo más o menos en Kumamoto, el político y samurái Saigo dirigió a sus hombres en una marcha de siete días a Hitoyoshi. Pero las cerrado completaba su protección. A tropas enemigas desembarcaron al encuentro del ejército sus órdenes combatían sus sirvientes, de Saigo, que fue apresado. La mayoría de los combatientes sobrevivientes se rindieron o cometieron seppuku. campesinos en su mayoría, que formaban la infantería liviana, los ashigaru, que con el paso de los siglos fueron cada vez más numerosos. llo, que también buscaban el combate singular. Poco antes de Todos ellos acudían a la llamada de sus señores cuando esta- llegar al cuerpo a cuerpo se disparaban los arcabuces, tras lo llaba un conflicto, con todas sus armas y su equipo, muy pobre cual sus portadores se retiraban a una segunda fila para tratar en comparación con el de sus amos. En los primeros siglos, de recargarlos, dejando el peso de la lucha a los infantes con cuando terminaba la guerra, solían regresar a sus quehaceres sus lanzas. En ese momento ya se había trabado un confuso de propietarios agrícolas, pero el fortalecimiento de los daimios amontonamiento en el que los samuráis, generalmente ya a y de sus recursos permitió avanzar hacia ejércitos más perma- pie, podían explotar todas las ventajas de su armamento y hanentes, tanto de samuráis como de infantería. bilidad. Con su poder destructivo, trataban de causar el mayor Al principio, cuando la fragmentación del poder era muy ele- daño posible a sus oponentes. El final de vada y había muchos clanes en guerra, los samuráis buscaban las batallas también estaba cargado la sorpresa y la emboscada –eran los tiempos en que el disparo de rituales: ofrendas a los dioses, cerápido de la flecha mientras se cabalgaba era decisivo, estando remonia del té y exposición de los los combates más basados en escaramuzas que en choques de trofeos y cabezas grandes dimensiones. Pero a medida que se fueron reduciendo de los enemigos. los bandos y concentrando el poder, las emboscadas y los comLo mismo que en bates por sorpresa fueron menos frecuentes y se evolucionó a la Europa medieval, los choques en grandes batallas campales que se iniciaban con los castillos jugaron gran pompa y ceremonia. un papel importante en las guerras. Industria armamentística Casi todos eran De esta manera, a partir de los siglos XII y XIII, los enfrenta- de madera y sus mientos parecían grandes duelos de esgrima en los que cada defen s a s e st asamurái luchaba en combate singular con otro, y la espada ban más basadas pasó de manera paulatina a ser el arma más importante. en su posición Tras vencer al oponente en el duelo, el samurái lo decapitaba geoestratégica y y entregaba a su señor la cabeza del vencido. La llegada de topográfica que los portugueses en 1543 fue decisiva porque puso a Japón en sus murallas en contacto con los arcabuces. Rápidamente los adoptaron o baluartes. Como como arma común en sus ejércitos, desterrando de modo la artillería apenas progresivo al arco, aunque durante siglos convivieron am- se desarrolló en Jabas armas. Fue el shogún Oda Nobunaga, el antecesor de pón, no hubo la imHideyoshi, quien desarrolló la industria local de armas de periosa necesidad fuego, equipando en su ejército a 500 arcabuceros, que en el de emplear la piedra, campo de batalla evidenciaron su efectividad ante la caba- que a lo sumo solo se Era Heian. llería enemiga. Lo mismo que en Europa, muchos samuráis utilizaba para la base Las postrimerías mostraron su rechazo ante esta arma que, en manos de un de las fortificaciones. En del medievo coincidieron con simple campesino, podía matar a un honorable caballero; las tácticas bélicas se el fin del periodo pero su desarrollo fue imparable y acabó siendo una cons- perseg uía más tomar Heian, que transcurrió entre tante en la guerra. el castillo, tras rendir a los años 794 y Las batallas campales solían iniciarse tras el intercambio los defensores por ham1185; hasta el final de esta época el de flechas, seguido de diversos duelos simultáneos a muer- bre, que conquistarlo al samurái cumplía las te entre samuráis, de alto valor simbólico y cuyo resultado asalto, por lo que sus estrucfunciones militares de un arquero a podía afectar la moral de los bandos. Enseguida se lanzaban turas defensivas no son compacaballo. las infanterías a la carga bajo el mando de samuráis a caba- rables a las europeas.

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FOTOS: UKIYO-E.ORG/ MUSEUM OF FINE ARTS/ HARA SHOBÕ

Con el in del régimen feudal, la modernización dejó a muchos samuráis en precarias condiciones.


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Fortalezas niponas

El refugio del guerrero

Tesoro nacional de Japón. El

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FOTO: GETTY IMAGES

En el antiguo Japón, la edificación de un castillo tenía una gran fuerza simbólica; además de cumplir labores defensivas, era una fiel demostración del poder que ostentaba su dueño. Por José Antonio Peñas

castillo de Himeji (izquieda) o castillo de la Garza Blanca –debido al color blanco brillante de su exterior– es una de las construcciones más antiguas del Japón medieval que aún sobreviven en buenas condiciones.


Tokugawa Ieyasu redujo el número de fortalezas: la mayor parte de las provincias se quedaron con una sola.

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as construcciones japonesas tienen puntos en común con las europeas o las de otras naciones asiáticas, pero su concepción presenta caracteres singulares, como también único –por su aislamiento– fue el devenir de esta nación y su cultura. Las fortificaciones occidentales heredaron del Imperio romano los conceptos defensivos. Por una parte estaba el limes –frontera–, cuyo ejemplo físico más claro fue el Muro de Adriano, la frontera del norte. Esta muralla sin fin refleja una mentalidad de separación, más allá del Muro termina Roma y empieza la amenaza. La misma idea yace bajo las piedras de la Gran Muralla: la división del mundo entre nosotros y lo que hay afuera. Por otra parte, están las fortalezas singulares. Ciudades amuralladas, campamentos fortificados y, posteriormente, castillos, que cumplieron funciones defensivas contra un invasor, canalizando su avance o bien frenándolo para proteger una ciudad. También sirvieron como almacenes, centros de operaciones, cuarteles y como muestras simbólicas de poder.

Fragmentación del paisaje El mar era la Gran Muralla de Japón, como descubrieron, muy a su pesar, los ejércitos de Kublai Khan, el último gran khan del Imperio mongol. Las fortalezas, en las islas, no prevenían una invasión: eran consecuencia de la fragmentación del paisaje en cientos de pequeños territorios, nominalmente bajo la autoridad del emperador, pero en la práctica leales a su daimio. El único paralelismo real que podemos encontrar es con las construcciones de la baja Edad Media. En Japón, el castillo era una declaración de autoridad y su presencia aseguraba la posesión del suelo. Por ello, y debido a necesidades defensivas, la fortaleza se alzaba en los puntos más elevados desde donde fuera posible abarcar el horizonte. Antes del siglo XV el yamashiro –castillo en la cumbre– se construía a base de madera y muros de tierra, estableciendo baluartes, torres y empalizadas en las laderas y, en ocasiones, desmontando parte del terreno para mejorar la protección. Fue a partir de entonces cuando Japón, contactó con los europeos y empezó a usarse la piedra en la construcción de los castillos nipones. Las habilidades desarrolladas por los maestros albañiles de Anou, en la provincia de Omi, irían extendiéndose por todo el territorio a lo largo del siglo XVI y darían origen a un nuevo tipo de fortaleza que culminaría en lo que se conoce como el estilo Azuchi-Momoyama. En un territorio extenso, el daimio ocupaba una gran fortaleza central –el honjo–, mientras sus hijos y hombres de confianza fundaban fortalezas menores –shijo– en las zonas periféricas y en caso de guerra, los castillos darían refugio y asegurarían el aprovisionamiento de las tropas, de ahí que las mayores batallas tuvieran como objetivo la conquista o destrucción de una fortaleza. Así, Takeda Katsuyori ganó su prestigio tras la conquista de la fortaleza de Takatenjin, y después todo el clan Takeda fue aniquilado frente al castillo de Nagashino. También se construían castillos como bases con miras a una expansión: Toyotomi Hideyoshi ganó el aprecio de Oda Nobunaga levantando el castillo de Sunomata, desde el cual fue posible

conquistar la gran fortaleza de Inabayama. El propio Nobunaga, como prueba de poder, dirigió la construcción del castillo de Azuchi, asegurando el dominio sobre Kioto. Su impresionante torre de siete plantas fue considerada la mayor maravilla de su tiempo, hasta su destrucción en la noche en que Nobunaga fue asesinado. Hideyoshi, tras suceder a Nobunaga, levantaría a su vez el castillo de Osaka, con una torre de cinco plantas visibles y tres subterráneas. A su muerte, y tras pacificar la nación y proclamarse shogún, Tokugawa Ieyasu restringió el número de fortalezas, que en la mayor parte de las provincias pasaron a ser una sola situada en la capital provincial. Los daimios locales empezaron a competir entre sí, haciendo de su castillo un reflejo de sus privilegios.

¿Edificaciones vulnerables? La elegancia de los edificios que aún existen da una engañosa apariencia de vulnerabilidad. En realidad estas construcciones fueron extraordinariamente sólidas. El basamento era, precisamente, el elemento más notable de los castillos japoneses. Siguiendo la tradición del yamashiro, el kuruwa no era un muro como tal, sino que se integraba en una ladera excavada para acomodar las gigantescas ne ishi (piedras raíz) que sostendrían toda la estructura. El kuruwa envuelve el conjunto de la misma, ya fueran pequeños castillos constituidos por una sola edificación o intrincados conjuntos de edificios formando varios recintos. Luego de atravesar las puertas, estaría el san no Maru (tercer bastión), después el ni no Maru (segundo bastión) y, finalmente, el bastión principal o hon Maru, con la gran torre principal, las habitaciones del daimio, los almacenes y las estancias ceremoniales. La disposición del conjunto solía ser laberíntica. No hay grandes espacios despejados, sino áreas fácilmente aislables para facilitar la defensa. Aunque los japoneses conocían las máquinas de guerra (trabuquetes y catapultas) y armas de fuego (arcabuces), los asedios no solían resolverse demoliendo muros, así que estos se empleaban para dispersar y canalizar al atacante de modo que, si alguna sección de un recinto o el recinto mismo caía en su poder, los defensores pudieran hostigar a los invasores desde todas partes y, llegado el caso, reconquistar el recinto con un contraataque. De nuevo nos encontramos con una influencia de las antiguas fortificaciones de madera, que incorporaban líneas de defensa sucesivas en las laderas.

El epicentro del castillo La torre principal, el Tenshu Kaku, era el corazón de la fortaleza, albergaba las provisiones y constituía el último refugio. Se construía en madera sobre un kuruwa, lo que garantizaba su longevidad (Japón es azotado continuamente por terremotos y los artesanos japoneses aprendieron pronto cómo prevenir sus efectos). Las vigas no se sostenían entre sí mediante clavos, sino encajadas unas en otras, de modo que la estructura en su conjunto era ligera y flexible y absorbía la presión del temblor sin quebrarse. Además, los grandes aleros de las plantas actuaban como protección adicional, pues generaban un movimiento de inercia que contrarrestaba la vibración e impedía que la muyinteresante@televisa.cl 25


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De señor en señor

Shachihoko (figuras marinas guardianas de la torre)

Torre principal

Hon Maru (bastión principal, con las dependencias, los almacenes y el acceso a la torre)

Ni No Maru (segundo bastión)

Kuruwa interior

Acceso al segundo bastión (puerta fortificada)

Kuruwa principal

San No Maru (bastión exterior)

S

ituado en el sureste de la costa japonesa, el castillo de Himeji (en la ilustración) estaba ubicado en un punto estratégico, por lo que el clan Kuroda y Toyotomi Hideyoshi lucharon por hacerse con este bastión y se convirtieron en los señores feudales de la zona. En el periodo Edo, durante el régimen de Ikeda Terumasa, se construyó la torre principal. Tanto Terumasa como sus descendientes fueron considerados daimios emparentados con el shogunato Tokugawa y obtuvieron una posición hereditaria, gobernando el castillo y zonas aledañas. Posteriormente el control del castillo pasó a los daimios rivales del shogunato Tokugawa, manteniéndose así hasta el final del periodo.

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Kuruwa (basamento)

Troneras

Recinto exterior

torre sufriera un balanceo demasiado rápido. Así lo frágil, paradójicamente, se volvía duradero. Hoy las características de los castillos son difíciles de apreciar, porque muy pocos han llegado completos hasta nuestros días. Generalmente, solo han sobrevivido o se han restaurado los grandes muros del kuruwa y las torres principales. Durante la expansión urbana del periodo Edo y después en la era Meiji, la mayor parte de los edificios secundarios de las fortalezas fueron demolidos y absorbidos por los nuevos barrios. El mayor complejo defensivo de Japón, el castillo de Tsuyama, es hoy un inmenso parque con más de 6.000 cerezos asentados sobre sus muros. Los últimos castillos se erigieron durante el final de la unificación. Los construidos tras la victoria de Tokugawa en Sekigahara serían diseñados para la comodidad y la ostentación del poder: el final de las guerras marcó el fin de las fortalezas. Todavía volverían a usarse en el ocaso del periodo Edo, cuando la apertura de Japón al comercio extranjero hizo pedazos el sistema social y lanzó al país a una nueva guerra civil, aunque la lucha fue breve. Los ejércitos de samuráis rebeldes fueron vencidos, el emperador recuperó el poder tras siglos de sometimiento a los shogunes y, con la modernización, samuráis y castillos pasaron a ser reliquias del pasado.

GRÁFICO: JOSÉ ANTONIO PEÑAS

Torres defensivas


ILUSTRACIÓN: AQUILE

Esplendor y caída del caballero nipón Desde el siglo XII, la historia de Japón fue protagonizada por la figura del samurái, primero como fuerza militar y más tarde alzándose con el poder del gobierno nipón. Esta clase guerrera vivió su declive en el siglo XIX. Por Roberto Piorno y Luis Felipe Brice • La Guerra Genpei • El gobierno del clan Minamoto • Go-Daigo y la Restauración Kemmu • El shogunato Ashikaga • La Guerra Onin • El periodo Sengoku • La unificación de Japón • El ocaso de la aristocracia guerrera muyinteresante@televisa.cl 27


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DOCUMENTO ESPLENDOR Y CAÍDA DEL CABALLERO NIPÓN

Enemigos ancestrales: Taira contra

Minamoto

Las semillas de un nuevo régimen feudal se plantaron en el Japón del siglo XII. Lo que estaba en juego era quién dirigiría ese nuevo sistema de gobierno: ¿el clan Taira o el Minamoto?

A

Auge de los samuráis Se estaban plantando las semillas de un nuevo régimen feudal, del que el auge de los bushi (o samuráis), un estamento social de nuevo cuño cuyo poder se moldeaba alrededor de la tierra, era, sin duda, el elemento más característico. El sistema imperante de propiedad de la tierra estaba experimentando una transformación sustancial alentada, por conveniencia, por las autoridades de Kioto. Son los años de consolidación de los shoen, feudos libres de impuestos cedidos por el gobierno central en las provincias, y clave en un sistema inicialmente ideado para facilitar la gestión política y económica de los territorios periféricos desde la corte. Pero Kioto estaba creando un monstruo. Los tentáculos de la administración central, muy debilitada, no protegían los intereses de estos nuevos propietarios que, en consecuencia, optaron por procurarse sus propios medios de defensa, lo que daría paso a una nueva nobleza guerrera. Así, la clase terrateniente comenzó a armar a sus propios ejércitos, velando por su seguridad, ampliando sus redes de influencia hacia pequeños propietarios más vulnerables y desarrollando leyes de vasallaje de tipo clientelar. Nacía así la nueva élite samurái, que se dotaba de mecanismos de organización cada vez más sofisticados, creando ligas y alianzas, fortalecidas por matrimonios y adop-

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Guerra civil nipona. Entre los años 1180 y 1185, Japón vivió una serie de conflictos civiles conocidos como la Guerra Genpei. En la pintura (detalle de un biombo), una escena bélica.

ciones, que eran un formidable contrapeso a las interferencias de los representantes del gobierno y la corte. Y de entre todos los clanes surgidos en este proceso de consolidación de las nuevas aristocracias guerreras, serían los Taira y los Minamoto, enemigos ancestrales e irreconciliables, los que escribieran una de las páginas más épicas de la historia del Japón premoderno. Ambos apelaban a un atávico linaje aristocrático; la facción más importante de los Minamoto se decía descendiente del emperador Seiwa, mientras los Taira contaban entre sus ilustres antepasados con el emperador Kanmu. Tanto los Taira como los Minamoto servían a los intereses de los Fujiwara, el clan más poderoso de Japón, que manejaba los hilos de la política imperial en la capital y extendía sus vínculos clientelares por las provincias. Los Fujiwara eran, de facto, la mano que mecía la cuna en la corte, y las dos grandes familias provinciales supieron ganarse su confianza. Pero la hegemonía Fujiwara había comenzado a resquebrajarse. Taira y Minamoto empezaron a tomar posiciones en el siglo XII para aprovechar esa debilidad, haciéndose con el poder político –y con el control de la corte– en todo el imperio. Los Minamoto controlaban las provincias centrales, mientras

Los Minamoto controlaban las provincias centrales, mientras los Taira las orientales.

FOTOS: GETTY IMAGES

fines del siglo XII, Japón se preparaba para dar pasos decisivos. El viejo orden del periodo Heian, armado alrededor de un poder central hegemónico en lo político y lo militar, se derrumbaba a marchas forzadas. La tensión acumulada durante décadas de desencuentros entre el centro y la periferia, entre la corte y la nobleza tradicional de viejo cuño, por un lado, y la incontenible pujanza de una nueva élite provincial enriquecida debido a los réditos de la tierra, por otro, estaba a punto de precipitar un estallido político y social que iba a forjar un orden completamente nuevo. Soplaban vientos de cambio, y la posición del emperador era cada vez más y más comprometida. Kioto, la capital, no lograba ya a comienzos del siglo X controlar las ambiciones, cada vez más expansivas, de los grandes terratenientes de las provincias.


I. LA GUERRA GENPEI

Cruel en batalla Taira

los Taira hacían lo propio con las orientales. Poco a poco fueron los Taira, más hábiles políticamente, los que fueron ganando terreno en la corte gracias a la astucia y al ingenio de Taira Kiyomori (1118-1181), que supo ganarse el favor de Go-Shirakawa, el emperador retirado –una figura con mucho poder dentro del esquema de la jerarquía imperial–, muy necesitado de apoyos ante el ocaso de los otrora todopoderosos Fujiwara. Kiyomori maniobró, emparentándose con la familia imperial, para convertirse en el hombre más poderoso de Japón durante casi dos décadas, pero la arrogancia de los Taira y los abusos de poder del nuevo hombre fuerte del país del Sol Naciente levantaron muchas suspicacias en la capital y en las provincias. En 1159 Kiyomori reprimió con enorme dureza un levantamiento liderado por sus enemigos tradicionales.

Kiyomori, líder del clan Taira, fue el primer integrante de la clase guerrera samurái de Japón. En la ilustración, rodeado de los espíritus de sus enemigos muertos.

Control del poder El nuevo Gran Ministro del reino descabezó al clan Minamoto, perdonando la vida únicamente a Yoritomo, Noriyori y Yoshitsune, tres niños por aquel entonces, en un acto de compasión que más tarde los suyos acabarían pagando muy caro. Poco a poco, no obstante, los Minamoto lograron rehacerse, con la inestimable ayuda de los monasterios budistas, muy descontentos con las políticas del canciller Taira, quien perdió la vida en 1181, fecha a partir de la cual la posición de sus descendientes comenzaría a verse seriamente debilitada ante el ascenso imparable del joven heredero de los Minamoto, superviviente a la purga de 1159, el astuto Yoritomo, quien poco a poco logró situar a los suyos en una posición de privilegio dentro de la política de la corte. Hacia el año 1180, los bushi ya controlaban todos los resortes del poder, pero quedaba por dilucidar cuál de los dos clanes predominantes ejercería esa hegemonía. Cinco años de guerra sin cuartel (hasta 1185), que comenzó como una disputa por el control de la región del Kanto y que terminó extendiéndose por el Japón central y occidental, donde la posición de los Taira era más fuerte, dictaron sentencia. Tras tres años de conflicto, los Minamoto habían arrinconado a sus enemigos en una franja costera del Mar Interior de Japón.

El más valeroso de los generales al servicio de Yoritomo, su primo Yoshinaka, avanzó de manera imparable hasta la capital, Kioto, provocando una creciente desconfianza en un Yoritomo cada vez más celoso de sus éxitos. Así las cosas, el líder de los Minamoto decidió detener temporalmente las hostilidades contra los debilitados Taira mandando un ejército al mando de sus dos hermanos, Yoshitsune y Norinori, contra las huestes de su propio general, que fue derrotado definitivamente en 1184. Yoshitsune retomó el mando de las operaciones y la iniciativa en el Kanto, empujando cada vez más a los Taira a sus precarias bases en la costa. Finalmente, en Dan-no-ura (1185) los Minamoto se impusieron en una decisiva derrota naval a sus viejos enemigos. Era, en la práctica, el final de los Taira. Pronto el conflicto de la Guerra Genpei se apreció en el imaginario colectivo como un episodio legendario, certificando la hegemonía ya incontestada de los Minamoto y la consolidación de Yoritomo, desde su base en la ciudad de Kamakura, como el hombre más poderoso de Japón. Finalmente, un samurái regía los destinos del país del Sol Naciente.

Yoshitsune, un héroe trágico de guerra e entre todas las figuras del periodo de enfrentamiento sune decidió unirse al emperador retirado Go-Shirakawa en contra entre los Minamoto y los Taira, ningún personaje ha de Yoritomo. Acorralado, recurrió a la protección de Fujiwara Hidegenerado tanta literatura como Minamoto Yoshitsune, hira, sin embargo, fue en vano. El 13 de junio de 1181 Yoshitsune héroe trágico del Japón medieval por antonomasia. cometió seppuku no sin antes matar a su esposa e hija, momentos Nacido durante la Rebelión Heiji de 1159, fue uno de los pocos antes de caer en manos de los seguidores de su hermano. Murió el Minamoto –junto a sus dos hermanos, Noriyori y Yoritomo– que hombre, pero nació el mito. sobrevivió a la purga acometida por los Taira contra los miembros de su clan. Fue criado bajo la protección de una rama de los Fujiwara hasta que en 1180 decidió unirse a su hermano Yoritomo, en defensa de la causa Minamoto en la Guerra Genpei. Relación fraternal rota. Sucesivas victorias en las batallas más decisivas de la contienda lo convirtieron en héroe, en detrimento de su propio hermano, cada vez más celoso de sus éxitos. Al finalizar la guerra, la relación entre ambos se En esta tablilla se representa el entrenamiento rompió definitivamente cuando Yoshit-

FOTOS: LOS ANGELES COUNTY MUSEUM OF ART; LATINSTOCK

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que recibía Yoshitsune en el arte de la espada.

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SAMURÁI

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OCUMENTO ESPLENDO

AÍDA DEL CABALLERO NIPÓN

El primer shogún

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os años de rivalidad entre los Taira y los Minamoto habían cambiado drásticamente la naturaleza política, institucional y militar de Japón a fines del siglo XII. La primera gran guerra civil de la historia de Japón consolidó un orden completamente nuevo. El triunfo sin paliativos de Minamoto Yoritomo, el primer gran caudillo samurái de la historia del país, se tradujo en la primera hegemonía militar que traspasaba las fronteras del ámbito local. Los Minamoto extendieron, con sus éxitos militares, su influencia a casi todos los rincones del imperio. Los bushi se afianzaban así en el vértice de la jerarquía política completando un lento proceso de militarización del poder que se formalizó desde el cuartel general de Yoritomo, la ciudad de Kamakura, una modesta aldea de pescadores en el corazón del Kanto que había sido la guarida de los Minamoto durante la guerra y que posteriormente pasaría a convertirse en la ciudad más importante de Japón, desplazando a la capital, Kioto, convertida más en un símbolo que en una realidad política. La sede de la corte y de la casa imperial seguiría gozando de una posición esencial como capital religiosa del Japón en el periodo Kamakura, pero las estructuras de ejercicio efectivo del poder

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político fueron transferidas hacia este nuevo centro neurálgico del gobierno de Yoritomo. La nobleza cortesana era ya un mero actor secundario en los nuevos equilibrios de poder, impotente ante el empuje de la nueva aristocracia militar y la consolidación del régimen de Kamakura, bajo el liderazgo de un caudillo fuerte que había entendido mucho mejor que los Taira la situación extremadamente vulnerable del poder central. Yoritomo, de hecho, renunció a infiltrarse, como hiciera Taira Kiyomori, en la corte y a participar en las intrigas de la capital. Su estrategia consistía en poner a la casa imperial contra la espada y la pared, obligando al emperador a ceder cada vez más cuotas de poder en beneficio de Kamakura.

Fuerza del feudalismo La debilidad del emperador se tradujo a la larga en la cesión de competencias en la gestión de los shoen –antiguo sistema de propiedad privada– y en la recaudación de impuestos; por otro lado, el líder de los Minamoto cimentó su poder gracias a la lealtad de sus vasallos, que servían con ciega obediencia a la causa. En la práctica, se estaba institucionalizando un nuevo modelo de sociedad feudal muy semejante al de la Europa altomedieval. Yoritomo fue un estadista de gran talla, arquitecto de un entramado institucional y administrativo muy sólido, que perpetuó el sistema feudal a expensas de emperadores incapaces de hacer valer su autoridad durante siglos, y que supo sobrevivir a constantes guerras civiles y crisis dinásticas.

En 1192 Yoritomo logró dar legitimidad a su incontestable poder al ser nombrado shogún.

FOTOS: KAMAKURA

Con el final de la Guerra Genpei, el paso siguiente fue establecer un gobierno. Para liderarlo, el emperador legitimó a Minamoto Yoritomo, que a la cabeza del nuevo régimen bakufu inauguró la era de los shogunatos en Japón.


II. EL GOBIERNO DEL CLAN MINAMOTO

La fallida invasión mongola ras la conquista de China a mediados del siglo XIII, el caudillo mongol Kublai Khan comenzó a fijar su atención en las islas japonesas. Tras la ocupación de la península de Corea, y después de formalizar la amenaza al gobierno del bakufu mediante el envío de un emisario que exigía la sumisión nipona a los mongoles, Kublai dio el visto bueno a la invasión de Japón. El shogún movilizó todos los recursos humanos y materiales para hacer frente al desembarco, que habría de producirse en la isla de Kyushu, la más próxima a Corea. En 1274, finalmente los mongoles desembarcaron en la bahía

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de Hakata, donde les esperaba una feroz resistencia que, sumada a una inoportuna tormenta, aconsejó abortar la operación. Los japoneses habían resistido el primer embiste, pero el segundo solo era cuestión de tiempo. Japón se salva. La amenaza mongola se convirtió en una inmejorable coartada para el bakufu, que tomó las riendas de la defensa justificando así su supremacía frente al régimen imperial. En la segunda batalla de la bahía de Hakata, precedida de una serie de reveses en el mar, los mongoles

volvieron a fracasar, perdiendo incontables naves y hombres por el empuje de un tifón que asoló Kyushu durante dos días, un viento divino (kamikaze) que salvó a Japón de la catástrofe.

En 1192, Yoritomo logró finalmente dar una legitimidad oficial a su incontestable poder persuadiendo al emperador para que lo nombrara shogún, en un gesto de institucionalización de un poder militar supremo que lo situaba como cabeza de un nuevo régimen, el bakufu (o shogunato), que sobreviviría hasta mediados del siglo XIX.

Eisai, aboga por la difusión de las enseñanzas entre las clases más humildes. La protección del shogunato a estas nuevas corrientes (que se tradujo en la construcción de numerosos templos zen en Kamakura) fue el germen de las muy estrechas relaciones que en el futuro se establecerían entre los miembros del estamento samurái y el clero y los monasterios de este nuevo y pujante budismo.

Régimen militar

Crisis política

La estabilidad del régimen no duró demasiado. Pese a haber La autoridad civil cedía definitivamente el protagonismo a la casta militar, columna vertebral de un régimen mucho más efectivo exterminado a todos sus rivales, reales y potenciales, dentro que el gobierno imperial, que se sustentaba en tres institucio- de su familia Yoritomo no había logrado aún cerrar la cuesnes fundamentales: el Samurái-dokoro (o departamento de los tión sucesoria cuando un incidente a caballo le costó la vida samuráis), encargado de la defensa; el Kumonjo (departamenen 1198. A esas alturas el bakufu estaba ya consolidado, pero to de administración), que desempeñaba las funciones de ni Yoriiye, de 17 años, ni menos aún Sagobierno y gestión en el ámbito político, y el Monchujo netomo, de 11, hijos y sucesores de Yo(departamento de investigación), una suerte de tribunal ritomo, estaban a la altura del reto. Fue de apelaciones que ejercía de árbitro dentro de entonces cuando apareció en escena este nuevo régimen, a cuya cabeza se situaría, Hojo Tokimasa, exconsejero del shogún a partir de 1192, el shogún. y padre de Masako, la intrigante esposa Yoritomo supo asegurar los cimientos de de Yoritomo, convertida en monja busu gobierno proponiéndose no como un dista tras la muerte de aquel. La enferenemigo de la casa imperial, sino medad y posterior asesinato de Yoriiye como su protector. Así, el primer abrió una crisis política de envergadura, shogún se aseguró de que Kioto, mientras Tokimasa se ponía a la cabeza de que había dejado de ser el epicenun gobierno provisional, venciendo tro político de Japón, siguiera sienlas disensiones entre las filas do un referente cultural y religioso. Y de la nobleza guerrera. Todo en ese equilibrio se sustentó el éxito del quedaba en casa, porque a la naciente bakufu. Otro de los elementos muerte de Tokimasa fue Macaracterísticos del periodo es la exitosako la que movió los hilos del sa penetración, en todos los estratos poder desde la sombra. El shogusociales, de las creencias budistas, nato Kamakura sobreviviría hasta formalizada a través de la prolife1333, pero si el emperador no era ya ración de nuevas sectas que ponían más que un títere del shogún, este, a su en cuestión la indiscutida hegemonía vez, lo fue de los Hojo, que ejercieron el doctrinal de las viejas escuelas Shingon poder desde la regencia, manejando a su y Tendai; la secta del Loto o los budismos antojo los resortes políticos del bakufu Avezado líder. Minamoto de la Tierra Pura dibujan un panorama esdurante un siglo en el que, pese a la debiliYoritomo (en la ilustración) espiritual extraordinariamente dinámico, que tada posición de emperador y shogún, los regencogió a sus propios gobernadose enriquece con la explosión del budismo zen que, a res y afianzó un nuevo sistema tes sentaron las bases de un gobierno fuerte en político militar en Japón. través de la secta Soto de Dogen y la secta Rinzai de un horizonte institucional estable. muyinteresante@televisa.cl 31


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El periodo Muromachi. El segundo régimen feudal del antiguo Japón fue el shogunato Ashikaga (1336-1573). En la ilustración, un concilio presidido por el shogún Takauji en el siglo XIV.

Tras una lucha dinástica en la corte de Kioto, Go-Daigo ocupó el trono imperial, desde el que se rebeló contra el shogún para situarse en la cúspide de la política japonesa.

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l viento divino había barrido de Japón la amenaza mongola, pero los colosales esfuerzos del bakufu para contener la invasión terminarían contribuyendo a la implosión y colapso del régimen de Kamakura. A comienzos del siglo XIV, el faccionalismo se extendía como una lacra en la corte imperial y en la estructura administrativa y militar del gobierno. La posición de los Hojo en Kamakura estaba cada vez más debilitada; el afán por controlar los resortes de poder en la capital del shogunato y, en consecuencia, la voluntad del shogún, un títere en manos de esta longeva dinastía de regentes, se extendió progresivamente hacia la periferia. Los Hojo trataban de atar también a los gobiernos provinciales, que caían sistemáticamente en manos de integrantes del clan o vasallos de la máxima confianza, generando malestar entre la aristocracia samurái, cada vez más descontenta con la escasa generosidad de los regentes en el reparto de cuotas de poder. Inevitablemente, ante este panorama de hostilidad hacia el gobierno de Kamakura, algunas de las familias más prominentes y con mayor pedigrí aristocrático comenzaron a contestar esa hegemonía generando sus propias redes clientelares y quebrando el precario

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statu quo imperante en el último siglo entre las diferentes facciones de la nobleza guerrera. El debilitamiento del sistema tenía mucho que ver con las secuelas del gravoso rechazo a la invasión mongola, que fue la semilla de una crisis económica que terminaría convirtiéndose inevitablemente también en una crisis social y política. Los grandes gastos provistos para la defensa de las islas dejaron muy maltrechas las arcas del bakufu; por otro lado, por primera vez, tratándose de una invasión foránea, no había botín de guerra con el que recompensar a la nobleza guerrera por sus esfuerzos. El descontento resultante entre los señores feudales no hizo sino alimentar la desafección hacia los Hojo y el gobierno de Kamakura. Los mongoles, a la larga, habían propinado una estocada mortal a la privilegiada posición del clan dominante en Kamakura y, entre las familias que mejor supieron rentabilizar la pérdida de prestigio y de autoridad por parte de los Hojo, los Ashikaga brillaron con luz propia. Contemporáneamente, la situación política en la corte de Kioto era cada vez más y más precaria. En 1259 había tenido lugar un hecho insólito en la historia de Japón: por vez primera, tras la muerte del emperador Go-Saga, no se había respetado el principio de primogenitura en la sucesión al trono, y en torno a los dos hijos del monarca se produjo una división de la línea imperial en dos ramas rivales, los senior y los junior, que se alternaban en el poder gracias a un frágil compromiso forzado por los Hojo de Kamakura.

Enfrentamiento de linajes Naturalmente, la rivalidad entre las dos facciones dinásticas no hizo sino debilitar una institución ya de por sí extremadamente frágil, añadiendo otro factor adicional de incertidumbre política

FOTOS: MUSEUM OF FINE ARTS

El emperador rebelde


III. GO-DAIGO Y LA RESTAURACIÓN KEMMU

Go-Daigo maniobró para concitar en torno a sí el apoyo de poderosos clanes guerreros. potencialmente explosivo. Los Hojo trataron de desactivar esa bomba forzando el final de esta caótica dicotomía, en un intento de reunificar la línea sucesoria alrededor del emperador Go-Daigo (1288-1339), del linaje junior, pero la “marioneta” tenía otros planes y estaba dispuesta a exprimir la debilidad de los Hojo instrumentalizándola en su favor. Así, en 1331, el emperador dio un paso que, en la práctica, fue la puntada final no solo para los Hojo sino para el propio régimen de Kamakura, completamente desbordado por los acontecimientos. Ese año Go-Daigo encabezó una abierta rebelión contra el shogunato poniendo la primera piedra de la llamada Restauración Kemmu. Por primera vez desde hacía siglos, la casa imperial se declaraba en rebeldía, en un intento por desmontar el shogunato volviendo a situar al emperador en la cúspide de la jerarquía política japonesa.

Nuevo impulso

FOTOS: MUSEUM OF FINE ARTS BOSTON; THE JAPANESE BOOK “MIRU YOMU WAKARU NIHON NO REKISHI 2 CHUSEI”

Tras un primer intento fallido en 1331, que terminó con la derrota y posterior captura del díscolo emperador, recluido en la isla de Oki, Go-Daigo maniobró para concitar en torno a sí el apoyo de poderosos agentes entre los clanes guerreros menos afines al régimen de Kamakura y entre los monasterios de Kioto. Las operaciones militares corrieron a cargo, fundamentalmente, de su hijo, el príncipe Moriyoshi, y del gran paladín de la causa imperial, ejemplo de samurái abnegado y leal al emperador, Kusunoki Masashige, uno de los grandes héroes de la historia de Japón y uno de sus generales más admirados. Entre tanto, y ante la creciente dimensión de la sublevación, que reforzó enormemente la fuerza militar y política del bando lealista, Go-Daigo consiguió escapar de su cautiverio dando un nuevo impulso a la causa, a la que ya se habían sumado dos de los clanes samuráis más prominentes, los Yoshisada y los Ashikaga, liderados por el ambicioso Takauji, que se unió a las huestes del emperador traicionando a los Hojo, haciéndose con el control militar de Kioto para ponerse después al servicio del emperador.

Contra el gobierno imperial Entonces, Go-Daigo cometió un error estratégico decisivo y, tras la caída de Kamakura, y cuando todo parecía estar a su favor, otorgó a su hijo, el príncipe Morinaga, el título de shogún, despertando inmediatamente las suspicacias de Ashikaga Takauji, cuyo apoyo a la causa imperial no era, en ningún modo, desinteresado. El emperador maniobró con torpeza y terminó perdiendo el apoyo de muchos de sus seguidores, a los que no supo recompensar con tierras y privilegios. Así, Takauji se rebeló contra el nuevo gobierno imperial en 1335 y, tras un intento fallido, marchó con éxito contra Kioto, obligando al emperador a entregarle los tesoros imperiales, que legiti-

La fallida invasión mongola ras un primer intento fallido de tomar Kioto, los Ashikaga se dirigieron a la isla de Kyushu, donde recabaron nuevos apoyos y contingentes para reintentar el asedio una segunda vez. Kusunoki Masashige, leal hasta el final al emperador, le instó a negociar una paz sobre la base de un statu quo aún relativamente favorable a sus intereses. Go-Daigo se negó a escuchar e instó a Nitta Yoshisada a liderar un ejército para enfrentarse en campo abierto con Takauji y derrotarlo de una vez por todas. La honestidad de Kusunoki le costó cara, y fue relevado del mando por el tozudo monarca. Valeroso general. Con todo, el emperador, desbordado

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por el tamaño de la amenaza, tuvo que rectificar instando a Kusunoki a unirse a las fuerzas de Nitta, que se preparaba para ofrecer batalla en Minatogawa (el río Minato), en las proximidades de la actual Kobe. Hasta el final, el valeroso general trató de imponer la cordura, pero sus sabios consejos fueron desoídos una vez más, y el leal Kusunoki, sabedor de lo desesperado de la situación y de que sus fuerzas iban a ser flanqueadas, se preparó el 4 de julio de 1336 para una muerte cierta vendiendo carísima su piel, leal a la causa imperial hasta la última sangre, cumpliendo con su obligación antes de cometer seppuku. La historia lo recordaría como un símbolo y como un héroe.

El castillo de Chihaya (en el panel pintado), construido por Kusunoki Masashige en 1332, fue conquistado por las fuerzas del shogunato Ashikaga.

maban su poder, y proclamando al príncipe Yutahito (1322-1380), de la línea senior, nuevo emperador, que a su vez concedió a Takauji el ansiado título de shogún. Go-Daigo y los suyos, desterrados de la capital, se hicieron fuertes en la provincia de Yoshino, protagonizando una resistencia heroica, según las crónicas, y estéril durante algún tiempo. La fallida Restauración Kemmu había llegado a su fin, con la causa de Go-Daigo perdida y un hombre fuerte de la clase samurái rigiendo los destinos del país. Ashigaka Takauji, el nuevo y todopoderoso shogún, abría el telón de una nueva dinastía shogunal y de una era próspera y relativamente pacífica que la historiografía bautizó como periodo Muromachi. Persiste en su empeño. El emperador Go-Daigo (arriba) reinó desde 1318 hasta 1332, año en el que fue depuesto por el shogunato Kamakura. En 1339, con el poder imperial en sus manos de nuevo, abdicó a favor de su hijo, Murakami.

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Muchos de los shugo eran parientes directos y vasallos de conianza del clan Ashikaga.

Ashikaga, el apoyo a las artes fue fundamental. En la foto, una representación de teatro No, que tuvo su apogeo en el siglo XVI.

Entre dos cortes enfrentadas

Aunque se forjó en torno a la rivalidad de dos casas imperiales, el shogunato Ashikaga pacificó conflictos, afianzó el budismo y apoyó el arte hasta su final en el siglo XVI.

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shikaga Takauji no pudo sellar la implantación del nuevo régimen con una contundente victoria militar que eliminara rotundamente cualquier sombra de duda sobre la hegemonía de la nueva dinastía. A diferencia de lo ocurrido a finales del siglo XII con la aplastante victoria de los Minamoto sobre los Taira, los Ashikaga obtuvieron una victoria incompleta. Go-Daigo y sus sucesores se acantonaron du-

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Entre dos cortes En consecuencia, Takauji y sus sucesores hubieron de adaptarse a ese nuevo escenario, y lo hicieron dando cada vez más protagonismo a las élites locales y a las autoridades feudales, en busca de aliados para hacer valer en la periferia la supremacía Ashikaga, en plena guerra entre las dos cortes. Así, el shogunato Ashikaga descansó sobre una frágil alianza con los shugo –gobernadores provinciales– más prominentes, que tendían a ocupar espacios cada vez más amplios en la administración, ejerciendo simultáneamente como altos funcionarios del gobierno central y como líderes militares locales, que movilizaban sus propios ejércitos y clientelas y que poco a poco iban usurpando al gobierno central la facultad de distribuir a su antojo las tierras ganadas por conquista en las provincias vecinas. Muchos de estos shugo eran parientes directos y vasallos de confianza de los Ashikaga, si bien algunos poderosos clanes no pertenecientes a ese estrecho círculo shogunal, como los Hosokawa, los Imagawa o los Hatakeyama, acumulaban cada vez más cuotas de poder; naturalmente este acuerdo entre los shugo y el shogún pendía de un hilo, y dependía fundamentalmente de la personalidad y capacidad del líder Ashikaga de turno para hacerse valer y respetar manteniendo a raya las ambiciones, cada vez más explícitas, de esta

FOTOS: PHOTOSTOCK

Desarrollo teatral. En la época de gobierno

rante décadas en las colinas de Yoshino, erigiéndose en eterno recordatorio de la dudosa legitimidad del nuevo régimen. El nuevo shogún, que por primera vez en la historia fijaba su residencia en la capital imperial, Kioto, hubo de conformarse con gestionar y administrar un equilibrio precario forjado alrededor de la rivalidad de dos casas imperiales, la dinastía del norte –apoyada por los Ashikaga–, y la del sur –liderada por los sucesores de Go-Daigo–, que conformaron dos cortes antagónicas, enfrentadas durante seis largas décadas en un conflicto interminable que minó inevitablemente la estabilidad de las nuevas instituciones. Esa agria disputa por el trono japonés fue siempre un lastre para la nueva dinastía de shogunes, los sucesores de Takauji que, no obstante, lograron dar pasos muy firmes en la consolidación del poder de la nobleza guerrera, en detrimento de una nobleza de corte que definitivamente había perdido la batalla por la hegemonía. El nuevo régimen resultante del final de la fallida Restauración Kemmu y de la consolidación del shogunato Ashikaga fue consciente, desde el primer momento, de la imposibilidad material de hacer efectivo su dominio sobre todo Japón. El colapso del gobierno imperial, tras la caída de Go-Daigo, había precipitado la destrucción de un marco legal e institucional que rompía con las estructuras políticas y económicas del régimen de Kamakura, dañadas por el esfuerzo centralizador de Go-Daigo, que descansaba sobre la absorción de las competencias del shogunato de Kamakura.


IV. EL SHOGUNATO ASHIKAGA

aristocracia militar cuya lealtad al shogún tenía precio. Ante este panorama, era inevitable que el bakufu acabara zozobrando ante la proliferación de facciones, incapaz de imponer una autoridad efectiva en las provincias más lejanas. A pesar de todo, y contemporáneamente, el shogún reforzó su posición dentro de las estructuras políticas del poder civil. En la práctica, la casa imperial había perdido ya toda capacidad de intervención en asuntos administrativos. Se había terminado de completar el proceso de desmantelamiento de la autoridad civil, iniciado por los Minamoto siglos atrás, en favor de la autoridad militar. La abolición en 1321 del departamento de los ex emperadores, que hasta entonces había sido uno de los pilares del régimen imperial, escenificó este nuevo equilibrio shogún-emperador, en el que el segundo salía perdiendo estrepitosamente.

Fin de la guerra civil La mayoría de los shogunes Ashikaga, con todo, fueron actores secundarios frente al empuje imparable de los samuráis de la periferia. Algunos, incluso, simples marionetas en manos de los ambiciosos shugo. Hubo periodos, no obstante, en los que la autoridad del shogún tuvo bases muy firmes y fundamentos muy sólidos. De entre todos ellos destaca la figura de Ashikaga Yoshimitsu, que en 1392 logró finiquitar de una vez por todas la guerra civil entre las dos cortes con el desmantelamiento definitivo de la dinastía del sur. A la vez, logró pacificar Kyushu, un permanente foco de insurrecciones y problemas, sellando la paz con algunos de los clanes más belicosos, como los Yamana, sentando los cimientos de una estabilidad política y militar que se prolongaría varias décadas. Yoshimitsu, quien renunció al título de shogún en favor de su hijo para acaparar el poder civil como gran ministro del Estado, se afanó en intensificar los lazos comerciales con China y ejerció un patronazgo muy generoso con los templos zen más prominentes, poniendo los cimientos de un idilio entre el clero de esta rama del budismo –y muy especialmente el de la secta Rinzai– que se formalizó con la constante presencia de sacerdotes a la sombra del shogún en calidad de influyentes asesores espirituales.

Tercer shogún Ashikaga. Yoshimitsu (en la pintura) comenzó a gobernar con nueve años en 1368 y su abdicación llegó en 1394.

El periodo Muromachi –así denominado en referencia al barrio de Kioto en el que se ubicaban las dependencias gubernamentales desde 1378– registró además, y de manera muy singular durante el shogunato de Yoshimitsu, una explosión cultural sin precedentes. Los shogunes Ashikaga fueron grandes mecenas de las artes, en un periodo en el que la ascética zen y el ímpetu de esa sociedad militarizada cercada por los bushi dieron frutos no solo en la esfera política y religiosa, sino también en el arte, con el desarrollo de la ceremonia del té, el ikebana o el teatro No. La definición de una estética y de un ideal de belleza genuinamente japoneses poco a poco se iba apartando de las, hasta entonces, omnipresentes influencias del arte chino, explícitas en el ámbito de la arquitectura. Yoshimitsu falleció en 1408, y ninguno de sus sucesores tuvo el carácter y la determinación suficientes para proteger su legado político. A principios del siglo XV, se respiraba en Kioto esa calma engañosa que precede a la tempestad. La estabilidad del gobierno de Yoshimitsu era, solamente, un espejismo pasajero.

El heroico final de Kusunoki Masashige l excepcional desarrollo artístico acaecido durante el shochi, hijo y sucesor de Yoshimitsu, en un templo zen para la secta gunato de Ashikaga Yoshimitsu es lo que se Rinzai. El edificio, cuyas dos plantas superiores están enteramenconoce como el periodo Kitayama, en referencia a las te cubiertas de pan de oro, ardería varias veces años después colinas del norte de la ciudad donde éste fijó su lugar de durante la Guerra Onin, y hoy es el monumento más visitado de la retiro en sus últimos años. Durante este breve lapso de esplenantigua capital imperial. dor cultural –que tendría continuidad en el periodo Higashiyama, bajo el auspicio del shogún Yoshimasa–, estimulado por la renovación de los contactos con la China Ming, que imprimió su influencia muy especialmente en la pintura, florecieron el teatro No, la poesía o la arquitectura. Monumento espectacular. El legado más característico del periodo es el célebre Pabellón Dorado de Kioto, ubicado en el citado distrito de Kitayama, que sintetizó los ideales estéticos del periodo. Erigido en el año 1397 como una villa de descanso alejada del El Pabellón de Oro de Kioto fue construido en 1397 como villa de ruido de la capital, fue transformado por Yoshimo-

FOTOS: EFE

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descanso del shogún Yoshimitsu.

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Las semillas del caos Tras diez años de contienda civil y con vacío de poder en el gobierno nipón, nació una nueva figura en la jerarquía política: el daimio, independiente señor feudal de la guerra.

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del bakufu el hombre menos indicado para el puesto. Con el país sumido en el desgobierno, con los señores feudales usurpando en las provincias la autoridad del shogún y con Kioto a las puertas de una cruenta guerra civil, Yoshimasa emuló al gran Yoshimitsu alejándose del ruido de la alta política y escapando a un idílico refugio en el distrito de Higashiyama, donde mandó erigir un suntuoso edificio que rivalizara con el Pabellón Dorado de Yoshimitsu.

Arcas vacías Pero una cosa era el exquisito gusto estético del shogún y otra la catastrófica realidad de las finanzas. El Pabellón de Plata de Yoshimasa quedó inconcluso, erigiéndose en un remanso de paz en las colinas orientales de Kioto, símbolo del fin de una época que, paradójicamente, coincidió con uno de los periodos culturalmente más ricos de la historia del país del Sol Naciente. Mientras, apenas a unos pocos kilómetros de aquel retiro espiritual del shogún, en Kioto, prendía la mecha que habría de provocar un colosal incendio. En 1464, Yoshimasa, ansiando retirarse de una vez por todas de la vida política, decidió delegar el poder en su hermano Yoshimi, un monje budista sin ningún vínculo con las instituciones políticas, que habría de sucederle como shogún. Pero un año después, Tomiko, la esposa de Yoshimasa, dio a luz a un varón, Yoshihisa, precipitando un cambio de planes en el mecanismo de sucesión.

Durante 10 años las calles de Kioto fueron el principal campo de batalla de la Guerra Onin.

FOTOS: EFE

shikaga Yoshimitsu fue un gran hombre de Estado; un político astuto que supo mantener a raya a los inquietos señores feudales en un tiempo en el que la debilidad institucional del régimen no podía permitirse shogunes apocados, manipulables y sin carácter. Y eso era exactamente lo que esperaba a Japón con la muerte del tercer shogún Ashikaga en 1408. En efecto, ni su hijo Yoshimochi ni, posteriormente, su nieto Yoshikazu, tuvieron, ni de lejos, la talla política de Yoshimitsu. La figura del shogún había ido perdiendo progresivamente prestigio y autoridad en las primeras décadas del siglo XV. Las instituciones en Kioto, sencillamente, carecían ya de instrumentos efectivos para hacer valer una hegemonía cada vez más laxa y superficial en la periferia. A todo ello se sumaban agudas tensiones internas dentro del propio clan Ashikaga, que llegaron a un punto de máxima fricción a raíz del conflicto en la provincia de Kanto entre el clan Uesugi y una rama menor de la familia Ashikaga. El bakufu tomó partido entonces por Uesugi en perjuicio de Ashikaga Mochiuji, el kanrei (una suerte de viceshogún) de dicha región, lo que en la práctica supuso el exterminio de los Ashikaga de Kanto y, a la postre, un ulterior debilitamiento de la posición de los Ashikaga frente a sus vasallos, en las provincias y en la propia capital. El régimen vivía horas muy difíciles y sobrevivía haciendo gala de una fragilidad política alarmante. La gota que colmó el vaso fue la desmesurada afición del octavo shogún Ashikaga, Yoshimasa, por la poesía y la ceremonia del té. En 1443 tomó la estafeta

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V. LA GUERRA ONIN

El pequeño Yoshihisa fue finalmente designado heredero del shogún, despertando las iras del despechado Yoshimi y su círculo de confianza. La crisis sucesoria, para complicar aún más las cosas, coincidió con una imparable escalada en el conflicto entre los dos clanes más poderosos de Kioto: los Hosokawa y los Yamana. Deseosos de encontrar una excusa para desatar las hostilidades, los Hosokawa apoyaron la causa de Yoshimi, mientras los Yamana hacían lo propio con el hijo de Yoshimasa, Yoshihisa. Así estalló en 1467 la Guerra Onin, cuyo principal campo de batalla durante diez interminables años fueron las calles de Kioto. El incendio, provocado por los Yamana, de una mansión Hosokawa, fue el casus belli oficial de una guerra que enfrentó a dos ejércitos de unos 80.000 efectivos por bando. Katsumoto, el enérgico líder de los Hosokawa, tomó la iniciativa ganándose el favor y el apoyo de la familia imperial, legitimando así su causa, pero los Yamana no se intimidaron. Así, en los meses sucesivos se desató una guerra feroz y sin cuartel en las calles de la capital: primero en la zona norte, que quedó en poco tiempo reducida a escombros, y más tarde se expandió hacia otros distritos de la ciudad, en la que ardieron viviendas, edificios públicos y monumentos. Kioto era un amasijo de ruinas y el conflicto se transformó, en este apocalíptico paisaje urbano, en una sangrienta guerra de trincheras. Katsumoto maniobró para lograr también el apoyo simbólico del shogún. Los Yamana fueron declarados rebeldes, pero esa falta de legitimidad y apoyo institucional no frenó la contienda. Los combates se prolongaron hasta 1477, cuando Yoshimasa consiguió que uno a uno los diferentes shugo –implicados en la guerra– accedieran a deponer las armas y abandonar Kioto. El rastro de destrucción que dejaron tras de sí obligó a reconstruir la capital prácticamente desde cero.

Dirigente ausente Pero la paz tardaría en llegar a la capital. Con Yoshimasa escondido en su Pabellón de Plata, el caos y la violencia camparon a sus anchas por Kioto mientras los disturbios se expandían hacia la periferia. La autoridad del shogún no tenía efecto más allá de la capital. Las provincias, en medio de un completo vacío de poder, habían caído en manos de los shugo. La autoridad central, tras la

Reconstrucción arquitectónica. El templo Shinnyo-do (en la foto) fue destruido durante la Guerra Onin y reconstruido entre 1693 y 1717. Situado en el barrio más antiguo de Kioto, es uno de los vestigios arquitectónicos recuperados tras las intensas batallas que sufrió la ciudad.

contienda, había quedado completamente desmantelada. A partir de la Guerra Onin los gobernadores militares, aún un reducto, siquiera nominal, de la proyección de la administración imperial en las provincias, fueron cediendo el dominio a una nueva figura que habría de situarse en el vértice de la autoridad local-feudal: los daimios, señores de la guerra independientes, surgidos de las tensiones internas en los clanes de los shugo y de otros vasallos de menor rango, que movilizaban ejércitos privados y que lideraban y gestionaban sus propios feudos, rivalizando entre ellos, sin interferencia alguna del shogún o el emperador, convertidos en figuras meramente decorativas. El caos reinaba en Japón, en los albores de la edad de oro de los ejércitos samuráis. El país era ya un conglomerado de territorios gobernados por clanes y señores de la guerra eternamente en pie de lucha por el poder y la hegemonía. Así arrancaba el periodo Sengoku (“de Estados combatientes”), y Japón caía en el abismo de la guerra civil endémica.

Campesinos en armas: los Ikko-ikki l caos y el descontento generalizado en los años finales del shogunato Ashikaga tuvieron también un importante reflejo en las clases populares, las más afectadas por el desgobierno resultante de la Guerra Onin. Bajo el liderazgo de samuráis de poco rango, campesinos y granjeros comenzaron a organizarse, uniéndose para defender sus intereses en un movimiento de resistencia al que pronto se sumaron monjes budistas, sacerdotes sintoístas y terratenientes venidos a menos, un colectivo heterogéneo que encontró un aglutinante ideológico en el budismo de la Tierra Pura, bajo el liderazgo de Rennyo, sacerdote del Hongan-Ji de Kioto. Las desorganizadas bandas de los primeros años dieron paso a ejércitos en toda regla, los Ikko-ikki, que se hicieron fuertes en la provincia de Kaga, derrocando al gobierno local y erigiéndose en dueños de su propio destino. Rebelión sofocada. Rennyo falleció en 1499, pero la causa no murió con él. Los Ikko-ikki continuaron siendo uno de los principales actores en el caótico mapa político-militar del periodo Sengoku hasta que fueron derrotados y finalmente desarticulados en 1564 por Oda Nobunaga.

FOTOS: EFE

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En 1471 Rennyo (en la estatua) fue obligado a huir de Kioto. muyinteresante@televisa.cl 37


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Sálvese quien pueda. Los arqueros empleaban las flechas con fuego en sus ataques durante las batallas de clanes que se fueron sucediendo en el siglo XVI en Japón.

En el campo de batalla

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ras siglos de tensiones entre el centro y la periferia, finalmente Japón era pasto de los buitres. El tsunami no tardó en extenderse hacia las provincias, donde surgieron nuevas entidades político-territoriales resultantes del desmantelamiento de los dominios de los viejos shugo. Estas nuevas entidades se forjaron alrededor de la autoridad militar de un grupo de familias con bases de poder locales muy sólidas que liquidaron el entramado administrativo de los shugo y, en consecuencia, del régimen aristocrático que representaban.

Todo bajo control Los daimios, nuevos soberanos feudales que aglutinaban en torno a sí a distintas familias samuráis, forjaron nuevos estados sin ninguna relación con las viejas jurisdicciones administrativas. Fue la geografía y el aprovechamiento de las defensas naturales que ofrecía el terreno lo que delimitaba las fronteras de estos nacientes principados, cuya subsistencia y expansión dependía de la talla política y militar del daimio y de su capacidad para movilizar ejércitos y dominar los campos de batalla. Japón asistió a la feudalización total del país, en torno a estos daimios del periodo Sengoku que aglutinaban a su alrededor a numerosos vasallos menores sobre cuyos feudos ejercían una suprema autoridad. Así, estos nuevos señores de la guerra tenían la facultad de movilizar enormes contingentes de infantería, y con estos nuevos ejércitos surgieron las grandes ciudades fortificadas, los imponentes castillos característicos del periodo, como cuarteles para el acomodo y alojamiento de estas nuevas maquinarias bélicas formadas por decenas de miles de hombres. Los Date en el norte, los Uesugi, los Hojo y

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los Takeda en el centro-norte, los Mori en el extremo sur de la isla de Honshu o los Otomo y los Shimazu en la isla de Kyushu fueron algunos de los actores principales de un periodo de guerra endémica, de rivalidad feroz entre daimios por la ampliación de sus dominios y, en última instancia, por el control de Japón y la unificación del reino bajo un único clan. La llegada en 1543 al país del Sol Naciente de los europeos, que trajeron consigo el cristianismo, fue un factor importante, si bien no tan decisivo como durante mucho tiempo se defendió, en la alteración de los delicados equilibrios de poder, debido a la introducción del arcabuz portugués, que jugó un papel relevante en los campos de batalla del periodo Sengoku. La dimensión de los ejércitos y la introducción de armas más o menos decisivas pusieron a algunos daimios en posición de quebrar el statu quo entre clanes y extender su hegemonía hasta la capital y, en última instancia, unificar Japón bajo un solo caudillo.

Samuráis con arcabuces en Nagashino

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l clan Takeda fue uno de los adversarios más formidables a los que tuvo que hacer frente Oda Nobunaga en su empresa de unificación de Japón. La muerte a causa de un disparo fortuito de Takeda Shingen dejó la suerte del clan en manos de su hijo Katsuyori. El nuevo daimio decidió jugárselo todo a una carta contra las fuerzas conjuntas de Nobunaga y su fiel aliado Tokugawa Ieyasu, archienemigo de su padre. Así, decidió poner bajo asedio el castillo de Nagashino en junio de 1575 para desbloquear las líneas de abastecimiento de su ejército. Nobunaga y Tokugawa respondieron enviando un contingente de auxilio formado por 38.000 hombres. Katsuyori presentó batalla con un ejército de 20.000 unidades, depositando toda su confianza en su

FOTOS: LATINSTOCK

A fines del siglo XV Japón se encontraba en un periodo de guerra endémica –clanes enfrentados entre sí–, hasta que Oda Nobunaga ascendió a la cima del poder militar nipón.


VI. EL PERIODO SENGOKU

Los daimios tenían la facultad de movilizar ejércitos y en torno a ellos surgieron ciudades fortiicadas. Extensión de autoridad A partir de 1560, la atomización, o lo que el historiador Stephen Turnbull ha llamado el proceso de fusión, dio paso a un nuevo horizonte político y militar que se desarrolló alrededor de un proceso opuesto, de fusión. La razón es que varios de entre los daimios más prominentes, tales como Imagawa, Takeda, Uesugi u Oda, habían logrado extender su autoridad en territorios adyacentes, sometiendo a varios daimios menores, lo que, en consecuencia, llevaba aparejado el manejo de gigantes recursos militares y la capacidad de conformar ejércitos de coalición lo suficientemente numerosos como para conquistar todo el país. Fue en 1560 cuando Imagawa Yoshimoto protagonizó el primer intento de anexión de la capital, custodia aún de los instrumentos de legitimidad simbólica, el moribundo shogunato y la casa imperial, con la firme intención de forjar una hegemonía de magnitud nacional. Para llegar a Kioto tenía que atravesar el territorio de los Oda, que no veían con buenos ojos las ambiciones de sus belicosos vecinos.Tras una emboscada con un contingente de 2.000 hombres frente a un ejército de unas 30.000 unidades, Oda Nobunaga derrotó a Imagawa Yoshimoto, presentando así su candidatura al papel de unificador de Japón.

FOTOS: LIBRARY OF CONGRESS; TOKUGAWA ART MUSEUM

Presentación en sociedad En 1568 nutriría de argumentos dicha candidatura marchando sobre la capital, presentándose como el protector del emperador y nombrando shogún a un Ashikaga títere, Yoshiaki, además de vencer la feroz oposición de los monjes guerreros del monte Hiei –donde se ubicaban los principales templos de Kioto– y de las bandas de Ikko-ikki, que entorpecían su avance hacia el mar desde su plaza fuerte en Ishima. Los Uesugi y, sobre todo, los Takeda, eran una amenaza a corto plazo, que quedó desactivada a partir de la alianza de Nobunaga con Ieyasu Tokugawa, daimio de Mikawa, que operó como barrera en el Kanto, dejando vía libre al líder de los Oda en su avance hacia el sur. LosTakeda, bajo el liderazgo de Shingen, uno de los samuráis más célebres de la historia japonesa, tras derrotar a los Uesugi en

caballería, célebre y temida en todo Japón. Estrategia bélica. Sus enemigos, sin embargo, dispusieron sus tropas junto a un río, en suelo resbaladizo, que entorpecía mucho las maniobras de caballería. Por otro lado, situaron al contingente de arcabuceros bien protegidos de jinetes y piqueros detrás de barricadas protectoras de madera. Las cargas de los arcabuces decidieron la suerte de la batalla, la primera en la que las armas de fuego resultaron decisivas. Los Takeda fueron derrotados. Nobunaga ya podía centrar su atención en el sur.

Cinco encuentros. En las batallas de Kawanakajima se midieron las fuerzas de dos eternos rivales: Takeda Shingen y Uesugi Kenshin. En la pintura se representa la contienda.

las batallas de Kawanakajima, fijaron su atención en Kioto, con la esperanza de derrotar a Nobunaga y ocupar su lugar como unificador de Japón. Para lograr ese objetivo necesitaban primero vencer al nuevo heredero de Nobunaga, IeyasuTokugawa, que desbarató los ambiciosos proyectos del clan en la batalla de Nagashino, en 1575. Oda Nobunaga tenía ya las manos libres para completar la unificación del país. Así, tras deshacerse del shogún títere Ashikaga, expulsado de Kioto en 1573, desmantelando de una vez por todas el bakufu, y después de dar cuenta de los monasterios rebeldes y de los Ikko-ikki, Nobunaga era, de facto, el dueño de Japón. Apenas quedaba una asignatura pendiente: terminar con la resistencia del clan Mori, en el sur de Honshu, tarea para la cual contó con su mejor general, Toyotomi Hideyoshi, quien jugaría un papel decisivo en los años venideros. Pero la resistencia de los Mori se transformó en un hueso duro de roer, y Nobunaga decidió desplazarse hacia el sur a la cabeza de los refuerzos.Nunca llegó a su destino: el 21 de junio de 1582,a su paso por Kioto,fue traicionado y asesinado por uno de sus generales. La obra de Oda Nobunaga había quedado incompleta, pero la rebelión duró un suspiro, toda vez que Hideyoshi interrumpió las operaciones contra los Mori dirigiéndose apresuradamente hacia Kioto, sofocando la revuelta y liquidando al asesino de su señor. Japón se preparaba ya para plegarse ante un nuevo líder.

El enfrentamiento bélico que tuvo lugar en 1575 en el castillo Nagashino enfrentó a las tropas de Oda Nobunaga y a las de Takeda Katsuyori. Estas últimas fueron derrotadas por los arcabuces enemigos. muyinteresante@televisa.cl 39


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Restauración del bakufu Por primera vez en siglos, se rompería el orden feudal japonés en torno a un sistema de clases cerrado (campesinos y aristocracia guerrera), regido de nuevo por un shogún.

El Napoleón japonés El niño quedaba así bajo la tutela de un consejo de cuatro regentes, que pronto quedó silenciado por las maniobras de Hideyoshi, el heredero natural del gran Oda Nobunaga, rebautizado por la historiografía occidental como el “Napoleón japonés”. Tras desmantelar el consejo, y una vez consolidado su dominio sobre Kioto, Hideyoshi se apresuró a fijar su cuartel general en Osaka, donde erigió un imponente castillo, convertido en símbolo tangible de su poder y hegemonía. Hideyoshi estaba consciente de que necesitaba dar un aura de legalidad a su autoridad militar de facto, y por ello asumió el título de kampaku (regente imperial), toda vez que, por sus humildes orígenes, en ningún caso podía aspirar al título de shogún: el primer requisito para desempeñar tan alta dignidad era demostrar un creíble parentesco con la casa Minamoto. En esas circunstancias, Hideyoshi tuvo que ingeniárselas para reclamar para sí la hegemonía militar del país manteniendo intacta, como era de rigor, la ficción de los protocolos. Desde esa nueva posición de privilegio, y con el inestimable Intento fallido. Hideyoshi preparó sus tropas y convocó a los distintos daimios para invadir Corea en 1592. Este conflicto terminó con la muerte del líder militar en 1598. La ilustración representa el cerco del ejército nipón a una fortificación coreana.

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apoyo de clanes tan poderosos como los Tokugawa, los Mori o los Uesugi, Hideyoshi centró todos sus esfuerzos en reducir y neutralizar la resistencia de los clanes rebeldes en el sur (los Chosokabe y los Shimazu en las islas de Shikoku y Kyushu, respectivamente) y, finalmente, aplastó a los Hojo de Odawara, último gran foco de resistencia. Para entonces, la unificación militar del país era ya un hecho. Sin embargo, los cimientos políticos y administrativos del nuevo régimen eran muy frágiles; por ello, Hideyoshi se empeñó en una reorganización territorial que buscaba fundamentalmente apartar de sus bases de poder a los daimios de lealtad más dudosa, alejándolos de la capital todo lo posible. Uno de estos reubicados fue Tokugawa Ieyasu, quien debió abandonar su Mikawa natal para tomar posesión de los territorios Hojo recién conquistados por Hideyoshi y reorganizarlos.

Uso de armas En 1591 Hideyoshi decidió retirarse, dejando el poder a su hijo adoptivo Hidetsugu para seguir moviendo los hilos desde bambalinas en calidad de taiko (regente retirado). Es este un periodo de reformas que certifica la separación efectiva y regulada entre campesinos y aristocracia guerrera. Los samuráis abandonan el vínculo con la tierra, trasladándose a las imponentes ciudades-castillo construidas por los grandes daimios.

Hideyoshi se empeñó en una reorganización territorial que buscaba fundamentalmente apartar a los daimios de lealtad más dudosa.

FOTOS: GETTY IMAGES

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da Nobunaga no vivió lo suficiente para ver a Japón unificado bajo su autoridad. Varios fueron los candidatos, respaldados por unos y otros daimios, para suceder al malogrado líder del clan, pero como era de esperar fue Toyotomi Hideyoshi, el vengador de Nobunaga, quien terminó saliéndose con la suya imponiendo a Hidenobu, nieto de Nobunaga, quien acababa de cumplir dos años de edad.


VII. LA UNIFICACIÓN DE JAPÓN

Por primera vez en siglos se rompe el sostén tradicional del orden feudal en torno a un nuevo sistema de clases cerrado, en el que la movilidad ya no es posible. A partir de entonces el uso de las armas será prerrogativa exclusiva de los bushi que, ya sin distracciones, dedican su tiempo exclusivamente a la guerra, conformando así la imagen tradicional del samurái, que alimentará en siglos sucesivos toda clase de mitos y leyendas. Los últimos años de Hideyoshi en el poder están marcados por el sueño megalómano de conquistar China. La exitosa unificación de Japón exigía buscar a los daimios distracciones fuera del país. Una casta militar sin batallas que combatir es un elemento de potencial desestabilización, y Hideyoshi lo sabía. Con todo, las dos operaciones anfibias en Corea, pretendida antesala de un sometimiento militar de la China Ming, fueron un absoluto fracaso.

Fricciones entre regentes Mientras muchos clanes se estrellaban en la fallida invasión continental, Tokugawa Ieyasu supo mantenerse al margen y en 1598, cuando el taiko estaba a punto de expirar su último aliento, era ya el daimio más poderoso de Japón. Antes de morir, Hideyoshi intentó sin éxito ocuparse de quién sería su sucesor. El heredero, Toyotomi Hideyori, era nuevamente un niño, de apenas seis años, y el moribundo Hideyoshi optó por constituir un Consejo de Cinco Regentes, formado por Maeda Toshiie, Uesugi Kagekatsu, Mori Terumoto, Ukita Hideie y, naturalmente, Tokugawa Ieyasu. Como era de esperar, no tardaron en emerger las fricciones entre los regentes, muy especialmente entre Maeda Toshiie y Tokugawa Ieyasu, quienes rivalizaban por la hegemonía en el consejo. La muerte del primero dejó vía libre a Tokugawa, que comenzó a dar pasos para hacerse con el poder. Así las cosas, Ishida Mitsunari, uno de los oficiales más leales a la causa de los Toyotomi, comenzó a movilizar a todos los clanes leales al pequeño heredero, conformando una coalición, la alianza occidental, diseñada para frenar las ambiciones del líder Tokugawa. Pero este, a su vez, contaba con numerosos apoyos ent re los daimios de clanes inf luyentes, que cerraron filas en torno a él cuando en 1599 tomó posesión del castillo de Osaka, el gran bastión de los Toyotomi, desatando la caja de los truenos.

FOTOS: EFE ZUMA /PRESS

Choque equilibrado Heroico señor feudal Toyotomi Hideyoshi fue uno de los principales protagonistas del periodo Sengoku, como promotor de la unificación de Japón.

Así, el 21 de octubre de 160 0 la alianza occidental, azotada por las d iv i sione s i nt er na s, decidió presentar bata-

Alianza entre clanes l restaurado bakufu (o shogunato) era, en realidad, un régimen completamente nuevo. Tokugawa Ieyasu se esmeró especialmente en restar importancia a los daimios locales, despojándolos de todo poder efectivo, y haciendo de ellos una figura meramente decorativa. El nuevo régimen fue rebautizado como bakuhan, una alianza del clan dominante, los Tokugawa, con los clanes vasallos, que implicaba sofisticados mecanismos de control como la entrega voluntaria de rehenes. Lealtad del vasallo. Los daimios estaban obligados a residir durante seis meses en Edo, la nueva capital, y en los otros seis sus familiares directos permanecían en la ciudad como garantía de la lealtad del vasallo. Los ingentes gastos que este procedimiento exigía mermaban notablemente la capacidad económica de los daimios. Los shogunes Tokugawa lograron la pacificación completa de un país que había estado en guerra durante siglos, pero además frenaron en seco la influencia occidental. Ya en 1606 se aprobaron los primeros decretos anticristianos, que serían refrendados en años sucesivos. Poco después se procedió a la expulsión de los misioneros y, en 1633, el shogún Tokugawa Iemitsu decretó el aislamiento total de Japón, prohibiendo los viajes interoceánicos, erradicando definitivamente el cristianismo y limitando el acceso de naves comerciales occidentales a Japón a un solo puerto: Nagasaki.

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En la bahía de Nagasaki, la isla artificial Dejima (en la ilustración) fue el escenario de acuerdos comerciales entre extranjeros y japoneses de 1641 a 1853.

lla en la llanura de Sekigahara, donde dos ejércitos de unas 80.000 unidades por bando cambiaron el destino del país en la madre de todas las batallas. Fue un choque equilibrado hasta que Kobayakawa Hideaki, sobrino de Toyotomi Hideyoshi, traicionó a los suyos cambiando de bando y dando a Tokugawa la victoria decisiva que buscaba. Diez días después, el vencedor de Sekigahara entraba en Osaka, saludado como el nuevo dirigente militar del país. Sin perder tiempo, procedió a una nueva redistribución de feudos, repartiendo los dominios de los perdedores entre los daimios que habían defendido su causa en la gran batalla. La causa de los Toyotomi, con todo, no estaba todavía del todo perdida. Hideyori contaba aún con muchos apoyos, y a Tokugawa no le quedó más alternativa que preservar su feudo, con sede en el castillo de Osaka. En 1603, el nuevo soberano de facto adoptó el título de shogún, restaurando el shogunato (o bakufu) y consolidando su poder. Solo quedaba una asignatura pendiente, y once años después Tokugawa encontró al fin un pretexto para atacar el castillo de Osaka. Tras un cruento asedio con decenas de miles de víctimas, Tokugawa era dueño y señor de Japón, completando así la obra que Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi dejaron inacabada. muyinteresante@televisa.cl 41


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La rebelión de Shimabara. Este levantamiento armado de campesinos japoneses fue una de las pocas revueltas importantes durante el relativamente pacífico shogunato Tokugawa.

Los últimos samuráis En tiempos de paz, la función de los bushi se desvanecía, y el Japón del siglo XVII se vio obligado a reubicar a esa noble clase guerrera que no encontraba su lugar si no era en el campo de batalla. La agonía de los samuráis fue lenta y su fin llegó en 1877.

Superávit guerrero Nadie se explicaba cómo esta masa de insurgentes sin adiestramiento previo había logrado poner en jaque a los entrenados samuráis del ejército del shogún. La rebelión de Shimabara dio la alerta.Tras siglos de endémicas guerras civiles, el país, bajo la férrea autoridad de los Tokugawa, había iniciado un lento pero irreversible proceso de desmilitarización. La decadencia

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Los samuráis se transformaron en una clase culta y los daimios se convirtieron en mecenas del arte. de los samuráis había comenzado. En la primera mitad del siglo XVII imperaba ya un sistema de clases extremadamente rígido, que dividía a la sociedad en tres estamentos fundamentales: los campesinos, los comerciantes y los samuráis. La vieja aristocracia guerrera no constituía más de un 7% de la población japonesa, pero aun así el número de samuráis era insostenible. El bakuhan Tokugawa era un gobierno de bases militares en tiempos de paz, y los samuráis no más que un anacronismo muy costoso que sobrepasaba las necesidades de la nueva administración. Japón había pasado de albergar un número ilimitado de ejércitos, tantos como señores de la guerra, a tener unas únicas fuerzas armadas, un ejército estatal, dependientes de un poder central hegemónico que se cuidaba mucho de dar alas a los viejos daimios. Mientras la amenaza militar fue un factor decisivo en las relaciones de poder del Japón feudal, los bushi fueron protagonistas absolutos de la vida política y social del país, pero en tiempos de paz era preciso idear mecanismos que siguieran justificando el estatus privilegiado de los bushi, cuyas funciones militares se vieron drásticamente reducidas en favor de tareas burocráticas. Así, los samuráis se presentaron ante la sociedad, respaldados en las doctrinas neoconfucianas de Kumazawa Banzan o Yamaga Soko, como un referente social a través del ejercicio de un liderazgo moral que era, en realidad, una coartada para preservar sus prebendas.

FOTOS: AKIZUKI KYODOKAN

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hogados por los impuestos y condenados a una hambruna casi perpetua, los campesinos de la península de Shimabara habían llegado al límite de su paciencia contra las arbitrariedades del daimio local, Matsukura Shigeharu. Corría el año 1637, siendo shogún Tokugawa Iemitsu en un Japón en el que volvían a sonar tambores de guerra tras dos décadas de paz y estabilidad. Liderados por un puñado de ronin, los campesinos se armaron hasta los dientes para defender sus derechos, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia de los oprimidos. Matsukura era un tipo sin escrúpulos, un explotador, aficionado a vejar y humillar a sus campesinos, pero los granjeros de Shimabara habían dicho basta. Se hicieron fuertes en el castillo de Hara y encontraron combustible ideológico y espiritual en el cristianismo. Hasta 37.000 personas se sumaron a la rebelión de Shimabara, que se convirtió en un formidable dolor de cabeza para el shogunato, el cual hubo de sudar sangre para sofocar el levantamiento. Gracias fundamentalmente a los cañones portugueses,vencieron las últimas resistencias el 12 de abril de 1638.


VIII. EL OCASO DE LA ARISTOCRACIA GUERRERA

y disciplina corresponde a este periodo en el que los samuráis pasaban casi todo su tiempo desempeñando labores administrativas en el castillo del daimio o, en el mejor de los casos, en un dojo practicando artes marciales con espadas de madera. La agonía fue lenta, pero llegó al clímax en 1869 con la caída del shogunato y la Restauración Meiji. Toda traza del Japón feudal fue barrida por el nuevo emperador Meiji, que decretó la abolición de la clase guerrera, ofreciendo una compensación económica a los bushi que les permitiera convertirse en comerciantes o empresarios. En 1876 se estableció que solo los miembros de las nuevas fuerzas armadas podían llevar espada. Fue la puntilla final; sin embargo, algunos se resistieron a reconocer la disposición y a renunciar a sus privilegios.

Especie extinguida Acribillados por la metralla. La batalla de Shiroyama (en la ilustración) fue la contienda final del conflicto generado por la rebelión Satsuma liderada por Saigo Takamori, herido de muerte en 1877.

Eliminación de privilegios Con tanto tiempo libre, los samuráis se transformaron en una clase culta y los daimios se convirtieron en mecenas de las artes, promoviendo la instalación en sus castillos de preciosos jardines con casas de té y escenarios donde se representaban con frecuencia funciones de teatro No. Pero hacia fines del siglo XVII la situación financiera de muchos samuráis era muy apurada. Los nuevos ricos en el Japón Tokugawa eran los comerciantes, y con frecuencia los empobrecidos samuráis acudían a ellos en busca de préstamos para hacer frente a sus necesidades más básicas. El daisho (las dos espadas características de la clase de los samuráis) era ya, de hecho, poco más que un símbolo en un tiempo en el que las habilidades marciales de esta aristocracia guerrera venida a menos estaban ya oxidadas. La sistematización del bushido (el camino del guerrero) en torno a todos esos valores neoconfucianos de abnegación, lealtad ciega, austeridad

En 1877 Saigo Takamori, un samurái leal a la causa imperial que había colaborado activamente en la eliminación del shogunato, canalizó la indignación de los samuráis protagonizando una sonada revuelta (en la que se inspira muy libremente la película El último samurái) en su Satsuma natal, donde movilizó a un ejército de 15.000 hombres, la mayoría jóvenes samuráis que no tenían un lugar en el Japón que estaba emergiendo. Considerando humillantes e inaceptables las disposiciones del nuevo régimen con respecto a la clase samurái, Takamori se hizo fuerte en Kagoshima, derrotando al ejército imperial que acudió a sofocar la revuelta en Kumamoto. Pero la llegada de nuevos refuerzos, pertrechados con armas de fuego, convirtió la rebelión de Satsuma en una causa perdida. En inferioridad numérica, mermado por sucesivas derrotas, Takamori y los suyos presentaron batalla por última vez el 24 de septiembre de 1877 en Shiroyama. El ejército fue aplastado y Takamori, herido por el impacto de una bala, murió a manos de uno de sus leales seguidores, que lo privó de la humillación de caer en manos del enemigo. Fue el final de una época. Los samuráis eran, definitivamente, una especie extinguida.

El vigor del código samurái en el siglo XX a casta samurái fue desmantelada en los primeros años de la Restauración Meiji, y aunque algunos decidieron resistir hasta la última gota de sangre, la mayoría de los miembros del estamento bushi se acomodó encontrando un espacio en la nueva sociedad como burócratas, profesores, periodistas, escritores y exitosos hombres de negocios. Muchos de ellos triunfaron en el mundo de la banca y de la industria, fundando empresas tan icónicas como Mitsubishi. Vigente en tiempos de guerra. Los ideales del bushido permanecieron muy vivos, embellecidos por una visión romántica de la ética del samurái que dio una coartada ideológica al agresivo militarismo nacionalista del nuevo régimen en la guerra sino-japonesa, también conocida como chino-japonesa, (1894-1895) o en la guerra ruso-japonesa (1904-1905). El bushido se convirtió en elemento esencial de la propaganda imperial y en doctrina central del nuevo espíritu nacional, y siguió vivo hasta la Segunda Guerra Mundial, inflamando el nacionalismo y el belicismo expansivo de las fuerzas armadas. La catana siguió siendo un atributo habitual durante el conflicto entre los oficiales nipones y la filosofía del bushido fue una de las coartadas ideológicas tras las misiones suicidas de los kamikazes o tras la despiadada actitud de Japón hacia los prisioneros enemigos que se rendían.

FOTOS: KAGOSHIMA MUSEUM; NATIONAL ARCHIVES

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En 1945 se efectuaron dos ataques suicidas (en la foto) por pilotos de una unidad de la Armada Imperial japonesa contra la flota de los aliados. muyinteresante@televisa.cl 43


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La vida cotidiana en la capital del shogunato

El ‘mundo flotante’

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A partir de 1600, con el inicio de la era del shogún Tokugawa Ieyasu, la actual Tokio se convirtió en el centro neurálgico de Japón, y en la sede de un mundo de sexo, arte y refinamiento. Por Fernando Cohnen

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ras el fallecimiento del poderoso dictador militar Toyotomi Hideyoshi, los señores feudales japoneses se enfrentaron en una lucha sin cuartel para dominar el gobierno de la nación. En 1600 cada facción envió a sus mejores guerreros a la batalla de Sekigahara, cuyo desenlace iba a decidir el destino del país. Cerca de 100.000 samuráis participaron en una lucha violentísima que duró tres interminables días. Los vencedores fueron los samuráis comandados por Tokugawa Ieyasu, quien se hizo con el poder e inició el shogunato de Tokugawa. Para evitar posibles sublevaciones, el nuevo shogún impuso un sistema de servidumbre llamado sankin kotai, según el cual los señores feudales (daimios) tenían la obligación de residir un año en sus feudos y el siguiente en Edo (actual Tokio), dejando a algunos familiares como rehenes en la nueva sede del régimen militar. Esta medida debilitó a los daimios, quienes tuvieron que desembolsar enormes cantidades de dinero para sus desplazamientos y los de sus numerosos séquitos, que en algunos casos se componían de 3.000 y hasta 5.000 personas. El sankin kotai tuvo también consecuencias económicas positivas. La medida del shogunato de mejorar los principales caminos que recorrían Japón para facilitar los traslados temporales de los señores feudales a la capital reactivó el intercambio de bienes y personas. El camino del Tokaido, que unía Edo con Kioto, se llenó de legiones humanas que lo recorrían a pie, a caballo o en palanquines. Aunque Kioto siguió siendo la sede de la corte imperial, Edo se convirtió en la ciudad de mayor tamaño y en el centro

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neurálgico del régimen militar o shogunato, también llamado bakufu. En los dos siglos y medio que duró la era Tokugawa, Japón disfrutó de una estabilidad política sin precedentes que a la larga facilitó el progreso económico del país.

Samuráis ociosos Sin enemigos a la vista, el shogún tuvo que buscar ocupación a cientos de miles de guerreros, cuyo mantenimiento supuso un gasto enorme para las arcas del régimen. Sin apenas oportunidad de mostrar su destreza con la espada, los samuráis de menor rango comenzaron a frecuentar los burdeles y las casas de té de Edo, Kioto y Osaka. Algunos intelectuales del siglo XVII criticaron la actitud de aquellos guerreros, muchos de los cuales mostraban evidentes síntomas de decadencia económica y moral. Los samuráis que podían permitírselo frecuentaban a las cortesanas más caras, llamadas oiran, o a las maikos, aprendices de geisha, mujeres que eran educadas en las artes de la música, la danza y la poesía para deleite de los clientes más refinados. Los samuráis menos favorecidos se conformaban con las prostitutas más baratas. Tras completar la unificación del país, Tokugawa Ieyasu organizó la pirámide social japonesa. La clase superior la constituían los samuráis que eran jefes de un daimio con posesiones feudales. Tras ellos se situaban los samuráis que tenían relación directa con el shogún, siendo los más ricos los que ocuparon puestos de consejeros o maestros de ceremonias. En un nivel inferior aparecían los samuráis que ejercían sus labores militares y que habían perdido sus tierras y las rentas que generaban.

Pirámide social de castas La segunda clase social la componían los campesinos, que tenían prohibido abandonar sus tierras. A continuación se encontraban los artesanos y finalmente los mercaderes, quienes, según la tradicional interpretación confuciana, se encargaban de los “sucios negocios monetarios”. Por encima de aquella pirámide social se situaban los nobles y los miembros de la familia imperial, a los que a pesar de su alto rango les estaba vetado el poder ejecutivo. Pero este sistema de castas no coincidía con el verdadero nivel adquisitivo de las distintas clases sociales. De hecho, los

FOTO: MUSEUM OF FINE ARTS, BOSTON

de


Capital del placer. El grabado muestra el bullicio nocturno en Edo (la actual Tokio). El shogún obligó a los señores feudales a residir en ella por temporadas, lo que la hizo florecer.

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artesanos y los comerciantes cuyas empresas marchaban bien eran mucho más ricos que un samurái de bajo nivel. La separación de guerreros y campesinos en dos clases diferenciadas empobreció a los samuráis, que ya no tenían tierras de las cuales vivir. Los de mayor rango social, los señores feudales con grandes terrenos, debían mantener a sus vasallos y gastar fortunas en sus obligados viajes a Edo, lo que a la larga los arruinó. En sus momentos de mayor gloria, los samuráis habían encontrado en el budismo zen la expresión espiritual de su estricto código de conducta, el bushido (“el camino del guerrero”). Además de incluir el suicidio ritual (seppuku o harakiri) como prueba de honor, el bushido imprimía valores que hicieron de los samuráis autoridades no solo militares, sino también morales y filosóficas.

El viaje por el Tokaido

Grabado en madera de Utagawa Hiroshige, el número 38 de la serie Las 53 estaciones del Tokaido (1833-1834), que muestra la llegada a Kioto por un puente.

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En la casa de té. Estos establecimientos eran más refinados que los burdeles y posadas, pero en ellos también se entablaban relaciones con cortesanas y doncellas. En la imagen, un grabado en madera del género ukiyo-e que lo ilustra, obra del artista del siglo XVIII Kitagawa Utamaro.

Un universo de placer Cuando llegaron las dificultades económicas en 1600, aquellos rígidos guerreros comenzaron a comportarse de manera inapropiada. Como reacción a su declive, un samurái llamado Yamamoto Tsunetomo publicó en 1716 una obra titulada Hagakure, que trató de renovar el código del bushido resaltando los elementos marciales de unos guerreros cuyo mundo de luchas se había desvanecido con la paz impuesta por Tokugawa Ieyasu. Aquellas reglas quedaron en nada a mediados del siglo XVIII, cuando la crisis económica, la devaluación de la moneda y la disminución de la paga pusieron a los samuráis todavía más contra la pared. Muchos de ellos prefirieron renunciar a su rango para poder trabajar como artesanos o ganarse la vida como comerciantes. La rígida política impuesta por el régimen dictatorial del shogún, influida por preceptos confucianos que legitimaban el estricto orden social, provocó la reacción de la gente, que buscó una vía de escape a la presión a la que se veía sometida. La progresiva implantación de la imprenta contribuyó a elevar la tasa de alfabetización en Japón, lo que posibilitó el surgimiento de una clase burguesa que quería disfrutar con la nueva narrativa, el teatro, la pintura, las luchas de sumo o la ceremonia del té. Al mismo tiempo, los comerciantes prosperaron tanto que fueron ellos los que financiaron las actividades que se llevaban a cabo en el denominado “mundo flotante” (ukiyo), concepto que evocaba un universo imaginario de extravagancia, elegancia e ingenio en el que primaban la diversión, el hedonismo y la transgresión. Ese espacio imaginado, donde las distinciones de clase se diluían, quedó perfectamente reflejado en los grabados en madera ukiyo-e, cuya temática abordaba aspectos de la vida cotidiana japonesa, como paisajes famosos, actores, cortesanas, geishas y samuráis. El mundo flotante floreció en los barrios de placer de las ciudades y en los populares teatros de kabuki.

FOTOS: BRITISH MUSEUM; CHRISTIE’S IMAGES/ 1000 MUSEUMS

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sta ruta que conectaba a las ciudades de Edo (la actual Tokio) y Kioto fue la más transitada de Japón durante el régimen Tokugawa y la que utilizaron muchos señores feudales y sus séquitos en sus obligados viajes bianuales a la capital política del shogunato. A lo largo del camino se dispusieron 53 estaciones y diversos controles de policía, en los que los viajeros debían presentar sus permisos de tránsito. El famoso artista Utagawa Hiroshige, uno de los máximos representantes de los grabados en madera ukiyo-e, dibujó con maestría cada una de las 53 estaciones de descanso del Tokaido. Otros artistas, escritores y poetas de la época Edo viajaron por aquella carretera y narraron sus experiencias. El pueblo llano quedó tan fascinado con el camino del Tokaido que pronto floreció una forma de turismo virtual a través de libros, guías y numerosos grabados ukiyo-e. Los lectores consumían con avidez los relatos del escritor Ikku Jippensha, que en 1802 se editaron por entregas. El autor narra en ellos las aventuras de dos sinvergüenzas muy divertidos, Yajirobe y Kitahachi, en su enloquecido viaje a lo largo del Tokaido. Esta sátira fue un auténtico best seller tanto entre los lectores de su época como para los de las generaciones posteriores. Jippensha describe con meticulosidad el frívolo mundo de las posadas, de las chicas que trabajan en ellas, de los samuráis, de los músicos itinerantes y de los señores feudales, así como el ambiente disparatado de las compañías de teatro kabuki que viajaban por aquel legendario camino.


Escándalo teatral El dramaturgo Chikamatsu popularizó este género teatral con 160 obras, de las que muchas relataban los conflictos entre el deber y el amor. Los orígenes del teatro kabuki hay que buscarlos en 1603, cuando una maiko del santuario de Izumo ideó un nuevo estilo de danza en el que las bailarinas interpretaban los papeles masculinos y femeninos recreando situaciones cómicas de la vida cotidiana. Las representaciones se hicieron tan populares que pronto surgieron otros grupos similares. Aquella conjunción de danzas y teatro dio lugar al kabuki, cuyas actrices también se dedicaban a la prostitución. Sus contenidos fueron virando hacia una vertiente cada vez más burlesca y escandalosa, lo que hizo reaccionar al shogunato, que en 1629 ordenó la expulsión de las mujeres de la escena teatral, obligando a los promotores de kabuki a contratar actores jóvenes para representar tanto los papeles masculinos como los femeninos. Pero la prostitución y los escándalos asociados a este teatro no desaparecieron. A partir de entonces fueron los actores los que ofrecieron servicios sexuales tras las representaciones. Dos décadas después de la expulsión de las mujeres, el shogunato prohibió a los jóvenes subirse a los escenarios y ordenó que los actores fueran hombres maduros, y fue así como este género teatral se volvió un espectáculo más sofisticado llamado yaro kabuki. El maestro de la ficción en prosa que mejor describió el mundo flotante fue Ihara Saikaku, quien empezó su carrera como poeta y la culminó con una docena de novelas eróticas en tono de humor. En una de ellas, titulada El hombre que pasó su vida enamorado, el protagonista llega a los 60 años tras haber seducido a 3.743 mujeres.

FOTO: EDO TOKYO MUSEUM; GETTY IMAGES; EFE/ ZUMA PRESS

Cortesanas para todos los bolsillos En otro libro, Vida de una mujer amorosa, el escritor se preg unta: “¿En qué lugar, si no en la capital, hay mujeres de hermosura tan imponente como la montaña Higashi cuando f lorecen los cerezos en ella? Para quien ha visto a las cortesanas de Shimabara [el barrio de placer de Kioto], observando cómo destacan entre mil, y ha gastado 200 nyos en alguna de ellas, ni las hojas de arce, ni la Luna ni las mujeres de su tierra cuentan ya en lo sucesivo”. Uno de los barrios de placer más famosos fue el de Yoshiwara, creado en Edo por orden del shogunato en 1617. El objetivo del régimen era restringir la prostitución a áreas delimitadas para controlarla, pero estos planes se fueron al traste en poco tiempo. Los barrios de placer se pusieron de moda y dieron lugar a una cultura urbana llena de vida. El shogunato, que se distinguía por su carácter paternalista, intentó por todos los medios que la mujer quedara relegada al plano familiar y doméstico, tal y como proclamaba el confucianismo. Pero para desgracia del régi-

El camino del guerrero. Eso significa bushido, el código de conducta de los samuráis, que se fue relajando en esta era. En una fecha tan tardía como la de esta foto, 1880, el seppuku o suicidio ritual se seguía practicando.

En la pirámide social nipona, la casta de los samuráis estaba por encima de campesinos y mercaderes, aunque muchos de estos eran más ricos. men militar, la vida en Yoshiwara comenzó a desarrollarse en torno a las mujeres, algunas de las cuales contribuyeron al florecimiento de los negocios relacionados con el sexo y el placer. Interminables legiones de clientes acudían a esos paraísos de disipación, deseosos de evadirse del estricto orden social que trataban de imponer las autoridades. El enorme distrito del placer de Edo llegó a contar con más de 3.000 prostitutas, quienes tenían prohibido salir fuera de los muros que lo delimitaban. Las cortesanas de rango medio debían exponerse a la mirada lasciva de los potenciales clientes en cubícu-

Kabuki, de lo popular a lo exquisito. Esta mezcla de danza y teatro (abajo, en un grabado de U. Hiroshige) empezó siendo procaz y escandalosa, pero tras prohibirse la participación en ella de las mujeres y de los hombres jóvenes se volvió un arte refinado.

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talentosas, eran las tayu, quienes solo ofrecían sus favores a los señores feudales y a los comerciantes más acaudalados. Ni las tayu ni las oiran mostraban nunca sus estados de ánimo, manteniendo la misma expresión facial afable y discreta. Es probable que esa sea la razón por la que el erotismo japonés ha parecido siempre tan frío a los ojos de los occidentales.

Entre lo bufo y lo fantástico

A través de las rejas. Las cortesanas de rango medio o bajo del barrio de Yoshiwara se exponían en cubículos enrejados a las miradas lascivas de los clientes, como puede verse en este grabado en madera, del siglo XIX, que muestra una escena nocturna cotidiana en el “mundo flotante”.

los enrejados. Para evitar cualquier conato de violencia, los samuráis que accedían a Yoshiwara tenían que dejar sus armas en la entrada del recinto amurallado. En su interior, los clientes podían encontrar numerosos salones de té, tiendas, tabernas y más de un centenar de burdeles que ofrecían los servicios de distintos tipos de meretrices. Las de menor nivel estaban al alcance de los bolsillos menos acaudalados y se situaban en las plantas bajas de los establecimientos o junto a los fosos que rodeaban el distrito, aunque hacía falta mucho dinero para acceder a las oiran, las cortesanas más instruidas. Las más refinadas, más bellas y

El espíritu burlesco y transgresor de la sociedad japonesa en la era Tokugawa animó a un conocido poeta a idear una broma pesada a sus familiares: dejó todo dispuesto para que a su muerte un amigo íntimo escondiera en su mortaja fuegos artificiales. Así que cuando quemaron su cuerpo, los asistentes al sepelio huyeron despavoridos ante el sorpresivo espectáculo pirotécnico. Ese ambiente pecaminoso y grotesco quedó presente en algunos grabados de madera ukiyo-e, sobre todo en los del artista Toshusai Sharaku. La feroz sátira iba dirigida al budismo y al sistema confuciano heredado de China, cuya seriedad y gravedad eran un lastre para los japoneses de mediados del siglo XVIII y del XIX, tan rebosantes de vida y tan amantes de burdeles, teatros y tabernas. A través de lo bufo y lo ridículo, los japoneses se despojaron de la rigidez y el pesimismo que destilaban las tradiciones religiosas. Los grabados ukiyo-e, despreciados por la altanera aristocracia,

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n sus orígenes, las geishas eran en realidad hombres que bailaban y cantaban para entretener a los clientes que acudían a los burdeles. La primera mujer geisha documentada se remonta a 1750, cuando una cortesana llamada Kikuya se impuso ese distintivo. A partir de entonces muchas otras cortesanas tayu se hicieron llamar geishas, aunque no lo eran. Con el tiempo los clientes comenzaron a quejarse del alto precio que tenían estas meretrices y de los variados rituales que debían soportar antes de consumar el acto sexual. Aquel descontento hizo que la demanda fluyera hacia las prostitutas más baratas, quedando casi desierto el rango de cortesanas refinadas. Pero los clientes de mayor poder adquisitivo rechazaron a esas mujeres sin ingenio ni habilidades artísticas; fue el momento que aprovecharon las geishas para hacer su entrada triunfal en un mercado muy restringido. Su gran instrucción en música, caligrafía y oratoria colmaba los deseos de los hombres más sofisticados. Al poder trabajar fuera de los barrios de placer, los dueños de los burdeles exigieron que fueran sometidas a fuertes controles. Si alguna geisha era sorprendida manteniendo relaciones con un cliente, podía ser suspendida del empleo por un tiempo. Pero el intento de controlarlas fracasó por completo. Las geishas se pusieron de moda y evolucionaron hacia un modelo de mujer todavía más refinado. A fines del siglo XIX las cortesanas tayu habían desaparecido y las geishas, tal y como se les conoce actualmente, se extendieron por todo Japón.

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Una joven geisha fotografiada hacia el año 1880 en Tokio.

FOTOS: OTA MEMORIAL MUSEUM OF ART/ TOKYO; TOM BURNETT COLLECTION/ KANAMARU, CONCERTINA ALBUM C.1875

El poderoso influjo de las geishas


FOTOS: GETTY IMAGES; EFE/ ZUMA PRESS

La era de los samuráis, y con ella el concepto del mundo lotante o ukiyo, llegó a su in como tal en 1868, tras la apertura al mundo occidental. fueron el engranaje a través del cual el arte llegó a la gente de la calle. Los admiradores de esos grabados reverenciaban a sus creadores, unos artistas superlativos cuyos dibujos reflejaban con precisión la vida sensual del mundo flotante. Algunos de esos artistas recogieron las leyendas que florecieron en los años dorados de la dinastía Tokugawa, como la creencia de que en Yoshiwara existían algunas prostitutas de lujo que en realidad eran temibles criaturas felinas: se les llamaba bakendo. La leyenda tenía variantes, pero la historia fundamental giraba en torno a la experiencia amorosa de un joven Como auténticas emperatrices. También en samurái y una mujerzuela que a mila prostitución había clases: en lo más alto estaban las tayu y las oiran (una de ellas, con sus doncellas), tad de la noche se convertía en una instruidas en la música, la poesía y la caligrafía. mujer con cabeza de gato. Otras variaciones más truculentas de la historia hacían referencia al canibalismo de las bakendo, pasó a ser la figura principal y símbolo de unidad de Japón. Tras dos siglos y medio de que devoraban a sus clientes tras haber hecho el amor con ellos. Los más morbosos y crédulos estaban dispuestos a pagar ver- reclusión en Kioto, el Mikado volvió a reinar en el país del Sol naciente. Aunque la restaudaderas fortunas para pasar una noche loca con una supuesta ración imperial terminó con el estilo de vida mujer felina. Aquel interés dio lugar a que algunas cortesanas de los samuráis, algunos se convirtieron en adoptaran un cierto estilo bakendo, adornando sus cubículos de figuras relevantes del nuevo gobierno. Si en placer con gatos y maquillándose el rostro con rasgos felinos. 1970 sus herederos ocupaban el 21% de los El fin de una larga era cargos directivos del país, hoy día su espíAjenos a la bulla y al desenfreno que imperaban en los ba- ritu sigue vivo en los ámbitos financieros y rrios de placer, la anquilosada corte del emperador japonés y el políticos de Japón. poderoso shogunato se estremecieron en 1853 cuando el comodoro estadounidense Matthew C. Perry atracó en la bahía de Tokio con cuatro buques de guerra. Se negó a levar anclas si antes no entregaba al shogún una carta del presidente de Estados Unidos en la que reivindicaba el derecho de su país a aprovisionarse y comerciar con Japón. Debilitado por tensiones internas, el shogún no tuvo más remedio que acceder. La inesperada visita de los buques estadounidenses no solo fue el comienzo de la apertura de Japón a Occidente, sino también el principio del fin de un poder feudal incapaz de asumir la modernidad que precisaba el país. Tras más de doscientos cincuenta años de dictadura militar, el shogunato Tokugawa llegó a su fin en 1868. A partir de entonces el joven emperador Meiji

Maestro del erotismo. Ihara Saikaku (1642-1693) empezó siendo poeta, pero su fama se debe a una docena de audaces novelas que publicó hacia el final de su carrera. Abajo, su estatua.

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Sekigahara, 1600

La gran

Un número de tropas nunca visto. De 80.000 a 108.000 soldados de Mitsunari contra 70.000-104.000 de Tokugawa: esa es la actual estimación de fuerzas en la batalla de Sekigahara, recreada en este biombo.

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FOTO: COLLECTION OF THE CITY OF GIFU MUSEUM OF HISTORY

batalla


Fue el hecho de armas que cambió a Japón para siempre, por la magnitud del combate y porque el vencedor, Ieyasu, concentró todo el poder. Sucedió junto a la aldea de Sekigahara el 21 de octubre de 1600. Por Enrique F. Sicilia Cardona

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a guerra por la supremacía entre clanes era una costumbre en el Japón del periodo Sengoku (1467-1568). Desde finales del siglo XV los más importantes señores feudales o daimios habían intentado imponer su voluntad al resto de sus compañeros de casta samurái. Tras innumerables campañas, asedios y combates, solo los unificadores Oda Nobunaga y, en mayor medida, Toyotomi Hideyoshi (1537-1598), habían conseguido la estabilidad política en sus personas. A la muerte de este último la situación amenazaba con volverse de nuevo peligrosa, pues su hijo Hideyori no podía gobernar por sí solo al tener apenas cinco años de edad.

Para ayudarlo con esta complicada tarea se designó a cinco regentes en el llamado Consejo de los Cinco Ancianos, entre los que estaba el prestigioso Tokugawa Ieyasu (1543-1616), el más poderoso de los samuráis y antiguo rival de Toyotomi.

Dos bandos Fue en este tiempo cuando se perfilaron los dos bandos enfrentados, entre los partidarios del joven heredero Hideyori y los de Tokugawa. Los clanes más importantes que apoyaban al primero estaban concentrados en la parte oeste u occidental del archipiélago japonés, y los segundos se encontraban, la mayoría, situados en el este. Reuniones, cartas, sobornos y secretos se sucedían entre unos y otros, en un clima de inestabilidad general. En 1599 hubo varios complots para matar a Tokugawa, pero fueron descubiertos a tiempo. El instigador de ellos, Ishida Mitsunari (15601600), era un san-bugyo o comisionado administrativo que había destacado como subordinado de Toyotomi y ahora profesaba una lealtad absoluta hacia el pequeño Hideyori. Una vez descubierto, escapó vestido de mujer en un palanquín –silla o litera de transporte que se lleva en andas– y se presentó ante el propio Tokugawa para pedirle clemencia, y con este acto de valentía salvó su vida. Tokugawa no lo consideraba aún tan peligroso y sabía que tampoco contaba con el beneplácito de otras prominentes figuras samuráis del oeste. Después, con el gran enfrentamiento civil ya comenzado, confesaría a sus allegados que tal vez se había equivocado al perdonarle la vida. muyinteresante@televisa.cl 51


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ÁIS GUERREROS INVENCIBLES

za. Pidió la colaboración de todos los clanes para su expedición punitiva contra Uesugi y, taimado como era, decidió encaminarse a su propio feudo en Edo –la actual Tokio– para controlar mejor las operaciones. Mientras se dirigía hacia allá, todavía tuvo tiempo de visitar en el castillo de Osaka a Hideyori y recibir de sus partidarios numerosos regalos. En tanto, tras su partida a finales de julio, Mitsunari tomó definitivamente las riendas del oeste y comenzó a preparar sus fuerzas para el enfrentamiento decisivo contra los clanes del este.

Los ejércitos samuráis

De la derrota a la gran victoria Tokugawa Ieyasu es representado en este grabado tras su fracaso en la batalla de Mikatagahara (1573). Se resarció en Sekigahara, fue nombrado shogún y su dinastía dominó Japón durante dos siglos.

El desafío de Uesugi A inicios de 1600, la excelente red de espías de Tokugawa le avisó de ciertos movimientos ofensivos en la región norteña de Tohoku en la isla de Honshu –la mayor de Japón y donde hoy se asientan sus principales ciudades– por parte de Uesugi Kagekatsu, otro de los cinco regentes. Su intención era construir un nuevo castillo muy cercano a los dominios de Tokugawa; ese desafío a su posición era una situación que no podía permitir. En mayo le escribió una carta para que reconsiderara la decisión y un mes después le llegó la contestación de Uesugi diciéndole que seguiría adelante con su proyecto. A Tokugawa no le quedaba más remedio que imponer sus razones por la fuer-

Los ejércitos japoneses de las décadas finales del siglo XVI estaban compuestos por dos tipos de combatientes: los samuráis y los ashigaru. Los primeros eran los amos de la estructura piramidal de la sociedad japonesa. Originariamente habían sido una clase de servidores y luego guerreros llamados mononofu. Su paso al frente se había producido durante la llamada Guerra Genpei (1180-1185) y, desde que repelieran las invasiones mongolas de Kublai Khan en el siglo XIII, su ascendente no había hecho más que crecer. En el periodo que nos ocupa eran la clase dirigente y su vida estaba consagrada a la guerra. Ataviados con armaduras de placas de metal lacado, portaban como armamento principal dos espadas ligeramente curvadas, la catana y una más corta llamada wakizashi; cuando iban a caballo, solían llevar una lanza larga (yari). En su marcial idiosincrasia entraban en juego diferentes influencias que podríamos rastrear en la divinizada historia de Japón, en el budismo zen y en la defensa de un código moral sustentado en el ichibun (conducta destinada a mantener el honor). Si bien los samuráis eran la élite del ejército en campaña, la espina dorsal del mismo estaba configurada por los más numerosos ashigaru, versátil infantería de clase baja que dominaba los campos de batalla desde la aparición de las armas de fuego portátiles (ver recuadro). Su importancia táctica estaba asentada desde la batalla de Nagashino (1575), en la que la elitista ca-

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n 1543 comerciantes portugueses llegaron arrastrados por una tormenta a la isla japonesa de Tanegashima y enseñaron unos arcabuces de probable influencia hindú al daimio local, el cual quedó asombrado por esos artefactos que aquellos nanbanjin o bárbaros del Sur (así los llamaban) manejaban. Este encuentro propició que en las décadas siguientes hubiera una aceleración armamentística en todo el Japón: a fines del siglo XVI el teppo o arcabuz japonés ya era, en manos de los ashigaru, la herramienta más letal en batallas y asedios. Era un arma larga y portátil de antecarga y llave de mecha, con caja de carrillera, doble mira para apuntar, una longitud aproximada de

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90-135 cm y un peso estimado entre 2,7 y 3,5 kg, según las regiones donde se construyera. Su alcance máximo rondaba los 500 metros, aunque su precisión aumentaba a 50 metros y era letal para cualquier armadura a 30 metros o menos. La bala esférica de plomo tenía normalmente un peso de 10 monme (1 monme equivalía a 3,75 gramos) y un diámetro de 18,3 mm, y solía estar dentro de los hayago o recipientes tubulares con taco y pólvora negra que facilitaban la carga rápida del arma. A tiros en Sekigahara. El proceso de un disparo organizado por la voz de un oficial podía durar unos 45 segundos; en caso de actuar por sí solo, un tirador avezado podía cargar y disparar cada 30 segundos

Arcabuces del siglo XVI en la armería del castillo de Himeji. En manos de los ashigaru, se convirtieron en la herramienta más letal en batallas y asedios.

o menos. En Sekigahara hubo auténticas concentraciones de tiradores en ambos bandos (unos 25.000 en total) y el propio Mitsunari, como curiosidad, llegó a utilizar cinco pequeños cañones de campaña desde su puesto de mando.

FOTOS: GETTY IMAGES; TOKUGAWA ART MUSEUM PROJECT; HIMEJI CASTLE/ ALISDAIR MCDIARMID

Novedosas armas de fuego


ballería samurái del clan Takeda sufrió una derrota decisiva a manos de las fuerzas combinadas de Oda y Tokugawa, propiciada en parte por las estacadas de bambú y los certeros disparos de sus ashigaru. Aparte de esas unidades especializadas de arcabuceros, solían estar organizados en grandes grupos de lanceros armados con yari y en otras pequeñas unidades de arqueros. Por último, no debemos olvidar que, acompañando a samuráis y ashigaru, iban los auxiliares no combatientes (portadores, mozos, cocineros, monjes, comerciantes, etc.), que con frecuencia superaban en número a los otros dos grupos juntos. Por ejemplo, en la expedición japonesa a Corea de 1592, una de las agrupaciones que participaron en la invasión contaba con 10.000 hombres, de los cuales sólo 600 eran samuráis, 3.600 ashigaru y 5.800 auxiliares. Durante el año 1600, el destino de los clanes samuráis se disputaría en varias zonas geográficas del archipiélago, aunque el foco de las operaciones estuvo situado en poblaciones y castillos cercanos al lago Biwa, el más grande de Japón, en la región central de Kinki. Para comprender mejor esta campaña, debemos fijarnos en las comunicaciones existentes entre las dos cardinales bases enemigas, ubicadas en la zona de Osaka-Kioto (las fuerzas de Mitsunari) y en Edo (las de Tokugawa).

La campaña de 1600

complejo camino del interior. Por último, él mismo se movería más tarde por la costa con sus tropas personales hacia Kiyosu-Ogaki para, todos juntos, decidir la campaña. Esta estrategia con líneas de operaciones dobles tampoco fue la mejor, pues dejaba a su hijo con excesivas fuerzas, a cientos de kilómetros de la costa y con una completa autonomía. Su rival Mitsunari se encontraba el 15 de septiembre en su base avanzada del castillo de Ogaki y estaba en una inmejorable situación para tomar ventaja dirigiendo un ataque hacia Kiyosu. En lugar de eso, fueron las tropas rivales de Fukushima e Ikeda las que se adelantaron y conquistaron sucesivamente los castillos de Takegahana y Gifu, tras una serie de combates con superioridad de fuerzas entre el 28 y el 30 de septiembre. A conti-

Las armas del samurái. Además de sus características armaduras de placas de metal lacado, estos guerreros portaban dos tipos de espada: la catana, larga, y la wakizashi, más corta.

Entre ambas discurrían dos vías de comunicación vitales, el Nakasendo y el Tokaido. El primero atravesaba el interior montañoso, mientras que el segundo recorría la costa bañada por el Pacífico. Ambos trayectos tenían más de 500 km de longitud y en ellos se habían construido algunos de los castillos más significativos del Japón, cuya posesión otorgaría ventaja al bando que los controlara. Con ese objetivo en mente, las fuerzas del oeste partieron el 27 de agosto para conquistar el castillo de Fushimi, cercano a Kioto. Un día después le llegó el turno al de Tanabe, alejado en la costa del Mar del Japón. Esa estrategia divergente, que desperdigaba tropas en varios asedios simultáneos, no era la más adecuada desde el punto de vista militar: fue seguida por creer que Tokugawa estaría entretenido contra Uesugi y así les dejaría el tiempo suficiente para asentar su influencia en esa disputada zona central. El principal ejército del este, efectivamente, se había encaminado hacia esa amenaza norteña, pero cuando a Tokugawa le llegaron las noticias de la caída de Fushimi, a comienzos de septiembre, reevaluó su estrategia para enfrentarse a la principal amenaza que emanaba desde Osaka-Kioto. El 10 de septiembre regresó a Edo y allí decidió que una fuerza de vanguardia, al mando del capaz Fukushima, partiría por el Tokaido para controlar los castillos de Okazaki y Kiyosu y sería seguida, poco después, por otra fuerza dirigida por Ikeda para asegurar mejor Osaka-Kioto contra Edo. Las fuerzas de Hideyori se concentraban la ruta de la costa. A su hijo Hidetada le ordenó entre las dos primeras ciudades, y las de Tokugawa en Edo, la actual partir con decenas de miles de hombres por el Tokio. Aquí, una imagen del castillo de Osaka, en donde el segundo Nakasendo para que avanzara y abriera el más visitó al primero, entonces joven heredero, antes de enfrentarse a él.

FOTO: MUSEUM OF FINE ARTS/ KUNIYOSHI 47 RONIN, UTAGAWA KUNIYOSHI (1797-1861)

Si bien los samuráis eran la élite del ejército nipón, su espina dorsal la formaban los ashigaru, la infantería de clase baja.

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Hideaki, el traidor

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LIBRO La batalla de Sekigahara, 1600, Enrique F. Sicilia Cardona. HRM, 2014. En este libro, subtitulado “Armas de fuego y apogeo de los samuráis”, el autor de nuestro artículo despliega todos sus conocimientos sobre el Japón de la era Sengoku. g

nuación, empezaron también a construir en Akasaka un enorme campo fortificado o jinya, enfrente de Ogaki. La actuación de estos mandos del este estaba siendo muy eficaz y permitió luego que Tokugawa pudiera llegar sin adversidades al teatro decisivo. En las primeras semanas de octubre, el oeste seguía atascado en algunos asedios (Tanabe y Otsu), y ese retardo fue aprovechado por Tokugawa para alcanzar Akasaka el 20 de dicho mes, ante la sorpresa de Mitsunari y de todos los mandos occidentales, que no se esperaban tan pronto su presencia. Para Tokugawa todo estaba funcionando a las mil maravillas, salvo que las tropas de su hijo Hidetada no habían llegado todavía. La pregunta obvia era ¿dónde estaban?

Hacia la gran batalla final Hidetada, en su marcha personal por el Nakasendo, se había entretenido innecesariamente en tomar el castillo de Ueda, una acción en la que ya había fracasado su padre en el pasado. Los cuatro días que perdió en el infructuoso asedio –del 12 al 16 de octubre– eran la respuesta para

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esa tardanza. De todas maneras, Tokugawa se encontraba bastante confiado ante la inminente batalla, pues conocía las disensiones que existían en el bando contrario con el mando único de Mitsunari y, lo más importante, contaba con las ganadas lealtades de algunos de los principales jefes del oeste: durante meses les había enviado cientos de cartas para asegurarse de que, llegado el caso de un enfrentamiento armado, pondrían sus fuerzas de su lado para derrotar a Mitsunari y obtener recompensas posteriores en forma de feudos y castillos. Con Tokugawa levantando sus nobori (estandartes) a sus puertas, los líderes del oeste tuvieron un consejo de guerra para planear sus siguientes pasos. Era el 20 de octubre y corría el rumor de un posible ataque enemigo hacia Sawayama, el castillo personal de Mitsunari. Tras tensos momentos con opiniones encontradas, decidieron al final hacer una salida hacia el campamento enemigo de Akasaka para levantar la moral de las tropas. Este movimiento ofensivo provocó horas después un combate en las riberas del río Kuisegawa –que dividía en dos a los ejércitos enfrentados–, en el que la victoria fue para las tropas del oeste. Al atardecer de ese mismo día, Mitsunari ordenó salir a casi todas sus tropas hacia Sekigahara, una pequeña aldea cruzada por el Nakasendo que se encontraba en un cuello de botella natural, a unos 14 km de Ogaki. Perdida la iniciativa estratégica desde hacía días, Mitsunari esperaba al menos sorprender tácticamente a su rival. Un fuerte aguacero acompañó al ejército del oeste hacia las posiciones convenidas; una vez en el paso, comenzaron a mejorar las defensas –con zanjas y estacadas– y a desplegar sus tropas para la inminente batalla.

Siete horas de combate Al amanecer del 21 de octubre de 1600, las tropas del este, que habían seguido de madrugada a sus rivales, llegaron a Sekigahara y todavía pudieron ver entre la niebla las innumerables fogatas de sus enemigos: secaban sus armaduras y preparaban el desayuno con el habitual arroz cocido. Los estudios sobre la batalla estiman que las tropas reunidas por Mitsunari estarían entre los 80.000 y los 108.000 hombres, y las de Tokugawa, entre los 70.000 y los 104.000, números impresionantes que en Europa no se alcanzarían en las batallas campales sino hasta finales del siglo XVII. Los primeros embates frontales empezaron alrededor de las ocho de la mañana y continuaron sin interrup-

FOTOS: SAMURAI-ARCHIVES.COM; A HISTORY OF JAPAN FROM 1334–1615, STANFORD UNIVERSITY PRESS

obayakawa Hideaki nació en 1577 y era el quinto hijo de Kinoshita Iesada, cuñado de Toyotomi. Fue acogido luego por el daimio Kobayakawa Takakage, del cual tomó el nombre, sus tierras en la isla de Kyushu (obtenidas a su muerte en 1596 y cifradas en 336.000 koku, una unidad de volumen basada en el arroz y que expresaba el valor del suelo) y la influencia de pertenecer técnicamente al clan Mori. Toyotomi, quien lo tenía en gran estima, lo envió luego como comandante samurái a la segunda campaña de Corea (1597-1598). Mientras servía en ese puesto, su conducta fue duramente criticada en algunos informes enviados por Ishida Mitsunari, el cual también se encontraba en Corea como inspector de las fuerzas. Rehabilitado por Tokugawa. Eso hizo que cayera en desgracia y que Toyotomi le rebajara sus posesiones. Con el honor mancillado, Tokugawa intercedió por él y así pudo restaurar su anterior estatus de samurái. Estos hechos pueden explicar la decisiva traición a sus compañeros del oeste en Kobayakawa Hideaki (en un grabado coloreado) ha pasado a Sekigahara. Mitsunari, conocedor del la historia del Japón feudal como rencor que le tenía, quiso ganárselo al paradigma del traidor. inicio de la campaña de 1600 ofreciéndole el título de kampaku (asistente directo del emperador) y la tutela de Hideyori. En el asedio de Fushimi, sus tropas participaron activamente por la causa del oeste y eso pareció convencer a Mitsunari de su lealtad. En realidad, seguía en tratos secretos con Tokugawa y por carta le aseguró que en la batalla se pondría de su lado. Así fue y, tras su actuación en Sekigahara, tomó por asalto el castillo de Mitsunari en Sawayama, dos días después. Murió en 1602 con el impopular estigma de traidor.


25.000 tiradores La de Sekigahara fue la primera gran contienda nipona en la que las armas de fuego fueron decisivas, como ilustra este biombo decorado. Entre ambos bandos se emplearon 25.000 teppo, los arcabuces que habían llegado a Japón desde Portugal.

FOTOS: GETTY IMAGES; COLLECTION OF OSAKA MUSEUM OF HISTORY/ EDO-TOKYO MUSEUM

ción hasta las tres de la tarde, aproximadamente. En esas siete horas de porfiado combate hubo más de 30.000 bajas –muchas provocadas por la gran cantidad de armas de fuego presentes–, la mayoría en el derrotado bando de Mitsunari. La clave de la batalla se produjo alrededor del mediodía cuando las tropas de Hideaki (ver recuadro) tomaron finalmente partido por un alterado Tokugawa y atacaron por el flanco derecho a sus, hasta ese momento, compañeros de armas. Esta decisiva felonía decidió el igualado choque y acabó con los sueños de Mitsunari. A eso hay que sumar la inacción del clan Mori, el más numeroso del oeste en Sekigahara, cuyo líder, Terumoto, estaba ausente; los otros cabecillas del clan, con una marcada antipatía o indiferencia hacia Mitsunari, decidieron no intervenir. Una vez finalizada la lid, Tokugawa asistió en su jinmaku (puesto de mando) a la ceremonia samurái en la que le mostraron las cabezas cortadas de sus principales adversarios. En ese momento apareció su hijo Hidetada junto a tropas que no habían intervenido en la gran batalla. Por esta causa no quiso recibirlo en un principio, aunque luego suavizaría su postura. A fin de cuentas, su triunfo en Sekigahara era absoluto y solo quedaba encontrar al escurridizo Mitsunari, que había huido en el último instante. Este vagó errante por la zona hasta que fue capturado, días más tarde, con principios de disentería. El 6 de noviembre sería decapitado en Kioto junto a otros dos ilustres jefes del oeste, el samurái convertido al cristianismo Konishi Yukinaga y Ekei el Monje.

Esta gran batalla fue el hecho militar más decisivo del periodo Sengoku y el verdadero colofón de los conlictos internos entre los samuráis. prestigiosa posición, a algunas de las figuras fundamentales del oeste: fue lo que verdaderamente determinó al ganador. En 1603 Tokugawa fue nombrado shogún por el divinizado emperador; con esa nueva respetabilidad marcial, todos esperaban que pudiera mantener la paz conseguida tras décadas de luchas internas. Con inteligencia, delegó ese título dos años después en su hijo Hidetada para instaurar un patrón dinástico familiar que perpetuaría la anterior realidad obtenida por las armas. Ahora Japón estaba en sus manos y solo le quedaba acabar con el otro clan que podía todavía disputarle la supremacía obtenida en Sekigahara: los Toyotomi, con el joven Hideyori a la cabeza. Algo que conseguiría diez años después, tras la victoriosa campaña de verano del sitio de Osaka (1615). Desde ese momento concentró todo el poder para su familia, y así persistiría sin cambios hasta la Restauración Meiji, en pleno siglo XIX.

Japón en sus manos Sekigahara fue el hecho militar más decisivo del periodo Sengoku y el verdadero colofón de los conflictos internos entre samuráis, y eso fue debido a varios factores como la magnitud numérica del encuentro, el enconamiento de los bandos enfrentados, la participación de los principales líderes samuráis y la posterior reordenación territorial practicada por Tokugawa. Aunque, en realidad, fue una batalla más bien política, pues ciertamente se ganó mucho antes del sangriento choque disputado ese 21 de octubre. En los meses previos Tokugawa había conseguido atraer hacia su causa, desde su

De castillo en castillo. En la lucha entre el bando de Hideyori y el de Tokugawa que culminó en la batalla de Sekigahara, la conquista y posesión de los castillos resultó esencial. El de Fushimi (aquí, en la foto) cayó en manos de Hideyori en agosto de 1600.

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Los líderes más destacados

Ocho samuráis de

leyenda

Kusunoki Masashige,

leal hasta la tumba

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Frente al palacio imperial de Tokio, Kusunoki Masashige está representado en una estatua ecuestre de bronce que fue un regalo al emperador en 1900.

troncos y rocas que, situados en gran número por todo el perímetro, se lanzaban rodando contra los atacantes. Después, se encontraban con puentes móviles, que la defensa retiraba a voluntad. Por último, las posiciones internas estaban organizadas en forma de terrazas que dificultaban el acceso de una a otra. Chihaya se mantuvo invicta frente a todos los asaltos del shogún. Kusunoki fue elevado a gobernador de Kawachi, su provincia natal. Otros samuráis que ayudaron al retorno de Go-Daigo no se mantuvieron fieles, en particular Ashikaga Takauji, quien había tomado Kioto. El enfrentamiento entre ambos resultó inevitable y en 1336 lucharon en una gran batalla, en la que Kusunoki se encontró en inferioridad numérica y con el peso de cumplir las órdenes del emperador, es decir, dar batalla abierta en la desembocadura de un río en lugar de hacerlo en la montaña, como él prefería para dificultar el acceso al enemigo con sus ingeniosos ardides. Viéndose perdido, Kusunoki le preguntó a su hermano, quien lo acompañaba, cómo querría reencarnarse: “Mi deseo es nacer siete veces como el mismo ser humano para aniquilar al enemigo del emperador”, le contestó. Entusiasmado, Kusunoki gritó: “¡Siete vidas para la patria!”, y ambos se suicidaron. Fue la culminación de la lealtad.

FOTOS: EFE/ ZUMA PRESS

ste inteligente guerrero de la primera mitad del siglo XIV es un modelo de lealtad samurái hacia su emperador, una cualidad que no todos sus similares mostraron. Tan admirado resultó por ello que, cinco siglos después de su muerte, el gobierno Meiji –que renovaría a la sociedad japonesa– le rindió honores de héroe. En 1900 una enorme estatua ecuestre suya en bronce fue levantada frente al palacio imperial de Tokio, en una ubicación privilegiada. Ideal de samurái, Kusunoki (1294-1336) nació en la provincia medieval de Kawachi, al este de Osaka. Su familia remontaba su influencia en el gobierno de Japón hasta el siglo VIII, pero en la época en que él vivió no era más que un clan de la nobleza provincial sin personajes significativos. Sería Kusunoki el primero en volver a sobresalir, como héroe samurái decisivo en el retorno al trono del emperador Go-Daigo, exiliado tras intentar terminar con el poder del clan Kamakura. Esta familia acaparaba el rango de shogún, el máximo mando militar del país y que durante muchos siglos llevó aparejado ser la verdadera figura fuerte del gobierno debido a su control del ejército. Conspiración y exilio. El emperador Go-Daigo había experimentado lo que era estar metido dentro de una jaula de oro, y conspiró dos veces contra el shogún Kamakura Morikuni. Sus reiterados intentos, fracasados, lo llevaron al exilio, pero contó con lealtades como la de Kusunoki, quien le dio batalla al dictador desde su zona de influencia en Osaka. A pesar de su inferioridad numérica, resistió bravamente el asedio de las fuerzas oficiales en la fortaleza de montaña de Akasaka, que él había erigido y convertido en una pesadilla dotada de trucos para los sitiadores. Siempre ingenioso, cuando se le cortó el aprovisionamiento de agua y parecía que la resistencia finalizaría, Kusunoki tuvo una ingeniosa idea para evadirse: erigió una gran pira con los muertos mientras los que permanecían vivos se fueron marchando en pequeños grupos. Dejó a un único superviviente, quien informó a los atacantes que el líder samurái y sus hombres habían cometido un suicidio colectivo. Cuando descubrieron la verdad, ya era tarde. Persistencia en sus objetivos. Kusunoki construyó una segunda fortificación en la montaña vecina, a la que llamó Chihaya. Levantada en madera, la dotó de varios sistemas defensivos que hicieron de ella un lugar infranqueable. Quienes la asaltaban eran recibidos por


El ideal del samurái se basaba en actitudes y destrezas que estos ocho guerreros reunían con creces. De los actos de estos héroes en el campo de batalla dependió el devenir de la historia del país nipón. Por José Ángel Martos entro de las cortes feudales japonesas, donde las conspiraciones y las luchas de poder estaban a la orden del día, era primordial hacer uso de la agudeza que a los ocho guerreros nipones incluidos en este artículo les valió el triunfo y el reconocimiento en la historia de Japón. Pero, además, estos héroes samuráis destacaron porque cada

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uno poseía una cualidad –o más de una– en la que sobresalieron de manera especial. En el caso del guerrero Kusunoki Masashige, será recordado por su lealtad, un valor recogido en el código ético samurái, el bushido. El shogún Takeda Shingen representa la inteligencia y la verdad. El popular señor de la guerra Oda Nobunaga acertó con su visión comercial y bélica cuando entró en el mercado de las armas de fuego. El regente imperial Toyotomi Hideyoshi se centró en la conquista de nuevos territorios para ampliar el poder japonés, y ordenó la invasión de Corea. Ya en el siglo XVI, el shogún Tokugawa Ieyasu creó un Estado militarizado y su clan lo gobernaría durante 250 años. Otros enfocaron su ambición no tanto a la política como al perfeccionamiento de la lucha cuerpo a cuerpo. Así, con grandes dotes en las artes de la guerra, son significativos los caballeros Kato Kiyomasa, Date Masamune y Miyamoto Musashi, que hicieron leyenda en el mundo samurái.

Takeda Shingen, un samurái de cine

FOTO: BRITISH MUSEUM

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n la obra maestra del cineasta Akira Kurosawa, el film Kagemusha, vemos de qué manera un ladronzuelo es reclutado para fungir como doble de un señor de la guerra. Este último no es otro que Takeda Shingen, uno de los caudillos más relevantes de los inicios de la época de guerras intestinas entre los grandes líderes samuráis que fue el siglo XVI, tras la descomposición del poder imperial y el incendio de Kioto. Nacido en el noble clan de los Takeda, en la provincia de Kai –al oeste de Tokio– en 1521, Shingen fue un joven que destacó pronto por su inteligencia pero también debido a su ambición. Tanta era esta que derrocó a su padre, lo hizo exiliarse y tomó el control de su clan a la corta edad de veintiún años. Muy rápidamente se forjó una reputación como gran guerrero al derrotar a nobles rivales que, en la batalla de Sezawa, le disputaban su expansión. A pesar de contar con fuerzas muy inferiores (3.000 guerreros contra 12.000), Shingen sorprendió a sus enemigos con un ataque relámpago antes de lo esperado y destrozó a sus ejércitos. Ganando fuerzas. A partir de esta victoria Shingen fue ganando terreno en la importante provincia de Shinano, en el centro de Japón. Ahí logró varios éxitos, como la toma del castillo de Kuwabara, y se convirtió en uno de los grandes caudillos. A medida que iba sumando fuerzas, quedaban pocos rivales que le pudieran disputar la supremacía, pero encontró uno formidable en los límites provinciales: Uesugi Kenshin, señor de la guerra que dominaba la vecina provincia de Echigo. Ambos se convertirían en grandes enemigos –se les conocía como “tigre y dragón”–. Sus fuerzas eran prácticamente equivalentes y se vieron enfrentados en épicas batallas, repetidas a lo largo de once años, entre 1553 y 1564. Cinco veces se vieron las caras y las cinco en el mismo lugar, Kawanakajima, entonces una fértil planicie en la que confluyen dos ríos. Se trataba de batallas honorables, disputadas entre samuráis con un código guerrero lleno de rituales y rasgos de honor. Se cuenta que en una de las ocasiones, cuando Takeda se quedó sin sal porque otro clan había interceptado un suministro, fue su propio rival quien se la envió de sus almacenes, explicándole que él combatía con espadas y no con alimentos. Frente a frente. Estas batallas de igual a igual solían terminar sin un ganador claro. En la cuarta, en 1561, se produjo un hecho excepcional cuando Uesugi comandó personalmente una carga de caballería que tomó desprevenido al ejército rival. La penetración de Uesugi en el campo enemigo fue fulgurante, tanto que se encontró de repente

Shingen luchó por el control de Japón en el período Sengoku (1467-1568). Aquí, representado por Utagawa Kuniyoshi.

delante del propio Takeda. Los dos míticos samuráis se encontraban frente a frente sin interposición y Takeda estaba prácticamente desarmado. La tradición cuenta que se defendió frente a su poderoso enemigo tan solo utilizando su abanico de metal –que se usaba para dar órdenes–. Con el precario artilugio consiguió desviar los golpes de la espada de Uesugi hasta que un lancero acuchilló al caballo de este, que cayó al suelo. En ese momento irrumpieron varios guerreros de ambos bandos, interponiéndose. Los dos jefes ya no volvieron a verse y la batalla continuó su curso. Takeda expandió su poder en la década de 1560, tomando entre otras la provincia de Suruga. Su siguiente reto fue enfrentarse a la alianza de dos poderosos samuráis, uno de ellos Oda Nobunaga, quien sería su talón de Aquiles, como veremos en su biografía. Takeda Shingen murió en 1573. muyinteresante@televisa.cl 57


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Oda Nobunaga, un loco muy inteligente por los asuntos importantes. Parece que la radical medida surtió efecto y, ya como caudillo, corrigió su vena lunática. Nobunaga dedicaría después un templo al abnegado servidor que le había hecho abrir los ojos. Pronto comprobaría las dificultades del liderazgo en aquella convulsa época, pues hubo de imponerse a sangre y fuego dentro de su propio clan: uno de los momentos más difíciles fue tener que matar a su hermano menor, quien a su vez había planeado asesinarlo. Su meteórico ascenso al poder se fundamentó en su inesperado éxito en la batalla de Okehazama (1560). Se enfrentaba al mucho más numeroso ejército de Imagawa Yoshimoto, el líder más poderoso del momento (solo al nivel de Takeda Shingen). En lugar de dejarse sitiar, como era habitual,

El plebeyo que unificó Japón: Toyotomi

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no de los guerreros más expansionistas y con mayor poder en la historia del Japón feudal tuvo orígenes modestos. Provenía de una familia de campesinos en la que el único que había ido a la guerra había sido su padre, como soldado raso, quien además no había tenido una carrera plagada de honores: herido en batalla, quedó impedido y hubo de regresar a la agricultura. Este linaje poco belicoso no impidió que Hideyoshi sintiera atracción por el mundo guerrero de los samuráis. Y lo que no sabía por estudios –era prácticamente analfabeto– lo adquirió con la práctica. Sus méritos en batalla le propiciaron ascensos en el escalafón de los ejércitos de Oda Nobunaga. Se Las conquistas militares esforzó por llade Hideyoshi (aquí, réplica de su armadura) iniciaron un proceso de mar la atención unificación de Japón en el siglo XVI. y se cuenta que en una ocasión escaló las murallas de un castillo enemigo y, al llegar a lo alto, levantó una calabaza, por lo que adoptó a esta cucurbitácea como su emblema, una demostración más de su pasado plebeyo. Pero, aunque esto pueda parecer gracioso, Hideyoshi era feroz. Cuando llegó a general, decidió añadir una calabaza pequeña al emblema por cada victoria. Pronto había tantas que su enseña fue conocida como “el árbol de las mil calabazas”.

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Oda Nobunaga fue en el siglo XVI un impulsor de la unificación de Japón (retrato por el pintor jesuita Giovanni Niccolò.)

Hideyoshi

Reparador de injusticias. A pesar de que Nobunaga había sido su mentor, en el momento en que fue traicionado y asesinado, él, como algún otro general, estaba sospechosamente ausente. Eso no impediría, sin embargo, que luego aprovechara la situación para caer sobre el traidor Akechi con todas sus fuerzas y presentarse como el reparador de la injusticia cometida contra el gran jefe samurái. Sin embargo, Hideyoshi no se quedó ahí, se movió con rapidez para enfrentar al clan Mori, el principal rival en aquel momento del clan Oda del que él formaba parte. Conseguiría transformarlos en vasallos y aliados. Y entre los diferentes candidatos a la sucesión de Nobunaga, se posicionó en favor del hijo de este, al que luego manejaría como un títere. No tenía sangre azul... Con el dominio de las provincias centrales, Hideyoshi iría sumando posesiones territoriales significativas, como la isla de Shikoku, y derrotando a enemigos internos. También levantó el castillo de Osaka, germen de la gran ciudad actual. Todo esto lo convirtió en el verdadero unificador de Japón y lo puso en posición de reclamar el puesto de shogún; pero como no tenía sangre azul, estaba inhabilitado para tal posición. Buscó otro cargo y consiguió ser nombrado kampaku, regente imperial. Convertido por fin en el hombre fuerte del Japón, decidió seguir su agresiva política expansionista más allá de las propias fronteras del país. De este modo ordenó la invasión de Corea en 1592, que en realidad para él no era sino el paso previo a la conquista de China, concebida como una venganza frente a la invasión mongola de Japón en el siglo XIII. Fue una empresa a gran escala, que movió a centenares de miles de hombres con su característica rapidez y habilidad. Su plan consistía en que los propios coreanos conquistados y sometidos a vasallaje fueran luego el grueso del ejército que invadiera China, reservándoles así a esos nuevos súbditos el duro rol de ser carne de cañón. Durante seis años los mejores generales japoneses lucharon en Corea, pero la tarea resultó compleja para sus fuerzas. La habilidad de los coreanos en el combate naval – modalidad en que infligieron derrotas decisivas a los nipones– y la participación de enormes contingentes chinos imposibilitó los megalómanos proyectos de Hideyoshi, quien falleció en 1598 en pleno segundo intento de invasión de Corea.

FOTOS: TOKYO GAME SHOW/ JUSTIN LEE; A&E TELEVISION NETWORKS/ THE BIOGRAPHY.COM

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ada hacía presagiar que el joven Nobunaga, nacido en 1534, fuera a ser uno de los grandes unificadores de su país. En sus años de iniciación mantuvo un comportamiento arrogante y excéntrico que lo llevó a ser conocido como el “loco de Owari”. Se cuentan anécdotas como la de que le gustaba vestir hakamas (los pantalones largos anchos tradicionales) con colores de rayas de piel de tigre, o que tuvo un episodio de rabia en el entierro de su padre al tomar el quemador de incienso que se utilizaba en la ceremonia y arrojarlo contra el altar. Rehusó posicionarse en la sucesión de su progenitor y esto provocó que uno de sus servidores cometiera suicidio (seppuku) para llamar la atención del joven sobre su falta de interés


simuló mantenerse en su fortaleza mientras se dirigía contra el enemigo para lanzarse contra él por sorpresa. Resultó que los hombres de Yoshimoto celebraban con bebida y bailes sus imparables progresos. Empezó a llover y trasladaron la fiesta a un recinto cubierto. Los hombres de Nobunaga aprovecharon la confusión para acercarse todavía más y, cuando amainó, lanzaron un ataque tan rápido que Imagawa y sus soldados se vieron totalmente sorprendidos y muchos murieron sin ni siquiera saber qué estaba pasando. Uno fue el propio Imagawa. Un samurái le cortó la cabeza. Promotor de armas. A partir de entonces Nobunaga se convertiría en el nuevo caudillo y llegó a aliarse con el gran Takeda Shingen, con quien años después rompería. Participó en los principales acontecimientos militares y, en particular, protagonizó la entrada en Kioto, en 1568, en apoyo del candidato a shogún Yoshiaki, cuyo nombramiento inauguró un nuevo periodo de la historia de Japón. Uno de sus más notables aciertos fue adoptar con entusiasmo

las nuevas armas tanegashima, que no eran sino los arcabuces, introducidos por el contacto con los portugueses en 1543, en la isla japonesa del mismo nombre. Enseguida los arcabuces se hicieron muy populares entre los señores de la guerra. En tan solo 10 años ya había 300.000 en Japón. Nobunaga los utilizaría decisivamente para derrotar a la caballería de Takeda Shingen en la batalla de Nagashino (1575), la más famosa en la historia japonesa. El uso de las armas con pólvora fue todo un signo de hacia dónde se movían los tiempos. Nobunaga también construyó una gran fortaleza, Azuchi, en las afueras de Kioto, preparada para resistir asaltos con cañones y otras armas de fuego. Era un auténtico castillo, algo poco habitual y prueba de su clarividencia militar. El final de Nobunaga vino propiciado por la traición de uno de sus generales, Akechi, al que había tratado cruelmente y ofendido en diversas ocasiones. Sitiado por este en un templo de Kioto y herido, Nobunaga se quitó la vida suicidándose entre edificios en llamas. Su cuerpo jamás fue recuperado.

Tokugawa Ieyasu, el artífice del Estado samurái

FOTO: REKISHI NO TABI/ OKAZAKI CASTLE PARK

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l contrario que Hideyoshi, Tokugawa Ieyasu provenía de una familia de larga tradición guerrera que había estado involucrada en las luchas de clanes en la primera parte del siglo XVI. Aunque el suyo nunca había llegado a ser el más poderoso, Ieyasu supo situarse en una posición de cada vez mayor influencia, participando en luchas de eliminación que fueron dejando a Japón con un número progresivamente reducido de grandes clanes. Llegó incluso a enfrentar a Hideyoshi en 1584, aunque terminarían por firmar la paz, de manera que Ieyasu quedó sometido a este pero situado como el segundo señor de la guerra más importante de la época. Lucha por el poder. Se mantuvo ajeno a la invasión de Corea y siempre cercano a la corte de Hideyoshi, aceptando formar parte del consejo de cinco regentes previsto para el momento en que falleciera el gran líder. Este quería que su hijo Hideyori lo sucediera; pero cuando murió, el pequeño solo tenía cinco años de edad y pronto se desató una guerra civil entre Ieyasu y otros rivales por quedarse con el poder. El destino de la sucesión se decidiría en la batalla de Sekigahara, el 21 de octubre de 1600. Este gran encuentro bélico disputado en una estratégica encrucijada reunió a los principales señores de la guerra: a un lado Ieyasu y al otro Ishida Mitsunari, un líder con más talento político que militar; su problema fue que sus aliados eran demasiado diversos, no del todo convencidos de estar en el bando correcto y propensos al cambio. Las traiciones o la desvinculación en el último momento inclinaron la balanza en favor de Ieyasu. En esta batalla se distinguió el escuadrón de caballería de los Diablos rojos de Ii Naomasa, un general unido al clan Tokugawa. Se les conocía así por su inconfundible armadura de color rojo escarlata. El propio Naomasa añadía a ella un casco con un par de cuernos gigantescos que le conferían un aspecto temible. Los Diablos rojos fueron los primeros en entrar en combate, porque su líder desobedeció las órdenes. Lo hizo con el fin de obtener la gloria de ser él quien iniciara la batalla. Resultó una acción exitosa además de heroica. Cambio de costumbres. Tokugawa Ieyasu parecía haber superado todos los obstáculos, pero se encontró con la inesperada resistencia de Hideyori, que duraría prácticamente una década. El enfrentamiento clave entre ambos llegaría en 1615, año en que tuvo lugar la batalla de Tennoji, un lugar cercano al castillo de Osaka, que Hideyori

En 1603 Tokugawa Ieyasu recibió el título oficial de shogún de manos del emperador Go-Yozei, a los 60 años de edad.

pretendía tomar. Fue una batalla que certificó el cambio de estrategia en las costumbres guerreras samuráis, propiciado por las armas de fuego: Ieyasu recomendó a sus caballeros que no montaran y la lucha transcurrió mayoritariamente entre apretadas infanterías de esforzados arcabuceros, ajenos a los gloriosos enfrentamientos a espada de los samuráis más audaces en otras batallas, o incluso a los rituales lanzamientos de flechas con que solían arrancarlas. Ieyasu solo viviría un año más pero su familia, los Tokugawa, detentaría el shogunato durante 250 años. Lo hicieron creando un Estado militarizado imbuido de tradicionalismo en el que los samuráis, finalizadas sus guerras internas, impusieron su manera de ver la vida y la política a todo un país. muyinteresante@televisa.cl 59


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Kiyomasa

on catorce años y debido al fallecimiento de su padre, tuvo que entrar al servicio de Hideyoshi. De este modo, Kiyomasa se educó en las artes guerreras, a las que habría de consagrar su vida. Ascendió con rapidez y en 1580, con dieciocho años, ya era señor de un castillo, el de Kumamoto, y mandaba una cohorte de samuráis formada por casi un millar de hombres. Pronto se hizo famoso por su fiereza, que en parte se veía incrementada debido a su excentricidad: utilizaba un casco de batalla de casi un metro de altura, que en su forma imitaba a una aleta de tiburón, y llevaba una desarreglada barba que le cubría la cara, algo muy inhabitual entre los japoneses. Se decía que su aspecto era el de un pirata. Deportista nato. Era un obseso de las artes marciales, a las que dedicaba todo su tiempo. Se levantaba cada mañana a las cuatro de la madrugada para practicar con el caballo, la espada y el arco, sin fallar un solo día, y sus únicas aficiones eran las relacionadas con la vida militar. Aborrecía pasatiempos tales como el teatro y la danza. Sobre esta última opinaba que si algún samurái la practicaba, debería obligársele a suicidarse. Era un tipo duro, sin embargo, reservaba tiempo para el budismo, del cual era un convencido seguidor. Aunque para entonces ya se había configurado como una pieza clave de las fuerzas de Hideyoshi, su fama se propagaría aún más en la batalla de Shizugatake (1583), en la que las tropas de Hideyoshi sufrieron un duro asedio, y para librarse fue necesario el El disciplinado carácter esfuerzo coordinado de sus de Kiyomasa le proporcionó importantes cualidades para mejores hombres. A Kiyomasa la batalla. Arriba, su estatua. se le reconoció como una de las “Siete Lanzas de Shizugatake”, un título que designaba a los oficiales que habían resultado más decisivos. El hiperactivo Hideyoshi pronto encontró una misión complicada en la cual emplear el talento militar de Kiyomasa: la invasión de Corea. Este participaría en todo su desarrollo, desde los preparativos en la isla septentrional japonesa de Kyushu. Allí se encargó de emplear a miles de trabajadores forzados en la construcción de un enorme recinto amurallado que protegería el puerto de Karatsu, a tan solo seis horas de Corea. Kyushu había sido escogida por Hideyoshi y sus generales como el principal punto de embarque desde el que zarparía un contingente enorme, calculado en más de 150.000 soldados. Por lo tanto, la necesidad de que el lugar gozara de buena protección era esencial para toda la logística de la invasión. Méritos en batalla. Kiyomasa dirigió uno de los tres ejércitos en que se subdividió la fuerza expedicionaria japonesa. Lo cierto es que con los otros dos generales la relación era mala, entre otras cosas porque ambos eran cristianos, y la invasión se convirtió en una carrera por ver quién de los tres desembarcaba primero, conquistaba Seúl en primer lugar y, en definitiva, hacía más méritos. Su propia competitividad los llevó a protagonizar una exitosa guerra relámpago, que en un primer momento los glorificó pero a la larga resultaría infructuosa por la resistencia de los coreanos y la presencia de enormes contingentes chinos, que los invasores no podían igualar. Kiyomasa, curiosamente, encontraría la muerte en una travesía marítima en 1611.

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Excelente en tácticas militares, Date Masamune era identificado porque le faltaba un ojo, y era conocido con el sobrenombre de “Dragón de un solo ojo”.

Miyamoto Musashi, el samurái invicto

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ecir el nombre de Miyamoto Musashi es hablar de una auténtica leyenda para aquellos que más veneran el arte de la espada y la técnica samurái. Aunque fue un personaje de nula relevancia política –nunca dominó ningún feudo–, es considerado el ejemplo más depurado de luchador. Su técnica y su filosofía de la lucha las transmitió a las generaciones posteriores en su famosa obra El libro de los cinco anillos. De su vida se desconoce su año de nacimiento (quizá 1584), y solo se sabe con certeza lo que él quiso explicar en su libro, que son sobre todo los datos propiamente relacionados con su actividad como duelista. Y su currículum habla con toda claridad de un personaje realmente letal desde una temprana edad ya que, como él mismo escribe, “he dedicado mi espíritu a la ciencia de las artes marciales desde que era joven”. Guerrero precoz. Con apenas trece años, mató a su primer enemigo, y a los dieciséis derrotó a “un poderoso maestro de artes marciales de la provincia de Tajima”. Con veintiún años se fue a la capital, en ese entonces Kioto, donde conoció a los principales maestros de artes marciales del país, con los que trabajó en depurar su técnica. Muy interesado en el aprendizaje, viajó luego por las provincias, donde siempre procuró consultar a los maestros que

FOTOS: GETTY IMAGES

El héroe Kato

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Date Masamune, guerrero de la Luna creciente

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FOTO: THIRTY-SIX FAMOUS BATTLES (EIMEI SANJÛROKU KASSEN), CA. 1847-1853

ue y sigue siendo uno de los guerreros más icónicos de la era samurái. Su inconfundible casco coronado por una enorme Luna en cuarto creciente se convirtió en uno de los más espectaculares símbolos guerreros nipones y todavía hoy sus admiradores lo siguen utilizando en las recreaciones y exhibiciones de la época. Ese atuendo no era ninguna bravata, sino que respondía plenamente a la fiereza del personaje, quien completaba su temible aspecto con un ojo tuerto; lo perdió en la infancia, parece que a causa de una epidemia de viruela. Cuando su padre se retiró de la jefatura del clan Date, establecido en la región Tohoku, al norte de la isla de Honshu (la mayor de Japón), y le cedió el mando a Masamune, sus enemigos iban a tener la ocasión de comprobar que estaban ante alguien decidido a resolver los conflictos de la manera más expeditiva posible. Diversos conflictos con clanes vecinos en torno a la propiedad de las tierras de la zona fueron superados por Masamune con la fuerza de las armas, lo que llevó a sus vecinos a intentar forzarlo a negociar secuestrando a su padre. Cuando el samurái y sus hombres cercaron a los captores, estos amenazaron con matar al progenitor, pero Masamune ordenó que atacaran sin importar su suerte. Y así sucedió: el padre murió en el asalto. Las relaciones con su familia se estropearían a raíz de estos hechos. Su madre quería que su segundo hijo tomara el control del clan en su lugar, e intentó envenenarlo. El atentado fue fallido, pero Masamune una vez más no tuvo piedad: mató a su hermano y obligó a su madre a exiliarse.

Premiado por sus triunfos. En las guerras de unificación de la época, recibió la petición de Toyotomi Hideyoshi de unirse a sus fuerzas. En un acto de independencia, Masamune no dio respuesta, lo que enfureció al gran caudillo. Ambos se reunieron en un tenso encuentro en el que Masamune, lejos de acobardarse, se presentó ataviado con su más feroz traje guerrero. Parecía que ese podía ser su final, sin embargo, Hideyoshi decidió perdonarlo con una frase que ha pasado a la posteridad: “Puede ser de utilidad más adelante”. Y en efecto, lo fue. Él y sus hombres participaron en las invasiones de Corea, la gran misión emprendida por Hideyoshi. Tras ese encargo, Masamune recibió como compensación un castillo en el norte, Iwadeyama. Luego, por sus servicios al siguiente shogún, Tokugawa Ieyasu, recibiría el dominio sobre el área de Sendai, donde fundaría la ciudad del mismo nombre, en la que se instaló, pues estaba mejor comunicada que el castillo. Esta es hoy una urbe de más de un millón de habitantes. Comerciante marítimo. Desde Sendai, Masamune se dedicó a promover el comercio y estableció lazos con el extranjero. Organizó una importante misión hacia los dominios españoles, que por vía marítima encabezó uno de sus samuráis, Hasekura Tsunenaga, a través del Pacífico. Este fue recibido en la corte española, y en Roma por el papa Pablo V. De esta forma su señor Masamune intentaba crear lazos comerciales con el Imperio español. Se conserva una carta suya al papa, redactada en latín, posiblemente por Luis Sotelo, un monje franciscano de Sevilla que había llegado hasta Japón y al que Masamune salvó de ser ejecutado.

fue encontrando. Por supuesto, en todo este tiempo también se dedicó a los duelos. Según sus propias cuentas, hasta los veintinueve años participó en más de sesenta duelos: “Nunca perdí”. Quizá haya que dar por buena la afirmación, pues si hubiera sido derrotado difícilmente habría habido ocasión de que su libro viera la luz. Se considera que Musashi debió ser un ronin, nombre con el que se conoce a los guerreros errantes que se quedaron sin empleo cuando Tokugawa Ieyasu empezó a ejercer un control más directo sobre los ejércitos de los señores de la guerra y las armas en circulación. Los ronin, acorralados por la pobreza, se convirtieron en mercenarios dispuestos a realizar cualquier trabajo violento que les garantizara el sustento, ejerciendo la única actividad que conocían: la guerra. A los treinta años, Musashi tomó una decisión radical; abandonó los duelos y empezó a reflexionar sobre los principios de las artes marciales. Llegó a la conclusión de que había triunfado debido a una capacidad innata y por haber seguido lo que llamó “principios naturales” de estas disciplinas, e incluso por los fallos de quienes enseñaban en las escuelas. En definitiva, no se consideraba preparado. Así que se propuso ahondar en aquello necesario para ser un buen guerrero, de manera que con los años llegó a lo que él llama “ciencia de las artes marciales”, declarando que “los guerreros no pueden dispensarse de aprender esta ciencia”. Vocación espiritual. Todo lo que explica en el libro nos habla de alguien que se dedica a la lucha y a los duelos como una auténtica vocación. Por ello, hoy es visto como un asceta de la guerra, una suerte de monje guerrero. En el libro trata cuestiones como “la actitud del espíritu en las artes marciales”, de corte filosófico, y con recomendaciones tales como que “es esencial pulir diligentemente el intelecto y el espíritu”. Tenía cincuenta años cuando, según él mismo, alcanzó este conocimiento científico, y sabemos que su libro lo empezó a escribir en 1643, cuando debía estar a punto de cumplir los sesenta. Dos años después, tras haber acabado su escrito, falleció de muerte natural.

Musashi se mantuvo relativamente alejado de la sociedad, dedicándose a la búsqueda de iluminación a través del arte de la espada.

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El arte japonés más emblemático

inmutable Casi todos los elementos iconográficos y artísticos que asociamos con lo japonés nacieron a finales del siglo XV, en la cultura de Higashiyama. Por Daniel Sastre

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Belleza


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l periodo popularmente conocido como Higashiyama (Montañas orientales de Kioto) se estima que abarca los años 1467-1490. Es una denominación con resonancias románticas y ampliamente utilizada por los historiadores del arte japonés pero que, sin embargo, se enmarca dentro del periodo Muromachi, que es el término más comúnmente usado por los historiadores, una etapa que engloba desde el año 1336 hasta 1573. La denominación de Higashiyama deriva de la residencia que el octavo shogún de la familia Ashikaga, Ashikaga Yoshimasa (1435-1490), ordenó construir en dicha zona de la capital. Esta residencia plasmó en los jardines, arquitectura y obras de arte que la adornaban los ideales estéticos de su creador. La villa de retiro nunca llegó a terminarse según el ambicioso plan original de Yoshimasa y, a su muerte, se transformó en el templo Jisho-ji (Templo de la Misericordia Resplandeciente).

En tiempos de los Ashikaga El periodo Muromachi se articula en torno a la regencia de los shogunes de la familia Ashikaga, desde el fundador de la misma, Ashikaga Takauji (1305-1358), hasta su último shogún, Ashikaga Yoshiaki (15371597). De un modo más claro, se puede dividir entre una primera mitad de shogunato con control efectivo del poder político, que incluiría a los seis primeros shogunes, y una segunda parte de decadencia política (la de los nueve shogunes restantes). No obstante, en términos artísticos, será precisamente esta segunda parte –en específico, la que abarca el gobierno de Yoshimasa, el octavo shogún– la que resultará más fructífera para el arte japonés. El shogunato Ashikaga buscó instaurarse como un gobierno heredero del de Kamakura (1192-1333), tras la breve interrupción política del emperador Go-Daigo (1333-1336) y su ambición de restauración del poder imperial. Los shogunes Ashikaga querían, simbólicamente, legitimarse frente a la sociedad aristocrática, por lo que protegieron enérgicamente a las sectas zen que el shogunato de Kamakura había fomentado y asumieron a estas colectividades religiosas como parte fundamental del sistema de gobierno. El budismo zen ejerció una gran influencia sobre el carácter del arte del periodo. Así, la cultura desarrollada bajo el gobierno de los shogunes Ashikaga resultó de la mezcla de dos aspectos: por un lado, el mecenazgo aristocrático que patrocinaba un mundo decorativo elegante desde la época Heian (794-1185) y, por otro, la cultura guerrera de la clase samurái, que apoyaba un arte zen maravillado con los karamono u objetos chinos importados y producidos bajo las dinastías Song (960-1279), Yuan (1279-1368) y Ming (1368-1644). A esto lo podemos llamar perfectamente la unión de un arte nativo japonés, denominado wa, con un nuevo arte chino, denominado kan, que conformaron el compuesto que mejor define el arte de este periodo: wakantogo, la idea de la fusión entre un estilo de carácter japonés con las novedades importadas del mismo continente asiático. Sin embargo, mientras tanto también tuvo cabida un tipo de arte popular producido por las clases sociales más bajas, fundamentalmente, los comerciantes urbanos.

Una época de exuberancia

El pabellón de plata. Este fascinante edificio, hoy templo budista, fue erigido por orden del shogún Yoshimasa (1436-1490) en su villa de recreo de Higashiyama (Kioto). En sus jardines, arquitectura y obras de arte se plasmó una nueva estética que sería la típica del Japón posterior.

La primera parte del shogunato Ashikaga destaca en el ámbito cultural en los años en torno al gobierno del tercer shogún Yoshimitsu (1358-1408), quien es conocido por ser el creador de la villa de recreo de Kitayama (Montañas del norte de Kioto), que incluirá el famoso Pabellón de Oro (Kinkaku-ji). En este momento es cuando comienza la llegada de gran cantidad de objetos artísticos chinos y se va perfilando el fenómeno de los encuentros estéticos entre gente de muyinteresante@televisa.cl 63


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Un pabellón de enorme influencia

LIBRO El crisantemo y la espada Ruth Benedict, Alianza, 2011. Subtitulado “Patrones de la cultura japonesa”, fue un encargo del gobierno de Estados Unidos a esta antropóloga, en 1944, para “comprender al enemigo”, y hoy es un clásico.

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en madera (shoji). Presenta también un espacio magnificado por diferentes elementos, privilegiado, donde reconocemos la alcoba decorativa (toko), un escalón profundo y ancho (oshi-ita) y unas estanterías rotas o a diferentes niveles conocidas como chigai-dana. Son elementos que servían para realzar la apreciación de obras de arte de origen cerámico, pictórico, metálico o incluso natural (la colocación de flores estacionales). Era un espacio dedicado a la contemplación estética y a la apreciación artística, y a compartir la experiencia espiritual derivada de estos objetos con personas entendidas y refinadas. Este tipo de decoración se definió a partir de este cuarto y se depuraría de ahí en adelante, adquiriendo más o menos su lenguaje estilístico claro a principios del siglo XVII. Esta habitación, además, es el ejemplo conocido más antiguo de un recinto para la ceremonia del té del

similar nivel cultural en los que se muestran estos objetos. Estas demostraciones requerían de una pompa y ornato específicos que fueron regulando lo que se conoce como “la decoración de las salas de recepción de invitados” (zashiki kazari). Es una época de exuberancia y cierto descaro en la necesidad de demostrar la posesión de bienes materiales y mercancías exóticas: en estas reuniones era normal encontrar un exquisito jarrón de cerámica china expuesto sobre pieles de tigres y acompañado de cajas lacadas en un rojo chillón; de ahí que muchos autores posteriores desdeñaran el carácter exagerado y desbordante del Pabellón de Oro y su reflejo excesivo. Sin embargo, es en estos encuentros donde poco a poco comienza a darse un proceso de refinamiento que posteriormente florecerá en la cultura del shogún Yoshimasa. En el año 1401 se reanudaron los intercambios comerciales con la China Ming; se piensa que muchas de las obras de ese país, que estaban en las colecciones shogunales, entraron tras esa fecha, aunque sabemos que ya en la época anterior de Kamakura hay templos como el Enkaku-ji, que presentaba en el registro de su colec-

El edificio Togu-do, hoy un templo, formó parte del complejo residencial de Yoshimasa.

tamaño de cuatro tatamis y medio. Hay que tener en cuenta que este tipo de habitación habría supuesto un espacio culturalmente ilegible para los habitantes de periodos anteriores tales como los de la era Nara (711794) o Heian (794-1185), acostumbrados a habitaciones con suelo de madera, cortinajes sobre bastidores individuales portátiles compartimentando las estancias y ventanas que se abatían para abrirse al exterior. Yoshimasa contribuyó con su patronazgo a codificar un espacio interior que marcaría la iconografía de la arquitectura japonesa durante los siglos posteriores.

ción de objetos al menos cuatro obras de maestros de la dinastía Song. Es decir, la tendencia a adquirir obras artísticas del continente existía ya, pero sería a partir de ese año cuando empezara una nueva ola de importaciones. Frente a un cierto componente de novedad ante la llegada de las producciones continentales bajo los años de Yoshimitsu, Yoshimasa se educa acostumbrado a ellas y a contemplar una colección que ya amasaba obras indiscutibles de los mejores pinceles del arte chino. Asimismo, ya se ha asimilado en los círculos del shogún la presencia de lo que podríamos denominar como los primeros comisarios y críticos de arte, los llamados doboshu (acompañantes) que, también estructurados en dinastías familiares, habían comenzando la tarea de documentar el patrimonio de los Ashikaga. A diferencia de su abuelo, Yoshimasa demostró tener una auténtica devoción por las empresas artísticas y fue en su mandato cuando los doboshu Noami (1397-1471) y su nieto SÕami compilaron hasta tres registros de las obras de arte que se conservaban en las colecciones. El más famoso es Registros de los Arreglos de las Salas de Invitados (Kundaikan SÕ ChÕki).

Lo chino en Japón Este documento debe ser considerado como un manual de comisariado creado para la posteridad por Noami y Soami. Ambos habían adquirido un prestigio adicional como administradores de objetos chinos (karamono bugyo) y la mayor parte de este documento está dedicado a sus comentarios sobre las obras de arte importadas desde el continente. Consiste en tres partes: evaluaciones de las pinturas chinas –la mayoría de las dinastías Song y Yuan–, dibujos de los diseños de decoración en las salas de

FOTO: GETTY IMAGES

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e los edificios que han sobrevivido del complejo original de la residencia de Yoshimasa en las colinas de Kioto, el que tiene una importancia vital para la estética japonesa posterior es el menos icónico. Frente a la poderosa presencia del Pabellón de Plata en el imaginario colectivo, con sus dos plantas alzándose majestuosas mientras se multiplican en altura al reflejarse en el estanque situado frente a él, el edificio denominado Togu-do (Pabellón de la Búsqueda del Este), construido en 1486, se antoja anodino y cotidiano. En él, Yoshimasa guardaba estatuas budistas para realizar un culto privado. Dividido en cuatro habitaciones, alberga en uno de sus laterales una sala conocida como Dojin-sai que es el ejemplo más antiguo y perfecto del estilo conocido posteriormente como shoin-zukuri, o estilo de la habitación de estudio. Típicamente nipón. Esta habitación nos resulta familiar pues está compuesta de los elementos que asociamos a la arquitectura tradicional japonesa, tales como los tatamis en el suelo, las puertas corredizas (fusuma) y las ventanas protegidas por papel de arroz sujetado por un entramado de rejilla


recepción, y comentarios sobre cerámica china, bronce y utensilios de escritura susceptibles de ser expuestos. La versión original de Soami de 1522 no se conserva, pero varias copias tempranas sobreviven. Uno de los aspectos más interesantes es que clasifica las obras en tres categorías, superior, media y baja, convirtiéndose así en el primer tratado de arte que establece jerarquías. Como era de esperar, siempre favoreciendo las producciones chinas frente a las nativas. Este conocimiento de la pintura continental china a la tinta, que provocó un auge de este medio pictórico entre los artistas de Japón, explica que Yoshimasa fuera un gran mecenas de pintores en este estilo como Kano Masanobu, al que encargó la decoración de las puertas correderas del Togu-do en su villa de Higashiyama, o que buscara la participación del gran pintor a la tinta japonés de la época, Sesshu Toyo, quien había viajado a China e incluso llegado a decorar una pared del palacio imperial en Pekín.

FOTO: NATIONAL TREASURE OF JAPAN/ CATEGORY PAINTINGS; KYOTO NATIONAL MUSEUM/ NATIONAL INSTITUTES FOR CULTURAL HERITAGE

Biombos y rollos pintados

Con tinta china. La influencia de la pintura continental a la tinta provocó un auge de este medio pictórico entre los artistas de Japón en la era Yoshimasa, quien fue mecenas, por ejemplo, de Kano Masanobu (izq., Zhou Maoshu contemplando lotos).

La primera parte del shogunato Ashikaga fue la era de los excesos estéticos y la moda de los objetos chinos de decoración.

En este periodo ya se había dado un hallazgo pictórico de gran importancia: la creación de los biombos, cuya superficie pictórica no se interrumpía con los paneles individuales sino que ofrecía un área continuada en la cual pintar; innovación japonesa que adquiriría su mayor desarrollo en siglos posteriores, pero que los artistas ya explotaron en este periodo. Aunque solamente se asocia a Yoshimasa con su villa y la ceremonia del té, lo cierto es que continuó algunos de los proyectos artísticos simbólicos comenzados y perpetuados por sus antecesores. Quizá uno de los mejores ejemplos es el patrocinio y reproducción de los rollos horizontales pintados (e-makimono) que ilustraban el Yuzu Nembutsu Engi Emaki. Esta obra narraba, en su primera parte, los méritos del monje Ryonin (1072-1132), desgranando los detalles de su biografía. Nos cuenta que era un monje cuyas creencias estaban ampliamente expandidas entre el pueblo llano gracias a su mensaje de fácil comprensión, lejos de complicadas teorías esotéricas budistas que la gente iletrada no podía entender. En su segunda parte, narra los méritos de recitar estas oraciones entre gente de todo estrato social y los beneficios que de ello se derivan. El proyecto de copiar los varios rollos que componen esta obra probablemente fue iniciado por su abuelo Yoshimitsu a fin de honrar la muerte de su padre Yoshiakira. Su tío Yoshimochi ampliaría el número de rollos hasta su composición actual, y su padre Yoshinori volvería a ordenar otra copia de esta obra. Tras la muerte del propio Yoshimasa, su hijo Yoshihisa también se encargará de ordenar una nueva versión de estos e-makimono. Como ha afirmado el especialista Akira Takag ishi, estas

obras “generaban mérito póstumo a sus antecesores y apelaban a la participación de los hombres más influyentes de cada época”.

Arte sin barreras Esto se debe a que nobles, monjes y guerreros contribuían con partes escritas de su puño y letra a cada copia, escenificando su apoyo a los Ashikaga a la vez que generaban buen karma. Fue, pues, un proyecto en el que los shogunes Ashikaga agruparon bajo un mismo objetivo a gente de las élites sociales con las voluntades y creencias del pueblo llano; quizá uno de los pocos proyectos en los que se resaltaba la continuidad del gobierno de la familia en el poder frente a una gran cantidad de iniciativas privadas de disfrute estético, como se entiende el proyecto de Higashiyama.

El artista más emblemático de la época fue Sesshu Toyo (abajo, Vista de Amanohashidate, pintura a la tinta), que había viajado a China para instruirse en este arte e incluso había llegado a decorar una de las paredes del palacio imperial en Pekín.

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¿Jardín japonés o chino?

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l jardín seco es sin duda una de las imágenes más reconocibles de las manifestaciones culturales japonesas. Se define como un jardín hecho a base de piedras y rocas de un modo natural y nada artificioso, aunque estén dispuestas de acuerdo a reglas estipuladas y simbolizando espacios naturales. Su estética se ha relacionado con el auge de la pintura a la tinta patrocinada por las diferentes sectas del budismo zen que desembarcaron en Japón desde el periodo Kamakura (1195-1333), pues parece evocar en elementos pétreos los contrastes de masa que la tinta china y el vacío a su alrededor establecen en la superficie pictórica: enérgicas y oscuras rocas verticales que sustituyen a los trazos gruesos del pincel y arenilla blanca que asimila el vacío que fluye en las composiciones pictóricas. El maestro Zen’ami. Yoshimasa fue un gran entusiasta de los jardines y en las tres residencias que habitó a lo largo de su vida siempre contó con este elemento de integración arquitectónica y reflexión espiritual. Sabemos de hecho el nombre de su diseñador de jardines favorito, Zen’ami; aunque deberíamos quizá denominarlo mejor “ejecutor”, ya que pertenecía a los kawaramono. Este grupo era considerado el estrato más bajo de la sociedad por la gente de su tiempo, pues lo formaban las personas dedicadas a las labores más desagradables, tal como la matanza de animales (actividad que las autoridades budistas detestaban por ir en contra de uno de sus preceptos básicos: no eliminar ninguna forma de vida). Una de las actividades que acabaron dominando fue la alteración de los terrenos para conseguir la creación de jardines, habilidad que, bajo la dirección de monjes zen especializados, los convertiría en verdaderos especialistas como Zen’ami. Tristemente para Yoshimasa, Zen’ami falleció a la avanzada edad de 97 años, cuando se iniciaba la construcción de su residencia en Higashiyama. Afortunadamente, su hijo y su nieto colaboraron con Yoshimasa en el proyecto. Origen discutido. El jardín seco, que se considera hoy uno de los pináculos del arte japonés, podría tener origen extranjero. Según el especialista Haga Kõshirõ, el término para denominarlo, karesansui, no es más que la deformación de su pronunciación original, que era karasansui, y el carácter chino kara al principio de la expresión significa China y englobaba también a sus producciones culturales. Es decir, el nombre que definía a estos jardines los incluía claramente en la categoría de un arte ajeno a Japón, asociado con China y su cultura. La transformación hacia el kare actual, que se escribe con el carácter chino que indica “seco” o “marchito”, derivaría de una observación objetiva de estos jardines donde no existe ningún tipo de vegetación. La proximidad fonética entre los dos términos facilitó la progresiva transformación. Esta teoría nos plantea de nuevo la dificultad de definir en clasificaciones esencialistas las características únicas de una producción cultural.

Yoshimasa favoreció a quienes destacaban en las artes sin importar su origen social, siempre que contribuyeran a sus metas estéticas. Esta idea también se favorecía en las reuniones donde se comenzaba a establecer la etiqueta de la ceremonia del té (chanoyu), actividad social en la que se fue abandonando el aspecto excesivo de décadas anteriores en favor de un entorno más sobrio, simplificado y estático que ayudó a configurar un espacio arquitectónico acorde. En ese entorno se apreciaban las obras de arte por sí mismas, realzadas por elementos como las chigai-dana (“estanterías rotas”) o la alcoba decorativa, que encontrarían su primera manifestación en Dojin-sai (ver recuadro “Un pabellón de enorme influencia”). Este espacio también ayudó al proceso de fusión que superaba las barreras artísticas de cada medio favoreciendo un entorno de presentación global: pintura, escultura y caligrafía se mostraban juntas en coexistencia estética.

En busca de la armonía Y no se limitaba a esto. También las flores que adornaban algunas de estas piezas comenzaron a ser simplificadas en su presentación, siendo la génesis del ikebana o arte floral japonés. Diversiones asociadas, como las competiciones de aromas de incienso (Kodo), también disfrutaron del apoyo de Yoshimasa, quien llegó a tomarse la molestia de ir hasta la ciudad de Nara y abrir el famoso repositorio de tesoros imperiales Shoso-in para usar un incienso empleado por los emperadores de 700 años atrás. Asimismo, el teatro No siempre había sido apoyado por la familia Ashikaga y Yoshimasa fue su gran mecenas; no dudó en instar a aristócratas y guerreros a correr con los gastos de subsistencia de artistas como Kanze On’ami (1398-1467) cuando él no pudo encar-

Este jardín seco zen está ubicado en el templo de Komyozenji, en Dazaifu, y data del año 1275, durante el periodo Kamakura.

Todo un ritual. La ceremonia del té o chanoyu es una actividad social tradicional en Japón que sigue patrones estéticos muy definidos. Estos empezaron a fraguarse también en la era de Yoshimasa. En la imagen, mujeres niponas participan del ritual.

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FOTOS: GETTY IMAGES

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garse de su mantención. La estética de máxima contención expresiva para favorecer momentos de sutiles evocaciones simbólicas se había articulado ya por estas fechas en el discurso artístico del gran actor Zeami (1363-1443), que ensalzaba la potencia de una habilidad o destreza como el momento de mayor disfrute. No un momento de gloria, sino el atisbo de la que será la belleza plena: se encierra más promesa de perfección en un capullo que en una flor abierta. Una idea que traspasó los escenarios para superponerse en el discurso de las otras artes que se practicaban en la villa de Higashiyama. Vemos entonces cómo Yoshimasa impulsa toda una serie de manifestaciones artísticas que se mueven alrededor de una concepción de la belleza más restringida, refinada y sobria que en los tiempos de su abuelo Yoshimitsu; un nuevo concepto en el que el exceso no se aprecia y es la armonía de los materiales, así como las cualidades de los mismos (tacto, apariencia, olor), lo que se valora. Y donde prima un sentido de temporalidad, ya sea por su evocación del ciclo natural inevitable de vida y muerte o por su asociación con antiguos personajes de la historia que aportan un tinte nostálgico a los objetos (a la vez que crean una genealogía simbólica).

Yuzu Nembutsu Engi Emaki. Uno de los e-makimono (rollos horizontales pintados) que ilustran esta obra narrativa del siglo XIV, dedicada a contar la vida y los méritos de un monje budista con intenciones claramente proselitistas.

FOTO: CLEVELAND MUSEUM OF ART

La cultura de Higashiyama vio despuntar las primeras manifestaciones de artes como el ikebana, el teatro No y la pintura a la tint, entre otros.

Mal político, gran mecenas Todas estas actividades culturales se produjeron en un entorno políticamente muy inestable. Yoshimasa es considerado nada menos que uno de los peores políticos de la historia japonesa. Bajo su man-

dato se produjo el hecho más traumático de la historia de la ciudad de Kioto: la Guerra Onin (1467-1477), que causó la total destrucción del paisaje monumental urbano. La construcción de la villa de Higashiyama al final del conflicto, con el costo que ello implicaba, no ayudó a mejorar la imagen de un shogún percibido como absolutamente desinteresado por las penurias de su pueblo. Que en todos estos años de inestabilidad, hambrunas y revueltas se produjera paralelamente una inagotable actividad cultural no deja de sorprendernos, visto en retrospectiva. La cultura de Higashiyama vio despuntar las primeras manifestaciones claras de distintas artes, tales como la ceremonia del té, el ikebana, los jardines secos, la pintura a la tinta o el teatro No, que más tarde madurarían y se instalarían en la historia cultural de Japón como típicamente japonesas pero que, sin embargo, se fraguaron en su tipología básica bajo los años de patrocinio de Ashikaga Yoshimasa. Asimismo, la tipología de habitación japonesa definida por elementos como las puertas corredizas, los tatamis y las alcobas decorativas se perfiló por las necesidades estéticas de apreciación artística. El historiador Naito Konan (1866-1934) decía que estudiar el Japón anterior a la Guerra Onin era como estudiar un país extranjero, por su gran disparidad con los japoneses de principios del siglo XX. Sin embargo, podemos afirmar que estudiar el Japón posterior ya no supone ningún problema; que no hay grandes rupturas con las tradiciones herederas en el tiempo de la cultura de Higashiyama.

LIBRO Historia y arte del jardín japonés Javier Vives, Satori, 2014. Esta obra da cuenta de la milenaria historia de esta expresión artística, describiendo sus características y revelando sus significados más p profundos.

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Entre la Historia y el mito

La venganza de los

47 ronin

vasallos de Asano a la casa de su enemigo, el maestro de ceremonias Yoshihisa, sucedió en la madrugada del 30 de enero de 1703, tras casi dos años de preparación y con gran violencia: murieron 17 sirvientes. Pero la obra Chushingura –a la que pertenece esta ilustración de Utagawa Kuniyoshi– sublimó el episodio y lo transformó en heroico.

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Nocturnidad, premeditación, catanas y lanzas. El ataque por parte de los antiguos


Fue uno de los episodios más sangrientos en uno de los siglos más pacíficos en la historia de Japón: el XVIII, en la periodo Edo. Quizá por ello se convirtió en leyenda a través de la literatura, el teatro y el cine. Por Roberto Piorno

L

a mañana del 30 de enero de 1703, Edo (hoy Tokio) era un hervidero de rumores. Carentes de grandes acontecimientos, los habitantes de la capital reaccionaron con excitación ante las noticias, aún confusas en las primeras horas del día, sobre los disturbios de la madrugada anterior en el exclusivo distrito residencial a orillas del río Sumida. Un siglo de paz y orden extremos prácticamente ininterrumpido era lo que la noticia de una venganza samurái, de esas que ni los más viejos del lugar acertaban a recordar, necesitaba para convertirse en mito casi instantáneo y expandirse por la ciudad como la pólvora. Los culpables del sensacional revuelo eran un grupo de vasallos del clan Asano que en medio de la noche habían asaltado la mansión de Kira Yoshihisa, maestro de ceremonias del shogún, dándole muerte y decapitándolo. Imposible no estar al tanto del episodio en las calles de Edo. No solo por el revuelo causado durante el asalto, sino por la ruidosa y nada discreta marcha a pie protagonizada por los presuntos justicieros desde la mansión del enemigo muerto hasta el Sengakuji, el templo en el que descansaban los restos mortales de su señor, sobre cuya tumba depositaron la cabeza del enemigo muerto. Durante semanas nadie hablaba en Edo de otra cosa.

Un extraño incidente previo Es necesario regresar el tiempo dos años antes, al 17 de abril, para dar con la raíz de la discordia. Ese día altos dignatarios de la casa imperial, con sede en Kioto, se encontraban en Edo en una visita de cortesía correspondiendo al shogún, quien a comienzos de año había enviado una delegación a Kioto para transmitir al emperador sus felicitaciones de Año Nuevo. Para agasajarlos conforme al protocolo, y siguiendo los rituales y las normas de etiqueta confucianas, Kira Yoshihisa, maestro de ceremonias del shogún y miembro de una ilustre familia samurái cuyo leal servicio a la casa Tokugawa se remontaba a los inicios del siglo anterior, preparó una acogida a la altura de las circunstancias. Como era costumbre, entre los daimios (señores feudales) más prominentes dos eran escogidos para ejercer como anfitriones de las delegaciones del emperador y del exemperador respectivamente, lo que se tenía entonces por un altísimo honor. Naganori, señor de la casa de Asano, un hombre de reputación dudosa, mujeriego y hedonista (características todas ellas maquilladas después por las obras de ficción que forjaron el mito), tenía el cometido de atender y agasajar al séquito del emperador Higashiyama. El 14 de abril, las dos delegaciones llegaron a Edo. Antes, Kira Yoshihisa había adiestrado a Asano en la intrincada complejidad del rígido ritual confuciano que decoraba la pomposa bienvenida. Todo transcurrió conforme a lo previsto hasta el 17 de abril, el último día de estancia del séquito imperial en Edo. Y en la meticulosa preparación del ritual de despedida es donde afloraron, presuntamente, las primeras fricciones entre Kira y Asano. Un cambio de planes de última hora precipitó el desencuentro; Asano, adaptándose al imprevisto, se dirigió al llamado Corredor de los Pinos. Ahí encontró a Kira departiendo con un funcionario shogunal cuyo informe por escrito de los hechos es nuestra única fuente de información fidedigna. Según este, y sin mediar aparentemente ofensa alguna, Asano desenfundó entonces su wakizashi (la espada corta de los samuráis) y atacó a Kira por la espalda pronunciando unas crípticas palabras: “¿Recuerdas mi resentimiento de estos últimos días?”. El maestro de ceremonias resultó ileso, pero en pocos minutos Asano fue arrestado y puesto bajo custodia en la mansión del daimio Tamura Takeaki, en espera de que los hechos fueran esclarecidos y se estableciera el castigo oportuno. Apenas cuatro horas después de su muyinteresante@televisa.cl 69


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arresto, se decretó su inmediata ejecución. Así, en la casa de Tamura y sin apenas tiempo para reaccionar, Asano Naganori procedió a abrirse el vientre con su wakizashi suicidándose mediante seppuku.

Los ronin, divididos

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De la historia al teatro. La conversión de estos samuráis en héroes nacionales derivó en gran medida del estreno en 1748 de Chushingura, a la que siguieron otras obras kabuki y más tarde películas sobre el asunto. Arriba, una xilografía ukiyo-e del periodo Edo muestra a un actor de kabuki en el rol de uno de los 47 ronin.

cas horas después del seppuku. Las noticias del grave suceso no tardaron en llegar a Ako, para indignación del chambelán del clan, Oishi Kuranosuke, y demás leales vasallos de Asano. Muerto aquél, el shogunato ordenó a dos oficiales tomar posesión del castillo de Ako. Igualmente se dispuso el arresto de Asano Nagahiro, hermano menor de Naganori y por lo tanto heredero natural y cabeza visible del clan. En la práctica estas medidas se traducían indirectamente en una terrible condena para los 270 vasallos de Asano repartidos entre Ako y Edo. Sin señor al cual servir y sin castillo que custodiar, perdían su condición de samuráis para convertirse en ronin –estigmatizados por la caída en desgracia de su empleador– y, por lo tanto, en vasallos sin empleo, con espada potencialmente en venta al mejor postor. Los siguientes días fueron críticos en el interior del castillo de Ako. Mientras el veterano e inflexible Horibe Yahei, cabecilla de la facción dura, abogaba por la venganza inmediata, el chambelán Oishi, más templado y estratega, tras especular con la posibilidad de una estéril defensa del castillo hasta la última sangre, sostenía la necesidad de acatar la sentencia, abandonar Ako y esperar acontecimientos. Finalmente, venció la línea blanda. En el fondo, el chambelán Oishi confia-

FOTOS: GETTY IMAGES

La rapidez de la sentencia y de la posterior ejecución obedecía a la gravedad del delito: Asano había agredido a un alto funcionario del shogún en la residencia de este y, como agravante, había desenfundado su espada en presencia de delegados imperiales, vulnerando un ancestral principio sintoísta que consideraba la sangre como un agente altamente impuro, más aún en tan solemne escenario. Sin apenas margen para asumir la gravedad del crimen, Asano aún tuvo tiempo para enviar un mensaje de despedida a sus vasallos, a su feudo de Ako. En la misiva no había una sola referencia a las causas que habrían provocado y, eventualmente, justificado su airada reacción contra Kira. Asano, por ello, se iba a la tumba llevándose consigo las razones del agravio, sin que conste en lugar alguno la naturaleza de la ofensa que lo había empujado a atentar contra la vida del maestro de ceremoEl castillo de nias del shogún. Ako El feudo del clan Asano (abajo) Lamentablemente, gran parte de las interfue expropiado pretaciones relativas al incidente son postea la muerte de Naganori por orden riores a la venganza de los vasallos de Asano, del shogunato. La coincidiendo con un proceso de heroización medida supuso la caída en desgracia que iba a cristalizar en un sinfín de obras teade los vasallos, trales, novelas y películas que contribuirían en lo que explica en parte la venganza gran manera a distorsionar la verdad y a mezperpetrada por los clar de manera arbitraria la realidad, el mito y ronin. el rumor callejero más infundado. El incidente comenzó a tomar tintes de gran tragedia po-


ba en que la disposición de los vasallos a acatar pacíficamente la sentencia ablandara la postura intransigente de las autoridades, propiciara el perdón del hermano de Asano y consintiera la restauración del clan y, en última instancia, la redención de los ronin y el mantenimiento de su estatus samurái. Naturalmente, el shogunato no dio marcha atrás; la suerte de los vasallos de Asano estaba echada. Fue entonces cuando, perdida toda esperanza, Oishi cedió al fin a las tesis duras de Horibe. Los ronin acabarían con la vida de Kira Yoshihisa aunque fuera lo último que hicieran.

FOTO: KMUSEUM OF FINE ARTS/ KUNIYOSHI 47 RONIN, UTAGAWA KUNIYOSHI (1797-1861)

La honra del samurái

¿Héroes o villanos?

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l heroísmo de los 47 ronin tiene, a la luz de los hechos, demasiados matices. En realidad, obviaban interesadamente cuestiones esenciales, y de muy dudosa legalidad, que desacreditaban sus nobles principios. Para empezar, Asano había atacado a Kira por la espalda: una agresión nada admirable que, por si fuera poco, había puesto de relieve la torpeza de su señor en el manejo de las armas. Asano, después de todo, distaba mucho de ser un samurái ejemplar. Por otro lado, jamás existió una disputa como tal; fue una agresión en toda regla sin respuesta alguna por parte del agredido. Circunstancias, todas estas, que desacreditaban las demandas de los ronin. La supervivencia del clan, la conservación de sus bienes y, por ello, de su privilegiado estatus social, frente al abismo del desempleo, en un Japón en el que los samuráis sin dueño se veían empujados frecuentemente a la miseria y a un terrible horizonte de supervivencia marginal, colocaron en realidad las ‘obligaciones’ morales para con su señor en un segundo plano hasta que estuvo todo perdido. Por otro lado, ¿por qué los ronin no cometieron seppuku después de ejecutar su venganza en el Sengakuji, junto a la tumba de su señor? No son pocos los contemporáneos que se hicieron esta misma pregunta, incluido Yamamoto Tsunetomo, autor del célebre Hagakure. Motivos nada sólidos para la venganza. El debate confuciano en torno a la legalidad-moralidad de la acción de los 47 en los meses posteriores al suceso es, en sí, infinitamente más trascendental que el propio incidente. Lo cierto es que la renuncia al seppuku espontáneo y la espera, durante semanas, de una sentencia del shogunato invitan a pensar que, lejos de resignarse a su suerte, los ronin aún esperaban un perdón colectivo y, quizá, incluso recuperar el empleo perdido a raíz de Libro E-hon (relatos ilustrados que son un antecedente remoto del manga), obra del gran la caída en desgracia del Utagawa Kuniyoshi (1797-1861). El dibujo clan al que servían. a tinta retrata a Asano (izq.) frente a Kira.

La versión oficial, condicionada por la admiración popular a la lealtad inquebrantable de los ronin, interpretó la venganza como una causa justa, pero ¿lo era realmente? Los ronin no acertaban a digerir una situación: el protocolo samurái, una reliquia de tiempos pasados y un recuerdo anacrónico de una sociedad guerrera, extinta hacía más de un siglo, sugería que tras una disputa entre samuráis, si el agresor era condenado, el agredido, deshonrado, debía correr la misma suerte. Las autoridades judiciales en estos casos solían aplicar el mismo rasero dando por bueno el juicio moral que repudiaba la cobardía y la indignidad samurái del perdedor, aplicando idéntica condena a uno y a otro. Los ronin censuraban la cobardía de Kira, que renunció a defenderse de la agresión de Asano. Igualmente entendían como una obligación de lealtad hacia su señor eliminar al enemigo al que las circunstancias habían salvado de la ira y el acero de Asano. En un documento firmado por los vasallos horas antes de ejecutar la ansiada venganza, confesaban “la imposibilidad de seguir viviendo bajo el mismo cielo que el enemigo de nuestro señor”. Casi dos años transcurrieron entre la muerte de Asano y el día elegido para la ejecución de la implacable venganza de los ronin. En ese intervalo de tiempo, planificaron el asesinato de Kira con una meticulosidad admirable. Lamentablemente, esos meses de transición son una nebulosa en las crónicas del periodo, y son sobre todo las múltiples ficciones teatrales las que han forjado la imagen, sin duda idealizada,del heroico comportamiento de los ronin en ese tiempo.Dice la leyenda que unos y otros urdieron una sofisticada mascarada en virtud de la cual exhibían una total renuncia a la dignidad y respetabilidad samurái para despistar al enemigo. Algunos llegaron tan lejos en la pantomima que incluso abandonaron a sus mujeres e hijos. Mientras, Oishi Kuranosuke, el chambelán, jugaba al despiste entregándose a una vida de desenfreno, alcohol y excesos. Pero, como siempre, la leyenda tiene un inevitable trasfondo verídico. Fuentes del periodo, en efecto, aluden a la rutina de moral distraída y dispendio de Oishi durante estos meses, pero en ningún lugar se menciona que esta actitud del chambelán fuera una estrategia de distracción. Es decir, que el mito interpretó como una actitud virtuosa y una demostración de extrema lealtad lo que bien pudo ser nada más que una afición un tanto aparatosa a la buena vida y al exceso.

Según el código samurái, tras una disputa entre dos de ellos, si el agresor era condenado a muerte el agredido debía aceptar el mismo destino. Condenados pero idealizados De los más de 250 vasallos del clan, solo 47 (o quizá 46 o 48, según las diversas fuentes) tomaron parte en la conspiración, lo que de por sí denota importantes disensiones internas entre los propios feudatarios de Asano.Y aunque los hechos sugieren que los 47 no estaban resignados a una sentencia de muerte cierta, las pocas cartas que se conservan redactadas por algunos de los ronin a modo de despedida de sus familiares denotan hasta qué punto eran muy conscientes de que difícilmente volverían a ver a los suyos. Eligieron la noche del 30 de enero de 1703 para ajustar cuentas de una vez por todas con Kira.Aparentemente, conocían el plano de la mansión del maestro de ceremonias del shogún. A decir de muyinteresante@televisa.cl 71


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En el puente de Ryogoku. Allí, sobre el río Sumida, los atacantes de la casa de Kira Yoshihisa se enfrentaron a quienes les salieron al paso en su marcha hacia el templo de Sengakuji, como recoge este dibujo del siglo XIX.

SAMURÁIS GUERREROS INVENCIBLES

la leyenda, uno de los ronin contrajo matrimonio con la hija del arquitecto de la morada de Kira con el único objetivo de quedarse con los planos. Así, a la orden de un golpe de tambor de Oishi Kuranosuke, armados con catanas, lanzas y naginatas, iniciaron el asalto nocturno. Los vasallos de Kira, samuráis o no, totalmente desprevenidos, lucharon con valor, pero 17 perdieron la vida antes de que los ronin encontraran a Kira escondido en un pequeño almacén de carbón en el patio. Según Chushingura, la obra kabuki que inmortalizó la hazaña de los 47, Oishi le brindó la posibilidad de morir dignamente haciéndose seppuku. Ante su negativa, el chambelán de Asano lo decapitó con la misma espada con la que su señor se había abierto el vientre dos años antes. Finalmente, los ronin lo habían vengado. Sin perder un segundo, los vasallos de Asano emprendieron la marcha por las calles

de Edo hasta el Sengakuji, el templo donde yacían los restos mortales de su señor. Una vez depositada la cabeza de Kira a modo de trofeo sobre la tumba de su señor, y con la satisfacción del deber cumplido, optaron por someterse a la voluntad de las autoridades. Oishi y los suyos fueron arrestados, dispersados y puestos bajo custodia de diversos daimios en espera de sentencia. Con Edo convulsionado a causa de los rumores, mientras se forjaba oral y espontáneamente la heroización de los 47, la corte suprema del shogún se reunió para determinar el destino de los ronin. La decisión se demoró varios días y finalmente, tras un acalorado debate, la corte sentenció a muerte a los 47 por conspiración y alteración del orden, no sin alabar, y esto es lo verdaderamente sorprendente, la actitud de heroica lealtad de los ronin. Se censuraba legalmente su acción pero a la vez, de manera paradójica, se loaba desde el punto de vista moral. Edo se debatía entre la consternación y la admiración por el valor de los agresores, entre la fría lógica de la ley y la anacrónica apelación a una ética samurái ya en desuso que, indudablemente, suscitaba aún notable entusiasmo y admiración en todos los estamentos de la sociedad nipona.

Una intolerable afrenta

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ada más que especulaciones, mejor o peor fundadas, engrosan las crónicas contemporáneas acerca del incidente en el Corredor de los Pinos. La teoría más extendida, recogida por Muro Kyuso, un erudito confuciano, dos años después de la agresión (y, por lo tanto, la más cercana a los hechos), apunta a la escasa ‘generosidad’ de Asano para con el maestro de ceremonias del shogún, quien habría quedado muy contrariado ante la magra cuantía del preceptivo ‘regalo’ en agradecimiento por las lecciones de etiqueta. Esta clase de compensaciones y obsequios estaban a la orden del día en la corte nipona y, de acuerdo con la versión de Kyuso, el clan Asano habría descuidado este trámite, desencadenando de esta manera la ira del maestro de ceremonias que, a modo de represalia, habría cuestionado públicamente la diligencia de Asano. Sea o no veraz esta versión de los hechos, lo indiscutiblemente cierto es que en 1703, cuando fue puesta por escrito, estaba en boca de todos en Edo y los alrededores.

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Asano Naganori según una ilustración. Su muerte por seppuku descabezó a su clan y convirtió a sus samuráis en ronin. 47 de ellos decidieron vengarlo.

FOTOS: LOS ANGELES COUNTY MUSEUM OF ART/ THE STOREHOUSE OF LOYAL RETAINERS; MUSEUM OF FINE ARTS, BOSTON/ WILLIAM STURGIS BIGELOW COLLECTION

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La nostalgia de la edad dorada de una presunta ética del honor samurái, que en verdad era, en un altísimo porcentaje, una reinvención contemporánea, una idealización de los usos y costumbres de una casta guerrera que en tiempos de paz necesitaba inventar mitos para justificar su posición privilegiada, impulsó la canonización informal de Oishi y demás vasallos de Asano. Pero la ley es la ley, y en su defensa el 20 de marzo, dos largos meses después del asalto a la mansión de Kira, se ejecutó la sentencia de muerte. Los leales samuráis de Asano se sometieron al ritual del seppuku y, tras el rastro de sangre de unos y otros, se forjó el mito.

Chushingura, la forja del mito

Un golpe de tambor fue la señal para iniciar el asalto. Lo dio Oishi Kuranosuke, el chambelán del clan Asano, erigido en líder de los ronin vengadores. En esta ilustración lo vemos en primer término lanzando a los atacantes contra la casa.

Enterrados bajo el mismo suelo que su señor, en el cementerio del Sengakuji, los ronin rubricaron su implacable venganza desde el más allá. Siete años después de su muerte, Asano Nagahiro, hermano de Naganori, fue perdonado y, finalmente, los herederos adultos de los ronin obtuvieron permiso para abandonar el exilio. En medio de un clima de simpatía cercana a la devoción, Oishi Kuranosuke y demás vasallos de Asano se consolidaron en el imaginario colectivo como héroes nacionales debido, entre otras obras, al estreno en 1748 de la legendaria obra de kabuki titulada Chushingura, la fuente de la que bebe la idílica y distorsionada lectura de la gesta de los 47, alimentada por la literatura y el cine. Oishi y Asano pasaron a la historia como íconos, héroes trágicos del país y vestigio último de una filosofía del honor y la lealtad que la modernidad, en el siglo XVIII, estaba definitivamente barriendo. Al tiempo, Kira Yoshihisa cristalizó como el villano de cabecera de Japón, quintaesencia de samurái cobarde, némesis de todo lo noble e irresistiblemente atávico que representaban los ronin. La realidad, naturalmente, choca de modo frontal con el mito, pero ¿por qué los japoneses convirtieron la venganza y muerte de los 47 en uno de los episodios estelares de su memoria histórica? A comienzos del siglo XVIII Japón vivía un proceso de transformación sociopolítica irreversible. El Estado central trataba de poner brida y desarmar legal y definitivamente no ya el poder, muy mermado a estas alturas, de los señores feudales –cuyas ambiciones regionales, aplastadas por Ieyasu, el primer shogún Tokugawa, habían sumido a Japón en una sangrienta guerra civil un siglo antes–, sino la propia influencia moral de los valores que ellos encarnaban. Frente al rígido esquema del legalismo confuciano, característico de un Estado que doblaba la esquina para dejar atrás el medievo y sumergirse en la modernidad, la insumisión de los ronin al imperativo legal encendía la

FOTO: LOS ANGELES COUNTY MUSEUM OF ART, BOSTON/ A MIRROR OF FILIAL PIETY IN JAPAN, HERBERT R. COLE COLLECTION

Con la restauración Meiji del s. XIX, los 47 fueron convertidos por el emperador en símbolo de insumisión contra los shogunes. nostalgia por el glorioso pasado samurái de un país atrapado en una contradicción acuciante.

Modernidad o tradición La postura de la corte suprema del shogún al momento de fijar una sentencia contra los ronin refleja perfectamente esta fascinante tensión: una cosa era la legalidad y otra la moralidad, dos conceptos que, en el Japón de comienzos del XVIII, aún no iban de la mano. Los ronin habían vengado a su señor, culpable de un delito incontestable con escasos atenuantes, cometiendo otro aún mayor. Se habían tomado la justicia por su mano mediante una emboscada nocturna impropia de samuráis, asesinando a 17 personas inocentes, los vasallos de Kira, con tal de saciar su cuestionable sed de venganza. Una conspiración en toda regla coronada con una actitud, cuando menos, cuestionable. Lo que subyace detrás de la ‘canonización’ de los 47 es el debate, muy vivo entonces, entre autoridad central y autoridad feudal, entre modernidad y tradición, entre legalidad colectiva y ética individual. Sea como fuere, la bola fue creciendo. Con la restauración Meiji, a fines del siglo XIX, los 47 se convirtieron en un símbolo, en una banda de valientes, insubordinados frente a la ley shogunal en un momento en que el emperador había retomado el control y necesitaba un esfuerzo propagandístico para censurar el pasado inmediato. El Sengakuji de Tokio se convirtió así en centro de peregrinación, y los vasallos de Asano en un ejemplo de excelencia samurái que, incluso hoy, solo es cuestionado en círculos académicos. Una vez más, la historia sucumbió al irresistible empuje de la leyenda. muyinteresante@televisa.cl 73


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Álbum fotográfico del periodo Edo

Retratos de

Japón El fotógrafo italo-británico Felice Beato (1832-1909) capturó a fines del siglo XIX la vida cotidiana de los últimos samuráis durante el periodo Edo. Estas imágenes coloreadas muestran un mundo inquietante: el de una sociedad feudal a punto de desaparecer. Por Iria Pena Presas

Testigo de una guerra

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ionero de la fotografía de guerra, Beato consiguió entrar y retratar el cerrado mundo de los samuráis durante los años que residió en Japón. En esta escena, un grupo de ellos, del clan Satsuma, consulta un mapa durante la Guerra Boshin (1868-1869), que enfrentó a los partidarios del gobierno del shogunato Tokugawa con la facción que pretendía devolver el poder político a la corte imperial. El fin de la guerra estableció un nuevo gobierno que suprimió paulatinamente el poder feudal y abolió la clase samurái. Los Satsuma, que habían tenido un papel esencial en la victoria del bando imperial, pasaron a ostentar puestos clave en el nuevo gobierno Meiji.

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FOTO: LATINSTOCK

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elice Beato llegó hacia 1863 a Yokohama, un pueblo de pescadores, el único lugar de Japón donde los occidentales tenían permiso para asentarse. La cultura y sociedad japonesas sirvieron de inspiración para el italo-británico, quien realizó numerosos retratos de la clase guerrera (1), pero también de los distintos artesanos del final del periodo Edo –el cual abarcó aproximadamente de 1600 hasta 1860, y llamado así porque la capital fue trasladada de Kioto a Tokio, cuyo nombre antiguo era Edo–. Las instantáneas de diferentes profesionales trabajando, como el carpintero que moldea la madera en su taller (2) o la mujer que pinta a mano el panel de un biombo (3), nos permiten entrar en un universo desconocido a la vez que fascinante para el mundo occidental. En el país nipón Beato llevó a cabo un prolífico trabajo. De hecho, después del incendio de su estudio en 1866 y de la destrucción de todo su archivo, el fotógrafo decidió recuperar su pérdida realizando en los dos años siguientes un gran número de tomas que recogería en dos libros: Native Types y Vistas de Japón.

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FOTO: GETTY IMAGES; LATINSTOCK

Una cámara en el Lejano Oriente


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Entre geishas y espadas

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nte la cámara de Beato posaron numerosos personajes del Japón ancestral: samuráis ataviados con la armadura tradicional, la catana y el kabuto se dejaron retratar (1) con el fin de perpetuar su imagen. Además de retratos, en el estudio del artista también se representaron tradiciones intrínsecas a la casta de guerreros, como una ejecución por decapitación (2). Destacan por otra parte las delicadas imágenes del mundo de las geishas, quienes se convertirían en ícono de belleza (3 y 4) y en uno de los símbolos de Japón tras la desaparición de los samuráis. El fotógrafo buscó abarcar casi todos los ámbitos de la sociedad nipona, y ante su objetivo tenían la misma relevancia los samuráis que los vendedores ambulantes de verduras (5). Sus fotografías coloreadas, para las que contrató a expertos en ukiyo-e –un tipo de grabado policromo–, tuvieron un éxito arrollador como souvenir entre los aventureros y como recuerdo para los propios retratados. De este modo Beato pasó a ser uno de los nombres más importantes entre los precursores de la fotografía en Japón.

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Cuando Chile le declaró la guerra a Japón Por Alejandra Miranda G. esde que se abrió el primer consulado chileno en Japón, a fines del siglo XIX, la relación entre ambos países ha sido estrecha y se manifiesta en varios ámbitos, sin embargo, en una oportunidad se vio interrumpida. Fue durante la Segunda Guerra Mundial y la historia dice que fue porque, en medio del conflicto bélico, Chile le declaró la guerra a Japón. Sí, así como se lee, aunque cueste creerlo. Según informó el diario El Mercurio de la época, a las 11 horas del 12 de abril de 1945, el presidente en ejercicio, Juan Antonio Ríos firmó el decreto ley que declaraba el “estado de beligerancia” con Japón. Pero ¿qué pudo pasar para que un país pequeño, al otro lado del mundo, cometa un acto tan audaz e incomprensible? Los hechos son bastate menos hilarantes de lo que, aparentemente, es apenas una anécdota. De partida, es necesario aclarar que Japón estaba prácticamente destruido, derrotado y si bien el Ejército chileno tenía desde sus comienzos una marcada inspiración del modelo prusiano, ya en 1943 el Senado de Chile se había pronunciado a favor de la ruptura de relaciones diplomáticas con los gobiernos de los países del Eje, es decir, Alemania, Croacia, Bulgaria, Italia, Rumania y Japón. Lo anterior, sumado a supuestas presiones por parte de Estados Unidos que se veía amenazado por el avance las tropas niponas

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por el Sur de Asia y con los ojos puestos en el Pacífico, habrían sido los detonates de la insólita medida. También hay versiones que atribuyen otras razones, como que Japón era uno de los mayores compradores de cobre chileno antes de la guerra, entonces, a Estados Unidos le habría “convenido” el cese de relaciones, pues al dejar de vender a los asiáticos, ellos podían comprar el metal a menor precio. Las especulaciones pueden ser infinitas, pero lo concreto es que en El Mercuio del 13 de abril de 1945, una pequeña nota que compartía página con otras, titulaba: “En consejo de gabinete se firmó el decreto que declara el estado de guerra con Japón”, y luego, en el artículo, detalla: Artículo 1°.- El Presidente de la República, en nombre del Gobierno de Chile, reconoce y declara el estado de guerra con el Gobierno Imperial del Japón. Artículo 2°.- Los Ministerios del Interior, Relaciones Exteriores y Defensa Nacional, dictarán y cursarán, de conformidad a sus respectivas atribuciones legales, las disposiciones complementarias que correspondan. Artículo 3°.- El presente decreto será firmado por todos los Ministerios de Estado, Juan Antonio Ríos (Presidente), Alfonso Quintana Burgos, Arnoldo Carrasco, Joaquín Fernández, Alejandro Tinsly, Santiago Labarca, Enrique Marshall, Eugenio Puga Fischer, Gustavo Lira, Manuel Casanueva, Mariano Bustos y Sótero del Río. Felizmente no hubo enfrentamientos y en 1951 se reanudaron las Fuente: El Mercurio relaciones entre ambos países.

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